Se podrían perfeccionar las instituciones y procedimientos en vigencia aprovechando las enseñanzas de las naciones avanzadas
Con la violencia caótica centrada en Rosario, se comprueba que la ineptitud de los gobiernos restringe las seguridades y disfrutes personales
Los economistas neoclásicos suelen suponer la ausencia de costos de decidir, la automaticidad de ponerse de acuerdo, hallando las alternativas mejor competitivas, sin esfuerzos ni gastos.
No obstante, las imperfecciones del mundo real se trasladan a que todas las normas, leyes, contratos, acuerdos, sean inevitablemente incompletos. Tales imperfecciones requieren adaptaciones en cada caso particular para hacerlas más satisfactorias a cada uno de los distintos contratantes singulares.
Actualmente, con la violencia caótica centrada en Rosario, se comprueba que la ineptitud de los gobiernos restringe las seguridades y disfrutes personales, junto también con los intercambios comerciales. Se podrían perfeccionar las instituciones y procedimientos en vigencia aprovechando las enseñanzas de las naciones avanzadas.
Al efecto, cabe reiterar las diferencias de ingresos promedio entre los países, desde USD 300 al año por habitante en Burundi, y USD 100.000 en Irlanda, radica en sus organizaciones respectivas, a través del tiempo.
Régimen monetario y reglas estables
Así, para mejorar cualquier sistema monetario se deben ajustar las reglas básicas: la unidad de cuenta; el ancla verdadera (la regla de emisión o el nivel del índice de precios objetivo (en la Convertibilidad, el valor de la intervención al que BCRA compraba y vendía dólares); los medios de pagos; y la organización de la oferta monetaria (sistema, normas bancarias y financieras).
Por su parte, las reglas elementales de propiedad deben regular el uso del bien, la obtención de la corriente de sus servicios, trasformaciones y ubicación. Incluyendo la cesión del todo o parte de un bien a un precio y condiciones pactadas con otra persona. La inestabilidad de la propiedad es el impedimento principal de la prosperidad de las sociedades, destacaba David Hume.
Las reglas fiscales de limitación del gastos e ingresos del Estado son claves para garantizar la credibilidad de los compromisos públicos.
En su última reunión, los empresarios más importantes del país cuestionaron al modelo económico: “Es inevitable que Argentina para desarrollarse pretenda políticas económicas normales. Durante largos años hemos carecido de moneda doméstica respetada, sufrimos una muy elevada y distorsionada presión tributaria, con cambios permanentes en las reglas de juego, varios tipos de cambio, injerencias indebidas en las empresas, controles de precios, o múltiples restricciones al comercio exterior; por nombrar algunas anomalías”.
Además de los objetivos generales de cualquier estructura institucional, las sociedades avanzan con la comprensión de cómo los individuos reaccionan anticipando ciertas circunstancias. Resaltaba Frank Knight, en Riesgo, Incertidumbre y Beneficios”, 1922: “Es necesario considerar a la naturaleza humana tal como la conocemos” para hacer buenos pronósticos. En especial, el oportunismo como una condición endémica con la cual las organizaciones deben contender. Con reglas confusas o cambiantes eso ya no sería probable.
Precisamente, es el orden general el que hace previsibles las reacciones del público en los espectáculos, las obras de teatro y los cuerpos colegiados; a los comportamientos individuales según las diferentes empresas y entidades constituidas; a los empleados estatales y los privados; a los gerentes de los dueños. Ese orden convierte a la economía en una ciencia. Según se ordene el país será más o menos previsible.
El desorden lo heredan las futuras generaciones, a menos que hubieran fortalecido las reglas sobre las que se edificaron las estructuras institucionales.
El quebrantamiento de las instituciones de la Convertibilidad, del pago de la deuda pública y de los servicios públicos competitivos, en 2002, y en 2008, la estatización del sistema privado de jubilaciones, AFJP; todavía imponen altos costos en la actualidad, deteriorando los ingresos del conjunto de los argentinos.
Enrique Blasco Garma es Ph.D (cand) y MA in Economics University of Chicago. Licenciado en Economia, Universidad de Buenos Aires. Fue Economista del Centro de Investigaciones Institucionales y de Mercado de Argentina CIIMA/ESEADE. Profesor visitante a cargo del curso Sist. y Org. Financieros Internacionales, en la Maestria de Economia y C. Politicas, ESEADE.Sigue a @blascogar
Nos convoca hoy el debate sobre la inflación y sus causas. Propongo entonces empezar con una mirada rápida hacia los datos del mundo al día de hoy. Si tomamos el promedio de los últimos 20 años, 8 de los 10 países más relevantes de América del Sur tienen una inflación promedio anual menor al 8%. Se trata de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay.
En todos estos casos, sus Bancos Centrales tienen como objetivo principal y prioritario, mantener el valor estable de su moneda.
Teniendo en cuenta este dato objetivo de la realidad, y considerando que los Bancos Centrales son, por sobre toda las cosas, los responsables de determinar las cantidades óptimas de dinero de una economía, no podemos negar fácilmente que exista una relación entre la cantidad de dinero y el poder adquisitivo del mismo. O, dicho en otras palabras, entre la cantidad de dinero que existe en una economía y su tasa de inflación.
Un paper reciente del FMI (Yan Carriere-Swallow y otros, 2016) nos subrayó este punto. Analizando el importante logro de América Latina en materia de inflación desde la década de los ‘90 hasta esta parte, el FMI encontró que fueron las reformas monetarias realizadas durante ese período las que condujeron a la conquista de la estabilidad en la región.
Para los autores:
Desde la década de 1990, la política monetaria en América Latina ha logrado una transformación notable en términos de lograr la estabilidad de precios. Una ola de reformas legales en la región en la primera mitad de la década, en algunos casos consagradas en constituciones nacionales, otorgaron independencia a los bancos centrales. En esencia, los cambios tenían como objetivo restringir el financiamiento del banco central de los déficits del sector público que estaba en la raíz de la alta inflación en toda América Latina.
La mejora que describen se debió principalmente a cuatro factores: 1) la definición de un mandato estrecho y claro para los bancos centrales; 2) la formulación de políticas independientes de las necesidades del tesoro; 3) la autonomía en la implementación de la política monetaria; y 4) la rendición de cuentas y transparencia de los entes monetarios.
Estos cuatro pilares virtualmente eliminaron, en América Latina, el problema de la inflación. Obviamente, los autores mencionan a los dos países que abandonaron el camino: Argentina y Venezuela, donde no casualmente, sus Bancos Centrales tienen múltiples objetivos que alcanzar y, además, no gozan casi de ninguna autonomía ni independencia[1].
A primera vista, entonces, parecería haber algunos argumentos para afirmar que una cantidad de dinero excesivamente elevada es causa de una elevada tasa de inflación. Esta afirmación, además, encuentra numerosos adeptos en la historia del pensamiento económico.
Un repaso por la historia
En un trabajo de Raymond de Roover (Roover, 1983) se reseña el pensamiento de los autores y profesores nucleados en la llamada “Escuela de Salamanca”. Entre estos autores, algunos de ellos discípulos de Francisco De Vitoria, que vivieron entre los siglos XV y XVI, se encuentran Domingo de Soto, Diego de Covarrubias y Leyva, o Martín de Azpilcueta, conocido como Doctor Navarro.
De acuerdo con De Roover, todos estos autores coincidieron en que existía una relación entre el dinero y la inflación. En sus palabras, sostiene que:
Los autores españoles dieron por sabida la teoría cuantitativa, ya que sus tratados, casi sin excepción, decían que los precios subían o bajaban según la abundancia o escasez del dinero.
Tiempo después, en la Inglaterra del siglo XVII se dio un debate acerca del envilecimiento de las monedas de plata. De acuerdo con Rothbard (Rothbard, 1995) en el año 1690 el circulante monetario de Inglaterra se encontraba muy deteriorado, con lo que las viejas monedas no eran deseadas por el público, que prefería utilizar las nuevas monedas acuñadas por las autoridades. La gente o bien hacía circular más las monedas deterioradas, guardándose las nuevas, o bien aceptaban las monedas deterioradas pero por su peso y no por su valor nominal.
Esto llevó a que la Casa de la Moneda de la época tuviera que volver a acuñar las monedas, y que algunos sugirieran que lo que debía hacer el ente era pasar todas las monedas nuevas al peso de las viejas, deterioradas, pero al mismo valor nominal.
Frente a esta postura se alzó el filósofo inglés John Locke. En su libro Some Considerations of the Consequences of the Lowering of Interest and Raising the Value of Money (1692), Locke denunció el envilecimiento como algo ilusorio y engañoso. Según Rothbard explica, para Locke:
… lo que determinaba el valor real de una moneda (…) era la cantidad de plata en la moneda, y no el nombre que le otorgaran las autoridades. La degradación, advirtió Locke en su magnífica discusión, es ilusoria e inflacionista: si las monedas, por ejemplo, se devalúan en una vigésima parte, “cuando los hombres vayan al mercado a comprar cualquier otra mercancía con su dinero nuevo, pero más ligero, encontrarán que 20 chelines de su nuevo dinero no comprarán más de lo que 19 compraban antes’. La degradación simplemente diluye el valor real.[2]
Después de John Locke vino David Hume, quién criticó la idea mercantilista de mantener una balanza comercial positiva, precisamente por ignorar la relación entre la cantidad de dinero y el nivel de precios.
Según Robert Ekelund (Ekelund, Hébert, 2005), David Hume:
Puso de relieve un mecanismo precios-flujos de metales preciosos que vinculaba la cantidad de dinero a los precios y las variaciones de éstos a los superávits y déficits de la balanza comercial.
Para el filósofo inglés, la idea de mantener una balanza comercial positiva de forma permanente era imposible, puesto que el mayor ingreso de metales preciosos presionaría al alza los precios, lo que encarecería relativamente al país superavitario respecto de sus vecinos. Este fenómeno impulsaría entonces un aumento de las importaciones y una baja de las exportaciones lo que, a la postre, regresaría al equilibrio a la balanza comercial.
Por la misma época se destacó un pensador irlandés, que pasó gran parte de su vida en Francia e Inglaterra: Richard Cantillon. El aporte fundamental de Cantillon no fue tanto insistir en la relación positiva que ya varios comprendían entre dinero y precios, sino establecer un mecanismo a través del cual el cambio en la cantidad de dinero beneficiaba a los distintos sectores de la sociedad. Para Cantillon, una mayor cantidad de dinero no siempre aumentaba en la misma proporción los precios de todos los bienes y servicios que se producían. Esto era así porque el resultado final dependía de quién o quiénes recibían el nuevo dinero en primer lugar.
Cantillon (Cantillon, 2020) sostenía que:
Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero (…)
Si el aumento de dinero efectivo proviene de las minas de oro o plata que se encuentran en un Estado, el propietario de estas minas, los empresarios, fundidores, refinadores y, en general, todos cuantos trabajan en ello, no dejarán de aumentar sus gastos en proporción de sus ganancias. (…) Estos precios elevados inducirán a los colonos a emplear más extensión de tierra para producirlos en años sucesivos: estos mismos colonos se beneficiarán con el referido aumento de precios, y aumentarán, como los otros, sus gastos familiares. Quienes sufrirán este encarecimiento y el aumento del consumo serán, primeramente, los propietarios de las tierras, mientras duren sus contratos de arrendamiento; después, sus criados y todos los obreros o gentes con salario fijo, que a ellos están vinculados. Será preciso que todas estas personas disminuyan su gasto en proporción al nuevo consumo, circunstancia que obligará a un gran número a salir del Estado, y a buscar fortuna en otros países…
Así, si los escolásticos y los clásicos ya habían advertido sobre el rol del dinero en la inflación, Cantillon advirtió sobre las consecuencias redistributivas de la inyección de nuevo dinero en una economía. Y estos efectos ocurren tanto si el nuevo dinero es oro de reciente extracción, o papeles de reciente impresión.
