Pensamientos en torno a la conciencia moral

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 25/3/2en: https://www.infobae.com/opinion/2023/03/25/pensamientos-en-torno-a-la-conciencia-moral/

Si los humanos fuéramos solo un conjunto de moléculas estaríamos determinados por los respectivos nexos causales inherentes a la materia por lo que no habría posibilidad de ideas autogeneradas, de revisar nuestras propias conclusiones, no tendría sentido la responsabilidad individual, ni la moral ni la misma libertad puesto que no habría tal cosa como libre albedrío

Sigmund Freud (1856 - 1939)

Sigmund Freud (1856 – 1939)

La conciencia tiene dos interpretaciones, la primera alude al reconocimiento de algo, a percatarse, a darnos cuenta de tal o cual cosa, mientras que la segunda remite a lo moral que en la parla común apunta a lo que se conoce habitualmente como “la voz de la conciencia” que escarba y explora lo que está bien y lo que está mal que ha sido tratado desde Aristóteles en cuanto al sentido de lo moral y lo inmoral o amoral y desde los estoicos se estudia la moral como una consecuencia de lo racional que luego fue precisado por autores como Adam Smith en La teoría de los sentimientos morales.

La moral es normativa, no describe sino que prescribe, no trata de lo que fue o lo que es sino de lo que debe ser. Una sociedad libre se basa en el respeto recíproco, en el reconocimiento de derechos como propiedades innatas del ser humano, generalmente denominados derechos naturales. En este contexto la moral puede verse en dos planos. El primero se refiere a las relaciones interpersonales que se circunscriben a la consideración por el derecho de cada cual y en un plano intrapersonal que es facultad de cada uno actualizar las potencialidades en busca del bien.

En este sentido, resulta pertinente precisar que a cada derecho corresponde la obligación de respetar la vida, la libertad y la propiedad lo cual no se condice con la imposición de pseudoderechos que implican arrebatar el fruto del trabajo ajeno.

Resulta de gran trascendencia percatarse que los seres humanos los caracteriza los estados de conciencia, la mente o la psique que no son materiales, es decir, la condición humana significa que no somos solo kilos de protoplasma, como queda dicho tenemos vida espiritual que se integra pero se diferencia de la materia. Si fuéramos solo carne y hueso, si fuéramos solo un conjunto de moléculas estaríamos determinados por los respectivos nexos causales inherentes a la materia por lo que no habría posibilidad de ideas autogeneradas, de revisar nuestras propias conclusiones, en rigor no habría posibilidad de proposiciones verdaderas y falsas, no tendría sentido la responsabilidad individual, ni la moral ni la misma libertad puesto que no habría tal cosa como libre albedrío. Seríamos loros, loros complejos pero loros al fin.

Antes he escrito sobre las más destacadas referencias bibliográficas en la materia pero en esta oportunidad hago un resumen muy telegráfico del asunto. Howard Robinson escribe que un profesional experto en anatomía puede describir al detalle la composición física de una persona pero no puede acceder a información solo reservada al sujeto como son sus sentimientos y pensamientos. John Eccles dice que “uno no se involucra con un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos”. Nathaniel Branden sostiene que “Una mente que no es libre de verificar y validar sus conclusiones, una mente cuyo juicio no es libre, no tiene modo de distinguir lo lógico de lo ilógico.” Roger W. Sperry apunta que “El fenómeno de la conciencia está concebido para interactuar y en gran medida gobernar los aspectos histoquímicos y fisiológicos del proceso cerebral.” Karl Popper insiste en que “Quien diga que todas las cosas ocurren por necesidad no puede criticar al que diga que no todas las cosas ocurren por necesidad ya que ha de admitir que la afirmación también ocurre por necesidad” y Max Planck, Antony Flew y John Hospers muestran las diferencias entre causas y motivos.

Entonces la conciencia moral es inseparable de la condición humana. El materialismo filosófico o determinismo físico opera a contracorriente de esta aseveración, una posición lamentablemente muy extendida en diversos campos del conocimiento, por ejemplo en la psicología que si bien se define como el estudio de la psique hay profesionales que la niegan. También hay penalistas imbuidos del determinismo que en consecuencia argumentan a favor de no castigar a los delincuentes porque no son responsables de lo que hacen. Hay economistas nada menos en línea con la teoría de la decisión que niegan el libre albedrío. Incluso hay autores que en otros campos han realizado contribuciones de peso pero rechazan el referido cimiento de la libertad como Steven Pinker.

También he escrito antes sobre Sigmund Freud pero al abordar la conciencia moral se hace necesario nuevamente aunque más no sea presentar un resumen telegráfico de este autor tan relevante para nuestro breve estudio. Sin duda, igual que lo que sucede con prácticamente todos los autores de renombre, Freud ha realizado aportes que han sido útiles para variados fines, por ejemplo, su preocupación para que personas que reprimen en el subconsciente hechos e imágenes que estiman inconvenientes puedan asumir los problemas y ponerlos en el nivel del conciente. También fue quien inició el método de asociación de ideas recurriendo al per analogiam incluso para la interpretación de sueños apartándose de una estricta exégesis e internándose en una suerte de hermenéutica onírica y de los sucesos de la vida en general.

Pero estos dos ejemplos resultan controvertidos puesto que hay quienes sostienen que muchas veces la llamada “represión” constituye un mecanismo de defensa para evitar daños mayores y que solo es constructivo que afloren los problemas si efectivamente pueden resolverse y no simplemente por el mero hecho de sacarlos a luz. A su vez, hay quienes sostienen que la interpretación analógica de diversos sucesos conduce a conclusiones tortuosas y equivocadas cuando, en verdad, una interpretación directa (o, si se quiere, literal) conduce a un mejor entendimiento de lo que se analiza.

Resulta muy difícil juzgar in toto a un escritor y cuanto mayor es la cantidad de sus obras, naturalmente mayor es la dificultad. Para emitir una opinión sobre un autor generalmente se alude a lo que se estima es el eje central de su contribución. De todos modos, no siempre es fácil la tarea puesto que en algunos casos se entremezclan en los aportes aspectos considerados positivos y negativos.

En el caso de Sigmund Freud nos parece muy apropiado e ineludible citar algunos de sus pensamientos para arribar a conclusiones rigurosas respecto a la conciencia moral. Por ejemplo, en Problemas de la civilización sostiene que, en el ser humano, debe “descartarse el principio de una facultad originaria y, por así decirlo, natural, apta para distinguir el bien del mal”, mas aún, en Tótem y tabú escribe que “las prohibiciones dictaminadas por las costumbres y la moral a las que nosotros obedecemos, tienen en sus rasgos esenciales cierta afinidad con el tabú primitivo” y, en el mismo libro, afirma que la negación de las relaciones incestuosas constituye “la mutilación más sangrienta, quizás, que se ha impuesto en todos los tiempos a la vida erótica del ser humano”.

Esto va para la moral y las costumbres pero también la emprende contra el sentido mismo de libertad a que nos venimos refiriendo, por ejemplo, en su Introducción al psicoanálisis donde se refiere a “la ilusión de tal cosa como la libertad psíquica […] eso es anticientífico y debe rendirse a la demanda del determinismo cuyo gobierno se extiende sobre la vida mental”. Al decir de C.S. Lewis, esta perspectiva, que convertiría al ser humano en meras máquinas, significaría “la abolición del hombre”, una posición -la de Freud- que adhiere al materialismo filosófico o determinismo que aquí comentamos.

En el epílogo al tercer tomo de su Derecho, legislación y libertad Friedrich Hayek escribe: “Creo que la humanidad mirará nuestra era como una de supersticiones básicamente conectadas con los nombres de Karl Marx y Sigmund Freud. Creo que la gente descubrirá que las ideas más difundidas del siglo XX -aquellas de la economía planificada basada en la redistribución, manejada por arreglos deliberados en lugar del mercado y el dejar de lado las represiones y la moral convencional y seguir una educación permisiva- estaban basadas en supersticiones en el más estricto sentido de la palabra”.

Hans Eyseneck señala en Decadencia y caída del imperio freudiano que “lo que hay de cierto en Freud no es nuevo y lo que es nuevo no es cierto”. Thomas Szasz y Richard LaPierre llegan a la misma conclusión en La ética del psicoanálisis y La ética freudiana respectivamente. Ronald Dabiez en su voluminoso tratado El método psicoanalítico y la doctrina freudiana señala que las ideas que Freud no comparte las considera “neurosis”, lo cual abre las puertas a peligrosas persecuciones bajo el manto del “tratamiento”. Por ejemplo, Dabiez explica que “la actitud de Freud frente a las creencias religiosas ha evolucionado en el sentido de una hostilidad cada vez más acentuada, al menos por la frecuencia de sus manifestaciones, puesto que, para Freud, la equiparación fundamental de la religión a la neurosis obsesiva se encuentra desde 1907″.

Entre las 673 páginas de una de las obras de Richard Webster titulada Why Freud Was Wrong, leemos que “Freud estaba convencido que la mente podía y debía describirse como si fuera parte de un aparato físico […] Freud no realizó ningún descubrimiento intelectual de sustancia […], sus hábitos de pensamiento y su actitud frente a la investigación científica están lejos de cualquier método responsable de estudio”. De este libro escribe James Liberman en el Journal of the History of Medicine que “hasta donde yo sé, es el mejor tratamiento del tema tanto en contenido como en estilo.”

Por otra parte, Lecomte du Noüy destaca en Human Destiny que “de arriba abajo en toda la escala, todos los animales, sin excepción, son esclavos de sus funciones fisiológicas y de sus hormonas y secreciones endoctrinales” pero, con el hombre, “aparece una nueva discontinuidad en la naturaleza, tan profunda como la que existe entre la materia inerte y la vida organizada. Significa el nacimiento de la conciencia y de la libertad […] La libertad no solo es un privilegio, es una prueba. Ninguna institución humana tiene el derecho de privar al hombre de ella”. De cada uno de nosotros depende el resultado de esa prueba y no de pseudodeterminismos del profesor vienés de marras que estarían fuera del ámbito humano.

Lo dicho no es para nada una refutación al psicoanálisis en general ni tampoco pretende negar valiosas ayudas de la psicología al efecto de entender los eventuales problemas de algunas personas y la psiquiatría que apunta a resolver las distorsiones en los neurotransmisores y desajustes químicos en general para lo que Freud en gran medida fue un pionero, de lo cual, como queda dicho, no se desprende que sus conclusiones en buena parte de la materia abordada sean pertinentes ni estén exentas de contradicciones y derivaciones inconvenientes como las señaladas en el presente análisis.

Por todo lo consignado debe subrayarse que la conciencia moral inexorablemente implica la psique como parte sustancial del ser humano de lo cual se deriva el libre albedrío, lo contrario convertiría la libertad en mera ficción.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La gran estafa del impuesto a la herencia

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 8/1/2en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/la-gran-estafa-del-impuesto-a-la-herencia-nid08012022/

¿Quién será el que invierta en un negocio si el resultado no se puede trasmitir total o parcialmente a descendientes? Así se tenderá a vivir al día, sin ahorros

Como es sabido, el Manifiesto Comunista escrito por Marx y Engels en 1848 constituye el documento central de la religión totalitaria de nuestra época. Allí se detallan diez puntos para sabotear y exterminar al sistema capitalista. En su punto tercero se aconseja eliminar la herencia en el contexto de lo que reza ese manifiesto en cuanto a que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada.”

