El punto de partida debe ser separar dos instituciones del gobierno argentino: el Tesoro Nacional y la autoridad monetaria
Los pasivos monetarios del BCRA que están fuera del sistema en forma de Leliq y pases triplican el circulante, y representan una amenaza de mayor inflación futura que la dolarización debe contemplar, y también un eventual programa de estabilización (Reuters)
La práctica habitual de esta Argentina de -por lo menos- las últimas dos décadas consiste en que el Tesoro cubre sus déficits presupuestarios a través de la monetización que le proporciona el Banco Central de la República Argentina (BCRA).
Esa situación compromete a la autoridad monetaria de dos maneras:
1. El procedimiento consiste en que el Tesoro recibe pesos emitidos por el BCRA y entrega a cambio bonos o Letras Intransferibles (LI) y Adelantos Transitorios (AT). Si lo queremos observar en el Balance del BCRA tendríamos Pasivos compuestos con los pesos emitidos, y en el Activo la acumulación de dichas LI y AT. Un error frecuente con estas LI y AT es que se piense que valen “0″, pero también se equivoca el BCRA en tomarlo en el activo al valor nominal. Ni una cosa ni la otra. Las LI y los AT tiene valor similar a otros bonos que paga el Tesoro, con lo cual su valor no puede ser nulo. Pero si se tomara al valor de mercado, en lugar de su valor nominal, entonces el activo caería aproximadamente a la mitad advirtiendo lo comprometido que está el balance del BCRA.
La situación del balance precario de la autoridad monetaria, en pocas palabras, es provocada por este procedimiento de monetización de los desequilibrios fiscales que acumula el Tesoro Nacional. Cabe señalar que dicho procedimiento implica un proceso de deuda intra-sector público que ha sido subestimado, pero, además, que crece día a día por continuar con esta práctica; y
La situación del balance precario de la autoridad monetaria, en pocas palabras, es provocada por este procedimiento de monetización de los desequilibrios fiscales
2. Una vez que el Tesoro dispone de estos pesos, los introduce en el mercado a través de diversas políticas de gasto, lo que luego exige a la autoridad monetaria que “esterilice”, captando los bancos depósitos a plazo fijo, lo que sólo pueden hacer por las altas tasas de interés que el BCRA les paga a estos. Estos pasivos que están fuera del sistema en forma de Leliq y pases triplican el circulante, y representan una amenaza de mayor inflación futura que la dolarización debe contemplar, y también un eventual programa de estabilización.
Si un gobierno futuro deseara dolarizar, el primer paso será observar precisamente que el Balance del BCRA tiene una alta proporción de bonos intransferibles cuya cotización está tan devaluada como los otros activos que encontramos en el país. Si en ese activo hubiera en su lugar bonos “transferibles”, estos podrían venderse en el mercado por dólares que facilitarían la conversión requerida para la dolarización, aunque esto sería insuficiente.
Una de las iniciativas
Una de las tantas propuestas que circula para dolarizar la economía argentina es precisamente el proceso en el cual el Tesoro Nacional toma una deuda de 40/45 mil millones de dólares, precisamente para canjear o rescatar esos bonos “intransferibles” y capitalizar al BCRA. Esta nueva deuda en dólares no es “más” deuda, precisamente porque viene a sustituir una deuda intra-sector público ya existente. La ventaja de tomarla es que le provee al BCRA de las divisas necesarias para dolarizar la economía, evitando grandes perdedores en el proceso.
Cabe aquí llamar la atención de los críticos, en que la medida busca sanear una situación heredada que deberá atenderse con o sin dolarización, para evitar un nuevo proceso hiperinflacionario, un nuevo plan Bonex, o un nuevo Rodrigazo.
Una de las tantas propuestas que circula para dolarizar la economía argentina es precisamente el proceso en el cual el Tesoro Nacional toma una deuda de 40/45 mil millones de dólares, precisamente para canjear o rescatar esos bonos “intransferibles” y capitalizar al BCRA (Reuters)
7 puntos claves
Han surgido una serie de críticas a las que queremos darle respuesta:
1. “La dolarización no es una receta mágica que resuelve todos los problemas de la economía argentina”: Esto es cierto, por supuesto. Argentina necesita un plan integral de reformas que ataque uno por uno todos los frentes, definiendo propuestas de primera, segunda y tercera generación, según sus prioridades y posibilidades políticas de implementación. La ventaja de la dolarización es que permite alcanzar el objetivo de la estabilidad monetaria de forma más rápida que cualquier programa de estabilización.
2. “El problema no es monetario. Es fiscal. La dolarización no resuelve el problema fiscal”: Esto también es cierto. La dolarización requiere de un equilibrio fiscal complementario. De otro modo la medida fracasará. Pero, aunque Argentina tenga equilibrio fiscal, necesitará resolver el problema de Leliq y pases mencionado, y que esta propuesta contempla. Dicho esto, aunque el problema fiscal es mayúsculo, también lo es el monetario. Que los gobiernos hayan tenido acceso a la monetización que les provee el BCRA ha quitado toda responsabilidad en el manejo de los recursos públicos. Dolarizar le pone un cepo a la emisión.
