Apunte sobre legislación sindical

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 28/6/12 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7343

 Contemporáneamente en casi todos lados se ha adoptado la visión fascista de la Carta del Lavoro de 1927 que, a su vez, respondiendo a la genealogía de Mussolini, se basa en la noción marxista de “las relaciones contractuales entre el capital y el trabajo”, primer error conceptual puesto que el capital no negocia ya que se trata de maquinarias y equipos, son distintas formas de trabajo que en una sociedad libre arriban a salarios monetarios y no monetarios según sea la tasa de inversión correspondiente (esa es la diferencia entre los salarios en Angola y Canadá, no los decretos y leyes que se promulgan con criterios voluntaristas).
 
Vamos por pasos en este asunto. En un ambiente civilizado, un sindicato es una asociación libre y voluntaria que se establece para todo aquello que los sindicados consideren pertinente (a menos que se trate de lesión de derechos de terceros en cuyo caso se convierte en una asociación ilícita). Generalmente en estos contextos la función primordial del sindicato consiste en informar a sus miembros de los salarios obtenidos en distintos lugares y actividades ya que si bien los ingresos en términos reales dependen de la inversión per capita que hace posible incrementos en la productividad del trabajo (no es lo mismo arar con las uñas que con un tractor), las cifras no aparecen en algún tablero universal sino que hay que averiguarlas (cosa que no es una faena difícil, de lo contrario pruébese remunerar a una secretaria en niveles bajo el mercado y se comprobará que no dura ni siquiera pasada la hora del almuerzo del primer día laborable).
 
Lo dicho no es óbice para que las referidas asociaciones establezcan otros servicios y otras condiciones para ser miembro aunque alguna puede aparecer chocante o ridícula como la de pertenecer a cierto partido político o, para el caso, condiciones para el salto de garrocha, todo es aceptable siempre que se trate de acuerdos libres y voluntarios entra las partes.
 
Observamos, sin embargo, que la situación es muy otra en nuestro mundo de hoy. Se impone que los empleadores descuenten compulsivamente contribuciones o cuotas sindicales enmascaradas o explícitas y de obras sociales a todos los empleados en relación de dependencia, lo cual constituye una inmoralidad superlativa. Se desconfía que los candidatos aporten voluntariamente a las cajas sindicales. Más aun, al universo que se le ha descontado para obras sociales se le requiere el carnet de afiliación para hacer uso de dichos servicios (generalmente muy deficientes como todo lo monopólico artificial) con lo que, de facto, significa membresía forzosa. De ninguna manera esto implica que los sindicatos no puedan contar con servicios médicos denominados “obras sociales”, de lo que se trata es que sean voluntarias y que compitan con otras. Un amigo co-fundador de dos mutuales de medicina muy prestigiosas en Argentina me decía que hicieron un estudio para extender el servicio a personas de menores ingresos pero la legislación sindical no les permitió competir. Desde luego que esta situación compulsiva se presta para todo tipo de maniobras por parte de la dirigencia sindical.
 
Otra característica de esta extendida legislación fascista es la llamada “personería gremial” que no es la simple personería jurídica que debe otorgársele a toda asociación libre, sino que es una figura que significa que la autoridad gubernamental la concede a un sindicato por rama de actividad que compulsivamente representa a todos los que trabajan en esa área y bloquea que lo hagan otros en grupo o lo hagan personas individualmente con lo que se impone la contratación colectiva por la fuerza. Nada tiene de objetable la contratación por grupos si los trabajadores lo prefieren, pero, como queda dicho, en este caso se trata de recurrir a la legislación para imponerlo y direccionado en cierto sindicato (que habitualmente se dice “el más representativo” con lo que se elimina a otros sindicatos o representaciones personales para negociar sus preferencia ya que si voluntariamente los trabajadores decidieran otorgar representatividad en ese mismo sindicato al que se le concede la personería gremial no habría necesidad de escudarse en esta figura coercitiva, que en estos contextos solo pueden eventualmente zafar de la imposición a través de contrataciones temporarias y similares).
 
Esta maraña legislativa en materia sindical y laboral en general conduce al mercado informal al efecto de evitar todos los impuestos al trabajo que expulsan de las posibilidades laborales a los que más necesitan trabajar ya que, como queda dicho, los salarios no dependen de la voluntad del legislador sino de las referidas tasas de capitalización que cuando se establecen por encima de esa marca aparece el desempleo. En cambio, en un clima de arreglos contractuales libres y voluntarios nunca sobra aquello que es indispensable para brindar servicios y producir bienes ya que, precisamente, el problema económico consiste en que los bienes y servicios son escasos en relación a las necesidades (de lo contrario estaríamos en Jauja, es decir, habría de todo para todos todo el tiempo, en cuyo contexto nadie demandaría empleo). La tragedia de la desocupación siempre se debe a la intromisión forzosa de legislaciones que no permiten contratar libremente, situación en la que se entrometen los aparatos estatales a través de lo que se ha dado en llamar “arbitraje” o “conciliación obligatoria”.
 
En esta misma línea argumental se impone una peculiar forma violenta de huelgas. En lugar de entender la huelga como el derecho a no trabajar que lo tiene cualquier persona libre, se introduce la idea del “derecho a estar y no estar al mismo tiempo en el lugar de trabajo”, es decir, quien se declara en huelga no trabaja pero tampoco permite que otros sean contratados en esa empresa (por medio de piquetes intimidatorios o por medio del decreto gubernamental), con lo que se conduce al desempleo o a través de la disminución del poder adquisitivo por medio de la inflación monetaria al efecto de cubrir la desocupación que de otro modo hubiera surgido ya que los salarios no son nunca consecuencia del voluntarismo sino de la realidad económica.
La huelga como el natural y a todas luces lícito derecho a no trabajar somete al empleador a una de dos posibilidades: o contrata a otros si es que lo que ofrece son salarios de mercado o debe incrementar la paga si es que estaba bajo el nivel que exigen las tasas de inversión.
 
Toda la nociva legislación a que nos venimos refiriendo parte de la falacia de “la teoría de la desigualdad en el poder de contratación” la cual sostiene que no es permisible que el gobierno no intervenga cuando quienes contratan tienen diferentes patrimonios lo cual pondría en desventaja al más débil. Esto así está mal planteado. La desigualdad patrimonial en el contrato es del todo irrelevante, nuevamente lo decisivo es la cuantía de inversión y los consiguientes marcos institucionales que permiten la formación de ahorro interno y externo en el lugar para ampliar esa inversión. En otros términos, si un multimillonario llega a un lugar y averigua cuanto debe remunerarse a un trabajador para pintar su casa y decide ofrecer la mitad porque es muy rico, sencillamente no podrá pintar su casa (para el caso no importa si su cuenta corriente es muy abultada o si está quebrado).
 
