Individualismo, egoísmo, colectivismo y altruismo

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2021/10/individualismo-egoismo-colectivismo-y.html

Es sorprendente verificar como las ideas que tenemos sobre ciertas palabras que usamos muy a menudo en los debates, y hasta en la conversación diaria con personas conocidas, amigos y familiares, encuentran su génesis en pensadores tan antiguos que a veces desechamos con algún desdén como ‘’pasados de moda’’.

El carácter despectivo que se le dan a de ciertos vocablos los une de tal manera que llega un momento en que se los usamos como sinónimos. Y lo mismo sucede en sentido inverso con la significación virtuosa que se le otorga a los que se utilizan como sus antónimos. Así sucede con los léxicos individualismo, egoísmo, colectivismo y altruismo. Un análisis interesante al respecto es el que hace el filósofo ya citado antes por nosotros, K. R. Popper. Veámoslo en detalle:

‘’La palabra «individualismo» puede emplearse (de acuerdo con el Oxford Dictionary) de dos maneras diferentes: (a) en oposición a colectivismo y (b) en oposición a altruismo. No hay ninguna otra palabra para expresar el sentido registrado en primer término, pero sí para el segundo, por ejemplo, «egoísmo». Por esta razón, en todo Jo que sigue utilizaremos el término «individualismo» exclusivamente con el sentido definido en (a), reservándonos la palabra «egoísmo» para aquellos casos en que queramos expresar el sentido definido en (b). La tabla siguiente puede sernos de cierta utilidad:

(a) Individualismoes lo contrario de(a’) Colectivismo
(b) Egoísmoes lo contrario de(b’) Altruismo

Esos cuatro términos describen ciertas actitudes, exigencias, decisiones o iniciativas frente a los códigos de leyes normativas, Pese a su carácter esencialmente vago, considero que puede ilustrarse fácilmente su contenido mediante algunos ejemplos, dándoles la suficiente precisión para utilizarlos en lo que sigue.’’[1]

                Es frecuente que se diga que vivimos en una sociedad individualista y egoísta. Si paramos a alguien por la calle y se lo preguntamos, en un porcentaje muy cercano al 100 por ciento la respuesta será que así es efectivamente. Sin embargo, no es verdad, simplemente porque no se conoce la esencia de cada uno de los términos articulados. O mejor dicho, se confundirán las esencias, en virtud de lo que nos ha enseñado –según Popper- el filósofo griego Platón, discípulo de Sócrates.

Dicho concepto platónico ha sido aceptado -casi inadvertidamente- por todas las generaciones posteriores de todos los países del mundo.

Platón ganó prestigio como filósofo, y su autoridad como tal hace que muchas de sus tesis hayan sido adoptadas acríticamente, no sólo por filósofos posteriores sino por el pueblo, que normalmente se considera alejado de las meditaciones y elucubraciones filosóficas.

No solamente sucede con Platón. El mismo Popper nos explica que otro tanto ha ocurrido con Hegel y con Marx. Pero tampoco se agota la lista con estos tres trascendentes pensadores. Aunque al resto –de uno u otro modo- se los puede catalogar como discípulos -aun involuntarios o no conscientes- de aquellos tres.

‘’Comenzaremos por el colectivismo, puesto que nos he­mos familiarizado ya con esta actitud, a través del examen del holismo platónico. En el capítulo anterior citamos algunos pasajes como ejemplo de su teoría de que el individuo debe subordinarse a los intereses del todo, ya sea éste el universo, la ciudad, la tribu, la raza, o cualquier otra entidad colectiva. Veamos nuevamente uno de esos pasajes, pero de forma más completa: «La parte existe en función del todo, pero el todo no existe en función de la parte… El individuo ha sido creado en función del todo y no el todo en función del individuo». Ese pasaje no sólo ilustra acabadamente el holismo o colectivismo, sino que encierra también una fuerte atracción emocional, que Platón, por cierto, conocía (como puede inferirse del preámbulo al pasaje). Esa atracción obra sobre diversos sentimientos, por ejemplo, el deseo de pertenecer a una tribu o a un grupo; y uno de sus factores es la atracción del altruismo en oposición al egoísmo. ’’[2]

                No es posible negar que ese pensamiento de Platón sea indudablemente muy actual, y que en un lenguaje quizás algo más sofisticado sea el que se sostiene en las sociedades de hoy en día, más en unas que en otras, pero de modo general en casi todas, lo que impide afirmar que nuestras sociedades sean ‘’individualistas’’ o cosa semejante.

El colectivismo obra en el sentido de destruir la seguridad individual. Como la naturaleza aborrece el vacío, ese principio también se cumple en el ámbito humano, y la tendencia es que, así como se desmorona la seguridad individual la naturaleza humana tiene que reemplazarla con otro tipo de ‘’seguridad’’, y ante ello se rinde a la ‘’seguridad’’ que le brinda la manada (la que en realidad no es tal).

                Esa ‘’seguridad’’ ficticia toma el lugar de la individual y convierte al individuo en una pieza más del engranaje colectivo, y -como tal- no puede actuar si no es de consuno con lo que los demás piensan, opinan o mandan. En realidad, no ‘’pierde’’ su individualidad sino que la diluye dentro del grupo.

Pero, en última instancia, como siempre hemos insistido, como la naturaleza individual del ser humano fluye de manera constante por más ahogada que se encuentre, esa manada termina siguiendo y cumpliendo las directivas que emanan de una sola persona que es el líder del grupo, a cuyas ideas y mandatos debe adherir el resto, sea por convicción o por obligación. Es así como, los miembros del clan se sienten seguros solamente si tienen la ‘’seguridad’’ que el grupo los acepta.

                El súbdito cree estar cumpliendo con la voluntad del ‘’todo’’ pero, en contexto, lo intuya o no, está sometiéndose a la del líder del grupo. El hecho de necesitar un referente concreto en otra persona distinta a él revela su naturaleza individual. Con lo que el individualismo siempre termina –aunque fuere en el plano subconsciente- imponiéndose por sobre el colectivismo. Lo verdadero se impone sobre lo falso.

Se inyecta en las mentes la fantasía de que el mejor y único intérprete de la verdad es el colectivo. Entonces, todo lo que el individuo piense por sí mismo estará impregnado de error, y para conocer ‘’la verdad’’ deberá acudir a la manada. Esta es la ‘’lógica’’ colectivista.


[1] K. R. Popper. La sociedad abierta y sus enemigos. Paidós. Surcos 20. pág. 115-116

[2] K. R, Popper. Ibídem. Pág. 115-116

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Los sindicatos y el poder estamental: de Platón a Perón

Tanto en La República platónica como en la Comunidad Organizada, los estamentos se mantienen equilibrados por la figura de un líder fuerte con profunda consciencia de qué es lo bueno y que no.