A comienzos del Siglo XX llegó Irving Fisher, quien consagró en la historia una ecuación que todos los estudiantes de economía alguna vez tuvieron que estudiar: M*V=P*T. De acuerdo con Fisher, si M es la cantidad de dinero en circulación, si V es la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de precios y Q el índice de volumen físico de las transacciones, entonces de no moverse ni V ni T, un cambio en M impactará en P en la misma proporción. Ya John Stuart Mill había expresado lo mismo previamente, aunque sin la simbología matemática. Siguiendo a Ekelund (Ekelund Hébert, 2005), Mill decía que:
… para una cantidad de mercancías y un número de transacciones determinados, el valor del dinero es inversamente proporcional al producto de su cantidad por lo que se llama velocidad de circulación del mismo.
Fisher insistió en que ni Q ni T se verían impactados por los cambios en M, lo que dio origen a la llamada Teoría Cuantitativa del Dinero. El vínculo entre el dinero y la inflación estaba ahora plenamente establecido. La dirección de causalidad también.
Keynes, Friedman y la Escuela Austriaca
Durante los años ‘30, Estados Unidos experimentó la deflación, en el medio de un contexto de crisis, con aumento del desempleo y caída de la producción. En ese entonces, era esperable que nadie tuviera como primera preocupación la suba de los precios. Pero ni siquiera Keynes -el revolucionario padre de la Macroeconomía- negó que existiera una relación entre emisión e inflación. En una carta escrita al presidente Franklin D. Roosevelt y publicada en el New York Times, Keynes[3] exhortó al mandatario norteamericano a salir al rescate de la economía aumentando la demanda agregada.
De acuerdo con el economista inglés, este aumento debía generarse con un mayor gasto público, a financiarse con “dinero prestado o impreso”. Pocas líneas después admitió que esto pudiera tener un efecto en los precios, pero lo juzgó como algo positivo. “Los precios en alza deben ser bienvenidos porque generalmente son un síntoma del aumento de la producción y el empleo”, decía Keynes, motivo por el cual “es esencial asegurar que la recuperación no se vea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero para respaldar el aumento de la rotación monetaria”.
Después de Keynes, la inflación y sus orígenes pasaron a un segundo plano casi por 40 años. Hubo que esperar a un nuevo contexto global: el de la estanflación, para -digamos, “volver a las bases”. Y el retorno de la teoría cuantitativa del dinero estuvo a cargo de nada menos que Milton Friedman, académico de la Universidad de Chicago.
A través de numerosos estudios, conferencias y hasta documentales, el profesor Friedman se esforzó por difundir nuevamente la idea de que la inflación era un fenómeno siempre monetario y que la solución a la misma pasaba por un mayor control de la política monetaria y de la fiscal.
En palabras de Friedman (Friedman, 2012):
La causa próxima de la inflación es siempre y en todas partes la misma: un incremento demasiado rápido en la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción (…) Nunca ha habido un período de inflación dilatado y continuo que no haya sido acompañado de un crecimiento del circulante superior al de la producción.
Friedman sostenía que detrás del aumento de la cantidad de dinero, que generaba inflación, había tres causas finales: el aumento del déficit fiscal, la búsqueda del pleno empleo, y el intento por reprimir el aumento de las tasas de interés. Finalmente, concluía con firmeza que “la única manera de acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente”.
Otro aporte que nos dejó el estadounidense fue su crítica a la Curva de Philips, donde añadió un factor de relevancia crucial para visiones contemporáneas sobre la inflación: el rol de las expectativas. Pero antes de llegar ahí, pasemos primero a la visión de la Escuela Austriaca de Economía sobre la relación entre el dinero, el poder de adquisitivo de la moneda y el aumento de los precios.
En sus conferencias en Buenos Aires[4], Ludwig von Mises reforzó la teoría cuantitativa del dinero al sostener que “si la oferta de caviar fuera tan abundante como la de patatas, el precio del caviar —es decir, la relación de intercambio entre caviar y dinero o caviar y otros productos— cambiaría considerablemente.”. Al considerar al dinero un bien económico como cualquier otro, la misma lógica cabía aplicarle.
No obstante, en La Acción Humana (Mises, 2011), dedicó algunos capítulos a tomar distancia de la ecuación cuantitativa del dinero. Es que para Mises, el establecimiento de una relación mecánica entre variables agregadas era una ofensa a su preciado individualismo metodológico.
Para Mises, la idea de un dinero que no tenga efectos reales (es decir, que no modifique la estructura productiva de la economía), es errónea. Y, además:
Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Se olvidaba que ninguna variación de las existencias dinerarias puede afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. (…) En orden a demostrar la doctrina según la cual la cantidad de dinero y los precios suben o bajan proporcionalmente, al abordar la teoría del dinero se adoptó un método totalmente distinto del que la economía moderna emplea en el estudio de todos los demás problemas.
Tiempo después, otro pope de la Escuela Austriaca, F.A. Hayek (Hayek, 1996), expresó que estaba de acuerdo con el enfoque monetarista de Milton Friedman de que toda inflación era inflación “de demanda”. Sin embargo, objetaba que la teoría:
… a causa del énfasis que pone en los efectos de las variaciones de la cantidad de dinero sobre el nivel general de precios, dirige una atención demasiado exclusiva a los perniciosos efectos de la inflación o deflación sobre la relación crediticia, pero pasa por alto los efectos, aún más importantes y dañinos, que tienen las inyecciones y retiradas de circulante sobre la estructura de los precios relativos y la consiguiente asignación errónea de recursos y, en particular, la mala dirección de las inversiones que causa.
Con las críticas de Mises y Hayek, y retomando aquellas enseñanzas de Cantillon, los economistas austriacos elaboraron una teoría del ciclo económico totalmente original. La emisión monetaria puede o no generar inflación (medida esta como el aumento sostenido del nivel de precios), pero sin dudas generará una distorsión de los precios relativos de la economía, que llevará a la misma a un sendero de crecimiento insostenible que -tarde o temprano- deberá terminarse. El final de este proceso tendrá dos alternativas: o bien una crisis económica con subas del desempleo y deflación, y bien una hiperinflación y el fin de la moneda (Mises, 2005).
O sea, los austriacos no negaron los efectos del dinero en el nivel de precios agregado de la economía, pero hicieron foco en un efecto considerado aún más dañino: la distorsión de la información que los precios de mercado saben transmitir mejor que nadie.
Es así que tras recibir el Premio Nobel de Economía, Friedrich Hayek publicó su “Desnacionalización del Dinero”, obra en la cual, tras afirmar que “la historia casi se reduce a la historia de las inflaciones y normalmente de las que las autoridades generan para su propio provecho”, propuso eliminar el monopolio de la emisión de dinero. Tras ello, sus seguidores, entre los más destacados George Selgin y Lawrence White, escribieron libros y artículos en defensa de un sistema monetario totalmente desregulado, con bancos de reserva fraccionaria y emisión de dinero privado por parte de estas instituciones.
El corto plazo, Macri y Olivera
Si me siguen hasta acá, tal vez haya varios convencidos de que efectivamente la relación entre el dinero y la inflación es una ampliamente conocida y aceptada por los economistas, y por tanto, una herramienta para entender y modificar la realidad. Me refiero a que si hay mucha inflación, podemos pensar que se debe a que se emitió mucho dinero y, por otro lado, que si queremos bajarla, podemos pensar que el mejor camino es dejar de emitir.
No obstante, algún escéptico todavía puede estar dudando. Y para reforzar sus inquietudes acaso vuelva al pasado reciente de la Argentina y se pregunte: ¿si todo lo que está diciendo Iván es cierto, cómo es posible que, durante el gobierno de Macri, la emisión monetaria se haya frenado por completo y, no obstante, hayamos tenido la inflación más elevada de los -hasta entonces- últimos treinta años?
Y es aquí donde el economista argentino, Julio Hipólito Guillermo Olivera, puede hacer su entrada triunfal.
Repasemos, ante todo, los datos. Después del 28 de diciembre de 2017, cuando el poder ejecutivo interfirió en la autonomía del manejo de la política monetaria y se decidió modificar las metas de inflación, el Banco Central accedió a reducir su tasa de interés. En una economía que estaba generando dudas en materia fiscal y de sostenibilidad de la deuda, este movimiento no fue bien leído por los inversores. El siguiente paso fue el acercamiento y posterior firma de un acuerdo con el FMI, y cuando eso no fue suficiente, el acuerdo se volvió a ajustar. Es así que en el 28 de septiembre de 2018 el BCRA anunció que modificaba su esquema de política monetaria “para implementar una meta de crecimiento nulo de la base monetaria hasta junio de 2019”[5]. Con algunos ajustes en esta meta, en concreto entre el mes de septiembre de 2018 y el mes de septiembre de 2019, la base monetaria aumentó solamente un 4,8%. En septiembre de 2018 la base monetaria había aumentado 43,9% anual. Un año más tarde el ritmo de aumento se había reducido a un décimo.
A pesar de estas medidas, la inflación anual de 2019 cerró en 53,8%, la más elevada de los 28 años precedentes.
Olivera (Olivera, 1960) explicaría este fenómeno en el marco de su “teoría no monetaria” de la inflación. Lo primero que debe decirse aquí es que Olivera no negaba que la inflación fuese un fenómeno monetario. El autor argentino asegura que “por cuanto entraña esencialmente un deterioro del valor del dinero, la inflación es en sí un fenómeno monetario.” No obstante, aclaraba después, que al hablar de teorías no monetarias, no se hacía referencia a la naturaleza del fenómeno, sino a las causas que lo producían. Entre estas causas, Olivera entontraba un cambio de precios relativos que ocurriera en el marco de un mundo con precios inflexibles a la baja.
Así las cosas, si el precio del bien B cae en términos relativos respecto del bien A, pero los precios nominales son inflexibles a la baja, entonces el sistema se resuelve con un aumento nominal del precio de A, manteniéndose constante el precio del bien B. Finalmente, esto tiene como resultado un aumento general del nivel de precios de la economía. La inflación, así, no fue causada por el aumento de la emisión monetaria, sino por un cambio de precios relativos que incrementó el valor del IPC.
La teoría de Olivera podría aplicarse y explicar en parte el fenómeno de la inflación de 2019. En efecto, el aumento del valor del dólar (que pasó de $ 38,8 En diciembre de 2018 a $ 63 en diciembre de 2019) puede explicar la modificación al alza de una serie de precios de la economía no compensada por una baja de otros productos, llevando esto a una suba del nivel de precios promedio.
Ahora el punto es si estas disrupciones de corto plazo pueden negar la teoría monetarista de la inflación. Y, desde nuestro punto de vista, esto no es suficiente. La visión de Olivera -y otros “estructuralistas”- puede ser útil para entender cambios de corto plazo en la tasa de inflación: pero para comprender el fenómeno de la inflación a largo plazo -como el que vive hoy Argentina-, debemos volver a la cantidad de dinero.
De Gregorio (De Gregorio, 2017) nos muestra este fenómeno con dos gráficos (ver gráfico 5 en el anexo) elocuentes que en el eje horizontal tienen la tasa de expansión de la cantidad de dinero y en el vertical la tasa de inflación. Un gráfico muestra cambios a corto y el otro las variaciones a un plazo más largo. El economista chileno concluye que:
… la relación entre dinero e inflación es muy débil en el corto plazo. (…) Cuando se observa la evidencia de largo plazo, veinte años, la relación es más clara, y efectivamente hay una alta correlación entre la inflación y el crecimiento de M1. Esto es particularmente importante para inflaciones altas. (…)
En consecuencia podríamos concluir que la teoría cuantitativa, y por lo tanto, la neutralidad del dinero, se cumpliría en el largo plazo.
La evidencia también indica que, a corto plazo, la correlación entre emisión e inflación es débil, mientras que a largo se vuelve más robusta.
Milton Friedman no estaría en desacuerdo con esta afirmación, ya que en su decálogo del monetarismo (Ravier, 2012), explicaba que a corto plazo la emisión monetaria afectaba más al nivel de actividad que al nivel de precios; siendo el impacto sobre éste más importante luego del paso de un cierto tiempo.
Por último, y volviendo al éxito que los países Latinoamericanos han mostrado en el combate contra la inflación, vale destacar el análisis de Bernanke (Bernanke, 2005), quien afirmó que la responsabilidad fundamental en el éxito antiinflacionario recae en el abandono de las ideas estructuralistas y su reemplazo por “el consenso actual entre los economistas – que el crecimiento de la cantidad de dinero generado por el déficit fiscal es la fuerza motora detrás de casi todos los episodios de muy alta inflación”.