3.“La Argentina no tiene dólares hoy para dolarizar”: También es cierto, pero no sería ésta la Argentina que va a dolarizar, sino la de un nuevo gobierno que genere mayor confianza en el mercado a través de las otras medidas complementarias. Ya se pudo ver en la presidencia de Mauricio Macri (2015-2019) que con sólo levantar el cepo cambiario y hacer anuncios sobre correcciones de tarifas, generó una confianza mayor que atrajo capitales y permitió acumular reservas en el BCRA, aun cuando restaban hacerse las reformas estructurales centrales para el ordenamiento macroeconómico. En este caso, es fundamental que el gobierno ofrezca señales claras para alcanzar este ordenamiento, lo que a su turno generará las condiciones adecuadas para implementar la dolarización.
La propuesta de Emilio Ocampo y Nicolás Cachanosky consiste en crear un fideicomiso de liquidación del BCRA en una jurisdicción segura (tal vez Nueva York). Se transfieren a ella activos como las mencionadas LI y AT y también los pasivos financieros, como las Leliqs. Lo que se propone es titulizar los activos del BCRA a través de un fideicomiso, lo que se conoce como una obligación de deuda colaterizada. En la medida que el gobierno genera confianza y esto se traduce en bajas tasas de interés, esto alentará a otros inversores a ingresar al fideicomiso, pues los activos que adquieren tendrán valores presentes crecientes.
4.“Nadie la prestará dólares a esta Argentina”: Es cierto también. Pero repito que no es esta la Argentina que va a dolarizar, sino otra dirigida por otro gobierno con un perfil promercado en sus propuestas de política económica, el cual generará la confianza para atraer esas divisas al fideicomiso. Argentina está dormida productivamente, y este cambio integral despertará su potencial de crecimiento por el cambio de reglas que implica, incluyendo la estabilidad monetaria.
5. “La dolarización requiere de una fuerte devaluación que empobrecerá a los argentinos”: La propuesta de Ocampo y Cachanosky no requiere de una devaluación. Simplemente se dolariza al tipo de cambio de mercado, que hoy se representa tal vez en el “blue”. Hoy no sabemos cuál será este tipo de cambio “blue” al cierre de 2023, pero la devaluación que se está experimentando no es provocada por el gobierno que dolariza, sino por el precedente. Es curioso que hoy Argentina ya sufre el costo de dolarizar, pero no disfruta de sus beneficios.
Por otro lado, si bien los ingresos y salarios de los argentinos están muy depreciados en dólares producto de la actual devaluación y escasez de divisas, es plausible pensar que, tras el proceso de dolarización, la Argentina recuperará una senda de crecimiento y una entrada de capitales que permitirá recuperar esos ingresos y salarios deprimidos. La recuperación será más rápida que con cualquier otro plan de estabilización que hoy se está proponiendo. Y es que la dolarización ofrece estabilidad monetaria, pero, además -al eliminarse el costo de devaluación- también permite reducir las tasas de interés nominales y reales.
Argentina está dormida productivamente, y este cambio integral despertará su potencial de crecimiento (EFE)
6. “Se pierde el señoreaje”: Algunos técnicos han señalado que Argentina perderá el señoreaje por abandonar su propia moneda, cediendo estos ingresos al gobierno de Estados Unidos. Si bien esto es cierto, sugiero comparar ese costo con el otro que provoca hoy la existente tasa de inflación a los argentinos, o con los beneficios de la estabilidad monetaria.
7. “El dólar es una moneda también inestable”: Es cierto que Estados Unidos está experimentando una tasa de inflación históricamente alta, pero la misma sigue manteniéndose dentro de un dígito. Si Argentina dolariza, la tasa de inflación convergerá hacia aquella, reduciéndose desde 105% al año (tal vez más al llegar diciembre) a un 5% anual, y posiblemente en baja.
Pero aun si la Reserva Federal continuará con sus políticas inflacionarias y depreciara su moneda, los argentinos podrán tener la opción de moverse a otra moneda que les genere mayor confianza.
La dolarización es aplicada únicamente para cambiar los pesos por una divisa que hoy el mercado demanda espontáneamente, pero un día después se abre un proceso de competencia de monedas que permitirá a los argentinos recuperar la capacidad de elegir con qué moneda quieren operar en sus contratos.
Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.Sigue a @AdrianRavier
Argentina tiene la dolarización en la mesa de debate. Empresarios, banqueros y políticos lo están considerando como una opción real
La opción de la dolarización de la economía local es uno de los temas del debate electora de este año (REUTERS/Dado Ruvic/Ilustración)
Los datos del IPC de este primer trimestre 2023 muestran que Argentina ya ha superado la inflación del 100% para los últimos doce meses.