Los sindicatos y el poder estamental: de Platón a Perón

Todo camino introductorio a la filosofía suele converger en sus primeros peldaños en la figura de Aristocles, más popularmente conocido como Platón, que, según la conocida historia, vivió en Atenas, entre los años 427 y 347 antes de Cristo y fue discípulo y principal escriba de esa otra gran figura filosófica que fue Sócrates, el aguijón ateniense.

Hasta ahí, los hechos suelen ser medianamente conocidos, incluso por los que no necesariamente dedican su vida al pensamiento filosófico. Lo que no siempre se dice y se describe en su justa medida, es el contexto en el cual este pensador desarrolla su obra y, justamente, qué sentido tiene ésta para el marco social de su época y, lo que es incluso más importante, para la nuestra.

El gran desvelo del joven Platón, es la formulación de un orden social justo, que aleje la tan temida stasis (del gr. στάσις o guerra civil), que permita el desarrollo armónico de la sociedad y lo que era un clásico del pensamiento antiguo: la vida buena. Esta búsqueda no se daba en un contexto plácido para Platón, sino todo lo contrario. Como suele suceder con las grandes ideas que marcan nuestro destino luego, Platón escribe su tan famosa obra, en el marco de varios fenómenos políticos y sociales que terminarían confluyendo en la caída de Atenas y su pérdida de influencia definitiva en el escenario regional de su época. La rebelión de los treinta tiranos contra la incipiente democracia, que llevó a la muerte de más del 5% de la población ateniense, encabezada en parte por su tío materno Critias, la condena y posterior muerte de su mentor Sócrates, decidida por la voluntad popular, la guerra contra Esparta, el deterioro de las tradiciones y el auge de un sistema fundado en la voluntad de riquezas (de las que tanto desconfiaba), entre otros factores, marcaron definitivamente el pensamiento del joven Aristocles y lo llevaron a proponer ese orden social perfecto que se describe en La República.

En ésta, su obra más reconocida, Platón formula un orden social basado en la conservación de tres estamentos inamovibles: el de Los Filósofos, iluminados conocedores de lo bueno que tienen como principal carga pública la guía de los otros estamentos hacia esa vida buena, los Guardianes, especie de garantes de la seguridad comunitaria que deberán dedicar su vida a la protección interna y externa de la ciudad o polis y el estamento productivo, sobre el que Platón pone poca atención y esperanza, y solo invita a la moderación (voluntaria o impuesta) de sus pasiones.

Independientemente de los cientos de miles de consideraciones que han sido realizadas sobre una obra de tal relevancia, a los efectos de este artículo, baste decir que este intento de orden perfecto, basado en la armonía de cada estamento social, donde la paz y el progreso se consiguen en tanto y en cuanto cada cual haga aquello que ha venido a hacer, no se ha perdido con el tiempo, sino todo lo contrario. Aun cuando el mismo Platón abandona la posibilidad de que un orden así pueda ser sostenido, y ya en obras como El Político y Las Leyes, y con la madurez que traen los años, abandona paulatinamente el idealismo y lleva su producción filosófica por el sano camino de la moderación y el pragmatismo (camino que luego continuará su discípulo Aristóteles), ciertos resabios de este orden perfecto y planificado, continúan existiendo al día de hoy.

El Sindicato Policías provincia de Buenos Aires (Sipoba) se creó en 1989, pero no posee personería gremial. Su integrantes aseguran que la ex ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, la firmó, pero que luego fue

El Sindicato Policías provincia de Buenos Aires (Sipoba) se creó en 1989, pero no posee personería gremial. Su integrantes aseguran que la ex ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, la firmó, pero que luego fue «adulterada». Ahora, reclaman ante la Comisión Internamericana de DDHH.Sipoba

La Comunidad Organizada es, tal vez, el libro de cabecera de todo buen peronista que quiera abrevar en las ideas principales que dieron forma al movimiento nacional fundado por Juan Domingo Perón. La lectura atenta de lo que el tres veces presidente argentino propone como un orden justo, tiene fuertes reminiscencias con ese sistema platónico que describíamos sucintamente hace unos instantes. Si bien el propio Perón era profundamente afecto a citar a Aristóteles, lo confesase o no, el realismo aristotélico quedaba inmerso en el campo de la pragmática del método, pero el idealismo platónico no dejaba de estar presente en el horizonte de sus fines.

Los estamentos del idealismo peronistas eran diferentes en composición, pero no en naturaleza. La iglesia, como garante moral, el ejército y las fuerzas de seguridad, como atalayas del orden, los sindicatos, como representantes de los sectores trabajadores, los empresarios, como poseedores del capital y, por encima de todos y velando porque todo en su justa medida y armoniosamente se ordene hacia la vida buena, el poder político, encabezado éste en la figura del Presidente de la Nación, encarnada en el propio Perón.

No es el fin de este artículo hacer una crítica profunda a este orden, ni desde un punto de vista normativo, ético o siquiera fáctico, sino tan solo señalar una particularidad que ha sido olvidada. Tanto en La República platónica como en la Comunidad Organizada, los estamentos se mantienen equilibrados por la figura de un líder fuerte con profunda consciencia de qué es lo bueno y que no. Sin ese líder, el sistema es impensado e incluso inviable.

La República Argentina convive en tal sentido entre dos órdenes con identidad profundamente diferente: aquél formal y contenido en la Constitución Nacional, que reconoce solo tres poderes y procedimientos legales para la conformación de éstos y uno material y fáctico, en donde Sindicatos, el clero, movimientos sociales y diversos otros grupos de presión, sostienen un poder para-democrático, con profunda influencia en las políticas públicas que nos rigen. Esto es algo que todo argentino conoce, pero de lo que rara vez se habla, como esos secretos de familia que es mejor no ventilar, para que nadie se incomode.

Baste decir para concluir este artículo que la convivencia de ambos sistemas ha demostrado su fracaso, no solo en el deterioro paulatino de las instituciones republicanas, sino en el magro desarrollo económico y social de nuestro país. Una constitución de origen liberal y un ordenamiento de poder que en la práctica obedece a un sistema estamental o corporativo, no conviven en ningún otro lugar del globo y, tal vez, eso explique por qué Argentina sigue siendo ese cisne negro que a contramarcha de todo el mundo civilizado, retrocede en lugar de avanzar.

Y a lo anterior, proponemos una reflexión extra: ¿cuán vigente sigue incluso, en su original naturaleza, ese orden corporativo ya sin su mentor presente y con una presidencia cada día más debilitada desde el poder fáctico? ¿Cuán sostenible es ese idealismo platónico peronista, cuando la columna vertebral del movimiento y sus derivados coyunturales, los así llamados movimientos sociales, no responden a un poder fuerte que debe guiarlos al bien común sino que se ordenan por una lógica de apropiación de poder y recursos absolutamente particular?

Preguntas que, como esos secretos de familia, nos vendrán a golpear la puerta, inevitablemente, en la noche en la que parece estar entrando nuestro querido país.