Tal vez los hechos más recientes, y las declaraciones de los banqueros centrales del día de hoy, junto con sus políticas monetarias, sea una nueva demostración de este dictum de Bernanke[6].
Por último, el rol de las expectativas
Como nos decía Bernanke, existe un consenso entre economistas acerca de que, en el origen de la inflación, está la política monetaria impulsada por la dominancia fiscal. Ahora a esto hay que sumarle el rol de las expectativas, un camino que comenzó Friedman pero que luego fue profundizado por autores de la talla de Robert Lucas y Thomas Sargent, entre otros.
La “revolución de las expectativas racionales”, como se ha llamado a esta nueva corriente del pensamiento económico, sostiene que los agentes económicos hacen el mejor uso de la información limitada de la que disponen y, en base a eso, buscan anticiparse y adaptarse racionalmente a los efectos esperados de las políticas gubernamentales. Así, el comportamiento de los individuos puede contrarrestar los efectos de las políticas y frustrar sus objetivos.
Un texto clásico en este sentido es el de Sargent y Wallace (Sargent & Wallace, 1981). Los autores sostuvieron en esa época la controvertida idea de que la política monetaria, por sí misma, no sería suficiente para reducir la inflación. Incluso más, que una política monetaria apuntada a bajar la inflación, si se empleaba en solitario, generaría más inflación en el futuro.
Esto era así porque, en un sistema donde el Banco Central dejara fija la tasa de expansión monetaria, por ejemplo, el déficit del gobierno sólo podría ser financiado en parte con el dinero emitido, teniendo el resto que financiarse en el mercado de bonos. Ahora bien, llegado el punto en que el mercado de bonos se saturase, entonces el Banco Central debería financiar ese déficit con “señoreaje, requiriendo la creación de dinero adicional. Más tarde o más temprano, en una economía monetaria, el resultado es inflación adicional”.
Sargent y Wallace enfatizaban su punto al considerar que, si la demanda de dinero dependía de la tasa esperada de inflación, entonces podría darse el caso de que la autoridad monetaria ni siquiera pudiera bajar la inflación en el corto plazo. Es que los agentes racionales, esperando una mayor expansión en el futuro, reducirían hoy su demanda de dinero, haciendo que la “dureza monetaria” tuviera poco efecto sobre la inflación presente.
En otro artículo sobre las hiperinflaciones europeas de los años ‘30, Sargent (Sargent, 1982) volvió a insistir en las expectativas de los agentes y, por tanto, en la credibilidad de las políticas implementadas para bajar la inflación:
Las medidas esenciales que pusieron fin a la hiperinflación en Alemania, Austria, Hungría y Polonia fueron, primero, la creación de un banco central independiente que estaba legalmente comprometido a rechazar la demanda de emisión por parte del gobierno y, segundo, una alteración simultánea en el régimen de política fiscal (…) una vez que se entendió ampliamente que el gobierno no dependería del banco central para sus finanzas, la inflación terminó y los tipos de cambio se estabilizaron.
Volviendo a 2019, esta hipótesis también podría obtener una ilustración en los hechos. Mientras los mercados creyeron en la política monetaria y la continuidad de una política fiscal gradualista hacia abajo, avalada por un organismo internacional como el Fondo Monetario Internacional, la inflación mostró cierta morigeración y el tipo de cambio se mantuvo estable. No obstante, una vez el escenario político se modificó, la expectativa de los agentes también lo hizo, de forma rápida y radical, y con ello vino el salto del tipo de cambio, una caída de la demanda de dinero, y un nuevo aumento en la tasa de inflación.
Conclusión
A lo largo de este trabajo hemos tratado de entrelazar los datos de la realidad con un conjunto de ideas que han mantenido su coherencia a lo largo de, al menos, seis siglos. Así, intentamos sostener que -si bien en economía, como en toda ciencia- las conclusiones son siempre provisionales y sujetas a refutación, la afirmación de que la emisión excesiva de dinero es la causante de la inflación es una que cuenta con un considerable consenso en la profesión y en la academia y que, además, ha sido suficientemente ilustrada por la evidencia empírica a lo largo de la historia.
Eso no impide, por supuesto, que podamos escuchar objeciones y críticas. No obstante, es la creencia de este servidor, que dichas críticas no podrán cambiar en mucho los puntos fundamentales aquí vertidos.
Anexo de Gráficos
Gráfico 1. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur.
Fuente: elaboración propia en base a FMI
Gráfico 2. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur con Argentina y Venezuela.
Fuente: elaboración propia en base a FMI
Gráfico 3. Base monetaria (promedio míovil 12 meses) y tasa de expansión anual.
Fuente: elaboración propia en base a BCRA.
Gráfico 4. Tasa de inflación anual (2002-2020), datos mensuales.
Fuente: elaboración propia en base a INDEC y fuentes privadas.
Gráfico 5. Emisión monetaria e inflación en el corto y largo plazo.
Fuente: De Gregorio (2007).
Gráfico 6. Tasa de interés de referencia para países seleccionados (2020-2022)
Fuente: elaboración propia en base a INDEC y Bancos Centrales.
[1] La página oficial del Banco Central de Venezuela se ocupa de aclarar que dicha institución es “integrante del Poder Público Nacional” y “que ejerce funciones gestoras de interés público en coordinación con la política económica general y se rige por los principios que gobiernan la Administración Pública.”. En el caso de Argentina, la reforma de la carta orgánica del 2012 modificó los objetivos, que quedaron establecidos en 5: “en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, 1) la estabilidad monetaria, 2) la estabilidad financiera, 3) el empleo y 4) el desarrollo económico 5) con equidad social. Véase BCV, Misión y Visión (http://www.bcv.org.ve/bcv/mision-y-vision) y BCRA, Carta Orgánica (http://www.bcra.gov.ar/pdfs/bcra/cartaorganica2012.pdf).
[4] El economista austriaco Ludwig von Mises bridó, en el año 1969, una serie de conferencias en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En una de ellas se refirió a la inflación. Sus conferencias se encuentran publicadas por Unión Editorial, en un libro titulado “Política Económica”.
Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Investigador Asociado del Centro FARO, de la Universidad del Desarrollo de Chile. Es Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Sigue a @ivancarrino
Cuando en el llamado mundo libre la arremetida de los planificadores y alquimistas sociales hace peligrar la existencia de la libertad, resulta de interés repasar y releer el mensaje central del notable pensador
Nada menos que Samuel Johnson –sin duda una de las figuras más destacadas de la literatura inglesa del siglo XVIII– ha dicho que Mandeville le “abrió la mirada frente a la realidad de la vida” y, por su parte, James Boswell en Life of Samuel Johnson apunta que Mandeville ha influido decisivamente en buena parte de la concepción filosófica del tan ponderado doctor Johnson.
Pensadores de la talla de Adam Smith, David Hume, James Mill, Emanuel Kant, Jeremy Bentham, Voltaire, Montesquieu y estudiosos como Benjamin Franklin han citado frecuentemente a Mandeville para discutir o para coincidir con sus razonamientos y conclusiones. Condillac y Herder se basaron en Mandeville para la realización de buena parte de sus trabajos sobre el origen y el proceso evolutivo por el que se forma el lenguaje, que como es sabido no procede de la ingeniería social ni el diseño, sino del orden espontáneo. En esta línea argumental, Borges sostenía que el inglés cuenta con un mayor número de palabras porque no lo pretende regir una academia de la lengua.
Alexander Pope reconoce en los escritos de Mandeville un gran valor literario. Resulta muy curioso que con estos reconocimientos sobre la influencia mandevilliana en el pensamiento de la época contemporáneamente aquel autor pase prácticamente desapercibido. Salvo el formidable trabajo de tesis doctoral presentado por Forrest B. Kates en 1917 en la Universidad de Yale, que más tarde inspirara a Friedrich Hayek para su notable presentación ante la Academia Británica en marzo de 1966 y con anterioridad la disertación doctoral de Chiaki Nishiyama en la Universidad de Chicago en 1960, salvo estos estudios, como queda dicho, Mandeville pasa sin que se destaquen sus contribuciones, aun en los círculos intelectuales considerados de mayor prestigio.
Bernard Mandeville nació en Holanda en 1670 y murió en Inglaterra en 1733, lugar este último donde transcurrió prácticamente toda su existencia. Se graduó en medicina –provenía de una familia de médicos célebres–, pero su interés lo volcó por entero a la filosofía, sobre lo que publicó una docena de trabajos de envergadura, pero su tono incisivo, mordaz y por momentos peyorativo condujo a algunos malentendidos. Aunque fueron muchos los intelectuales de peso que reconocieron su originalidad y maestría, otros lo rechazaron por considerar que su lenguaje resultaba insolente y no adecuado para la época. En su afán de ridiculizar al oponente en no pocas ocasiones dificultaba la comprensión del argumento, que incluso a veces resultaba desfigurado.
Veamos a título de ejemplo una de sus obras titulada La fábula de las abejas o cómo los vicios privados hacen a la prosperidad pública. Es que Mandeville usa la expresión “vicio” en su equivocada acepción vulgar para aludir a los seres humanos persiguiendo su interés personal. Con este razonamiento el autor de marras pretendía señalar con acierto que todos actuamos en nuestro interés personal. Es en realidad una verdad de Perogrullo, puesto que el acto se lleva a cabo precisamente porque está en interés del sujeto actuante, sea la acción ruin o abnegada. Tanto el asaltante de bancos que apunta a que le salga bien el atraco como la Madre Teresa, en cuyo interés personal está el cuidado de sus leprosos, en ambos casos proceden por el referido móvil.
El eje central de la cooperación social en un sistema abierto se sustenta en que todos para progresar deben atender las necesidades de su prójimo. Se trata de demandas cruzadas en los intercambios, por eso es que suelen agradecerse recíprocamente en un comercio luego de la transacción. Lo que le preocupaba a Mandeville y mucho más nos preocupa a esta generación es la incomprensión manifiesta de lo dicho, e irrumpe el “ogro filantrópico” al decir de Octavio Paz, un esperpento que en nombre del aparato estatal aplasta derechos y libertades de los gobernados a través de controles absurdos, pesadas cargas fiscales, inflaciones galopantes, sindicatos que abdican de sus funciones y en su lugar perjudican a sus supuestos representados, sistemas de inseguridad antisocial, cerrazón al comercio con el mundo. Todo conducido por megalómanos disfrazados de hadas madrinas que todo lo destruyen a su paso degradando el concepto de solidaridad, ya que se inspiran en la expropiación del fruto del trabajo ajeno.
Esta lección de Mandeville luego fue retomada también por uno de los más destacados exponentes de la Escuela Escocesa, a saber Adam Ferguson, que en 1767 subrayaba que los beneficios del interés personal cruzado en una sociedad libre son “el resultado de las acciones humanas mas no producto del diseño humano” al efecto de alejar de los burócratas “la arrogancia fatal”, tal como denominaba Hayek al ímpetu de los estatistas de siempre. En momentos en que en el llamado mundo libre la arremetida de los planificadores y alquimistas sociales hace peligrar la existencia de la misma libertad, resulta de interés repasar y releer el mensaje central de Mandeville, especialmente cuando se observa una malsana tendencia a abandonar los preceptos de la democracia para convertirla en cleptocracia, lo cual en lugar de preservar intacto el respeto a los derechos de las personas, tal como recomiendan los Giovanni Sartori de nuestro tiempo, en muchos lugares se opta por gobiernos de ladrones de sueños de vida, propiedades y libertades. Se deja de lado la columna vertebral de la democracia para sustituirla por el mero recuento de votos, con lo que se podría concluir que Hitler era demócrata porque asumió con la primera minoría en un proceso electoral, o el sistema implantado por el dictador venezolano que habla con los pajaritos.
