La caja, las normas y la autoridad

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 29/12/11 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7067

Desafortunadamente en gran medida en América Latina se vienen sucediendo gobiernos de izquierda estatizando todo lo que pueden, intercalados con sus primos hermanos, los de derecha que, por una parte prefieren que los gobiernos manejen los flujos de fondos en lugar de estatizar y, sobre todo, se obsesionan con que la caja esté equilibrada, que se cumplan las normas (especialmente en materia tributaria) y pretenden reverencias a la autoridad, entendiendo por tal las investiduras de las burocracias gubernamentales.

Personalmente me infunden más temor los segundos. Primero porque el peso del Leviatán puede penetrar con más profundidad envuelto en cáscaras de “sector privado”. Segundo porque el gasto público puede elevarse a niveles exorbitantes siempre y cuando los ingresos se equiparen a las erogaciones como si fuera una virtud que el aparato estatal expropie todos los patrimonios mientras no haya déficit fiscal.

En tercer lugar estos derechistas tienen una noción por cierto atrabiliaria de lo que significa la ley. Para ellos es cualquier cosa que surja del legislativo aunque se trate de masacrar los derechos individuales. No distinguen una norma justa de una injusta. No creen en el sagrado derecho a la resistencia contra el gobierno opresivo (o en todo caso lo creen para gobiernos de izquierda pero no para ellos). En esta línea de pensamiento, constituye una defensa contra el abuso impositivo resistirse a su pago cuando no solo excede todos los límites de lo razonable sino cuando el gobernante no cumple con su misión específica de garantizar justicia y seguridad para, en cambio, inmiscuirse en la vida y en las actividades lícitas de los gobernados. Más aún, según la mejor tradición lockeana, es deber de la gente el destituir a semejantes gobernantes. Esto es lo que justificó, por ejemplo,  la rebelión estadounidense en el siglo xviii y las de Sudamérica en el siglo siguiente.

Contemporáneamente, esto es lo que justificó la lucha violenta contra Hitler y lo que justificó la sublevación contra el comunismo y la demolición del Muro de la Vergüenza y lo que justifica la destitución de todo gobierno despótico que convierta al derecho de las personas en una parodia. En documentos clave como la Declaración de la Independencia de Estados Unidos se consigna la obligación moral de derrocar al gobernante que no proteja los “derechos inalienables” y que, por ende, “se trona destructivo a esos fines”.

Por último, tienen una idea autoritaria de lo que significa la autoridad, palabra esta última que según el diccionario etimológico deriva de autor, de creador, con la consiguiente connotación de peso moral, es decir, en este contexto, la autoridad no puede escindirse de la conducta no importa la investidura ni la profesión de quien la detente. En este sentido, el autoritarismo es una degeneración de autoridad. El uso de la fuerza de carácter ofensivo siempre mina la supuesta autoridad de quien la ejerce. En este sentido, como queda dicho, es deber del ciudadano libre el renegar de “autoridades” que se conducen como sátrapas, sea cual sea la posición que ocupen en la sociedad. 

A diferencia de lo que tradicionalmente ha ocurrido en el mundo anglosajón, en Latinoamérica se generalizó el uso de los “excelentismos” y otras sandeces y gansadas equivalentes para referirse a los mandatarios que siempre actúan como mandantes atropellándose a todo lo que se interpone a su paso.

Es de interés recordar la inscripción de la Piedra Rosetta descubierta al norte de Egipto como una de las referencias arqueológicas más importantes de todos los tiempos, ahora depositada en el Museo Británico. Se trata de un decreto de Ptolomeo V en 196 antes de Cristo aboliendo muchos impuestos en vista de la situación lamentable que venía arrastrándose en Egipto debido a la creciente presión tributaria. Se toma como un símbolo de cordura frente al desmedido avance del Leviatán.

El origen de la tradición de la Revolución Norteamericana -la más fértil en lo que va de la historia de la humanidad-  se sitúa en la rebelión fiscal contra los aumentos de impuestos al té establecidos por la corona británica. El historiador Charles Adams en su libro Those Dirty Rotten Taxes. The Tax Revolts that Built America señala que actualmente “el público norteamericano ha sufrido un lavado de cerebro de tal magnitud sobre las supuestas virtudes de los gravámenes y tal es su ignorancia de la historia de los impuestos y sus luchas que no sorprende que las consideraciones de los Padres Fundadores les parezcan extrañas y bizarras” puesto que la carga fiscal excesiva la calificaban de “robo legal” y que “buscaban la libertad, pero no cualquier libertad sino la libertad de los impuestos [abusivos]”. Este es el sentido por el que los Padres Fundadores repetían una y otra vez que “el precio de la libertad es su eterna vigilancia” precepto que naturalmente ignoran tanto las izquierdas como las derechas cuyo enemigo común es el liberalismo que tiene una mirada sustancialmente distinta del poder que apunta a limitar para que el gobierno “haga el menor daño posible” tal como reza la conocida fórmula popperiana.

En esta misma dirección argumental, escriben veintidós autores en el libro titulado The Ethics of Tax Evasion editado por Robert W. McGee donde se incluyen también detalladas perspectivas religiosas de antaño (cristianas, musulmanas y judías) que fundamentan la defensa propia a través de la resistencia a pagar impuestos abusivos, lo cual espantará a los que aluden al aparato estatal como “la majestad del Estado” y otras bellaquerías de tenor similar puesto que la antedicha resistencia atenta contra la posibilidad de continuar con  la succión impune al fruto del trabajo ajeno. En esta instancia del proceso de evolución cultural, un tributo es indispensable para cubrir los gastos de justicia y seguridad del monopolio de la fuerza, pero, de un tiempo a esta parte, la participación de los gobiernos en la renta nacional ha pasado del tres por ciento al cuarenta por ciento en los llamados países libres (y algunos alcanzan al sesenta por ciento con lo que la gente debe trabajar la mayor parte del año para alimentar la burocracia estatal que cada vez más invade actividades propias de la esfera privada). Con la intención de revertir este abuso, en la literatura liberal el llamado “punto óptimo” de la curva Laffer se sustituye por el “punto mínimo” de la misma representación (tal vez con dos tributos proporcionales descentralizados en provincias y municipios: el IVA que tiene la ventaja de cubrir la mayor base imponible y que su metodología de “impuestos a cargo e impuestos a favor” ahorra controles, y uno territorial que también alcanza a las personas de existencia física que no viven en el país, dejando sin efecto el “principio de nacionalidad” en materia fiscal ya que la responsabilidad de protección no abarca patrimonios colocados en el exterior).

Personalmente me aterran los gobiernos derechistas que dicen que vienen a ajustar los indudables descalabros izquierdistas porque sus recetas consisten en equilibrar las finanzas públicas incrementando tributos, el combate a la evasión fiscal y el cumplimiento a rajatabla de normas inauditas en el contexto de nuevos embates a las libertades individuales en nombre del orden con lo que, en definitiva, se hace más adiposo el gobierno que es, a su vez, reemplazado por uno de izquierda en vista del fracaso anterior y así sucesivamente en una competencia macabra por el encorsetamiento y estrangulamiento del ciudadano. Todo esto sin solución de continuidad hasta que algún día se comprenda la tesis liberal de pensadores de fuste como Juan Bautista Alberdi, resumida magníficamente en cuatro pensamientos tan citados y tan poco comprendidos: a) “El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado, en nombre de la utilidad pública”, b) “Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir”, c) “Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí todo la  diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios” y, en resumen,  d) “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra.”