Mauricio Alejandro Vázquez es Título de Honor en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Ciencias del Estado por la Universidad del CEMA, Magister en Políticas Publicas por la Universidad Torcuato Di Tella y coach certificado por la International Coach Federation. Ha trabajado en la transformación de organismos públicos y empresas. Actualmente es docente de Teoría Política, Ética, Comunicación, Metodología y administración en UADE y de Políticas Públicas en Maestría de ESEADE. También es conferencista y columnista en medios como Ámbito Financiero, Infoabe, La Prensa, entre otros. Síguelo en @triunfalibertad

La historia del liberalismo en diez capítulos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/28/la-historia-del-liberalismo-en-diez-capitulos/

 

A raíz de la Constitución de Cádiz de 1812 es que se usó por primera vez como sustantivo la expresión “liberal” y a los que se opusieron les endilgaron el epíteto de “serviles”, una carta constitucional que sirvió de antecedente para algunas que incorporaron igual tradición de pensamiento, entre otras, la argentina de 1853. Hasta ese momento el término liberal era utilizado en general como adjetivo, esto es, para referirse a un acto generoso y desprendido. Adam Smith empleó el vocablo en 1776 pero, como se ha observado, no en carácter de bautismo oficial como el referido sino como algo accidental de la pluma y al pasar aludiendo muy al margen a un “sistema liberal”.

Aquel documento, a contracorriente de todo lo ocurrido en la España de entonces, proponía severas limitaciones al poder y protegía derechos clave como la propiedad privada. En lo único que se apartaba radicalmente del espíritu liberal era en materia religiosa puesto que en su doceavo artículo se pronunciaba por la religión católica como “única verdadera” y con la prohibición de “el ejercicio de cualquier otra”, con lo cual proseguía con el autoritarismo español en esta materia desde que fueron expulsados y perseguidos los musulmanes de ese territorio que tanto bien habían realizado durante ocho siglos en materia de tolerancia religiosa, filosofía, arquitectura, medicina, música, agricultura, economía y derecho.

De cualquier manera la mencionada sustantivación del adjetivo abrió las puertas a una perspectiva diferente en línea con la iniciada por la anterior revolución estadounidense que dicho sea de paso afirmaba lo que se denominó “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre la las Iglesias y el poder político. Aquella perspectiva liberal española estuvo alimentada por pensadores que constituyeron la segunda versión de la Escuela de Salamanca (más adelante nos referiremos a la primera, conocida como la Escolástica Tardía). Jovellanos -si bien murió poco antes de promulgada la Constitución del 12- tuvo una influencia decisiva: fundó en Madrid la Sociedad Económica y tradujo textos del antes mencionado Adam Smith, Ferguson, Paine y Locke.

Decimos que esta reseña se fabrica como decálogo porque estimamos que la historia del liberalismo puede dividirse en diez capítulos aunque no todos signifiquen tiempos distintos ya que hay procesos intelectuales que ocurren en paralelo.

Pero antes de esta reseña telegráfica a vuelo de pájaro, es de interés subrayar una triada que conforma aspectos muy relevantes a nuestro propósito. En primer lugar, un sabio consejo de Henry Hazlitt en su primer libro publicado cuando el autor tenía 21 años, en 1916, reeditado en 1969 con un epílogo y algunos retoques de forma, titulado Thinking as a Science en el que subraya los métodos y la importancia de ejercitarse en pensar con rigor y espíritu crítico en lo que se estudia al efecto de arribar a conclusiones con criterio independiente.

En segundo término, es del caso recordar que el liberalismo está siempre en ebullición, no admite la posibilidad de llegar a metas definitivas sino de comprender que el conocimiento está compuesto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones para, en un contexto evolutivo, captar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que estamos envueltos.

Por último, es necesario subrayar que los liberales no somos una manada por lo que detestamos el pensamiento único y, por ende, en su seno hay variantes y debates muy fértiles puesto que no hay tal cosa como popes que dictaminan que debe y que no debe exponerse o con quien relacionarse.

Hecha esta introducción veamos los diez capítulos principales de la tradición de pensamiento liberal, de más está decir sin la pretensión absurda de mencionar a todos quienes han contribuido a esta rica corriente intelectual lo cual demandaría una enciclopedia y no una nota periodística.

Primero Sócrates, quien remarcó la idea de la libertad y las consecuentes autonomías individuales. Hijo de un escultor y una partera por eso decía que su inclinación siempre fue la de “parir ideas” y de “esculpir en el alma de las personas en lugar de hacerlo en el mármol”. Su muerte constituyó una muestra cabal de la degradación de la idea de la democracia: las votaciones para su exterminación fueron de 281 contra 275: por una mayoría de 6 votos se condenó a muerte a un filósofo de setenta años por defender valores universales de justicia.

En sus diálogos insistía en la importancia de sabernos ignorantes y de someter los problemas a la duda y a la confrontación de teorías rivales, en que un buen maestro induce y estimula las potencialidades de cada uno en busca de la excelencia (areté), crear curiosidades, fomentar el debate abierto y mostrar el camino para el cultivo del pensamiento a través de preguntas (la mayéutica) que abren las puertas al descubrimiento de órdenes preexistentes. En este contexto, el relativismo epistemológico es severamente condenado como un grave obstáculo al conocimiento de la verdad. También que el alma (psyké) como la facultad de adquirir conocimiento y la virtud como salud del intelecto (“la virtud es el conocimiento” era su fórmula preferida) y la desconfianza al poder y la prelación del espíritu libre.

Segundo, el derecho romano y el common law inglés como un proceso de descubrimiento y no de ingeniería social o diseño en el contexto de puntos de referencia o mojones extramuros de la norma positiva.

Tercero, la antes mencionada Escolástica Tardía del siglo XVI que se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, precursores agraciados de los valores y principios de la libertad económica y jurídica. Sus expositores más eminentes fueron Juan de Mariana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Tomás de Marcado, Luis Saravia de la Calle y Diego Covarrubias.

Cuarto, Algernon Sidney y John Locke en lo que respecta al origen de los derechos, especialmente el de propiedad, el derecho a la resistencia a la opresión y la consecuente limitación al poder político, temas complementados en el siglo siguiente con una mayor precisión sobre la división de poderes expuesta por Montesquieu al tiempo que vuelve sobre aquello de “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.

Quinto, la Escuela Escocesa integrada por Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y sus predecesores Carmichael y Hutcheson que contribuyeron en la edificación sustancial de los cimientos del orden espontáneo de la sociedad libre, en sucesivos alumbramientos de un proceso que no cabe en la mente de ningún planificador puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso, por lo que al intentar dirigir vidas y haciendas ajenas se concentra ignorancia.