Tal como se ha consignado respecto de Mandeville, el estilo burlón y satírico aplicado a ciertos temas no siempre es conducente, procedimiento a que recurre este pensador en su desesperación para que se comprendan puntos centrales de la convivencia civilizada. Mandeville es el principal responsable de haber refutado lo que se conoce como “darwinismo social”. Darwin mostró que en el reino de la biología las especies más aptas eliminan a las menos competentes, mientras que Mandeville explicó con lujo de detalles que en materia social la libertad hace que los más eficientes, los más fuertes, como una consecuencia no necesariamente buscada, inexorablemente transmitan su fortaleza a los más débiles por las inversiones que son la única causa de salarios e ingresos en términos reales.
Otro punto sobresaliente en los trabajos del autor que estamos comentando es el referido a lo que en términos modernos de la teoría de los juegos se denomina la suma cero. Esto es el pensar que en las relaciones interindividuales no hay ganancias de las dos partes en una transacción, como si se beneficiara solo la que recibe dinero, sin percatarse de que en las contrataciones libres las partes involucradas ganan. La riqueza no trata de un pastel estático que se divide en partes, sino de un proceso dinámico de crecimiento que no se refiere a cantidad material, sino a valores incrementados. Recordemos aquello de “todo se transforma, nada se consume” en el universo. Los teléfonos antiguos tenían mucha más materia que los modernos, sin embargo estos últimos prestan infinitamente mayor cantidad de servicios, por ende proporcionan mayor valor. En resumen, Mandeville es para nuestra época.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
Todos los grandes acontecimientos de la historia no fueron previstos por los “expertos” y los “futurólogos”. En cada esquina de las calles del futuro nos deparan las más diversas sorpresas
Hace tiempo apareció el libro titulado El cisne negro cuyo autor, Nassim Nicholas Taleb, nació en Líbano y se doctoró en la Universidad de París-Dauphine. Es del caso volver sobre el asunto debido a la manía de simplemente extrapolar el pasado y encajarlo al futuro.
De tanto en tanto aparecen libros cuyos autores revelan gran creatividad, que significan verdaderos desafíos para el pensamiento. Son obras que se apartan de los moldes convencionales, se deslizan por avenidas poco exploradas y, por ende, nada tienen que ver con estereotipos y lugares comunes tanto en el fondo como en la forma en que son presentadas las respuestas a los más variados enigmas intelectuales.
El eje central de la obra de marras gira en torno al problema de la inducción tratado por autores como David Hume y Karl Popper, es decir, la mala costumbre de extrapolar los casos conocidos del pasado al futuro como si la vida fuera algo inexorablemente lineal. Lo que se estima como poco probable -ilustrado en este libro con la figura del cisne negro- improbabilidad que al fin y al cabo ocurre con frecuencia.
Ilustra la idea con un ejemplo adaptado de Bertrand Russell: los pavos que son generosamente alimentados día tras día. Se acostumbran a esa rutina la que dan por sentada, entran en confianza con la mano que les da de comer hasta que llega el Día de Acción de Gracias en el que los pavos son engullidos y cambia abruptamente la tendencia.
Taleb nos muestra cómo en cada esquina de las calles del futuro nos deparan las más diversas sorpresas. Nos muestra cómo en realidad todos los grandes acontecimientos de la historia no fueron previstos por los “expertos” y los “futurólogos” (salvo algunos escritores de ciencia ficción). Nos invita a que nos detengamos a mirar “lo que se ve y lo que no se ve” siguiendo la clásica fórmula del decimonónico Frédéric Bastiat. Por ejemplo, nos aconseja liberarnos de la tendencia a encandilarnos con algunas de las cosas que realizan los gobiernos sin considerar lo que se hubiera realizado si no hubiera sido por la intromisión gubernamental que succiona recursos que los titulares les hubieran dado otro destino.
Uno de los apartados del libro se titula “Seguimos ignorando a Hayek” para aludir a las contribuciones de aquel premio Nobel en economía y destacar que el conocimiento está disperso y que la coordinación social no surge del decreto del aparato estatal sino de millones de arreglos contractuales libres y voluntarios que conforman la organización social espontánea y que las ciencias de la acción humana no pueden recurrir a la misma metodología de las ciencias naturales donde no hay propósito deliberado sino que hay reacción mecánica a determinados estímulos.
La obra constituye un canto a la humildad y una embestida contra quienes asumen que saben más de lo que conocen (e incluso de lo que es posible conocer), un alegato contra la soberbia gubernamental que pretende manejar vidas y haciendas ajenas en lugar de dejar en paz a la gente y abstenerse de proceder como si fueran los dueños de los países que gobiernan. En un campo más amplio, la obra está dirigida a todos los que la posan de sabios y que alardean de conocimientos preclaros del futuro cuando en verdad no pueden pronosticar a ciencia cierta qué harán ellos mismos al día siguiente puesto que al modificarse las circunstancias naturalmente cambian sus propias conjeturas.
Pone en evidencia los problemas graves que se suscitan al subestimar la ignorancia y pontificar sobre aquello que no está al alcance de los mortales. Es que como escribe Taleb “la historia no gatea: da saltos” y lo improbable -fruto de contrafácticos y escenarios alternativos- no suele tomarse en cuenta, lo cual produce reiterados y extendidos “cementerios” ocultos tras ostentosos “y aparatosos modelitos matemáticos y campanas de Gauss” que resultan ser fraudes conscientes o inconscientes de diversa magnitud, al tiempo que no permite el desembarazarse del cemento mental que oprime e inflexibiliza la estructura cortical. Precisamente, el autor marca que Henri Poincaré ha dedicado mucho tiempo a refutar las predicciones basadas en la linealidad construidas sobre la base de lo habitual a pesar de que “los sucesos casi siempre son estrafalarios”.
Explica también el rol de la suerte, incluso en los grandes descubrimientos de la medicina como el de Alexander Fleming en el caso de la penicilina, aunque, como ha apuntado Pasteur, la suerte favorece a los que trabajan con ahínco y están alertas. Después de todo, como también nos recuerda el autor, “lo empírico” proviene de Sextus Empiricus que inauguró, en Roma, doscientos años antes de Cristo una escuela en medicina que no aceptaba teorías y para el tratamiento se basaba únicamente en la experiencia, lo cual, claro está, no abría cauces para lo nuevo.
Los intereses creados de los pronosticadores dificultan posiciones modestas y razonables y son a veces como aquel agente fúnebre que decía: “Yo no le deseo mal a nadie pero tampoco me quiero quedar sin trabajo”. Este tipo de conclusiones aplicadas a los planificadores de sociedades terminan haciendo que la gente coma igual que lo hacen los caballos de ajedrez (salteado). Estos resultados se repiten machaconamente y, sin embargo, debido a la demagogia, aceptar las advertencias se torna tan difícil como venderle hielo a un esquimal.
En definitiva, nos explica Taleb que el aprendizaje y los consiguientes andamiajes teóricos se llevan a cabo a través de la prueba y el error y que deben establecerse sistemas que abran las máximas posibilidades para que este proceso tenga lugar. Podemos coincidir o no con todo lo que nos propone el autor, como que después de un tiempo no es infrecuente que también discrepamos con ciertos párrafos que nosotros mismos hemos escrito, pero, en todo caso, el prestar atención al “impacto de lo altamente improbable” resulta de gran fertilidad…al fin y al cabo, tal como concluye Taleb, cada uno de nosotros somos “cisnes negros” debido a la imposibilidad de pronosticar que hayamos aparecido en este mundo con las características únicas e irrepetibles respecto a todos los nacidos en la historia de la humanidad.
Es comprensible el esfuerzo de tomar en cuenta el pasado al efecto de no repetir errores. Nos manejamos con lo que conocemos pero de ahí hay un salto lógico imperdonable si solo extrapolamos y no damos lugar a la creatividad, a la imaginación y a lo nuevo y distinto. Por eso es que hemos insistido tanto en la necesidad de abandonar las telarañas mentales de los conservadores en el peor sentido de la expresión que rechazan de plano todo lo novedoso que se sale de los paradigmas archiconocidos.
Así es que en otros planos en nuestro mundo se rechaza la idea de abolir la banca central, el absurdo de reparticiones gubernamentales de cultura y educación como si fuera natural imponer estructuras curriculares, se mantiene a rajatabla la idea de contar con fastuosas embajadas en plena era de las teleconferencias, se insiste en el concepto autoritario de las agencias oficiales de noticias, se machaca con la noción de estadísticas realizadas por los aparatos estatales en lugar de abrir a la competencia con auditorías cruzadas al efecto de contar con la mejor calidad posible, se piensa que es saludable contar con Ministerios de Economía sin percatarse que como su nombre lo indica es para regentear la economía que es precisamente lo que conduce a la hecatombe, se reitera la supuesta necesidad de aplicar coactivamente un expropiatorio sistema jubilatorio que no hace más que asaltar a las personas de mayor edad, se establecen mal llamadas empresas estatales que inexorablemente implican la mal asignación de lo siempre escasos recursos, hay empecinamiento en administrar desde el poder político el fruto del trabajo ajeno con injustas regulaciones del mercado laboral, se persiste en el error de evitar la asignación de derechos de propiedad al espectro electromagnético y así obviar el peligro de la figura de la concesión en manos estatales y así sucesivamente. Acabo de publicar mi libro titulado Vacas sagradas en la mira donde me explayo en estos y otros asuntos equivalentes.
Milton y Rose Friedman publicaron un jugoso ensayo que tradujimos al castellano cuando era Rector de ESEADE para la revista académica Libertas titulado “Las corrientes en los asuntos de los hombres” donde los autores sostienen que para conjeturar algunos de los sucesos del futuro no basta con mirar en la superficie del agua de lo que viene ocurriendo sino que debe zambullirse en las profundidades de los acontecimientos para detectar corrientes subterráneas en el devenir intelectual en donde, como decimos, la característica central estriba en la apertura mental para, precisamente, abrir cauce a la antes referida creatividad e ingenio que permite sospechar cisnes negros para no estar embretados en la rutina que es el enemigo más potente de la invención y el descubrimiento. En esta línea argumental es que Albert Einstein -al que en el colegio le dijeron que tenía un muy bajo coeficiente intelectual- ha dicho que “la mente es como un paracaídas, solo funciona si se abre”, Jorge Luis Borges no fue al colegio hasta los nueve años pues su padre sospechaba de la intromisión estatal en la materia y el antes aludido Luis Pasteur no era médico y era rechazado por profesionales de la Academia de Ciencias de París.
Como escribe Luis Alberto Machado en La revolución de la inteligencia “el trabajo de creación siempre será un trabajo en soledad. Y todo innovador tiene que resignarse a la idea de caminar buena parte de su jornada en soledad con la sola compañía de sus pensamientos. El innovador en cualquier campo tiene que saber que con frecuencia será objeto de incomprensión y de burla”. Es como ha consignado John Stuart Mill “todas las buenas ideas pasan por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción.”
Stefan Zweig escribe en la primera línea de Los creadores que “de todos los misterios del mundo, ninguno es más profundo que el de la creación.” Y para que este proceso tenga lugar es indispensable el clima de libertad de expresión al efecto de aprender de otros y poder transmitir las conjeturas propias en un contexto de corroboraciones provisorias sujetas a la refutación como bien subraya una y otra vez Popper.
Es por lo dicho que Taleb concluye en su obra que “dejemos que los gobiernos predigan (ello hace que los funcionarios se sientan mejor consigo mismos y justifica su existencia) pero no nos creamos nada de lo que dicen […] De hecho, si el libre mercado ha tenido éxito es precisamente porque permite el proceso de ensayo y error que yo llamo ajustes estocásticos por parte de los operadores individuales en competencia”. Es el único modo de percibir y desarrollar lo que es hasta el momento desconocido y rechazado por mediocres.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
A raíz de la Constitución de Cádiz de 1812 es que se usó por primera vez como sustantivo la expresión “liberal” y a los que se opusieron les endilgaron el epíteto de “serviles”, una carta constitucional que sirvió de antecedente para algunas que incorporaron igual tradición de pensamiento, entre otras, la argentina de 1853. Hasta ese momento el término liberal era utilizado en general como adjetivo, esto es, para referirse a un acto generoso y desprendido. Adam Smith empleó el vocablo en 1776 pero, como se ha observado, no en carácter de bautismo oficial como el referido sino como algo accidental de la pluma y al pasar aludiendo muy al margen a un “sistema liberal”.