Se ha sostenido que el establecimiento del impuesto a la herencia tiende a igualar a todos en la largada de la carrera por la vida, atenuando las ventajas de nacimiento; y, en el extremo marxista, se nivelaría en un sentido absoluto en aquella metáfora deportista. Se sigue diciendo que esto es justo porque permite que cada uno desarrolle sus potencialidades sin el apoyo del esfuerzo de sus ancestros.

Anthony de Jasay –el célebre profesor de Oxford y probablemente el autor más prolífico y creativo en la tradición de pensamiento liberal– muestra que resulta autodestructivo el ejemplo de la carrera por la vida. Esto es así debido a que el que llega primero en esa contienda verá destruido su esfuerzo, ya que nivelarán a sus descendientes nuevamente en la próxima carrera, puesto que ellos no recibirán nada del esfuerzo de su progenitor debido precisamente a la guillotina horizontal que implica el impuesto a la herencia, sea expropiatorio en su totalidad o de modo parcial, en cuyo caso el resultado abarcará la totalidad o el efecto negativo será sobre una parte.

Es del todo irrelevante para el bienestar de la gente quién es concretamente el que generó una fortuna: si el padre, el abuelo o el mismo titular del momento; el asunto estriba en los resultados y la respectiva gestión administrativa. Si el heredero administra mal, es decir, si en un mercado abierto no da en la tecla con las preferencias de sus semejantes, incurrirá en quebrantos, lo cual significa que transferirá sus recursos a otras manos más competentes. El impuesto a la herencia bloquea, deteriora y desdibuja el antedicho proceso, lo cual se traduce en despilfarro que consume capital y, por ende, contrae salarios e ingresos en términos reales. En este contexto, ¿quién será el que invierta en un negocio si el resultado no se puede trasmitir total o parcialmente a descendientes? Así se tenderá a vivir al día sin ahorros. En otras palabras, el impuesto a la herencia perjudica a toda la economía, pero muy especialmente a los más vulnerables, puesto que las menores tasas de capitalización siempre afectan con más fuerza a los más pobres.

Los estatistas siempre están al acecho para incluir medidas del tipo mencionado, lo cual desafortunadamente en nuestros tiempos incluye a la cabeza de la Iglesia Católica con sus alientos al redistribucionismo del fruto del trabajo ajeno y a los embates de los aparatos estatales. De allí que cuando le preguntaron al actual papa si es comunista, respondió: “Son los comunistas los que piensan como los cristianos” (Roma, La Reppublica, noviembre 11, 2016); y también sus reiteradas declaraciones y documentos varios que la emprenden contra el capitalismo y los mercados libres, al tiempo que alaba a tercermundistas y equivalentes, todo lo cual intensifica la pobreza en grado sumo.

La influencia central en Marx provino de Hegel, quien en su Filosofía del derecho (asunto que alude también en La filosofía de la historia) resume su posición cuando escribe: “El Estado es la realidad de la idea ética; es el espíritu ético […] El Estado es la voluntad divina como espíritu presente.” Esta obra ha sido posteriormente prologada por Marx, donde subraya: “La religión es el sollozo de la criatura oprimida […] Es el opio del pueblo. La eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo es la condición para su felicidad real”. Este andamiaje conceptual ha sido tomado en cuenta por sus seguidores al efecto de demoler desde adentro religiones oficiales, faena realizada principal, pero no exclusivamente por Antonio Gramsci para incorporar adherentes al marxismo.

Un destacado precursor del marxismo fue Robespierre, que en la contrarrevolución francesa expresó en su conocida diatriba del 2 de diciembre de 1793: “Todo lo indispensable para la preservación es propiedad común”.

Es triste que desde el púlpito se aliente lo dicho, puesto que otra influencia decisiva en el pensamiento de Marx fue el determinismo físico en Demócrito, sobre el que trabajó su tesis doctoral. Tal como han explicado, entre muchos, autores como el filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, esa postura niega la existencia de la psique fuera de los nexos causales inherentes a la materia, lo cual imposibilita el libre albedrío, la revisión de nuestros juicios, proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, la responsabilidad individual, la moral y la propia libertad. Esta postura marxista se pone de relieve especialmente en la obra en coautoría con Engels titulada La sagrada familia. Crítica de la crítica crítica (no es una errata, es así el título), en el que aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert, donde mezcla ese tema con ofensas contra el judaísmo –que desarrolla en La cuestión judía–, a pesar de descender de una familia rabínica, aunque su padre cambió de religión al efecto de contar con mayor número de clientes en su bufete de abogado en el contexto del régimen prusiano.

Un buen número de intelectuales se dejaron seducir por el marxismo que recién abandonaron una vez que comprobaron de primera mano los desastres irreversibles que produce. Hoy se suele renegar de la etiqueta marxista, pero se adopta buena parte de sus recetas, lo cual está presente en aulas universitarias, en círculos sindicales, en no pocos medios periodísticos, en ámbitos empresarios, en organismos internacionales financiados por gobiernos y en un número nada despreciable de los libros publicados. Incluso los hay quienes se proclaman abiertamente antimarxistas pero degluten sus principios.

Ha habido y hay fervientes revisionistas que objetan distintos aspectos del marxismo, pero vuelven una y otra vez a sus ejes centrales, como es el caso del impuesto a la herencia. Aparecen marxistas edulcorados que rechazan enfáticamente la violencia, sin percatarse de que está en la naturaleza de todo régimen totalitario el uso sistemático de la fuerza al efecto de torcer voluntades que pretenden operar en direcciones distintas a las impuestas por los mandones de turno.

Hasta se conjetura que el propio Marx se percató de su error, en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1871, que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por eso es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra, tal como nos informa Engels en la introducción al segundo volumen veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el inicio de aquella obra, se abstuvo de publicar, salvo dos textos secundarios: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de París.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Gato por liebre: la notable influencia de Karl Marx

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 4/9/2en: https://www.infobae.com/opinion/2021/09/04/gato-por-liebre-la-notable-influencia-de-karl-marx/

Karl Marx

A pesar de que muchos intelectuales reniegan de la etiqueta marxista, adoptan y suscriben buena parte de sus recetas

En lo que va de la historia de la humanidad no ha habido un pensador que haya influido más en los acontecimientos mundiales que Karl Marx debido a su notable capacidad de penetrar en las áreas más sensibles que han captado la atención de numerosos intelectuales de muy diversas condiciones y profesiones.

La influencia central en Marx provino de Hegel quien en su Filosofía del derecho (asunto que alude también en La filosofía de la historia) resume su posición cuando escribe que “El Estado es la realidad de la idea ética; es el espíritu ético en cuanto a voluntad patente, clara por sí misma, sustancial […] El Estado es la voluntad divina como espíritu presente y que se despliega en la forma real y en la organización de un mundo”. Esta obra ha sido posteriormente prologada por Marx donde subraya que “La religión es el sollozo de la criatura oprimida […] Es el opio del pueblo. La eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad real”. Este andamiaje conceptual se ha tomado en cuenta por sus seguidores al efecto de demoler desde adentro a religiones oficiales, faena realizada principal pero no exclusivamente por Antonio Gramsci para incorporar adherentes en religiosos que puedan absorber la filosofía marxista aun manteniendo el altar (en el caso del Papa Francisco su interés por el comunismo fue despertado primero de muy joven por la doctora Esther Balestrino y luego de ordenado por Monseñor Enrique Angelelli, la primera también entusiasta de Gramsci y el segundo celebraba misa bajo la insignia de los Montoneros).

Un destacado precursor del marxismo fue Robespierre que en la contrarrevolución francesa expresó es su célebre discurso del 2 de diciembre de 1793 que “todo lo indispensable para la preservación es propiedad común” a contracorriente de lo expresado en la declaración de derechos de 1789 en cuanto a “la propiedad un derecho inviolable y sagrado.”

Otra influencia decisiva en el pensamiento de Marx fue el determinismo físico en Demócrito sobre el que trabajó su tesis doctoral. Tal como han explicado entre muchos autores como el filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, esa postura que niega la existencia de la psique fuera de los nexos causales inherentes a la materia imposibilita el libre albedrío, la revisión de nuestros juicios, proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, la responsabilidad individual, la moral y la propia libertad. Esta postura marxista se pone de relieve especialmente en la obra en coautoría con Engles titulada La sagrada familia. Crítica de la crítica crítica (no fue una errata, es así el título) en el que aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert, donde mezcla ese tema con diatribas contra el judaísmo -que desarrolla en La cuestión judía– a pesar de descender de una familia rabínica, aunque su padre cambió de religión al efecto de contar con mayor número de clientes en su bufete de abogado en el contexto del régimen prusiano.

Un buen número de intelectuales se dejaron seducir por el marxismo que recién abandonaron una vez que comprobaron de primera mano los desastres irreversibles que produce no sólo en cuanto a matanzas sino en cuanto a la miseria a la que condena a la población. Hoy se suele renegar de la etiqueta marxista pero se adoptan y suscriben buena parte de sus recetas, lo cual está presente en aulas universitarias, en círculos sindicales, en no pocos medios periodísticos, en ámbitos empresarios, en iglesias, en organismos internacionales financiados por gobiernos y en un número nada despreciable de los libros publicados. Incluso los hay quienes se proclaman abiertamente anti-marxistas pero degluten sus principios.

Como es de público conocimiento, hay ríos de tinta sobre el marxismo respecto a lo cual también he escrito antes para agregar unas gotas a ese caudaloso río, pero dada la entusiasta reincidencia de sus postulados vuelvo a insistir en el tema con otros ingredientes. Ha habido y hay fervientes revisionistas que objetan distintos aspectos del marxismo pero vuelven una y otra vez a sus ejes centrales. Aparecen marxistas edulcorados que rechazan enfáticamente la violencia sin percatarse que está en la naturaleza de todo régimen totalitario el uso sistemático de la fuerza al efecto de torcer voluntades que pretenden operar en direcciones distintas a las impuestas por los mandones de turno.

En la sección 36 del tercer capítulo del Manifiesto Comunista escrito en 1848 por Marx y Engels se consigna el aspecto central de su tesis (que ya habían subrayado en la antes mencionada La ideología alemana): “Pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”Si no hay propiedad privada, no hay precios, ergo, no hay posibilidad de contabilidad, evaluación de proyectos o cálculo económico. Por tanto, no existen guías para asignar eficientemente los siempre escasos recursos y, consecuentemente, no es posible conocer en que grado se consume capital. Y conviene enfatizar que los daños se producen en la medida en que se afecte la propiedad sin necesidad de abolirla.

A este enjambre crucial imposible de resolver dentro del sistema, se agrega el historicismo inherente al marxismo, contradictorio por cierto puesto que si las cosas son inexorables no habría necesidad de ayudarlas con revoluciones de ninguna especie. También es contradictorio su materialismo dialéctico que sostiene que todas las ideas derivan necesariamente de las estructuras puramente materiales en procesos hegelianos de tesis, antítesis y síntesis ya que, entonces, en rigor, no tiene sentido elaborar las ideas sustentadas por el marxismo.