Sexto, los textos de Acton y Tocqueville y más contemporáneamente Wilhelm Röpke que también la emprendieron contra los abusos del poder con énfasis en las manías del igualitarismo y la trascendencia de los valores morales. En esta etapa deben agregarse los nombres de los decimonónicos Burke, Spencer, Bentham, Mill padre e hijo, Constant, Jevons y Say en el nivel académico y Bastiat como un distiguido personaje en la difusión de las ideas liberales.

Séptimo, la Escuela Austríaca iniciada por la teoría subjetiva desarrollada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk aplicada a la teoría del capital y el interés. Retomó esta tradición Ludwig von Mises quien le dio un giro copernicano a la economía abarcando todos los aspectos de la acción humana en contraste con los enfoques neoclásicos y marxistas, al tiempo que demostró la imposibilidad de evaluación de proyectos y cálculo en una sociedad socialista. Un destacado discípulo de Mises fue Friedrich Hayek cuya obra, de modo sobresimplificado y al solo efecto de ilustrar, puede dividirse en tres segmentos. El primero referido a su opinión en cuanto a que la administración del dinero es una función indelegable del gobierno, en el segundo propone la privatización del dinero y en el tercero confiesa haber tenido otro shock como cuando estudió bajo la dirección Mises (que lo apartó de sus simpatías por la Sociedad Fabiana) al leer y comentar uno de los libros de Walter Block. En esta misma escuela sobresalen los trabajos de Israel Kirzner en los que señala los errores del llamado modelo de competencia perfecta que opera a contramano de la explicación del mercado como proceso y no uno de equilibrio, también los de Machlup en cuanto a la metodología de las ciencias sociales, de Haberler que resumió la teoría del ciclo, Dietze, Jouvenel y Leoni en el campo jurídico e incluso en el ámbito de las ciencias médicas y afines Roger J. Williams y Thomas Szasz.

Octavo, las escuelas de Law & Economics y de Chicago lideradas respectivamente por Aaron Director (quien convenció a los editores que publicaran Camino de servidumbre de Hayek) y Simons, Knight, Milton Friedman, Stigler y Becker, junto al Public Choice de Buchanan y Tullock. En paralelo, el importantísimo rol de los incentivos desarrollados por Robbins, Plant, Hutt, Demsetz, North y Coase.

Noveno, dentro de sus muchos aportes cabe resaltar el de autores como Karl Popper, John Eccles y Max Planck sobre los estados de conciencia, mente o psique en el ser humano distinto a su cerebro y a los otros kilos de protoplasma. Solo en base a esta concepción es posible la argumentación, las proposiciones verdaderas y falsas, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual y el sentido moral, a diferencia de lo que Popper definió como determinismo físico.

Y décimo, el cuestionamiento al monopolio de la fuerza desarrollado por Murray Rothbard, otro de los discípulos de Mises aunque este autor no coincidió con estos cuestionamientos del mismo modo que objetaron en una generación más joven Nozick y Richard Epstein. Entre otros, también participan de esta crítica al referido monopolio Benson, David Friedman, Hoppe y el antes mencionado Block, pero de un modo particularmente original y prolífico lo hizo Anthony de Jasay en gran medida en base a la teoría de los juegos. Respecto a este último autor es del caso tener presente que James M. Buchanan comentó su libro titulado Against Politics del siguiente modo: “Aquí nos encontramos con la filosofía política como debiera ser, temas serios discutidos con verba, ingenio, coraje y genuino entendimiento. La visión convencional será superada a menos que sus defensores puedan elevarse al desafío que presenta de Jasay”. En esta línea argumental, los temas fundamentales considerados por esta nueva perspectiva son los bienes públicos, las externalidades, los free-riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información, el teorema Kaldor/Hicks y el “equilibro Nash”. Un debate en proceso.

Aunque pertenece a una tradición opuesta a la que venimos comentando, es de interés considerar una fórmula que pretendía una revalorización dicha por Arthur C. Pigou por más que él mismo no haya entendido su propio mensaje en cuanto a que los economistas necesitan incluir “preferentemente más calor que luz” (more heat rather than light) en su disciplina en el sentido de que sin ceder un ápice en el rigor también trasmitir perspectivas estéticas y éticas inherentes a la libertad que dan cobijo a los receptores y completan el panorama. Es para tomar nota ya que en no pocas oportunidades las presentaciones liberales carecen de calor humano tal como marcó el antes citado Röpke quien en su libro traducido al castellano con el sugestivo título de Más allá de la oferta y la demanda nos dice: “Cuando uno trata de leer un journal de economía, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica”. Con razón el fecundo Thomas Sowell alude a la manía de presentar trabajos con ecuaciones innecesarias y lenguaje sibilino que decimos a veces se extiende a través de consejos a doctorandos que consideran que así impresionarán al tribunal, lo cual contradice lo escrito por el antes mencionado Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales, la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.

Esta es entonces en una píldora los ejes centralísimos de la larga y fructífera tradición de pensamiento liberal con sus exponentes más sobresalientes en la rama genealógica directa, pero debe enfatizarse que las etiquetas y las clasificaciones algunas veces encerrados en “escuelas” no siempre son de especial agrado de intelectuales de peso pues cada uno de ellos -así como también muchos otros no mencionados en el presente resumen- merecen no solo artículos aparte sino ensayos y libros debido a la riqueza de sus elucubraciones, lo cual he procurado consignar en escritos anteriores de mi autoría sobre buena parte de los autores mencionados. Antes la he citado a Mafalda, ahora lo vuelvo a hacer pero con otra de sus inquietudes que cubren las preocupaciones y ocupaciones de los autores a que hemos aludido en esta nota: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La careta del gigante.

Por Mario Vargas Llosa: Publicado el 13/7/14 en: http://elpais.com/elpais/2014/07/11/opinion/1405089994_921237.html

PIEDRA DE TOQUE. El mito de la ‘Canarinha’ nos hacía soñar hermosos sueños. Pero en el fútbol como en la política es malo vivir soñando y siempre preferible atenerse a la verdad, por dolorosa que sea

Me apenó mucho la cataclísmica derrota de Brasil ante Alemania en la semifinal de la Copa del Mundo, pero confieso que no me sorprendió tanto. De un tiempo a esta parte, la famosa Canarinha se parecía cada vez menos a lo que había sido la mítica escuadra brasileña que deslumbró mi juventud y esta impresión se confirmó para mí en sus primeras presentaciones en este campeonato mundial, donde el equipo carioca dio una pobre imagen haciendo esfuerzos desesperados para no ser lo que fue en el pasado sino jugar un fútbol de fría eficiencia, a la manera europea.

No funcionaba nada bien; había algo forzado, artificioso y antinatural en ese esfuerzo, que se traducía en un desangelado rendimiento de todo el cuadro, incluido el de su estrella máxima, Neymar. Todos los jugadores parecían embridados. El viejo estilo —el de un Pelé, Sócrates, Garrincha, Tostao, Zico— seducía porque estimulaba el lucimiento y la creatividad de cada cual, y de ello resultaba que el equipo brasileño, además de meter goles, brindaba un espectáculo soberbio, en que el fútbol se trascendía a sí mismo y se convertía en arte: coreografía, danza, circo, ballet.