Aquel documento, a contracorriente de todo lo ocurrido en la España de entonces, proponía severas limitaciones al poder y protegía derechos clave como la propiedad privada. En lo único que se apartaba radicalmente del espíritu liberal era en materia religiosa puesto que en su doceavo artículo se pronunciaba por la religión católica como “única verdadera” y con la prohibición de “el ejercicio de cualquier otra”, con lo cual proseguía con el autoritarismo español en esta materia desde que fueron expulsados y perseguidos los musulmanes de ese territorio que tanto bien habían realizado durante ocho siglos en materia de tolerancia religiosa, filosofía, arquitectura, medicina, música, agricultura, economía y derecho.
De cualquier manera la mencionada sustantivación del adjetivo abrió las puertas a una perspectiva diferente en línea con la iniciada por la anterior revolución estadounidense que dicho sea de paso afirmaba lo que se denominó “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre la las Iglesias y el poder político. Aquella perspectiva liberal española estuvo alimentada por pensadores que constituyeron la segunda versión de la Escuela de Salamanca (más adelante nos referiremos a la primera, conocida como la Escolástica Tardía). Jovellanos -si bien murió poco antes de promulgada la Constitución del 12- tuvo una influencia decisiva: fundó en Madrid la Sociedad Económica y tradujo textos del antes mencionado Adam Smith, Ferguson, Paine y Locke.
Decimos que esta reseña se fabrica como decálogo porque estimamos que la historia del liberalismo puede dividirse en diez capítulos aunque no todos signifiquen tiempos distintos ya que hay procesos intelectuales que ocurren en paralelo.
Pero antes de esta reseña telegráfica a vuelo de pájaro, es de interés subrayar una triada que conforma aspectos muy relevantes a nuestro propósito. En primer lugar, un sabio consejo de Henry Hazlitt en su primer libro publicado cuando el autor tenía 21 años, en 1916, reeditado en 1969 con un epílogo y algunos retoques de forma, titulado Thinking as a Science en el que subraya losmétodos y la importancia de ejercitarse en pensar con rigor y espíritu crítico en lo que se estudia al efecto de arribar a conclusiones con criterio independiente.
En segundo término, es del caso recordar que el liberalismo está siempre en ebullición, no admite la posibilidad de llegar a metas definitivas sino de comprender que el conocimiento está compuesto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones para, en un contexto evolutivo, captar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que estamos envueltos.
Por último, es necesario subrayar que los liberales no somos una manada por lo que detestamos el pensamiento único y, por ende, en su seno hay variantes y debates muy fértiles puesto que no hay tal cosa como popes que dictaminan que debe y que no debe exponerse o con quien relacionarse.
Hecha esta introducción veamos los diez capítulos principales de la tradición de pensamiento liberal, de más está decir sin la pretensión absurda de mencionar a todos quienes han contribuido a esta rica corriente intelectual lo cual demandaría una enciclopedia y no una nota periodística.
Primero Sócrates, quien remarcó la idea de la libertad y las consecuentes autonomías individuales. Hijo de un escultor y una partera por eso decía que su inclinación siempre fue la de “parir ideas” y de “esculpir en el alma de las personas en lugar de hacerlo en el mármol”. Su muerte constituyó una muestra cabal de la degradación de la idea de la democracia: las votaciones para su exterminación fueron de 281 contra 275: por una mayoría de 6 votos se condenó a muerte a un filósofo de setenta años por defender valores universales de justicia.
En sus diálogos insistía en la importancia de sabernos ignorantes y de someter los problemas a la duda y a la confrontación de teorías rivales, en que un buen maestro induce y estimula las potencialidades de cada uno en busca de la excelencia (areté), crear curiosidades, fomentar el debate abierto y mostrar el camino para el cultivo del pensamiento a través de preguntas (la mayéutica) que abren las puertas al descubrimiento de órdenes preexistentes. En este contexto, el relativismo epistemológico es severamente condenado como un grave obstáculo al conocimiento de la verdad. También que el alma (psyké) como la facultad de adquirir conocimiento y la virtud como salud del intelecto (“la virtud es el conocimiento” era su fórmula preferida) y la desconfianza al poder y la prelación del espíritu libre.
Segundo, el derecho romano y el common law inglés como un proceso de descubrimiento y no de ingeniería social o diseño en el contexto de puntos de referencia o mojones extramuros de la norma positiva.
Tercero, la antes mencionada Escolástica Tardía del siglo XVI que se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, precursores agraciados de los valores y principios de la libertad económica y jurídica. Sus expositores más eminentes fueron Juan de Mariana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Tomás de Marcado, Luis Saravia de la Calle y Diego Covarrubias.
Cuarto, Algernon Sidney y John Locke en lo que respecta al origen de los derechos, especialmente el de propiedad, el derecho a la resistencia a la opresión y la consecuente limitación al poder político, temas complementados en el siglo siguiente con una mayor precisión sobre la división de poderes expuesta por Montesquieu al tiempo que vuelve sobre aquello de “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.
Quinto, la Escuela Escocesa integrada por Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y sus predecesores Carmichael y Hutcheson que contribuyeron en la edificación sustancial de los cimientos del orden espontáneo de la sociedad libre, en sucesivos alumbramientos de un proceso que no cabe en la mente de ningún planificador puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso, por lo que al intentar dirigir vidas y haciendas ajenas se concentra ignorancia.
Sexto, los textos de Acton y Tocqueville y más contemporáneamente Wilhelm Röpke que también la emprendieron contra los abusos del poder con énfasis en las manías del igualitarismo y la trascendencia de los valores morales. En esta etapa deben agregarse los nombres de los decimonónicos Burke, Spencer, Bentham, Mill padre e hijo, Constant, Jevons y Say en el nivel académico y Bastiat como un distiguido personaje en la difusión de las ideas liberales.
Séptimo, la Escuela Austríaca iniciada por la teoría subjetiva desarrollada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk aplicada a la teoría del capital y el interés. Retomó esta tradición Ludwig von Mises quien le dio un giro copernicano a la economía abarcando todos los aspectos de la acción humana en contraste con los enfoques neoclásicos y marxistas, al tiempo que demostró la imposibilidad de evaluación de proyectos y cálculo en una sociedad socialista. Un destacado discípulo de Mises fue Friedrich Hayek cuya obra, de modo sobresimplificado y al solo efecto de ilustrar, puede dividirse en tres segmentos. El primero referido a su opinión en cuanto a que la administración del dinero es una función indelegable del gobierno, en el segundo propone la privatización del dinero y en el tercero confiesa haber tenido otro shock como cuando estudió bajo la dirección Mises (que lo apartó de sus simpatías por la Sociedad Fabiana) al leer y comentar uno de los libros de Walter Block. En esta misma escuela sobresalen los trabajos de Israel Kirzner en los que señala los errores del llamado modelo de competencia perfecta que opera a contramano de la explicación del mercado como proceso y no uno de equilibrio, también los de Machlup en cuanto a la metodología de las ciencias sociales, de Haberler que resumió la teoría del ciclo, Dietze, Jouvenel y Leoni en el campo jurídico e incluso en el ámbito de las ciencias médicas y afines Roger J. Williams y Thomas Szasz.
Octavo, las escuelas de Law & Economics y de Chicago lideradas respectivamente por Aaron Director (quien convenció a los editores que publicaran Camino de servidumbre de Hayek) y Simons, Knight, Milton Friedman, Stigler y Becker, junto al Public Choice de Buchanan y Tullock. En paralelo, el importantísimo rol de los incentivos desarrollados por Robbins, Plant, Hutt, Demsetz, North y Coase.
Noveno, dentro de sus muchos aportes cabe resaltar el de autores como Karl Popper, John Eccles y Max Planck sobre los estados de conciencia, mente o psique en el ser humano distinto a su cerebro y a los otros kilos de protoplasma. Solo en base a esta concepción es posible la argumentación, las proposiciones verdaderas y falsas, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual y el sentido moral, a diferencia de lo que Popper definió como determinismo físico.
Y décimo, el cuestionamiento al monopolio de la fuerza desarrollado por Murray Rothbard, otro de los discípulos de Mises aunque este autor no coincidió con estos cuestionamientos del mismo modo que objetaron en una generación más joven Nozick y Richard Epstein. Entre otros, también participan de esta crítica al referido monopolio Benson, David Friedman, Hoppe y el antes mencionado Block, pero de un modo particularmente original y prolífico lo hizo Anthony de Jasay en gran medida en base a la teoría de los juegos. Respecto a este último autor es del caso tener presente que James M. Buchanan comentó su libro titulado Against Politics del siguiente modo: “Aquí nos encontramos con la filosofía política como debiera ser, temas serios discutidos con verba, ingenio, coraje y genuino entendimiento. La visión convencional será superada a menos que sus defensores puedan elevarse al desafío que presenta de Jasay”. En esta línea argumental, los temas fundamentales considerados por esta nueva perspectiva son los bienes públicos, las externalidades, los free-riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información, el teorema Kaldor/Hicks y el “equilibro Nash”. Un debate en proceso.
Aunque pertenece a una tradición opuesta a la que venimos comentando, es de interés considerar una fórmula que pretendía una revalorización dicha por Arthur C. Pigou por más que él mismo no haya entendido su propio mensaje en cuanto a que los economistas necesitan incluir “preferentemente más calor que luz” (more heat rather than light) en su disciplina en el sentido de que sin ceder un ápice en el rigor también trasmitir perspectivas estéticas y éticas inherentes a la libertad que dan cobijo a los receptores y completan el panorama. Es para tomar nota ya que en no pocas oportunidades las presentaciones liberales carecen de calor humano tal como marcó el antes citado Röpke quien en su libro traducido al castellano con el sugestivo título de Más allá de la oferta y la demanda nos dice: “Cuando uno trata de leer un journal de economía, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica”. Con razón el fecundo Thomas Sowell alude a la manía de presentar trabajos con ecuaciones innecesarias y lenguaje sibilino que decimos a veces se extiende a través de consejos a doctorandos que consideran que así impresionarán al tribunal, lo cual contradice lo escrito por el antes mencionado Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales, la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.
Esta es entonces en una píldora los ejes centralísimos de la larga y fructífera tradición de pensamiento liberal con sus exponentes más sobresalientes en la rama genealógica directa, pero debe enfatizarse que las etiquetas y las clasificaciones algunas veces encerrados en “escuelas” no siempre son de especial agrado de intelectuales de peso pues cada uno de ellos -así como también muchos otros no mencionados en el presente resumen- merecen no solo artículos aparte sino ensayos y libros debido a la riqueza de sus elucubraciones, lo cual he procurado consignar en escritos anteriores de mi autoría sobre buena parte de los autores mencionados. Antes la he citado a Mafalda, ahora lo vuelvo a hacer pero con otra de sus inquietudes que cubren las preocupaciones y ocupaciones de los autores a que hemos aludido en esta nota: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
El pensamiento de Murray Rothbard difiere fuertemente del de sus antecesores Carl Menger, Eugen von Böhm Bawerk, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. En este post, quiero identificar algunos elementos polémicos, los que dividen a la tradición austriaca. Mientras unos los ven como un progreso de la tradición, otros autores lo ven de manera crítica. En mi caso, si bien soy crítico, quiero aclarar que identificar estos elementos no implica ignorar sus aportes relevantes, como es el caso de su teoría de los monopolios, destacada en varios lugares.
Historia del pensamiento económico. Rothbard ha desarrollado dos tomos cuya lectura recomiendo, pero contienen excesos que no se pueden ignorar. El primero es analizar los autores y las escuelas de pensamiento desde la visión que él tenía como austriaco en 1995. Aislar a los autores del contexto en que escribieron sus obras es injusto y una mala manera de proceder en este campo de estudio. El segundo fallo es ignorar la tradición del orden espontáneo en la que participaron Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson. Más al detalle noto que sobredimensiona los aportes de la escolástica y en particular la escuela de salamanca y subestima al pensamiento clásico. (Aquí argumento el punto).