Resumiendo la historia reciente, la convertibilidad de 1991 a 2001 le ha dado a la Argentina los 10 últimos años de estabilidad monetaria. El kirchnerismo (2003-2015) cambió las reglas, y con ello volvió la inflación. Federico Sturzenegger, bajo el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), fracasó en el último intento de configurar un programa de estabilización. Y bajo el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023) se han sucedido diversos ministros de economía que jamás tuvieron en carpeta la idea de estabilizar los precios, y si lo hicieron, fue a través de un fallido intento de controlar algunos precios. La situación actual, sin embargo, no es una excepción por una sucesión de malas gestiones de la moneda. Desde la creación del Banco Central de la República Argentina en 1935 esta situación de inestabilidad ha sido la norma.
Las propuestas de dolarización se habían multiplicado hacia fines de la década de 1990 como consecuencia del posible abandono de la convertibilidad. De hecho, Carlos Menem llegó a proponerla primero en 1999 ante la devaluación de Brasil, y luego como su plan de gobierno en 2003, cuando abandonó el ballotage que lo hubiera enfrentado a Néstor Kirchner. Entre aquellas propuestas quizás la que más ruido hizo fue la de Steve Hanke, un economista extranjero que contribuyó a que otros países tomaran ese camino, como fue el caso de Ecuador y El Salvador. En ese mismo momento, el propio Domingo Cavallo, padre de la convertibilidad, había rechazado la propuesta, lo mismo que la mayoría de los economistas locales, con escasas excepciones.
En la coyuntura de los últimos años las propuestas vuelven a emerger, aunque ahora con una representación más local. Por un lado, junto a Nicolás Cachanosky presentamos una propuesta de reforma del sistema financiero en 2014, pero el gobierno de Mauricio Macri la ignoró. Emilio Ocampo, también con Nicolás Cachanosky, presentaron una propuesta más completa en un libro de reciente publicación titulado “Dolarzación. Una solución para la Argentina”. Junto a Jorge Avila y Osvaldo Schenone, también publicamos otro libro con un carácter un poco más institucional titulado “Populismo, restricciones constitucionales y dolarización oficial para Argentina”. Y se puede mencionar también la propuesta de Alfredo Romano en otro libro titulado “Dolarizar”. Los tres libros contienen diferencias en el margen, pero resuelven muchos de los mitos que hoy circulan entre los críticos.
Comencemos por definir las dos posibilidades de dolarización. La primera implica mantener el peso, y plantear un sistema bimonetario, donde la circulación del dólar no tenga restricciones. Implica por supuesto eliminar el cepo cambiario, pero además suprimir el curso forzoso. Los argentinos podrían realizar contratos en la moneda que deseen, sea el peso o el dólar, pero también se abre una competencia entre muchas otras monedas. Como decía Friedrich Hayek en un libro titulado “La desnacionalización del dinero”, bajo este esquema operaría la Ley de Gresham, en la cual la moneda buena desplazará a la moneda mala. Presuponemos que los argentinos utilizarán los pesos para realizar sus pagos de impuestos y gastos, pero dejarán el dólar para otras funciones como reserva de valor. Si además el Banco Central propone una regla en la que no seguirá expandiendo la cantidad de pesos en circulación, entonces el esquema podría ir permitiendo que Argentina reduzca la tasa de inflación mes a mes, sin generar temor en gran parte de la población.
El obstáculo que algunos economistas observamos en esta propuesta es que un futuro populismo no tiene más que romper esa regla para volver a abusar de la posibilidad de monetizar los desequilibrios presupuestarios, lo que nos devolvería a la inflación en un futuro cercano, reduciendo previsibilidad a quienes quieran invertir en el país.
La segunda propuesta es un poco más audaz, pues implica eliminar el peso. Para ello se le pedirá a los argentinos algo que ya hicieron en 1991 cuando se estableció la convertibilidad. En aquella oportunidad los argentinos se presentaron a la caja de un banco y cambiaron sus australes por dólares a una tasa de cambio de 10.000 australes por 1 peso. La ley de convertibilidad a su vez fijaba una paridad de 1 peso = 1 dólar. No sólo ello. El Banco Central además estaba imposibilitado de imprimir nuevos pesos, si no se sumaba nuevos dólares en reserva.
En estos tiempos de la era digital la conversión sería bastante más sencilla, pues bastaría un click en home banking para gran parte de la población para convertir sus tenencias en pesos por dólares a la tasa de conversión pre-fijada.
La pregunta que surge aquí es posiblemente la que más preocupa a la población, y a muchos economistas. ¿Cuál sería la tasa de conversión elegida en un país que no tiene dólares? Para quien escribe es curioso que haya economistas profesionales que sostengan que no hay dólares en Argentina. La respuesta, sin embargo, abre varias opciones, pues la tasa de conversión dependerá de numerosos factores políticos que varían de acuerdo a quienes construyen sus propuestas. Veamos algunos de estos.
Quizás la primera cuestión es manifestar el volumen de pesos que hoy circula en la economía, o el que potencialmente circulará el 10 de diciembre de 2023 cuando emerja eventualmente en las urnas el próximo Presidente con ánimo dolarizador. Estos pesos implican el circulante que utilizamos los argentinos para transacciones, pero también todos aquellos pesos que los argentinos o algunos instituciones argentinas han depositado a plazo fijo en los bancos, los que a su vez, depositaron este dinero en el Banco Central animados por una atractiva tasa de interés. La preocupación es tal que puede ocurrir que para el momento de intentar dolarizar los pasivos del Banco Central multipliquen por cuatro el circulante para transacciones. ¿Cómo es posible que alguien pretenda dolarizar esta cantidad de pesos sin dólares en reserva?
