Será esta la columna más realista y objetiva de entre los cientos que he escrito en décadas, ya que soy el mismo testigo. Nadie me lo contó, no lo leí en ningún medio, lo viví personalmente.
Hacen ya casi tres años (!!), cuando comenzaron a difundir el pánico por el coronavirus, me llamó la atención cómo, al mismo tiempo que casi todo el mundo difundía agresivos mensajes para “frenar el cambio climático y defender a la naturaleza”, crecía el terror que conllevaba un odio, precisamente, a la naturaleza que estaría trayendo un virus que amenazaba a la raza humana, y el hombre debía utilizar su razón para combatirlo.
Como siempre tuve gran admiración por la naturaleza -la verdadera, no la que se impone por la fuerza ya que la violencia es aquello que viola el orden natural, como ya lo sabían los filósofos griegos- desconfié mucho de este supuesto enemigo del ser humano. Siempre supe que la naturaleza es infinitamente sabia -más que la razón humana que ni sabe hasta dónde llega el universo- y dedicada al crecimiento de la vida, particularmente del hombre.
Luego vinieron las imposiciones violentas de los Estados -cuarentenas y demás- y entonces no tuve ninguna duda de que la “pandemia” era una gran mentira, basada en el pánico, la irracionalidad. Cuando la ciencia de la Lógica -a la que adhiero por completo- no es respetada, no cabe otra solución que imponerse violentamente, es decir, cuando algo se impone por la fuerza es, precisamente, porque es falso, porque no resiste razón, pretende superar a Lógica ya que lo contradice.
Siempre creí, además, en los principios cristianos, de amar al prójimo, así es que eso de asilarse y encerrarse, escaparse del prójimo, me pareció, para decirlo crudamente, diabólico. He conocido hijos que escapaban de sus madres para “evitar contagios”, sacerdotes que cancelaron la Santa Misa y me trajeron a la memoria a Juan Pablo II y el riesgo de vida que corrió por asistir a Misa bajo el régimen Nazi.
Por si faltaba algo mi médico, que me ha mantenido muy saludable durante años, y los mejores especialistas que encontré -no los oficialistas- aseguraban que no existía ninguna pandemia, y que no era sino otra cepa de la gripe como siempre la naturaleza nos trajo. Nada había cambiado.
Y escribí en consecuencia. Y muchos medios dejaron de publicarme. Y pagaron justos por pecadores porque me cansé y decidí no escribir más -salvo una columna quincenal sobre temas financieros en mi blog- ni siquiera para los pocos coherentes y valientes que seguían publicándome.
Es que me di cuenta de que era inútil: tantos años escribiendo a favor del primer derecho humano, el de la libertad de vivir la propia vida, y de un día para otro casi todos, incluso muchos que alababan mis columnas, llegaron a insultarme por defender la libertad contra las imposiciones violentas de los gobiernos. No valía la pena gastar tiempo en un público cuya enajenación, partir del pánico que les habían transmitido, era tal que no había objetividad que los hiciera razonar.
Y actué en consecuencia. No hice ni un día de cuarentena, trabajé normalmente, hice ejercicio físico, nunca me practicaron un PCR ni ninguna prueba para detectar el covid, casi nunca utilicé barbijo ni siquiera en el tren atestado de gente, no me vacune nunca y todos los que me rodean, incluida mi madre de casi 91 años, han hecho prácticamente lo mismo. Y estamos todos sanísimos, gracias a Dios, ni siquiera medio grado de fiebre en estos tres años: ni medio grado de fiebre en tres años.
¿Fue suerte (probabilidad estadística)? Imposible, no es factible que tantas personas -todos los que me rodean- tengan tanta suerte durante tres años andando sin barbijo incluso en el transporte público abarrotado. ¿Genética? Tampoco, no todos los que me rodean pertenecen a la misma sangre. ¿Qué pasó? Obvio: no hubo ninguna pandemia, no ocurrió nada diferente al 2018 ni a lo que ocurrirá en el 2023. Todo normal, todo lógico, todo natural.
Personalmente, no conozco ningún fallecido por covid. Sí escuché muchos relatos al respecto, de otras personas, pero ante la pregunta de si les han realizado autopsias me han dicho que no, con lo que me queda la duda de si murieron por o con covid o por los protocolos -como aislar en su lecho de muerte a un anciano y, literalmente, matarlo de angustia- o por los procedimientos como la intubación que es muy agresivo. En cualquier caso, los muertos, aun según las poco creíbles estadísticas oficialistas, están en el orden de los normales por cuadros gripales.
En fin, “No más preguntas, Su Señoría”, la realidad -vivida, no contada- se impone de suyo.
Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Asesor Senior de The Cedar Portfolio, Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini
Punto 2 del Cap. III de la Parte II: de mi libro Luis Jorge Zanotti, sus ideas educativas fundamentales y su importancia para nuestro tiempo, de próxima aparición. Artículo de 1972.
Nada que no hayamos explicado antes. Pero es importante mostrar cómo lo resumía en un tiempo donde un artículo en La Nación era una influencia cultural importante. Y aún así, nada.
Resume mi padre al principio todo lo que ya sabemos sobre el origen histórico de la escuela redentora. Lo elogia, como siempre hace, en su circunstancia histórica. “Pero”….
“… puesto en marcha el engranaje de los sistemas educativos formales, fundados sobre las ideologías racionalistas e iluministas con los que culminó el Renacimiento, los hombres del XIX y sus herederos del XX se olvidaron –sencillamente eso: se olvidaron– que existían otros mecanismos educativos. Dejaron de lado, como si no contaran, las innumerables fuentes formativas, aptas para el desarrollo moral, religioso, cívico, laboral e instructivo, que se dan fuera de los ámbitos escolares. Las menospreciaron, supusieron que tenían poca importancia ante la escuela.” (Las itálicas son nuestras).
Y de vuelta, un párrafo que parece escrito en un libelo revolucionario: “…La escuela –las instituciones escolares– es, apenas, un depósito del cual los niños y jóvenes toman, ordenadamente, porciones minúsculas de la riqueza cultural –cuantitativa y cualitativamente imposible de medir– que tiene vida auténtica en la sociedad. Estos niños y jóvenes no dejan de vivir inmersos en esa sociedad, y sus pulmones espirituales –su mente, su personalidad en formación– se llenan cotidianamente con este otro aire libre, no ordenado metódicamente, no filtrado a través del aula, de programas, de planes, de maestros, y profesores. Todo esto cuenta más que el sistema educativo formal.” (Las negritas son nuestras).
Luego otro párrafo que podría haber sido escrito por Mises: “…Todas las estructuras burocráticas tienden, inevitable, fatalmente, a derivar en formalistas rígidos, incapaces de aprovechar o valorar cuanto escape a sus posibilidades precisamente formalistas. Tienden, por la misma razón, a defenderse contra todo aquello que pueda llegar a constituirse en un rival o en un peligro, mediante un método bien conocido: el monopolio basado en la concesión exclusiva del servicio y la persecución de quien intente brindarlo a menor costo o más eficientemente”.
Y el efecto de este monopolio es que “…destruye la competencia y anula todo interés en la eficiencia del servicio prestado. Para conseguir un puesto de ordenanza en la administración pública se necesita un certificado de escolaridad obligatoria concluida, es decir, haber aprobado exigencias reglamentarias del sistema educativo formal”.