Las remuneraciones de las que estamos hablando incluyen todas sus formas tanto monetarias como las no monetarias. Si las cosas no fueran de esta manera no habría que ser tímido en los pedidos y lanzar un decreto por el que todos se conviertan en millonarios, pero lamentablemente las cosas no son así. Obsérvese que en el caso argentino (y en otros) los salarios del peón rural y los de la incipiente industria eran superiores a los de Suiza, Alemania, Francia, Italia y España (de allí es que en esas épocas la población se duplicaba cada diez años debido a la inmigración), situación que operaba cuando los arreglos contractuales se guiaban por el Código Civil de 1869 y los problemas para los más necesitados comenzaron en paralelo con la legislación de las mal denominadas “conquistas sociales” a partir de los años cuarenta y sin solución de continuidad hasta el presente, puesto que todos los gobiernos (civiles y militares) pretendieron y pretenden utilizar el movimiento obrero en provecho propio sin abrogar las leyes de asociaciones profesionales y convenios colectivos y equivalentes que constituyen la raíz del problema que embretan a los genuinos trabajadores en favor de la cúpula sindical.
 
Este tema de la incomprensión respecto a las causas de los niveles de salarios no se circunscribe a sindicatos y afines sino que abarca territorios mucho más amplios. Hace un tiempo estaba yo dictando un seminario en una cámara empresarial y uno de los asistentes (muy conocido) me preguntó que si no se aceptaba la huelga intimidatoria como se incrementarían salarios, con lo que se pone de manifiesto el grado de confusión mayúsculo que también incluye al empresariado (y a muchos otros sectores) que en no pocas ocasiones avala los absurdos e improcedentes “consejos de salarios” como si éstos fueran el resultado de la “puja distributiva” desconociendo en forma absoluta el significado elemental de los procesos de mercado.
 
En momentos de escribir estas líneas el caso argentino revela que el movimiento sindical se subleva frente al actual gobierno debido a excesivas presiones fiscales al trabajo para financiar el creciente gasto público, situación que escandaliza y sorprende al aparato estatal del momento que no puede creer que pasen por izquierda a una estructura que se autoconsidera “progresista”, pero el fondo del asunto sigue siendo el mismo solo que hay dos competidores por la imposición de condiciones desfavorables al trabajador que se encuentra en medio de una operación pinza y que, en definitiva, siempre paga los platos rotos.
 
Resulta indispensable y muy urgente revisar las falacias, los mitos y las grotescas tergiversaciones históricas tejidas en torno a los temas aquí apuntados y abandonar la hipocresía de escudarse bajo el manto de los pobres al efecto de explotarlos miserablemente.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

 

LA TERMINAL, LA SENCILLEZ DE LA VIDA Y LA MONSTRUOSIDAD DEL ESTADO

or Gabriel J. Zanotti. Publicado el 17/6/12 en: http://www.gzanotti.blogspot.com.ar/

La Terminal es una conmovedora película, cuya historia imaginaria (pero simbólica) es la de Viktor Navorski, un ciudadano de un ficticio país de la Europa del Este, que simplemente quiere regalar a su padre algo firmado por un famoso músico de jazz de New York, para lo cual sencillamente intenta ir a esa ciudad, obtener la preciada firma y volver.
Pero Víctor se encuentra con que su visa ha sido cancelada por un golpe de estado en su país y que por ende no puede ni entrar a los EEUU ni tampoco está ahora claro de qué país es ciudadano.
Víctor se encuentra así con lo que todos nos encontramos habitualmente: los gobiernos y sus regulaciones, creadas por personas que creen que son necesarias y con ellas controlan las vidas de los demás.
El encargado de hacer cumplir esas reglamentaciones, esa pobre existencia in-auténtica que se toma en serio su papel de carcelero, es Frank Dixon, jefe del aeropuerto. Se toma muy en serio lo suyo y no sabe qué hacer con un Víctor que, al igual que un Sócrates moderno, va a beber la cicuta del estado nación moderno sin desobedecerlo.

Víctor traba amistad con gente sencilla que trabaja en ese aeropuerto, cumpliendo diversos roles dentro de esa maraña de reglamentos, pero cuya vida pasa por otro lado. Enrique trabaja en aduanas pero su vida para  por su amor por la agente Torres, que es la que pone los sellos de visado. Es muy amigo de Joe, un afroamericano que trabaja con él, y de Gupta, un hindú cuya vida ha sido difícil, no molesta a nadie y vive de la tolerancia que «el régimen» tiene para con él, porque podría deportarlo.
Todos ellos viven sus vidas, que no pasan por los reglamentos estatales. Pasan por la amistad, el amor, el trabajo. En el fondo no creen en absoluto en las reglas que Frank cree absolutas, pero no lo saben. No hacen teoría contra ellas, como yo, sino que viven sus vidas «a pesar» de ellas. 
El caso más conmovedor es el de Cliff, otro habitante de un país imaginario que pretende pasar por New York en un vuelo en tránsito hacia Canadá para ayudar a su padre, que está enfermo, llevándole remedios. Qué pretensión. Qué insulto a la racionalidad instrumental y al gran rey estado-nación. Cliff no sabe que para llevar remedios hasta Canadá hay que completar una serie de papeles que él, obviamente, no tiene. Pero Cliff, el supuestamente ignorante ante el sabio estado, insiste, porque pretende -qué horror- ayudar a su padre. Cliff representa a la verdadera víctima contemporánea, el verdadero explotado que Marx no vio. Al ser humano honesto y sencillo, pisoteado por las pretensiones de otros seres humanos que se arrogan el derecho de decirle qué hacer con su vida, con sus viajes, con su dinero, con sus remedios, con su ir, venir, pasear y trabajar. Cliff se arrodilla, implora, ruega y llora ante Frank y ante la vista de todos, que esperan ver lo que ahora el nuevo déspota hará con su dedo, si hacia arriba o hacia abajo, cual romano emperador del nuevo circo racional del iluminismo. El dedo se inclina para abajo pero allí Víctor interviene: hace decir a Cliff que en realidad esas drogas no eran para su padre, sino para vacas, en cuya caso pueden pasar. El emperador Frank deja a Cliff con sus ahora drogas para vacas, pero repentinamente toda su furia se dirige hacia Víctor, al cual grita y empuja ante una fotocopiadora sacando copias de su mano pecadora contra el estado. Pero -oh casualidad- delante de un supervisor, un superior de la burocracia estatal que ha venido a ver la eficiencia del aeropuerto. El supervisor reta a Frank, diciéndole que a las reglas hay que agregar la compasión. Pero, en realidad, Frank es coherente, el supervisor es un bondadoso incoherente. Esas reglas no tienen compasión. La compasión es abolirlas. 