Alguna vez “se tomará el toro por las astas” y se producirán reformas de fondo para liberar al ciudadano de tanta malaria, con un poder ejecutivo todo reunido en un solo edificio vendiéndose todos los “palacios” de ministerios, secretarías, direcciones y reparticiones absolutamente inútiles e improcedentes en una República, se fortalecerá la Justicia con rigurosos exámenes de derecho para los candidatos a jueces oficiales con el suculento apoyo de arbitrajes privados, y el legislativo se limitará a la administración y el contralor de las finanzas gubernamentales sin entrometerse con ingenierías legislativas altamente inconvenientes y decididamente insolentes.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fué profesor y primer Rector de ESEADE.

The Economist, la Blogosfera y el Ceteris Paribus en los Ciclos Económicos

Por Nicolas Cachanosky. Publicado el 29 de diciembre de  2011 en:  http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/

La revista inglesa The Economist sacó un artículo muy interesante sobre el “efecto blog” entre los economistas. Se refiere a 3 grupos, el neo-chartalism, market monetarism y austrians. El artículo es muy interesante, y quizás muestre como los blogs ayudan a debatir ideas de una manera más flexible y rápida que los journals. Scott Sumner y Tyler Cowen han comentado este artículo en sus respectivos blogs. Dudo que el título del artículo, Marginal Revolutionaries, sea casualidad.

Pero hay un aspecto del artículo que me causó ruido. Al referirse a la teoría austriaca del ciclo económico (ABCT), el artículo cita la crítica de Yeager y menciona que uno de los problemas es que la teoría no puede explicar por qué el boom va a ser tan severo ni por qué las crisis tan largas. Pero esto, sin embargo, no es lo que la teoría busca explicar.

 La teoría del ciclo busca entender porque un boom provocado por una política monetaria expansiva no es sostenible, pero no se les puede exigir a la teoría del ciclo explicar todos los aspectos de un ciclo ni contemplar todos los escenarios posibles. ¿No es ese acaso la respuesta cuando se critica lo simple que son los modelos matemáticos? El ABCT comienza cuando se inicia el boom y termina cuando llega la crisis, es un error de interpretación esperar que el ABCT comience su explicación al inicio de la crisis y termine cuando se inicia un nuevo boom. El ABCT puede ayudar a entender porque la crisis ocurre, pero no busca explicar su desarrollo en detalle, al menos no de modo similar a cómo varias teorías del ciclo se concentran en la crisis y no tanto en el boom. Son las “austrian imbalances” las protagonistas de la teoría, no la caída del producto bruto.

Creo que este es el problema de aplicar incorrectamente el ceteris paribus al momento de evaluar una teoría. La Crisis del 30 ofrece un ejemplo ilustrativo: durante 1920’ los aspectos de la teoría austriaca del ciclo parecen haber estado presente, luego, en el 29-30 una ineficiente política monetaria como sugieren Friedman y Schwartz puede haber tenido lugar, finalmente, en la década del 30 regulaciones y problemas de incertidumbre de régimen (“regime uncertainty”) contribuyeron a prolongar la crisis más de lo necesario.

En ningún momento el ABCT reclama ser el único fenómeno presente, ni la única causa posible de ciclos económicos. El ABCT es una teoría de ciclos, no es la teoría de ciclos. El ABCT, por ejemplo, implícitamente asume equilibrio fiscal, la presencia de déficit fiscales y problema de deuda soberana no invalidan al ABCT, sino que implican que uno debe estar atento a que el ceteris paribus no es parte de la realidad y esto debe tenerse en cuenta al momento de evaluar una teoría en un fenómeno tan complejo y complicado como los ciclos económicos.

Si uno evalúa una teoría de ciclos, y al momento de ver los efectos en una economía real no se detiene a considerar que otras variables se están moviendo puede suceder que (1) se sobredimensionen los efectos de la variable económica central de un modelo o (2) se rechace la teoría porque no explica aquello que no buscaba explicar en primer lugar.

Tengo la impresión que la tesis de contracción monetaria de Friedman para explicar la crisis del 30 adolece del primer problema. Asumir ceteris paribus y señala errores de política monetaria es como hacer una regresión sin controlar por otras variables, el resultado puede ser “significativo” en términos estadísticos, pero de contenido dudoso. Desde el punto de vista de Friedman, ¿se debió la crisis a la contracción monetaria o esta es fue una variable de menor significancia y aspectos institucionales fueron de mayor peso?

También tengo la impresión que las críticas como las que menciona The Economist al ABCT adolecen del segundo problema. Anthony Evans ofrece una breve exposición sobre que es lo que el ABCT dice y no dice. Una buena crítica al ABCT debe iniciarse por claramente separar que es lo que la teoría busca explicar y que aspectos, por el contrario, no son parte de su objeto de estudio.

 Nicolás Cachanosky es Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE), y Doctorando en Economía, (Suffolk University). Es profesor universitario.

Por qué llegamos a lo que llegamos:

Por Roberto Cachanosky: Publicado el 25/12/11 en: http://www.economiaparatodos.com.ar/ver_nota.php?nota=3335

Cuando aceptamos que se cometiera la primera injusticia en nombre de la gobernabilidad y la orgía de consumo, sabíamos que podíamos llegar a esto.