Y ese certificado, NO las habilidades reales, es lo demandado instancias superiores. Un certificado fuera del cual los estamos NO reconocen las habilidades concretas. Puedo tener el mejor sistema para que alguien apruebe el ingreso a la secundaria pero si mi sistema no cuenta con el “título oficial”, no cuenta.
Como consecuencia, “…Como consecuencia inmediata, el sistema educativo formal no se preocupa de que los certificados que otorga tengan correspondencia con la realidad”. Y por ende “… el sistema educativo formal no necesita preocuparse por la calidad de sus servicios: le basta defenderse de lo que pueda lograrse fuera de él mediante reglamentaciones que desconozcan e inclusive obliguen a desconocer esos resultados extra-sistema”.
Y su propuesta, como siempre: “…No proponemos la abolición de los sistemas educativos formales. Pedimos la abolición del monopolio educativo por parte del sistema educativo formal”. Y su ejemplo: “…Si para acceder a las aulas universitarias, por ejemplo, se considera requisito manejar con soltura un idioma vivo de los principales de nuestro tiempo, habrá que probar esa aptitud. Y el resultado valdrá lo mismo ya sea que se lo haya conseguido dentro o fuera del sistema educativo formal”.(Las negritas son nuestras).
Si, todo esto lo hemos visto en el artículo “La des-institucionalización”…. Pero ese gran ensayo es de 1980; este artículo es de 1972. Y como vimos lo tenía in mente desde que comenzó a defender la libertad de enseñanza. Resultados concretos y no cartoncitos emitidos (como los billetes…) por el Estado.
Finalmente: “… el monopolio educativo, como obstáculo puesto por los sistemas educativos formales ante las inmensas posibilidades educativas de la sociedad de hoy y del mañana, es, en cambio, el problema central de la política educativa actual” (las itálicas son nuestras).
El problema central. Era 1972. Y no es que estemos igual. Estamos peor.
Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor en las Universidades Austral y Cema. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Publica como @gabrielmises
Todas las personas que se consideran partidarias de la libertad tienen la responsabilidad de contribuir a que la sociedad libre exista, a partir del estudio y la difusión de sus fundamentos. Nada está garantizado. Nada subsiste si no se defienden los valores del respeto recíproco
La Madre Teresa en El Salvador (AFP)
Estamos ante una encrucijada gigante. Hay quienes piensan que pueden circunscribirse a sus asuntos personales puesto que el respeto a lo suyo vendrá automáticamente o, en todo caso, son otros a los que les cabe la responsabilidad por cuidar y defender la libertad de cada uno. No se percatan de la responsabilidad moral de cada cual para contribuir a que exista tal cosa como la sociedad libre. Nada está garantizado. Como ha insistido Thomas Jefferson, “el precio de la libertad es la eterna vigilancia”. Es muy legítimo y necesario que cada uno se dedique a sus menesteres pero éstos no pueden sobrevivir si no se estudian los fundamentos del respeto recíproco y si no se difunden. No basta con ser una buena persona que atiende los quehaceres domésticos y laborales. Nada subsiste si no se defienden los valores del antedicho respeto recíproco desde la perspectiva ética, jurídica, histórica y económica.
Se sabe que es más reconfortante dedicarse a la vida pacífica en la familia y en el trabajo, pero nuevamente reiteramos que no es posible evitar el inmenso riesgo que se atropellen esos derechos si no se vela por ellos. No es suficiente con no fornicar, no robar y no matar. Alexis de Tocqueville consignó que el problema básico irrumpe en las sociedades en las que ha habido gran progreso moral y material y se da eso por sentado. Se requiere -se demanda- un esfuerzo constante. No se trata de abandonar las faenas en las que uno está, se trata de destinar una parte aunque más no sea pequeña para que aquellas faenas puedan continuar de modo pacífico.
Hay muchas maneras de proceder en este sentido, la más eficaz es la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo pero en modo alguno esto se agota en estas actividades para los que no tengan posibilidad de acceder. Por ejemplo, una forma muy fértil consiste en los ateneos de lectura donde se reúnen en casa de familia cuatro o cinco personas para debatir un buen libro: por turno uno expone y el resto debate. Esto tiene inmenso efecto multiplicador en las familias, en las reuniones sociales y en los ámbitos de trabajo. No tiene sentido sostener que uno no está preparado para esas cuestiones, nadie nace con la preparación, todos deben hacer esfuerzos para capacitarse. Es muy cómodo alegar que otros tienen la vocación por defender los principios de la sociedad libre, a todos les atrae mucho más dedicarse a ganar dinero y aplicarlo a los placeres de la vida armoniosa y gratificante, pero a todos les compete la mencionada responsabilidad. No puede esperarse a que la invasión de los bárbaros destruya todo. Cuando no quede nada en pie será tarde para los lamentos.
Como se ha dicho, el asunto no es preocuparse sino ocuparse y no valen las exclamaciones y las críticas de sobremesa para luego de haber engullido alimentos dedicarse a los intereses personales cortoplacistas. El abandono de las aludidas responsabilidades indelegables conduce indefectiblemente al desastre. En verdad el darle la espalda a esta misión inherente a la civilización es nada menos que cobardía moral.
No se trata de actuar como si estuviéramos en una inmensa platea mirando al escenario donde supuestamente estarían los que deben ocuparse, se trata de contribuir a sostener la conducta civilizada, lo contrario es una buena receta para que se desplome el teatro. No puede pretenderse ser free-riders de otros (garroneros en criollo) por más que en general se trate de muy buenas personas que creen en la libertad.
Resulta paradójico en verdad que se diga que la suficiente difusión de las buenas ideas es el único camino para retomar uno de cordura y, sin embargo, se concluye que es altamente inconveniente pretender expresarlas ante el público. Parecería que estamos frente a un callejón sin salida, pero, mirado de cerca, este derrotismo es solo aparente.
Ortega escribe en el prólogo para franceses de Rebelión de las masas: “Mi trabajo es oscura labor subterránea de minero. La misión del intelectual es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que el político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban” y en el cuerpo del libro precisa que en el hombre masa “no hay protagonistas, hay coro” y en el apartado titulado “El mayor peligro, el Estado” concluye que “el resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina del Gobierno”.
Por su parte, Le Bon en La psicología de las multitudes afirma que “las transformaciones importantes en que se opera realmente un cambio de civilización, son aquellas realizadas en las ideas” pero que, al mismo tiempo, “poco aptas para el razonamiento, las multitudes son, por el contrario, muy aptas para la acción” y, en general, “solo tienen poder para destruir” puesto que “cuando el edificio de una civilización está ya carcomido, las muchedumbres son siempre las que determinan el hundimiento” ya que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento sino la estupidez”.
Entonces, ¿cómo enfrentar la disyuntiva?. Los problemas sociales se resuelven si se entienden y comparten las ideas y los fundamentos de la sociedad abierta pero frente a las multitudes la respuesta no solo es negativa porque la agitación presente en ellas no permite digerir aquellas ideas, sino que necesariamente el discurso dirigido a esas audiencias demanda buscar el mínimo común denominador lo cual baja al sótano de las pasiones. Como explica Ortega en la obra referida, “el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo y como él se siente a sí mismo anónimo -vulgo- cree que el Estado es cosa suya” y lo mismo señala Friedrich Hayek en Camino de servidumbre en el capítulo titulado “Por qué los peores se ponen a la cabeza”.