Víctor se convirtió en un héroe por ello, y todos los empleados del aeropuerto, desde el personal de  limpieza hasta gente que trabajaba en los negocios de comidas, pusieron la mano fotocopiada por el implacable Frank en todos lados, como un símbolo de libertad. Gente sencilla, que no sólo no había leído a Hayek, sino que tampoco lo entenderían. Pero intuyeron algo: que Cliff había podido salvar a su padre gracias a Víctor. Claro, seguramente Víctor quedó muy antipático para las empresas farmacéuticas norteamericanas que lograron esa reglamentación por parte del nuevo Al Capone, esto es, el gobierno. Esas empresas sí que no habían leído a Hayek.
Mientras tanto la vida sigue. Enrique se casa con Torres, Gupta y Joe ayudan a Víctor para que conquiste el corazón de Amalia, una bella azafata. Eso no sale pero el que sale, finalmente, es Víctor, que por la ayuda de los mismos policías -protagonistas sin saberlo del derecho a la resistencia a la opresión- logra entrar a la ciudad de Nueva York, obtener su firma y volver. Algo simple y bello, un amor hacia su padre, como la sencillez de los primeros cristianos que sólo pedían honrar a Dios. Pero los gobiernos no entienden esas cosas. Ellos están para controlar, porque  lo contrario sería el des-control. No, es al revés, son esos millones de Franks los que están sueltos, des-ordenando el orden humilde y sencillo de las vidas de los demás.

La Terminal, sin que se haya advertido mucho, desnuda la ridiculez de las legislaciones gubernamentales a las cuales nos vemos sometidos a diario. Denuncia su ridiculez, su crueldad, sus nuevas y más refinadas formas de Gestapo y de SS. 
La próxima vez que pase por un aeropuerto voy a llevar un libro de Ludwig von Mises conmigo. Ningún aparatito va a sonar, ninguna lucecita se va a prender, no se acercarán policías, perros, ni la CIA ni el FBI, ni tampoco Gullermo Moreno ni la guardia pretoriana de Cristina Kirchner. Qué bien. Hasta ahora, hasta ahora……… No se han dado cuenta.

 Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

 

Presupuesto 2013: luces amarillas sobre Guatemala

Por Pablo Guido. Publicado el 26/6/12 en http://chh.ufm.edu/blogchh/

El gobierno guatemalteco comienza a mostrar los primeros números de lo que sería el proyecto de ley del presupuesto para el 2013, según se lee en la prensa. Las erogaciones del sector público serían de 66.700 millones de quetzales, es decir, un incremento del 12% respecto a los fondos asignados para este año 2012. Los ingresos tributarios se calculan en unos 50 mil millones y el déficit fiscal en 12 mil millones. Esto supone que el gasto público equivaldría al 15,7% del PIB, unos 0,5 puntos porcentuales mayor que ahora. Esto significa que el sector público se llevará una partecita mayor de la riqueza del sector privado y lo redistribuirá según criterios políticos. O sea, en términos reales el tamaño del estado estaría aumentando. La cuenta es simple: si se estima un crecimiento del PIB del 3,5% para el 2013 y un aumento de precios de entre 3 y 5% anual, esto supone que el incremento del gasto superaría la sumatoria de aquellas dos variables (PIB y variación de precios). Lo que significa una mayor participación del gasto público en la economía local.

Lo que deben saber los contribuyentes guatemaltecos es que lo que llevó a la crisis a los países europeos que hoy aparecen diariamente en la prensa (España, Grecia, Italia, Portugal, etc.) es un aumento del tamaño del estado mayor a la tasa de crecimiento de su riqueza. Si en la economía familiar los gastos suben más que los ingresos en algún momento se hacen infinanciables aquellos. Y vienen las crisis fiscales que arrastran a toda la economía. Alerta.

 Pablo Guido se graduó en la Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Doctor en Economía (Universidad Rey Juan Carlos-Madrid), profesor de Economía Superior (ESEADE) y profesor visitante de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Investigador Fundación Nuevas Generaciones (Argentina). Director académico de la Fundación Progreso y Libertad.

 

Las verdaderas trabas al desarrollo

Por Alejandro Alle. Publicado el 25/6/12 en: http://www.elsalvador.com/mwedh/nota/nota_opinion.asp?idCat=50839&idArt=7020972

 Nunca será ocioso enfatizar la importancia de las instituciones para que un país alcance el desarrollo económico. Porque eso es lo que El Salvador debe perseguir: el desarrollo, y no un mero crecimiento aleatorio, como hicieron (porque pudieron…) varios de sus vecinos del sur.

En efecto, algunos países latinoamericanos, beneficiados por el viento de cola de los altos precios de las materias primas que exportan, han tenido crecimientos muy significativos, aún careciendo de instituciones sólidas. Esa es la historia reciente en buena parte de Sudamérica. Una historia que, junto con el viento, ya está empezando a amainar.

El Salvador no tiene esa característica: el viento de las materias primas suele soplarle más en contra que a favor. Pero eso mismo les ocurre a muchos países históricamente desarrollados. Y también a la mayoría de los recientemente desarrollados, como los tigres asiáticos, cuyo éxito dista de ser un mero y casual crecimiento del PIB, gentileza de la naturaleza. Como los que Sudamérica tiene desde hace 200 años: pan para hoy, hambre para mañana.

La abundancia de materias primas es, en verdad, apenas eso: una simple característica, que a algunos países les permite crecer cuando sopla el viento. Ello ocurre a pesar de (y no gracias a…), los gobernantes que tienen.

Desde la opinión económica se puede hacer mayor o menor énfasis en temas estrictamente técnicos: ventajas o no del dólar, implicancias de que la relación Deuda/PIB sea mayor que 50%, o efectos de los subsidios sobre la sostenibilidad o no de las cuentas fiscales.

Los números son muy importantes, sin dudas. Que los números sean buenos es una condición necesaria para el desarrollo. Pero no suficiente.

Prueba de ello es El Salvador, que no logró salir del subdesarrollo aún cuando tuvo números mejores que ahora. Las culpas van bastante más allá de los circunstanciales poderes ejecutivos. Y aunque a algunos les guste la idea…, no hay una confabulación internacional en su contra. Las causas son bien locales.

Y allí es donde la opinión económica suele fallar por no hacer el suficiente énfasis en la importancia de las instituciones. La innecesaria lucha entre poderes del Estado actualmente en curso, afecta mucho más al desarrollo que una emisión más o menos de Letes, o un punto porcentual más o menos en la relación Deuda/PIB.

Afecta mucho más que su clase dirigente, en particular la política pero no sólo la política, evidencie tanta incapacidad para ponerse de acuerdo en unos pocos temas vitales. Sólo un ingenuo creería que a las decisiones legislativas las toman 84 personas. Las personas relevantes son muchas menos.

El énfasis en las instituciones debe hacerse con criterio y sin chicanas: no faltarán quienes aleguen que los tigres asiáticos tienen otro tipo de instituciones, más autoritarias, con la resignada intención de justificar que «aquí no se puede». O quizás con la intención de señalar que «el único camino es el autoritarismo». Conclusiones falsas.