Los críticos deportivos han abrumado de improperios a Luiz Felipe Scolari, el entrenador brasileño, al que responsabilizan de la humillante derrota por haber impuesto a la selección carioca una metodología de juego de conjunto que traicionaba su rica tradición y la privaba de la brillantez y la iniciativa que antes eran inseparables de su eficacia, convirtiendo a los jugadores en meras piezas de una estrategia, casi en autómatas. Sin embargo, yo creo que la culpa de Scolari no es solo suya sino, tal vez, una manifestación en el ámbito deportivo de un fenómeno que, desde hace algún tiempo, representa todo el Brasil: vivir una ficción que es brutalmente desmentida por una realidad profunda.

No hubo ningún milagro en los años de Lula, sino un espejismo que ahora comienza a despejarse

Todo nace con el Gobierno de Lula da Silva (2003-2010), quien, según el mito universalmente aceptado, dio el impulso decisivo al desarrollo económico de Brasil, despertando de este modo a ese gigante dormido y encarrilándolo en la dirección de las grandes potencias. Las formidables estadísticas que difundía el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística eran aceptadas por doquier: de 49 millones, los pobres bajaron a ser sólo 16 millones en ese período y la clase media aumentó de 66 a 113 millones. No es de extrañar que, con estas credenciales, Dilma Rousseff, compañera y discípula de Lula, ganara las elecciones con tanta facilidad. Ahora que quiere hacerse reelegir y que la verdad sobre la condición de la economía brasileña parece sustituir al mito, muchos la responsabilizan a ella de esa declinación veloz y piden que se vuelva al lulismo, el Gobierno que sembró, con sus políticas mercantilistas y corruptas, las semillas de la catástrofe.

La verdad es que no hubo ningún milagro en aquellos años, sino un espejismo que sólo ahora comienza a despejarse, como ha ocurrido con el fútbol brasileño. Una política populista como la que practicó Lula durante sus Gobiernos pudo producir la ilusión de un progreso social y económico que era nada más que un fugaz fuego de artificio. El endeudamiento que financiaba los costosos programas sociales era, a menudo, una cortina de humo para tráficos delictuosos que han llevado a muchos ministros y altos funcionarios de aquellos años (y los actuales) a la cárcel o al banquillo de los acusados. Las alianzas mercantilistas entre Gobierno y empresas privadas enriquecieron a buen número de funcionarios y empresarios, pero crearon un sistema tan endemoniadamente burocrático que incentivaba la corrupción y ha ido desalentando la inversión. De otro lado, el Estado se embarcó muchas veces en faraónicas e irresponsables operaciones, de las que los gastos emprendidos con motivo de la Copa Mundial de Fútbol son un formidable ejemplo.

El Gobierno brasileño dijo que no habría dineros públicos en los 13.000 millones que invertiría en el Mundial de fútbol. Era mentira. El BNDS (Banco Brasileño de Desarrollo) ha financiado a casi todas las empresas que ganaron las obras de infraestructura y que, todas ellas, subsidiaban al Partido de los Trabajadores actualmente en el poder. (Se calcula que por cada dólar donado han obtenido entre 15 y 30 dólares en contratos).

Las obras mismas constituían un caso flagrante de delirio mesiánico y fantástica irresponsabilidad. De los 12 estadios acondicionados sólo se necesitaban ocho, según advirtió la propia FIFA, y la planificación fue tan chapucera que la mitad de las reformas de la infraestructura urbana y de transportes debieron ser canceladas o sólo serán terminadas ¡después del campeonato! No es de extrañar que la protesta popular ante semejante derroche, motivado por razones publicitarias y electoralistas, sacara a miles de miles de brasileños a las calles y remeciera a todo el Brasil.

Las cifras que los organismos internacionales, como el Banco Mundial, dan en la actualidad sobre el futuro inmediato del Brasil son bastante alarmantes. Para este año se calcula que la economía crecerá apenas un 1,5%, un descenso de medio punto sobre los últimos dos años en los que sólo raspó el 2% . Las perspectivas de inversión privada son muy escasas, por la desconfianza que ha surgido ante lo que se creía un modelo original y ha resultado ser nada más que una peligrosa alianza de populismo con mercantilismo y por la telaraña burocrática e intervencionista que asfixia la actividad empresarial y propaga las prácticas mafiosas.

Las obras del Mundial de fútbol han sido un caso flagrante de delirio e irresponsabilidad

Pese a un horizonte tan preocupante, el Estado sigue creciendo de manera inmoderada —ya gasta el 40% del producto bruto— y multiplica los impuestos a la vez que las “correcciones” del mercado, lo que ha hecho que cunda la inseguridad entre empresarios e inversores. Pese a ello, según las encuestas, Dilma Rousseff ganará las próximas elecciones de octubre, y seguirá gobernando inspirada en las realizaciones y logros de Lula da Silva.

Si es así, no sólo el pueblo brasileño estará labrando su propia ruina y más pronto que tarde descubrirá que el mito en el que está fundado el modelo brasileño es una ficción tan poco seria como la del equipo de fútbol al que Alemania aniquiló. Y descubrirá también que es mucho más difícil reconstruir un país que destruirlo. Y que, en todos estos años, primero con Lula da Silva y luego con Dilma Rousseff, ha vivido una mentira que irán pagando sus hijos y sus nietos, cuando tengan que empezar a reedificar desde las raíces una sociedad a la que aquellas políticas hundieron todavía más en el subdesarrollo. Es verdad que Brasil había sido un gigante que comenzaba a despertar en los años que lo gobernó Fernando Henrique Cardoso, que ordenó sus finanzas, dio firmeza a su moneda y sentó las bases de una verdadera democracia y una genuina economía de mercado. Pero sus sucesores, en lugar de perseverar y profundizar aquellas reformas, las fueron desnaturalizando y regresando el país a las viejas prácticas malsanas.

No sólo los brasileños han sido víctimas del espejismo fabricado por Lula da Silva, también el resto de los latinoamericanos. Porque la política exterior del Brasil en todos estos años ha sido de complicidad y apoyo descarado a la política venezolana del comandante Chávez y de Nicolás Maduro, y de una vergonzosa “neutralidad” ante Cuba, negándoles toda forma de apoyo ante los organismos internacionales a los valerosos disidentes que en ambos países luchan por recuperar la democracia y la libertad. Al mismo tiempo, los Gobiernos populistas de Evo Morales en Bolivia, del comandante Ortega en Nicaragua y de Correa en el Ecuador —las más imperfectas formas de Gobiernos representativos en toda América Latina— han tenido en Brasil su más activo valedor.