Desde luego que, como hemos apuntado en otras ocasiones, la paradoja no se resuelve repitiendo los mismos procedimientos puesto que naturalmente los resultados serán idénticos. El asunto es despejar telarañas mentales y proponer otros caminos para consolidar la democracia y no permitir que degenere en cleptocracias como viene ocurriendo de un largo tiempo a esta parte. La perfección no está al alcance de los mortales, de lo que se trata en esta instancia del proceso es minimizar los desbordes del Leviatán.
Hay quienes en vista de este panorama la emprenden irresponsablemente contra la democracia sin percatarse que en esta etapa cultural la alternativa a la democracia es la dictadura con lo que la prepotencia se arroga un papel avasallador y se liquidan las pocas garantías a los derechos que quedan en pie. Confunden el ideal democrático cuyo eje central es el respeto de las mayorías por el derecho de las minorías, con lo que viene ocurriendo situación que nada tiene que ver con la democracia sino más bien con dictaduras electas.
Y para fortalecer las ideas lo último que se necesita es un líder puesto que, precisamente, cada uno debe liderarse a sí mismo lo cual es completamente distinto de contar con ejemplos, es decir referentes que es muy diferente por la emulación a que invitan no solo en el terreno de las ideas sino en todos los aspectos de la vida (esto a pesar de los múltiples cursos sobre liderazgo que en el sentido de mandar y dirigir están fuera de lugar, incluso en el mundo de los negocios donde se ha comprendido el valor de la dispersión del conocimiento y el daño que hace el énfasis del verticalismo.)
El núcleo de las ideas es siempre iniciado por una minoría. Albert Jay Nock escribió un ensayo en 1937 reproducido en castellano en Buenos Aires (Libertas, Año xv, octubre de 1998, No. 29) titulado La tarea de Isaías (“Isaiah´s Job”). En ese trabajo subraya la faena encargada al mencionado profeta bíblico de centrar su atención en influir sobre la reducida reserva moral (remnant en inglés): “De no habernos dejado Yahvéh un residuo minúsculo, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos pareceríamos”. A partir de lo consignado, Nock elabora sobre lo decisivo del remnant al efecto de modificar el clima de ideas y conductas y lo inconducente de consumir energías con multitudes. Concentrarse en ser personas íntegras y honestas intelectuales en lugar de los timoratas que tienen pánico de ir contra la corriente aun a sabiendas que lo “políticamente correcto” se encamina a una trampa fatal. Necesitan el aplauso, de lo contrario tienen la sensación de la inexistencia. Borges escribió sobre aquellos que se ufanan por aparecer como alguien “para que no se descubra su condición de nadie.”
Hay incluso quienes podrían ofrecer contribuciones de valor si fueran capaces de ponerse los pantalones y enfrentar lo que ocurre con argumentos sólidos y no con mentiras a medias, pero sucumben a la tentación de seguir lo que en general es aceptado. No se percatan de la inmensa gratificación de opinar de acuerdo a la conciencia y de la fenomenal retribución cuando aunque sea un alumno, un oyente o un lector dice que lo escuchado o leído le abrió nuevos horizontes y le cambió la vida. Prefieren seguir en la calesita donde en el fondo son despreciados por una y otra tradición de pensamiento puesto que es evidente su renuncia a ser personas íntegras que puedan mirarse al espejo con objetividad.
Y no es cuestión de alardear de sapiencia, todos somos muy ignorantes y a medida que indagamos y estudiamos confirmamos nuestro formidable desconocimiento. Se trata de decencia y sinceridad y, sobre todo, de enfatizar en la imperiosa necesidad del respeto recíproco. Si estuviéramos abarrotados de certezas la libertad no tendría sentido.
Por otro lado, si nos quejamos de los acontecimientos, cualquiera éstos sean, el modo de corregir el rumbo es desde el costado intelectual, en el debate de ideas y en la educación. Como se ha señalado en incontables oportunidades, los socialismos son en general más honestos que supuestos liberales en cuanto a que los primeros se mantienen firmes en sus ideales, mientras que los segundos suelen retroceder entregando valores a sabiendas de su veracidad, muchas veces a cambio de prebendas inaceptables por parte del poder político o simplemente en la esperanza de contar con la simpatía de las mayorías conquistadas por aquellos socialistas debido a su perseverancia.
Ya he puesto de manifiesto en otra ocasión que la obsesión por “vender mejor las ideas para tener más llegada a las masas” es una tarea condenada al fracaso, principalmente por dos razones. La primera queda resumida en la preocupación de Nock en el contexto de “la tarea de Isaías”. El segundo motivo radica en que en la venta propiamente dicha no es necesario detenerse a explicar el proceso productivo para que el consumidor adquiera el producto. Es más que suficiente si entienden las ventajas de su uso. Cuando se vende una bicicleta o un automóvil, el vendedor no le explica al público todos los cientos de miles de procesos involucrados en la producción del respectivo bien, centra su atención en los servicios que le brindará el producto al consumidor potencial. Sin embargo, en el terreno de las ideas no se trata solo de enunciarlas sino que es necesario exponer todo el hilo argumental desde su raíz (el proceso de producción) que conduce a esta o aquella conclusión. Por eso resulta más lenta y trabajosa la faena intelectual. Solo un fanático acepta una idea sin la argumentación que conduce a lo propuesto. Además, los socialismos tienen la ventaja sobre el liberalismo que van a lo sentimental con frases cortas sin indagar las últimas consecuencias de lo dicho (como enfatizaba Hayek, “la economía es contraintuitiva” y como señalaba Bastiat “es necesario analizar lo que se ve y lo que no se ve”).
Por eso es que el aludido hombre-masa siempre demanda razonamientos escasos, apuntar al común denominador en la articulación del discurso y absorbe efectismos varios. Por eso la importancia del remnant que, a su vez, genera un efecto multiplicador que finalmente (subrayo finalmente, no al comienzo equivocando las prioridades y los tiempos) llega a la gente en general que a esa altura toma el asunto como “obvio”. Para esto las minorías que abren camino a las ideas deben ser apoyados y alimentados por todas las personas responsables. Y si la idea no llega a cuajar debido a la descomposición reinante, no quita la bondad del testimonio, son semillas que siempre fructifican en espíritus atentos aunque por el momento no puedan abrirse paso.
Tal como ha escrito Juan Bautista Alberdi en 1841 donde vaticinó lo que sería su largo esfuerzo de prédica que comenzó en 1836 con su tesis doctoral que se negó a jurarla por el tirano Rosas y que culminó en la Constitución liberal argentina de 1853/60: “Siendo la acción la traducción de las ideas, los hechos van bien cuando las ideas caminan bien: necesitamos pues hacer un cambio de las actuales ideas” (Obras completas, tomo II, p. 134).