En 1961 se filmó la película El Juicio de Nuremberg, protagonizada por Spencer Tracy en el papel del juez norteamericano Haywood, y Burt Lancaster en el rol del prestigioso jurista alemán Ernst Janning.
La película, un hecho real de la historia, trata sobre el juicio a cuatro jueces por complicidad con las políticas de esterilización del Tercer Reich, en la que judíos y personas con menor coeficiente intelectual eran esterilizados o sentenciados a muerte por una cuestión de pureza racial. Una de las partes de esta película que más quedaron en mi mente es el último diálogo entre el juez Haywood y el jurista alemán Janning.
Ya juzgado, sentenciado y en la carcel, Janning pide ser visitado por Haywood, que lo había condenado a cadena perpetua. En el último diálogo de la película, Janning, que había sido un destacado jurista y también había reconoció su culpabilidad en un magnífico alegato en el medio del juicio, particularmente cuando dice que condenó a muerte a un judío sabiendo que era inocente, le dice a Haywood en su celda: “créame que nunca pensé que se iba a llegar a lo que llegamos”, refiriéndose a los asesinatos cometidos por el nazismo. La respuesta de Haywood al destacado jurista alemán fue: “Dr. Janning, Uds. llegaron a esto el día que Ud. condenó al primer hombre que sabía que era inocente”.
¿Por qué hoy Argentina está pasando por un crítico momento en el cuál las libertades individuales están en serio riesgo? Porque sabiendo que el gobierno cometía injusticias y atropellaba a personas y sectores, la gente miró para el costado porque, supuestamente, alguien tenía que poner orden y recuperar la economía argentina de la crisis del 2001/2002 y su gobernabilidad.
En nombre de la recuperación económica y de la gobernabilidad se aceptó que el kirchnerismo fuera avanzando sobre los derechos individuales. Qué importa un control de precios aquí, una persecución a los militares allá, un bloqueo de Moyano por acá, un enfrentamiento con la Iglesia, un control de cambios, un cupo de importación, poderes absolutos delegados por el Congreso al Ejecutivo, utilizar métodos arbitrarios para remover a algunos de los anteriores miembros de la Corte Suprema, sanciones a consultoras que difunden sus propios índices de precios, que el Ejecutivo ignore fallos de la Corte Suprema y demás violaciones al estado de derecho, si lo importante era poder sumergirse en una orgía de consumo por más insostenible que fuera y que prevaleciera la “gobernabilidad”.
Muchos creen, equivocadamente, que el liberalismo es una doctrina solamente económica, cuando en realidad es una concepción moral y global de la organización social en la que el aspecto económico es solo una parte. Lo relevante del liberalismo es que establece como principio fundamental la existencia de un gobierno limitado. La razón de esa limitación, además de razones morales, es que los individuos deciden desarmarse para otorgarle al Estado el monopolio de la fuerza con el único fin que éste defienda el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Justamente, para evitar que ese monopolio de la fuerza se transforme en tiranía y sea utilizado contra los ciudadanos, es que el liberalismo sostiene la necesidad de un gobierno limitado. Es decir, un gobierno que no puede hacer algo que si hicieran los particulares constituiría un delito. El liberalismo es, por definición, la ideología de la lucha contra todo tipo de autoritarismo y dictaduras.
Lamentablemente esos principios de libertad y gobierno limitado plasmados en nuestra Constitución de 1853 fueron respetados hasta 1930. A partir de ese momento se quiebra el orden institucional y en la década del 40 se profundiza una ideología en la cual el Estado adquiere poderes propios del fascismo y del autoritarismo en nombre de la justicia social.
Pero desde 2003 para aquí el kirchnerismo, que al igual que Hitler llegó con muy pocos votos al poder, fue adquiriendo cada vez más fuerza por la recuperación económica gracias al contexto internacional. Esa recuperación económica, más los desbordes sociales del 2001/2202 hicieron que muchos vieran en Kirchner al ser providencial que podía salvar a la patria y, por lo tanto, tenía derecho a ignorar el principio básico de que el Estado tiene que subordinarse al estado de derecho. Que el poder de los gobiernos debe ser limitado.
El día que los legisladores aprobaron la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final (las leyes no se anulan: se derogan o sancionan y mucho menos pueden tener efecto retroactivo), más allá de la opinión que cada uno tenga sobre los militares de aquellos años, estaban abriendo la puerta a futuras arbitrariedades. Muchos no advirtieron, incluso periodistas y medios de comunicación, que con esa aberración jurídica no solo se sometía a los militares, sino que se sentaba el precedente para que la sociedad toda quedara indefensa ante las arbitrariedades del Estado porque el ciudadano dejaba de tener derechos y quedaba sometido a las arbitrariedades del gobierno.
Hemos tolerado confiscaciones de ahorros, superpoderes, piquetes a empresas que no aceptaban someterse a los caprichos del gobierno, que patotas prokirchneristas agredieran a manifestantes en la protesta  del campo, que se tomaran comisarías sin sancionar a los responsables e infinidad de otras barbaridades.
Vemos hoy, también, que la libertad económica no tiene su fundamento únicamente en la eficiencia económica, sino que hace a la libertad personal. Bajo el argumento de regular el mercado de papel para diarios, hoy el Estado dispone de una herramienta ilegítima para atacar la libertad de prensa. Vemos a empresarios que están felices con el cierre de la economía, pero también vemos que tienen que someterse al maltrato y humillación de un funcionario público para mendigar un aumento de precios, el permiso para importar algún bien o comprar dólares.
Si para poder producir a los efectos de mantener mi familia tengo que someterme a las arbitrariedades del Estado, entonces, estoy en libertad condicional. No soy libre, soy un esclavo de los caprichos de los gobernantes. Un simple control de tarifas en nombre de la justicia social implica ahogar económicamente a una empresa para que algún privilegiado pueda comprarla por un sándwich y una Coca. El derecho constitucional a ejercer toda industria lícita queda sometido a las arbitrariedades de un burócrata, al igual que la libertad de enseñar y la libertad expresión sin censura previa. Mediante el argumento de regulaciones económicas se anulan la libertad de expresión y de trabajar. Por la ley antiterrorismo, si alguien quiere defenderse de la inflación comprando moneda extranjera puede ser encarcelado por terrorista.
El 27 de septiembre del año pasado publiqué en este portal una nota titulada Los antifederalistas tenían razón. En esa nota recordaba la posición de los antifederalista norteamericanos que, en realidad, eran más federalistas que los llamados federalistas.
Los antifederalistas se oponían a un gobierno central fuerte porque ese tipo de gobierno podía derivar en una tiranía. En otras palabras, el tema central del debate consistía en cómo limitar el poder del Estado para que la democracia no degenerara en tiranía.
Hemos llegado a este punto donde todos estamos en libertad condicional desde el mismo momento en que toleramos que el gobierno, en nombre de la gobernabilidad, usara el monopolio de la fuerza a su antojo. Y lo toleramos a cambio de una protección arancelaria, una venganza por los 70, privilegios para los sindicatos y, lo más triste, por un televisor plasma. Total, los ataques eran contra otros. A mí no me venían a buscar.   
No podemos decir, al igual que el prestigioso jurista Janning, que no sabíamos que el gobierno podía llegar a tanto. Cuando aceptamos que se cometiera la primera injusticia en nombre de la gobernabilidad y la orgía de consumo, sabíamos que podíamos llegar a esto.
 
Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA)y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Perón y las Jubilaciones:

Por Eduardo Filgueira Lima: Publicado el 21/12/11 en: http://www.cepoliticosysociales-efl.blogspot.com/2011/12/peron-y-las-jubilaciones.html

Luego de su primer gobierno (1946-1955) en el cual llevó adelante una política económica con un gran intervencionismo del Estado en la actividad económica, en 1973 (su tercer mandato) el entonces Presidente Gral. Juan D. Perón, hace una sencilla pero contundente descripción del Sistema Previsional Estatal y la consecuencia final de su gestión y administración por parte de sucesivos gobiernos, que acuciados o no por sus necesidades – pero tentados por suculentas cajas – echaron mano a los recursos de quienes habían aportado para obtener una jubilación digna. Es decir: una verdadera expropiación.
 
Cualquier similitud con lo que acontece en la actualidad en nuestro país, no es pura coincidencia, sino la vigencia de un gobierno que se apropia de las AFJP – verdadero saqueo a quienes aportaron con su esfuerzo personal y atropello a su libertad y derechos de propiedad – fomentando un perimido pensamiento nacionalista y socializante (que obtiene mucho más predicamento en una ideologizada y enfervorizada población). 
 
De la misma forma que utiliza los suculentos fondos de ANSES  (como otras tantas «cajas») para autofinanciarse, mientras el 70% de nuestros jubilados cobra cifras paupérrimas y se les niega incluso lo que les confiere la ley.
 
Parece una impresionante contradicción ver como quienes se proclaman seguidores del líder del Justicialismo, actúan a contramano de su pensamiento y según sus conveniencias circunstanciales, tendientes a financiar un gasto público que han incrementado con fines poco confesables: el beneficio que les otorga su política prebendaria,… los votos !!!
 