La respuesta técnica a esta pregunta tiene muchas opciones también, pero la más pertinente hoy es la que han ensayado Ocampo y Cachanosky en el libro mencionado. Para analizar este esquema debe observarse el Balance del Banco Central, donde estos pasivos se ven respaldados por una serie de activos cuya cotización en el mercado es muy baja, pero que eventualmente bajo un gobierno que genere mejores expectativas, podría intentarse canjearlos por nuevos activos a una tasa de interés menor. La idea es interesante en lo político porque implicaría una menor devaluación de la que muchos analistas proponen, al mismo tiempo que se evita que los depositantes pierdan sus activos, o se les deprecien.
Aquí emerge entonces un elemento clave. El gobierno dolarizador no puede plantear simplemente un esquema de dolarización a secas. Esa medida fracasaría de inmediato. La medida debe plantearse en el marco de un esquema integral que incluya entre otras medidas un presupuesto base cero, el equilibrio o mejor aun un superávit fiscal, la baja de impuestos, la desregulación de varias áreas claves de la economía incluyendo la legislación laboral, la apertura económica, una reforma previsional y la privatización de una serie de empresas públicas hoy deficitarias. En este esquema Argentina abriría un espacio de optimismo entre inversores que tendrían interés en apostar por un país que hoy está lejos de aprovechar su potencial.
Si este cambio de reglas ocurre, entonces dolarizar es posible y deseable. Es posible porque Argentina podrá acceder a una cantidad de dólares que permitan sustituir el circulante en pesos. De ahí en adelante los argentinos harán sus contratos en dólares, los trabajadores cobrarán dólares, los impuestos se pagarán en dólares, e incluso el gasto público será en dólares. El Banco Central estará cerrado y el peso dejará de circular como de hecho lo hizo el Austral.
En mi paso por Ecuador en 2020, invitado para participar de los 20 años de dolarización, tuve la oportunidad de conversar con varios expertos en la materia entre quienes destaca Gabriela Calderón. Esta economista me comentaba -en función de su experiencia ecuatoriana- que luego de dolarizar, los dólares que los residentes argentinos tienen hoy debajo del colchón, en cajas fuertes, cajas de seguridad, o incluso en otros países como Uruguay o Suiza, podrán emerger en Argentina para comprar los activos cuyo valor hoy están deprimidos. Argentina es un gigante dormido, y su potencial es abismalmente mayor que el que se observa hoy.
Algunos críticos afirman que si Argentina avanzará en todos estos frentes entonces no necesita introducirse en este esquema de dolarización. El problema es que el programa de estabilización que se requiere como contrapartida tomaría bastante más tiempo del que puede disponer el próximo gobierno para estabilizar la moneda. Ya hemos visto la experiencia de Sturzenegger, quien técnicamente comprendía la causa monetaria de la inflación. La dolarización tiene muchas ventajas, una de las cuales es precisamente la estabilidad inmediata del nivel de precios. Sin este objetivo cumplido, es muy difícil poder avanzar en los otros frentes.
Decíamos además que la dolarización es deseable. Lo es porque eleva el costo de des-dolarización. No fue tan difícil romper con la convertibilidad, aun cuando los argentinos votaron a Fernando De la Rúa en 1999 para que hiciera lo posible por sostenerla. Aquí se utiliza el ejemplo del ex Presidente Correa en Ecuador, quien deseaba recuperar el Sucre y con ello las políticas inflacionarias y devaluatorias, pero el ecuatoriano lo rechazó. Es posible que ante un gobierno populista futuro el argentino manifiesta una preferencia por el dólar, que ya no se le derretirá en las manos.
Es deseable, además, porque al eliminar la inflación y el riesgo de devaluación, la Argentina tendrá tasas de interés de un dígito, lo que implica recuperar el crédito y con ello el crecimiento económico. Este plan integral de gobierno implicaría un cambio radical en las reglas de juego, lo que permitirá tener una década de expansión económica que no se ha visto en los últimos tiempos.
Existen otros argumentos falaces que arrojan los críticos y confunden a la opinión pública, como el caso de Carlos Melconian, quien afirma que 180 países tienen Banco Central. Podría argumentarse que España, Italia, Francia, Portugal, Irlanda hoy no disponen de un Banco Central que le permita monetizar sus desequilibrios presupuestarios. España abandonó la peseta, y eso le permitió terminar con la inflación y las devaluaciones, lo que le permitió experimentar un crecimiento inédito en su economía en las dos décadas siguientes. No ignoro, por supuesto, la importancia del aspecto comercial de la Unión Europea, pero es por ello que Argentina tiene que acompañar la reforma con la apertura económica y la integración comercial con otros bloques económicos extra-Mercosur.