En resumen, debe dejarse de lado la comodidad y poner manos a la obra. No estaríamos en la situación en la que estamos si todos los que se dicen partidarios de la libertad contribuyeran a estudiar y difundir sus fundamentos. Estimo que es pertinente para ilustrar cómo es que nunca se desperdician las contribuciones bienhechoras de las personas íntegras -aún operando en soledad- lo apuntado por la Madre Teresa de Calcuta cuando le dijeron que su tarea era de poca monta puesto que “es solo una gota de agua en el océano” a lo que respondió “efectivamente, pero el océano no sería el mismo sin esa gota”.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
Intuitivamente, quien entiende el funcionamiento de los mercados comprenderá, sin muchas palabras por medio, que al libre comercio promueve mayores grados de innovación. Por si fuera necesario probarlo, Marc J. Melitz y Stephen Redding publican un trabajo de la serie LSE Research Online Documents on Economics, de la London School of Economics, titulado: “Trade and Innovation”: http://eprints.lse.ac.uk/113930/
Esto dicen:
“Dos ideas centrales del enfoque schumpeteriano de la innovación y el crecimiento son que el ritmo de la innovación está determinado endógenamente por la expectativa de ganancias futuras y que el crecimiento es inherentemente un proceso de destrucción creativa. Dado que el comercio internacional es un determinante clave de la rentabilidad y supervivencia de las empresas, es natural esperar que desempeñe un papel clave en la configuración tanto de los incentivos para innovar como de la tasa de destrucción creativa. En este artículo, revisamos la literatura teórica y empírica sobre comercio e innovación. Destacamos cuatro mecanismos clave a través de los cuales el comercio internacional afecta la innovación y el crecimiento endógenos: (i) tamaño del mercado; (ii) competencia; (iii) ventaja comparativa; (iv) derrames de conocimientos. Cada uno de estos mecanismos ofrece una fuente potencial de ganancias de bienestar dinámicas además de las ganancias de bienestar estáticas del comercio de la teoría comercial convencional. Investigaciones recientes han sugerido que estas ganancias dinámicas de bienestar del comercio pueden ser sustanciales en relación con sus contrapartes estáticas. Discriminar entre mecanismos alternativos para estas ganancias dinámicas de bienestar y fortalecer la evidencia sobre su magnitud cuantitativa siguen siendo áreas interesantes de investigación en curso.”
Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).
Los últimos acontecimientos políticos en materia de elecciones me llevan a renovar reflexiones que ya he tenido en otras oportunidades.
He comprobado que el elector común tiene pensamientos simples y -de alguna manera- de votar con respecto al espectro político que posee a su disposición a la hora de emitir su sufragio.
Sin mayores distinciones del mapa político, el elector medio se divide sencillamente en dos partes: una ‘‘izquierda’’ y otra ‘‘derecha’’.
Las alternativas parecen reducirse simplemente a esas dos, y en un sector de la población que siempre he identificado como un tercio del total de ciudadanos pueden (según fueren las circunstancias) unas veces votar a lo que él considera que son representantes de la ‘‘izquierda’’ y alternativamente en las oportunidades siguientes hacer lo propio por aquellos otros que él interpreta como representante de la ‘‘derecha’’.
Es así como hemos venido observando en los últimos procesos electorales que, varios países de la región que estaban siendo gobernados por partidos políticos que el vulgo normalmente cataloga como de ‘‘derecha’‘ han revertido los recientes resultados electivos hacia partidos que se autodenominan (y que en la creencia popular también se las piensa) como de ‘‘izquierda’’.
Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años con Argentina, Perú, Chile y recientemente Colombia, que se suman a la línea iniciada en el continente sudamericano por la Venezuela de Chávez, sin olvidar que en el Caribe todavía permanece la dictadura cubana en pie.
Referidos como de ‘‘derecha’’ quedarían en el continente sudamericano únicamente los casos de Brasil y Uruguay.
Pensando sobre este asunto, recordé la charla mantenida con un amigo hace algunos años atrás, que refiriéndome que si bien había votado en la elección anterior por un gobierno que el vulgo cree de ‘‘derecha’’, frente a una nueva oportunidad electoral cambiaría su voto hacia un postulante que (según ese mismo pensar convencional) estaría enrolado dentro de la línea populista. Y así, efectivamente, lo hizo.
Este episodio me lleva a reflexionar sobre la aparente paradoja en la que una misma persona no tiene ningún inconveniente en votar unas veces a la ‘‘derecha’’ y otras veces a la ‘’izquierda’’.
Cuando le pregunté a aquel amigo por qué iba votar de esa manera y -sobre todo- si esa forma de votar representaba real y fielmente su modo de pensar política, su respuesta me produjo mayor perplejidad que la que me había ocasionado su afirmación anterior.
Y lo que me contestó (y me dio por ‘’explicación’’) fue que -según él- la manera lógica de votar consistía en darle alternativamente ‘’oportunidad’’ electoral a ambos espectros del plano ideológico, y que él no era ni de ‘‘derecha’’ ni ‘’izquierda’’ sino que discurría que lo más »racional» para lograr el ’’equilibrio’’ político, era que se alternaran una y otra fuerza en el poder a modo de »compensarse entre sí», de manera de evitar que la sociedad cayera »en los extremos».
Esta respuesta (que a mí en lo personal me parece un completo disparate aunque en ese momento no se lo dije porque hubiera sido entrar una polémica interminable a las puertas de una elección política objeto de la discusión sino que, fortuitamente en vísperas de tal, el tema brotó espontáneamente como sucede en tantos círculos sociales) denotó, a mi modo de ver, la explicación más plausible de la razón por la cual en una buena cantidad de países (y en la mayoría de los sudamericanos) una veces la gente vota a la ‘‘derecha’’ y otras a la ‘‘izquierda’’.
No vamos a explayarnos nuevamente respecto del tema ‘‘izquierda-derecha’’. Quien sigue nuestros escritos ya sabe que para nosotros dicha distinción es irrelevante, es difícil precisarla y carece de todo rigor científico político y económico. Por lo que mejor -en nuestra opinión- es desechara y dejarla de lado.
‘‘Derecha-Izquierda’’ es una súper simplificación inadmisible que no explica nada, y que pasa por alto los matices de todo fenómeno social que -como dijo F. A. v. Hayek- siempre se tratan de fenómenos complejos.
Pero más allá de academicismos científicos, lo cierto es que el mapa político mental de una cantidad no menor de electores se divide en esa extrema simplicidad, y unas veces votan a unos y otras a los opuestos con argumentos muy similares o exactamente iguales que los de mi amigo, que podríamos resumir en el argumento de la compensación.
Claro que, esa forma rústica y primitiva de pensar políticamente y de votar en consecuencia es errada. Esas fuerzas opuestas no se ‘’compensan’’, sencillamente parten de supuestos filosóficos -políticos económicos completamente diferentes, y sus acciones por lo tanto no son ‘’complementarias’’ sino conflictivas entre sí. De allí que, sucede lo que ya estamos casi acostumbrados a ver. Cuando asume un gobierno de ‘‘izquierda’‘ se dedica a destruir lo construido por el que le antecedió de ‘‘derecha’‘, y así sucesivamente a medida que se van alternado y sustituyéndose uno a otro en el poder.
Obvio que, de esta manera lejos se está de conseguir aquella fantasiosa estabilidad política con la que se justificaba mi amigo cuando trataba de explicarme porque votaba ‘‘izquierda’’ en unas elecciones y ‘‘derechas’’ en la siguientes, para volver -una y otra vez- a repetir ese círculo vicioso que mi amigo veía como »racional» cuando en realidad era completamente lo contrario.
Todo esto que aquí expongo, y que lo imagino un exponente de inmadurez política, puede ser -con bastante probabilidad- lo que explique estos cambios de signo ideológico entre las preferencias de los sufragantes del país que mencioné líneas arriba. Lo que -a su turno- me estaría indicando que, aquellas personas que tienen ideas precisas e identificadas con líneas de pensamiento político definidas (como podrían ser el liberalismo y el socialismo entendidos ambos en su sentido clásico) son -en realidad- las que pertenecen los 2/3 restantes de la sociedad, y que cuantitativamente (en términos electorales por supuesto) son los menos representativos, a la vez que, no son nunca los que definen una elección política.