Evidentemente sería más fácil por la fuerza que por la razón. Pero en nuestras sociedades ese camino ha demostrado ser el equivocado. Lo cual no quiere decir que no deba haber «orden y progreso», lema que ningún gobernante brasileño se atrevió a quitar de su bandera.

Mucho se ha hablado sobre la involución de El Salvador en diversos rankings internacionales de competitividad, de facilidad para hacer negocios, y de libertad económica. Son sólo el termómetro que indica la fiebre.

Altos niveles de competitividad favorecen la rentabilidad de las inversiones efectuadas en una economía. Y dado que la rentabilidad es un formidable impulsor del crecimiento económico, cierra un círculo virtuoso: competitividad/ productividad, prosperidad personal, rentabilidad, crecimiento genuino. Desarrollo. La ruta es clarísima. Y no hay otra.

Pero la cura no pasa por mirar el termómetro con ingenua esperanza. Menos aún por lamentarse de que la fiebre no baje, cosa que nunca ocurrirá mientras no se comience el tratamiento. ¿Cuál? Tomar conciencia de la importancia de las instituciones.

Dale River. Volvimos.

Alejandro Alle es Ingeniero. Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires). Columnista de El Diario de Hoy.

 

El plan social.

Por Ricardo López Göttig. Publicado el 31/5/12 en: http://lopezgottig.blogspot.com.ar/

 Como si fuese un gran logro, los gobiernos que se proclaman de signo “progresista” suelen esgrimir estadísticas de expansión de sus planes sociales, lo que en rigor debería interpretarse como una señal de fracaso.
La izquierda del siglo XIX no nació con el criterio paternalista de que las personas tuviesen que vivir a expensas del Estado. Para marxistas y anarquistas, por ejemplo, el Estado no era más que un instrumento de dominación en manos de los propietarios. Los marxistas, en consecuencia, anhelaban tomar ese Estado por la vía revolucionaria –violenta- para utilizar esa herramienta y establecer el dominio de los proletarios. Los anarquistas, en cambio, buscaban la destrucción de ese instrumento para que la propiedad privada no tuviera quién la defendiese, y así lograr abolirla. Para estas y otras corrientes de la izquierda, el creador de la riqueza era el obrero que, con su trabajo, daba valor a su creación. El objetivo no era la holgazanería ni el fin del trabajo, sino la plena disposición de aquello por lo que se había trabajado.
De allí que Karl Marx, con una visión religiosa y épica de la humanidad, entendiera que serían los obreros proletarios industriales los que conducirían las sociedades socialistas del futuro y, una vez superada la necesidad de la dominación de unos a otros, se eliminaría el Estado. No sólo ponía su fe en esa “clase social” porque era la que para él generaba la riqueza, sino porque además tenía incorporada la disciplina laboral necesaria y el conocimiento de lo que se hacía en la fábrica. Es por eso que despreciaba a lo que llamaba el “lumpenproletariado”: delincuentes, prostitutas, vagabundos, todos los que estaban inmersos en el submundo de la ilegalidad, porque no tenían hábitos laborales, no generaban riqueza ni tenían “conciencia de clase” y, a su criterio, no querían derribar el orden existente.
El gran problema del marxismo surgió cuando tomaron el poder los bolcheviques en 1917. Marx y Engels, profetas indiscutibles e infalibles de la nueva religión secular con pretensiones científicas, no habían escrito sobre cómo sería la sociedad socialista. Tan sólo esbozaron la idea de la “dictadura del proletariado” como la etapa en la que los obreros industriales tomarían el poder del Estado, dominarían a los burgueses y nobles, hasta que todos fueran laboriosos proletarios en las fábricas. Más risibles son las escasas páginas dedicadas al paraíso comunista, la última etapa sin Estado, en la que las personas vivirían en la superabundancia… Lo cierto es que Lenin y el resto de los bolcheviques tomaron el poder mientras el Imperio Ruso se hallaba combatiendo penosamente en la primera guerra mundial contra los alemanes y austríacos. El modelo económico que tomaron fue el de la Alemania imperial del Kaiser Guillermo II, una economía fuertemente centralizada y militarizada por razones bélicas, y eso es lo que implantaron a fuerza de bayoneta en el caído imperio de los zares, con un costo humano de millones de hombres muertos por hambrunas, requisas de alimentos, guerra civil y creación de los campos de concentración.
Este primer experimento socialista no tuvo una mirada contemplativa hacia el desempleado: como crudamente lo escribió Trotski, “el que no trabaja, no come”. Ironía de la historia, porque Lenin y Trotski nunca habían trabajado… Esta militarización y planificación central se acentuó en tiempos de Stalin, dejando por el camino a más de veinte millones de muertos, cifras colosales que estremecen.
En la etapa post-stalinista en Europa central y oriental, el castigo que recibían muchos intelectuales disidentes –escritores, profesores universitarios, artistas- era el de ser enviados a trabajar cavando fosas en los cementerios, limpiando vidrios en los edificios, cargando carbón en las calderas de calefacción central. O sea que, en el “paraíso de los trabajadores”, la sanción al disidente era, paradójicamente, el trabajo físico.
Está claro, pues, que la naturaleza del “plan social” que subsidia con largueza y que se reproduce generación tras generación, nada tiene que ver con la izquierda socialista en sus ideas del siglo XIX ni en su experiencia real de la centuria pasada. 
Y es que el “plan social”, la protección al desempleo y la mirada paternalista como si las personas fuesen menores de edad incapaces de administrar sus vidas, se fue estableciendo desde gobiernos autoritarios de signo nacionalista, ya desde tiempos de Otto von Bismarck, precisamente para contener el avance de la socialdemocracia en Prusia y el Imperio Alemán. Los socialistas de entonces, en los parlamentos y la prensa partidaria, solían denunciar estas prácticas clientelistas, porque ablandaban el espíritu laborioso y creaban un ejército de votantes sin “conciencia de clase”.
En su difícil combate contra estos “Estados benefactores”, los socialistas de Europa occidental fueron asimilando parte de esta prédica para ganar votos que, de otra manera, se fugaban hacia los partidos de carácter nacionalista y proteccionista. Un fenómeno que, aún hoy, vemos que perdura en el Viejo Continente, con votantes que pueden optar por el xenófobo y proteccionista Frente Nacional de la familia Le Pen o por la izquierda más radical y antiglobalizadora como la de Jean-Luc Mélenchon en Francia.
¿Dónde han quedado, pues, las consignas originales de la izquierda? El socialismo real del siglo XX demostró su manifiesta contradicción con la vida humana, con sus genocidios, empobrecimiento, brutalidad y afán de conquistas. Hoy se torna complejo desarmar ese nudo gordiano de lo que proponen unos y otros críticos acerbos a la democracia liberal y la economía de mercado, que no prometen vida fácil, gratuita y despreocupada de los paraísos seculares.
La paradoja de todo programa gubernamental de “plan social” de inserción laboral, de acceso a la vivienda, es que debería tender a su propia extinción; es decir, la emergencia es una situación temporal, y cuanto más breve sea, mejor. Un ministro de desarrollo social debería ser premiado y aplaudido por tener cada vez menos personas necesitadas de ayuda estatal, y no más. Una estadística optimista, feliz y liberadora, que pondría en evidencia que cada vez más personas son responsables y creadoras del propio destino.