Esta dialéctica hegeliana aplicada a las relaciones de producción pretende dar sustento al proceso de lucha de clases. En este contexto Marx fundó su teoría del polilogismo, es decir, que la clase burguesa tendría una estructura lógica diferente de la de la clase proletaria, aunque nunca explicó en qué consistían las ilaciones lógicas distintas a las aristotélicas ni cómo se modificaban cuando un proletario se enriquecía ni cuando un burgués es arruinado y en qué consiste la estructura lógica de un hijo de un proletario y una burguesa. Sobre las llamadas “clases sociales” me explayaré en una próxima columna.

Las contradicciones son aún mayores si se toman los tres pronósticos más sonados de Marx. En primer lugar, que la revolución comunista se originaría en el núcleo de los países con mayor desarrollo capitalista y, en cambio, tuvo lugar en medio de la pobreza de la Rusia zarista. En segundo término, que las revoluciones comunistas aparecerían en las familias obreras cuando todas surgieron en el seno de intelectuales-burgueses. Por último, pronosticó que la propiedad estaría cada vez más concentrada en pocas manos y solamente las sociedades por acciones produjeron una dispersión colosal de la propiedad tal como en un contexto más amplio hoy explican autores como Anthony de Jasay cuando critican a Thomas Piketty.

En este muy apretado resumen, cabe mencionar que la visión errada de Marx respecto a la teoría del valor-trabajo dio lugar a la noción de la plusvalía. Aquella concepción sostenía que el trabajo genera valor sin percatarse que las cosas se las produce (se las trabaja) porque se les asigna valor y no tienen valor por el mero hecho de acumular esfuerzos (por más que se haya querido disimular el fiasco con aquella expresión hueca del “trabajo socialmente necesario”).

Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la honestidad intelectual de Marx en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1871 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar, salvo dos textos secundarios: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de París.

Lenin era más sagaz que sus maestros ya que nunca creyó que el llamado proletariado podía dirigir y mucho menos gobernar una revolución. Por eso escribió lo que aparece en el quinto tomo de sus obras completas en el sentido que “no es el proletariado sino la intelligentsia burguesa: el socialismo contemporáneo ha nacido en las cabezas de miembros individuales de esta clase”.

Curiosa es en verdad la noción de los marxistas sobre la división del trabajo: Marx y Engels consignan en la antedicha obra sobre la ideología alemana que “en una sociedad comunista, en la que nadie tenga una esfera exclusiva de actividad sino que cada uno pueda formarse en cualquier sector que desee, la sociedad regula la producción general y por tanto se hace posible hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer, criticar después de cenar, como me apetezca, sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico”.

A pesar de esta visión idílica, la violencia está indisolublemente atada al marxismo. Por esto es que en el antedicho Manifiesto comunista se declara que “no pueden alcanzar los objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social”. Marx en Las luchas de clases en Francia en 1850 y al año siguiente en 18 de Brumario condena enfáticamente las propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes en el contexto de una sociedad abierta. Por eso es que Engles también condena a los que consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como ocurrió, por ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El Antidühring sobre el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia.

Parte de la tesis de esta nota estriba en que, mal que les pese a “los progres” y a los “fachos”, la manía de identificar una postura intelectual por la localización geográfica de derecha e izquierda presenta una falsa disyuntiva. La representación más fuerte de las derechas está constituida por el nazi-fascismo. En los hechos, Hitler tomó cuatro pilares del marxismo: la teoría de la explotación, el ataque a la propiedad, el antiindividualismo y la teoría del polilogismo. Por su parte, Mussolini fue secretario del Círculo Socialista y colaboró asiduamente en el periódico Avenire del Lavoratore, órgano del movimiento comunista, época en que sus lecturas favoritas incluían a George Sorel, Kropotkin y la dupla Marx-Engels. Luego fue colaborador del diario Il Populo y director de Avanti. Tal como consigna Gregorio De Yurre en Totalitarismo y egolatría , “era la figura más destacada y representativa del ala izquierdista del marxismo italiano”.

En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con el colectivismo marxista que, abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente.

Entre los autores que han enfatizado las similitudes y parentescos de la izquierda y la derecha se destaca nítidamente Jean-François Revel, quien en La gran mascarada apunta: “No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales”.

Tengamos muy presente como señala el gato por libre el ex marxista Bernard-Henri Lévy en su Barbarism with a Human Face“Aplíquese marxismo a cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”. Respecto de la social democracia de Eduard Bernstein conviene subrayar que a pesar de su revisionismo respecto de Marx, insiste en el redistribucionismo que significa reasignar factores productivos desde las áreas preferidas por los consumidores hacia las deseadas por los aparatos estatales, con lo que el consiguiente derroche de capital reduce salarios e ingresos en términos reales.

Es de interés remontarse a Marx y tomar su noción de ideología como algo enmascarado, un engaño que oculta otros intereses, por ende, en este contexto, se trata de algo falso que encubre intenciones espurias. En esta línea argumental, toda cultura sería ideológica excepto la marxista que sería transideológica. En un sentido más amplio y de acepción más generalizada, un ideólogo es aquel que profesa un sistema cerrado, terminado e inexpugnable. En otros términos, lo contrario al liberalismo que, por definición, está abierto a un proceso de constante evolución.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Alimentos para el alma frente a dos pandemias que azotan

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 7/8/2en: https://www.infobae.com/opinion/2021/08/07/alimentos-para-el-alma-frente-a-dos-pandemias-que-azotan/

En el presente no solo nos enfrentamos al COVID-19, sino también al Leviatán desbocado

Medio siglo sin William Faulkner, maestro de la narrativa moderna | El  Informador
William Faulkner

Días pasados mantuve un mano a mano por Zoom con Miguel Wiñazki organizado y coordinado por Federico Tessore quien preside Inversor Global que recurre a una plataforma muy apropiada para este tipo de conversaciones.

Como dije en esa reunión, las disertaciones de Miguel sobre temas filosóficos son un bálsamo para el espíritu no solo por el contenido de los temas que trata sino por la forma de presentarlos siempre en tren de exploración, sin certezas y con muchos interrogantes que va deslizando en sus muy amenos discursos en un tono de voz que invita a la reflexión sesuda. De modo magistral va desmenuzando posibles respuestas. Se puede o no compartir todo lo dicho pero queda una amable invitación a pensar, a una formidable modalidad contestataria y a mirar los problemas desde muy diversos ángulos en el contexto del método socrático de preguntas clave al efecto de intentar la dilucidación de asuntos intrincados que este autor los convierte en fáciles de asimilar.

En sus cursos trata los temas más variados tales como la envidia, la soberbia, la austeridad, la ética, el posmodernismo, las revoluciones francesa, rusa y norteamericana sin olvidar la nuestra de mayo, escritores como Borges, Sabato, Cortázar y Victoria Ocampo. Un privilegio escucharlo y acompañarlo en sus jugosos laberintos que siempre dejan enseñanzas de gran calibre y convites para seguir discutiendo y escarbando, puesto que como reza el lema de la Royal Society de Londres, nullius in verba, es decir, no hay palabras finales.

Es del caso apuntar que Wiñazki invita a retomar el hilo de la conversación. Borges escribió que el intercambio con Leopoldo Lugones era difícil pues “era asertivo, terminaba sus frases con un punto y aparte. Para seguir conversando había que cambiar de tema. En cambio, Macedonio Fernández concluía con puntos suspensivos para que el interlocutor siguiera indagando”. Miguel pertenece a este último estilo y bien alejado del primero y en la misma sintonía con lo que transcribimos más abajo de la pluma certera del premio Nobel en literatura, William Faulkner.

Sus enseñanzas se perfilan en momentos en que nos azotan dos espantosas pandemias: la del implacable COVID-19 y la del Leviatán desbocado, siendo esta última mucho más peligrosa e incisiva que la primera puesto que mientras aquella afecta el cuerpo la segunda destroza el alma ya que invade lo más sagrado de la persona que es su dignidad.

En nuestro medio asistimos a la caída libre de los valores republicanos: se atropella la Justicia, se amenaza la liberad de prensa, se instaura la impunidad, aumenta sideralmente el gasto público financiado con impuestos insoportables, inflación astronómica y deuda colosal. Los controles a las actividades lícitas son asfixiantes, se intensifica la estafa a los jubilados, se acentúa la apología a regímenes criminales del exterior al tiempo que se niega apoyo a pueblos en rebeldía contra la opresión totalitaria. Con el pretexto de la primera pandemia se instaura la segunda que, como queda dicho, es de características mucho más devastadoras que la primera. En esta línea argumental, hace cinco años publiqué en este mismo medio un comentario elogioso a un libro de Miguel: Crítica a la razón populista.

En este libro el autor resume el discurso populista como un “método para encubrir el saqueo del dinero público”, la “beligerancia respecto a los sectores productivos” y “la pasión loca por monopolizar la palabra” en otros términos “el fin de la razón”, todo inseparable del veneno nacionalista con “Juan Manuel de Rosas como uno de sus fundadores” y un “Papa que tiene muy buenas relaciones con los regímenes populistas latinoamericanos”.

Abrí este intercambio al que ahora nos convocaron con una cuestión que me viene preocupando y que constituye el cimiento de la sociedad libre y sin embargo es desconocido o negado por muchos de los que se dicen partidarios de la libertad. Se trata nada más y nada menos que de comprender que los humanos no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos estados de conciencia, mente o psique, un tema que originalmente comencé a estudiar a raíz de la magnífica obra del filósofo de la ciencia Karl Popper en coautoría con el premio Nobel en neurofisiología John Eccles que lleva el muy sugestivo título de El yo y su cerebro. En este libro y en otros muchos de la nutrida bibliografía hoy disponible, se explica que de no ser así no habría tal cosa como ideas autogeneradas, no podríamos revisar nuestros propios juicios, no distinguiríamos las proposiciones verdaderas de las falsas, no podríamos argumentar (ni siquiera en defensa del materialismo filosófico), no tendría sentido la responsabilidad individual, ni la moral ni la mismísima libertad puesto que seríamos como loros.

El premio Nobel en física Max Plank distingue entre causas en las ciencias naturales y motivos en las ciencias sociales, del mismo modo que hacen los filósofos Antony Flew, John Hospers y Juan José Sanguineti. Por su parte, Howard Robinson explica que cualquier profesional competente puede investigar, comprobar y detectar todo lo físico en un ser humano que, por así decirlo, es de acceso público pero los deseos y pensamientos son de exclusivo acceso del titular. Es de lamentar -decía yo en ese intercambio con Miguel- que no pocos desconocen aspectos que cubren territorios como el derecho (que se base en las autonomías individuales), la psicología y conexas (a pesar de la genealogía en cuanto a que significa el estudio de la psique) y la economía (sustentada en la elección libre).