Si éste argumento -que aquí estamos esbozando- llegara por ventura a ser correcto, es bastante probable que en muchos de aquellos países donde hoy la ‘‘izquierda’’ ha ganado las elecciones, en una próxima elección la vuelvan a perder en manos de la ‘‘derecha’’ (siempre utilizando estos términos con la reserva del caso, porque volveremos a insistir que para nosotros hablar de ‘‘izquierda’’ y ‘‘derecha’’ no significa absolutamente nada, carece de sentido).
Meramente aludimos a lo que la gente común y corriente tiene en mente cuando se le pide una opinión política, y esta distinción se agudiza aún más todavía cuando se acercan fechas próximas a un acto electoral.
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en @GBoragina
El respeto recíproco tan indispensable para convivir civilizadamente a la larga no puede subsistir si no se cuenta con una extendida incorporación de la virtud como valor esencial
Albert Schweitzer
En uno de mis primeros libros fabriqué una definición de liberalismo que tengo la satisfacción que intelectuales que aprecio mucho la citan con frecuencia. Esta definición dice que el liberalismo es el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros. Se trata del uso de la fuerza solamente cuando hay lesiones de derechos, todo lo demás debe respetarse aunque no compartamos otros proyectos de vida. Más aún, el test definitivo del respeto es cuando no solo no compartimos el proyecto de vida ajeno sino cuando lo consideramos repulsivo. Y no digo tolerancia puesto que estimo es una expresión que revela cierto tufillo inquisitorial, ya que presume que el que tolera perdona los errores ajenos. Esta es la columna vertebral de la sociedad libre donde los derechos se resumen a la vida, la propiedad y la libertad. Este es el modo de facilitar e incentivar la cooperación social y el consiguiente progreso.
Habiendo dicho esto consigno que ese respeto recíproco tan indispensable para convivir civilizadamente a la larga no subsiste si no se cuenta con una extendida incorporación de la virtud como valor esencial. La declinación de la virtud se transforma en falta de consideración al prójimo y en el deterioro y posterior degradación del antedicho respeto irrestricto y así sucumbe la sociedad libre. En otros términos, el aludido respeto se convierte en falta de respeto con lo que es necesario destacar que esa consideración interpersonal debe ser acompañada por cierta dosis mínima de respeto intrapersonal, es decir autorrespeto que se pone de manifiesto en las conductas. En resumen, el respeto irrestricto hacia terceros es condición necesaria y suficiente pero si no se mantiene y alimenta con el ejercicio de la virtud a la larga se termina enterrando el mismísimo respeto recíproco.
Veamos el asunto más de cerca. En primer lugar debe subrayarse que la virtud consiste en la conducta recta, en las manifestaciones honestas, en la sinceridad, en el decoro y en el desarrollo de las potencialidades para el bien. Esto puede sonar subjetivo y compatible con el relativismo epistemológico pero además de ser relativo el relativismo pretende darle la espalda a la noción de verdad que consiste en la concordancia entre el juicio y el objeto juzgado, en negar la noción del bien y el mal en nuestro caso de conductas visibles como lo que nutre al autoperfeccionamiento. Es lo que se ha propuesto desde Aristóteles y confirmado por autores como José Ferrater Mora en su Diccionario de filosofía. Es la debida proporción, la prudencia, la perseverancia en el mérito, el coraje de apartarse de lo que dicen y hacen otros, los modales, la privacidad y el sentido de intimidad, el pudor, la cortesía y sobre todo la moral. Ya sabemos que en una sociedad libre nada puede hacerse si no hay lesiones de derechos por más vicios que existan, solo puede procederse vía la educación sea la informal a través de la familia o la formal en el aula. Y educación no es transmitir cualquier cosa en cualquier dirección sino la trasmisión de valores de respeto a terceros y autorrespeto, como se ha dicho desde los estoicos: “Apuntar a la perfección o el fin de cada cosa” concepto desplegado por filósofos como Kant al resaltar “la fortaleza moral en el cumplimiento del deber”.
Ejemplifiquemos primero con los modales sobre lo que he escrito antes pero es del caso reiterar ya que se refiere a la manifestación externa de lo que ocurre en el interior de la persona y luego vamos a la educación sobre lo que también me he pronunciado. “El hábito no hace al monje” reza un conocido proverbio, a lo que Jacques Perriaux agregaba “pero lo ayuda mucho”. Las formas no necesariamente definen a la persona, pero ayudan al buen comportamiento y hacen la vida más agradable a los demás.
Hoy en día, en gran medida se ha perdido el sentido del buen hablar. En primer lugar, debido al uso reiterado de expresiones soeces. Las denominadas “malas palabras” remiten a lo grotesco, a lo íntimo, a lo repugnante y a lo escandaloso. Los que no recurrimos a esas expresiones no es por carencia de imaginación (personalmente se me ocurren variantes bastante creativas), es debido a la comprensión del hecho de que si se extiende esa terminología, todo se convierte en un basural, lo cual naturalmente se aleja de la excelencia y las conversaciones bajan al nivel del subsuelo. Por su parte, los términos obscenos empobrecen el lenguaje y como este sirve para pensar y para la comunicación, ambos propósitos se ven encogidos y limitados a un radio estrecho.
Entonces, aquello de que “el hábito no hace al monje, pero lo ayuda mucho” pone en evidencia una gran verdad y es que las apariencias, los buenos modales y, en general, la estética, tienen una conexión subliminal con la ética. Cuanto más refinados y excelentes sean los comportamientos y más cuidados los ámbitos en los que la gente se desenvuelve, más proclive se estará a lograr buenos resultados en la cooperación social y el indispensable respeto recíproco como su condición central.
Claro que un asesino serial puede estar encubierto y amurallado tras aparentes buenos modales, pero de todos modos los buenos signos exteriores tienden a reforzar y a abrir cauce al antes mencionado respeto recíproco. Se ha dicho en diversas oportunidades que en la era victoriana había mucho de hipocresía, lo cual es cierto de todas las épocas, pero no cambia el hecho de que en esa etapa de la historia el ocultamiento de lo malo traducía un sentido de vergüenza que luego se perdió bajo el rótulo de una supuesta “apertura mental” que más bien se abrió a la bosta que puso al descubierto las inmoralidades más superlativas con la pretensión de hacerlas pasar por acciones nobles y “modernas”.
Como queda dicho, las normas morales aluden al autorrespeto y al respeto al prójimo en las respectivas preservaciones de las autonomías individuales basadas en la dignidad y la autoestima. De más está decir que lo dicho nada tiene que ver con el dinero, sino con la conducta, lo que ocurre es que en las sociedades abiertas los que mejor sirven los intereses de los demás son los que prosperan desde el punto de vista crematístico y, por ende, se espera de ellos el ejemplo, lo cual en los contextos contemporáneos ha mutado, puesto que en gran medida esos patrimonios no son fruto del servicio al prójimo, sino de la rapiña lograda con el concurso de gobernantes que se han extralimitado en sus funciones específicas de proteger derechos para, en su lugar, conculcarlos. Mal puede esperarse ejemplos de una banda de asaltantes.
La literatura, la escultura, la pintura y la música son evidentemente manifestaciones de cultura por antonomasia. Sin embargo, en la actualidad Carlos Grané apunta en El puño invisible: arte, revolución y un siglo de cambios culturales que el futurismo, el dadaísmo, el cubismo y similares son manifestaciones de banalidad, nihilismo, vulgaridad, escatología, violencia, ruido, insulto, pornografía y sadismo (en el epígrafe de su libro aparece una frase del fundador del futurismo, Filippo Tommaso Marinetti, que reza así: “El arte, efectivamente, no puede ser más que violencia, crueldad e injusticia”).