Ricardo López Göttig es Profesor y Doctor en Historia, egresado de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Karlova de Praga (República Checa). Es Profesor titular de Teoría Social en la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

 

El honesto embaucador:

Por Mario Vargas Llosa. Publicado el 23/6/12 en: http://www.lanacion.com.ar/1484440-el-honesto-embaucador

MADRID.- A diferencia de dos exposiciones dedicadas a Picasso en Londres -una, en la Tate Britain, documentando su influencia sobre el arte moderno en el Reino Unido y la segunda, en el Museo Británico, con la edición completa de la Suite Vollard -, a las que se podía entrar sin demora por el limitado número de visitantes, para acceder a la gran retrospectiva consagrada en la Tate Modern a la obra de Damien Hirst, tuve que hacer una cola de tres cuartos de hora.

No sólo la abundancia de público llamaba la atención; también, el gran número de jóvenes y de parejas, algunas con niños en los brazos. Los pequeños la pasaban bastante bien en las salas de la muestra. Se divertían mucho con el revoloteo de las moscas en la urna de cristal donde reposa la cabeza sangrante de una vaca ( Mil años 1990 ) y todavía más en la instalación llamada Dentro y fuera del amor , un cuarto artificialmente humidificado con mariposas vivas, cuencos de frutas, superficies blancas y cajones con flores. Pero a algunos de estos precoces aficionados los asustaron los corderos y las reses seccionados quirúrgicamente y los tiburones dientudos conservados en formol; a veces rompían en llanto.

La exposición misma no tenía mayor interés, salvo desde el punto de vista sociológico, pues resultaba sumamente instructivo espiar las reacciones de los visitantes ante los objetos que la poblaban. La mayor parte hacía un esfuerzo visible por descubrir, detrás o dentro de los anaqueles atiborrados de remedios, pinzas, tijeras, espátulas, guantes elásticos, órganos en yeso, o en las bolitas y globos suspendidos en el aire por el soplido de una secadora de pelo o el ventilador de una caja de colores chillones, la idea, la razón, la propuesta intelectual o estética, el misterio que confiriese a semejantes materiales algo que justificara la admiración, el respeto, o, por lo menos, la curiosidad del público. Muchos no podían ocultar su decepción, pero la disimulaban, con comentarios que rehuían lo primordial y se aferraban a lo adventicio: «¿El dispositivo será mecánico o eléctrico?», «¿Deberán cambiar el formol cada cierto tiempo o durará toda la eternidad?». Los más osados se atrevían a sonreír o a reírse abiertamente de lo que veían, como diciendo, entre guiños: «De un artista puede esperarse cualquier cosa, ya lo sabemos».

Los que se han tomado muy en serio aquello que allí se exhibía son, claro está, la comisaria de la exposición, Ann Gallagher, sus colaboradores y la media docena de autores de los ensayos del catálogo que la acompaña. El verdadero embauco está en esas páginas y, sobre todo, si los críticos se creen lo que firman. En síntesis, para entender cabalmente lo que Damien Hirst (o, más bien, los operarios de su taller) fabrican, hay que moverse con desenvoltura en una galaxia donde rutilan Immanuel Kant y Sigmund Freud, las complejidades de la Anatomía, la Farmacopea, la industria proveedora de instrumental clínico para los hospitales, Marcel Duchamp, Francis Bacon, Kurt Schwitters, las técnicas de la publicidad de la empresa Saatchi, los secretos del tallado de diamantes y las filosofías y teologías relacionadas con la muerte. Uno de ellos revela, como un dato de capital importancia, que en los primeros «gabinetes médicos» que concibió Hirst en los años 80, los remedios y pastillas que figuraban en sus repisas procedían todos de las recetas de su abuela enferma, a quien el artista quería mucho.

A juzgar por la entrevista que concedió Damien Hirst a Nicholas Serota y que aparece en el catálogo, el artista que, según la señora Ann Gallagher, «ha impregnado más la conciencia cultural de su tiempo», no tiene en gran estima a sus admiradores, ni tampoco al arte que practica, ni trata de dar seriedad y dignidad a sus creaciones mediante anfibológicas referencias culturales o poniéndose bajo el ala protectora de imponentes pensadores o artistas. Por el contrario, habla de su trayectoria con una desarmante sinceridad, explicando, en cierto modo, la elección de sus opciones artísticas en función de sus carencias y limitaciones. Hubiera querido ser pintor pero advirtió que pintaba muy mal y optó por los collages en los que se sentía menos deficiente. Cuando descubrió el arte conceptual, el surrealismo y el minimalismo, todo mezclado, entendió que había un camino -el del gesto, el desplante y el espectáculo- en el que él podía superar sus defectos e, incluso, triunfar.

Uno de sus méritos es haber demostrado que en nuestra época se puede ser un artista, incluso de gran prestigio, sin demostrar destreza alguna en lo que se refiere a pintar o esculpir, simplemente haciendo lo que todavía no se ha hecho, y procurando que haya en esto algo novedoso y llamativo, que, sin significar ruptura o rechazo radical de una tradición, lo parezca. Cuando Hirst habla de los pintores que, cree, han ejercido una influencia sobre él, como Sol LeWitt o Naum Gabo, e incluso Francis Bacon, no se refiere para nada a sus méritos estrictamente plásticos, sino a sus actitudes y posturas, a que añadieron al territorio del arte lo que antes de ellos no era ni podía ser considerado «artístico».

A diferencia de sus enrevesados y tramposos críticos, que dan a su persona y a sus obras unos baños delirantes de empaque y dignidad intelectual, estética y filosófica, Damien Hirst parece bastante consciente de la extraordinaria superchería en que se ha convertido hoy, para muchos, el oficio que practica. El no pretende disimularlo, sólo aprovecharlo: lo acepta tal como es y saca de ello todas las ventajas posibles.

No es exagerado decir que se trata de un honesto embaucador, que, en un mundo en el que ahora todo vale, donde el auténtico talento y el funambulismo andan confundidos, él pasa sus mercancías por lo que verdaderamente son, sin escrúpulos ni pretensiones, dejando que se ocupen de envolverlos en argumentos y justificaciones de densa tiniebla y especiosa dialéctica, esos críticos, galeristas y marchantes que, como los publicistas alquimistas de Saatchi, saben convertir todo lo que brilla en oro, vender gato por liebre e imponer su propia tabla de valores y de jerarquías en medio de la confusión que ha reemplazado las viejas certidumbres y patrones estéticos.