Otros críticos observan que Argentina perderá soberanía y pasará a depender de Estados Unidos. Personalmente no veo a España perdiendo soberanía por más que haya renunciado a la peseta.
Por lo pronto, Argentina tiene la dolarización en la mesa de debate. Empresarios, banqueros y políticos lo están considerando como una opción real, y pienso que es una reforma posible y deseable que pueden contribuir a ordenar una herencia que es muy costosa para el pueblo argentino.
Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.Sigue a @AdrianRavier
En cuanto asuma, el futuro Presidente deberá lanzar su programa de reformas estructurales, aunque sea las más urgentes y necesarias.
Si hay algo que queda claro es que hay que salir del cepo lo más rápido posible, porque está llevando a una quiebra absoluta al Banco Central (BCRA). De hecho, de los 22 cepos que tuvimos antes que este a 21 los intentaron sostener y terminaron en crisis cambiarias y monetarias. Tres de ellos, terminaron en las tres hiperinflaciones que tuvo Argentina. Así que hay una discusión sobre cómo salir del control de cambios, manteniendo el peso o con una dolarización.
Si este cepo estalla, iremos a una hiperinflación, que no es otra cosa que una dolarización desordenada. La actual aceleración de la suba de los tipos de cambio paralelos y de la inflación responden a la creciente pérdida de poder adquisitivo que se genera de sumarle, a la gran emisión de pesos, una merma cada vez mayor de su demanda. La gente se cansa de que el BCRA la estafe sacándole cada vez más poder adquisitivo de sus pesos para financiar al gobierno y disminuye la cantidad de moneda local que tiene para que le puedan quitar menos. Una hiperinflación se da cuando la gente termina repudiando el peso y, por ende, este tiende a valer cero. Por eso es que todos los precios suben enloquecidamente medidos en esa unidad de cuenta que se no tiene valor.
Si esto sucediera, la única salida lógica, es ordenar la dolarización desordenada; porque a partir de abandonar el peso, se va a una estabilidad que permite recuperar la economía. Intentar hacer la salida con el peso implica muchísima más incertidumbre sobre las probabilidades futuras de estabilidad y, por ende, mucho más riesgo que retrasará la recuperación de los argentinos del empobrecimiento causado por la hiperinflación. Además, si la gente repudió el peso; porque se cansó de que la estafen, ¿qué sentido tiene dejarle al estafador la posibilidad de volver hacerlo?
Lo mejor es buscar a otro que lo haga mejor y es claro que los argentinos ya habrán optado por la Reserva Federal. Como cada día que se pasa en hiperinflación implica un enorme empobrecimiento de la gente, hay que tener listos los instrumentos para encarar el problema y, por ello, la Fundación “Libertad y Progreso” está colaborando en el desarrollo de los mismos.
Sin embargo, ¿qué pasa si tenemos la suerte de llegar a la asunción del futuro Presidente sin un estallido? La mayoría de los actuales candidatos con posibilidades de asumir el 10 de diciembre preferirían mantener una moneda local; pero recibirán un banco central quebrado como pocas veces estuvo en el pasado. Sólo en los períodos de hiperinflación. Por lo tanto, no tendrán mucho tiempo para salir del cepo; ya que pocos liquidarán divisas en la expectativa de la necesaria unificación cambiaria o, en su defecto, de la explosión que resultará de no hacerlo rápido.
La pregunta es cómo se abandona el control de cambios manteniendo una moneda propia con un BCRA muy insolvente y con el menor costo social posible. Cabe aclarar que este último siempre será infinitamente menor el de una crisis. Pues, un nuevo gobierno asumirá con el apoyo de la gente, incluso de muchos que no lo votaron. Ese Presidente gobernará durante 4 años, así que más vale que resuelva los problemas del país. Esta confianza es mayor cuanto más grave es la situación económica y será mucho peor que hoy. Ningún político en su sano juicio se tira contra la esperanza de la mayoría de los ciudadanos; porque es piantavotos. Por eso, en todo el mundo, existe lo que se suele llamar “Luna de miel” del inicio de un mandato. El problema es que, en EEUU cuando asume un mandatario, ese capital (confianza) se lo dan en dólares. En la Eurozona, se lo dan en euros; pero acá se lo darán en pesos que, si el gobierno no lo invierte rápido en la ejecución de las soluciones de fondo, se le diluirán en meses y quedará a merced de una oposición que ya demostró en el pasado su capacidad de desestabilización.
Por lo tanto, en cuanto asuma, el futuro Presidente deberá lanzar su programa de reformas estructurales, aunque sea las más urgentes y necesarias. Esto es presentar los proyectos de ley necesarios y llamar de inmediato a extraordinarias al Congreso. Para las que no requieran este nivel de normativa, explicar con lujo de detalles cómo se hará y cuál es el cronograma de acción. Es decir, darle a aquellos argentinos y extranjeros que perdieron la fe en Argentina, la hoja de ruta de cómo se va a volver un país normal en los próximos años. Esto aumentará la credibilidad en el futuro y, sobre esta mejora en las expectativas, se debe salir del cepo en las siguientes semanas. Seguramente, implicará una suba del tipo de cambio oficial; pero tenderá a ubicarse por debajo de lo que valgan los dólares libres. Cuanto mayor sea el compromiso que transmita el gobierno en avanzar en las reformas estructurales, el valor único del dólar se ubicará más por debajo de los paralelos. Sería un error retrasar la unificación cambiaria; ya que la retención de la liquidación de exportaciones hará más costosa la salida. En cambio, si se sale rápido, le jugará a favor a un BCRA que llegará sin divisas propias.