Por eso, cuanto más pronto caiga la careta de ese supuesto gigante en el que Lula habría convertido al Brasil, mejor para los brasileños. El mito de la Canarinha nos hacía soñar hermosos sueños. Pero en el fútbol como en la política es malo vivir soñando y siempre preferible —aunque sea dolorosa— atenerse a la verdad.

 

Mario Vargas Llosa es Premio Nobel de Literatura y Doctor Honoris Causa de ESEADE.

Las armas usuales contra la vida y la libertad

 Por Alejandra Salinas:

 

Para Abel fue una piedra; a Sócrates le tocó beber cicuta; Luther King recibió un impacto de bala. Los tres son íconos históricos sacrificados en su lucha por la justicia, la verdad, la igualdad y la libertad, junto a millones de otras personas más anónimas pero no por eso menos importantes. La historia mundial está plagada de la violencia proveniente de grupos intolerantes, fanáticos, ruines o ladrones (la lista de sus atributos es larga), empuñando sus armas usuales contra personas inocentes y contra quienes se animaron a protestar y actuar públicamente en defensa del respeto incondicional de la vida, libertad y dignidad humana. Primeros entre los grupos responsables por esos crímenes han figurado siempre los gobiernos, operando mediante guerras, persecuciones y asesinatos, cuando no mediante planes quinquenales y reclutamientos forzosos que también terminaban en hambrunas y muertes masivas. En efecto, la muerte a manos de un gobierno ha sido la primera causa de muerte a nivel mundial: antes del siglo XX murieron ca. 133 millones de personas debido al exterminio gubernamental, y entre 1900 y 1999 éste se cobró 262 millones de muertos, según los cálculos del profesor R.J. Rummel en su libro Death by Government (New Brunswick, N.J.: Transaction Publishers, 1994, actualizados on line en: http://www.hawaii.edu/powerkills/NOTE1.HTM). Rummel llama «democidio» a la muerte de personas individuales o grupos por el gobierno, incluyendo genocidios, politicidios y matanzas masivas.

Los hallazgos empíricos del prof. Rummel sólo confirman lo que ha constituido el axioma central del liberalismo clásico acerca de los graves riesgos que conlleva la función de gobernar para la vida, la propiedad y la libertad individual, riesgos que se multiplican y agudizan cuando un régimen de gobierno se torna ilimitado e intolerante. Desde la conclusión de Algernon Sidney que de nada vale derrocar a un tirano si no se termina con la tiranía, pasando por la premisa de Acton acerca de que el poder absoluto implica corrupción absoluta, y la invitación de Jefferson a una vigilancia ciudadana eterna, el pensamiento político liberal se ha ocupado incansablemente de revisitar y refrescar estas advertencias. En una variante más contemporánea de análisis político, la filósofa J. Shklar advierte que el miedo a la crueldad gubernamental ha inspirado «el liberalismo del miedo», dirigido a luchar contra la maldad y la crueldad políticas corporizadas en regímenes opresivos y horrorosos. Nadie puede ignorar ni dejar de denunciar lo que sucede en esos regímenes, afirma Shklar.

Lo que nos trae al análisis del caso de Venezuela. En estos días el mundo es testigo del accionar cruel y violento del gobierno de ese país, que ha perseguido y reprimido a manifestantes que marchaban ejerciendo su derecho a la protesta y de petición para exigir la urgente reforma hacia una política democrática y liberal. La violación del derecho a la protesta y de los otros derechos individuales en Venezuela -así como en Cuba y otros lugares-  debe ser criticada y condenada con urgencia en todo el mundo, y en particular en nuestra región: así nos lo reclama el compromiso moral y cívico con los muertos, heridos y presos, triste pero previsible resultado de la represión oficial de la protesta. En este sentido es de lamentar profundamente que no haya más voces latinoamericanas condenando los sucesos y promoviendo medidas de apoyo a los sufridos pueblos mantenidos en la sujeción al régimen y en el abandono. En particular, es muy preocupante que gobiernos como el argentino sigan defendiendo al régimen dictatorial de Maduro.

¿Qué hacer? Se vislumbran tiempos de agitación, desvelo y crisis en pos de un Estado venezolano más libre y justo. Lo mismo sucede en otros países sujetos también al flagelo de dictaduras, populismos, y a la irresponsabilidad y corrupción política endémica. Desde lo académico, ahora más que nunca cabe redoblar nuestro esfuerzo para seguir enseñando y difundiendo los principios de la libertad y dignidad individual, convocando a la Universidad y a la comunidad toda a ser partícipes de esta tarea.

Concluyo esta reflexión con una cita del ya citado profesor americano que registró las cifras mundiales de democidio:

«Después de ocho años leyendo y grabando a diario sobre decenas de millones de hombres, mujeres y niños torturados o golpeados hasta la muerte, colgados, heridos y enterrados vivos, quemados o muertos de hambre, apuñalados o cortados en pedazos, y asesinados en todas las otras formas creativas e imaginativas que los seres humanos puedan idear, nunca he sido tan feliz de concluir un proyecto. No he encontrado fácil leer una y otra vez sobre los horrores que personas inocentes han sido forzados a sufrir. Lo que me ha mantenido en esto fue la creencia -tal como la investigación preliminar parece indicar-, de que había una solución positiva a toda esta matanza y un curso de acción política claro para ponerle fin. Y los resultados verifican esto. El problema es el Poder. La solución es la democracia. El curso de acción es fomentar la libertad».

 

Alejandra M. Salinas es Licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y Doctora en Sociología. Fue Directora del Departamento de Economía y Ciencias Sociales de ESEADE y de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas. Es Secretaria de Investigación y Profesora de las Asignaturas: Teoría Social, Sociología I y Taller de Tesis de ESEADE.

Los peligros de la envidia

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 19/9/13 en: http://independent.typepad.com/elindependent/2013/09/los-peligros-de-la-envidia.html#more

En debates abiertos se avanza o retrocede según sea la calidad y la penetración de los argumentos, pero cuando irrumpe el envidioso no hay razonamiento posible puesto que no surgen ideas sino que se destila veneno. Este fenómeno constituye una desgracia superlativa ya que se odia el éxito ajeno y cuanto más cercana la persona exitosa mayor es la fobia y el espíritu de destrucción. Habitualmente el envidioso de los logros ajenos está en relación directa a la proximidad. En nuestro siglo no se envidian las hazañas intelectuales de Sócrates sino del vecino, del pariente, del par o de quienes viven en la misma sociedad.

En el plano económico y jurídico el problema se torna grave puesto que se pretende limar los resultados de los que sobresalen por sus talentos y capacidades con lo que tiende a desmoronarse el edificio de las relaciones interpersonales. Se aniquilan las ventajas de los procesos de mercado junto a todo el andamiaje institucional.