No faltará quien recuerde que, a lo largo de la historia, no sólo el arte, toda la cultura ha estado siempre hospedando en su seno a embaucadores de rauda figuración y que sólo con la discriminación que ejerce el tiempo retornaron luego al anonimato del que nunca debieron salir, alejándose por fin de los auténticos creadores a quienes, por la ceguera de sus contemporáneos, llegaron a hacer sombra. Eso es cierto. Pero no creo que nunca en la historia del arte haya habido nadie como Damien Hirst, desprovisto del más elemental talento y originalidad, que, en vez de disimular esta condición, la exhibe en todo lo que hace con perfecta desfachatez, y haya conseguido pese a ello escalar todos los peldaños de la consideración del establishment (la bibliografía que le está dedicada es abrumadora) hasta llegar a ser requerido por instituciones como la Tate Modern y los museos más importantes del mundo.

Su éxito económico está a la altura, y acaso supera, el artístico. En octubre de 2004 vendió, a través de Sotheby’s, su Pharmacy de Notting Hill por unos quince millones de dólares, y en septiembre de 2008 el remate que hizo, prescindiendo de galeristas y marchantes, siempre a través de Sotheby’s, de 244 nuevas obras obtuvo la astronómica suma de 111 millones y medio de libras esterlinas (es decir, más de 150 millones de dólares). Lo que significa que Damien Hirst es acaso el más caro artista vivo de nuestro tiempo.

¿Su futuro está garantizado? Si todo dependiera del mercado del arte, sin duda. Pero, ¡ay!, advierto una amenaza en el porvenir de este Rastignac de la pintura del siglo XXI: la poderosísima Real Sociedad Protectora de Animales del Reino Unido. Auguro que los severos inspectores de esta institución no dejarán pasar impune el sacrificio de las decenas de millares de gráciles mariposas, a las que el artista mató, con el agravante de arrancarles las alas, para engalanar Enlightenment y una serie de sus cuadros, ni el genocidio de millones de moscas inocentes para empastelar con ellas la masa viscosa que recubre su famoso Sol Negro. No es imposible que la Real Sociedad Protectora de Animales ponga fin, o cause un serio quebranto, a la flamígera carrera del muchacho de Leeds que comenzó a hacer arte a los 16 años fotografiándose junto a la cabeza seccionada de un cadáver en la morgue de su ciudad natal.

 Mario Vargas Llosa es Premio Nobel de Literatura y Doctor Honoris Causa de ESEADE.

 

¿Qué proponen los Austriacos como alternativa al sistema monetario actual?

Por Adrián Ravier. Publicado el 28/6/12 en: http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2012/06/28/que-proponen-los-austriacos-como-alternativa-al-sistema-monetario-actual/

Los Austriacos han sido críticos de los bancos centrales y el nacionalismo monetario prácticamente desde su origen, sin embargo, no está claro qué proponen como alternativa. Muchos han hablado de un retorno al Patrón oro, sin embargo esto puede recibir diferentes alternativas.

Después de un largo proceso de selección de mercancías, en muchas partes del mundo el oro triunfó por sus características para jugar el rol de dinero. Al comienzo, se observó libertad para la emisión de billetes respaldados en oro, y sólo más tarde, por la voracidad fiscal de los gobiernos, tal posibilidad de emitir billetes fue monopolizado por los bancos centrales que siguieron respaldando los billetes en  oro. ¿A cuál de ambos sistemas se refieren quienes proponen un retorno al oro?

Las alternativas no concluyen allí. Jesús Huerta de Soto también defiende el oro, pero sostiene que debe ser acompañado de libertad de emisión por parte de bancos privados, al mismo tiempo que debe imponerse el 100 por cien de encaje para evitar que los bancos expandan el crédito con asientos contables.  ¿Acaso quienes defienden el oro se refieren a este tercer sistema?

Hayek por su parte luchó toda su vida contra el nacionalismo monetario, sin embargo, su sistema de competencia de monedas, no estaba respaldado en oro, sino en dinero fiat. Proponía eliminar el curso forzoso y  que la gente elija aquella moneda de su conveniencia, que mantenga mejor el poder adquisitivo. ¿Podemos decir entonces que los Austriacos defienden el retorno al Patrón oro?

Jesús Huerta de Soto acaba de publicar un artículo en el Mises Institute donde defiende el euro desde un punto de vista de la Escuela Austriaca de Economía. Su versión en español se encuentra disponible en Scribd:

En defensa del euro: un enfoque austriaco (con una crítica a los errores del B.C.E. y al intervencionismo de Bruselas).

¿Es el euro entonces lo que proponen los Austriacos? Por supueso que no. Huerta de Soto deja claro que su propuesta ideal está lejos del euro, aceptándolo sólo como una alternativa al “nacionalismo monetario” existente previo al euro, al que Hayek le dedicó tanta atención a partir de 1937.

Selgin por su parte se ha preocupado por ofrecer alguna alternativa más viable que el free banking y sugirió utilizar un patrón dólar. Eliminamos a la Fed y dejamos que los dólares ya impresos y que circulan por el mundo jueguen el rol que el oro jugaba antes de la primera Guerra Mundial. Otros bancos privados o públicos podrán emitir monedas propias en competencia pero respaldadas en el dólar, y será la competencia pero bajo reserva fraccionaria, la que permitirá ir ajustando la oferta de dinero a la demanda.

Lo que intento proponer hoy a los lectores es considerar las posibles reformas del sistema monetario y bancario que se han ofrecido en la literatura austriaca, de tal modo de debatir acerca de su conveniencia o viabilidad. El orden que ofrezco a continuación proviene primero de la historia bancaria, y luego de las propuestas que aun no han recibido aplicación.

Historia bancaria

1. Patrón oro y banca libre con reserva fraccionaria a lo White-Selgin -caso de Escocia y otros-

2. Patrón oro y Bancos Centrales como monopolistas de emisión -Inglaterra, Francia, Alemania, etc antes de 1913-

3. Pseudo Patrón oro -Idem 2, pero después de la Primera Guerra Mundial-

(En la literatura sobre historia bancaria también hay alternativas -no austriacas- para administrar el dinero: Discrecionalidad de la política monetaria a lo Keynes, Simon y el 100 por cien, Regla de Friedman, Regla de Taylor, Inflation Targeting, Dolarización, Euro, etc.)

Propuesta Austriacas aun no aplicadas

4. Competencia de monedas con dinero fiat a lo Hayek

5. Free banking con encaje 100 por cien a lo Rothbard y Huerta de Soto

6. Free banking con reserva fracionaria a lo Selgin (con Patrón dólar, pero sin Fed)

Resumiendo, los Austriacos proponen regresar a 1 y 2, o bien probar experiencias nuevas con 4, 5 ó 6. Esto me parece es un resumen de lo que hasta ahora se plantea en la literatura.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

 

Eficiencia Economica versus Derechos de Propiedad

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el  26/6/2012 en http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2012/06/26/eficiencia-economica-versus-derechos-de-propiedad/.