No obtiene de ello ningún beneficio ni el que recibe la prebenda (porque lo mantiene en condiciones de indignidad),… ni el empresario que recibe el subsidio (porque no lo hace competitivo, innovador y generador de mayor riqueza), aunque si socio de los negocios del Estado. ¿Será esto parte del «Proyecto Nacional y Popular»?
 
Finalmente es el país el que soporta las consecuencias nefastas de los aquellos gobiernos que se creen portadores de la «única verdad» -la que declaman –  que permite progresar a nuestro pueblo. Para ello: ¿cuantas expropiaciones y atropellos a la propiedad privada deberemos soportar?
«Lo que está en juego es la libertad» (1)
 
Podemos socializar todo,… seguramente habrá siempre unos pocos que resultarán ganadores y una mayoría que los aplaude.
 
Eduardo Filgueira Lima es Médico, Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social,  Aspirante a Magister en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE y Profesor Universitario.

Tipo de Cambio: Se Resucita a los Viejos Fantasmas:

Por Aldo Abram: Publicado el 12/12/11 en: http://ambito.com/diario/noticia.asp?id=614995

Algunos economistas afirman que el dólar está «bajo» debido a que la alta inflación, combinada con una mucho menor alza del tipo de cambio, ha hecho que el peso se «aprecie» y, por ende, debería permitirse una mayor suba del precio local de la divisa extranjera.

Pero no parece correcto hablar de apreciación del peso. Esto significaría que su valor está aumentando y, como contracara, también se debería haber incrementado el poder adquisitivo. Sin embargo, un peso compra cada vez menos, ya que le está sucediendo como a cualquier bien cuyo productor (Banco Central) ofrece más de lo que la gente demanda, su valor baja.

El punto es que estamos hablando de la moneda, es decir, del metro con el que se miden los precios de todos los bienes y servicios en nuestra economía, por lo que, al achicarse, todo mide más en términos de él. Por lo tanto, la inflación no es la suba generalizada de precios, que es lo que se observa, sino la depreciación del valor de la moneda. Por lo tanto, el peso no se está apreciando, que es lo que siente mi «bolsillo» y, supongo, que el del resto de los argentinos.

Entonces, ¿qué ha estado pasando? En realidad, la confusión surge por la baja del tipo de cambio real, que es el equivalente al poder adquisitivo de las monedas extranjeras en la economía doméstica. Cuando la crisis de 2001-2002 generó una fuga de capitales fenomenal, la demanda de dólares se potenció y, para adquirirlos, la gente dejó de consumir, invertir y sacó sus depósitos de los bancos. Todo esto hizo que el poder de compra de las monedas extranjeras respecto de todos los activos, productos y servicios domésticos se incrementara fuertemente. Esto es solamente sustentable con una salida de capitales extrema, pero, como eso genera recesión, los Gobiernos tratan de recuperar la confianza y revertir ese flujo de ahorros hacia el exterior. Por lo tanto, el poder adquisitivo de las monedas extranjeras debe bajar, lo que puede suceder por una disminución del tipo de cambio nominal. Si bien algo de esto hubo al principio de la salida de la crisis local, luego el Banco Central decidió sostener el valor del dólar. Lo hizo comprando divisas, a través de la emisión de pesos que, a su vez, se depreciaban y generaban inflación, también en dólares, disminuyendo el tipo de cambio real.

Justificación

Desde entonces, esta actitud de la autoridad monetaria ha justificado varios puntos porcentuales de inflación anuales. A futuro, esta merma del tipo de cambio real tendría muy poco margen, ya que, también estuvo colaborando a su baja el desahorro del sector público, llevando a una pérdida de solvencia fiscal no sustentable en el tiempo.

Por otro lado, desde 2002, en el mundo, el dólar ha perdido más del 70% de su valor; por ello hemos visto que los bienes comercializables internacionalmente subieron fuertemente. Éste fue parte del «viento de cola» que tuvo el actual Gobierno, ya que pudo depreciar el peso con el simple arbitrio de no dejar caer el dólar en el mercado local, mientras bajaba en el internacional. Es decir, estuvimos siguiendo la depreciación de la divisa estadounidense y, además, como forzamos una suba del tipo de cambio, la potenciamos.

Pérdida de valor

Como resultado, la moneda local ha perdido desde 2011 más del 90% de su valor. No parece que podamos hablar de apreciación, ¿no? Esto tuvo lugar sin generar una crisis local debido a la ilusión cambiaria que tenemos los argentinos: «Si el tipo de cambio no sube mucho, es porque el peso no pierde valor», olvidándonos de que el dólar puede estar destruyéndose, como efectivamente sucedió en los últimos años.

Conclusión, la enfermedad está en el peso. La base monetaria estuvo aumentando hasta un 40% interanual para transferirle recursos al Gobierno, obligando al Banco Central a cobrar un enorme impuesto inflacionario. Como los pesos que recibió el Gobierno los gastó, pero no encontraron suficiente demanda del otro lado, se volcaron al mercado cambiario.

En una palabra, o el BCRA aceptaba mostrar en el alza del tipo de cambio la pérdida de valor del peso y más inflación o entregaba las divisas necesarias para rescatar el exceso de oferta de moneda, por lo que terminaba financiando el gasto electoral con reservas, que es lo que hizo hasta las elecciones. Para frenar el drenaje de divisas, hubiera bastado con disminuir fuertemente el exagerado ritmo de emisión, permitir una lenta suba del tipo de cambio y evitar implementar las absurdas e inconstitucionales restricciones que vimos en las últimas semanas.

Es verdad, el Estado hubiera tenido que ser más austero, lo que no estaba en sus planes. También es cierto que la fuga de capitales colaboró a presionar sobre el tipo de cambio, pero la evaluación de ese último fenómeno quedará para otro artículo. Sin embargo, puedo adelantarles que, si se hubiera seguido la recomendación anterior, hoy no estaríamos obsesionados por el tema cambiario ni por el retiro de depósitos en dólares, que estaban subiendo hasta que el Gobierno resucitó los «fantasmas del pasado».

Aldo Abram es Lic. en Economía y director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (Ciima-Eseade) .

Vaclav Havel, un gran estadista europeo

Por Ricardo Lopez Göttig: Publicado el 23/12/11 en: http://www.cronista.com/opinion/Vaclav-Havel-un-gran-estadista-europeo-20111223-0031.html