Miguel estuvo de acuerdo con esta preocupación y subrayó que el enfoque que refuta al materialismo filosófico “conjuga la libertad” puesto que “las ideas son la libertad misma”. Agregó en ese contexto que aquellas concepciones que operan a contracorriente de la libertad, es decir, los populismos, no solo tienen bases filosóficas endebles sino que arremeten contra los derechos de las personas. Así en nuestro medio clasifica el populismo normal, el originario del peronismo clásico y el corporativismo fascista, el populismo sanguinario de los setenta y lo que denomina el populismo posnormal que se sustenta en la propaganda y en la reiterada y persistente tentativa de invertir y contradecir los hechos en “un relato farsesco”. Pero este último esquema tiene la contracara de posibles refutaciones vía las redes sociales y sus equivalentes, lo cual para nada quiere decir que todo lo que sucede en estos nuevos medios tecnológicos sean susceptibles de alabanza puesto que aparecen mensajes agresivos rodeados de lenguaje insustancial pero que se mezclan con la trasmisión de ideas de valor.

Este análisis Wiñazki lo vincula a las propuestas de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en cuanto a que estos autores sostienen la necesidad de la confrontación como sistema y a la negación de la forma republicana que consideran una utopía que le da entrada a “los poderes hegemónicos” lo cual alejaría de su ideal en verdad totalitario.

Por mi parte, sugerí algo que he detallado antes en distintos medios que es la imperiosa necesidad de abrir un debate entre quienes adhieren a los valores y principios de la sociedad libre en cuanto al urgente establecimiento de nuevos límites al abuso del poder. En este plano de análisis, esto es necesario porque se está disfrazando como democracia de contrabando convirtiéndola en aquello que es en realidad una cleptocracia, a saber, gobiernos de ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida. Como se ha reiterado antes, se está contradiciendo lo dicho por los Giovanni Sartori de nuestra época en cuanto a concluir que la parte medular de la democracia consiste en el respeto de los derechos de la gente y la parte formal es el recuento de votos. Pero resulta que henos aquí que se han invertido los roles y lo secundario ha pasado a ser principal y lo medular se ha borrado de la agenda.

Finalmente mi interlocutor destacó su preocupación por algunas trifulcas entre miembros de la oposición en momentos en que nos encontramos en nuestro país frente al precipicio. Subrayó la relevancia de proponer proyectos que modifiquen sustancialmente la dirección por la que se vienen encaminando los gobiernos argentinos desde hace muchas décadas, de lo contrario nos esperará el horrible cuadro de situación venezolano.

Antes he consignado con satisfacción y ahora reitero los nombres que menciono a continuación con quienes he mantenido un mano a mano en recintos universitarios, centros culturales, programas televisivos o por Zoom (todos se encuentran en Youtube) a los que ahora se agrega la impronta de Miguel Wiñazki, esas personas son: Loris Zanatta, Antonio Escohotado, Santiago Kovadloff, Javier Milei, Gloria Álvarez, Carlos Alberto Montaner, Ricardo Lopez Murphy, Juan José Sebreli, Agustín Laje, Marcos Aguinis, Álvaro Vargas Llosa, Axel Kaiser, Cayetana Álvarez de Toledo, Luis Pazos, Carlos Rodríguez Braun, Álvaro de Lamadrid y Jorge Fernández Díaz.

Todos ellos estoy seguro comparten conmigo la muy sabia recomendación que hemos anunciado al abrir esta nota periodística formulada por el notable Faulkner que constituye una guía de conducta dicha por ese maestro de la narrativa, de los diálogos interiores, de las frases largas y los flash-backs, expresada en 1956 en una entrevista administrada por Jean Stein: “Nunca hay que estar satisfecho con lo que se hace. Nunca es tan bueno como podría serlo. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que es posible hacer. No hay que preocuparse simplemente por ser mejor que los contemporáneos o que los predecesores. Hay que tratar de ser mejor que uno mismo”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Para el momento: buenos consejos de un psicólogo de fuste

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 10/02/21 enhttps://www.infobae.com/opinion/2021/02/13/para-el-momento-buenos-consejos-de-un-psicologo-de-fuste/

Los textos de Nathaniel Branden son un canto a la libertad y al consiguiente respeto recíproco en el contexto de la invalorable institución de la propiedad, los mercados abiertos y gobiernos con poderes estrictamente limitados

Nathaniel Branden

Nathaniel Branden

Se trata de Nathaniel Branden (1930-2014), doctorado en psicología, asesor de centros médicos estadounidenses de primera línea, consultor muy requerido, conferencista en múltiples tribunas universitarias y autor de numerosos ensayos en revistas académicas y libros de gran difusión.

El tema central de este autor remite a la más cuidada y escrupulosa consideración por las autonomías individuales y la consiguiente dignidad del ser humano, tan denostadas en nuestra época que bajo los más diversos pretextos inauditos degradan e invalidan la naturaleza del hombre.

Dado el espacio disponible, resumiré las reflexiones de este autor en cuatro capítulos referidos a sendos territorios sobre los que Branden pone de manifiesto sus consejos y elaboraciones del caso.

Un primer consejo estriba en no separar las emociones de la razón. Este tema lo aborda detenidamente en The Psychology of Self Esteem y lo vuelve a reproducir como apéndice en The Disowned Self. Es común el error de sostener que el ser humano no es sólo razón sino también emoción como si se tratara de dos fenómenos independientes de una naturaleza dual. Pues bien, Branden explica que las emociones son la consecuencia de haber archivado deliberadamente o no en el subconsciente valores y desvalores que orientan las sensaciones de aprecio o rechazo. No podríamos sobrevivir si todo estuviera en el foco de nuestra atención, los archivos subconscientes nos permiten actuar sin esa necesidad al efecto de abrir espacios nuevos para el consciente. Imaginemos la imposibilidad de hablar si cada vez tuviéramos que aprender el idioma o si al jugar al tenis tuviéramos que meditar sobre el resultado de cada tiro. Cuando tenemos la sensación de proximidad o de incomodidad con alguien sea de modo implícito o de manera explícita es debido a nuestra carga anterior de valores y desvalores. La razón entonces juega siempre un rol clave e indelegable.

Un segundo consejo de gran envergadura aparece en “Free Will, Moral Responsability and the Law” publicado en The Libertarian Alternative editado por Tibor Machan, donde refuta magistralmente el determinismo que estima es la meta “más importante en cualquier estudio del hombre” puesto que si el determinismo fuera correcto “ningún conocimiento sería posible para el hombre. Ninguna teoría podría reclamar mayor veracidad que cualquier otra, incluyendo la teoría del determinismo psicológico” y “si el hombre no tuviera libertad de elección, ningún poder sobre sus acciones, entonces la ética y el derecho serían las dos primeras ciencias que debieran abandonarse” ya que “una mente que no es libre de validar sus conclusiones no tiene forma de diferenciar lo lógico de lo ilógico […] una máquina no razona.”

Como una nota al pie consigno que en este contexto del materialismo filosófico irrumpe una inconsistencia en algunos de los escritos de Branden al aludir a la “enfermedad mental” puesto que como, entre muchos otros, señala el médico-psiquiatra Thomas Szasz en El mito de la enfermedad mental, desde el punto de vista de la patología una enfermedad es una lesión de tejidos, células o cuerpos pero las ideas no están enfermas, se trata más bien de desajustes en los neurotransmisores, la sinapsis o temas químicos en general en el cerebro (en este sentido vuelvo a recordar la obra en coautoría del filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles que lleva el sugestivo título de El yo y su cerebro).

Un tercer consejo queda estampado en el libro de Branden titulado Taking Responsibility donde señala las contradicciones de Freud, Marx y Skinner (este último referido a su libro que lleva un título en el que abiertamente confiesa su cometido: Beyond Freedom and Dignity). Nathalien Branden escribe en este libro que el “individualismo enseña que la persona tiene el derecho de existir para sí misma. Ve la ayuda a otros como un acto de benevolencia, no como un deber sino como una elección, no como una hipoteca con la que se nació. El colectivismo rechaza la noción de los derechos individuales. No trata al individuo sino a lo colectivo, al grupo, a la tribu como unidades morales a la que el individuo debe subordinarse […]. El individualismo sostiene que la principal responsabilidad que uno debe a otros es el respeto a sus derechos y libertades”. En esta línea argumental es pertinente aclarar que según el diccionario “altruismo” significa hacer el bien a costa del propio bien lo cual es una contradicción superlativa puesto que todos los seres humanos actúan según lo que más les interesa -en verdad una perogrullada o tautología-, de lo contrario no actúa, lo hace porque le interesa proceder en esa dirección, le hace bien ya sea un acto ruin o bondadoso, por lo tanto es imposible actuar en libertad “a costa del propio bien”.

Por último, un cuarto consejo se deduce de su libro Honoring the Self sobre el cual en su momento tuve el gusto de intercambiar correos electrónicos con Branden en los que mostró su generosidad para reiterar algunos conceptos esclarecedores. En ese trabajo el autor despliega toda su potencialidad intelectual para apuntar al valor del interés personal en “la realización espiritual” (“spiritual fulfillment”) y que por tanto la felicidad es el objetivo de todos los seres humanos por lo que “en cada instancia de nuestra vida debemos confrontarnos con la pregunta decisiva ¿debo honrarme o traicionarme?” y “honrar a uno mismo es pensar con independencia, vivir según nos dicte nuestra mente y tener el coraje de nuestras percepciones […] honrarse es vivir con autenticidad y hablar y actuar según nuestras convicciones”. Sigue diciendo que “las personas que más se admiran son aquellas que perseveran en la fe de su visión sin necesidad de la comprensión de otros, sin su aprobación y aplauso, de hecho, la mayor parte de las veces con la oposición y hostilidad de otros”. Todo lo cual no significa caer en “la arrogancia que es la sobredimensión de las propias habilidades” y la incapacidad de escuchar otros argumentos que permiten ensanchar los propios conocimientos y corregir los errados ya que el conocimiento es en última instancia un peregrinar en busca de algo de tierra fértil en donde sostenernos en el mar de ignorancia en que nos desenvolvemos en la mayor parte de los asuntos y lo poco que conocemos lo debemos pulir permanentemente.

El doctor Branden comenzó a interesarse en la filosofía de la libertad a través de Ayn Rand pero finalmente se apartó por razones que no es del caso detenerse en esta nota periodística -una separación que decidió Branden y que produjo una ira tal en Rand que nunca pudo absorber ni comprender, lo cual la condujo a pasar de considerarlo un genio a todo tipo de infundios y de injustificadas descalificaciones. En todo caso consignamos que Rand si bien ha realizado contribuciones muy importantes, tenía un rasgo marcadamente dogmático y aceptaba juicios con ribetes inquisitoriales que la colocaron en una posición anti-Popper en su eje central: negar que el conocimiento tiene la característica de la provisionalidad abierto a refutaciones lo cual, demás está decir, nada tiene que ver con la incoherencia del relativismo epistemológico. En el último de los libros mencionados de Branden subraya que “difiero con ella [Ayn Rand] en una serie de puntos filosóficos” que describe en detalle en “Benefits and Hazards of the Philosophy of Ayn Rand: A Personal Statement” en el Journal of the Association for Humanistic Psychology, todo lo cual no significa para nada desconocer los beneficios que aportan las contribuciones de Rand que bien destaca el autor de marras en ese mismo trabajo y en otros.