Epistemología de la economía. Rothbard elabora toda la teoría económica de manera deductiva, coherente, sistemática, pero cree que podemos prescindir de los elementos empíricos. Machlup, por el contrario, cree que al construir la teoría económica uno necesita apoyarse también en hipótesis auxiliares y empíricas (antropológicas, sociológicas y jurídicas), además de las condiciones iniciales. Gabriel Zanotti ha elaborado este tema en extenso (Ver aquí). Este artículo de Zanotti junto a Nicolás Cachanosky resulta central en el debate moderno (Ver aquí). Este debate entre Rothbard y Machlup resulta fundamental pues los rothbardianos han adoptado posiciones radicales basadas precisamente en su metodología.
Rothbard tiene posiciones que considero sumamente polémicas en el área monetaria, lejanas a su maestro Ludwig von Mises, y también a Friedrich Hayek, y otros autores modernos especialistas en el área como Lawrence H. White, George Selgin, Steven Horwitz, Roger W. Garrison, Richard Ebeling, Nicolás Cachanosky, entre otros. Rothbard habla de “inflacionismo”, por ejemplo, cuando se da cualquier política que expande la oferta monetaria, pero Mises ha dejado claro que habrá “inflación” sólo en la medida que la oferta monetaria supere a la demanda de dinero. El debate más extendido dentro de la Escuela Austriaca se ha dado respecto de las reservas fraccionarias, pero Mises ha sido muy claro en el cap. 17, sección 11 de su tratado de economía bajo el subtítulo “Libertad monetaria” que bajo “banca libre” la competencia limitaría la expansión de medios fiduciarios sin necesidad de imponer controles a los bancos en el manejo del encaje. Rothbard, y a partir de él otros autores como Jesús Huerta de Soto han elaborado argumentos jurídicos, económicos, históricos e incluso morales para argumentar en favor de un encaje del 100 %, pero pienso que poco a poco la EA moderna tendió a abandonar esta posición que hoy es más reducida. Para tratar este tema sugiero el libro de George Selgin, Libertad de emisión del dinero bancario.
Rothbard también es conocido por su ética de la libertad o anarcocapitalismo. Si bien valoro que el alumno en el aula se exponga a estas posiciones radicales por el desafío que implica repensar las funciones del estado en la economía (yo mismo me defino a veces como un anarquista hayekiano -ver la falsa dicotomía aquí-), también parecen ignorarse dentro de ciertos círculos austriacos que la EA fue principalmente liberal, al menos en los planteos de Mises y Hayek. Algunos rothbardianos abandonan entonces todo el debate sobre controlar al leviatán, mediante constituciones, república, reglas fiscales y monetarias, federalismo y descentralización, que se ha extendido con el public choice, por ejemplo, y que si bien continúan la tradición de Mises y Hayek, chocan con el pensamiento de Rothbard. Pienso que la EA moderna no puede ignorar el debate más institucional que ofrecían estos otros autores, y que también aportan otros compañeros de camino (Ronald Coase, James Buchanan, Gordon Tullock, Jeffrey Brennan, Douglas North, entre otros).
Un aspecto microeconómico no menor en Rothbard es su posición contraria a la tradición del orden espontáneo. Este aspecto que señalé más arriba al tratar dos tomos de HPE no fue un olvido. Rothbard es crítico de la tradición del orden espontáneo, lo que genera una ruptura central con Hayek y los autores escoceses.
Y cierro con un aspecto que se ha destacado en varios lugares. Rothbard tuvo dificultades para publicar sus aportes en las revistas especializadas en economía. Por eso fundó su propio Journal of Libertarian Studies, el que es sumamente interesante para los jóvenes que quieran acercarse a sus ideas. Pero al hacerlo, y al continuar los austriacos modernos con ese comportamiento sectario, se aisló a la EA. Debemos recordar que la EA se consolidó sobre la base de los debates que Mises mantuvo con los socialistas, y que luego se extendieron también a Hayek, quien mantuvo otros debates con Keynes y Cambridge, además de la discusión sobre la teoría del capital de Knight y Clark. La EA debe recuperar ese protagonismo con debates abiertos frente a autores destacados del mainstream economics. Seguir ofreciendo un trabajo que se publica con carácter exclusivo en revistas propias de la tradición sin dudas es cómodo, pero mantiene a la tradición del pensamiento en la marginalidad. Desde luego hay excepciones, con destacados austriacos que publican en revistas bien rankeadas, pero son precisamente quienes se han opuesto al trabajo de Rothbard y su comportamiento sectario. En Argentina, en particular, existe la Asociación Argentina de Economía Política, en cuyas reuniones anuales asisten unos 500 economistas de todo el país. Pienso que los austriacos deben asistir a esta reunión y promover el debate. Sólo de ese modo podemos recuperar protagonismo (mis últimos aportes aquí, aquí, aquí y aquí).
Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
Antes he escrito sobre el magnífico libro de Nassim Nicholas Taleb donde elabora sobre el concepto de sucesos poco frecuentes e inesperados pero que ocurren. David Hume y Karl Popper lo vinculan al problema de la inducción, es decir, la manía de extrapolar lo pasado al futuro, la manía de la linealidad. El capítulo decimosexto Taleb lo titula de modo singular como “La estética de lo aleatorio” y antes, en el onceavo, había subtitulado “Siguen ignorando a Hayek” precisamente para destacar la aberración de los planificadores de vidas y haciendas ajenas que concentran ignorancia en lugar de premitir que aflore el conocimiento siempre disperso y fraccionado a través de procesos de mercado (y no digo mercado libre porque es una redundancia).
Antes de volver sobre el tema del cisne negro de un modo más riguroso, menciono que en las elecciones que los argentinos enfrentamos hay la remota o no tan remota posibilidad que se filtre un cisne negro: que triunfe la opción Consenso Federal bajo la apariencia de separarse de las otras dos opciones principales las que se han estado fogoneando recíprocamente con idea de sacar partida de la confrontación, en realidad entre el abismo y la inoperancia. Lo primero por el espíritu totalitario inherente a esa postura desde cualquier perspectiva que se la mire y lo segundo debido al aumento de la deuda, de los impuestos, del déficit total, del gasto consolidado y debido a que la inflación mensual equivale a la anual en un país civilizado, a lo que debe agregarse ahora su peronización (paradójicamente se trataba de “cambiemos”), aunque en el armado de listas hubo varias gatas paridas.
Esa tercera opción, según lo que se infiere de ciertas encuestas, por más que a esta altura pueda parecer inaudito, hay alguna posibilidad que finalmente triunfe debido, por una parte, a la cantidad de personas que mantienen que no votarán por ninguna de las dos que habitualmente se mencionan como las que marcan la grieta, por otra, la cantidad de indecisos que se definen de esa manera aun en esta instancia y, por último, posibles conclusiones sobre radiografías de reflexiones inquietantes de algunos votantes potenciales en el sentido indicado. Sin embargo, debe notarse que en momentos de escribir estas líneas se ha producido cierto revuelo en esas filas debido a que se relegó en el diseño de cargos a quien últimamente se había convertido a criterio de muchos integrantes de ese espacio en una socia clave. Todo lo consignado para nada quiere decir que no haya otra variante que sea en verdad mejor para el país, estamos aludiendo a los malabarismos que se infieren de alguna parte de las pesquisas. Estamos aludiendo a eventuales cisnes negros dadalaidiosincrasiaargentina, por supuesto que el cisne negro podría aparecer en otra parte pero hay indicios que puede irrumpir en lo dicho.
A mi me gustaría ver el cisne negro en otro lugar pero esto es irrelevante, lo trascendente es lo que se deduce de lo que al momento existe. También hay quienes pronostican que en las próximas elecciones se le dará otra oportunidad al actual gobierno y otros, los menos (de los serios), aseguran que vencerán los representantes de la anterior gestión lo cual, agrego, sería una demostración de enorme irresponsabilidad.
En realidad, desde la perspectiva epistemológica, no tiene visos científicos el hecho de extrapolar una muestra al universo. No es lo mismo con los seres humanos individuales y cambiantes que con una muestra de tronillos en una línea de montaje donde es de rigor esa extrapolación pues cada tornillo es teóricamente igual al anterior. Por esto es que hay tantos yerros en encuestas de muy diverso calibre entre seres humanos y que las explicaciones expost no sirven para cubrir los desaciertos. Lo dicho en modo alguno significa que las encuestas no sirven, bien administradas a veces exhiben ciertas tendencias cuando son varias las que confluyen, lo que no es aceptable es que se las pretenda rodear de un áurea científica puesto que solo se trata de tantear algunos patrones o pautas de conducta en planos muy específicos.
Entonces, nada se sabe a ciencia cierta pero puede aparecer un cisne negro como los que en la práctica merodean en Australia al efecto de favorecer aquella tercera opción en cuya plataforma alardean que consiste en que no quieren caer en “los errores del pasado ni en los del presente”, aunque sus líderes se hayan inaugurado como controladores de precios de Perón y otros desaciertos de ciertas proporciones nada despreciables.
Es que en nuestro país estamos aun muy atrasados en la batalla cultural y, por tanto, se requiere mucho más educación y debate antes que llegue a la política una demanda sustancial en la buena dirección, por más que aparezca la posibilidad de un fragmento pequeño con ideas consistentes en ese plano. La faena que hay por delante es grande y sumamente desafiante y estimulante cuando se comprueba la cantidad y calidad de jóvenes que se deciden por estudiar los fundamentos de una sociedad abierta y abandonan aquél esperpento de “militar” que deriva de la soldadesca, de obedecer y no meditar ni deliberar. En esta misma dirección es de interés enfatizar que debido a la incomprensión del fenómeno que rodea al cisne negro los planificadores se empecinan en recurrir al término desarrollo que remite a más de lo mismo (un tumor se desarrolla) y eluden la expresión progreso puesto que refiere a lo desconocido, a la innovación y a lo nuevo y es imposible planificar lo que no se conoce.
Volvamos entonces a lo que he mencionado en otra oportunidad sobre el tan temido cisne negro. Se ilustra la idea con un ejemplo adaptado de Bertrand Russell: los pavos que son generosamente alimentados día tras día. Se acostumbran a esa rutina la que dan por sentada, entran en confianza con la mano que les da de comer hasta que llega el Día de Acción de Gracias en el que los pavos son engullidos y cambia abruptamente la tendencia.
Taleb nos muestra como en cada esquina de las calles del futuro nos deparan las más diversas sorpresas. Nos muestra como en realidad todos los grandes acontecimientos de la historia no fueron previstos por los “expertos” y los “futurólogos” (salvo algunos escritores de ciencia ficción). Nos invita a que nos detengamos a mirar “lo que se ve y lo que no se ve” siguiendo la clásica fórmula del decimonónico Frédéric Bastiat. Por ejemplo, nos aconseja liberarnos de la mala costumbre de encandilarnos con algunas de las cosas que realizan los gobiernos sin considerar lo que se hubiera realizado si no hubiera sido por la intromisión gubernamental que succiona recursos que los titulares les hubieran dado otro destino.
La obra de Taleb constituye un canto a la humildad y una embestida contra quienes asumen que saben más de lo que conocen (y de lo que es posible conocer), un alegato contra la soberbia gubernamental que pretende manejar el fruto del trabajo del prójimo en lugar de dejar en paz a la gente y abstenerse de proceder como si fueran los dueños de los países que gobiernan. En un campo más amplio, la obra está dirigida a todos los que posan de sabios poseedores de conocimientos preclaros del futuro cuando en verdad no pueden pronosticar a ciencia cierta que harán ellos mismos al día siguiente puesto que al modificarse las circunstancias naturalmente cambian sus propias conjeturas.
Pone en evidencia los problemas graves que se suscitan al subestimar la ignorancia y pontificar sobre aquello que no está al alcance de los mortales. Es que como escribe Taleb “la historia no gatea: da saltos” y lo improbable -fruto de contrafácticos y escenarios alternativos- no suele tomarse en cuenta, lo cual produce reiterados y extendidos “cementerios” ocultos tras ostentosos y aparatosos modelitos matemáticos y campanas de Gauss que resultan ser fraudes conscientes o inconscientes de diversa magnitud, al tiempo que no permite el desembarazarse del cemento mental que oprime e inflexibiliza la estructura cortical. Precisamente, el autor marca que Henri Poincaré ha dedicado mucho tiempo a refutar las predicciones basadas en la lineaidad construidas sobre la base de lo habitual a pesar de que “los sucesos casi siempre son estrafalarios”.