Lo insidioso de la envidia es que no se muestra a cara descubierta sino que se tira la piedra y se esconde la mano. El envidioso siempre se oculta tras una máscara. Le desagrada la mejor posición del otro hasta el límite que a veces no toma en cuenta los propios perjuicios que se generan cuando sus dardos dan en el blanco. Un destacado empresario cubano exiliado en la Argentina contaba que un fulano que quedó en la isla, cuando se le señaló los desastres del comunismo para él mismo y para todos sus compatriotas reconoció el hecho pero dijo con alegría y satisfacción que “por lo menos” tales y cuales comerciantes exitosos quebraron.

La manía de la guillotina horizontal procede también de la envidia además de conceptos errados. De allí surge el inaudito dicho por el que “nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo necesario”, como si nadie pudiera comer langosta antes que todo el planeta tuviera pan sin comprender que el lujo es el estímulo para que los eficientes expandan su producción haciendo que lo superfluo hoy resulte en un bien de consumo masivo mañana. Las tasas de capitalización que resultan de ganancias incrementadas es lo que hace posible salarios e ingresos mayores en términos reales. Que nadie pueda contar con una computadora antes que todos dispongan de papel y lápiz es tan descabellado como suponer que nadie pueda tocar la guitarra antes que todos tengan zapatos.

No solo no se ve la conexión entre los beneficios y mayores márgenes operativos con la mejora en los niveles de vida de los demás, sino que se suele insistir en las virtudes de la pobreza como si fuera una cualidad moral excelsa, elucubración por cierto contradictoria, incompatible y mutuamente excluyente con la articulación de un discurso que proclama la necesidad de reducir la pobreza.

Hay una célebre carta del ministro de la Corte Suprema de EE.UU. Oliver Wendell Holmes, Jr. dirigida al economista de la London School of Economics Harold Laski fechada el 12 de mayo de 1927 en la que se consigna que “No tengo respeto alguno por la pasión del igualitarismo, la que me parece simplemente envidia idealizada”. Esto es así, fuera de las conclusiones insensatas sobre la llamada redistribución de ingresos, ocupa un amplio terreno la envidia que ingresa de contrabando bajo un ropaje argumental vacío de sustancia.

Hoy en día la mayor parte de los discursos políticos están inflamados de odio y resentimiento a quienes han construido sus fortunas lícitamente en los mercados abiertos, mientras que esos mismos políticos generalmente se apoderan de dineros públicos y les cubren las espaldas a mafiosos amigos del poder que asaltan a la comunidad con sus privilegios inauditos.

En realidad, en un contexto de libertad y de competencia la asignación de recursos depende de los gustos y preferencias de la gente a través de los votos en los plebiscitos diarios del supermercado y equivalentes. Entonces, la diferencia de patrimonios y rentas derivan de esas votaciones, las cuales no son irrevocables ya que son cambiantes en la medida en que se acierte o se yerre en satisfacer los requerimientos de los demás. Y cuando se habla de monopolio lo que debe resultar claro es que deben combatirse los otorgados por el poder político puesto que los naturales son consecuencia del apoyo del público consumidor. En otros términos, el monopolio que no surge del privilegio estatal constituye un paso necesario en los procesos abiertos ya que el que primero descubre un producto farmacéutico o una nueva tecnología no debe ser combatido por ser el primero sino que debe mantenerse la competencia para que la cantidad de oferentes sea la que la gente vote en el mercado. Competencia no quiere decir que haya uno, varios o ninguno, todo depende de las circunstancias imperantes, el tema central es que el mercado se encuentre permanentemente abierto de par en par al efecto de que cualquiera desde cualquier punto del planeta puede ingresar al mercado con sus bienes o servicios.

Los Gini ratios y similares pueden constituir curiosidades de algún valor para conocer la dispersión del ingreso, pero son irrelevantes para concluir que el delta es mejor o peor. Como ha escrito el premio Nobel en economía James Buchanan “mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras la fuerza y el fraude queden excluidos, aquello sobre lo cual se acuerda es, por  definición, eficiente”. Por eso es que Friedrich Hayek ha consignado que “La igualdad de normas del derecho es la única igualdad que conduce a la libertad y la única que debe asegurarse sin destruir la libertad”, Ludwig von Mises apunta que “La desigualdad de los individuos respecto a la riqueza y los ingresos es una característica esencial de la economía de mercado” y Robert Nozick se detiene a mostrar las incoherencias de la guadaña estatal tendiente a reducir las diferencias de ingresos y patrimonios y lo mismo hace Robert Barro al mantener que “el determinante de mayor importancia en la reducción de la pobreza es la elevación del promedio del ingreso [ponderado] de un país y no el disminuir el grado de desigualdad”.

Como hemos señalado antes, el igualitarismo de resultados no solo contradice las indicaciones de la gente en el mercado con lo que se consume capital y consiguientemente se reducen salarios, sino que, estrictamente, es un imposible conceptual puesto que las valorizaciones son subjetivas y, por ende, no habría una redistribución que equipare a todos por igual (además, las comparaciones intersubjetivas no son posibles) y, para peor, aún no considerando lo dicho, en cualquier caso debe instaurarse un sistema de fuerza permanente para redistribuir cada vez que la gente se salga de la marca igualitaria. Este es el problema de autores como los Rawls, Dworkin, Thorow, Tobin o Sen para citar los más destacados propulsores del igualitarismo.

La llamada “justicia social” puede significar una de dos cosas: o es un pleonasmo grosero ya que la justicia no puede ser vegetal, mineral o animal o, de lo contrario, se traduce en la facultad de los aparatos estatales para sacar lo que les pertenece a unos para darlo a otros a quienes no les pertenece lo cual contradice la clásica definición de Justicia de “dar a cada uno lo suyo”. Por eso es que Mencken explica que para el envidioso el problema no es la injusticia sino que “es la justicia lo que duele”.

Como queda dicho, en los debates aparecen las contradicciones y los saltos lógicos pero frente al envidioso no hay defensa sobre todo porque opera en las sombras alegando otras razones que son meros disfraces y máscaras que ocultan su disgusto mayúsculo para con los que sobresalen y, en general, contra cualquier manifestación de excelencia. De más está decir que la envidia no solo arremete contra los exitosos en el mundo de los negocios, la emprenden también con virulencia contra los que se destacan en ámbitos académicos, deportivos y artísticos. El odio está dirigido a los mejores, sin atenuantes. Para recurrir a la terminología de la teoría de los juegos, se presenta aquí un proceso de suma cero: el triunfo del prójimo es la derrota del envidioso que la siente como una pérdida personal irreparable.

Tal vez las tres obras que tratan con mayor rigor y solvencia el peligro de la envidia sean la de Helmut Schoeck (La envidia. Una teoría de la sociedad, Buenos Aires, Club de Lectores), la de Robert Sheaffer (Resentment Against Achievement, New York, Prometheus Books) y la editada por Peter Salovey (The Psychology of Jealousy & Envy, London, The Guilford Press).