 El domingo pasado fueron los partidos finales del campeonato de fútbol en Argentina. Además de coronarse al campeón, también se definía la situación de descenso de San Lorenzo. Todo esto llevó a que prenda la TV, pero no a que ponga volumen y efectivamente preste atención a lo que pasaba en los distintos partidos. Por algo se empieza…

¿A que viene todo esto? A que mi falta de atención futbolística me llevó a notar un interesante intercambio entre Lucas Llach y Eduardo Stordeur sobre eficiencia económica y derechos por Twitter.

 En Argentina existe un programa del gobierno llamado Fútbol Para Todos a través del cual se financia (por supuesto, vía impuestos) la visualización gratuita de fútbol por TV sin tener que pagar un adicional especial. ¿Debe financiarse dicho programa, dado que el costo per cápita no supera los 3 pesos mensuales y parece genera una gran utilidad a sus consumidores?

Lucas Llach argumentaba que si la valoración subjetiva de la población argentina de fútbol por TV supera los 3ARS por mes, entonces el programa de Futbol Para Todos es eficiente y debe mantenerse. (Entre paréntesis, este tipo de políticas se suele utilizar para casos de bienes públicos o externalidades, no estoy seguro de cuál sería la externalidad o bien público en el caso de fútbol, donde aquel que desea paga la suscripción al proveedor de TV y aquel que no se ahorra el costo).

Eduardo Stordeur respondía que la mayor cantidad de transacciones y fallas del estado podían hacer que este calculo sea demasiado optimista, y que el costo real puede ser superior a los 3ARS per cápita por mes. ¿Y qué hay de los que no valoran el fútbol por TV mas de 3ARS? Llach respondía que ese monto es compensable, pero el Fútbol Para Todos no es compensable.

Tres aclaraciones antes de pasar a mi breve comentario. En primer lugar esto fue un intercambio por Twitter, por lo que viene sólo a modo de ejemplo para ilustrar la cuestión que quiero comentar sobre este tipo de argumentos. Segundo, vamos a asumir que no existen otros problemas asociados con la provisión de Fútbol Para Todos, y que el calculo de 3ARS per cápita por mes es correcto y no hay otros costos escondidos. Tercero, voy a asumir que podemos tener una medición de la utilidad individual y que la utilidad social es una suma simple de las utilidades individuales.

Supongamos que hay 10 personas, cuyas valoraciones de fútbol por TV, el precio máximo que se esta dispuesto a pagar es la siguiente:

  1. 10$
  2. 9$
  3. 8$
  4. 7$
  5. 6$
  6. 5$
  7. 4$
  8. 3$
  9. 2$
  10. 1$

Para mantenerlo de manera sencilla, supongamos que la utilidad social es una suma simple de las utilidades individuales. La utilidad social o total es entonces W = 55$. El costo del programa es de 30$ (3$ por cada una de las 10 personas). Es decir, hay un excedente agregado de 25$.

¿Justifica este excedente que se obligue a pagar a las personas 9 y 10 para que las personas 1 a 8 puedan disfrutar de Futbol Para Todos? ¿Permite un resultado Pareto superior llevar a cabo esta iniciativa? Después de todo, las personas que más valoran el fútbol por TV pueden compensar a las 9 y 10. Este es un problema moral/ético que implica nociones de justicia. En su paper sobre el Problema del Costo Social (1960), Coase da un ejemplo donde los conejos de una persona comen los cultivos de su vecino. Coase argumenta que el dueño de los cultivos es igual de responsable que el dueño de los conejos, y da a entender que la responsabilidad puede (debe?) resolverse siguiendo el principio de eficiencia.

¿Es una teoría moral basada en la eficiencia económica una buena propuesta? Más en abstracto, si el pago de “c” permite la producción de “X” de modo tal que W(con X) > W(sin X), ¿se puede justificar el pago de “c” por parte de todos? (W es la utilidad social).

En este ejemplo, X = Fútbol Para Todos. Pero también puede ser que:

  • X = Que se nos financien el tiempo dedicado a Punto de Vista Económico dado la gran utilidad que a los involucrados nos genera!
  • X = Encarcelar a los pelirrojos (perdón a los lectores pelirrojos -y pelirrojas-, entiendan que tienen que sacrificarse por la eficiencia económica, después los compensamos monetariamente).
  • X = Que la minoría pague autopistas para la minoría que las usa y las valora enormemente (problema similar a Fútbol Para Todos).
  • X = Esclavizar a los pelirrojos -y pelirrojas- (disculpas nuevamente a los lectores/as pelirrojos/as) dada la gran utilidad que genera esclavos pelirrojos.
  • etc… creo que ya se entiende el punto.

Este es el problema de fondo que no suele salir a la luz en estas discusiones, es decir, cuál es el fundamento moral detrás de los argumentos. Lo he encontrado en pocos lugares, como en O’Driscoll (1980), Rizzo (1980, 1985), Kennedy (1981) y Cordato (2000). Si la filosofía moral que soporta este argumento no se basa en la eficiencia económica, entonces el mismo no puede ser justificativo de transferencias o reasignación de derechos de propiedad sin importar que tan grande sea la ganancia económica. El cálculo económico del derecho puede contribuir a calcular una compensación ex-post la asignación de responsabilidad, pero no debe utilizarse para asignar responsabilidad ni justificar transferencias.

Los derechos básicos, derechos de propiedad, filosofía moral, son anteriores al problema de maximizar la eficiencia económica. No se puede elegir el sistema moral en base a la eficiencia económica.

Nuevamente, esto no viene tanto como crítica al intercambio de Eduardo Stordeur y Lucas Llach por Twitter, para eso sería necesario un intercambio más profundo (seguramente ambos tendrían cosas para decir sobre este punto); pero si sirve para dar contexto a este problema.

Nicolás Cachanosky es Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE), y Doctorando en Economía, (Suffolk University). Es profesor universitario.

 

El problema argentino no es “dolarización”

Por Aldo Abram. Publicado el 22/6/2012 en http://www.ambito.com/diario/noticia.asp?id=642328

Si bien el Gobierno se ha ocupado de destacar que no marcha hacia un desdoblamiento cambiario, éste ya existe, de hecho. Hay un mercado controlado oficial, equivalente a un «comercial», y los «paralelos», donde pueden operar todos aquellos que fueron excluidos del «formal», que funciona como un «financiero». Es cierto, este último no es «oficial» y es probable que nunca lo sea; ya que implicaría reconocer otro valor del dólar, que es al que verdaderamente se lo puede adquirir con libertad. Esto acelera la tendencia a tomarlo como referencia.