Explica también el rol de lo que habitualmente se denomina “suerte” (aunque estrictamente la suerte no existe, se trata de nexos causales no previstos), incluso en los grandes descubrimientos de la medicina como el de Alexander Fleming en el caso de la penicilina, aunque, como ha apuntado Pasteur, la llamada suerte favorece a los que trabajan con ahínco y están alertas. Después de todo, como también nos recuerda Taleb lo “empírico” proviene de Sextus Empiricus que inauguró, en Roma, doscientos años antes de Cristo, una escuela en medicina que no aceptaba teorías y para el tratamiento se basaba únicamente en la experiencia, lo cual, claro está, no abría cauces para lo nuevo.
Los intereses creados de los pronosticadores dificultan posiciones modestas y razonables y son a veces como aquel agente fúnebre que decía: “yo no le deseo mal a nadie pero tampoco me quiero quedar sin trabajo”. Este tipo de conclusiones aplicadas a los planificadores de sociedades terminan haciendo que la gente coma igual que lo hacen los caballos de ajedrez (salteado). Estos resultados se repiten machaconamente y, sin embargo, debido a la demagogia, aceptar las advertencias se torna tan difícil como venderle hielo a un esquimal. En definitiva, nos explica Taleb que el aprendizaje y los consiguientes andamiajes teóricos se lleva a cabo a través de la prueba y el error y que deben establecerse sistemas que abran las máximas posibilidades para que este proceso tenga lugar. Podemos coincidir o no con todo lo que nos propone el autor, como que después de un tiempo no es infrecuente que también discrepamos con ciertos párrafos que nosotros mismos hemos escrito, pero, en todo caso, el prestar atención al “impacto de lo altamente improbable” resulta de gran fertilidad…al fin y al cabo, tal como concluye Taleb, cada uno de nosotros somos “cisnes negros” debido a la muy baja probabilidad de que hayamos nacido dado que cada uno es único e irrepetible en la historia de la humanidad. Al contrario, la probabilidad es alta de que otros sucesos se reiteren pero aun así hay que estar atentos a los desvíos.
En cualquier caso, en esta nota periodística alertamos sobre la posibilidad de un cisne negro en las elecciones que se aproximan, en el sentido y con las incógnitas y los contextos referidos más arriba.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/03/la-escuela-austriaca-de-economia.html
«Muchas de las ideas de los principales economistas austriacos de mediados del siglo XX, tales como Ludwig von Mises y F.A. Hayek están fundadas en las ideas de economistas clásicos tales como Adam Smith y David Hume, o en las de algunas figuras de principios del siglo XX como Knut Wicksell, además de Menger, Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser.»[1]
Confluyen en las vertientes de la Escuela la de los autores clásicos de los cuales aquí solo se dan algunos pocos nombres. Habría que agregar a Edmund Burke, Adam Ferguson, John Locke, Herbert Spencer y varios otros más que, desde posturas más o menos afines, confluyeron en un núcleo de ideas que daría punto inicial a la Escuela Austríaca de Economía. No obstante, se pueden encontrar algunos denominadores comunes en la diversidad de los nombres citados. Y esos puntos coincidentes son la coincidencia de todos ellos en la necesidad de la libertad y la propiedad privada como basamentos de toda economía sin las cuales ninguna economía podría llegar a merecer ese nombre. De todos ellos, Ludwig von Mises es quizás el más enfático a este último respecto.
«Esta diversidad de tradiciones intelectuales en la ciencia económica es todavía más evidente entre los economistas de la Escuela Austriaca en la actualidad, quienes han recibido la influencia de algunas de las figuras más relevantes de la economía contemporánea. Estos incluyen a Armen Alchian, James Buchanan, Ronald Coase, Harold Demsetz, Axel Leijonhufvud, Douglass North, Mancur Olson, Vernon Smith, Gordon Tullock, Leland Yeager y Oliver Williamson, además de Israel Kirzner y Murray Rothbard. Mientras que algunos pueden afirmar que una única Escuela Austriaca de economía opera dentro de la profesión económica en la actualidad, también se podría argumentar con cierta sensatez que el rótulo “austriaco” ya no posee ningún significado sustantivo.»[2]
Ciertamente el rótulo «austríaco» ha perdido todo su significado como para designar con precisión los postulados de la escuela, pero resulta ser que ha alcanzado su arraigo a través de una tradición que se mantiene en nuestros días y resulta bastante difícil de erradicar. Maxime si se tiene en cuenta -como bien dice el párrafo – la multiplicidad de aportes que han realizado a la escuela intelectuales que -en principio- son ajenos a la misma o empezaron siéndolo y finalmente terminaron adhiriéndose a sus proposiciones. Algunos autores, como el profesor Alberto Mansueti, han preferido -con acierto a nuestro juicio- utilizar las palabras «escuela austriana» y referirse a sus miembros como «austrianos». De todas maneras, más que de las etiquetas, nos interesa ocuparnos de los contenidos, y en este sentido las contribuciones de todos los mencionados (faltan muchos nombres más, por cierto) son de una importancia y relevancia fundamental.
Veamos seguidamente algunas de las propuestas más relevantes de nuestra escuela:
«Proposición 1: Sólo los individuos eligen. El hombre, con sus propósitos y planes, es el principio de todo análisis económico. Sólo los individuos eligen; las entidades colectivas no hacen elecciones. La tarea principal del análisis económico es hacer inteligible el fenómeno económico, apoyándolo en los propósitos y planes de los individuos. La tarea secundaria de la economía consiste en indagar las consecuencias no intentadas o no previstas que pueden surgir como consecuencia de las elecciones individuales.»[3]
Toda acción es individual y toda acción es fruto de una decisión, mucho o poco meditada, pero, siempre deliberada que es lo que va a desembocar en una acción, la cual -por definición- solo puede ser individual y humana. No hay actos no deliberados ni automáticos en el campo de la acción humana. Aun las conductas más impulsivas han sido fruto de un cierto grado de deliberación sobre la misma. De tal suerte que, no cabe sino metafóricamente hablar de acciones «colectivas» lo cual no es más que una impropiedad, tal como cuando de ordinario se alude a «decisiones» de países, naciones, gobiernos, sociedades, grupos, etc.». Sólo pueden concebirse estas últimas expresiones en un sentido puramente figurado, pero nunca literal. La acción siempre es humana y siempre es individual, no colectiva.
«Proposición 2: El estudio del orden del mercado versa fundamentalmente sobre el comportamiento de intercambio y las instituciones dentro de las cuales tiene lugar el intercambio. El sistema de precios y la economía de mercado se entienden mejor bajo el término “catalaxia”, y la ciencia que estudia el orden de mercado cae bajo el dominio de la “cataláctica”. Estos términos se derivan de la palabra griega katalaxia –que significaba la acción de intercambiar y convertir a un extraño en amigo, como consecuencia del intercambio. La cataláctica centra el análisis en las relaciones de intercambio que surgen en el mercado, la negociación que caracteriza el proceso de intercambio, y el contexto institucional en el que estos intercambios tienen lugar.»[4]
En un campo más amplio aún, toda relación social implica acciones de intercambio de todo tipo, pero esos intercambios (que pueden ser, incluso, de ejemplo, afectivo o familiares) adquieren interés para la cataláctica cuando se realizan por un precio, entendido como síntesis del entrecruzamiento de valores dispares que son, en suma, los que motivan a los agentes económicos a intercambiar. Es cuando alcanza sentido entonces esta última locución «agentes económicos». Para que exista cataláctica, entonces, han de haber relaciones de intercambio dentro de un proceso que se denomina de mercado. Los elementos de este proceso se distinguen como de oferta y demanda. Friedrich A. von Hayek ha caracterizado el sistema de precios como un tablero de señales que ofician de guía pare indicar -tanto a compradores como a vendedores- dónde existen escaseces relativas que son -en definitiva- los renglones a los cuales se orientarán los recursos, dando lugar a un mecanismo más: el de inversión.
Sin precios, sin propiedad privada y sin moneda, sencillamente, no hay mercado, y sin mercado no hay economía. Por eso, se dice que constituyen tres pilares fundamentales para la existencia de un verdadero sistema económico.
[1] Peter J. Boettke. *Hacia una Robusta Antropología de la Economía**La Economía Austriaca en 10 Principios* Instituto Acton Argentina. Trad: Mario Šilar
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.
Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 4/5/18 en: https://www.infobae.com/opinion/2018/05/04/que-es-la-posmodernidad/
Nuevamente reiteramos de modo parcial lo que hemos consignado sobre la denominada posmodernidad que, al igual que la posverdad, se traducen en construcciones contrarias a la realidad de las cosas. La modernidad es heredera de una larga tradición cuyo comienzo puede situarse en la Grecia clásica, en donde comienza el azaroso proceso del logos, esto es, el inquirir el porqué de las cosas y proponerse la modificación de lo modificable en lugar de resignarse a aceptarlas sin cuestionamiento. Louis Rougier afirma que en esto precisamente consiste el mito de Prometeo, que expresa el intento de una ruptura con la superstición y que la «contribución de Grecia a la civilización occidental consistió en darle sentido a la palabra ‘razón’. En contraste al Oriente, que se sometía en silencio a los mandatos de los dioses y los dictados de los reyes, los griegos trataron de entender el mundo en el que vivían». Pero el modernismo propiamente dicho es renacentista, aunque pueden rastrearse rasgos más o menos marcados en algunos escolásticos y especialmente en la escolástica tardía de la escuela de Salamanca. En todo caso, el llamado modernismo hace eclosión en la Revolución francesa, antes de sumergirse en la contrarrevolución de los jacobinos, el terror y el racionalismo iluminista.
El posmodernismo, por su parte, irrumpe aparentemente a partir de la sublevación estudiantil de mayo de 1968 en París y encuentra sus raíces en autores como Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger. Los posmodernistas acusan a sus oponentes de «logocentristas», rechazan la razón, son relativistas epistemológicos (lo cual incluye las variantes de relativismo cultural y ético) y adoptan una hermenéutica de características singulares, también relativista, que, por tanto, no hace lugar para interpretaciones más o menos ajustadas al texto. George B. Madison explica: «Una de las cosas que el posmodernismo subraya es que, de hecho, no hay tal cosa como el sentido propio de nada». El posmodernismo mantiene que todo significado es dialéctico. Esto, como queda dicho, en última instancia se aplica también al significado del propio posmodernismo. Por eso es que Denis Donoghue señala que a prácticamente todo estudiante de nuestra cultura se le requiere que, entre otras cosas, exponga su posición frente al posmodernismo, aunque en realidad signifique cualquier cosa que queramos que signifique.
Isaiah Berlin se refiere a algunos aspectos que resultan consustanciales con los del posmodernismo, aunque esta terminología no existía en esa época. Berlin se refiere a un punto de inflexión en la historia que se produce «hacia finales del siglo XVIII, principalmente en Alemania; y aunque es generalmente conocido bajo el nombre de ‘romanticismo’, su significado e importancia no han sido completamente apreciados incluso hoy día». Afirma que se trata de «una inversión de la idea de verdad como correspondencia». Dice Berlin que para el romanticismo solo el grupo existe y no el individuo, lo cual «lleva en su forma socializada la idea de autarquía —la sociedad cerrada, planificada centralmente de Fichte y de Friedrich List y de muchos socialistas— que los aísla de la interferencia exterior para poder ser independientes y expresar su propia personalidad interna sin interferencia de otros hombres». Insiste Berlin que este modo de ver las cosas significa una «inversión de valores […] Es en este tiempo cuando la propia palabra ‘realismo’ se vuelve peyorativo».
Asimismo, Berlin sostiene: «Una actitud de este tipo es la que ha revivido en épocas modernas en forma de existencialismo […] Pues las cosas no tienen, en este sentido, naturaleza alguna; sus propiedades no tienen relación lógica o espiritual con los objetos o la acción humana». Y concluye: «Ningún movimiento en la opinión humana ha tenido una envergadura y efecto similares. Todavía aguarda a sus historiadores […] Esto, por sí solo, me parece razón suficiente para prestar atención a ese extraordinario, y a veces siniestro, fenómeno», todo lo cual es aplicable a lo que hoy se denomina posmodernismo.