¿Qué ocurre en ámbitos cada vez más extendidos en aquello que se pasa de contrabando como arte? Es sencillamente otra manifestación adicional de la degradación de las estructuras axiológicas. Es una expresión más de la decadencia de valores. En este sentido, otra vez, se conecta la estética con la ética. No se necesitan descripciones acabadas de lo que se observa cuando a diario se exhiben sin pudor alguno: alarde de fealdad, personas desfiguradas, alteraciones procaces de la naturaleza, embustes de las formas, alaridos ensordecedores, luces que enceguecen, batifondos superlativos, incoherencias múltiples y mensajes disolventes. En el dictamen del jurado del libro mencionado de Grané -que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco (presidido por Fernando Savater), en Guadalajara- se deja constancia de “los verdaderos escándalos que ha vivido el arte moderno”.
¿Qué puede hacerse para revertir semejante espectáculo? Sólo trabajar con paciencia y perseverancia en la educación, es decir, en la trasmisión de principios y valores que dan sustento a todo aquello que puede en rigor denominarse un producto de la humanidad, alejándose de lo subhumano y lo puramente animal, en un proceso competitivo de corroboraciones y refutaciones que apunten a la excelencia y no a burlarse de la gente con apologías de la fealdad y explotar el zócalo del hombre con elogios a la indecencia, la ordinariez y la tropelía.
Incluso la forma en que nos vestimos transmite nuestra interioridad. La elegancia y la distinción se dan de bruces con lo deliberadamente zaparrastroso en el contexto de modales nauseabundos, ruidos guturales patéticos que sustituyen la fonética elemental. La bondad, lo sublime, lo noble y reconfortante al espíritu naturalmente hacen bien y fortalecen las sanas inclinaciones. El morbo, el sadismo, lo horripilante y tenebroso degrada. Ingleses que transmitían radio en el medio de la nada en África durante la Segunda Guerra Mundial lo hacían vestidos de smoking “to keep standards up”.
El deterioro en los modales que subestima la calidad de vida al endiosar la grosería y lo chabacano también tiende a anular el sentido de las expresiones ilustrativas que se consideran pasadas de moda. Ya Confucio, quinientos años antes de Cristo, escribió: “Son los buenos modales los que hacen a la excelencia de un buen vecindario. Ninguna persona prudente se instalará donde aquellos no existan” y, en 1797, Edmund Burke sostenía que para la supervivencia de la sociedad civilizada “los modales son más importantes que las leyes”.
Estimo que antes de las respectivas especializaciones profesionales, debería explorarse el sentido y la dimensión de la vida, para lo cual hay una terna de libros extraordinarios que merecen incorporarse a la biblioteca: The Philosophy of Civilization de Albert Schweitzer, Adventures of Ideas de Alfred N. Whitehead y Human Destiny de Pierre Lecomte du Noüy. Después de esa lectura tan robusta y de gran calado, entre otras muchas cosas, se comprenderá mejor el apoyo logístico que brinda la cobertura de los modales para preservar las autonomías individuales.
Es de esperar que personas inteligentes y que también hacen aportes en diversos campos abandonen la grosería de sus expresiones al efecto de contribuir a la construcción de una sociedad civilizada y se percaten de que la cloaca verbal se encamina a la cloaca. Reiteramos que nada puede hacerse en una sociedad libre para revertir conductas que no lesionan derechos de terceros, solo a través de la educación, es decir, antes que nada, la trasmisión de valores. Y esto no puede ocurrir allí donde la educación se convierte en adoctrinamiento y politización lo cual es parido desde el momento en que se acepta la existencia de aquella cachetada a la inteligencia cual es el ministerio de educación con la pretensión de imponer estructuras curriculares que constituyen la antítesis del proceso educativo que por definición requiere abrir puertas y ventanas a la competencia y a las auditorías cruzadas. En este contexto la llamada educación privada está privada de toda independencia.
En esta línea argumental, la “educación pública” es una fachada para ocultar su verdadera naturaleza cual es la educación estatal, una expresión que no se usa porque es tan desagradable como el periodismo estatal o arte estatal. La educación privada es también para el público. El tema para nada consiste en descalificar a profesores que se desempeñan en el área estatal, por el contrario los hay muy esmerados y competentes. El asunto estriba en los incentivos: no es lo mismo la forma en que se toma café y se encienden las luces cuando uno paga las cuentas respecto de cuando se obliga a otros a hacerlo con el fruto de sus trabajos. Por ende, todos los establecimientos educativos estatales deberían entregarse al claustro existente y en la transición alas personas que tienen las condiciones intelectuales pero no cuentan con los ingresos suficientes debería entregárseles vouchers o créditos educativos para que apliquen a la institución privada que prefieran de todas las ofertas disponibles. Esto es financiar la demanda y no la oferta para evitar toda la parafernalia de la administración de activos en manos de la burocracia. Por último en esta materia, cuando resulten necesarias las acreditaciones debieran hacerse como era originalmente en el continente europeo y especialmente el la época colonial estadounidense: academias y entidades privadas también en competencia para acreditar a los efectos de lograr el mayor grado de excelencia posible.
Ahora se discute acaloradamente en nuestro medio si debe imponerse la educación sexual y el llamado “lenguaje inclusivo” en los colegios, un debate absurdo siempre impuesto desde el vértice del poder en lugar de abrir las posibilidades de competir en instituciones todas privadas y ajenas al ámbito de la fuerza.
No se trata entonces de limitarse a la queja por la degradación de valores y las amenazas al sine que non de la convivencia civilizada de respeto recíproco, se trata de abandonar la vaca sagrada de nuestro tiempo cual es la llamada educación estatal puesto que las botas, es decir, el monopolio de la vilencia que denominamos gobierno no debiera entrometerse en una función tan privativa de cada cual que por otra parte perjudica especialmente a los más necesitados que se ven obligados a financiar estas politizaciones vía la reducción de sus salarios e ingresos en términos reales. Hay quienes destacan la importancia de la educación -aun sin compartir mi propuesta- pero en simultáneo recurren a lenguaje soez…no saben de qué hablan.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
Un piquetero vive de los planes sociales que administran los gerentes de la pobreza. Ellos pueden recibir una asistencia o un conjunto de planes a condición de concurrir a las marchas populares cuando sus “jefes” así lo establecen.
Esos programas, llamados sociales, no tienen límites de tiempo. El Estado no los otorga por un tiempo limitado, por el contrario, no tienen fecha de vencimiento. En estas condiciones, entre la Asignación Universal por Hijo y un conjunto de otros “beneficios” una pareja de personas adultas puede recibir un ingreso lo suficientemente alto como para desestimularla a trabajar. Por ejemplo, cada miembro de la familia puede cobrar un plan Potenciar Trabajo que en junio llega a los $19.470, es decir sumar $38.940 por mes, sin controles sobre si tuvo inquietud de buscar un empleo para no depender del subsidio.
Si tienen dos hijos menores, tienen derecho a percibir $7.332 por cada uno, un total de $14.664 por mes, sumados a la asistencia anterior, ya suma $53.604 mensuales. A esto se le agrega la Tarjeta Alimentar con 2 hijos que suman otros $13.500, llegando a 67.104 pesos.