La pregunta es por qué, luego de mucho tiempo con un Banco Central (BCRA) con capacidad de manejo del tipo de cambio, terminamos en un mercado «controlado». Es falso decir que el problema es la «dolarización» de los argentinos, como si se hubiera puesto de moda el color verde para 2012. La respuesta es otra. Si bien desde 2006 se viene haciendo cada vez más uso del BCRA para financiar el gasto público, en 2010 y 2011, para ganar las elecciones, se terminó haciendo abuso de ese recurso.

Un paso importante en ese sentido fue la decisión de usar las reservas para pagar deuda pública en moneda extranjera de cualquier índole. ¿Cuál es la diferencia entre prestarle al Gobierno los pesos para que compre dólares o que el BCRA los adquiera con emisión y se los transfiera? Ninguna. Por lo tanto, si computamos los recursos aportados al Fondo del Bicentenario como justificativo del incremento de la oferta monetaria, se observa que, en ambos años, supera el 100%. Cabe aclarar que, en 2010, el exceso fue retirado con deuda remunerada del BCRA y, en 2011, con venta de reservas.

Semejante desmadre no podía ser gratis, y el costo fue diluir la solvencia del BCRA (relación de sus pasivos financieros respecto de las reservas); por lo que perdió la posibilidad de manejar el mercado cambiario. La respuesta oficial fue la implementación de controles y restricciones a la compra de divisas, mayores exigencias para la liquidación de exportaciones e inversiones en el exterior, y limitaciones a la importación. De esta forma, la autoridad monetaria armó un «corralito» donde poder comprar dólares más barato de lo que podría hacerlo si permitiera a todos participar de dicho mercado.

La demanda de pesos ha tendido a debilitarse debido a la peor evolución del nivel de actividad, la creciente inflación y la imposibilidad de poder convertirla en otra moneda. Cuando se suma la emisión para comprar divisas y para financiar al Gobierno, se entiende la presión a la baja del valor del peso; lo que se refleja en el mercado «informal» de cambios y en una creciente inflación. Como el Banco Central no está dispuesto a convalidar esa depreciación de la moneda local en el mercado «oficial», el resultado es una brecha creciente. Conclusión: no estamos ante una viciosa «dolarización» de los argentinos, sino frente la huida de los pesos y los activos locales, debido a la percepción de riesgo que generan las actuales políticas, que se canaliza a través de la compra de divisas extranjeras. En los últimos 60 años, la Argentina implementó controles cambiarios en, por lo menos, una decena de ocasiones. Todas ellas terminaron con una crisis cambiaria y bancaria. La gente está empezando a recuperar la memoria y, cuanto más rápido lo haga, mayor será el costo de corregir la actual política.

Existe un remedio. Si el despilfarro desde el sector público nos metió en este lío, la moderación de las erogaciones tiene que ser, necesariamente, parte de la solución. A partir de ello, el Banco Central podría moderar la emisión para financiarlo y tratar de absorber lo máximo posible de los excesos de pesos; lo que implicará asumir más deuda remunerada, y eso tiene un límite.

No parece sencillo evitar una aceleración de la devaluación en la tendencia a la unificación del mercado cambiario en uno de libre acceso. Sin embargo, cuanto más tiempo se tarde en encarar este proceso, más traumática será la salida. Ayudaría tremendamente a minimizar los costos si el Gobierno empezara a desandar el camino al estatismo, los subsidios indiscriminados, las violaciones a los derechos de los ciudadanos y empresas, el proteccionismo creciente, y nos tratara a los argentinos con el respeto al que lo obliga la Constitución Nacional. De esta forma, se incrementaría la confianza en el peso y en el futuro de la Argentina; lo que redundaría en una mayor demanda y valor de la moneda nacional o, lo que es lo mismo, un menor tipo de cambio.

Aldo Abram es Lic. en Economía y director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (Ciima-Eseade) .

 

La ambición pone freno a la ambición:

Por Enrique Edmundo Aguilar. Publicado el 20/6/12 en http://www.elimparcial.es/mundo/la-ambicion-pone-freno-a-la-ambicion-106408.html

  Ha sido frecuente en estas columnas la referencia a la división de poderes entendida como una forma equilibrada de reparto del poder que, cuando menos desde Montesquieu, es vista como remedio a la propensión que han tenido siempre los poderosos a abusar de sus atribuciones. Se sabe que fue su residencia en Inglaterra lo que llevó a Montesquieu a descubrir que, a falta de móviles más altos, la libertad podía originarse en una disposición institucional adecuada. Asimismo, es conocida la influencia que el citado autor ejerció sobre los convencionales de Filadelfia, en 1787, a hora de organizar la unión federal.

Esta influencia resulta ostensible, por ejemplo, en los escritos de James Madison quien se explayó sobre la cuestión de la separación de poderes en varios artículos de los Federalist Papers, fundamentalmente del 47 al 51. En este último, sin embargo, Madison corrige levemente una fórmula de Montesquieu imprimiéndole, si cabe decirlo así, un carácter más “humano”. El francés había dicho: “Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder.” Madison, por su parte, centrará menos su atención en el alcance de las funciones de cada departamento de gobierno (ejecutivo, legislativo y judicial) que en la ocasión que cada uno ofrece para canalizar las ambiciones humanas o, más precisamente, el afán de poder. Leámoslo: “Pero la gran seguridad contra una gradual concentración de los diversos poderes en un mismo departamento consiste en dotar a los que administran cada departamento de los medios constitucionales y los móviles personales necesarios para resistir las invasiones de los otros. Las medidas de defensa, en este caso como en todos, deben ser proporcionadas al riesgo que se corre con el ataque. La ambición debe ponerse en juego para contrarrestar a la ambición. El interés humano debe entrelazarse con los derechos constitucionales del puesto.”

Cuando se advierte cómo en algunos países sus gobiernos se desentienden abiertamente del principio de la división de poderes, resulta útil remitirse a esta reflexión de Madison relativa a la ambición y la necesidad de encauzarla. Y me pregunto si una de las causas del ejercicio autocrático de la autoridad por parte de la rama ejecutiva que se ha vuelto cotidiano en estos países (la Argentina es uno de ellos), no residirá precisamente en la falta de verdadera ambición en las otras ramas. ¿Hay legisladores realmente ambiciosos de poder? ¿Hay una oposición movida por el mismo interés? ¿Hay jueces que se afanen en hacer valer su independencia? Francamente lo dudo. De lo contrario, cuesta entender que se consienta tanta arbitrariedad y que no se impongan los límites que la propia Constitución prevé.

 Enrique Edmundo Aguilar es Doctor en Ciencias Políticas. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la UCA y Director, en esta misma casa de estudios, del Doctorado en Ciencias Políticas. Profesor titular de teoría política en UCA, UCEMA, Universidad Austral y FLACSO,  es profesor de ESEADE y miembro del consejo editorial y de referato de su revista RIIM.