Definido cuando hay que salir del cepo, ahora veamos cómo se lo hace. Dentro del paquete de leyes o “ley ómnibus” que hay que mandar al Congreso el primer día de gestión para que se trate en sesiones extraordinarias tienen que estar, por lo menos, la reforma de las leyes de Carta Orgánica del BCRA y la que rige al sistema financiero.
La primera debe establecer que la institución será absolutamente independiente del poder político en su accionar para lograr su única prioridad, mantener una moneda estable y confiable. Tras un período de tiempo determinado para ajustar las enormes distorsiones de precios que se están acumulados, se debería ir a un sistema con metas de inflación que serían fijadas en el Presupuesto de la Nación. Así se cumple con lo que manda la Constitución Nacional, el Congreso es el que debe fijar el valor de la moneda (art. 75, inciso 11) y determinar los impuestos (artículo 4), la inflación lo es.
Además, deberían establecerse los mecanismos de control del Parlamento sobre el cumplimiento de esos objetivos por parte del BCRA, la presentación de las razones por los incumplimientos y, si no resultan convincente, la posibilidad de remoción de sus autoridades.
Por otro lado, se debería garantizar en esta ley la prohibición de que el BCRA financie al gobierno de cualquier forma posible y cómo se transformará la deuda estatal que no sea líquida en bonos que sean comercializables, para que tengan un valor y capitalizar a la institución. A partir de allí, no podrá adquirir más títulos del Tesoro; pero sí venderlos para controlar la liquidez o pagar sus pasivos remunerados, que deberían tender a cero y prohibirse nuevo endeudamiento de este tipo. Una vez eliminada la deuda remunerada de la institución, los motivos de expansión monetaria deberían ser solamente el pago de dividendos al Tesoro o la compra de activos externos líquidos y de bajo riesgo.
Respecto a las ganancias del BCRA, se podrían distribuir dividendos; pero una vez saneado el patrimonio de la entidad, contabilizando sus activos a valor de mercado. Por supuesto, habrá que eliminar todas las restricciones cambiarias y obligaciones de liquidación de divisas. En algunos casos puede ser necesario un período corto de transición para lograrlo. Una vez alcanzada esta meta, la entidad quedará inhabilitada para reimplantarlas.
Otra norma que se debe presentar es una reforma del sistema financiero que lo adapte al nuevo esquema monetario y en el que se prohíba el uso de los depósitos en entidades privadas para dar créditos sectoriales subsidiados y toda otra intromisión en lo que hace a los préstamos y depósitos bancarios, excepto los que hagan a los instrumentos prudenciales. Cabe tener en cuenta que cuando un ahorrista hace un depósito en un banco está eligiendo quién va a administrar su dinero, que no son los funcionarios de turno que quieren hacer demagogia con los ahorros bancarios. Esto no implica que el Estado no pueda promover sistemas de subsidios de tasa, financiadas con rentas generales, y que los bancos puedan adherir libremente si es que les conviene. La idea es que no se use al sistema financiero como financiador de subsidios de ningún tipo. Además, debe garantizar que la legislación promueva la competencia, con reglas claras y generales que cuiden la solvencia y liquidez de los bancos.
Si bien hay otras normas que hay que modificar, como la que rige el Mercado de Capitales; por lo menos deben estar estas dos en el paquete inicial para fijar la hoja de ruta de la reforma monetaria. Para ayudar a quienes trabajan en este tema en los equipos económicos de los candidatos a Presidente, la Fundación “Libertad y Progreso”, también, está desarrollando una salida a un mercado en el que la gente pueda optar libremente por la moneda que quiera usar, siempre que consiga una contraparte con la misma preferencia. Lo más probable es que se termine en un sistema bimonetario; ya que, por tradición y costumbre, la opción mayoritaria será el peso y el dólar.
Aldo Abram es Lic. en Economía y fue director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (Ciima-Eseade) Es director de la Fundación Libertad y Progreso.Sigue a @AbramAldo
La primera vez que publiqué un escrito sobre la imperiosa necesidad de eliminar el Banco Central fue hace cuarenta años, en Fundamentos de análisis económico, que lleva prólogo del premio Nobel en Economía F. A. Hayek y prefacio del exsecretario del Tesoro de los EE.UU. William E. Simon. Desde entonces vengo machacando sobre el mismo asunto, ya que la llamada “autoridad monetaria” solo puede operar en una de tres direcciones: expandir, contraer o dejar inalterada la base monetaria. Cualquiera de esos caminos inexorablemente altera los precios relativos, que son los únicos indicadores para asignar los siempre escasos recursos.