No es de descartar que alguno de los miembros de la pareja cobre una Pensión por Invalidez Laborativa, dado que en el Presupuesto 2022 figuran 1.117.171 beneficiarios, en contraste con apenas 81.539 en 2003. Es decir, en casi 20 años aparecieron 1.035.632 inválidos laborales sin que se haya producido una guerra, un tsunami o un terremoto que provocara semejante cantidad de inhabilitados para un empleo regular. Solo se pudo detectar una epidemia de ataque de fobia al trabajo.
Con un presupuesto para este rubro de $310.905 millones resulta un promedio de $23.191 por mes por cada uno. Pero, en total podrían embolsar unos $90.265, por arriba de la canasta básica total, lo cual los saca de la línea de pobreza sin trabajar, sin pagar impuestos y viviendo a costa del trabajo ajeno.
Paralelamente, se observa en la serie de datos del Ministerio de Trabajo, un fenomenal incremento del empleo estatal y un mínimo incremento del empleo privado formal, que agrava la mochila sobre el conjunto de ocupados registrados que no dependen de un cheque del sector público.
En enero de 2012, comienzo de la serie oficial de empleo registrado, el total de puestos de trabajo en el conjunto del sector público (nación + provincias + municipios) equivalían al 41,7% del empleo privado formal y en marzo de este año ya representaba el 54% del empleo privado, sin que mejorara la calidad de los servicios públicos a cargo del Estado, como la salud, seguridad, justicia, educación, principalmente.
No se debe olvidar que el régimen del empleado público determina una protección especial a la estabilidad laboral, porque no se lo puede despedir, salvo que se instruya un sumario.
Según datos del Indec, el índice de salarios del sector privado formal aumentó, entre marzo 2021 y 2022 el 56%, en tanto que el correspondiente al sector público subió 59%, es decir 3 puntos porcentuales, sin que mediaran justificaciones para esa brecha, que históricamente ha sido creciente, aun cuando parte de la nómina se sospecha es un “ñoqui” -aparece el 29 sólo para cobrar-, y no enfrenta las exigencias de control de calidad y productividad que se observa en la actividad particular.
Así, mientras los piqueteros, escondidos tras la escenografía de movimientos sociales que no son otra cosa que movimientos políticos, viven del trabajo del sector privado, no tienen límite de tiempo para recibir los subsidios, se dedican a entorpecerle la vida a los que los mantienen, los empleados públicos disfrutan de limitadas horas laborales, estabilidad en sus puestos y mejoras salariales mayores al promedio del mercado, el sector que los mantiene es regularmente castigado con más impuestos y regulaciones absurdas.
Un país no se construye con planes sociales y empleo público creciente, sino con gente que quiera trabajar, desarrollar su capacidad de innovación y arriesgar en emprendimientos para descubrir dónde hay demandas insatisfechas.
Plan jefes y jefas
A 20 años de haberse lanzado el Plan Jefes y Jefas de hogar, no solo aumentó la cantidad de beneficiarios de planes sociales, sino que, para peor, se multiplicaron los programas asistenciales, al amparo de un sospechado gran negocio de parte de la política.
Lo que el presidente Eduardo Duhalde lanzó en 2002 como un plan transitorio, se transformó en permanente y ahora la pregunta es: ¿Cuál es el sueldo que debería ganar un padre de familia para no recibir planes e ir a trabajar religiosamente si como están hoy, sin trabajar o haciendo changas, puede mantenerse solo haciendo cortes de tránsito sobre la Avenida 9 de Julio, en la Ciudad de Buenos Aires?
El salario en el sector privado debería crecer enormemente como para que el piquetero prefiera dejar la comodidad de no trabajar y vivir en base a subsidios. Es una cuestión de arbitraje entre trabajar y vivir sin trabajar. En la medida que el Estado estimule el no trabajar a costa del que trabaja, este festival de populismo continuará.
Lo mismo ocurre con el empleado estatal para que esté dispuesto a sacrificar su estabilidad laboral y su salario creciendo por encima del sector privado.
Como frutilla del postre, en Argentina se castiga impositivamente al que trabaja y el mérito es visto como un sacrilegio por parte del Gobierno y si es empresario, se lo cataloga de “salvaje explotador”, y culpable de la pobreza. Por el contrario, al que vive del trabajo ajeno es presentado como una “víctima del sistema”.
No hay duda de que no solo hay que hacer reformas económicas estructurales, sino también reformular los valores que hoy imperan en la sociedad en la que trabajar y esforzarse está mal visto y vivir del trabajo ajeno un derecho social, basado en el corazón del populismo: “donde hay una necesidad nace un derecho”.
Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky
Pasito a pasito, este año he cumplido medio siglo de profesor universitario. Rara vez comulgo con la clásica nostalgia de las personas mayores, que se regodean afirmando que las cosas eran mejores antes. Pero debo admitir que no faltan las tentaciones. La última de ellas es la nueva Ley de Educación impulsada por PSOE-Podemos.
Leyendo a mi admirada Rebeca Argudo en LA RAZÓN, veo que los primeros libros de texto de la Lomloe, que aún son provisionales, han provocado «el pasmo de los profesionales de la educación al comprobar su contenido», por su frivolidad y carga ideológica, al estar caracterizados por el «marco argumental podemita», con todas sus consignas falaces, manipuladoras y sectarias.
Dirá usted: pues, es normal, pasa en todos los países, y, en el caso de España, pasa desde hace mucho. De hecho, tengo constatado, por ejemplo, el fuerte contenido antiliberal de los textos económicos del bachillerato desde hace más de treinta años, cuando lo estudiaban mis hijos.
En este intento masivo de convertir desde el poder político a los estudiantes en militantes quizá convenga subrayar dos aspectos, uno pesimista y el otro optimista.
El aspecto más reaccionario de esta maniobra de la izquierda es que sigue la regla habitual del socialismo, a saber, castiga especialmente a los más vulnerables. El sesgar la educación, o abaratar los aprobados, en efecto, daña a los pobres, como dijo la profesora Marta Martín: «La degradación de la calidad educativa genera inequidad, porque deja a los pies de los caballos al que no puede permitirse alternativas. Se cargan la educación como ascensor social y la educación como espacio compartido y espacio de libertad». Coincide el profesor Alfredo Alvar: «Lo que van a conseguir es que el que tenga dinero opte por llevar a sus hijos a estudiar fuera, que el instruido transmita su conocimiento a sus hijos. Pero el que no pueda permitirse pagar una educación de calidad no tendrá otra».
El aspecto optimista es que, en este campo como en otros, los supuestos defensores de lo público, que en realidad anhelan devaluarlo, se están encontrando con una resistencia cada vez mayor. Rebeca Argudo informó en nuestro periódico sobre la reacción de muchos profesores, indignados ante esta manipulación pseudoprogresista, y es algo que nos anima a todos los defensores de la buena educación.
Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE. Difunde sus ideas como @rodriguezbraun
La violencia no es gratis, destruye… o acaso creían que cerrar países enteros, confinar ciudades utilizando la fuerza policial no traería consecuencias. Para decirlo rápidamente, las cuarentenas y demás restricciones coactivamente impuestas por los gobiernos -y avaladas por una gran mayoría de la población, muy asustada- obviamente produjeron una muy fuerte caída en casi todas las actividades.
