Por Gabriel Boragina. Publicado el 29/11/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/11/la-reconstruccion.html
Por Gabriel Boragina. Publicado el 29/11/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/11/la-reconstruccion.html
Por Martín Krause. Publicado el 29/11/15 en: http://bazar.ufm.edu/en-que-medida-son-las-instituciones-el-fruto-de-la-evolucion-espontanea-y-la-mano-del-legislador-ii/
La recuperación de las teorías evolutivas para las ciencias sociales, si bien estaba presente en Frederic Bastiat y Herbert Spencer, se produce con Carl Menger (1840-1921) el fundador de la Escuela Austriaca, reconocido como uno de los autores de la teoría subjetiva del valor basada en la utilidad marginal decreciente. Menger quería refutar al Historicismo alemán, el que negaba el individualismo metodológico y la existencia de leyes económicas asociadas a regularidades de conducta y las vinculara con entes agregados tales como la nación, buscando regularidades inducidas a partir de eventos históricos.
Menger sostenía que las ciencias sociales debían explicar ciertos fenómenos evolutivos como el origen del dinero, los lenguajes, los mercados y la ley. En uno de sus trabajos mas interesantes (1985), descarta que el origen de las monedas sea una convención o un ley, ya que “presupone el origen pragmático del dinero y de la selección de esos metales, y esa presuposición no es histórica” (p. 212). Considera necesario tomar en cuenta el grado de “liquidez” de los bienes, es decir, la regularidad o facilidad con la que puede recurrirse a su venta. Y suelen elegirse aquellos productos que sean de fácil colocación, por un lado, y que mantengan el valor por el cual han sido comprados al momento de su venta, esto es, que no presenten diferencias entre un precio “comprador” y otro “vendedor”[1].
Una moneda será aceptada dependiendo:
Entonces, termina cumpliendo el papel de moneda aquél producto que permite a la gente pasar de un producto menos “líquido” hacia otro más “líquido”. Desde este punto de vista, el origen de la moneda tiene una clara característica de “espontáneo” u evolutivo, el resultado de la acción humana, no del designio humano[2].
[1] “El hombre que va al mercado con sus productos, en general intenta desprenderse de ellos pero de ningún modo a un precio cualquiera, sino a aquel que se corresponda con la situación económica general. Si hemos de indagar los diferentes grados de liquidez de los bienes de modo tal de demostrar el peso que tienen en la vida práctica, sólo podemos hacerlo estudiando la mayor o menor facilidad con la que resulta posible desprenderse de ellos a precios que se correspondan con la situación económica general, es decir, a precios económicos. Una mercancía es más o menos liquida si podemos, con mayor o menor perspectiva de éxito, desprendernos de ella a precios compatibles con la situación económica general, a precios económicos. (p. 217)
[2] “No es imposible que los medios de cambio, sirviendo como lo hacen al bien común, en el sentido más absoluto del término, sean instituidos a través de la legislación, tal como ocurre con otras instituciones sociales. Pero ésta no es la única ni la principal modalidad que ha dado origen al dinero. Su génesis deberá buscarse detenidamente en el proceso que hemos descripto, a pesar de que la naturaleza de ese proceso sólo sería explicada de manera incompleta si tuviéramos que denominarlo “orgánica’, o señalar al dinero como algo “primordial”, de “crecimiento primitivo”, y así sucesivamente. Dejando de lado premisas poco sólidas desde el punto de vista histórico, sólo podemos entender el origen del dinero si aprendemos a considerar el establecimiento del procedimiento social del cual nos estamos ocupando como un resultado espontáneo, como la consecuencia no prevista de los esfuerzos individuales y especiales de los miembros de una sociedad que poco a poco fue hallando su camino hacia una discriminación de los diferentes grados de liquidez de los productos.” (p. 223)
Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).
Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 29/11/15 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2015/11/kirchnerismo-versus-liberalismo.html
Se ha difundido mucho últimamente la idea de que el diálogo, la colaboración con el otro, el respeto al que piensa diferente, es lo que tiene que marcar el tono de la política argentina. Y me parece excelente. Pero, sin embargo, a veces se dice como si el kirchnerismo hubiera hecho todo lo contrario desde la nada, como si hubiera nacido de un repollo político que ahora, por fin, nos lo hemos sacado de encima y volvemos a la normalidad.
Pero tengo otro diagnóstico.
A pesar de que seguiré recibiendo burlas de quienes dicen que veo marxistas en todos lados, lo que yo veo es al marxismo como fenómeno cultural global, como horizonte de pre comprensión. Y no me refiero al marxismo leninismo. Me refiero a la plus valía, a la idea de que la riqueza de unos es la causa de la pobreza de los otros, de que la escasez es sólo un resultado del capitalismo, de que hay un partido de los trabajadores y otro del capital, garrafales errores que Ludwig von Mises dedicó toda su vida a refutar.
En nuestro país, el peronismo histórico asume, siendo un movimiento mussoliniano, esas ideas con toda perfección. Ahora los peronistas no kirchneristas parecen haberse aggiornado; es más, parece que el mismo kirchnerismo les sirvió para dejar, en el fondo, de ser peronistas aunque sigan participando en su liturgia. Pero el peronismo que termina en el marxismo leninismo de los montoneros de los 70 es coherente: el conflicto entre “los trabajadores” y “el capital” no se puede solucionar de manera pacífica luego de que “los intereses del capital” realizan la Revolución Libertadora. Es más, ya el primer peronismo, “combatiendo al capital” necesitaba de la violencia de una dictadura del proletariado a lo criollo, ese Perón que se perpetúa en el poder con las formas fascistas más ortodoxas, que despotrica contra la democracia “burguesa”, de todo lo cual el kirchnerismo, La Cámpora, Carta Abierta, Hebe de Bonafini y etc. no han sido más que coherentes expositores y seguidores históricos.