Václav Havel fue, sin proponérselo, uno de los grandes estadistas europeos del siglo XX por su rol en la transición pacífica del comunismo a la sociedad libre en la ex Checoslovaquia. Fue un hombre de formación autodidacta -se le prohibió estudiar en la universidad por sus antecedentes de clase”- y que se permitió reflexionar sobre la condición humana en la sociedad moderna, sepultada por el totalitarismo en la negación de la libertad.
Fue, como muchos de su generación, un entusiasta de las reformas de la Primavera de Praga de 1968 que impulsó Dubcek, que fueron aplastadas por los tanques del Pacto de Varsovia en agosto de ese año. A partir de entonces, la sociedad quedó congelada en lo que se conoció como la normalización, un extenso período que finalizó en 1989 con el inicio de la transición.
Havel, dramaturgo y ensayista que publicaba en la clandestinidad y que recibía premios y distinciones en Occidente, no vaciló en sumarse a los grupos disidentes que reclamaban abiertamente que las autoridades respetaran las libertades fundamentales y el medio ambiente. En 1977, junto a otros destacados intelectuales checos, formó la Carta 77, en la que fue uno de los primeros voceros junto a Jirí Hájek y Jan Patocka.
El 19 de noviembre de 1989 fundó con estos disidentes, los estudiantes universitarios en huelga y los artistas de teatro lo que se llamó el Foro Cívico, un movimiento opositor checo al régimen socialista. Allí se notó la fuerte impronta de Havel desde el comienzo: esta agrupación era horizontal, tomaba sus decisiones después de un amplio debate por consenso, y era ideológicamente heterogéneo. En el Foro Cívico confluían todas las corrientes de pensamiento, desde trotskistas hasta liberales, comunistas reformistas y conservadores; católicos, ateos y protestantes. El propósito era que se derrumbara un sistema basado en la mentira, la opresión y el auto-totalitarismo, para transitar hacia una sociedad pluralista, libre y en la que se pudiera vivir en la verdad.
Havel no era un político profesional. Tras ser electo sucesivamente presidente de la República Socialista Checoslovaca, de la República Federal Checo-Eslovaca y luego, por dos períodos, de la República Checa, fue siempre un hombre sin partido político. En innumerables ocasiones puso sus convicciones por encima de lo que convenía políticamente, poniendo en serios aprietos a los primeros ministros checos. A pesar de su gran popularidad, no logró impedir la separación de Checoslovaquia.
Intentó, en la medida de sus posibilidades, mantenerse alejado del rígido protocolo de la primera magistratura y siguió escribiendo sus reflexiones sobre el porvenir de Europa, a la que imaginó más estrechamente unida.
Con él se va un gran demócrata, un hombre de profundas convicciones humanistas, pero nos deja sus ensayos, sus libros y el recuerdo de una vida vivida en la verdad.

Ricardo López Göttig es Profesor y Doctor en Historia, egresado de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Karlova de Praga (República Checa). Es Profesor titular de Teoría Social en la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

Rebelión en la ciudad de Wukan

Por Emilio Cárdenas: Publicado el 23/12/11 en http://www.cronista.com/contenidos/2011/12/23/noticia_0028.html

Hay en el mundo ciudades que históricamente, por distintos motivos, han merecido el calificativo de heroicas. Este es, por ejemplo, el caso de San Petersburgo (la ex Leningrado) y de Volvogrado (la ex Stalingrado) en la Federación Rusa, por su indomable resistencia ante la invasión de las fuerzas nazis, en la Segunda Guerra Mundial. También el de la bonita Cartagena de Indias, en Colombia, por el coraje desplegado por su población durante el cerco de tres meses que la ciudad sufriera en el alzamiento contra el poder español, en 1815. Y el de algunas otras, como Tacna, por su notable actuación en la guerra del Pacífico contra Chile, así como el de Nanchang, donde comenzara, en China, el levantamiento comunista, en 1927. Ciudades tan distintas como Paysandú y Varsovia reclaman ambas el mismo honor. La primera de ellas por su épica defensa contra los invasores brasileños y las fuerzas del general Venancio Flores, en 1854/55. La segunda, por haber sido demolida en un 85% por los bombardeos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Y la lista de ciudades heroicas, que es ciertamente larga, no se agota en los ejemplos citados.
Wukan, en la provincia de Guangdong, en China, puede ahora ir, ella también, camino hacia la heroicidad. Ocurre que desde hace un par de semanas está siendo gobernada directamente por su propio pueblo que ha desalojado a las autoridades locales de sus cargos y responsabilidades. Los dirigentes locales del Partido Comunista han huido, asustados, de la pequeña ciudad. Esto -que de alguna manera recuerda lo sucedido en la Comuna de Paris, en tiempos de la revolución Francesa- es una forma de rebelde protesta porque -una vez más a sus espaldas y con un fuerte olor a corrupción- las autoridades municipales vendieron tierras comunales a un empresario inmobiliario que planea construir centenares de viviendas.
A lo que se suma algo peor: la sospechosa muerte de uno los líderes de la protesta popular, Xue Jimbo, mientras estaba detenido en manos de la policía, el 11 de diciembre pasado. Su cadáver, que está siendo reclamado insistentemente por la gente, aún no ha aparecido. La familia sostiene que falleció como consecuencia de los tremendos golpes recibidos.
Por todo esto, día tras día, buena parte de los 15.000 habitantes del pequeño pueblo de pescadores emplazado en el sur de China se juntan, en una simbólica marcha pública de protesta que recorre las calles de Wukan. Y en una oficina improvisada atienden las necesidades de los periodistas que cubren el notable episodio.
Pero fuera de la ciudad, un amenazador cordón de policías trata de impedir que lleguen las vituallas que los pobladores necesitan para sobrevivir. Hasta ahora, sin mayor éxito. Ni empeño. El arroz sigue ingresando, de mil maneras, en la ciudad de Wukan. Todos recuerdan que, en septiembre pasado, esas mismas fuerzas de seguridad ingresaron dos veces a la ciudad y propinaron a sus habitantes una dura golpiza.
Pero ahora hay una actitud distinta, como de cierta prudencia, en las autoridades. No han usado la fuerza, ni cortado las comunicaciones por Internet de Wukan con el resto del mundo. Pese a que los reclamos han comenzado a pedir bastante más que terrenos para construir viviendas dignas, ahora incluyen el pedido de elecciones libres para Wukan. A lo que se agrega, como era de esperar, el pedido de castigo a los funcionarios corruptos, aún impunes. Cosas que ciertamente no abundan en China, como consecuencia del régimen del “partido único”.
Quizás porque el año próximo habrá un esperado recambio generacional en la cúpula del Partido Comunista Chino, nadie parece querer hacer demasiadas olas. Al menos, por ahora. Aunque la preocupación por el eventual contagio a otras ciudades de lo que ocurre en Wukan naturalmente crece. Hay quienes sugieren que cuando los periodistas que hoy están en la ciudad se retiren de ella para celebrar las Fiestas, la situación, de pronto, podría cambiar.
Para el líder político de la provincia en ebullición, Wang Yang, el futuro está en juego. Por ahora ha adoptado una actitud clásica en los políticos, la de la duplicidad. Pese a que los “duros” del partido, que obviamente reclaman represión, le enrostran debilidad.
La sombra de la “primavera árabe” está en el aire y preocupa a la dirigencia política china. También la relativa desaceleración del crecimiento económico, que -si se profundiza y mantiene- podría derivar en protestas sociales. Ya las hay, es cierto. Pero se silencian. Se habla de unas 90.000 protestas sociales por año. En un país que es todo un universo, la cifra no parece quitar el sueño a las autoridades. Por esto, el gasto en materia de seguridad se ha incrementado fuertemente en todos los niveles, lo que obviamente contribuye a alimentar el descontento.
De pronto crece la sensación que los mecanismos de “administración social” que utiliza el Partido Comunista Chino tienen límites. Y como el contenido de los bolsillos de la gente parece haber comenzado a flaquear un tanto, de pronto la tolerancia social a la total ausencia de libertades individuales básicas podría comenzar a disminuir. Lo que finalmente suceda en Wukan puede bien enviarnos una señal en este complejo capítulo.

Emilo Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

A diez años del fin de la convertibilidad argentina:

Por Pablo Guido. Publicado el 19/12/11 en: http://chh.ufm.edu/blogchh/

Después de las dos hiperinflaciones en 1989 y 1990, se implementó en el primer trimestre de 1991 un sistema de convertibilidad monetaria en Argentina. Desde los años 70 a fines de los 80 la moneda sustituta de la moneda local fue el dólar. Los argentinos ahorraban en dólares, no en pesos. Los precios de las viviendas y los autos se publicaban en dólares. Cualquier argentino cuando comparaba los precios de los productos inmediatamente llevaba el cálculo a dólares. Era una economía bimonetaria, claramente. Por eso, después de las dos hiperinflaciones que casi hicieron desaparecer la demanda de la moneda local, se sancionó la ley de Convertibilidad, la Nº 23.928. Constaba de solo 14 artículos, mediante los cuales se establecía un “patrón dólar”: se fijaba el tipo de cambio entre el dólar y el peso pero además se establecía que la base monetaria debía ser respaldada al tipo de cambio fijado (un peso por dólar) en un 100%. Y que las reservas en dólares no podrían ser utilizadas para otro fin que no fuera de respaldar el circulante y las reservas bancarias (la base monetaria).

 

El régimen de convertibilidad fue acompañado de un conjunto de reformas económicas, algunas significativas y otras no tanto: privatizaciones de gran parte de las empresas estatales, una mayor apertura comercial, la creación de un sistema de pensiones mixto (estatal y privado) de capitalización, la renegociación de la deuda pública y otras más. Pero no se pudo avanzar en la desregulación del mercado laboral ni en reformar los sistemas de salud y educación. Pero, fundamentalmente, la estructura del sector estatal continuó manteniéndose como antes: en diez años el gasto público se incrementó por encima del avance del PIB (90% versus 50%), lo cual dejó como corolario un constante déficit fiscal que debía ser financiado por diferentes vías: aumentos tributarios (por ejemplo, la tasa del IVA subió del 12% al 21%), lo recaudado por las privatizaciones y fundamentalmente un proceso de endeudamiento público. Lo anterior hizo que el stock de la deuda pública en relación al PIB aumentara significativamente. Para el año 2001 el escenario internacional (suba de tasas de interés, revaluación del dólar, crisis en Brasil, crisis en países emergentes, etc.) y razones internas (crisis fiscal, atraso cambiario, exceso de regulaciones en el mercado laboral, debilidad del gobierno, etc.) hicieron explotar el llamado “modelo de convertibilidad”. En pocos meses todo se “fue al diablo”: la declaración de la imposibilidad de pagar la deuda pública, el “corralito” y “corralón” bancario, una devaluación del 300%, la “pesificación” de las deudas y depósitos del sistema financiero, protestas callejeras masivas, saqueos, muertos como consecuencias de los choques con la policía, cinco presidentes en el lapso de un par de semanas, etc. Acá un breve trabajo que hicimos junto con Gustavo Lazzari sobre la causa de la crisis económica argentina, publicado en mayo de 2003. Otro ensayo sobre las causa de la crisis, por Kurt Schuler. El libro de Mauricio Rojas, “Historia de la crisis argentina” también pueden acceder a la página de uno de los principales diarios del país, el del 20 de diciembre de 2001, cuando renunciaba el presidente de la nación (Fernando De la Rúa) y comenzaba el principio del fin del régimen de convertibilidad. A partir de ahí el 99% de la dirigencia política le echaría la culpa de la crisis a las reformas “neoliberales” de los noventa. Y gran parte de la población también encontró en las llamadas “reformas de mercado” la explicación de sus penurias. Después de eso han seguido diez años de un populismo exacerbante, que ha llevado al país a aislarse más del planeta, que ha llevado el gasto público a un récord histórico de alcanzar casi el 50% del PIB, con un nivel de carga tributaria también récord y nuevamente un proceso inflacionario que en los últimos 4 años llega ya a superar un aumento de precios del 100%.

 

La crónica de aquellos días donde parecía que el país volaría por los aires. La Argentina del 2001 tiene similitudes con la situación actual de muchos países europeos, super endeudados, con un estado infinanciable, con pagos de intereses y capital de la deuda pública cada vez mayores, con la imposibilidad de conseguir fondos de los mercados voluntarios de capitales, con un desempleo superando el 15% de la población activa y una recesión económica.  

Sabemos cómo terminó en Argentina la historia: con una mega devaluación que generó una licuación de activos y salarios. ¿Cómo terminará en Europa? El futuro está abierto a todas las soluciones, pero el desajuste fiscal ha sido tan grande en Europa que los esfuerzos de ajuste que hay que realizar para sanear la situación no luce políticamente viable. Los políticos quizás decidan finalmente que el banco central europeo se lance con mayor intensidad a comprar títulos públicos de los países que ya no pueden pagar sus gastos. Claro que el costo será una mayor inflación y devaluación del euro. Pero quizás la gente está dispuesta a sufrir un ajuste “encubierto” (la inflación y la devaluación son mecanismos ocultos de “solucionar” los desajustes) que uno transparente y a la luz del día (reducción del gasto público, desregulación de mercado, eliminación de privilegios sectoriales a sindicatos, empresas, empleados públicos, etc.).

Pablo Guido se graduó en la Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Doctor en Economía (Universidad Rey Juan Carlos-Madrid), profesor de Economía Superior (ESEADE) y profesor visitante de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Investigador Fundación Nuevas Generaciones (Argentina).

 

BANALIDAD DEL MAL Y CRUELDAD (Sobre la terrorista ley del gobierno de considerar terroristas a quienes no piensen como el gobierno).

Por Gabriel J. Zanotti:  Publicado el 18/12/11 en: http://www.gzanotti.blogspot.com/

Podríamos elaborar mucho sobre la gravedad institucional de las nuevas disposiciones kirchneristas sobre el terrorismo. Podríamos explicar una vez más la importancia de la libertad de expresión; podríamos decir de vuelta que muchos liberales clásicos previmos esta situación “de terror” desde el 2003; podríamos preguntarnos qué autoridad moral tienen los actuales gobernantes para “legislar contra acciones terroristas”; podríamos reírnos de quienes el día después de las elecciones se reían de Elisa Carrió por su “resistencia al régimen”; podríamos elaborar una vez más sobre el origen esencialmente marxista-leninista, totalitario, antidemocrático y violento de quienes actualmente nos gobiernan y asombrarnos incluso de que no estemos peor.

Pero todo eso ya lo hemos dicho una y otra vez. Lo que ahora querríamos profundizar es la banalidad del mal del apoyo de la opinión pública. Dudo de que mucha gente de bien que ha votado a Cristina esté en la banalidad del mal, pero conjeturo que la mayoría de la población argentina, una vez más, se desinteresa totalmente de la suerte del perseguido, y en ello hay cierta crueldad. Si, la ley será aprobada totalmente y en principio todo parecerá seguir igual. Muchos seguirán con su vida cotidiana, algunos con su asaditos el Domingo, con su fútbol; otros con sus “dale bol….”, cotidiano, con Tinelli, Maradona y otras espantosas idolatrías y alienaciones habituales, con un marcado desinterés por la cosa pública (hasta que de repente todo explote, claro). De vez en cuando alguien será puesto preso por “terrorista”, pero, ¿qué importa? La vida seguirá igual. Ya pasó que “él” dijo que fulano debía ir preso y un mes después, oh casualidad, fue preso incluso con cosa juzgada. Pero, ¿a quién le importa?