Termino con una cita del primero de los libros mencionados que resume magníficamente el tema que nos ocupa en esta nota periodística: “La mayoría de las conquistas científicas por las cuales el hombre de hoy se distingue de los primitivos por su desarrollo cultural y por sus sociedades diferenciadas, en un palabra, la historia de la civilización, es el resultado de innumerables derrotas de la envidia, es decir, de los envidiosos”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

SOBRE LA ENSEÑANZA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 19/5/13. En http://gzanotti.blogspot.com.ar/2013/05/sobre-la-ensenanza.html?m=1

–         El enseñar no surge (como sí la creación de Dios) de la nada. Nace del apasionamiento por la verdad, por haberla buscado a fondo y seguirla buscando, nace de leer con ese espíritu, con un programa de investigación in mente. De allí surge el querer conversarlo con los demás, y ese acto de conversación es enseñar.

–         La seguridad del educador no nace, pues, de su soberbia, sino de la tranquilidad que tiene el que ha buscado la verdad y la sigue buscando. Ello, sencillamente, se nota, se expande como la luz.

–         Querer enseñar surge no sólo del propio entusiasmo, sino del amor a los demás, y no en forma abstracta, sino concreta, personal: amor a cada uno de los alumnos que tenemos delante. Amor que se expresa en todas las enseñanzas que sobre él nos dejó San Pablo.

–         Cuando entres al aula, entra entonces con esa seguridad, con ese entusiasmo, en ese afecto. No se adquieren por ningún método. O lo has vivido, o no.

–         Di tu nombre, y aclara que todos pueden estar en desacuerdo contigo, incluso, con eso último. Ello, para que todos se sientan invitados a expresar su propio pensamiento.

–         No se sabe para opinar, se opina para saber, esto es, esa libre expresión del pensamiento es la que el educador tiene que ir dirigiendo socráticamente hacia la verdad. Nunca digas no: reconduce, observa la parte de verdad, fíjate desde dónde el alumno habla, y desde allí sigues.

–         Si hay algún desacuerdo que no se soluciona, no forcejees. Déjalo como un tema que hay que seguir meditando entre todos.

–         No preguntes “alguien sabe qué es”, o “alguien sabe cómo se llama”, o “alguien sabe cómo se dice”………….. Etc. Porque cuando escuches las respuestas, tendrás que corregir, decir no, y entonces los demás tendrán miedo de equivocarse. Y lo peor es que el primer equivocado puedes ser tú.

–         Expone, sencillamente, tu posición sobre el tema, dejando claro que todos te pueden preguntar y disentir. Así el diálogo surge solo. La verdad os hará libres, sí, pero en este caso la libertad conducirá hacia la verdad. Si no admites desacuerdos, si sólo buscas que el otro repita lo que tú dices, y si lo repite bien lo premias y si no lo castigas, vivirás, tú y los demás, en una gran ilusión óptica. La verdad no emerge del que repite lo tuyo por premio o castigo. Solamente el propio convencimiento conduce a hacer propia la verdad. Y ese convencimiento surge sólo de argumentos.

–         Que tu apertura al diálogo sea verdadera. No es sólo un método, es un convencimiento de que no lo sabes todo y te puedes llevar una sorpresa.

–         No te preocupes por exponer “todo”. Siempre es algo. Es más, lo habitual es que una clase sea como abrir el ropero que conduce a narnias infinitas. Tú muestra con el entusiasmo del viajero los mundos que ya recorriste. Pero no los metas por la fuerza. Muestra las puertas abiertas del fascinante ropero, y deja que la única magia genuina, el entusiasmo del alumno, se introduzca. Y haces eso para que, precisamente, ellos recorran más que tú.

–         Si alguien, al ejercer el derecho al disenso que tú le respetas, te agrede, te insulta, se burla de ti o de los demás o sólo escupe su soberbia, deja pasar todo ello como el agua deja pasar la hoja del cuchillo. Haz como que nada pasa, protege, sí, a los demás, y sigue adelante. La humildad, por lo demás, también se transmite. En general si estás calmo, obtendrás calma. Como dice un proverbio oriental: si tocas suavemente un tambor, sonará suave, si lo golpeas con violencia, responderá con estruendo.

–         La única autoridad que tienes es la moral: la que surja de tu bondad y camino recorrido. No tienes otra. La tentación de obtenerla merced a premios, castigos y etc. es muy fuerte pero por favor no cedas, porque en ese mismo instante dejarás de ser educador para pasar a ser entrenador de animales.

–         Si “el sistema” ya “es” así, cuidado con entrar. Y si entras, mantén la fortaleza de ser educador o vete.

–         Tu “mundo” es tu aula. Eso es lo que puedes cambiar. Toda palabra que surja de ti es performativa: la palabra es tu herramienta fundamental. Las palabras construyen los imperios o los destruyen; las palabras forman personas o las destrozan.

–         Nada es fácil o difícil, todo es, sencillamente, fascinante, todo es algo que debe hacerte erizar el cabello, sea un poema de Borges, un texto de Santo Tomás de Aquino o un artículo de Plank sobre la física cuántica. Que sea fácil o difícil es una cuestión de hábito.

–         No los dejes solos con textos que no entiendan. Lee con ellos, y si no puedes, de vuelta, no los dejes solos.

–         Si alguien se siente demasiado cuidado por ti, y es partidario de otra filosofía de vida, donde hay que entrenarse para este mundo cruel, dile que tiene razón, pero que TU mundo no es cruel. Y que el mundo es lo que nosotros hacemos, pensamos, decimos.

–         Por lo demás, cada alumno es él mismo. Conócelo y singulariza lo que él necesita.

–         Tú no hablas sólo con tus palabras. Tú hablas, emites mensajes, desde que apareces, caminas y en el modo en que te diriges a ellos por primera vez. Tú hablas con tus miradas y gestos, con tus manos y con el tono de tu voz. Nada de ello se puede añadir artificialmente: los alumnos se dan cuenta en una milésima de segundo. Si algo de ello falla, es que algo de ti mismo está fallando.

–         Por lo demás, ¿quién dijo que tienes que ser Dios? Admite con sinceridad tus falencias, pide perdón si alguna de ellas daña a alguien; nunca hables de caminos que no has recorrido y que todo saber sea el fruto de tu vida, porque entonces tu saber será tan auténtico, limitado y falible como es tu vida misma, que es una luz finita, que ilumina no por su finitud sino por haber sido vivida con sinceridad y pasión.

–         Habría tanto más…………………………… Pero la enseñanza no es un método que se enchufa a un circuito de cualquier cerebro. La enseñanza es simplemente la irradiación de tu vida. Vive apasionado por la verdad y por tus alumnos, confía más en la misericordia que en la humana justicia, y todo lo demás se dará por añadidura.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Esprofesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.