Por eso no tiene que sorprender que el discurso kirchnerista sea violento. Hay contenidos filosóficos, doctrinarios, ideológicos, que en sí mismos predican la violencia, y por ende en ellos el medio violento es el mensaje violento. La incoherencia sería Gandhi hablando como Cristina o Cristina hablando como Gandhi. Hay contenidos e ideas que pueden tener un mal día; puedo ponerme nervioso y proclamar violentamente la no violencia, pero es una obvia incoherencia. El discurso kirchnerista, en cambio, manifestaba la esencia misma de sus ideas. El modo de expresarse de Cristina y de sus más coherentes soldados (D`Elía, Hebe de Bonafini, Moreno, etc) era la más coherente expresión de sus ideas. O sea, que el peronismo es la nación, que el peronismo es el partido de los trabajadores “contra” el capital, que el peronismo es el bueno que va a repartir contra los malos que van a explotar, que el peronismo es la inclusión versus la perversidad de la exclusión. Es obvio que desde esa mirada el otro es el enemigo, el que se opone a la revolución, el que se opone a los intereses de “la nación y del pueblo” y por ende es muy malo o está muy confundido, pero en ambos casos no puede ser integrado como parte del juego democrático. Es más, no hay democracia sino aquella que me permite llegar al poder y quedarse. Si ello se acaba, son “golpes”: mediáticos, de mercado, etc. Todo coherente. Por eso el kichnerismo, además, destruye familias y amistades: porque enseña a mirar al otro como enemigo o como confundido muy difìcilmente tolerable.
Que haya una sola república y diversas ideas para administrar la “cosa pública”, que haya una sola Constitución que protege los derechos individuales de todos los ciudadanos, que por ende veamos en el debate y en la alternancia en el poder algo normal de una misma república, son ideas liberales clásicas totalmente incompatibles con el marxismo cultural que hoy forma parte, sin embargo, del horizonte cultural mundial pero sobre todo latinoamericano y sobre todo argentino.
En ese sentido si el kirchnerismo ha tenido algo bueno es que en su total caricatura de sí mismo (que creo que es lo único que nos salvó) ha convertido a todos los anti-kirchneristas en liberales que por ende adquieren un discurso liberal, esto es republicano, incluidos los peronistas no kirchneristas. Pero en una Argentina donde la palabra “liberal” es pecado mortal, no intentemos convencer de ello a nadie. Dejemos que todos se llamen republicanos. Claro que hay peronistas que son republicanos: han dejado, por ende, de ser peronistas, pero no se dan cuenta: que sigan –y lo digo en serio- con su liturgia y sus símbolos, lo importante es su honestidad y su comportamiento. Y todos los demás, también se han vuelto liberales. Apenas se dialoga, se comprende, se respeta, se convive, hay liberalismo. Pero dejemos que esta Argentina enloquecida, que Dios sabrá si alguna vez hace su doloroso aprendizaje de República, NO llame a eso liberalismo. Too much. Que se hable de República ya es un milagro. Scioli y Vidal hablando civilizadamente sobre la transición, eso es República; Cristina sudando, espirando y excretando odio y resentimiento, eso es…. Y no crean que ha terminado. Ahí estará por tiempo indefinido, esperando dar el manotazo para volver, y no hablo de ella, hablo de “eso”. Hay niños que ya han sido formados en “eso” y su diferencia con los terroristas islámicos es sólo de grado. La tarea es vacunar contra “eso”. El diálogo no es sólo una manera de hablar. El diálogo es ya una concepción del mundo, una vacuna contra el totalitarismo, el autoritarismo y la alienación. El diálogo es la esperanza de la Argentina y el mundo.
Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.
Por Javier Cubillas.
Faltan muy pocos días para que el cambio se materialice. Las urnas ya dieron los resultados y en varios niveles estaduales y locales las muestras de alternancia se han sucedido de modo inequívoco, con datos impresionantes. Pero lo que en el fondo deseamos y todos queremos que ocurra, más allá del cambio de fuerzas de gobierno, es que de una vez por todas la Argentina se inserte en un camino de progreso y desarrollo institucional y social.
Es claro entonces que el cambio a partir del mecanismo electoral opera de modo irrefrenable pero la gran duda es si el camino del desarrollo también se encuentra nuevamente anclado a una mayoría social y cultural. Si es posible que las reglas de juego se instauren de modo claro y expeditivo, desde la batería de decisiones que vienen a tomar los actores de la nueva coalición política, le corresponde entonces a la sociedad civil la responsabilidad de saber reconocer y actuar que rol estratégico le toca en esta instancia más allá de la participación en el acto electoral.
El progreso entonces, hay que decirlo claramente, depende definitivamente de la sociedad civil y no de la clase política. Depende de su propia capacidad social, de no dejar que se pisoteen derechos individuales, que se respeten las reglas de juego, que se ejerza la libertad de expresión y la tolerancia, que no se continúe consagrando una democracia delegativa, que no se permita más la corrupción sistémica, que no se permita más la opacidad en la administración pública y la falta de escucha activa de la ciudadanía en los temas de agenda pública y que se instaure definitivamente la promoción de la innovación, la creatividad y el esfuerzo como valores claves de una sociedad abierta y plural.
Por todo esto, el camino que aún nos falta por recorrer no es corto en plazo y tiempo y nos impone a todos un esfuerzo todavía muy exigente y cotidiano. Lo ocurrido el 22 de noviembre es una instancia más y puede resultar anecdótico -en un proceso que recién se inicia y que por ello no debe ser sobrevalorado- si no es correctamente estimado y reflexionado. En este camino, tendiente al crecimiento institucional y social, la responsabilidad es hija de los más amplios sectores económicos y culturales si es que queremos que definitivamente no nos gobiernen más dictadores o representantes de tintes autoritarios bajo ropajes democráticos. Este es el verdadero cambio intrinsecamente relacionado al progreso, el que se escribe con letras y caracteres atribuidos al largo plazo y sostenido por la sociedad civil.
Necesitamos entonces templanza para festejar y pensar en el futuro, pero también fortaleza para soportar los impedimentos y resistencias que vendrán, prudencia para impulsar las mejores medidas institucionales en el sector público y en el sector privado y finalmente justicia para el ejercicio de las críticas en la opinión pública y para dirimir las diferencias y la grieta social.
Ergo, sólo teniendo en vistas la complejidad de la realidad y no esperando medidas mágicas ni recetas automáticas, resta a cada uno de nosotros hacer lo propio para cambiar la inconmensurable historia y realidad argentina.
Javier Cubillas fue coordinador del programa de Jóvenes Investigadores de Fundación Atlas 1853. Es alumno de la Maestría en Ciencias Políticas de ESEADE.
Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado 25/11/15 en: http://hoybolivia.com/Blog.php?IdBlog=41381&tit=populismo_y_%A1champan
La elección de Macri para la presidencia es buena noticia para el desarrollo de Argentina, pero difícilmente -visto su historia como Alcalde de Buenos Aires y sus propuestas- produzca cambios importantes y, por cierto, no terminará con el populismo. Eso sí, el día de su triunfo, hubo fiesta y cuentan que sus colaboradores brindaron con vino espumante.
Los cambios propuestos hasta ahora-como la reorganización de los ministerios- son solo cosmética. Macri,cree que se trata de “gestionar bien” al Estado sin comprender que la esencia del gobierno actual es falsa desde que su autoridad se basa en el monopolio de la violencia -policial y militar- que desordena desde que contraría el orden natural, dice la metafísica aristotélico tomista.
“Vamos a derrotar al narcotráfico” dijo y me pregunto cómo superará a las fuerzas armadas de EE.UU. que no lo han logrado. Pero su frase más demagógica –sin argumentación racional- es la de que “vamos por un país con pobreza cero”. Debería saber que la miseria tiene su raíz en un Estado que cobra impuestos de manera coactiva –por tanto, desordena- ya que son derivados hacia abajo básicamente vía precios y baja de salarios.
Según Martín Simonetta en 2013, el gasto público representó 35,41% del PIB. Más de uno de cada tres pesos que producen los argentinos se destinan a pagar al Estado. Y en ningún momento el presidente electo habló de una drástica reducción de la presión impositiva, es más, en Buenos Aires la aumentó.
Lo más sintomático es que “decretará la emergencia en seguridad” aumentando el gasto en policía, en represión, dejando claro que no entiende el fallo esencial del Estado que mencionamos. El delitoes inducido por la marginalidad. Japón, por caso, con menos desocupación y miseria, tiene una tasa de 0,3 homicidios anuales por cada cien mil habitantes contra 5,5 de Argentina. Lo que debería hacer es derogar las leyes coactivas que desordenan y provocan marginalidad, como el salario mínimo que impide que trabajen quienes ganarían menos. Pero Macri ni lo pensó.
Esto me recuerda que, según la OCDE, uno de cada cuatro (25,8%) jóvenes de entre 19 y 25 años ni estudia ni trabaja en España, en Turquía el 31,6%, Grecia (28,3%) e Italia (27,6%). Qué se supone que hagan estos jóvenes.Algunos se alistan en el ISIS que les da una razón fanática para existir y que paga buenos sueldos. En España, por caso, casi la mitad de las personas detenidas sospechadas de actividades terroristas son nacidas allí.
A qué bombardea entonces Occidente las posiciones del ISIS en Siria, matando a civiles, si los terroristas están dentro. EE.UU. gasta 10 millones de dólares cada día en esta guerra. Cuantas personas podrían comer con ese dinero. Dicen algunos que es solo un reparto de poder entre Moscú y Washington, en cualquier caso, sí es cierto que hay muchos negocios de poder y dinero. Populismo… y ¡champán! para los fabricantes de armas.
Entretanto, el Papa sigue desafiando los peligros que ven los gobiernos y lleva “un mensaje de paz y esperanza” a Kenya y Uganda que son blanco privilegiado de los somalíes de Al-Shabaab aliados de Al-Qaeda, y a República Centro Africana. Calculan que unos 1,4 millones de personas asistirán a la misa de Nairobi mientras que, durante el último viaje de Obama a África, se solicitaba a las personas que, por seguridad, no salieran a las calles.
Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.
Por Gabriela Pousa: Publicado el 24/11/15 en: http://www.perspectivaspoliticas.info/no-fue-magia-mauricio-macri-presidente/
Tantas y tan pocas palabras para un cambio tan crucial como decisivo. Aunque nada ha variado todavía, hoy nada es lo mismo. Se ha votado: Mauricio Macri es el próximo jefe de Estado. La apertura de urnas cierra una etapa que debería dejar tantas enseñanzas como amarguras.
El escenario político admite una lectura fáctica que habla de un estado crítico en lo sucesivo, y al unísono muestra un país decididamente distinto. El hartazgo le ganó al hastío. Y es que el cambio no es político, el cambio es social: ese dato es lo que torna optimista el panorama y hace que la perspectiva se contraponga a lo que hay.
El verdadero fenómeno a considerar es la opción de la sociedad por el futuro aún en detrimento de lo coyuntural. Sumida en un cortoplacismo asfixiante, la gente eligió ir más allá. Ahora está en juego su tolerancia, ahora deberá demostrar, amén de comprar Cambiemos, que se entendió el por qué de la conjugación del verbo.
No será solo el Presidente electo ni su equipo de gobierno el artífice del cambio. El plural no es antojadizo ni casual: los individualismos nos trajeron hasta acá. A la Argentina grande se llega con unión y paciencia. Si alguien cree que el cambio es el resultado de la elección, perdió. No podemos ser como Ícaro desperdiciando la posibilidad de volar por querer hacerlo más alto. Las diferencias en un ballottage nunca fueron siderales.
El escrutinio es el primer paso de un camino largo, ondulante, impreciso. La decisión de comenzar a desandarlo y el final de la inacción es lo que se festeja hoy. Histórica no es la elección, histórico es el compromiso, el deseo de otra cosa, y la capacidad de asumir que no se quiere más de lo mismo. Se ha dejado de lado el miedo, el conformismo, el “más vale malo conocido que bueno por conocer”, y esa liberación de mitos y dogmas obsoletos nos sitúan frente a la posibilidad de construir un país serio. Es un proceso, una construcción. Nadie amaneció tras comprar el terreno, con el edificio hecho.
Mauricio Macri es el Presidente electo es cierto, pero hoy se parece más a uno de los miembros del grupo Halcón entrando en la bóveda del Banco Río, sucursal San Isidro, el 13 de enero del 2006. Una vez abiertas las puertas del Banco Central apenas si hallará una nota similar a la que dejaron los boqueteros tras el fatídico ‘robo del siglo’: “En barrio de ricachones sin armas ni rencores. Es sólo plata, no amores“.
Bien podría ser ese el texto que reciba a los funcionarios de Cambiemos cuando ingresen a la entidad bancaria o a la mismísima Casa Rosada. Esa es la única tristeza que subyace en medio de la algarabía por el final del kirchnerismo, la misma que se experimentó al hallar vivos a los rehenes cuando los delincuentes huyeron. La banda se desarma aunque falte todavía el final feliz de la película: que la impunidad no tenga garantía.
La sociedad ha optado por la mesura, por el riesgo vital de lo nuevo que implica dejar atrás la falsa paz de los cementerios. Es posible que, por vez primera, no haya sido el bolsillo el órgano más sensible de los argentinos. Esa sería una cabal señal de inteligencia y de moral. El número de fiscales voluntarios en el comicio es también un dato de singular trascendencia a la hora de analizar lo que se ha vivido en esta fecha.
El compromiso social es lo que ha de legitimar a Mauricio Macri de aquí en más. Si bien la elección se ganaba con un voto más que el otro, la diferencia marca el límite de acción que tendrá en lo sucesivo el Presidente de los argentinos. Macri empieza ‘empoderado’, con un buen cheque pero no en blanco.
Tiene el poder de una mayoría, la sociedad dividida, y la audacia de haber convertido un partido que el kirchnerismo llamaba “vecinal” en una alianza nacional. Tendrá que sumar consenso en sectores relegados hace años. La ciudadanía tendrá que defender su voto más allá de las urnas para demostrar la continuidad democrática. De otro modo, el cambio habrá sido una mera ilusión óptica, la ficción de un tramo.
De ahora en más, Cambiemos se tiene que transformar en “Cambiando” para aseverar sin refutaciones luego, que cambiamos. Discernir entre lo urgente, lo importante, lo imprescindible y lo necesario es el próximo paso. Macri debe darlo. El titular del PRO experimentó en carne propia la advertencia de Oscar Wilde: “Hay que tener cuidado con lo que se desea. Uno puede llegar a conseguirlo”. Ahora, a cambiar este incordio por normalidad.
Es el fin de un ciclo que duró demasiado. El kirchnerismo será lo que el menemismo es. Con el resultado alcanzado se le ha dicho basta a la barbarie, a las ínfulas de grandeza, a la mentira sistemática, a la crispación crónica, a la fractura social. Basta a las amenazas, a la prepotencia, a las siete plagas, al barrilete cósmico.
Basta al llanto, a la lástima, a lo auto-referencial. Basta al “vamos por todo“, a la corrupción, al robo, al fin que justifica los medios, a la guerra como concepción política, al abuso de poder, a tomarnos por tontos, y sobre todo a ser tontos porque nos conviene, porque es más cómodo. El falso confort tiene costo.
Se está dando la bienvenida no a un predestinado capaz de transformar el barro en oro sino simplemente, a un administrador, un DT que conduzca este equipo y al cual se le dé continuidad según el resultado obtenido. Los “ismos” no han sido eficientes en Argentina, que no sea esta pues una apuesta al macrismo sino a los argentinos.
“La pesada herencia” no es gratuita, recibirla corrobora hasta qué punto nos involucra su historia. El problema de acá en más no es de Macri, ni es del PRO, ni de Elisa Carrió o de Ernesto Sanz. El problema lamentablemente es un bien ganancial y solo lo redime la certera decisión de separarnos. El divorcio puede ser exprés pero la división de bienes recién está comenzando y va para largo.
Al final, Cristina solo se eterniza en el fracaso. Ha llevado al precipicio al peronismo y lo ha empujado. El hito es demasiado vasto para analizarlo minutos después de cerrado el comicio. Queda un escenario de derrota y reestructuración para el peronismo, queda un Congreso sesionando hasta el último día de la dama en Olivos, queda una alianza que definirá cargos, queda la transición, quedan los militantes rentados solapados. El teatro ya no tiene espacio para tanto show.
Mauricio Macri acaba de terminar su discurso tras la elección. Ni una agresión, eso explica tambié por qué es el Presidente electo de la Nación. El día se cierra, también estas líneas. Mientras, se escucha el ruido de rotas cadenas: ¡Oh juremos con gloria morir vivir!
Gabriela Pousa es Licenciada en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y Máster en Economía y Ciencias Politicas por ESEADE. Es investigadora asociada a la Fundación Atlas, miembro del Centro Alexis de Tocqueville y del Foro Latinoamericano de Intelectuales.
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es raro el caso de que no se aprenda nada de un pensador, no importa de que tradición de pensamiento provenga. Es la magia y el atractivo del indispensable alimento que provee la libertad de expresión, es la maravilla donde no hay libros prohibidos y donde no prima la cultura alambrada propia de las xenofobias.
José Saramago (1922-2010) era comunista y puede ubicarse en la línea de Godwin, Bakunin, Krotopkin, Prudhon y contemporáneamente de Herbert Read y Noam Chomsky: en un contexto de abolición de la propiedad privada, proponen sustituir el aparato estatal clásico por otros organismos burocráticos de mayor control en las vidas de la gente donde la antiutopía orwelliana queda chica. A raíz de la crisis del 2008 declaró en Lisboa que “Marx nunca tuvo más razón que ahora”, confundiendo un capitalismo prácticamente inexistente con sistemas altamente estatistas.
Por supuesto que fue un literato y no un cientista político de modo que la mencionada tradición de pensamiento no era suscripta ni conocida en su totalidad por Saramago. Fue eso sí un admirador del sistema totalitario cubano donde pronunció su célebre discurso que lleva el paradójico título de “Pensar, pensar y pensar” en el lugar en donde solo se permite el lavado de cerebro que algunos incautos denominan “educación”. Luego se desilusionó con ese sistema nefasto a raíz de uno de los sonados casos de fusilamientos de disidentes (escribió “hasta aquí he llegado”).
Como es de público conocimiento, Saramago escribe de modo espectacular si cabe el correlato con el buen teatro, su manejo de las letras está a la altura de los mejores escritores del planeta y, en el caso de la obra de la que nos ocuparemos, su traductora sin duda es magistral: Pilar del Río que fue su mujer a partir de 1988. Nos referimos a Ensayo sobre la lucidez, una novela extraordinaria que subraya un derecho que es habitualmente ocultado por energúmenos en el poder y sus asociados en la arena política: el voto en blanco. En última instancia no es una obra de ficción sino de realidad viviente.
La novela comienza en una ciudad capital donde hay elecciones municipales. Un día de lluvia torrencial por lo que los votantes se movieron “con la lentitud del caracol” pero finalmente al promediar la tarde aparecen y proceden con lo que se estima es un deber cívico. El resultado es sorprendente: el 70% vota en blanco. Las autoridades toman ese escrutinio como una ofensa grave para la democracia, una pantalla retórica que en realidad oculta sus fracasos.
Ante tanto desconcierto, el gobierno se ampara en la ley electoral que consigna que frente a “catástrofes naturales” en el día de la elección, ésta debe repetirse, lo cual se hizo. Hete aquí que el resultado de la segunda prueba de los comicios parió un resultado aun más sorprendente: el 83% de los habitantes de esa ciudad votó en blanco. En este último caso, los gobernantes comenzaron a declarar en público y en privado que se habían traicionado los valores de la patria y otras manifestaciones de indignación y desconcierto en los que sostenían era un atentado mortal a la nación misma.
En este contexto, se declara el estado de emergencia y luego el estado de sitio. Ninguno de los pobladores se pronunció antes, durante ni después del acto electoral, se produjo “un espeso muro de silencio” en torno a esta controvertida cuestión. Los burócratas enfatizaban que todo se debía a un complot inaceptable que seguramente contaba con apoyos del exterior. Incluso en una reunión del consejo de ministros se hablaba de un acto de “terrorismo puro y duro” y que, por tanto, se decidió “infiltrar” a la ciudadanía al efecto de develar la conjura y la “peste moral” del voto en blanco.
Más aun, la expresión “blanco” quedó relegada a la historia. Al papel blanco se le decía “hoja desprovista de color”, al mantel blanco se le decía “del color de la leche” y a los estudiantes que estaban en blanco se les decía sin subterfugios que desconocían los contenidos de la materia y así sucesivamente. Los gobernantes reconocían a regañadientes que votar en blanco es un derecho pero sostuvieron que consistía en un “uso legal abusivo” (como si un mismo acto, agregamos nosotros, pudiera ser simultáneamente conforme y contrario al derecho).
En un momento de desesperación el gobierno central decide en masa abandonar la ciudad con la idea de que todo se derrumbaría sin ellos y establecen sin más la capital en otro lugar del país. Pero después de algunas vacilaciones resulta que los habitantes de la ciudad se las arreglan para limpiar las calles y cuidar de la vigilancia para evitar desmanes, asaltos y violaciones.
También el pueblo de la capital sorprendió con marchas pacíficas llevando letreros en los que se leía “Yo voté en blanco” y consignas de tenor equivalente. El gobierno planeó contramarchas que produjeran disturbios de envergadura, acentuar los trabajos de inteligencia e incluso en un momento se sugirió implantar el estado de guerra y finalmente decide colocar una bomba con la idea de endosar la responsabilidad a los pobladores.
La explosión que produjo muertes y heridos, no dio el resultado esperado puesto que la gente se enteró de la verdad de lo sucedido. En el entierro, la multitud llevaba flores blancas y los hombres una cinta blanca en el brazo izquierdo.
Los debates, enojos, gritos y propuestas descabelladas de los funcionarios que se sucedían fueron dignas de una producción cinematográfica del ridículo. Como son estas cosas, la soberbia hace que los megalómanos pretendan rapidez en el resultado de sus órdenes muchas veces contradictorias pero los encargados de cumplirlas se chocan entre sí y generan los efectos contrarios a tan inauditos propósitos. En una de las trifulcas en el gabinete de ministros y en medio de la ofuscación, a uno de ellos se le escapa la idea que los votos en blanco puede que sean una manifestación “de lucidez” (lo cual da el título al libro) a lo que el presidente no solo le pide la renuncia de inmediato al intrépido ministro sino que afirma categóricamente que ha visto “el rostro de la traición”.
El relato sigue con interrogatorios varios, los infaltables “secretos de estado” que se divulgan al instante, con estrategias, tácticas, micrófonos ocultos, con planes aquí y allá todos fallidos y al final más asesinatos de inocentes en medio de censuras a la libertad de expresión. Un triste final para una triste situación.
Como una nota al pie digo que la obra es de fácil y entretenida lectura, además de las lecciones que deja y de estimular el pensamiento del lector y despejar telarañas mentales. Es muy interesante la forma de construir diálogos que propone el autor y su muy sofisticado y efectivo manejo del narrador y de los tiempos. Llama la atención la admirable capacidad de escribir más de cuatrocientas páginas sin que haya un solo nombre propio (excepto el de un perro, un par de empresas y el de Humphrey Bogart pero como estilo de vestimenta). También es de notar sus valiosas disquisiciones y precisiones lingüísticas al margen del relato principal.
Si tuviera que instalar dos acápites a este artículo periodístico, tomaría dos frases del libro: “Es regla invariable del poder que resulta mejor cortar cabezas antes de que comiencen a pensar” y la visión optimista de que “más tarde o más pronto, y mejor más pronto que tarde, el destino siempre acaba abatiendo la soberbia”.
He escrito antes sobre el tema del voto en blanco que ahora parcialmente reitero, pero antes debo enfatizar que hay situaciones en las que se estima que el peligro de la alternativa es de tal magnitud que no parece haber más remedio que caer en la trampa del menos malo, siempre que no se termine idealizándolo y siempre que se tenga en cuenta que lo menos malo es de todos modos malo. Se trata de una medida desesperada al efecto de contar con más tiempo para revertir la situación con esfuerzos educativos.
De todos modos imagino que si hubiera una disposición que obligara a la gente a ser patrimonialmente responsable por la gestión de quien vota, se encaminaría a las urnas con más cuidado y responsabilidad y, ante discursos descabellados, rechazaría las ofertas electorales existentes votando en blanco, lo cual naturalmente forzaría a los políticos a reconsiderar sus plataformas y ser más cautelosos en la articulación de sus pronunciamientos.
En política no puede pretenderse nunca lo óptimo puesto que necesariamente la campaña significa un discurso compatible con la comprensión de las mayorías lo cual requiere vérselas con el común denominador y, en funciones, demanda conciliaciones y consensos para operar. Muy distinto es el cuadro de situación en el plano académico que se traduce en ideas que apuntan a lo que al momento se considera lo mejor sin componendas de ninguna naturaleza que desvirtuarían y pervertirían por completo la misión de un académico que se precie de tal ya que implica antes que nada honestidad intelectual.
En esta instancia del proceso de evolución cultural, el político está embretado en un plafón que le marca las posibilidades de un discurso de máxima y uno de mínima según sea capaz la opinión pública de digerir propuestas de diversa índole. El político no puede sugerir medidas que la opinión pública no entiende o no comparte. La función del intelectual es distinta: si ajusta su discurso a lo que estima requieren sus audiencias, con toda razón será considerado un impostor.
Ahora bien, en este contexto cuando un votante se encuentra frente a ofertas políticas que considera están fuera de mínimas condiciones morales debe ejercer su derecho a no votar o, si se encuentra en un país en el que no se reconoce ese derecho, debe votar en blanco, lo cual siempre significa que se rechazan todas las ofertas existentes al momento. Incluso, a veces el voto en blanco envía una señal más clara al rechazo que la abstención puesto que implica tomarse el trabajo de trasladarse al lugar de votación para dejar constancia del disgusto. En esta línea argumental, es como señala el título de la obra en colaboración de Leon y Hunter: None of the Above. The Lesser of Two Evils…is Evil. No cabe mirar para otro lado y eludir las responsabilidades por lo que se votó.
En el caso del voto en blanco, no se debe caer en el temor de ser arrastrado por el fraude estadístico allí donde se descuentan esos votos del universo y, por ende, se inflan las posiciones de los candidatos votados puesto que lo relevante es la conciencia de cada cual y votar como a uno le gustaría que votaran los demás, la suba en las posiciones relativas de los otros candidatos no modifica el hecho de rechazar las propuestos que se someten a sufragio en una situación límite de inmoralidad en la que todos los postulantes se asemejan en las políticas de fondo y solo los diferencian matices y nimiedades que son en última instancia puramente formales. En este contexto, el voto en blanco es sumamente positivo porque constituye una manera eficaz de ponerle límite a los atropellos del Leviatán.
Es muy fértil la embestida de Saramago contra políticos inescrupulosos y ciudadanos distraídos que intentan por todos los medios de minimizar el rol de personas que contribuyen a la mejora de las ofertas programáticas existentes.
El ejercicio a que nos invita Saramago en su libro hace que los políticos en cuestión no se sientan avalados y convalidados en sus fechorías y les trasmiten la vergüenza de verse rechazados e ignorados por el voto en blanco. Nada altera más a un politicastro que el voto en blanco.
En la situación indicada, el voto en blanco o “voto protesta” como se lo ha denominado, es fruto del hastío y hartazgo moral del ciudadano pero es un voto de confianza y esperanza en un futuro que se considera es posible cambiar, frente a los apáticos e indiferentes que votan a sabiendas a candidatos con propuestas malsanas. En este sentido, el voto en blanco es un voto optimista que contrasta con la desidia de quienes ejercen su derecho por candidatos que saben son perjudiciales.
No solo cabe abandonar el voto el blanco cuando se está en la situación de extremo peligro que mencionamos más arriba, sino cuando coincide con la expresa instrucción de proceder a votar en blanco por parte de alguna línea política con la que no se coincide puesto, en ese caso, el resultado será muy pastoso.
Es indispensable que cada uno asuma su deber de contribuir a engrosar espacios de libertad puesto que se trata -nada más y nada menos- de la condición humana. El descuido de esa obligación moral personalísima nos recuerda (y alerta mientras estemos a tiempo) que Arnold Toynbee sostuvo que el epitafio del Imperio Romano diría “demasiado tarde”.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.
Por Gabriel Boragina. Publicado el 23/11/15 en: http://www.accionhumana.com/2015/11/argentina-macri-presidente.html
Las recientes elecciones celebradas que dieran el triunfo al candidato opositor Mauricio Macri merecen algunas reflexiones. Sin duda, cabe calificarlas de históricas, pero no por lo que señalan la mayoría de los «analistas» políticos y periodistas, en cuanto a haber sido el primer balotaje que se lleva a cabo en la Argentina, sino en otro sentido, por el cual significa haber vencido al poderoso aparato montado por la siniestra banda del FpV*. No puede resultar de ninguna manera sencillo doblegar al partido oficialista, máxime si se tiene en cuenta la mas de una década reteniendo ilegítimamente el poder, tiempo más que suficiente como para haber armado toda una estructura que, en otros casos, le hubiera permitido perpetuarse en la cúspide del mismo. El triunfo de Cambiemos tiene -por este sólo hecho- un mérito muy grande.
Otro rasgo significativo de estas elecciones fue el que, a pesar del escandaloso fraude cometido por el gobierno (que por el hecho de ser tal, controla todo el aparato electoral, como asimismo todo el mecanismo de escrutinio y conteo de los votos) pese a todo esto decimos, Cambiemos logró imponerse, aunque, sin duda, por una cantidad de votos muchísimo mayor que la anunciada oficialmente. Prueba de ello son las fotografías de las actas que circularon ampliamente por las redes sociales (en especial por Twitter) y de las cuales el periodismo (tanto el oficial como el mal llamado «opositor») no dieron cuenta. A luces vista, las fotografías comprobaban de que manera los fiscales del oficialismo adulteraron las actas para disminuir los votos de Cambiemos y aumentar artificialmente los del FpV. El fraude electoral no es nuevo en la Argentina, y ya lo practicó con éxito el mismo FpV en las dos anteriores elecciones presidenciales previas a la reciente. Dado el natural temor a formular denuncias que tiene la gente y a la fuerte propaganda oficialista en aquellas oportunidades, mas una cuota grande de resignación entre la ciudadanía en aquellos momentos, sumados otros factores menores, las denuncias fueron escasas y, como suele ocurrir en todo gobierno hegemónico, no prosperaron, fueron desestimadas o directamente silenciadas.
Esta vez el fraude fue menor, y aunque sin duda importante, al fin de cuentas, fracasó.
Otro aspecto, esta vez lamentable pero también típico del periodismo argentino, es el bajo nivel de los comentarios y análisis políticos en los medios tradicionales, aunque no escapan a esta bochornosa escala el de denominados «politólogos» de «prestigio» que -como en anteriores oportunidades- se centraron en la presunta escasa diferencia de votos entre Macri y Scioli, aspecto sin duda completamente irrelevante para quien maneje mínimas nociones de ciencia política.
Más allá que -tal hemos expuesto- estamos casi seguros que la diferencia de votos fue no menor a un 10% u 8%, de ninguna manera desmerece ni desluce el triunfo que esa diferencia hubiera sido (como se dice) menor.
Ningún presidente argentino, ya sea hubiera obtenido los votos que hubiera conseguido, gobernó menos (o con menos poder) que si -en los hechos- hubiera logrado el 99% de los votos. La cantidad de votos nada cuenta para gobernar (aunque cuenta para impresionar a mentalidades infantiles). Para ejemplos recientes parecen haber olvidado esos sedicentes «politólogos» que Kirchner -quien formalmente alcanzó un escaso 22% de votos- gobernó hasta el final como si hubiera ganado por el 100% al punto tal de haber creado una dinastía que, proponiéndose perpetuarse en el poder, logró hacerlo por más de una década. Y antes de él, tampoco ningún presidente gobernó por menos, sino por más. Es que el número de votos otorgan al ganador solamente un poder formal, que no siempre coincide con el poder real o material. Por lo que, en los hechos y en la práctica, formalmente para el ganador es lo mismo haber ganado por 1 voto que por todos los millones de sufragios que sean imaginables. Con más razón en la política argentina, donde -lamentablemente- lo que cuenta simplemente es ganar para acceder al poder, y una vez en posesión de él lo que se haga con el mismo es otro cantar.
Por otra parte -y desde un punto de vista estrictamente democrático- lo que tendría que importar (y que verdaderamente importa) es como -tras las elecciones- quedaron configuradas las cámaras legislativas, y no la cantidad de votos que obtuvo el candidato presidencial vencido.
También resultan ridículos los comentarios que mostraban preocupación por el hecho de que Cambiemos tendría que acordar con otras fuerzas políticas, porque, además de pasar por alto que todos los presidentes (unos mas, otros menos) se han visto obligados a ello, Macri ya lo ha hecho con la UCR y con la Coalición Cívica-ARI (antes de presentarse a las elecciones), partidos ambos -hasta lo que no hace relativamente mucho- no le eran afines. El presidente Macri ya demostró habilidad y flexibilidad en dicho sentido. Creemos entonces que no hay motivo ninguno como para suponer que no pueda lograr pactos a nivel nacional con otras fuerzas políticas, por lo que -al momento- las dudas que esos «politólogos» y «periodistas» manifiestan no tienen -a nuestro juicio- ni antecedentes ni asidero alguno que las justifiquen.
En suma, las críticas de muchos «periodistas» y «analistas» hechas al vencedor Macri en función del resultado electoral numérico nos parecen de la ridiculez y absurdidad más enorme, pueril y espantosa. La ciudadanía argentina se mostró en esta ocasión más juiciosa y más madura que muchos «analistas políticos» de la prensa oral y escrita.
En lo sustancial, el presidente Macri recibe un país destruido por las fuerzas letales del FpV, por lo que la terea de reconstrucción que le espera no será de ningún modo simple. Pero su efectiva gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le brinda un antecedente muy auspicioso y favorable.
No somos amigos de hacer pronósticos y menos en materia política, por lo que -al momento- no cabe más que augurarle al flamante presidente de todos los argentinos el mejor éxito en la tarea que, en lo que sea positiva contará con todo nuestro apoyo. Y en lo que no, con nuestra amistosa crítica constructiva.
*FpV: siglas del Frente para la Victoria, rama del peronismo conformado por el matrimonio Kirchner.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.
Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 13/11/15 en: http://www.libremercado.com/2015-11-22/carlos-rodriguez-braun-pp-social-77332/
Lucía Méndez citó en El Mundo a un dirigente del PP que explicó que el escaso impacto que la mejoría económica tiene de momento sobre las expectativas de voto del PP se debe a lo siguiente: «No hemos sido capaces de poner en pie una política social. Muchos españoles no nos quieren por eso«. Esta tesis, bastante extendida en el partido y fuera de él, es muy conveniente para la aplastante mayoría socialdemócrata, dentro del partido y fuera de él.
En efecto, la idea de que ha faltado «política social», es decir, un mayor gasto público redistributivo, satisface en primer lugar al Gobierno y al PP, poblados de personas que creen que lo «social», es decir, gastar más dinero de la sociedad, que el poder le arrebata por la fuerza, es estupendo. Además, les sirve para presentarse sin complejos ante la izquierda, que cree lo mismo. Así, la derecha puede alegar que para “social”, ella misma mismamente. Y, por fin, sirve a la legión de opinadores políticamente correctos de los medios de comunicación, a los que tampoco se les ocurre que gastar el dinero de la sociedad pueda ser objetable siempre que sea “gasto social”, es decir, coactivo y redistributivo.
El único pequeño problema del PP huérfano de «política social» es que es un camelo, en el terreno de las ideas y en el de los hechos. En el de las ideas, porque la tesis de que aumentar el gasto social, es decir, los impuestos, es estupendo para la sociedad está lejos de ser evidente. Y en el de los hechos, porque no es verdad que el PP no haya puesto en pie una política social. De hecho, es lo único que ha puesto en pie: subió los impuestos explícitamente para defender el Estado de Bienestar, es decir, para defender las políticas sociales, atacando los bienes privados con inédita saña. Una vez hundida la economía gracias a ello, y recuperada gracias a los esfuerzos de los empresarios y los trabajadores, los del PP se dedican a lo «social» con el mismo entusiasmo de siempre.
Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.
Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 23/11/15 en: http://economiaparatodos.net/ahora-hay-que-reconstruir-la-argentina/
Se frenó el proyecto de chavización. Ahora hay que reconstruir la Argentina
A lo largo de la campaña electoral, en dos oportunidades me consultaron si acompañaba con mi firma el apoyo a Macri y acepté sin problema. No tengo nada que esconder al respecto. Acompañar y apoyar a un candidato no significa dar un cheque en blanco. Ni a Macri ni a nadie. Y no porque sea Macri, sino porque no corresponde. Ya tuvimos esta triste y larga experiencia como para insistir con esto de la democracia delegativa, es decir votar y luego desentenderse de lo que hagan los gobernantes hasta la próximo elección.
Incluso brindé mi apoyo público a pesar de no coincidir con todas las propuestas que formula Cambiemos, pero ese espacio sí cumplía con una serie de condiciones básicas para recibir ese apoyo que era la prioridad de terminar con el intento de chavización que buscaba el kirchnerismo. Ese objetivo se logró. Primero había que recuperar el concepto de república y limitar el abuso del poder del estado.
Ahora viene la etapa de reconstruir la Argentina, y en ese punto estaré apoyando desde dónde sea, con una crítica sana tratando de aportar ideas. Seguramente cambiaré el tono. Fueron demasiados años de agresión, atropello y violencia verbal del kirchnerismo. Viene la etapa en que, llegado el caso, se puede disentir amablemente. Plantear puntos de vista diferentes sin por eso descalificar al otro.
Lo que deja el kirchnerismo es tierra arrasada, en lo económico y en los valores que imperan en la sociedad, pero sobre todo deja 12 años de abuso del poder y escándalos de corrupción.
¿Cómo creo que debería encararse el inicio del nuevo gobierno? En primer lugar, considero que debería llamarse a una auditoría internacional para que la gente conozca lo que deja el kirchnerismo en materia económica, institucional y de corrupción. Es como cuando uno compra una empresa. Antes hace una auditoría para ver que no haya pasivos ocultos y que lo que se muestra en el balance es cierto.
O, para ser más drásticos, cuando Eisenhower descubrió los campos de concentración que habían levantado los nazis, hizo que la gente de las ciudades y pueblos cercanos fueran a ver lo que habían encontrado e hizo filmar todo. Había que mostrarle al mundo lo que había hecho el nazismo con los judíos, los católicos, los que pensaban diferente o todo aquél que osaba disentir con el régimen. Acá hay que hacer algo parecido. Hay que mostrarle a la población y al mundo qué deja el kirchnerismo. Y esto no es una cuestión para que Cambiemos se cubra hacia el futuro. Es un derecho de la gente a conocer qué dejaron porque, si de algo se ha caracterizado el kirchnerismo, fue por esconder y distorsionar deliberadamente la información para que la gente no supiera la verdad. Es un derecho republicano que la gente conozca la verdadera herencia que deja el kirchnerismo. Por supuesto, luego habrá que dejar que la justicia sancione severamente los casos de corrupción y de abuso de poder de todos estos años. Esa va sería una señal muy categórica para mostrar que en Argentina comienza una nueva etapa en la cual quien quiera invertir y trabajar no será víctima de la corrupción y el abuso de poder porque son sancionados por la justicia.
En lo económico, hay que empalmar dos planes en uno. Por un lado, el plan para apagar el incendio que deja el kirchnerismo. El flanco fiscal es el más delicado junto con el sector externo. El gasto público en niveles récord aún con una presión tributaria asfixiante tiene como saldo un déficit fiscal muy importante. Eso obliga a emitir moneda para financiar el déficit fiscal, emisión monetaria que genera inflación e impide la estabilidad cambiaria. Por el lado del sector externo, haber retrasado artificialmente el tipo de cambio implica que, al liberarse lo que hoy se conoce como dólar oficial, se ubique por encima del actual. La razón es muy sencilla, ningún gobierno le pone un precio máximo al tipo de cambio por debajo del nivel al que opera el mercado. Si el mercado opera a $ 15, poner un tipo de cambio máximo a $ 18 no tiene ningún sentido. Por eso, sin necesidad de decir cuál debe ser el tipo de cambio sabemos de antemano que $ 9,50 es un tipo de cambio artificialmente bajo.
El segundo aspecto del plan económico es sentar las bases para el crecimiento de largo plazo. Torcer tantos años de populismo que llegó a su máxima expresión con el kirchnerismo es, tal vez, una tarea más de docencia. Explicarle a la gente que para poder consumir primero hay que producir. Que los puestos de trabajo no los crea el estado sino que los generan las inversiones. Que el crédito no se imprime en billetes emitidos por el BCRA, sino que se genera a través del ahorro. Que el llamado estado de bienestar tiene como contrapartida una carga tributaria que espanta las inversiones y deja a la gente sin trabajo. Hay muchas ideas erradas que cambiar. Creo, sinceramente, que también es parte de la dirigencia política hacer docencia. No es solo cuestión de conseguir votos, sino de transmitir valores.
Seguramente hasta el 10 de diciembre el kircherismo hará todas las maldades posibles para complicarle la vida al próximo gobierno. Pero que quede claro, no le complicará la vida al próximo gobierno, se la complicará a todos los argentinos.
En mi opinión, para no volver a padecer este populismo totalitario, que no solo destruyó la economía argentina sino que también intentó establecer una dictadura al estilo chavista persiguiendo a los que pensábamos diferente, es fundamental no ser tibios y establecer una economía en la cual el estado se limite a defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Tener una economía con disciplina fiscal y monetaria para evitar la inflación y la carga impositiva que ahoga la actividad privada. Tener una economía integrada al mundo para generar más puestos de trabajo vía el comercio internacional. Respetar la propiedad privada para atraer inversiones que creen más puestos de trabajo y mejor remunerados por aumento de la productividad. En fin, no hay ningún secreto para transformar a la Argentina de un país decadente en un país próspero. Solo hay que lograr que el estado no moleste a la actividad privada y permitir que la gente libere su capacidad de innovación.
La riqueza la creará la gente y el estado velará para que esa riqueza que se genera no sea saqueada ni por el mismo estado ni por un particular. No es tan difícil de soñar un país mejor si se siguen estas reglas básicas. Pero ojo, para reconstruir la Argentina hay que dejar en claro que nadie puede pasar por el gobierno y manejarse con impunidad usando los resortes del estado en beneficio propio y para perseguir a quienes piensan diferente. No es revancha lo que se pide, sino, simplemente, dejar en claro que ya no será gratis llegar con el voto para luego intentar establecer una dictadura.
Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.