Y, frente a este desplome violentamente producido por los Estados, no se les ocurrió mejor idea que “estimular” regalando dinero -inyectando billetes como si se pudiera crear riqueza de la nada- que se gastó con alevosía, quedando ahora una deuda imposible de pagar con lo cual hay que ajustar de hecho, vía inflación y vía encarecimiento artificial del crédito que dificultará aún más la producción y el consumo.
Ahora, y no dicho esto con ánimo revanchista, se advirtió reiteradamente que las cuarentenas provocarían un daño muy superior, exponencialmente superior, a lo que, supuestamente, evitaría. Es muy importante que quienes promovieron y ejecutaron estas restricciones primero entiendan que jamás debe actuarse bajo el influjo del miedo y, luego, que comprendan que deben disculparse porque de otro modo, si no se reconoce el fallo, la humanidad continuará auto destruyéndose. Por cierto, pensar que será la naturaleza la que destruya al hombre es extremadamente estúpido e incoherente.
Pero vayamos al análisis frio. La Reserva Federal elevó el miércoles su tasa de interés objetivo en tres cuartos de punto porcentual con la intención de frenar un repunte, pero resulta que se decide después de que datos mostraron escasos avances en su batalla hasta el presente, y «devolver a su objetivo del 2%» a la “inflación”, en rigor, la suba del IPC que refleja relativamente a la inflación real gracias a que en EE.UU. los precios son relativamente libres.
También seguirá reduciendo las tenencias de bonos del Tesoro y deuda hipotecaria, siguiendo el camino que ya fijó en la reunión de mayo. Además, adelantaron que un aumento de tres cuartos de punto o de medio punto sería «muy probablemente» el resultado apropiado de la próxima reunión del banco central a finales de julio.
Pero claro, como confunden inflación con suba del IPC, la Fed culpa parcialmente a “la guerra en Ucrania y las políticas de confinamiento de China” cuando estos hechos, sin dudas provocan variaciones en algunos precios, pero no inflación que es la depreciación de la moneda por exceso de emisión. Irónicamente, y esto puede confundir, el dólar -el índice DXY- se “revaloriza” pero solo respecto de las otras monedas que tienen una depreciación aun mayor.
La medida elevó la tasa de interés de los fondos federales de corto plazo a un rango de entre el 1,50% y el 1,75%, y los funcionarios de la Fed proyectaron un aumento de la tasa hasta el 3,4% a finales de este año y hasta el 3,8% en 2023, lo que supone un cambio sustancial respecto a la mediana de las proyecciones de marzo, que preveían un alza al 1,9% este año.
Como el fuerte endurecimiento de las condiciones financieras pesará sobre el crecimiento, ahora la Fed considera que la economía se ralentizará a una tasa de crecimiento inferior a la tendencia del 1,7% este año -desde el 2,8% pronosticado antes- , que el desempleo aumentará al 3,7% a fines de 2022 y que seguirá subiendo hasta el 4,1% hasta 2024 y considera que la inflación, medida por el índice de precios de los gastos de consumo personal, se situará en el 5,2% durante este año y solo se ralentizará gradualmente a un 2,2% en 2024.
Cómo serán de malas las perspectivas que es difícil encontrar en la historia de Wall Street un escenario más pesimista. Y más de la mitad de las compañías del NASDAQ han quedado reducidas a menos de la mitad, o sea, la mitad de los integrantes del Nasdaq cotizan al menos un 50 % por debajo de sus máximos de 12 meses:
Y muchos gurús creen sinceramente que las acciones nunca volverán a subir en nuestra vida al nivel que dejaron. De hecho, siguen cayendo a pesar de que en las tres oportunidades en que la Fed subió las tasas este año Wall Street se disparó, aunque el entusiasmo duró poco como puede verse en este gráfico del S&P:
Ahora, teóricamente, históricamente, las materias primas bajaban al aumentar el índice dólar (DXY) o, mejor dicho, mantenían un valor estable y, por ende, más baratas en términos de un dólar más caro, sin embargo, hoy al índice de commodities BCOM no le preocupa el aumento del dólar:
Mostrando dos fenómenos nuevos. En primer lugar, que el hecho de que el dólar se revalorice con respecto a otras monedas (el índice DXY) no significa que, en términos absolutos, no se desvalorice. En otras palabras, los productores de commodities tienen que ajustar sus precios por -sus consumos- inflación independientemente de que el billete verde mejore su cotización respecto de las otras monedas. En segundo lugar, que fenómenos como las cuarentenas -que llegaron al colmo de prohibir el traslado de peones, servicios e insumos del campo complicando la producción- y la guerra y las sanciones de los gobiernos están perjudicando la producción y distribución.
Así las cosas, la ONU, que en su momento apoyó las cuarentenas, ahora se rasga las vestiduras y advierte sobre una inminente crisis alimentaria mundial con cientos de millones de personas desnutridas, unas cien veces, si, cien veces, más que las supuestas víctimas del covid 19 y todas sus variantes. Y lo peor del caso es que reconoce que “es solo la punta del iceberg”. Claro que nunca reconocerá su responsabilidad -son burócratas demasiado beneficiados por los Estados como para correr el riesgo de perder sus privilegios- y entonces culpan solo a “la guerra en Ucrania”.
Es cierto que el bloqueo ruso en Odessa, principal puerto de Ucrania, es muy perjudicial. Desde allí, previo a la guerra, el país exportaba cada mes unos seis millones de toneladas de grano que alimentaban a unos 400 millones de personas. Pero no aceptar que el problema empezó mucho antes de la guerra, con las cuarentenas, es mentir descaradamente con el fin de esconder culpas.
Dato mata relato. Una de las consecuencias más perniciosas ha sido el aumento sin precedentes de los precios de muchos insumos, particularmente, de los fertilizantes que, entre otras cosas, ha provocado un aumento histórico en los precios de los alimentos y el colapso de las cadenas de suministro en todo el mundo. Pero, mientras que los analistas “pro cuarentena” acusan a la guerra, la siguiente curva muestra claramente que el problema empezó mucho antes y, de hecho, el precio ha bajado en estas últimas semanas:
En particular, en nuestro socio Brasil, gran productor mundial de alimentos, según Bloomberg, el exceso de fertilizantes que se acumula en los puertos brasileños más grandes indica que el precio de los nutrientes tiene que bajar aún más antes de que los agricultores comiencen a comprar, es decir, las expectativas son de que baje, a pesar de la guerra, gracias al levantamiento de las cuarentenas y demás restricciones:
Pero hay otras lindezas, como siempre, impulsadas por los Estados (por el monopolio de la violencia, por la violencia). Por caso, días atrás el maíz reanudó su racha alcista impulsado por el racionamiento de cultivos en EE.UU. De hecho, los precios de este grano experimentaban su mayor subida en 15 semanas. Sucede que existe una especie de seguro ante el mal clima, promocionado desde el Estado, que compensa a quienes no siembran hasta el 5 de junio, optando muchos agricultores por dejar millones de hectáreas sin sembrar.
En fin, tal es la incertidumbre que durante las últimas jornadas las ventas se han impuesto incluso en el mercado de deuda. Así, el rendimiento de la deuda estadounidense a 10 años llegó a marcar nuevos máximos con rentabilidades que tocaron el 3,42%, al igual que el bund alemán (hasta el 1,75%) o la española (que tocó el 3,12%) y que profundiza sus máximos de 2014. Y si se observa la deuda a corto plazo, a dos años, de los estados citados anteriormente se repite el mismo patrón.
Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Asesor Senior de The Cedar Portfolio, Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini