Una Posible Clasificación de las Leyes Económicas

Por Adrián Ravier: Publicado en: http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/filoecon/article/view/10888/pdf

 

En este trabajo ofrecemos una clasificación para las leyes económicas, siguiendo como punto de
partida la propuesta de Joseph Keckeissen en su tesis doctoral, desarrollada bajo la tutoría de Israel
Kirzner, en la Universidad de Nueva York. La tesis repasa el significado que distintos economistas
reconocidos de la historia del pensamiento económico le han otorgado al término “ley”. En primer
lugar, se advierte un grupo de economistas que han rehusado utilizar el término, incluyendo el
historicismo alemán o los institucionalistas. Otros economistas que sí lo aceptan, lo hacen en un
sentido empírico, comprendiendo empiristas, cuantitativistas o algunos macroeconomistas. Entre
quienes le dan una acepción más teórica, sin embargo, unos lo hacen a través de modelos, sobre la
base de ciertos supuestos, como los clásicos y neoclásicos; mientras que sólo los marxistas y los
austriacos entienden la ley científica como aplicable a todo tiempo y lugar, y derivadas de ciertos
axiomas definidos al comienzo del sistema. En las reflexiones finales hacemos un llamado a
reconsiderar estos debates como esenciales a nuestra disciplina.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Ley de Gresham: el dinero malo sustituye al bueno. Para Hayek no se deduce de ello el monopolio del estado en la moneda

Por Martín Krause. Publicado el 28/9/17 en: http://bazar.ufm.edu/ley-gresham-dinero-mal-sustituye-al-bueno-hayek-no-se-deduce-ello-monopolio-del-estado-la-moneda/

 

En su libro “Desnacionalización del dinero” Hayek trata el tema de la política monetaria y realiza una propuesta de “competencia de monedas”, cuya discusión es apropiada en todo país, como Argentina, que tiene dos monedas al menos, el peso y el dólar. Se suele pensar que la provisión de dinero es un ‘bien público’, una función indelegable del Estado. ¿De dónde salió eso? El libro fue publicado en inglés por el Institute of Economic Affairs de Londres.

En esta oportunidad, comenta sobre la famosa Ley de Gresham:

“LA CONFUSIÓN SOBRE LA LEY DE GRESHAM

Según la llamada “Ley de Gresham”, el dinero de mala calidad expulsa de la circulación al de buena calidad, que se atesora. Sin embargo, quienes deducen de tal tendencia del dinero malo a sustituir al bueno que es necesario el monopolio estatal de emisión de moneda no entienden la Ley de Gresham. El distinguido economista W. S. Jevons la expresó más científicamente diciendo que un dinero mejor no es capaz de expulsar al peor, y lo hizo precisamente para demostrar la necesidad de ese monopolio. Es cierto que entonces discutía una proposición del filósofo Herbert Spencer para permitir la libre competencia en la acuñación de oro, en un momento en que las únicas monedas que se contemplaban eran las de oro y plata. Quizás Jevons, conducido a la economía por su experiencia como tasador en una casa de moneda, creía aún menos que sus contemporáneos en general en la posibilidad de otro tipo de monedas.

A pesar de ello, su reacción ante la propuesta de Spencer le llevó muy lejos. Describió así lo dicho   por Spencer: “De la misma forma que confiamos en el tendero para que nos suministre libras de té y en el panadero para que nos proporcione hogazas de pan, podríamos confiar en Heaton e Hijos o cualquier otra compañía emprendedora de Birmingham para la provisión de soberanos y chelines a su propio riesgo y beneficio”1. Ello le condujo a la declaración categórica de que generalmente, en su opinión, “nada hay que menos convenga dejar a la acción de la competencia que el dinero”.

Es quizás significativo que incluso Herbert Spencer no contemplara más posibilidad que la de permitir a la empresa privada que produjera el mismo tipo de moneda que el gobierno, a saber, monedas de oro y plata. Parece haber creído que eran los únicos tipos de moneda que podían tomarse en consideración razonablemente, y que, en consecuencia, habría por fuerza tipos de cambio fijos (esto es, 1 : 1 si eran del mismo peso y ley) entre el dinero del gobierno y el privado. En este caso, la Ley de Gresham operaría si algún productor suministrara un material de peor calidad. Está claro que lo anterior estaba en la mente de Jevons, ya que justificó su condena de la propuesta sobre la base de que, “mientras en otras cuestiones todo el mundo, llevado por su propio interés, elige lo mejor y rechaza lo peor, en el caso del dinero parece que, paradójicamente, retiene el peor y se deshace del mejor”.

Lo que Jevons, como muchos otros, no tuvo en cuenta o consideró no ser del caso es que la Ley de Gresham es aplicable sólo a diferentes clases de moneda que sólo pueden cambiarse entre sí a un tipo de cambio impuesto por la ley4. Si la ley define a dos tipos de dinero como sustitutos perfectos para el pago de deudas y obliga a los acreedores a aceptar una moneda de menor contenido de oro en lugar de otra de mayor contenido, los deudores, naturalmente, pagarán sólo con la primera y se reservarán la segunda para mejor uso.

Sin embargo, si los tipos de cambio fueran variables, el dinero de inferior calidad se valoraría a una cotización menor, y especialmente si amenazara con disminuir aún más de valor, la gente intentaría deshacerse de él lo antes posible. El proceso de selección continuaría en favor de lo que se considera como el mejor tipo de dinero emitido por las diversas entidades y desplazaría rápidamente al considerado inconveniente o sin valor5. De hecho, en todos los equitativa de su cantidad mediante una ley establecida, y las consecuencias negativas recaen más sobre el público que sobre el emisor.” Es obvio que Loyd sólo consideraba la posibilidad de que entidades diferentes emitieran la misma moneda, no que monedas de diferente denominación compitieran entre sí.”

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados. (Ciima-Eseade). Es profesor de Historia del Pensamiento Económico en UBA.

La cultura del saqueo como fuente de nuestra decadencia económica

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 26/9/17 en: http://www.infobae.com/opinion/2017/09/26/la-cultura-del-saqueo-como-fuente-de-nuestra-decadencia-economica-2/

 

Con este esquema el país no puede crecer a largo plazo, en base a inversiones, porque nadie invierte para ser saqueado.

La corrupción y el clientelismo generaron un sistema de destrucción de la riqueza en la Argentina.
La corrupción y el clientelismo generaron un sistema de destrucción de la riqueza en la Argentina.

Si se confirman los pronósticos que dan ganador al oficialismo, tanto en la provincia de Buenos Aires como en los distritos electorales con mayor peso electoral, el presidente Mauricio Macri no tendrá la mayoría en ambas cámaras pero habrá acumulado un capital político nada despreciable, que le otorgará un margen de maniobra más amplio, para llevar adelante reformas estructurales que nos permitan entrar en una senda de crecimiento de largo plazo.

Que hoy varios indicadores económicos estén dando bien no quiere decir que sean sostenibles en el tiempo. A modo de ejemplo, y salvando las distancias, Cristina Fernández logró mostrar durante un tiempo un fuerte aumento del consumo, pero basado en artificios económicos que hacían que ese aumento no fuera sustentable en el tiempo. Es la famosa herencia recibida.

Esperemos, entonces, que con ese mayor capital político, Macri comience a cambiar el discurso y, sobre todo, el rumbo económico. Lo que sirve para ganar las elecciones no necesariamente sirve para crecer en el largo plazo.

Mi visión es que la economía argentina tiene por delante dos grandes problemas. Uno, el de solucionar la cuestión estrictamente económica. Déficit fiscal, inflación, distorsión de precios relativos, tipo de cambio real, etcétera. El otro es la política económica de largo plazo. Cambiar por completo la política económica apuntando a crear las condiciones necesarias para atraer inversiones, incrementar la productividad de la economía, generar más demanda de trabajo y así comenzar un ciclo de crecimiento de largo plazo.

Pero claro, esas condiciones necesarias para atraer inversiones requieren de algo que vengo repitiendo hasta el hartazgo: calidad institucional. Me refiero a las reglas de juego, códigos, leyes, normas, costumbres que regulan las relaciones entre los particulares y de estos con el Estado.

Lo que hoy tenemos es un sistema de saqueo generalizado. El Estado es el gran saqueador que luego decide a quien le da parte del botín. Es el que a su antojo reparte el botín del saqueo. Pero ojo, esto no es nuevo en Argentina. Nuestra larga decadencia tiene como germen esta «cultura»por la cual todos pretenden vivir a costa del trabajo ajeno y usan el  monopolio de la fuerza del Estado para que saquee a otros y luego les transfiera a ellos parte del botín. El kirchnerismo ha llevado hasta niveles insospechados esta cultura del saqueo y, a mi entender, el gran desafío de Macri consiste en empezar a desandar ese nefasto camino que se ha traducido en un gigantesco gasto público con la correspondiente presión impositiva, que ya nadie puede negar que está destruyendo la economía argentina.

¿Qué quiero decir con cultura del saqueo? No me refiero solamente a la legión de gente que recibe los llamados planes sociales y se sienten con derecho a ser mantenidos por el resto de la sociedad o a la legión de ñoquis que permanecen en el estado, sino también a que buena parte de la dirigencia empresarial local (de capitales argentinos y extranjeros) pretenden parte del botín pidiendo proteccionismo, créditos subsidiados y otros privilegios que les evite competir. Quieren un mercado cautivo para vender productos de mala calidad y a precios que no podrían cobrar en condiciones de una economía abierta para obtener utilidades extraordinarias.

Además hay sectores profesionales que actúan como corporacionesdirigentes políticos, sindicales, etcétera, que pretenden también vivir de ese saqueo generalizado.

La política económica que impera en nuestro país se basa en esta regla por la cual diferentes sectores recurren al Estado para que este, utilizando el monopolio de la fuerza, le quite a otro para darles a ellos.

Es todos contra todos. Una sociedad que vive en permanente conflicto social porque el que es saqueado por el Estado pide algo a cambio y, entonces, el Estado saquea a un tercero para conformarlo y ese tercero protesta y el Estado saquea a un cuarto sector para conformar al tercero y así sucesivamente. Obviamente que los que menos poder de lobby tienen son los perdedores de este modelo de saqueo generalizado.

Con este esquema el país no puede crecer en base a inversiones porque nadie invierte para ser saqueado. En todo caso hace un simulacro de inversión para luego saquear a otro. Pero inversiones en serio, aquellas que tratan de conseguir el favor del consumidor son mínimas con estas reglas. Es más, casi tienden a cero.

En consecuencia, no tenemos un sistema de cooperación voluntaria y pacífica por el cual un sector solo puede progresar si hace progresar a sus semejantes produciendo algún bien que la gente necesite y vendiéndolo en el mercado a precio y calidad competitivos. Por el contrario, tenemos un sistema de destrucción de riqueza. De destrozo del sistema productivo. Y eso se traduce en menos bienes para ser saqueados y repartidos. Cuanto más saquee el Estado, menos se produce, menor es el botín a repartir y mayor la conflictividad social.

Las recurrentes crisis económicas argentinas son el fruto de esta cultura del saqueo. Cuando se acaba el botín viene la crisis y empezamos de nuevo, pero no cambiamos la cultura de fondo.

El mayor problema que tenemos que enfrentar es cambiar esta cultura del saqueo por la cultura del trabajo, de la competencia, de la innovación. No es cierto que el país no esté en condiciones de cambiar esta cultura decadente. Que sea imposible llevar a cabo un cambio de estas nefastas reglas de juego sin evitar una crisis social. Eso es lo que venden los políticos que prefieren seguir teniendo el poder de saquear porque saqueando pueden retener poder político. Saqueo a unos pocos y reparto entre muchos y así gano votos, es decir, kirchnerismo en estado químicamente puro.

Podremos discutir hasta el hartazgo si gradualismo fiscal o baja del gasto público. Si hacemos una reforma impositiva que atraiga inversiones o continuamos con la cantinela de que primero hay que recaudar más para luego bajar los impuestos y delirios de ese tipo.

Ahora, lo que seriamente tenemos que plantearnos es si vamos a seguir usando al Estado para robarnos unos a otros (el robo legalizado, como lo llamaba Bastiat) o le ponemos un límite en que el monopolio de la fuerza que le delegamos es para defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas y no para que lo use para saquear en nombre de la solidaridad social. Verso también inventado por los políticos para decir que tienen el monopolio de la benevolencia y así seguir saqueando a los sectores productivos para repartir el fruto del saqueo y ganar votos.

En síntesis, terminar con esta competencia populista en que se ha transformado la democracia en Argentina y volver a una democracia republicana.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

¿BENEFICIOS DE LA DESTRUCCIÓN?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Parece de ciencia ficción pero inmediatamente después de la catástrofe de los espantosos vientos huracanados en el sur de Estados Unidos, el presidente de la Reserva Federal de New York, William Dudley, declaró que el efecto neto de la destrucción desembocará en resultados positivos para la economía. Estas declaraciones trasnochadas fueron levantadas por varios medios estadounidenses de tirada nacional pero de modo acrítico. Dijo textualmente el personaje de marras que “El efecto a largo plazo de estos desastres en realidad eleva la actividad económica porque hay que reconstruir todas las cosas que han sido dañadas por las tormentas”.

 

Cualquier principiante en economía sabe que las antedichas declaraciones constituyen un dislate mayúsculo. Cualquiera que conozca la bibliografía elemental sobre estos temas hace que aquella manifestación patética lo remita al texto de la obra Economía en una lección de Henry Hazlitt en su segundo capítulo, titulado “La vidriera rota”.

 

En el primer capítulo de ese libro Hazlitt explica la falacia de los supuestos beneficios de la destrucción de activos. Comienza escribiendo el autor que la economía contiene más falacias que otras disciplinas donde se mezclan los efectos a largo plazo con los de corto plazo, por una parte, y por otra mezclan los efectos visibles de los que laten en la trastienda que, muchas veces resultan los más contundentes y decisivos. También señala la manía de centrar la atención en los efectos sobre un grupo sin ver los efectos sobre el conjunto.

 

Hasta el infante más distraído sabe por propia experiencia -sigue diciendo Hazlitt- sabe del disfrute de engullir caramelos pero también se percata de los efectos perniciosos si se excede en la cantidad. Sin embargo, el autor subraya la desaprensión de economistas considerados de renombre que proponen todo tipo de desatinos, como por ejemplo, aconsejar que todo el gasto vaya al consumo “para reactivar la economía” y en esa línea argumental desdeñan el ahorro y la consecuente inversión como si se pudiera consumir lo que no se produce revirtiendo la cadena causal.

 

En todo caso, en el antedicho segundo capítulo Hazlitt refuta de hecho las referidas declaraciones del presidente de la Reserva Federal de New York realizadas setenta años después de publicado el libro. Este capítulo emula algún escrito del decimonónico Frédéric Bastiat en el que alude al escenario siguiente.

 

Un chico rompe de una pedrada el vidrio del escaparate del un panadero del barrio. Los vecinos se reúnen y observan los vidrios rotos sobre los pasteles en la vidriera del panadero y comienzan a deliberar sobre el suceso. Al principio todos se lamentan y  condenan al malechor que se ha fugado, pero luego de transcurrido un rato alguien dice que las cosas no son tan negras puesto que el vidriero tendrá más trabajo y la suma correspondiente le dará la oportunidad de adquirir nuevos bienes y servicios y así sucesivamente con los que reciben el dinero, lo cual crea un proceso virtuoso de reactivación (que es lo que ha enfatizado el burócrata de la Reserva Federal).

 

Lo que no se ve, puntualiza la dupla Bastiat-Hazlitt, es que el panadero dispondrá de menos precisamente por la cantidad que destinó para reponer el vidrio en cuestión que lo tenía pensado para comprase un nuevo traje y así el sastre no podrá gastar el dinero correspondiente y así sucesivamente.

 

Ahora bien, ¿cual es el efecto neto de la destrucción del cuento?: se cuenta con un activo menos (el vidrio) y se podría haber ganado el traje (o mantener los ahorros del sastre) si no fuera por la pedrada. En lugar de contar con el vidrio y el traje, la economía solo cuenta con la reposición del vidrio que ya estaba antes de la rotura. La pérdida neta es el vidrio y, en nuestro ejemplo, mantener la inversión en dinero o adquirir el traje.

 

Días pasados uno de mis hijos -Bertie- publicó un artículo en Infobae (septiembre 15) donde explica detenidamente los efectos devastadores que produjeron las intervenciones gubernamentales en los precios a raíz de las tragedias de los huracanes en la zona de Florida, en Estados Unidos. Ahora, resulta que aparecen sujetos como el de la Reserva Federal que plantean el absurdo a que hemos hecho referencia, lo cual empeora notablemente el cuadro de situación y sienta un pésimo precedente para el futuro.

 

Desafortunadamente no está solo quien ponderó los supuestos efectos beneficiosos de la destrucción, los pioneros en este tipo de declaraciones y razonamientos han aparecido en la Primera Guerra Mundial y también en algunos textos que pretenden ser de economía.

 

En algunos textos se confunde lo dicho con la “destrucción creadora” de Schumpeter que nada tiene que ver con el  análisis que queda consignado en la presente nota. Este economista se refiere a la innovación permanente que tiene lugar en el capitalismo en un contexto evolutivo y creador en el que se dejan de lado bienes de consumo, bienes de capital y formas de producción obsoletas para reemplazarlas por nuevas perspectivas. “Este proceso de destrucción creadora -concluye Joseph Schumpeter en el séptimo capítulo de su Capitalismo, socialismo y democracia– constituye el dato de hecho esencial del capitalismo”.

 

Pero en los hechos hay otra forma de hace la apología de la destrucción y es recomendando políticas económicas desatinadas que a la postre consumen activos. A la cabeza de este tipo de destrucciones se ubica John Maynard Keyenes quien en el prólogo a la edición alemana de su teoría general en 1936 (a confesión de parte, relevo de prueba), en plena época nazi, escribió que “La teoría de la producción como un todo, que es a lo que apunta el presente libro, es mucho más fácilmente aplicable a las condiciones de un estado totalitario que la teoría de la producción y distribución de los resultados producidos bajo las condiciones de la libre competencia y del laissez-faire”.

 

En el capítulo 2 del segundo volumen de su Ensayos de persuasión, Keynes afirma que “Estamos siendo castigados con una nueva enfermedad, cuyo nombre quizás aun no han oído algunos de los que me lean, pero de la que oirán mucho en los años venideros, es decir el paro tecnológico”. Este comentario sobre “la nueva enfermedad” pone de relieve la incomprensión de Keynes sobre el tema del desempleo. Como se ha puntualizado en diversas ocasiones, en una sociedad abierta, es decir, en este caso, allí donde los salarios son el resultado de arreglos libres entre las partes nunca se produce sobrante de aquél factor que resulta esencial (el trabajo manual e intelectual) para la producción de bienes y para la prestación de servicios.  Y no es cuestión de centrar la atención en la transición puesto que la vida es una transición permanente. Cualquiera que cotidianamente en su oficina propone un cambio para mejorar está de hecho reasignando recursos hacia otros campos. La mayor productividad produce siempre ese resultado. Los empresarios en su propio interés están interesados en la capacitación en los nuevos emprendimientos.

 

G.R. Steele en su Keynes and Hayek resume bien el aspecto medular del autor a que nos venimos refiriendo al sostener que Keynes paradójicamente aparece como el salvador de un sistema que condena, es decir el capitalismo y concluye que “Keynes considera el capitalismo como estética y moralmente dañino por cuya razón justifica el aumento de las funciones gubernamentales” y afirma muy documentadamente que “Hayek tenía gran respeto por el hombre, pero muy poco respeto por Keynes como economista”. Su conocida visión de que las obras públicas en si mismas permiten activar la economía pasan por alto el hecho de que los recursos del presente son desviados de las preferencias de los consumidores para destinarlos a las preferencias políticas lo cual implica consumo de capital. Si las obras en cuestión son financiadas con deuda, se comprometen los recursos futuros de la gente.

 

Keynes, mucho más que Marx, ha influido negativamente en la destrucción que comentamos quien patrocinaba la liquidación de la sociedad abierta con recetas que, las más de las veces, resultaban mas sutiles y difíciles de detectar para el incauto que el marxismo debido a su lenguaje alambicado y tortuoso. Los ejes centrales de su obra mas difundida a la que hemos hecho referencia consisten en la alabanza del gasto estatal, el déficit fiscal y el recurrir a políticas monetarias inflacionistas para “reactivar la economía” y asegurar el “pleno empleo” ya que nos dice  en ese libro que “La prudencia financiera está expuesta a disminuir la demanda global».

Todos los estatistas de nuestro tiempo han adoptado aquellas políticas, unas veces de modo explícito y otras sin conocer su origen. Incluso en Estados Unidos irrumpió el keynesianismo mas crudo durante las presidencias de Roosevelt: eso era su “New Deal” que provocó un severo agravamiento de la crisis del treinta, generada por las anticipadas fórmulas de Keynes aplicadas ya en los Acuerdos de Génova y Bruselas donde se abandonó la disciplina monetaria.

En definitiva, Keynes apunta en su mencionada teoría general a “la eutanasia del rentista y, por consiguiente, la eutanasia del poder de opresión acumulativo de los capitalistas para explotar el valor de escasez del capital”. No quiero introducir consideraciones demasiado técnicas ni cansar al lector con las incoherencias y los galimatías de Keynes, pero veamos solo un caso que hemos apuntado en otra oportunidad y es el que bautizó como “el multiplicador” al efecto de disfrazar lo que en la práctica se traduce en destrucción neta a través del gasto estatal. Sostiene que si el ingreso fuera de 100, el consumo de 80 y el ahorro 20, habrá un efecto multiplicador que aparece como resultado de dividir 100 por 20, lo cual da 5. Y préstese atención porque aquí viene la magia de la acción estatal: afirma que si el Estado gasta 4 eso se convertirá en 20, puesto que 5 por 4 es 20 (sic). Ni el keynesiano más entusiasta ha explicado jamás como multiplica ese “multiplicador”

Resulta esencial percatarse de lo inexorablemente malsano de cualquier política monetaria del mismo modo que es altamente inconveniente la politización de la lechuga o de los libros. Este es el consejo, entre otros, de los premios Nobel en economía Hayek y Friedman en su última versión. Cualquier dirección que adopte la banca central ya sea para expandir, contraer o dejar la base monetaria inalterada, alterará los precios relativos con lo que las señales en el mercado quedan necesariamente distorsionadas y el consiguiente consumo de capital se torna inevitable que, a su turno, empobrece a todos.

En otras palabras, hay formas directas y formas indirectas de generar destrucción para lo cual quienes participan de los valores de una sociedad abierta deben estar en guardia…y no solo respecto a las declaraciones grotescas como las del presidente de la Reserva Federal de New York con que abrimos esta nota.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Mauricio Macri y su mayor capital político

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 25/9/17 en: http://www.elpais.com.uy/economia-y-mercado/mauricio-macri-mayor-capital-politico.html

 

 

La carta abierta de Cristina Fernández pidiendo el voto de todos los opositores para poder ganarle al oficialismo, muestra el grado de preocupación de la ex presidente por no llegar en el segundo lugar en las elecciones del 22 de octubre.

 

Mauricio Macri en la cumbre del Mercosur. Foto: AFP

Es más, el jefe del bloque de diputados del Frente para la Victoria, Héctor Recalde, acaba de pedir que la oposición corte boleta y vote a Cristina Fernández.

El argumento es para que entre Taiana en vez de Gladys González, segunda candidata a senadora por Cambiemos. Sin embargo, tal desprecio por los candidatos a diputados de la lista K de Unidad Ciudadana, parece estar reflejando la desesperación que la ex presidente Cristina Fernández termine segunda. Entraría como senadora pero sería un cadáver político luego de liderar 3 derrotas electorales consecutivas. La de 2013, 2015 y ahora en la provincia de Buenos Aires.

Por el momento, el caso de la confusa desaparición de Santiago Maldonado no parece haber afectado el resultado electoral. Una encuesta de Giacobbe y Asociados muestra a Macri con una imagen positiva del 57,1%, regular 8,5% y negativa del 33,8%. Hay que tener en cuenta que la imagen positiva del presidente subió 3 puntos porcentuales respecto a agosto.

Posibilidades.

Todo parece indicar que Esteban Bullrich terminaría ganando la pulseada en la provincia de Buenos Aires y Cristina Fernández se quedaría con el premio consuelo. De todas maneras, creo que Cambiemos logrará en esta elección más capital político aún en la eventualidad de que Cristina Fernández lograra ganar en la provincia de Buenos Aires.

Una derrota sería mucho más humillante, pero aun ganando habrá que ver cuántos senadores la acompañan y cuántos preferirán negociar con el oficialismo sabiendo que sus provincias necesitarán más fondos para mantener en el poder a sus gobernadores. Pichetto, jefe de la bancada peronista en el senado, ya advirtió que Cristina Fernández tendrá que hacer un bloque aparte del PJ.

El contexto.

El gobierno llega a las elecciones con una situación económica un poco más distendida, pero con muchas cuentas pendientes por solucionar. Por ejemplo, en materia de inflación, si bien la inflación Congreso ya se ubica algo por debajo del nivel que había dejado Cristina Fernández, al gobierno le cuesta quebrar el 1,5% mensual de aumento que proyecta una inflación del 20% anual.

Mi impresión es que luego de las elecciones, la inflación pegará otro salto por el ajuste de tarifas de los servicios públicos que seguramente habrá luego de octubre, en particular en el rubro energía. Para hacer una comparación, podríamos decir que Argentina es un auto que circula a 150 kms por hora por la autopista y divisa que delante hay un camión. Como hay neblina no se conoce cuál es la distancia hasta el camión (hasta dónde financiarán nuestro déficit fiscal desde el exterior). ¿Qué hacer en ese caso? ¿Disminuir la velocidad (gradualismo) o empezar a tocar el freno (shock)?

Si se disminuye la velocidad se corre el riesgo de haber calculado mal la distancia con el camión por la neblina y terminar chocando. Tocar el freno nos preserva más del gradualismo. Claro que frenar, que sería la política de shock, está mal interpretada o deliberadamente mal interpretada.

Política de shock no es despedir un millón de empleados públicos de un día para otro, es anunciar un plan económico global con medidas monetarias, fiscales, impositivas y de desregulación de la economía que genere un shock de confianza en los agentes económicos. Las medidas pueden ir aplicándose en forma gradual (pero más rápido que el actual gradualismo) pero siempre en forma simultánea. ¿Qué hará Macri al respecto?, ¿levantar el pie del acelerador o empezar a pisar el freno?. Nos enteraremos luego de octubre. Si consolida su capital político tendrá margen para pisar el freno y llegar al 2019 mucho más armado económicamente que en estas elecciones de medio término de 2017, implementando reformas estructurales.

Pendientes.

Una de esas reformas es la laboral, fundamental para bajar la tasa de desocupación. Aquí el punto es clave, porque Brasil aprobó una reforma laboral que, entre otros puntos, lleva las negociaciones salariales a nivel sectorial e incluso por empresa. Dicho de otra manera, los contratos privados pasan a ser más importantes que las convenciones colectivas.

Por otro lado, se flexibilizaron las condiciones de despido, algo que es fundamental para que las Pymes se animen a contratar más personal. Se ampliaron las posibilidades de tercerizar tareas y se reglamentó el homeworking y otras normas más.

Hay, por lo menos, dos razones para que Argentina se vea forzada a adoptar un camino parecido al de Brasil y flexibilizar la legislación laboral. En primer lugar, si Argentina no hace nada al respecto, todas las inversiones se van a ir a nuestro socio del Mercosur. Ni las migas vendrán para aquí. En segundo lugar, Argentina y Brasil y el Mercosur querrán avanzar en un tratado de libre comercio con la Unión Europea. Brasil, con esa reforma laboral puede llegar a competir, Argentina quedaría fuera de combate. De manera que, una vez pasadas las elecciones, no debería transcurrir mucho tiempo para que Macri lance algunas reformas claves en materia fiscal y laboral. Si se demora, de nuevo se le vendrán encima las elecciones de 2019 y habrá perdido todo su primer mandato sin poder instrumentar reformas económicas de fondo.

Sea cual sea el resultado electoral en la provincia de Buenos Aires, Macri terminará con mayor capital político. Luego del 10 de diciembre, cuando asuman los nuevos legisladores dándole mayor peso al oficialismo en ambas cámaras, sabremos el rumbo que seguirá Macri.

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

«Ser liberal de izquierda es una flagrante contradicción»

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 7/8/17 en http://www.visionliberal.com.ar/nota/4089-ser-liberal-de-izquierda-es-una-flagrante-contradiccion/

 

Es de interés reflexionar sobre el contraste que en general se observa entre la perseverancia y el entusiasmo que suscita el ideal autoritario y totalitario correspondiente a las variantes comunistas-socialistas-nacionalistas que aunque no se reconocen como autoritarios y totalitarios producen llamaradas interiores que empujan a trabajar cotidianamente en pos de esos objetivos (al pasar recordemos la definición de George Bernard Shaw en cuanto a que «los comunistas son socialistas con el coraje de sus convicciones»).

Friedrich Hayek y tantos otros intelectuales liberales enfatizan el ejemplo de constancia y eficacia en las faenas permanentes de los antedichos socialismos, mientras que los liberales habitualmente toman sus tareas, no digamos con desgano, pero ni remotamente con el empuje, la preocupación y ocupación de su contraparte.

Es del caso preguntarnos porqué sucede esto y se nos ocurre que la respuesta debe verse en que no es lo mismo apuntar a cambiar la naturaleza humana (fabricar «el hombre nuevo») y modificar el mundo, que simplemente dirigirse al apuntalamiento de un sistema en el que a través del respeto a los derechos de propiedad, es decir, al propio cuerpo, a la libre expresión del pensamiento y al uso y disposición de lo adquirido de manera lícita.

Se ha dicho que la quimera de ajustarse a los cuadros de resultado en la contabilidad para dar rienda suelta a los ascensos y descensos en la pirámide patrimonial según se sepa atender o no las necesidades del prójimo, se traduce en una cosa muy menor frente a la batalla gigantesca que emprenden los socialismos.

Este esquema no solo atrae a la gente joven en ámbitos universitarios, sino a políticos a quienes se les permite desplegar su imaginación para una ingeniería social mayúscula, sino también a no pocos predicadores y sacerdotes que se suman a los esfuerzos de modificar la naturaleza de los asuntos terrenos.

Ahora bien, esta presentación adolece de aspectos que son cruciales en defensa de la sociedad abierta. Se trata ante todo de un asunto moral: el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros que permite desplegar el máximo de la energía creadora al implementar marcos institucionales que protejan los derechos de todos que son anteriores y superiores a la existencia del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno.

El que cada uno siga su camino sin lesionar iguales derechos de terceros, abre incentivos colosales para usar y disponer del mejor modo posible lo propio para lo cual inexorablemente debe atenderse las necesidades del prójimo. En otros términos, el sistema de la libertad no solo incentiva a hacer el bien sino que permite que cada uno siga su camino en un contexto de responsabilidad individual y, en el campo crematístico, la asignación de los siempre escasos recursos maximiza las tasas de capitalización que es el único factor que permite elevar salarios e ingresos en términos reales.

Hay quienes desprecian lo crematístico («el dinero es el estiércol del diablo» y similares) y alaban la pobreza material al tiempo que la condenan con lo que resulta difícil adentrarse en lo que verdaderamente se quiere lograr. Si en realidad se alaba la pobreza material como un virtud, habría que condenar con vehemencia la caridad puesto que mejora la condición material de receptor.

Algunos dicen aceptar el sistema de la libertad pero sostienen que los aparatos estatales deben «redistribuir ingresos» con lo que están de hecho contradiciendo su premisa de la libertad y la dignidad del ser humano puesto que operan en una dirección opuesta de lo que las personas decidieron sus preferencias con sus compras y abstenciones de comprar para reasignar recursos en direcciones que la burocracia política considera mejor. En la visión redistribucionista se trata a la riqueza como si estuviera ubicada en el contexto de la suma cero (lo que tiene uno es porque otro no lo tiene), es decir, una visión estática como si el valor de la riqueza no fuera cambiante y dinámica. Según Lavoisier todo se transforma, nada se consume pero de lo que se trata no es de la expansión de la materia sino de su valor (el teléfono antiguo tenía mayor cantidad de materia que el moderno pero el valor de éste resulta mucho mayor).

En la sociedad abierta o liberal solo cabe el uso de la fuerza de carácter defensivo, nunca ofensivo. Sin embargo en los estatismos, por definición, se torna imperioso el uso de la violencia a los efectos de torcer aquello que la gente deseaba hacer, de lo contrario no sería estatismo.

En el contexto de la sociedad abierta, como consecuencia de resguardar los derechos de propiedad se estimula la cooperación social, esto es, los intercambios libres y voluntarios entre sus participantes lo cual necesariamente mejora la situación de las partes en un contexto de división del trabajo ya que en libertad se maximiza la posibilidad de detectar talentos y las vocaciones diversas (todo lo contrario de la guillotina horizontal que sugieren los socialismos igualitaristas). Y en este estado de cosas se incentiva también la competencia, esto es, la innovación y la emulación para brindar el mejor servicio y la mejor calidad y precio a los consumidores.

Como hemos apuntado en otras ocasiones, la libertad es indivisible, no es susceptible de cortarse en tajos, es un todo para ser efectiva en cuanto a los derechos de la gente. Los marcos institucionales que aseguran el antedicho respeto resultan indispensables para proteger el uso y la disposición diaria de lo que pertenece a cada cual. Los marcos institucionales constituyen el continente y las acciones cotidianas son el contenido, carece de sentido proclamarse liberal en el continente y no en el contenido puesto que lo uno es para lo otro.

Entonces, ser «liberal de izquierda» constituye una flagrante contradicción en los términos, lo cual para nada significa que la posición contraria sea «de derechas» ya que esta posición remite al fascismo y al conservadurismo, la posición contraria es el liberalismo (y no el «neoliberalismo» que es una etiqueta con la que ningún intelectual serio se identifica puesto que es un invento inexistente).

Incluso para ser riguroso la expresión «ideal» que hemos colocado de modo un tanto benévolo en el título de esta nota, estrictamente no le cabe a los estatismos puesto que esa palabra alude a la excelencia, a lo mejor, a lo más elevado en la escala de valores, por lo que la compulsión y la agresión a los derechos no puede considerarse «un ideal» sino más bien un contraideal. Es un insulto torpe a la inteligencia cuando se califica a terroristas que achuran a sus semejantes a mansalva como «jóvenes idealistas».

Lo dicho sobre la empresa arrogante, soberbia y contraproducente de intentar la modificación de la naturaleza humana, frente a los esfuerzos por el respeto recíproco no justifican en modo alguno la desidia de muchos que se dicen partidarios de la sociedad libre pero se abstienen de contribuir día a día en la faena para que se comprenda la necesidad de estudiar y difundir los valores de la sociedad abierta e incluso las muestras de complejos inaceptables que conducen al abandono de esa defensa renunciando a principios básicos del mencionado respeto que permite que cada uno al proteger sus intereses legítimos mejora la condición del prójimo.

La sociedad abierta hace posible que las personas dejen de preocuparse solamente por cubrir sus necesidades puramente animales y puedan satisfacer sus deseos de recreación, artísticos y en general culturales. De más está decir que esto no excluye posibles votos de pobreza, lo que enfatizamos es que la libertad otorga la oportunidad de contar con medicinas, comunicaciones, transportes, educación e innumerables bienes y servicios que no pueden lograrse en el contexto de la miseria a que conducen los sistemas envueltos en aparatos estatales opresivos.

Lo dicho en absoluto significa que deban acallarse las posiciones estatistas por más extremas que parezcan. Todas las ideas desde todos los rincones deben ser sometidas al debate abierto sin ninguna restricción al efecto de despejar dudas en un proceso de prueba y error que no tiene término. En eso estamos. Lo peor son las ideologías, no en el sentido inocente del diccionario, ni siquiera en el sentido marxista de falsa conciencia de clase, sino como algo terminado, cerrado e inexpugnable que es lo contrario al conocimiento que es siempre provisional y abierto a posibles refutaciones. De lo que se trata es de pisar firme en los islotes de lo que al momento estimamos son verdades, en medio del mar de ignorancia que nos envuelve. Y esto no suscribe en nada la contradictoria postura del relativismo epistemológico que además de ser relativa esa misma posición, abriría la posibilidad de que una cosa al tiempo pueda ser y no ser lo que es y derribaría toda posibilidad de investigación científica puesto que no habría nada objetivo que investigar.

El concepto mismo de Justicia es inseparable de la libertad y de la propiedad. Según la definición clásica se trata de «dar a cada uno lo suyo» y lo suyo remite a la propiedad. El aludir a la denominada «justicia social» se traduce en una grosera redundancia puesto que la justicia no es mineral, vegetal o animal o, de lo contrario, apunta a sacarles por la fuerza sus pertenencias para entregarlas a quienes no les pertenece, lo cual constituye una flagrante injusticia.

Los socialismos proclaman que sus defendidos son los trabajadores (y los limitan a los manuales) pero precisamente son los más perjudicados con sus sistemas ya que el desperdicio de capital por políticas desacertadas recae principalmente sobre sus bolsillos. El liberalismo en cambio, cuida especialmente a los más débiles económicamente al atribuir prioritaria importancia que a cada trabajador debe respetársele el fruto de su trabajo sin descuentos o retenciones de ninguna naturaleza y en un ámbito donde se maximizan las tasas de capitalización y, consecuentemente, los salarios. El nivel de vida no se incrementa por medio del decreto sino a través del ahorro y la inversión, lo cual solo puede florecer en un clima de respeto recíproco y no someterse a megalómanos que imponen sus caprichos sobre las vidas y haciendas ajenas.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Economía Feminista, de Mercedes D’Alessandro

Por Iván Carrino. Publicado el 20/9/17 en: http://www.ivancarrino.com/economia-feminista-de-mercedes-dalessandro/

 

*Reseña originalmente publicada en RIIM Revista de Instituciones, Ideas y Mercados No 64-65 | Mayo-Octubre 2016 | Año XXXIII. La versión original puede leerse en formato PDF en este link.

Miguel se despierta temprano por la mañana. Se da una ducha y marcha directo a la cocina. Saca el pan de la heladera y comienza a hacer tostadas, al mismo tiempo que enciende la máquina de café y deja la leche lista para hacer café con leche. Mientras tanto, Ana, su esposa, se despierta y se prepara para ir a trabajar, él despierta a sus hijos, Matilde, de 5 años, y Ramiro, de 7. Una vez que todos están en la mesa, Miguel sirve el desayuno, prepara el almuerzo de los chicos y lo introduce en la lunchera. Ana le dice que llega tarde, le da un beso y sale a toda velocidad a buscar el auto para dirigirse a la oficina. Miguel escucha el timbre y acompaña a los chicos a que tomen la combi. Al regresar a casa, se pone a lavar los platos y ordenar la casa. Lo espera un largo día de limpieza y quehaceres del hogar.

¿Acaso esta situación parece anómala? Si Miguel y Ana tuvieran los roles invertidos, quizás no nos sonaría tan raro. ¿Es limpiar la casa y preparar la comida una tarea más propia de una mujer que de un hombre? ¿Debe el hombre ser el que sale al mercado a trabajar mientras la mujer se queda administrando el hogar “detrás de escena”? Por otro lado, ¿por qué, incluso cuando mujeres y hombres trabajan en el mercado, hay diferencias en los salarios? ¿Son las mujeres una clase explotada? ¿Debemos aspirar a una sociedad en donde las familias sean como las de Ana y Miguel?

Algunas de estas preguntas y temáticas son las que aborda la doctora en economía Mercedes D’Alessandro en su obra Economía Feminista. Con un estilo ameno y descontracturado, la autora se propone introducirnos en un mundo hasta el momento poco explorado por la literatura económica local: el del análisis económico de las “cuestiones de género”. Autoproclamada feminista y formada en el marxismo, D’Alessandro nos propone un análisis centrado en la desigualdad, no de riqueza y patrimonios como otros teóricos referentes en esa materia, sino en la desigualdad de género. Es decir, entre hombres y mujeres tomados como conjuntos agregados.

Economía Feminista es una buena introducción para cualquiera que quiera entender cuál es el argumento económico a favor de las políticas de discriminación positiva hacia las mujeres y cuáles son las críticas que, desde este espacio que va tomando cada vez más impulso, se lanzan al statu quo y fundamentalmente a la economía de mercado. Además, se trata de una obra que, si bien es muy fácil de leer, no deja de estar bien investigada y plagada de menciones a otros autores, lo que le permitirá al lector profundizar en estos temas.

Sin embargo, también es necesario mencionar que la obra trae consigo algunas contradicciones, problemas argumentales y, en última instancia, un diagnóstico desacertado sobre el estado de cosas que podría llevar a los hacedores de políticas públicas a tomar decisiones que terminen siendo perjudiciales para la sociedad en su conjunto y también para quienes se intenta defender.

A continuación analizaremos el libro en base a varios aspectos: sus presupuestos metodológicos, su análisis del mercado laboral y del capitalismo, su noción de libertad, y su aplicación a políticas públicas.

I.                   Los presupuestos metodológicos

El economista Ludwig von Mises escribió en 1962 que “ninguna proposición sensata relacionada con la acción humana puede hacerse sin referencia a lo que los individuos persiguen y lo que consideran como éxito o fracaso, ganancia o pérdida”, y que “el colectivo no tiene existencia y realidad sino en las acciones de los individuos. Solo existe por las ideas que mueven a los individuos a comportarse como miembros de un grupo definido y deja de existir cuando el poder persuasivo de esas ideas se apaga. La única manera de conocer un colectivo es el análisis de la conducta de sus miembros” (Mises, 2013).

Gran parte del conocimiento económico hoy está basado en un abordaje metodológico individualista. Sabemos que la curva de demanda tiene pendiente negativa porque, dado que tenemos una restricción de presupuesto, cuando aumenta el precio del bien A, no nos queda otra que reducir nuestro consumo de dicho bien. Y esto lo entendemos porque nos sucede a todos y cada uno de nosotros a nivel individual (ceteris paribus). Sabemos que, en competencia, las empresas buscarán bajar sus precios para atraer más clientes, porque entendemos que así los accionistas, tomados individualmente, mejorarán su bienestar en la medida que ese mayor volumen de ventas incremente la rentabilidad de la compañía.

De la misma forma podemos entender la naturaleza de los intercambios. Sabemos que Juan intercambiará un bien con Pedro en la medida que espere recibir más de lo que da, y que a Pedro le suceda lo mismo. Ambos, individualmente considerados, deberán estar mejor después del intercambio. Si no esperaran que eso fuera así, no habría intercambio.

Otra lección del individualismo metodológico es que las entidades colectivas no eligen ni toman decisiones. En una empresa, las decisiones las toman los gerentes y directivos. En el caso de un país (más allá de cómo se lo plantee en una nota periodística) Rusia no impone sanciones económicas a China, sino que lo hace su presidente o el Poder Legislativo, que está compuesto por personas de carne y hueso que votan en una asamblea. Finalmente, y yendo directamente al caso que nos compete, no podemos sostener que, como un colectivo, las mujeres piensan, deciden, eligen, de la forma “X” o de la forma “Y”.

El colectivo conocido como “mujeres” está, en realidad, formado por millones de personas individuales. Para ser exactos, se estima que las mujeres de este mundo son alrededor de 3.650 millones que pertenecen a distintas religiones, nacionalidades, familias, culturas y colores de pelo y piel. En este sentido, parece problemático analizar cuestiones de género como si realmente se pudiera abordar fenómenos que abarquen a tan vasto y heterogéneo grupo de personas. Sin embargo, en Economía Feminista vamos a encontrar repetidas referencias a este colectivo como si se tratara realmente de un todo homogéneo.

En la introducción, D’Alessandro sugiere que “… este es un libro de economía y es feminista porque propone pensar una forma de organización social en la que las mujeres tienen un rol diferente del que les toca hoy”. ¿A qué rol se refiere? ¿Al que tiene mi madre, retirada como profesional de Marketing? ¿Al de mi maestra en el colegio primario? ¿Al de Christine Lagarde, directora mundial del Fondo Monetario Internacional?

Esta no es la única referencia de este estilo. Frases como “las mujeres siguen estando limitadas”, “las mujeres ganan menos que los varones”, “las mujeres tienen pocas chances de ser ricas”, “las chicas sólo quieren ganar igual”, o “las mujeres no deciden espontáneamente ser amas de casa” atraviesan esta obra cuyo objetivo es ir contra las diferencias económicas que supuestamente aquejan al sexo femenino.

Desde un punto de vista individualista en lo metodológico, estas frases pueden llevar a errores de diagnóstico. Por ejemplo, se puede plantear que es injusto que las mujeres ganen menos que los hombres cuando se mira la “brecha salarial”. Sin embargo, es posible que a nivel individual haya elecciones concretas que justifiquen estos números y que no generen la ira ni el sacrificio de nadie más que de los analistas externos.

II.                Análisis del mercado laboral

A lo largo de todo el análisis que vamos a encontrar en Economía Feminista está la idea de que las mujeres tienen una mayor cuantía de trabajos “no pagos” o “no remunerados”.  La línea de razonamiento es la siguiente: de acuerdo con las estadísticas, 9 de cada 10 mujeres argentinas hacen tareas domésticas, mientras que solo 6 de cada 10 hombres las realizan. Como por el trabajo del hogar, que puede consistir en cocinar, limpiar la casa, u ocuparse de los hijos, no se recibe un salario ni hay un contrato de trabajo de por medio, la autora sostiene que tales tareas equivalen a trabajos no remunerados, “explotación”, y “empobrecimiento de su vida cotidiana”.

Lo primero que debería decirse acá es que la idea de trabajo no remunerado es errónea. En el contexto de una pareja, que puede estar constituida por un hombre y una mujer, por dos hombres, dos mujeres, o las variantes que el lector tenga en mente, podemos asumir que se da el caso que uno de los miembros permanece en el hogar. De mutuo acuerdo, “A” organiza la vida del hogar mientras que “B” sale al mercado a trabajar a cambio de recibir un ingreso. En muchas familias, esta es efectivamente la organización existente. Ahora bien, es cierto que A realiza un trabajo dentro del hogar, de la misma forma que B lo realiza fuera de él. Sin embargo, no es cierto que “A” no sea remunerado por lo que hace.

En definitiva, los ingresos de B se transforman en el ingreso familiar y sirven para proveer a todo el grupo. La familia, o la pareja, en estos casos, funciona como un equipo que se divide las tareas, pero ambas tareas son igualmente remuneradas. B trabaja en el mercado a cambio de un salario, mientras que A trabaja en el hogar a cambio de la remuneración, que llega en la forma de: a) poseer un hogar donde vivir, b) consumir lo que ambos deciden comprar en el supermercado, c) tener un vehículo propio o utilizar el de la pareja, y d) disfrutar de un viaje de turismo, etc.

En el caso de las mujeres y los varones, existió una razón histórica por la cual ellas se quedaron principalmente en el hogar mientras ellos salían al mercado a trabajar. Sin embargo, no fue esto recibido como una mala noticia, sino como una muy buena. De acuerdo con Steven Horwitz (2007), durante las etapas previas al capitalismo industrial, mujeres y hombres trabajaban a la par en conjunto con sus hijos, dado que la familia era la unidad productiva principal y se buscaba, principalmente, la subsistencia. Durante la primera etapa del capitalismo, también sucedió que mujeres y niños trabajaran en las fábricas. Sin embargo, en la medida que el capitalismo dio lugar al crecimiento económico e hizo crecer los salarios en términos reales, las familias comenzaron a retirar a los hijos y a las mujeres de los espacios de trabajo fabriles. Este mayor crecimiento económico y riqueza permitieron que las mujeres se liberaran de los pesados trabajos industriales y se dedicaran a darles cobijo a sus hijos. Así, podría decirse que hubo una decisión masiva de mujeres a favor del trabajo que D’Alessandro llama “no remunerado”, en perjuicio del remunerado que hacían previamente.

Desde nuestra perspectiva, sin embargo, sostenemos que se trata de un trabajo remunerado y en mejores condiciones para la trabajadora del que tenía dentro de la fábrica.

III.             Análisis del capitalismo

No obstante el argumento anterior, habría que mostrar que, gracias al desarrollo del capitalismo, la crítica sobre el trabajo hogareño va perdiendo cada vez más sustento. La tendencia de la organización familiar continuó modificándose durante el siglo XX, haciendo que las mujeres (en promedio) comenzaran nuevamente a salir del hogar para ofrecer su trabajo en el mercado: “Dos cosas comenzaron a suceder en el siglo XX que eventualmente desharían lo que parecía una forma familiar finalmente estable. En primer lugar, la innovación tecnológica lentamente comenzó a producir artefactos que ahorraban tiempo de trabajo en la producción hogareña. En segundo lugar, el crecimiento económico liderado por la economía de mercado incrementó la demanda de empleo (incluyendo el empleo de mujeres) y continuó elevando el poder de compra de los salarios” (Horwitz, 2007).

Es decir, gracias al crecimiento de la economía de mercado, cada vez se hizo menos necesaria la presencia de una persona que estuviera permanentemente en el hogar, por lo que la idea básica de un hombre en el mercado y una mujer en el hogar fue perdiendo sustento. Esto es reconocido, a su vez, por D’Alessandro a la hora de mostrar la evolución de numerosos datos sobre brechas salariales y participación laboral de las mujeres: “En los años sesenta, sólo 2 de cada 10 mujeres trabajaban fuera del hogar, hoy son casi 7 de cada 10”. Por otro lado, la autora también sostiene que, si bien en los Estados Unidos, por cada dólar que cobra un hombre, en promedio, una mujer recibe 79 centavos de dólar, este número solía estar en 59, por lo que creció nada menos que 20 puntos en los últimos 50 años.

Finalmente, D’Alessandro también observa la mejora que se ha dado dentro del mundo corporativo: “En las últimas décadas las mujeres mejoraron su acceso a cargos altos. Según el censo de los Estados Unidos, en 1980 sólo el 7 por ciento tenía un empleo administrativo o de manager en comparación con el 17 por ciento de los varones. Para 2010, esta brecha prácticamente había desaparecido.” A pesar de reconocer estas tendencias favorables, la autora no deja de afirmar que “las diferencias salariales entre varones y mujeres llevan ya un par de cientos de años y no hay señales de que vayan a cambiar sustancialmente”, lo que luce un poco contradictorio con las cifras que menciona apenas párrafos antes.

Además, a pesar del avance que el capitalismo significó para la libertad de las mujeres, la autora insiste en ligarlo con la explotación de género. Desde su punto de vista, dado que el capitalismo funciona con relaciones monetarias, el hecho de realizar tareas hogareñas que no reciben directamente dicha compensación equivale a una exclusión. Citando a Silvia Federici, sostiene: “En una sociedad configurada por relaciones monetarias, la falta de salario ha transformado una forma de explotación en una actividad natural”.

Sin embargo, si la pareja está fundada en acuerdos voluntarios entre las partes, y el trabajo del hogar recibe una remuneración en especie, ¿en dónde está la explotación?

Otro punto interesante a destacar sobre el rol del capitalismo y la evolución de la institución familiar es el creciente número de divorcios observado en las últimas décadas. De acuerdo con Horwitz, el sistema de la libre empresa es quien está detrás de estos desarrollos. Al aumentar los ingresos reales y abrirle las puertas del mercado laboral a las mujeres, los matrimonios y uniones de pareja comenzaron a originarse más por amor y “satisfacción emocional” que por la necesidad de subsistencia. Así, “en la medida que el matrimonio comenzó a estar basado en el amor, también creció el deseo de abandonar los matrimonios cuando no eran emocionalmente satisfactorios (…) ha habido un cambio cultural y económico en la naturaleza del matrimonio que dotó a las mujeres con suficiente independencia financiera y suficientes oportunidades laborales para que puedan valerse en la vida por sí mismas” (Horwitz, 2007).

Resulta claro que esta no es la realidad de todas las mujeres de este mundo, pero también es cierto que si queremos mejores condiciones para ellas, entonces tendríamos que reclamar más capitalismo,  y no menos.

IV.             La noción de libertad

Economía Feminista asume que cuando mujer dedica su tiempo principalmente a las tareas domésticas, mientras el hombre sale al mercado, se trata de una situación no deseada para la mujer. Como algo que “le tocara” en la rueda del destino, pero que ella no decide por sí misma.

Por ejemplo, cuenta la historia de Sheryl Sandberg, COO de Facebook, quien afirma en su libro Lean In: Women, Work and the Will to Lead (2013) que “llegado el momento de la maternidad, gran parte de sus compañeras de estudios – muchas de ellas independientes y brillantes – tuvieron que dejar de trabajar” (D’A, 80).

Al comentar unas estadísticas de Argentina, sostiene que “los niños en el hogar hacen que las mujeres trabajen menos (fuera de la casa) y los padres más: en ausencia de hijos, la brecha de participación es de 15 por ciento y se duplica cuando hay más de dos hijos” (D’A, 69).

Otro ejemplo lo vemos cuando escribe que cuando las madres desean trabajar, lo hacen “a costa de recortar estudios, paseos, viajes, encuentros con amigos e incluso trabajos buenos pero inflexibles” (D’A, 67).

De algunas de estas reflexiones de D’Alessandro parecería desprenderse que a las mujeres les toca un destino que no desean, como si se tratara de un destino inexorable del que no pueden escapar. Sin embargo, ¿acaso no se tratan de decisiones libres e individuales o de la pareja? Una de las consecuencias de no implementar el individualismo metodológico es precisamente considerar sólo las variables agregadas y sacar de ellas conclusiones erróneas. Por ejemplo: observar que las mujeres trabajan menos en el mercado y sostener que eso debe ser un problema para ellas.

Por si quedan dudas, la autora las despeja citando nuevamente a Silvia Federici: “Según Federici, las mujeres no deciden espontáneamente ser amas de casa, sino que hay un entrenamiento diario que las prepara para este rol” (D’A, 55). El argumento considera a las mujeres como un todo homogéneo y oprimido. A la vista de los datos que mencionamos más arriba, esta apreciación es difícil de sostener. En un mercado libre y con generación de mayores niveles de riqueza, las personas tienen más posibilidades de elegir el destino de sus vidas. Esto aplica a hombres y mujeres por igual, algo que los números ya señalados avalan.

Volviendo al punto sobre la libertad de elegir, todos enfrentamos decisiones donde tenemos que sacrificar una alternativa a favor de otra. De eso se trata, esencialmente, la vida humana. En el plano de la economía, cada ser humano elige una opción de consumir o producir, y deja de lado todas las demás. Lo mismo sucede con una mujer que decide dedicar más tiempo a ser madre y menos tiempo a perseguir una descollante carrera profesional en una empresa multinacional.

Ceteris paribus, toda decisión es libre aunque sujeta a restricciones. Es claro que hay casos en donde esas restricciones son mayores que en otros, por ejemplo, cuando se tienen pocos recursos. Sin embargo, para que estas situaciones se repitan cada vez menos, lo que tenemos que comprender es que un mayor desarrollo del capitalismo aumenta las oportunidades de progreso y la mejora del ingreso en términos reales para cada vez más personas.

V.                Aplicaciones a políticas públicas

En las cerca de 200 páginas de Economía Feminista no encontramos ningún apartado específico dedicado a las propuestas concretas para resolver los aparentes problemas planteados. En ese sentido, se trata más de una investigación descriptiva y no tanto una proclama de políticas públicas. No obstante, sí pueden encontrarse algunas ideas sobre lo que debería hacerse. Hacia el final, la autora se limita a ofrecer propuestas con las que nadie podría estar muy en desacuerdo: “barrer con los estereotipos, aspirar las ideas arcaicas y tirarlas a la basura, criar a los hijos en el respeto, la tolerancia y el amor por los demás, cuidar a nuestros adultos mayores y aprender de ellos”. Estas propuestas no tienen nada específicamente femenino, como tampoco económico.

En otros lugares del libro se plantea “desarrollar políticas orientadas a la igualdad de género (licencias familiares compartidas, sistemas de cuidados)”, pero sin ahondar mucho en cada una de estas ideas.

En el apartado “Feministros y perspectivas de género. ¡Porque estamos en 2016!”, D’Alessandro parecería avalar los cupos femeninos en la política, al sostener que “es lógico esperar que gobiernos con pretensiones de ser representativos de la población tengan una composición que la refleje”, en referencia al casi 50% y 50% de hombres y mujeres en que se divide la población argentina. Justamente, una iniciativa de este tipo fue aprobada en la Provincia de Buenos Aires, donde las mujeres deberán ocupar el 50% de las bancas de la legislatura (Télam, 2016).

El cuerpo político tiene derecho de dictarse sus propias reglas, así como el dueño de la propiedad tiene derecho a hacer lo mismo en su casa. Sin embargo, imponer un cupo por género equivale a desconocer las características personales y priorizar las características genéticas de una persona. Una discriminación positiva a favor de las mujeres desprecia las convicciones, valores y carácter de los futuros diputados, y pone por encima una característica física de su cuerpo. Que haya existido alguna vez discriminación en contra de las mujeres es digno de reproche. Sin embargo, la desigualdad no es algo que se vaya a resolver aplicando la misma discriminación, pero con el signo contrario.

Volviendo a las propuestas de Economía Feminista, vemos que ofrece una suerte de propuesta de política pública: “En cuanto a la brecha salarial de género podemos decir con toda seguridad que el capitalismo no ajusta por sí solo. Los países que más avanzaron en esta agenda lo hicieron a partir de políticas orientadas específicamente a cerrar las distintas brechas de género. Es necesario estimular el pago igualitario” (DA; 46). Entre estos países que se mencionan destacan los nórdicos, como Suecia, Noruega, Dinamarca, Islandia y Finlandia, donde “desde los setenta se vienen desarrollando políticas orientadas a cerrar las brechas de género y concientizar a los varones de lo importante que es su aporte en estas tareas cotidianas”.

Un dato curioso es que D’Alessandro ve como un logro de este proceso la sanción de una ley de “pago igualitario” en Islandia en 1976. Sin embargo, también muestra que ese tipo de leyes existen en los Estados Unidos (la Equal Pay Actde 1963) desde mucho antes y que, a pesar de ello, sigue habiendo brecha salarial a favor del hombre.

Retomando, Suecia, país considerado “paraíso feminista”, efectivamente es un caso de estatismo igualador. Sin embargo, las políticas familiares en ese país han tenido consecuencias no intencionadas y, sin dudas, indeseables. Al respecto Mario Silar explica que en Suecia, “algunas estadísticas demográficas son desoladoras; revelan que, en la actualidad, uno de cada dos suecos vive solo (es la tasa más elevada del mundo), y que uno de cada cuatro suecos muere en soledad… lo que es más estremecedor… existen muchos cadáveres que no son reclamados por ningún otro ser humano, y personas que fallecen solas en su domicilio y pasa largo tiempo hasta que son identificadas” (2016).

A la hora de identificar las causas de esta situación, el autor se remonta a 1972, año en que el gobierno sueco implementó un programa denominado “La familia del futuro: una política socialista para la familia”:

“El programa buscaba independizar al individuo de los lazos familiares. En efecto, el programa establecía la independencia o autonomía como un derecho humano fundamental: el individuo es un ser autónomo y puede, si así lo quiere, tener una familia pero puede liberarse de “las cargas familiares”, que generan dependencia” (Silar, 2016, negrita original).

Esto es música para los oídos de los autores feministas, que acusan a la carga familiar de impedir a las mujeres ser más libres y elegir perseguir carreras universitarias. Sin embargo, como lo  muestra el caso sueco desde hace cuarenta años, han terminado por deteriorar los vínculos familiares y de amistad más básicos. Por lo tanto, no pueden ignorarse los efectos colaterales no buscados de las políticas que buscan igualar el género, liberando a los miembros de la familia de sus propios lazos familiares.

Conclusión

El libro de Mercedes D’Alessandro es una buena recopilación de un tema que está cada vez más sobre la mesa de debate económico, político y social – la desigualdad de género-, que la Economía Feminista percibe como un problema a solucionar.

Sin embargo, creemos que el libro adolece de problemas argumentales, como la carencia de un enfoque metodológico correcto, la identificación errónea del trabajo del hogar como trabajo no remunerado, la incorrecta crítica al capitalismo como generador de desigualdades, y la negación de la posibilidad de que las desigualdades sean producto de elecciones libres. Todas estas inconsistencias, que a veces dan lugar a contradicciones, derivan en propuestas de políticas públicas que pueden tener consecuencias indeseables, como en Suecia.

El bienestar de la mujer, así como el de la humanidad entera, pasa por profundizar la libertad y la igualdad de todos ante la ley. En el plano cultural la sociedad occidental moderna está en permanente cambio; es bienvenida la idea de cambiar algunos paradigmas con el fin de que haya mayor espacio para la expresión libre de las mujeres. Sin embargo, utilizar argumentos de género como parte de una nueva receta económica para seguir regulando el capitalismo es desoír las lecciones de la historia.

Referencias

Agencia Télam, “Es ley la paridad de género en los cargos electivos de la Provincia”, 4 de octubre de 2016.

D’Alessandro, Mercedes, Economía Feminista, Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2016.

Federici, Silvia, Caliban y la bruja, Madrid: Traficantes de Sueños, 2010.

Horwitz, Steven, “Capitalism and the Family”, The Freeman: Ideas on Liberty, Julio de 2007, 26-30.

Mises, Ludwig von, Los fundamentos últimos de la ciencia económica, Madrid: Unión Editorial, 2013.

Sandberg, Sheryl, Lean In: Women, Work and the Will to Lead, New York, Random House, 2013.

Silar, Mario, “El infernal ‘paraíso’ de la soledad sueca”, Instituto Acton Argentina, 23 de noviembre de 2016. URL: http://institutoacton.org/2016/11/23/el-infernal-paraiso-de-la-soledad-sueca-mario-silar/

 

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

PRÓLOGO A «REFLEXIONES SOBRE LA ECONOMÍA ARGENTINA» DE NICOLÁS CACHANOSKY.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 24/9/17 en https://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/09/prologo-reflexiones-sobre-la-economia.html

 

Es un completo honor para mí presentar este primer libro de Nicolás Cachanosky, que entra claramente en una las misiones fundamentales del Instituto Acton: la enseñanza de la economía para la toma de conciencia de cuáles son las condiciones bajo las cuales los pueblos pueden superar la pobreza.  
Nicolás Cachanosky es un modelo de cómo estar al frente de los más avanzados debates y aportes académicos y, al mismo tiempo, cómo difundir didácticamente la complejidad de la ciencia económica para los debates ciudadanos. Este libro tiene las dos características: es un libro técnico, con pluma amable pero que necesita atención por parte del lego, escrito especialmente para ayudar a la comprensión del drama y posibilidades de recuperación de la economía argentina. Cuantos más ciudadanos argentinos lean este libro, mayores serán nuestras posibilidades de recuperación. 
El papel de este prólogo no es volver a explicar lo que Nicolás explica, sino ubicarlo en un contexto filosófico más global que pueda sí mostrar la enorme importancia de esta obra. 
Lo primero que sorprenderá al lector, en un libro de economía, es la importancia que el autor le da a las instituciones. Pues bien, ello no debería sorprendernos. Cuando nos adentramos un poco más en la ciencia económica más sólida y profunda, en la “good economics” en la cual ha abrevado el autor, nos damos cuenta de que el desarrollo y la capitalización no son el resultado de un ministerio, de un plan, sino de instituciones sólidas que garanticen la propiedad y el libre comercio. La inversión es la utilización del ahorro para producir nuevos bienes de capital. Lo cual implica que debe haber ahorro en el mercado de capitales e inversionistas que puedan pensar en el largo plazo. O sea, ahorro e inversión, la clave del desarrollo, implican la posibilidad de tomar riesgos en el presente pensando en la rentabilidad a largo plazo. Ahora bien, si le damos a un estado la facultad para que de modo arbitrario e ilimitado suba la carga impositiva, produzca inflación, legisle todo tipo de regulaciones, controle las variables económicas y además se endeude, no habrá ahorro ni inversión, y el resultado será la pobreza y el subdesarrollo. Por lo tanto, un estado limitado, donde constitucionalmente estén prohibidas dichas prácticas, donde por consiguiente los grupos de presión no tengan incentivos para acercarse a los poderes ejecutivos y legislativos, donde haya un poder judicial realmente independiente, y donde haya un verdadero federalismo donde el presupuesto de las provincias no dependa de las prebendas del estado nacional, es, en conjunto, la condición institucional del desarrollo económico. De allí el magnífico capítulo del autor dedicado a la democracia y a los límites institucionales del estado. 
En el caso argentino, esto es particularmente revelador. La economía de mercado no es una política económica más que se pueda “planificar e instrumentar” desde las mismas instituciones mussolinianas dejadas por el peronismo y que no han sido reformadas por ningún gobierno. Porque ellas mismas implican, uno, imprevisibilidad a largo plazo (porque desde esos organismos gubernamentales se puede dar vuelta todo lo medianamente racional que se intente hacer), y, dos, un permanente estado de control, de permisos, de regulaciones, de corruptelas, de gasto público, de estado elefantiásico.  
Por eso la peculiar atención del autor al tema del capitalismo, al libre mercado y al famoso “neoliberalismo de los 90”. Los argentinos creen en general que los 90 fueron “el mercado”. Esto es grave. No es una sola cuestión de términos. El mercado implica precisamente eliminar ese estado ilimitado que en los 90 no fue eliminado, y que coherentemente termina elevando los impuestos, la deuda pública, el gasto público, para terminar por ello en la crisis del 2001. Cualquiera tiene derecho a estar en contra del comunismo, pero si identifica a George Washington con el comunismo, tendrá un leve problema de apreciación histórica. De igual modo cualquiera tiene derecho a estar intelectualmente contra el mercado, pero si cree que Menem era el mercado, tendrá el mismo problema. Cabe preguntarse, por lo demás: quienes están intelectualmente en contra del mercado, ¿qué “idea” tienen del mercado? Tal vez este libro les ayude a reflexionar sobre ello. Porque tal vez está pensando en lo que se llama “capitalismo real”, o sea lo que Ludwig von Mises llama “intervencionismo”, en la parte VI de su tratado de economía. Quizás sería bueno que concluyendo este libro el lector quisiera encarar esa apasionante lectura.  
Para el lector argentino, la explicación de “las cuatro etapas del populismo”, es fascinante porque no tiene más que aplicarlas a su propia experiencia, pero ahora con los elementos de la buena economía. No las voy a explicar yo pero sí facilitar su comprensión con una elemental analogía. Supongamos que soy un presidente que sube con grandes promesas de distribución del ingreso y la lucha contra el capitalismo salvaje. Supongamos que el banco central está ordenado y la economía más o menos funcionando. Entonces re-distribuyo todo lo que quiero y me convierto en el primer trabajador, en el qué grande sos, etc. Al principio todo parece ir bien (uno). Pero luego el banco del estado comienza a quedarse sin reservas. Tengo que subir impuestos, endeudarme, confiscar, emitir moneda, hay inflación, comienzan los problemas (dos) pero, claro, siempre está EEUU y su imperialismo para echarle la culpa. Finalmente se llega a la hiperinflación, al default, al casi quiebre de la cadena de producción y distribución, al caos (tres). Claro, entonces algo, alguien, deberá frenar la fiesta inolvidable, y será el culpable de toda la pobreza que esa fiesta ha producido (cuatro). ¿Les hacer acordar a algo? 
Por ello al argentino promedio le es tan difícil advertir los peligros del déficit fiscal, inflación, control de precios, etc. Fundamentalmente porque vive aún en la nostalgia de la primera etapa del populismo, donde pareciera que no hay escasez. Olvidar la escasez en economía es como olvidar la matemática en la Física, o el sonido en la música, o el agua en la vida. Pero sí, se la olvida. “El estado debería hacer….”. Si, ¿y de dónde? En primer lugar, de impuestos. Ah, que paguen los que más tienen. Sí, pero el impuesto progresivo a la renta frena las inversiones y por ende terminan pagando los que menos tienen.  
Cuando el tema impositivo no da para más, se entra en déficit fiscal, como cualquier familia que gasta más que sus ingresos. ¿Cómo financiar el déficit? Pues con emisión de moneda o con deuda pública. La emisión de moneda genera inflación: Nicolás “se mata” explicándolo, ante infinitas voces que aún creen que no es así (de vuelta, por la negación de la escasez, porque si el problema económico se solucionara emitiendo moneda, no habría problema económico). La inflación produce aumento de precios. El gobierno intenta entonces controlar los precios. Ello genera faltante de bienes y servicios. Como las tarifas congeladas de luz: no hay luz. No hay vuelta que darle. No hay, sencillamente.  
Pero queda, claro, la deuda pública. Hasta que ya no se puede pagar más y…. Oh, el default. Pero entonces, de vuelta, los malos son los acreedores. Es impresionante cómo los argentinos han llamado a quienes no aceptaron la quita de la deuda: los buitres. ¿Y por qué tenían que aceptarla? ¿Por caridad? Ah, eso es confundir las cosas. Uno puede “prestar” algún dinerillo a algún amigo en problemas, sabiendo que no lo puede devolver. Pero eso no es un préstamo, es una donación. Si es realmente un préstamo, hay un acreedor. Y la cuestión es: ¿por qué tuve que pedir un préstamo? En el caso del déficit fiscal, es claro: porque los gobernantes y sus votantes creyeron que el estado es como Jesús en las bodas de Caná. Incapaces luego de reconocer esa peculiar confusión teológico-económica, echan las culpas, furiosos, a un salvaje capitalismo financiero internacional, cuando todo se debe en realidad al real salvajismo de un estatismo nacional.  
Por último, el autor evalúa propuestas de reforma, de solución. Dejo al lector que las disfrute por sí mismo, con un margen de esperanza. Pero una esperanza fundada en que, si él ha comprendido las ideas del autor, será parte luego de una opinión pública transformadora de una realidad nacional de otro modo inamovible.  
Hay que agradecer a Nicolás Cachanosky, doctor, profesor, assistant professor en la Metropolitan State University of Denver, su compromiso, su jugada personal a favor de su país, su paciente aplicación de la más elevada macroeconomía a las circunstancias de este enloquecido lugar, tan soberbio, tan nacionalista, tan autoreferente, y tan irrelevante para el mundo. Nada obligaba al autor a este inmenso y difícil trabajo, excepto su delicada conciencia, su hombría de bien, su compromiso por la verdad, valores tan escasos en estos momentos. No sólo ha sido Nicolás uno de mis mejores alumnos, sino uno de los más generosos e intelectualmente honestos que he tenido y conocido. Hoy, su amistad me honra totalmente, al mismo tiempo que seguir adelante de forma permanente con la llama prendida de nuestros respectivos padres. Que Dios se lo tenga en cuenta. 

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Generosidad cristiana y economía

Por Gabriel Boragina Publicado  el 19/9/17 en: http://www.accionhumana.com/2017/09/generosidad-cristiana-y-economia.html

 

Cristo predicó abundantemente sobre la generosidad. Mucho se ha escrito acerca de esto, pero poco he encontrado hasta el momento que tuviera en cuenta los condicionantes históricos y económicos[1] en los cuales Nuestro Señor Jesucristo hizo su prédica[2].

Los comentaristas bíblicos y religiosos en general centran sus apreciaciones dando un enfoque esencialmente espiritual de la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo y tienden a presentar al Maestro como si fuera un antimaterialista. Pero Cristo como Dios que es, no se limitó a lo exclusivamente espiritual, ni hizo sus declaraciones desconociendo el contexto histórico en el que decidió aparecer en nuestro mundo. Con su visión divina habló del pasado. de su presente y del futuro (lo que nos incluye y excede). Y lo hizo por partida doble: material y espiritual. No creemos que Nuestro Señor Jesucristo haya sido un antimaterialista.

La generosidad era fundamental en su época donde las condiciones económicas eran paupérrimas. Los pobres -al revés que hoy- eran la inmensa mayoría de la población. Los ricos una minoría representada por los nobles, clero y gobernantes, coincidiendo muchas veces estas tres calidades en las mismas personas. Israel constituía una teocracia, sus líderes lo eran tanto políticos como religiosos reunidos ambos títulos y funciones en idénticas personas.

La economía de su tiempo era rural, es decir se reducía a la agricultura y ganadería como únicos métodos de producción. Y, en menor medida, artesanal. Los mercaderes se limitaban a comerciar los productos generados por la agro-ganadería y los artesanos. Hoy la llamaríamos una economía de subsistencia.

Los medios de manutención de la población dependían de las cosechas, y estas -a su turno- de los avatares del clima y las bondades del suelo, que en Palestina son escasas. Cristo era -desde luego- consciente de todo esto y más allá de su instrucción moral (que es la única que enfatizan los religiosos) también estaba predicando además de economía, aunque esta disciplina no existiera entonces, ni aun hasta el tardío siglo XVIII en el que Adam Smith le da sus fundamentos.

No es de extrañar que en semejante contexto la generosidad y la caridad ocuparan un lugar central en su doctrina. La Salvación también pasa por lo material y no sola y exclusivamente por lo espiritual como meten en la cabeza los actuales jefes religiosos y sus adláteres.

Dos elementos, uno material y otro moral imponían que el tema fuera medular. Por el lado material, la escasez de recursos -muy grande entonces- y por el costado moral la avaricia humana, generada o condicionada -en buena parte- por aquella misma escasez material. Podría darse una relación directa y una regla que dijera que, a mayor escasez mayor avaricia. Esta era la sociedad (en su faz económica) en la que Nuestro Señor Jesucristo vivió corporalmente.

Ante la inexistencia de un método de producción capitalista que -como dijimos y sabemos- apareció recién a fines del siglo XVIII y solamente en Gran Bretaña, a mil ochocientos años de distancia de ese acontecimiento futuro (que Cristo, siendo Dios, sabía muy bien que iba a suceder) algo había que hacer respecto del asunto. Y Cristo lo hizo, a través de su saber y su énfasis en la caridad y generosidad como valores humanos a practicar y como modo de conducta a seguir, tanto por judíos como cristianos.

Es importante destacar en este punto que no creemos que Nuestro Señor Jesucristo hubiera venido a este mundo a reformar, modificar o instituir estructuras políticas, ni económicas temporales, ni la Biblia enseña ni instruye sobre política y economía, como tampoco de otras ciencias. No estamos ante un tratado científico, ni de ciencias sociales, ni de las naturales. Pero esta convicción nuestra no significa que la Biblia no se haya referido a estas cosas. Cristo no enseñó economía, pero si habló de ella. Lo mismo cabe decir en cuanto a política (al Cesar lo que es del Cesar, etc.,) y muchas otras disciplinas que -al día de hoy- son materias de estudio científico. Cristo fue, es y será Dios, creador de todas las cosas, incluyendo todo saber humano, no desconocía (ni cuando vivió en Israel ni desconoce hoy) lo que El mismo creó (lo que sería un contrasentido absoluto). Sabia por anticipado -naturalmente- las sub-creaciones humanas que vendrían con los tiempos, y de qué modos usufructuaría el hombre la sabiduría que Dios puso a su disposición. Pero, es importante deslindar la parte humana de la divina y las esferas de competencias de cada una.

Hecho a su imagen y semejanza (como dice el Génesis) el hombre es co-creador junto con Dios. Limitado -no obstante- en su capacidad creadora, después de la Caída en el Paraíso.

Por estos motivos, Cristo no propuso soluciones económicas, ni métodos científicos para combatir la pobreza, pero si dio pistas, pautas e indicaciones como para hacerlo a futuro. Y medios para paliarla en su momento histórico.

Sus doctrinas dan lección si, de la indisoluble relación entre los asuntos políticos-económicos y la moral cristiana (opuesta a la farisaica), demostrando que no operan en compartimientos estancos. Y en torno a este aspecto si puso especial énfasis, tanto para su época como para nuestros tiempos actuales. Muchas de sus enseñanzas tienen un doble valor, tanto espiritual como material. Es parcializar y aun minimizar su doctrina insistir en que su mensaje fue exclusiva y netamente espiritual.

El “dar a los pobres” no siempre significa -en palabras de Cristo- “regalarles” cosas. Jesús no abolió el comercio ni la propiedad privada, ya que no hay ningún pasaje donde lo diga expresamente con esas u otras palabras, como así también hay un sinnúmero de situaciones sociales en relación las cuales no se pronuncia directa ni indirectamente, y de las que no se puede inferir absolutamente nada en conexión de lo que pensaba relativo a ellas. Y si lo hizo, no quedó ello registrado en los Evangelios.

[1] Otros autores han tratado algunos aspectos de este problema, como, por ejemplo, Alberto Benegas Lynch (h), Enrique Loncan, Gabriel Zanotti, Alejandro Chafuén, Michael Novak, etc. pero con un enfoque que excede el bíblico e incluye el católico casi con exclusividad.

[2] Una posible excepción a esto son los trabajos del Profesor Alberto Mansueti, valiosos en la mayoría de los casos, aunque no comparto el 100% de sus puntos de vista.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.