En este ensayo y en otras presentaciones Branden -que a juicio de Rand antes de la antedicha separación estimaba que él era “la persona que mejor comprende mi filosofía”- se refiere a Rand en lo que en su opinión tiene rasgos de una “moral destructiva”, que “confunde la razón con lo razonable”, que “no entendió el significado del misticismo a que tanto se refiere”, que “no comprendió la teoría de la evolución”, que “descuidó aspectos psicológicos” que “sus obras contienen elementos contradictorios” y que “no propicia una mente crítica” puesto que, como queda dicho, “propició el dogmatismo”, todo lo cual, como también queda expresado, no significa desconocer sus aportes de inmenso valor si se saben calibrar adecuadamente en manos de quienes detestan el fanatismo de toda especie y son conscientes de la trascendencia de la diversidad y productividad de enfoques en base al respeto recíproco. Para apreciar contribuciones es indispensable dejar por completo de lado lealtades incondicionales, cultos a la personalidad, religiones laicas y sofocantes alabanzas por parte de quienes caen en las trampas y aberraciones de lo mismo que airadamente dicen combatir. La vida intelectual es más pacífica, tranquila e interesante y sabe decantar aciertos y errores propios y ajenos, disfruta de intercambios enriquecedores sin la actitud irracional y tóxica de quienes condenan con dedos levantados y gestos de guerra al más mínimo desplazamiento de sus pequeñas, terminadas, mezquinas y alambradas concepciones y sabe mirar en distintas direcciones sin temor al contagio.

En esta última línea argumental, se han escrito ríos de tinta sobre las antes referidas características que no deben permitir que se pierda de vista el mensaje de libertad en la crucial faena randiana, entre los que cabe destacar el libro por David Kelly The Contested Legacy of Ayn Rand y el ensayo de Murray Rothbard “The Sociology of the Ayn Rand Cult”, y a pesar de las muy saludables influencias de las novelas de Rand para introducir a la trascendencia del individualismo, hay escritores como Mario Vargas Llosa que estima que son “mamotretos narrativos” y “novelas ilegibles” (en “El regreso del idiota”).

En cualquier caso, los textos de Branden son un canto a la libertad y al consiguiente respeto recíproco en el contexto de la invalorable institución de la propiedad, los mercados abiertos y gobiernos con poderes estrictamente limitados a la protección de los derechos que son anteriores y superiores a la existencia del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno, a contramano de lo que en gran medida viene ocurriendo donde los gobernantes se constituyen en megalómanos que aplastan derechos. Fue un meticuloso estudiante de Eugen Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises y de los filósofos más relevantes con amplitud de miras de gran fertilidad y provecho -su primer contacto con un filósofo profesional fue vía la lectura de trabajos de Bertrand Russell.

La razón es el instrumento esencial del ser humano, lo cual no quiere decir que la infalibilidad sea la característica de los mortales, por eso resulta tan vital la libertad de expresión a los efectos de maximizar los intercambios y debates de ideas para mejorar, ya que los humanos nunca llegamos a una meta final y estamos siempre en proceso y en ebullición en un contexto evolutivo para incorporar verdades que son la correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado. Por eso una vez más digo que el lema de la Royal Society de Londres me atrae tanto: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales. Y también en estas lides tener muy presente el proverbio latino: ubi dubium ibi libertas (donde hay duda hay libertad: si todo estuviera rodeado de certezas anticipadas la elección resultaría superflua, este es el sentido del dictum de Emmanuel Carrère en cuanto que “lo contrario a la verdad no es la mentira sino la certeza” pues así considerada bloquea ulteriores indagaciones para incorporar verdades). No es para renunciar a lo conocido al momento, es para sostener mentes despejadas de telarañas y mantener el suspenso al efecto de detectar nuevos paradigmas. En esta misma línea argumental es que Popper muestra que en la ciencia no hay tal cosa como verificaciones sino solo corroboraciones provisorias.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El fuero interno de un liberal: Una nota

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 21/9/20 en: https://independent.typepad.com/elindependent/2020/09/el-fuero-interno-de-un-liberal-una-nota.html

Estoy hablando de mi persona. En mis libros, ensayos y artículos he centrado mi atención en el aspecto medular de la tradición de pensamiento liberal, es decir, en el respeto recíproco como marco de referencia indispensable para la convivencia civilizada. Parece increíble que mis grandes maestros hayan destinado tomos y tomos para explicar la trascendencia del respeto.

Hace tiempo en uno de mis primeros libros fabriqué una definición que veo con satisfacción que algunos distinguidos colegas la citan: “el liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida de otros”. Y cuando decimos respeto para nada estamos significando adhesión,  respeto proviene de respectus en cuanto a consideración, en nuestro caso la improcedencia de recurrir a la fuerza para modificar los proyectos que no compartimos. Más aun, subrayamos que la prueba clave de tolerancia es cuando estimamos que el proyecto del prójimo nos parece detestable. Siempre que no se vulneren derechos de otros, todos deben tolerarse aunque, repetimos, la expresión respeto es más adecuada que tolerancia puesto que esta última tiene cierto tufillo inquisitorial en el sentido que perdonamos a otros que están equivocados.

En este contexto debe precisarse que el liberalismo centra su atención en las relaciones interindividuales, por eso juristas de la talla de Gerog Jelliek sostenían que “el derecho es un mínimo de ética” al efecto de subrayar que el territorio  ético es mucho más amplio y abarca la conducta personal de cada uno, una esfera que, como queda dicho, no le incumbe al liberalismo.

Lo consignado desde luego no significa que el individuo liberal esté vacío de valores (o desvalores) y, por tanto, tampoco significa que no critique concepciones que no comparte. Como es sabido, las críticas cruzadas constituyen la herramienta fundamentalísima para el progreso que inexorablemente implica el contraste y la  refutación de conocimientos.

En mis textos he citado repetidamente a los grandes maestros del liberalismo pero en esta nota aludo a mi fuero interno. Tengamos presente que cada uno de los seres humanos somos únicos, irrepetibles en toda la historia de la humanidad de modo que la estructura axiológica y la consiguiente filosofía de cada uno cuanto más se indaga se comprueba que es especial y particular y no calza en ninguna etiqueta pues de todas ellas cada cual extrae sus acuerdos y rechaza los desacuerdos para transformarla en la referida unicidad. Incluso como estamos en un proceso evolutivo, pretendemos que nuestras conclusiones mejoren a medida que nos percatamos de errores anteriores. Y en un plano más amplio, si queremos darle un nombre a nuestra postura esta es del autorrespeto en el sentido de esforzarnos por actualizar nuestras potencialidades en busca del bien y así poder mirarnos al espejo con la tranquilidad de conciencia de haber hecho lo mejor y corregir lo que no hagamos bien.

Finalmente, para mencionar al correr de la pluma los autores que en mi caso me han inspirado para mi fuero interno en cuanto al cultivo de valores, distintos de los tantos que me han inspirado para la noble tradición liberal que está en ebullición permanente donde se descubren nuevos horizontes, por eso me resulta tan atractivo el lema de la Royal Society de Londres: nulllius in verba, esto es, no hay palabras finales en esta navegación permanente por los mares de la aventura del pensamiento.

Por lo que pudiera interesar, como una muestra, algunos de los autores que alimentan mi fuero interno que no centran su atención en el respeto interpersonal sino que extienden sus consideraciones al campo intrapersonal son Viktor Frankl, Gustave LeBon, Lecomte du Noüy, José Ortega y Gasset, Franz Brentano, Paul Johnson, Hannah Arent, John Eccles, Frederick Copleston, Aldous Huxley, Miguel de Unamuno, Ernst Gombrich, Leonard Read, Spencer Wells, Edward Flannery, Elisabeth Kübler-Ross, Helmut Schoeck, Antony Flew, Juan de Mariana, Sto. Tomás de Aquino, Ismael Quiles, Juan José Sanguineti, John Powell, Keith Ward.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Una oportunidad para reflexionar sobre la libertad

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 9/5/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/05/09/una-oportunidad-para-reflexionar-sobre-la-libertad/

 

Al efecto de sacar alguna partida de los aislamientos debido a la pandemia que a todos nos afecta en nuestras actividades diarias, es del caso reflexionar acerca de un aspecto que forma parte de las conclusiones fundamentales de innumerables autores. Como con todos los escritores prolíficos, hay asuntos en los que uno concuerda y otros con los que discrepa. Eso ocurre con nuestros propios escritos ya que, leídos a la distancia, nos percatamos de que podríamos haber mejorado la marca, sea en la redacción o en el contenido. Por eso es que Jorge Luis Borges, citándolo a Alfonso Reyes, decía que como no hay tal cosa como un texto perfecto: “Si no publicamos, nos pasaríamos corrigiendo borradores”. Habiendo dicho esto, observamos que tradicionalmente ha habido gran coincidencia en el eje central de la condición humana, pero de un tiempo a esta parte han aparecido quienes rechazan el eje central de dicha condición.

De entrada digamos que el aspecto medular al que nos referimos remite al libre albedrío, a la libertad, esto es a la capacidad de razonamiento independiente, de ideas autogeneradas, de la posibilidad de distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, de la responsabilidad individual y de la conducta moral. En otros términos, que no estamos determinados por los nexos causales inherentes en los kilos de protoplasma sino que tenemos mente, psique o estados de conciencia diferenciados del cerebro material.

De cualquier manera, en sentido contrario, el autor que con más peso ha abierto cauce al materialismo, esto es la negación del atributo medular de la condición humana, ha sido Burrhus F. Skinner a través de sus múltiples trabajos, de modo especial en su obra que lleva el sugestivo y franco título de Más allá de la libertad y la dignidad, aunque esta postura se remonta a Demócrito (sobre el que Marx hizo su tesis doctoral). En nuestros días tal vez los autores que también mejor representan la postura abiertamente opuesta a la existencia del libre albedrío son Yuval Harari y Steven Pinker (he escrito separadamente y en detalle sobre ambos en textos titulados respectivamente “Un académico best-seller” y “La Ilustración a pesar de Steve Pinker”, donde destaco las críticas severas en el tema que estamos tratando y simultáneamente computo sus fértiles contribuciones en otras áreas).

Es de una muy llamativa curiosidad que haya quienes se consideran parte de la tradición de pensamiento liberal que producen obras muy recomendables, sólidas y sofisticadas pero que no se involucran en el debate que marcamos en estas líneas y, más aun, incluso en algunos casos rechazan la importancia y trascendencia de este tema como parte sustancial de los cimientos de la libertad con lo que en última instancia todo el edificio de la sociedad libre se derrumba. Están desafortunadamente impregnados de cientificismo, un término acuñado para señalar la falsa ciencia y la ausencia de rigor científico que en este caso se conjuga con el materialismo filosófico.

Para entrar en materia, digamos algo respecto a la llamada inteligencia artificial -un oxímoron- que es fruto de una mala interpretación y no simplemente una cuestión semántica. Debe destacarse la relevancia de la naturaleza humana que se diferencia de un aparato inerte. Por una parte, inteligencia deriva de inter-legum, esto es leer adentro, captar significados o la esencia de lo observado cosa que la materia está imposibilitada de hacer y por otro lado y más importante aun, la inteligencia demanda capacidad de decisión, libertad, libre albedrío puesto que si está determinada por los nexos causales inherentes a la materia no hay posibilidad de elección independiente, hay programación inexorable.

La inteligencia del ser humano procede de que no solo se trata de kilos de protoplasma sino de psique, mente o estados de conciencia que permiten revisar los propios juicios, ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, voluntad independiente, responsabilidad individual y moral. Si los humanos fuéramos aparatos programados, la libertad se tornaría en mera ficción.

Fredrick Copleston detalla “las incoherencias del determinismo”, Emanuel Kant sostiene que uno de los puntos más relevantes en filosofía consiste en mostrar “la libertad de la voluntad” y George Gilder asevera: “En a ciencia de la computación persiste la idea de que la mente es materia. En la agenda de la inteligencia artificial esa idea ha comprometido una generación de científicos de la computación en torno a la forma más primitiva de superstición materialista”.

La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Hoy en día hay quienes se consideran “modernos” al sostener que en definitiva los humanos somos aparatos complejos pero aparatos al fin. Creen que recurriendo a la complejidad pueden zafar de la contradicción de una racionalidad irracional o de la libertad sin libre albedrío. En definitiva convierten la llamada sociedad libre en mera ficción. Destruyen los cimientos de la responsabilidad individual y del sentido moral puesto que sin seres libres no hay tales cosas.

Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano es pura materia que en ese caso no elige, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, puro materialismo filosófico. Este autor concluye que “quien diga que todas cosas ocurren por necesidad no puede criticar al que diga que no todas las cosas ocurren por necesidad, ya que ha de admitir que la afirmación también ocurre por necesidad” y agrega que “si nuestra opiniones son resultado distinto de libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta”.

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual -lo cual es propio del materialismo- naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad”.

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye: “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

Antes nos hemos referido a este tema, pero se hace necesario reiterar los ejes centrales de este problema crucial debido a la creciente difusión de la posición contraria. Dada la importancia del tema y de la perseverancia de la contracorriente que surge a la vuelta de cada esquina, se torna necesario machacar en la esperanza de que resulte clara la urgencia de aludir al mismísimo sustento de la sociedad libre.

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck que en este contexto afirma: “Se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo” puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´. Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

A pesar de lo que dejamos consignado, aflora la visión opuesta en alguna parte teñida de posmodernismo que irrumpe con fuerza a partir de la sublevación estudiantil de mayo de 1968 en París y encuentra sus raíces en autores como Nietzsche y Heidegger. Los posmodernistas acusan a sus oponentes de “logocentristas”, rechazan la razón, son relativistas epistemológicos (lo cual incluye las variantes de relativismo cultural y ético) y adoptan una hermenéutica de características singulares, también relativista, que, por tanto, no hace lugar para interpretaciones más o menos ajustadas al texto.

También antes nos hemos referido en detalle al experimento del matemático Alan Turing refutado por el filósofo John Searle en lo que denominó “el experimento del cuarto chino”. Ahora solo resumo telegráficamente diciendo que en este jugoso intercambio quedó demostrada una vez más la diferencia fundamental -de naturaleza, no de grado- entre los programas de los ordenadores y la mente humana.

Como apuntamos al abrir esta nota periodística, el coronavirus nos tiene alejados unos de otros. En medio de la desgracia, esto puede servir para masticar y digerir lo dicho en dirección a reforzar los valores y principios de la libertad que es lo que nos otorga dignidad y nos permite desenvolvernos en la vida al elegir, preferir y optar entre distintos medios para la consecución de fines apetecidos.

Mención aparte claro está es la forma en que se usa la libertad. Después de haber leído casi todo lo publicado por Viktor Frankl y sin dejar de reconocer lo dicho más arriba sobre la imposibilidad de concordar en todo con autores que han generado producciones en gran escala, estimo que puede resumirse su filosofía de la logoterapia en tres capítulos. En primer lugar, su consejo de descubrir el sentido de nuestra vida (no fabricar, sino descubrir, hurgar en nuestro interior) lo cual se concreta en proyectos que una vez logrados deben sustituirse por otros al efecto de mantenerse vital. En segundo término, el percatarse que lo relevante no es la extensión del diámetro que abarca nuestro proyecto sino la calidad y la nobleza con que rellenamos el círculo. Y por último, Frankl hace un correlato con el entretenimiento que más lo atraía: el alpinismo en cuyo contexto dice que igual que en la vida no mira el precipicio que lo rodea ni se pone ansioso con la distancia que le falta recorrer para llegar a la cima, sino centrar la atención concretamente en cual es el próximo paso y donde colocará el pie para avanzar al objetivo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La historia del liberalismo en diez capítulos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/28/la-historia-del-liberalismo-en-diez-capitulos/

 

A raíz de la Constitución de Cádiz de 1812 es que se usó por primera vez como sustantivo la expresión “liberal” y a los que se opusieron les endilgaron el epíteto de “serviles”, una carta constitucional que sirvió de antecedente para algunas que incorporaron igual tradición de pensamiento, entre otras, la argentina de 1853. Hasta ese momento el término liberal era utilizado en general como adjetivo, esto es, para referirse a un acto generoso y desprendido. Adam Smith empleó el vocablo en 1776 pero, como se ha observado, no en carácter de bautismo oficial como el referido sino como algo accidental de la pluma y al pasar aludiendo muy al margen a un “sistema liberal”.

Aquel documento, a contracorriente de todo lo ocurrido en la España de entonces, proponía severas limitaciones al poder y protegía derechos clave como la propiedad privada. En lo único que se apartaba radicalmente del espíritu liberal era en materia religiosa puesto que en su doceavo artículo se pronunciaba por la religión católica como “única verdadera” y con la prohibición de “el ejercicio de cualquier otra”, con lo cual proseguía con el autoritarismo español en esta materia desde que fueron expulsados y perseguidos los musulmanes de ese territorio que tanto bien habían realizado durante ocho siglos en materia de tolerancia religiosa, filosofía, arquitectura, medicina, música, agricultura, economía y derecho.

De cualquier manera la mencionada sustantivación del adjetivo abrió las puertas a una perspectiva diferente en línea con la iniciada por la anterior revolución estadounidense que dicho sea de paso afirmaba lo que se denominó “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre la las Iglesias y el poder político. Aquella perspectiva liberal española estuvo alimentada por pensadores que constituyeron la segunda versión de la Escuela de Salamanca (más adelante nos referiremos a la primera, conocida como la Escolástica Tardía). Jovellanos -si bien murió poco antes de promulgada la Constitución del 12- tuvo una influencia decisiva: fundó en Madrid la Sociedad Económica y tradujo textos del antes mencionado Adam Smith, Ferguson, Paine y Locke.

Decimos que esta reseña se fabrica como decálogo porque estimamos que la historia del liberalismo puede dividirse en diez capítulos aunque no todos signifiquen tiempos distintos ya que hay procesos intelectuales que ocurren en paralelo.

Pero antes de esta reseña telegráfica a vuelo de pájaro, es de interés subrayar una triada que conforma aspectos muy relevantes a nuestro propósito. En primer lugar, un sabio consejo de Henry Hazlitt en su primer libro publicado cuando el autor tenía 21 años, en 1916, reeditado en 1969 con un epílogo y algunos retoques de forma, titulado Thinking as a Science en el que subraya los métodos y la importancia de ejercitarse en pensar con rigor y espíritu crítico en lo que se estudia al efecto de arribar a conclusiones con criterio independiente.

En segundo término, es del caso recordar que el liberalismo está siempre en ebullición, no admite la posibilidad de llegar a metas definitivas sino de comprender que el conocimiento está compuesto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones para, en un contexto evolutivo, captar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que estamos envueltos.

Por último, es necesario subrayar que los liberales no somos una manada por lo que detestamos el pensamiento único y, por ende, en su seno hay variantes y debates muy fértiles puesto que no hay tal cosa como popes que dictaminan que debe y que no debe exponerse o con quien relacionarse.

Hecha esta introducción veamos los diez capítulos principales de la tradición de pensamiento liberal, de más está decir sin la pretensión absurda de mencionar a todos quienes han contribuido a esta rica corriente intelectual lo cual demandaría una enciclopedia y no una nota periodística.

Primero Sócrates, quien remarcó la idea de la libertad y las consecuentes autonomías individuales. Hijo de un escultor y una partera por eso decía que su inclinación siempre fue la de “parir ideas” y de “esculpir en el alma de las personas en lugar de hacerlo en el mármol”. Su muerte constituyó una muestra cabal de la degradación de la idea de la democracia: las votaciones para su exterminación fueron de 281 contra 275: por una mayoría de 6 votos se condenó a muerte a un filósofo de setenta años por defender valores universales de justicia.

En sus diálogos insistía en la importancia de sabernos ignorantes y de someter los problemas a la duda y a la confrontación de teorías rivales, en que un buen maestro induce y estimula las potencialidades de cada uno en busca de la excelencia (areté), crear curiosidades, fomentar el debate abierto y mostrar el camino para el cultivo del pensamiento a través de preguntas (la mayéutica) que abren las puertas al descubrimiento de órdenes preexistentes. En este contexto, el relativismo epistemológico es severamente condenado como un grave obstáculo al conocimiento de la verdad. También que el alma (psyké) como la facultad de adquirir conocimiento y la virtud como salud del intelecto (“la virtud es el conocimiento” era su fórmula preferida) y la desconfianza al poder y la prelación del espíritu libre.

Segundo, el derecho romano y el common law inglés como un proceso de descubrimiento y no de ingeniería social o diseño en el contexto de puntos de referencia o mojones extramuros de la norma positiva.

Tercero, la antes mencionada Escolástica Tardía del siglo XVI que se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, precursores agraciados de los valores y principios de la libertad económica y jurídica. Sus expositores más eminentes fueron Juan de Mariana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Tomás de Marcado, Luis Saravia de la Calle y Diego Covarrubias.

Cuarto, Algernon Sidney y John Locke en lo que respecta al origen de los derechos, especialmente el de propiedad, el derecho a la resistencia a la opresión y la consecuente limitación al poder político, temas complementados en el siglo siguiente con una mayor precisión sobre la división de poderes expuesta por Montesquieu al tiempo que vuelve sobre aquello de “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.

Quinto, la Escuela Escocesa integrada por Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y sus predecesores Carmichael y Hutcheson que contribuyeron en la edificación sustancial de los cimientos del orden espontáneo de la sociedad libre, en sucesivos alumbramientos de un proceso que no cabe en la mente de ningún planificador puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso, por lo que al intentar dirigir vidas y haciendas ajenas se concentra ignorancia.

Sexto, los textos de Acton y Tocqueville y más contemporáneamente Wilhelm Röpke que también la emprendieron contra los abusos del poder con énfasis en las manías del igualitarismo y la trascendencia de los valores morales. En esta etapa deben agregarse los nombres de los decimonónicos Burke, Spencer, Bentham, Mill padre e hijo, Constant, Jevons y Say en el nivel académico y Bastiat como un distiguido personaje en la difusión de las ideas liberales.