Llamo a la buena voluntad y la honradez de todos, los que la votaron y los que no, a preguntarse sobre la frivolidad, indiferencia y en última instancia crueldad que hay en esta desidia. Por favor, no miremos al costado porque el otro tiene un pensamiento diferente al nuestro. Porque, finalmente, ese mirar al costado es el peor pensamiento, es precisamente la actitud que alimenta al más terrible de los males, como siempre sucedió. Los argentinos tenemos una política cruel. Por favor nadie diga que en otros lugares es peor porque estamos hablando de los trapitos sucios de la propia casa, que no se limpian porque la casa ajena sea más sucia. Los argentinos han demostrado crueldad. Desde las masacres mutuas entre unitarios y federales y diversas guerras civiles, desde la guerra contra el Paraguay, desde al enemigo ni justicia de Perón, los fusilamientos de Junio del 55, la barbarie de la noche de los bastones largos, los asesinatos y la crueldad de los montoneros y el ERP, la mafia de la triple A, la represión ilegal y bestial de los militares, la reverenda estupidez de Malvinas y cientos de episodios más: toda una historia de crueldad pero, como dije, de banalidad, de indiferencia, de la cuasi-complicidad de “mientras a mí no me toque”, o “no es tan grave”, o “qué le vas a hacer”; “estos b….se lo merecen”, “algo habrá hecho” y cuantas expresiones rodean nuestra banal, vana y alienada vida, ahora alentada con el vino para todos que no es precisamente igual a las Bodas de Caná.

Asistimos ahora a un episodio más. Y los kircheristas estarán mucho tiempo en el poder, se han enquistado en él porque son como la guardia pretoriana que el pueblo romano apoyaba. Pero, tal vez, alguna día lejano caigan, tal vez sólo por su propia ineficiencia (no tienen la perversa inteligencia del partido comunista chino -pero se le acercan-). Pero cuando caigan, ¿qué? ¿Los nuevos en el poder saldrán a perseguir a todos los kirchneristas? ¿Se regodearán con la venganza y así, in eternum?

La Argentina, creo, va a desaparecer como proyecto de país, sumido en el caos económico e institucional pero, sobre todo, sumido en la chatura moral del odio más vano y banal.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

PREPUBLICACIÓN: EL LIBERALISMO NO ES PECADO.

Por Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo: Publicado el 18/11/2011 en http://findesemana.libertaddigital.com/el-liberalismo-no-es-pecado-1276239595.html

En 1884, el sacerdote catalán Félix Sardá y Salvany publicó un folleto, que tuvo una amplia difusión
dentro y fuera de España, titulado El liberalismo es pecado. Son muchos los que seguramente coincidirán
hoy con ese diagnóstico, pero se asombrarían al leer el texto del padre Sardá, porque para él la economía
no era ni de lejos el centro de lo que llamaba liberalismo.
A juicio de Sardá, los principios liberales eran: «La absoluta soberanía del individuo con entera
independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta independencia de lo que
no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir, el derecho del pueblo para legislar y gobernar con
absoluta independencia de todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio
primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin limitación alguna en política,
en moral o en religión; libertad de imprenta, asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de
asociación con iguales anchuras».
Qué insólito resulta leer una relación de principios del liberalismo que no incluya ni una sola mención
a la economía, al mercado libre, al papel del empresario, a los impuestos, al gasto público, a la política
económica, monetaria, laboral, industrial, asistencial, etc. También es extraño comprobar que una parte de
lo que el padre Sardá condena en el liberalismo sería hoy condenado por todos los liberales: así sucedería
con la idea de que las mayorías democráticas y parlamentarias pueden legislar «con absoluta independencia
de todo criterio que no sea el de su propia voluntad». Ante eso, cualquier liberal argumentaría que ninguna
mayoría, por abrumadora que sea, está legitimada para violar la libertad y los derechos de los ciudadanos.
En efecto, el liberalismo pivota sobre la libertad individual, va más allá de la economía y no tiene una
alternativa nítida en la política ni un modelo predeterminado de sociedad. Algunas personas podrán
identificar el liberalismo con variantes del conservadurismo, si bien son diferentes, o incluso con sistemas
políticos con algo de libertad económica pero con represión social, marcadamente antiliberales, o con
alguna religión o con la hostilidad hacia lo trascendente, cuando el liberalismo no entra en tales cuestiones
al ser un referente o un ideal que parte del principio de no agresión, de modo que la Iglesia católica y
cualquier organización tiene cabida en él, como también la tienen los individuos o comunidades que
defiendan el ateísmo militante, siempre que ni unos ni otros recurran a la violencia para imponer a todos la
obediencia a su poder, a sus principios y a sus valores.