Si se mantiene que la banca central debe ser independiente, Milton Friedman –otro premio Nobel de Economía– señaló que el resultado será el deterioro independiente de los precios, de allí es que este autor concluye que “el dinero es demasiado importante como para dejarlo en manos de banqueros centrales”. Lo mismo sostiene Hayek, quien agrega que “nos demoramos doscientos años en percatarnos del error y el horror de atar la religión al poder político, es de desear que no nos demoremos otro tanto en darnos cuenta del error y el horror de atar la moneda al gobierno”.
Ahora observamos con satisfacción que en nuestro medio irrumpe un sustancioso debate sobre lo que se ha dado en denominar “dolarización”, aunque entre sus patrocinadores se destaca que se trata de abolir la banca central y el curso forzoso para que la gente elija el activo monetario de su preferencia, por lo cual se conjetura que en un primer paso la inclinación será por el dólar, por ser la divisa más familiar.
En otra oportunidad aludí a mi propuesta en seis etapas influido por colegas con quienes he mantenido repetidas conversaciones, como Adrián Ravier, Javier Milei, Emilio Ocampo, Jorge Ávila, Julio Elias, Alfredo Romano y otros, lo cual no significa comprometer sus opiniones en el esquema que sigue ni el caso extremo que describiré a continuación. Tampoco sugiero desconocer sus propias propuestas. Todo debe ser debatido. Mi sugerencia en aquel entonces se resumió en la siguiente cápsula en seis pasos: 1) Entrega de dólares a los tenedores de pesos (base monetaria) que incluye la venta de oro, lo cual resultará en la ratio que corresponda a esta relación, la cual podrá modificarse, por ejemplo, por la entrada de dólares en circulación de poseedores fuera del circuito o en el exterior. 2) Sustituir títulos y pases por bonos con jurisdicción estadounidense en dólares a la tasa de mercado. 3) Convertir todo el sistema bancario al offshore (Luxemburgo, Singapur, etc.) al efecto de que las instituciones financieras operen de acuerdo con la conveniencia de sus clientes. 4) Abrogar toda la legislación que se oponga a lo dicho (ley penal cambiaria et al). 5) Consecuente liquidación de la banca central y el curso forzoso. 6) Elección por parte del gobierno de la moneda en la cual se pagarán impuestos y equivalentes.
Tengamos en cuenta que, para los avatares extremos que expondré a continuación, es pertinente analizar lo que Harold Demsetz bautizó en 1969 como la falacia de Nirvana, que es tomada de Shakespeare cuando el Duque de Albany le dice al Rey Lear: “Agitándonos para alcanzar lo mejor, a menudo estropeamos lo bueno”. Es decir, en política necesariamente se renuncia a lo ideal para poder ejecutar lo que resulta posible. Esto para nada significa abandonar la mejor meta en beneficio de lo que desconoce la excelencia. Más aún, resulta absolutamente indispensable subir la vara al máximo, lo cual es faena de los intelectuales al efecto de modificar la parla de los políticos.
Vamos ahora al caso extremo en el que desmenuzo la situación en la que no resultara políticamente posible ninguna de las otras vías de reforma sensata por incomprensión del problema, por lo que sugiero que se proceda a la eliminación del curso forzoso y a la liquidación de la banca central en otro contexto. En este caso pueden presentarse dos posibilidades muy extremas que pueden considerarse absurdas, pero sirven para ilustrar el asunto que tenemos entre manos. Que el patrimonio neto refleje un valor mínimo, digamos de un dólar, en cuyo caso el rescate de la base monetaria será a un tipo de cambio colmado de ceros y fracciones infinitesimales, lo cual hace conjeturar que nadie convertirá, por lo que se aplicará ese patrimonio exiguo a rentas generales. La otra posibilidad extrema es que el patrimonio neto sea negativo, en cuyo caso se declara la quiebra.
Pasemos entonces al tema medular de la inmensa bola de títulos como pasivo remunerado junto a la base monetaria frente a lo cual puede seguirse uno de dos caminos: o se le va reduciendo paulatinamente la tasa hasta llegar a cero al efecto de permitir la adecuación de los plazos fijos en los bancos o se recurre a un último y nuevo préstamo global, para atender esos reclamos de los depositantes. En este cuadro de situación debe tenerse muy en cuenta la visibilización de millones de dólares provenientes tanto de la plaza local como del extranjero, hoy defendidos de las garras del Leviatán, pero que volverán a circular en vista de la claridad de objetivos monetarios acompañados por reformas de fondo laborales, previsionales, institucionales y de comercio exterior. A esto deben agregarse las múltiples nuevas inversiones que serán atraídas por el clima civilizado de normas creíbles y duraderas de respeto recíproco. En estas circunstancias, la relación dólar/peso resultará del mercado con los dólares que ingresen al circuito y en vista de que no habrá más emisión de pesos.
En cualquier caso, es indispensable acompañar alguna de estas dos opciones por reformas bancarias para implantar el sistema de free banking o la reserva total, pero dejar sin efecto el sistema vigente de reserva fraccional y así anular la producción secundaria de dinero exógena, para lo cual pueden adoptarse los diversos canales propuestos que son de público conocimiento.