Séptimo, la Escuela Austríaca iniciada por la teoría subjetiva desarrollada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk aplicada a la teoría del capital y el interés. Retomó esta tradición Ludwig von Mises quien le dio un giro copernicano a la economía abarcando todos los aspectos de la acción humana en contraste con los enfoques neoclásicos y marxistas, al tiempo que demostró la imposibilidad de evaluación de proyectos y cálculo en una sociedad socialista. Un destacado discípulo de Mises fue Friedrich Hayek cuya obra, de modo sobresimplificado y al solo efecto de ilustrar, puede dividirse en tres segmentos. El primero referido a su opinión en cuanto a que la administración del dinero es una función indelegable del gobierno, en el segundo propone la privatización del dinero y en el tercero confiesa haber tenido otro shock como cuando estudió bajo la dirección Mises (que lo apartó de sus simpatías por la Sociedad Fabiana) al leer y comentar uno de los libros de Walter Block. En esta misma escuela sobresalen los trabajos de Israel Kirzner en los que señala los errores del llamado modelo de competencia perfecta que opera a contramano de la explicación del mercado como proceso y no uno de equilibrio, también los de Machlup en cuanto a la metodología de las ciencias sociales, de Haberler que resumió la teoría del ciclo, Dietze, Jouvenel y Leoni en el campo jurídico e incluso en el ámbito de las ciencias médicas y afines Roger J. Williams y Thomas Szasz.

Octavo, las escuelas de Law & Economics y de Chicago lideradas respectivamente por Aaron Director (quien convenció a los editores que publicaran Camino de servidumbre de Hayek) y Simons, Knight, Milton Friedman, Stigler y Becker, junto al Public Choice de Buchanan y Tullock. En paralelo, el importantísimo rol de los incentivos desarrollados por Robbins, Plant, Hutt, Demsetz, North y Coase.

Noveno, dentro de sus muchos aportes cabe resaltar el de autores como Karl Popper, John Eccles y Max Planck sobre los estados de conciencia, mente o psique en el ser humano distinto a su cerebro y a los otros kilos de protoplasma. Solo en base a esta concepción es posible la argumentación, las proposiciones verdaderas y falsas, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual y el sentido moral, a diferencia de lo que Popper definió como determinismo físico.

Y décimo, el cuestionamiento al monopolio de la fuerza desarrollado por Murray Rothbard, otro de los discípulos de Mises aunque este autor no coincidió con estos cuestionamientos del mismo modo que objetaron en una generación más joven Nozick y Richard Epstein. Entre otros, también participan de esta crítica al referido monopolio Benson, David Friedman, Hoppe y el antes mencionado Block, pero de un modo particularmente original y prolífico lo hizo Anthony de Jasay en gran medida en base a la teoría de los juegos. Respecto a este último autor es del caso tener presente que James M. Buchanan comentó su libro titulado Against Politics del siguiente modo: “Aquí nos encontramos con la filosofía política como debiera ser, temas serios discutidos con verba, ingenio, coraje y genuino entendimiento. La visión convencional será superada a menos que sus defensores puedan elevarse al desafío que presenta de Jasay”. En esta línea argumental, los temas fundamentales considerados por esta nueva perspectiva son los bienes públicos, las externalidades, los free-riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información, el teorema Kaldor/Hicks y el “equilibro Nash”. Un debate en proceso.

Aunque pertenece a una tradición opuesta a la que venimos comentando, es de interés considerar una fórmula que pretendía una revalorización dicha por Arthur C. Pigou por más que él mismo no haya entendido su propio mensaje en cuanto a que los economistas necesitan incluir “preferentemente más calor que luz” (more heat rather than light) en su disciplina en el sentido de que sin ceder un ápice en el rigor también trasmitir perspectivas estéticas y éticas inherentes a la libertad que dan cobijo a los receptores y completan el panorama. Es para tomar nota ya que en no pocas oportunidades las presentaciones liberales carecen de calor humano tal como marcó el antes citado Röpke quien en su libro traducido al castellano con el sugestivo título de Más allá de la oferta y la demanda nos dice: “Cuando uno trata de leer un journal de economía, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica”. Con razón el fecundo Thomas Sowell alude a la manía de presentar trabajos con ecuaciones innecesarias y lenguaje sibilino que decimos a veces se extiende a través de consejos a doctorandos que consideran que así impresionarán al tribunal, lo cual contradice lo escrito por el antes mencionado Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales, la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.

Esta es entonces en una píldora los ejes centralísimos de la larga y fructífera tradición de pensamiento liberal con sus exponentes más sobresalientes en la rama genealógica directa, pero debe enfatizarse que las etiquetas y las clasificaciones algunas veces encerrados en “escuelas” no siempre son de especial agrado de intelectuales de peso pues cada uno de ellos -así como también muchos otros no mencionados en el presente resumen- merecen no solo artículos aparte sino ensayos y libros debido a la riqueza de sus elucubraciones, lo cual he procurado consignar en escritos anteriores de mi autoría sobre buena parte de los autores mencionados. Antes la he citado a Mafalda, ahora lo vuelvo a hacer pero con otra de sus inquietudes que cubren las preocupaciones y ocupaciones de los autores a que hemos aludido en esta nota: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La autocrítica que deberíamos hacer los liberales

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 1/2/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/02/01/la-autocritica-que-deberiamos-hacer-los-liberales/

 

Friedrich Von Hayek (1899-1992)
Friedrich Von Hayek (1899-1992)

 

En alguna oportunidad he pronunciado una conferencia sobre este tema, ahora lo retomo con nuevas observaciones y enfoques adicionales.

Hay cuatro planos en este asunto que estimo de gran interés.

En primer lugar, un interrogante clave: ¿de quién es la responsabilidad de que haya gente de buena fe, honesta intelectualmente e inteligente que quiere sinceramente el bienestar de todos pero que rechaza de plano las recetas liberales? Me parece que la conclusión inexorable es que la culpa de semejante situación recae en nosotros, los liberales.

Este fenómeno se observa de modo extendido pero muy especialmente en ciertos escritores, pintores, escultores, músicos y sacerdotes. Es llamativo pero es habitual que el problema indicado se encuentre radicado en personas que apuntan alto en el plano espiritual y creativo y que no quieren “descender a territorios con ruido a metálico”. Cuando se pronuncian sobre asuntos sociales y económicos suelen aconsejar medidas que en la práctica perjudican a los más débiles, que son los que precisamente desean proteger. Y no parece haber salida pues están empantanados en aquellas líneas argumentales.

Como queda dicho, esto se debe a que nosotros, los liberales, no somos capaces de trasmitir el mensaje adecuadamente. Y no se trata de “vender bien la idea” puesto que las ideas no se venden. La comercialización propiamente dicha no requiere para nada que se le explique al consumidor el proceso productivo por el cual se parió un dentífrico o un desodorante. Es suficiente con que se le trasmita las ventajas del uso del producto en cuestión.

Sin embargo, con las ideas la naturaleza del proceso es completamente distinta. A menos que estemos frente a un fanático que toma la idea sin fundamento alguno, el receptor demanda que se le presente la genealogía y el fundamento de lo expuesto, no simplemente el producto final. Desde luego que no es que el mensaje no deba pulirse y presentarse adecuadamente, muy por el contrario esto es muy necesario para la adecuada comprensión y aceptación por parte del interlocutor.

Y aquí viene la deficiencia. Por ejemplo, no somos suficientemente eficaces en trasmitir el concepto de que las medidas que despilfarran capital lastiman severamente a todos pero muy especialmente a los más necesitados. Como no hay de todo para todos todo el tiempo, es indispensable asignar derechos de propiedad a los efectos de su mejor uso: quienes dan en la tecla en lo que necesita el prójimo obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. Esto ocurre en mercados abiertos y competitivos y no allí donde los pseudoempresarios obtienen privilegios del poder de turno, siempre a expensas de sus semejantes.

En lugar de estarse quejando porque la gente no entiende la postura liberal, es mucho mejor preguntarse y repreguntarse por qué uno es tan inepto para trasmitir el mensaje. Y como tendemos a ser más benévolos con uno mismo que con los demás, este ejercicio nos ayuda a hacer mejor los deberes al efecto de dictar una clase mejor, escribir un ensayo, artículo o libro de mejor calidad o pronunciar una conferencia mejor fundamentada.

También en esta primera sección debe hacerse notar el desconcierto que producen algunas propuestas como, por ejemplo, en el tema jubilatorio. En lugar de apuntar a que cada uno haga lo que le de la gana con el fruto de su trabajo hay quienes sugieren achatar la pirámide para que todos reciban lo mismo independientemente de sus aportes o estirar la edad jubilatoria. Para esto último tengo una propuesta mejor: imponer la edad de 200 años para jubilarse con lo cual el atraco queda más claro.

En segundo lugar aludo a quienes consideran que para presumir de rigurosos se sienten compelidos a introducir lenguaje sibilino en sus presentaciones A veces extienden el método a doctorandos para impresionar al tribunal correspondiente. Lamentablemente no toman en cuenta lo consignado por Karl Popper en cuanto a que “la búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente, evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios». “Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales: la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”, decía.

El tercer asunto se refiere al caso argentino. Los hay quienes pretenden poner la carreta delante de los caballos y fundar un partido político liberal antes de haber dado en grado suficiente la batalla cultural, con lo cual naturalmente el fracaso es seguro. La política significa ejecutar ideas y no puede ejecutarse aquello que no se sabe en que consiste. Como ha escrito Anthony de Jasay, “no es imposible poner la carreta delante de los caballos, es poco práctico”. En el caso argentino la situación es más grave debido al peligro que se corre en la actual circunstancia por lo que el fraccionamiento y dispersión de la nueva oposición (aun con los fracasos de la gestión anterior) resta posibilidades de defender en estos momentos temas esencialísimos como la libertad de prensa y lo que queda en pie de la Justicia.

Respecto a que es interesante lo del partido político liberal pero no es el momento lo ejemplifico con lo escrito por Ortega: cuenta que frente a todo lo que decía un sacerdote que celebraba misa su monaguillo repetía “Ave María purísima”, a cierta altura el cura perdió la paciencia y le dijo a su ayudante “mira, lo que dices es interesante pero no es el momento”.

Por último pero no por ello menos importante, un capítulo sobre el que debe machacarse: muchos liberales presentan estudios de gran provecho y sofisticación pero dejan de lado los cimientos del edificio de la libertad. Es similar a que un arquitecto pretenda comenzar por el techo la construcción de una casa sin prestar atención a los cimientos. Es claro que en este caso las perspectivas de la edificación no son halagüeñas. Igual ocurre en las ciencias sociales, en este caso aludo a la necesaria explicación del libre albedrío sin lo cual la libertad se convierte en mera ficción.

En este sentido, resulta clave comprender que los humanos no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos estados de conciencia, psique o mente que se distingue del cerebro. Como apunta el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, el no estar determinados por los nexos causales inherentes a la materia permite revisar los propios juicios, contar con ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones falsas y verdaderas, asumir responsabilidades y la posibilidad de llevar a cabo juicios morales.

Sin embargo, se observa el avance del materialismo filosófico o determinismo físico (para recurrir a la terminología popperiana). Los humanos no somos loros, aun más complejos pero no loros al fin. Tenemos la capacidad de decidir entre diversas posibilidades y retractarnos. Antes he citado al premio Nobel en física Max Plank y a los filósofos John Hospers y Antony Flew, que subrayan la diferencia entre la concatenación de causas en el mundo material y los motivos en la mente humana.

En el caso argentino refleja lo dicho entre tantos ejemplos la posición del ex miembro de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, quien es abolicionista al mantener que a los delincuentes no hay que castigarlos pues no son responsables de sus actos. El silogismo es correcto si se parte de la premisa del determinismo físico, pero el problema estriba en que la premisa no se sostiene. Por su parte, no pocos de los psiquiatras son materialistas lo cual no deja de ser curioso ya que la psicología es el estudio de la psique y, sin embargo, rechazan la existencia de la psique unida pero diferente del cerebro, y así sucesivamente con otras profesiones como la economía vía el denominado neuroeconomics.

Nada se gana con detenidas elaboraciones sobre política monetaria, fiscal o laboral ni sobre la relevancia de marcos institucionales compatibles con la protección a los derechos si previamente no se ha entendido la base de la libertad.

Suelo ilustrar lo dicho con esa contradicción en los términos denominada “inteligencia artificial” puesto que la inteligencia requiere libertad de elegir (además, la etimología remite a inter-legum, esto es leer adentro, captar esencias, expresar sentimientos etc), lo cual no hacen los aparatos que solo responden a una programación previa.

Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicadas a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas […] Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Desafortunadamente es un lugar común concluir que la tecnología conspira contra el empleo sin percatarse que libera recursos humanos y materiales para atender necesidades que no podían atenderse debido a que los recursos estaban esterilizados en otros áreas. Por su lado, en este contexto, el empresario está interesado en capacitar al efecto de sacar partida de los nuevos arbitrajes.

En resumen, los liberales no solo debemos estar atentos a nuevas contribuciones en un largo peregrinaje sin término de corroboraciones provisorias abiertas a posibles refutaciones sino que debemos corregir prioridades y pulir mensajes.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La lotería de la vida y el modo de atenuar la desdicha

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 18/1/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/01/18/la-loteria-de-la-vida-y-el-modo-de-atenuar-la-desdicha/

 

Durante mucho tiempo me he torturado pensando en la suerte que he tenido de haber nacido en las condiciones en que me ha tocado vivir. Podía haber resultado con deficiencias físicas de importancia, podía haber nacido en un remoto y miserable pueblo africano, podía haber nacido en una familia de padres malvados o de progenitores que no contaban con los recursos para enviarme a estudiar, podría haber sufrido accidentes irreversibles, me podrían haber sucedido tantas cosas desagradables que es fácil comprobar que a otros les ocurrieron sin que hayan hecho nada para merecerlo. Por supuesto que como todos he tenido problemas, pero no de la envergadura de otros realmente desdichados.

¿Por qué esta lotería de la vida? ¿A que se debe esta disparidad, estas ventajas o desventajas? En primer lugar debemos concluir que estrictamente la suerte no existe. Incluso cuando se arrojan dados, el resultado es debido al roce con el paño, a la velocidad y ángulo con que fueron arrojados, al peso de los dados, en otros términos se deben a una cadena de nexos causales, no casuales. Más aun solemos decir, por ejemplo, que tuvimos suerte de encontrarnos con fulano o mengana pero en verdad se deben a relaciones causales que no previmos y los motivos que desconocíamos y por eso le endilgamos el rótulo de “suerte” pero no hay tal.

Esto para nada contradice el libre albedrío como característica medular de lo humano. Son dos planos distintos. No estamos determinados. El premio Nobel en física Max Planck y los filósofos John Hospers y Antony Flew explican que debemos distinguir entre causas en el mundo material y motivos en la mente humana, de lo contrario, como también subrayan el filósofo de la ciencia Karl Popper y el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, no habría tal cosa como argumentación, ideas autogeneradas, proposiciones verdaderas y falsas, responsabilidad y moral.

Una vez despejado lo anterior nos percatamos de que solo hemos cambiado la formulación de la pregunta pero no modificamos nada esencial. En otros términos nos debemos entonces preguntar y repreguntar por qué se dieron las concatenaciones causales que se dieron y no otras. En resumen, estamos en las mismas.

No vamos a poder contestar a este interrogante porque no somos omniscientes, somos ignorantes y limitados. Nos esforzamos en la incorporación de nuevos conocimientos pero no podemos tener la arrogancia de prender ser más que humanos pues la soberbia no nos llevará a buen puerto.

Entonces dadas las cosas como son en la naturaleza la pregunta relevante consiste en interrogarnos acerca de cuál es la manera de sacar el mejor provecho posible de lo que es, no lo que nos imaginamos que debiera ser. Pero antes de pasar a las dos vertientes que se presentan en las relaciones sociales, es menester que resulte claro que una parte sustancial de lo que nos ocurre se debe a nuestra responsabilidad, es como me dijo en una oportunidad mi entrañable amigo José Ignacio García Hamilton: “Lo importante en la vida no es lo que a uno le sucede sino como uno administra lo que le sucede”.

Entonces se abren aquí dos líneas posibles en el contexto social. Veamos la primera sugerida que analicé hace mucho tiempo en mi libro Socialismo de mercado. Ensayo sobre un paradigma posmoderno a la que ahora menciono muy parcial y telegráficamente y solo referida a dos de los once autores que analizo en ese libro. Se trata de Ronald Dworkin y John Rawls quienes son los autores que con mayor énfasis y difusión académica han tenido con la intención de remediar vía el gobierno los efectos de las desdichas de otros. La segunda línea argumental que exploramos queda patente a medida que glosamos y comentamos las tesis de los dos profesores mencionados y que sintetizo en la reflexión final.

En A Matter of Principle Dworkin modifica radicalmente el principio universal de la igualdad ante la ley por el “principio de igual preocupación” de los gobernados por parte de los aparatos estatales basado en una errada noción de las externalidades positivas, por ejemplo, cuando se financia coactivamente la música sin percatarse de los resultados negativos de quienes se ven privados del fruto de su trabajo por la fuerza. Escribe este autor que las entregas de recursos a los más débiles puede aparecer como perjudicial pero “ese daño será solo temporario puesto que una economía más dinámica producirá mayor prosperidad” con lo que Dworkin descarta los problemas que se suscitan debido a la mal asignación de los siempre escasos recursos que en definitiva perjudican a los que se ha querido favorecer debido al consecuente consumo de capital que es el único elemento que permite incrementar salarios. Más aun agrega: “Aunque las predicciones negativas fueran correctas, simplemente debemos ajustar las ambiciones para el futuro puesto que la obligación de la sociedad es en primer término hacia los ciudadanos que hoy viven en ella”.

Esto último adolece de una visión sumamente limitada ya que, por un lado, el sacrificar el futuro al presente hará que otras personas sufran los daños más adelante y, por otra, según sea la magnitud del despilfarro se afectará también las condiciones de vida en el presente.

Finalmente, a los efecto de centrar la atención en los ejes centrales del análisis dworkiniano, consigna que el gobierno no debiera permitir “salarios más bajos que cualquier línea de la pobreza realista o los que tienen desventajas diversas […] Las personas no deben tener diferentes cantidades de riqueza simplemente porque tienen diferentes capacidades innatas para producir aquello que otros reclaman o aquellos cuyas diferencias aparecen como consecuencia de la suerte».

Esta conclusión no toma en cuenta que los salarios e ingresos en términos reales no dependen del voluntarismo sino de las tasas de capitalización. Por tanto, cuando se establecen por ley las entradas de la gente se los está condenando al desempleo y por ende a incrementar sus angustias a través de lo que Dowrkin propone en cuanto a la necesidad de “corregir el mercado” a través de políticas “redistribucionistas”. Esta receta contradice abiertamente las distribuciones que ha realizado al gente vía sus compras y abstenciones de comprar en el supermercado y afines, lo cual, como queda dicho, atenta contra el debido aprovechamiento de los recursos existentes que, a su turno, se traducen en mayor empobrecimiento. Por esto es que Thomas Sowell sostiene que “los economistas no deberíamos hablar de distribución de recursos, puesto que los ingresos no se redistribuyen se ganan”.

De modo similar Rawls en su Teoría de la justicia se basa en dos principios: el “principio de la diferencia” y el “principio de la compensación”. El primero estaría sustentado en los resultados que producen los “talentos naturales” (excluye los adquiridos pero no son susceptibles de escindirse puesto que dependen de los naturales) ya que agrega que “nadie merece una mayor capacidad natural ni tampoco un lugar inicial más favorable en la sociedad” por lo que “las desigualdades inmerecidas requieren una compensación.”

Pero es que precisamente la llamada “compensación” al distorsionar la asignación de los factores de producción empeora la situación de los que se pretende mejorar y, por otro lado, la clasificación de talentos naturales y adquiridos es pastosa por lo que dejamos dicho. Por otra parte, no resulta posible conocer la magnitud de los talentos de cualquier tipo que sean para ningún planificador, incluso no es posible para el propio titular ya que los talentos se ponen de manifiesto cuando se presentan las oportunidades lo cual no ocurrirá en la medida en que el proceso sea bloqueado por la intervención estatal. Además, es relevante señalar que no resultan posibles las comparaciones intersubjetivas de talentos en diferentes personas en diferentes actividades. Por último, las aludidas compensaciones darían lugar a diversos usos de esas compensaciones justamente debido a los diversos talentos para utilizarlos, con lo que habría que compensar la compensación y así sucesivamente.

En otros términos, a través de los comentarios a los dos autores mencionados se concluye que por más buenas intenciones en las que estarían inspiradas las políticas compensatorias, los resultados son negativos muy especialmente para las personas que se desea proteger.

Estas conclusiones en nada se oponen a la muy bienvenida solidaridad y ayuda a los más necesitados, pero debe destacarse que la caridad y la benevolencia por definición es realizada con recursos propios y de modo voluntario. La compulsión es absolutamente incompatible con la filantropía y, como apunta Tibor Machan en Generosity. Virtue in Civil Society, eso es solo posible con propiedad privada y en un libro que escribí en coautoría con Martín Krause titulado En defensa de los más necesitados mostramos las extraordinarias y múltiples obras de beneficencia (en su caso, asociaciones de inmigrantes, montepíos, cofradías, socorros mutuos, fondos comunes de ayuda, escuelas, hospitales, asistencia a discapacitados) en Estados Unidos, Inglaterra y Argentina antes de la irrupción de aquella contradicción en los términos conocida como “Estado Benefactor”. En este contexto es necesario enfatizar que la atmósfera para la ayuda debe llevarse a cabo haciendo uso de la primera persona del singular asumiendo propias responsabilidades y no echar mano a micrófonos endosando a otros la obligación de entregas recurriendo a la tercera persona del plural (y generalmente sugiriendo el uso de la fuerza).

Hay un estrecho correlato entre libertad y ayuda al prójimo, lo cual no aparece en lugares como Cuba o en otros lares que se asimilan más a campos de concentración que a países. También es oportuno apuntar que, como ha consignado Michael Novak en El espíritu del capitalismo democrático, debe comprenderse que la sociedad libre se alimenta del proceso de mercado abierto y competitivo puesto que sucumbe si se pretende vivir de la caridad sin la necesaria producción con lo que es posible el soporte voluntario a terceros.

Entonces, dadas las características de la naturaleza, el mejor modo de ayudar a que mejoren los más desfavorecidos y desdichados consiste en abrir de par en par la energía creadora al efecto de minimizar la pobreza y los problemas de los más carenciados. El mundo revela esta verdad puesto que en la medida en que hay libertad en esa media se genera prosperidad, especialmente para los más necesitados que en todas partes se convierten en agraciados cuando se muta de un régimen estatista a un clima liberal.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h