Cuando se alude a la razón, debe, en primer lugar, precisarse qué se quiere decir con la expresión racionalismo. Hay dos vertientes muy distintas y opuestas en esta materia. Por un lado, el racionalismo crítico, para recurrir a una expresión acuñada por Karl Popper, y, por otro, el racionalismo constructivista, término que adopta Friedrich Hayek. En el primer caso, se hace referencia al papel razonable de la razón como herramienta para hilar proposiciones en la argumentación según las reglas de la lógica, en el afán de buscar el mayor rigor posible para incorporar dosis crecientes de verdades ontológicas. En el mar de ignorancia en que nos debatimos, de lo que se trata es de que, a través de debates abiertos entre teorías rivales, resulte posible incorporar fragmentos de tierra fértil en que sostenernos, con base en corroboraciones provisorias pero siempre sujetas a posibles refutaciones. La conciencia de las limitaciones de la razón y el escribir esta expresión con minúscula, desde luego que no significa tirar por la borda el instrumento fundamental de que disponemos para entendernos a nosotros mismos e intentar el entendimiento del mundo que nos rodea. De la falibilidad no se sigue el escepticismo, que, por otra parte, en contradicción con sus propios postulados, pretende afirmar como verdad que le está vedado a la mente la posibilidad de captar verdades.
La ingeniería social y la planificación de vidas y recursos ajenos provienen de la arrogancia del racionalismo constructivista o del iluminismo, que no considera que la razón tenga límites y que todo lo puede abarcar. Hayek atribuye la inspiración al espíritu totalitario y el inicio de esta vertiente a autores como Francis Bacon y Thomas Hobbes, incluso en René Descartes, con su referencia al «legislador sabio», para no decir nada de Platón con su «filósofo rey». A su vez, José Ortega y Gasset, también en su crítica al racionalismo de este tipo (que distingue de lo que denomina la «razón vital»). Sin duda que resulta natural que a Hayek le parezca inaceptable el racionalismo constructivista, especialmente si se declara heredero de Bernard Mandeville, David Hume, Carl Menger y de Adam Ferguson, de quien ha tomado la diferencia central entre acción humana y designio humano.
Es conveniente, sin embargo, aclarar que las limitaciones de la razón no significan que en el ser humano, el animal racional, puedan tener lugar acciones irracionales. Ludwig von Mises explica este punto cuando sostiene que frecuentemente se utiliza el término «irracionalidad» para aplicarlo a acciones equivocadas en lo que se refiere a la utilización de ciertos medios y métodos con la intención de lograr específicos fines. Afirma: «Las prácticas de la magia hoy se califican de irracionales. No eran adecuadas para lograr las metas apetecidas. Sin embargo, las personas que recurrían a ellas creían que eran las técnicas correctas, del mismo modo que, hasta mediados del siglo pasado [XIX], los médicos creían que la afluencia de sangre curaba varias enfermedades. […]. Resulta confusa la calificación de las acciones de otros como irracionales para aludir a personas cuyos conocimientos están menos perfeccionados respecto de quien hace la descripción». Esta confusa terminología nos convertiría a todos en irracionales, dado que el conocimiento siempre será incompleto e imperfecto.
Distinta es la afirmación que indica que se está usando mal la razón en el sentido de que no se siguen las reglas de la lógica, para lo cual es mejor recurrir a la expresión «ilógico» o, en su caso, que no se la está utilizando con propiedad para apuntar a la verdad ontológica al efecto de señalar la falsedad de una proposición, o cuando las conductas se estiman reprobables, pero, cualquiera sea la situación, el término «irracional» no ayuda a clarificar el problema.
Aunque no resulte novedoso, conviene recordar lo que se conoce desde el siglo VII a.C. como «la trampa de Epiménides», a saber, que dado que el relativista sostiene que todo es relativo, esa aseveración también se transforma en relativa y, por ende, se convierte en una postura autodestructiva. Si el relativista afirmara que todo es relativo menos esta aseveración, habría que señalar que, para fundamentar la razón de esta excepción, debe contarse con un criterio de verdad, lo cual, a su turno, pone de relieve la necesidad de sustentarse en juicios que mantengan correspondencia con el objeto juzgado. Por otra parte, deberían explicar también por qué no recurren a criterios de verdad para todo lo demás que quedaría excluido del conocimiento. A su vez, cualquier afirmación que se haga en dirección a explicar por qué el criterio de verdad puede ser solamente utilizado para revelar las razones por las que «todo es relativo» y excluir este criterio todo lo demás, se daría como otro criterio de verdad.
Para incorporar conocimientos se debe recurrir al rigor lógico (a la lógica formal) para que tenga validez el razonamiento, esto es, la verificación de los silogismos, lo cual implica que la concatenación de las proposiciones sea consistente y, al mismo tiempo, recurrir a los procedimientos de la lógica material para que las proposiciones resulten verdaderas (los argumentos son válidos o inválidos, solo las proposiciones resultan verdaderas o falsas). El relativista posmoderno puede sustituir la expresión «verdad» por «conveniencia o inconveniencia circunstancial», pero solo recurriendo a las ideas de verdad o falsedad es que se puede explicar el porqué de la referida «conveniencia».
Malcolm W. Browne da cuenta de una reunión en la New York Academy of Sciences que congregó a más de doscientos científicos de las ciencias sociales y de las ciencias naturales de diferentes partes del mundo, que, alarmados, contraargumentaron la «crítica ‘posmoderna’ a la ciencia que sostiene que la verdad depende del punto de vista de cada uno». Para recurrir a un ejemplo un tanto pedestre, a un tigre hambriento se lo podrá interpretar como una rosa, pero quien ensaye el acercarse a oler la rosa (en verdad al tigre) difícilmente podrá escapar de las fauces del felino. Semejante experimento pondrá en evidencia que, sencillamente, un tigre es un tigre y una rosa es una rosa. Claro que, como dice Mariano Artigas: «La verdad de un enunciado no implica una semejanza material entre el enunciado y la realidad, puesto que los enunciados se componen de signos, y la realidad está compuesta por entidades, propiedades y procesos. La verdad existe cuando lo que afirmamos corresponde a la realidad, pero esa correspondencia debe valorarse teniendo en cuenta el significado de los signos lingüísticos que utilizamos».
El lenguaje, un instrumento esencial para pensar y trasmitir pensamientos, es el resultado de un orden espontáneo, no es el resultado de ningún diseño, se trata de un proceso evolutivo. Los diccionarios son libros de historia, son un ex post facto. Cuando se ha diseñado una lengua como el esperanto, no ha servido a sus propósitos. La lengua integra un proceso ininterrumpido de convenciones, pero de allí no se sigue que se pueda interpretar de cualquier modo una palabra, lo cual imposibilitaría la comunicación y significaría la destrucción del lenguaje. No se trata entonces de interpretaciones frívolas según la moda del momento. De la antes mencionada convención no se sigue que pueda impunemente desarticularse o disociarse la definición de una palabra con su correspondencia con la realidad sin caer en el sinsentido. He aquí el meollo del posmodernismo.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.
Por Martín Krause. Publicado el 30/10/17 en: http://bazar.ufm.edu/momento-fundacional-la-cien-ia-economica-iluminismo-escoces-la-tradicion-del-orden-espontaneo/
Con los alumnos de la UNLP vemos Historia del Pensamiento Económico. En este caso, algunos capítulos del libro compilado por Adrián Ravier, Lecturas de Historia del Pensamiento Económico. Estamos considerando a los clásicos y uno de los capítulos es un artículo donde Ezequiel Gallo comenta “La Tradición del orden social espontáneo”, analizando las contribuciones de los escoceses Adam Ferguson, David Hume y Adam Smith. De ese texto, reproduzco su explicación y comentario de la famosa frase del primero de esos autores cuando se refiere a los fenómenos sociales que son “fruto de la acción humana pero no del designio humano”. Esta es la esencia de un orden espontáneo, algo que cuesta mucho comprender.
“… ¿cómo fue posible que en ciertos momentos, ese ser frágil e imperfecto que es el hombre fuera capaz de crear riqueza y abandonar siquiera fugazmente, la condición de atraso y pobreza a la que parece condenado? Las primeras reflexiones a partir del interrogante planteado apuntan a señalar cómo no ocurrió ese tránsito. El cambio no fue originado por un plan “maestro” generado en la cabeza de un hombre o en un cónclave de notables. Tampoco fue el resultado de algún contrato original donde se acordaron de una vez las instituciones que habían de regir los destinos de la humanidad: “Ninguna sociedad se formó por contrato” —diría Ferguson—, “ninguna institución surgió de un plan [ … ] las semillas de todas las formas de gobierno están alojadas en la naturaleza humana: ellas crecen y maduran durante la estación apropiada”. Y luego redondea esta noción en uno de los más afortunados pasajes de su Ensayo sobre la sociedad civil:
“Aquel que por primera vez dijo: ‘Me apropiaré de este terreno, se lo dejaré a mis herederos’ no percibió que estaba fijando las bases de las leyes civiles y de las instituciones políticas. Aquel que por primera vez se encolumnó detrás de un líder no percibió que estaba fijando el ejemplo de la subordinación permanente, bajo cuya pretensión el rapaz lo despojaría de sus posesiones y el arrogante exigiría sus servicios.
Los hombres en general están suficientemente dispuestos a ocuparse de la elaboración de proyectos y esquemas, pero aquel que proyecta para otros encontrará un oponente en toda persona que esté dispuesta a proyectar para sí misma. Como los vientos que vienen de donde no sabemos [ … ] las formas de la sociedad derivan de un distante y oscuro pasado; se originan mucho antes del comienzo de la filosofía en los instintos, no en las especulaciones de los hombres. La masa de la humanidad está dirigida en sus leyes e instituciones por las circunstancias que la rodean, y muy pocas veces es apartada de su camino para seguir el plan de un proyectista individual.
Cada paso y cada movimiento de la multitud, aun en épocas supuestamente ilustradas, fueron dados con igual desconocimiento de los hechos futuros; y las naciones se establecen sobre instituciones que son ciertamente el resultado de las acciones humanas, pero no de la ejecución de un designio humano. Si Cronwell dijo que un hombre nunca escala tan alto como cuando ignora su destino, con más razón se puede afirmar lo mismo de comunidades que admiten grandes revoluciones sin tener vocación alguna para el cambio, y donde hasta los más refinados políticos no siempre saben si son sus propias ideas y proyectos las que están conduciendo el estado”.
Es conveniente subrayar dos aspectos de esta intuición tan fértil de Ferguson. En primer lugar, el autor escocés afirma que los hombres no “inventan” desde cero, sino que innovan a partir de circunstancias e instituciones que fueron el fruto de acciones humanas anteriores. En segundo término, esas circunstancias surgieron como consecuencia de la yuxtaposición de una multitud de planes individuales que al entrecruzarse produjeron muchas veces resultados que no eran queridos por sus autores. Así Hume, por ejemplo, afirmaba que las reglas de justicia, y especialmente de la propiedad, eran muy ventajosas para todos los integrantes de la comunidad “a pesar de que ésa no había sido la intención de los autores”. Es importante advertir, finalmente, que una parte muy significativa de nuestras instituciones (justicia, moneda, mercados, lenguaje, etc.) emergieron espontáneamente de esas interacciones humanas bastante antes que pensadores y analistas sistematizaran sus contenidos. Esto es, por ejemplo, lo que nos dice Ferguson sobre el lenguaje:
“Tenemos suerte de que en estos, y otros, artículos a los cuales se aplica la especulación y la teoría la naturaleza prosigue su curso, mientras el estudioso está ocupado en la búsqueda de sus principios. El campesino, o el niño, pueden razonar y juzgar con un discernimiento, una consistencia y un respeto a la analogía que dejaría perplejos al lógico, al moralista y al gramático cuando encuentran el principio en el cual se basa el razonamiento, o cuando elevan a reglas generales lo que es tan familiar y tan bien fundado en casos personales”.
Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados. (Ciima-Eseade). Es profesor de Historia del Pensamiento Económico en UBA.