Resulta evidente, pues, que Félix Sardá y Salvany hablaba de liberalismo en un sentido diferente a
como lo entendemos hoy: claramente se refería al combate del Estado en contra de la Iglesia católica, un
combate que se llevó y aún se lleva a cabo de modo falso en nombre de la libertad. (…) no pocos liberales
del siglo XIX cometieron el grave error de apoyar a un Estado que, en efecto, arrasó con el importante papel
de la Iglesia como propietaria y educadora, pero no fue eso el alba de la libertad, ni mucho menos, sino,
precisamente, de la consolidación de la coacción política y legislativa. Eran tiempos en los que los debates
que conmovían a la opinión pública hoy nos parecerían extrañísimos; por ejemplo, el matrimonio civil, cuya
instauración llevó a polémicas tan agrias que hubo países católicos que rompieron relaciones diplomáticas
con el Vaticano.
Estas eran las preocupaciones de Sardá y Salvany en 1884: la secularización y el «ateísmo social»,
que equiparaba con el liberalismo. Con independencia de que algunos de los pecados señalados por el
presbítero catalán no serían hoy considerados pecados por la propia Iglesia católica, y algunos tampoco lo
serían desde la perspectiva de los liberales, como su sana desconfianza en el arrogante racionalismo que
pretende cambiar toda la sociedad, de lo que no pueden caber dudas es de que para él la economía no era
el foco de la cuestión. Hoy sí lo es, y por eso hemos escrito este libro, no porque creamos que la economía
es lo más importante –para el liberalismo lo más importante es la libertad–, sino porque los antiliberales, los
herederos del padre Sardá que insisten en que el liberalismo es pecado, colocan a la economía en el centro
de su discurso (…).
Hace 65 años, el periodista norteamericano Henry Hazlitt publicó su clásico La economía en una
lección. Hazlitt sostenía que esa lección única, que derivó del liberal decimonónico francés Frédéric Bastiat,
era que ante cualquier idea, propuesta o medida económica lo que conviene hacer es atender no sólo a sus
consecuencias inmediatas y de corto plazo, sino también a las de largo plazo; no sólo a sus consecuencias
primarias, sino también a las secundarias, y no sólo a sus efectos sobre un grupo o sector particular, sino
sobre todos los sectores. Hemos recogido su sabia advertencia en este libro, donde, igual que con Sardá,
parafraseamos a Hazlitt y exponemos los problemas que plantea la economía en cinco lecciones
presentadas en otros tantos capítulos.
Empezamos por la acción humana, por nuestras necesidades y los medios a los que recurrimos para
satisfacerlas, el valor de las cosas, su utilidad y las importantes nociones de coste de oportunidad,
preferencia temporal y aversión al riesgo. Veremos cómo la institución de la propiedad privada, tan
denostada, permite que florezca la cooperación y la división del trabajo, que mediante acuerdos voluntarios
lleva a que en los mercados no sólo se produzcan más y mejores bienes, sino que en ésta, al revés de lo
que se piensa, los individuos atienden a los fines de los demás.
En los mercados existe una apariencia de desorden, incluso de caos. Es una impresión equivocada:
allí hay personas que entablan transacciones ordenadas conforme a los precios, que son señales de tráfico
de la economía. Consumidores y empresarios comparan precios y costes para tomar decisiones que
resulten útiles y rentables.
Tras analizar el coste del capital y denunciar el error socialista de pensar que el beneficio empresarial
se obtiene mediante la explotación de los trabajadores, desarrollaremos varias tesis no demasiado
populares entre el pensamiento predominante: los controles de precios y salarios resultan nocivos; los
especuladores son buenos; la publicidad y las marcas no son sistemas de engaño al consumidor; los
sindicatos pueden promover el desempleo, y el Estado no debe intervenir para impedir que haya empresas
tan grandes que parecen monopolios.
El capítulo 2 trata del dinero y el capital. Observamos que sin dinero la vida sería mucho más
complicada, porque el trueque limita enormemente los intercambios, y concluimos que no fue casual que al
final el oro se impusiera como el dinero por excelencia. El valor del dinero depende de su oferta y su
demanda: analizamos su lógica y consecuencias, como los cambios en el poder adquisitivo del dinero.
Describimos las relaciones entre dineros, es decir, los tipos de cambio y el comercio exterior. A continuación
abordamos el capital, o el valor monetario de los factores productivos, la forma en que los capitalistas
participan en los proyectos empresariales, la diferencia entre capital y bienes de capital, y la liquidez de los
agentes económicos. Por último, defendemos el ahorro, habitualmente demonizado por disminuir la
demanda de bienes de consumo, y exponemos el fracaso del socialismo.
La banca y los ciclos económicos son objeto de la tercera lección. Puede haber bancos comerciales o
de inversión, pero cuando expanden de forma artificial el crédito provocan que la inversión supere el ahorro
necesario para financiarla y el sistema financiero queda expuesto a un riesgo sistémico. Este riesgo se vio a
su vez multiplicado tras la aparición de los bancos centrales, monopolistas de la emisión y financiadores de
los Gobiernos, que al actuar como prestamistas en última instancia incrementaron acusadamente la
capacidad de la banca privada de expandir el crédito sin respaldo de ahorro. Estas expansiones y la
consiguiente descoordinación de ahorro e inversión generan las burbujas que desembocan en las crisis.
Muchos piensan que el Estado resultará en ese caso imprescindible para superar la crisis, en vez de la
mano invisible del mercado. Nosotros, en cambio, argumentamos que el pie visible del Estado retrasa la
recuperación a través de medidas equivocadas como el rescate público de la banca, la estabilización de los
precios y los engañosos planes de estímulo basados en un mayor gasto público. Así ha sucedido con la
crisis económica actual, que no fue fruto de la codicia ni de la desregulación, sino del intervencionismo de
unos Estados que, además de animar la burbuja, una vez que ésta estalló, acometieron políticas públicas
que han resultado un completo fracaso.
El capítulo 4 trata de la riqueza y la pobreza, que dan lugar a múltiples equívocos, empezando por la
extendida creencia de que tienen que ver necesaria y automáticamente con la abundancia o escasez de
recursos naturales, como si África careciera de ellos, y siguiendo por la idea de que la riqueza es un juego
cuya suma da cero, es decir, que uno sólo puede ganar lo que pierde otro. En realidad, los seres humanos
tienen capacidad de crear riqueza sin perjudicar a nadie y benefician además a muchos: eso es el mercado,
que requiere la libertad. Pero esa capacidad creadora es objeto de un antiguo recelo, por el que se
considera a las personas un peligro para la prosperidad, para la naturaleza y hasta para el clima y
únicamente ve en el comercio y en las empresas daño y explotación.
Subrayamos la importancia del marco institucional –de la paz, la justicia y la libertad– y rechazamos
las explicaciones de la pobreza según teorías inconsistentes, como la suma cero, la explotación y la falta de
ayuda exterior, y además irrespetuosas, como la que sugiere que los pobres son radicalmente diferentes de
los demás seres humanos porque son incapaces de salir adelante por sus propios medios precisamente
porque son pobres. Es una falacia, porque los pobres tienen capacidad como los demás y pueden trabajar y
montar negocios y empresas.
A veces se presenta a la intervención pública como indispensable para dejar atrás la pobreza, pero
esta idea no es cierta, y tampoco lo es la urgencia de la intervención en pro de la supuesta «lucha por la
igualdad»: al ser imposible erradicar la desigualdad humana por completo, esa lucha se convierte en
realidad en una excusa perfecta para la coacción perenne, una coacción que nunca logra la igualdad sino
más bien una sucesión de desigualdades arbitrarias.
La quinta y última lección analiza el papel del Estado, empezando por sus dos características
fundamentales: la coacción y la legitimidad. Diferenciamos así al Estado de todas las demás instituciones de
la sociedad civil con las que de forma errónea se lo compara, como si fuera lo mismo el Estado que una
familia o una empresa. A continuación refutamos la teoría del origen del Estado en un contrato social y
denunciamos la distorsión perpetrada a raíz del paso de la igualdad liberal, la igualdad ante la ley, a la
igualdad socialista, la igualdad mediante la ley. En efecto, la falacia de la «extensión de derechos» o de la
«justicia social» estriba en que pulverizan toda noción de límites al poder político y, al contrario, se convierten
en arietes contra la libertad y los derechos de los ciudadanos. La democracia se ha transformado,
paradójicamente, en un sistema donde los ciudadanos eligen cada vez menos.
A la ficción de que el Estado garantiza «conquistas sociales» se unió en tiempos recientes otra: la del
Estado en retroceso, hostigado por un pretendido liberalismo que jamás ha existido; en ninguna parte del
mundo se ha reducido el peso del Estado. Todo lo del neoliberalismo o «fundamentalismo del mercado», o
consignas de ese tipo, es pura invención. En cambio, lo que no resulta una invención es el coste del Estado,
como lo prueban los gastos públicos y los impuestos, cuya lógica analizamos junto con la conducta de
quienes pagan y no pagan al fisco.
El Estado se presenta como imprescindible. No lo es: aunque todos los servicios que cubre fueran
inexistentes, los ciudadanos podrían obtenerlos igualmente; al fin y al cabo, son ellos los que los pagan, no
los políticos. Subrayamos el error de pensar que el Estado es sólo bueno y que sabe y puede resolver todos
los problemas sin crear a su vez problemas nuevos. Y terminamos el capítulo 5 con una nota de esperanza:
después de todo, el Estado no fue siempre tan intervencionista, oneroso e intrusivo como lo es hoy.
El libro se cierra con unas conclusiones que recapitulan las cinco lecciones sobre economía y
defienden la tesis central: el liberalismo no es pecado.

1Este texto forma parte de El liberalismo no es pecado, el más reciente libro de los profesores CARLOS RODRÍGUEZ
BRAUN y JUAN RAMÓN RALLO, que se ha puesto a la venta en España por la editorial Deusto el día 22 de noviembre
de 2011. Más información en: http://www.planetadelibros.com/el-liberalismo-no-es-pecado-libro-60880.html.

 
El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico
en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.