De más está decir que para poder proceder a una reforma monetaria en cualquiera de las instancias que quedan aquí reflejadas resulta indispensable despejar pesadas telarañas mentales en cuanto a un cuarteto clave. Uno, que la inflación “es multicausal”, sin percatarse de que se trata de expansiones exógenas al mercado, es decir, provocadas por razones políticas. Dos, que la inflación se debe a “expectativas” sin percatarse de que por más expectativas no ocurre el fenómeno de la distorsión de precios si no hay convalidación por expansiones exógenas previas. Tres, que la inflación se debe a “costos que inciden en otros bienes y servicios” como, por ejemplo, el petróleo, sin percatarse de que si se incrementa ese precio el consumidor tiene dos opciones: o sigue consumiendo la misma cantidad de petróleo y sus derivados, con lo que disminuirá el consumo en otros bienes y servicios o de lo contrario reducirá su consumo petrolero para poder continuar con el mismo ritmo de consumo en los otros sectores. Y cuatro, que le inflación puede ser importada, lo cual muestra no entender el rol del tipo de cambio libre.
Todo esto va para los clásicos “nosepuedistas” que reiteran que las ideas innovadoras que operan en direcciones distintas del statu quo no pueden ejecutarse… Si por ellos fuera, seguiríamos en las cuevas, ya que todo lo novedoso debería descartarse. En esos casos está presente la falacia ad populum: si todos lo hacen está bien, si nadie lo hace está mal.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
La torre del Bank for International Settlements (BIS), en Basel, Suiza. Es el banco central de los bancos centrales (REUTERS/Arnd Wiegmann/File Photo)
Sólo algunos “agoreros” advertíamos que seguir con esa política monetaria expansiva, superada la pandemia, no era sostenible e, incluso, podía terminar en una nueva crisis mundial
Como siempre, los políticos y los funcionarios de los bancos centrales del mundo salieron a buscar culpables del actual tembladeral internacional. Como en 2007-2008, se señala que el problema es la desregulación del sistema financiero y, como entonces, no hay tal falta de normativas, en realidad son excesivas.
Es cierto que, en la crisis anterior, el estallido empezó en el sector hipotecario de EEUU. Simplemente porque el gobierno decidió, demagógicamente, facilitar ese tipo de crédito para “que todos los estadounidenses tuvieran acceso a una vivienda”. Por lo tanto, relajaron las condiciones para que dos grandes instituciones semiestatales pudieran recomprar hipotecas, Fannie Mae y Freddie Mac. Para ese entonces, desde los bancos centrales, liderados por la Reserva Federal, venían inyectando enormes excesos de liquidez. Esto hizo que los rendimientos fueran ínfimos en los mercados de bajo riesgo, por lo que los inversores buscaron más rendimientos asumiendo más riesgo. Así que uno de los grandes negocios fue prestarle a gente de pocos recursos a tasas altas y venderles esas hipotecas a estas instituciones semiestatales. Cuando estos deudores empezaron a no poder cumplir sus compromisos, se produjo la explosión.
No es que los excesos de emisión de los bancos centrales de los países desarrollados no estuvieran generando burbujas en todos los mercados de activos, sino que el mercado hipotecario de EEUU fue el que tuvo más incentivos para recibir más de esa liquidez. Es como si todos empezáramos a inflar globos, todos van a estallar en algún momento, sólo que aquel del que sople más fuerte reventará primero y, los demás, después. Así fue y se convirtió en una crisis mundial.
Ahora, volvemos a las andadas. Con motivo de las restricciones que se gestaron a partir de la pandemia, los bancos centrales salieron a emitir moneda para sostener la economía. Sin embargo, cuando la emergencia se superó, siguieron incrementando la liquidez, argumentando que no generaría inflación. Obviamente, se equivocaron, la depreciación de las monedas hizo que los precios empezaran a subir. Al inicio, lo justificaron en “problemas de logística” o “de escasez de oferta”, al mejor estilo de los funcionarios y políticos argentinos. Por supuesto, ese no era el problema de fondo y, por ello, no debería extrañar que la inflación siguiera escalando. Entonces, los banqueros centrales dijeron que no nos preocupáramos, que sería sólo coyuntural, pero no lo fue y en algunos países desarrollados superó el 10% interanual.
El expresidente de la Reserva Federal estadounidense, Paul Volcker (REUTERS/Eduardo Muñoz)
La realidad es que nadie quería cortar la fiesta, en donde los que apuestan a los mercados financieros tienen garantizadas las ganancias y los políticos creen que pueden impulsar artificialmente la economía para ganar votos. Por supuesto, los árboles no crecen hasta el cielo y, en economía, no hay magia. Si algo crece artificialmente, como los precios o el nivel de actividad, deberá caer, como en las leyes de la física. Sólo algunos “agoreros” advertíamos que seguir con esa política monetaria expansiva, superada la pandemia, no era sostenible e, incluso, podía terminar en una nueva crisis mundial.
La realidad es que, hasta fines de 2021, los bancos centrales estuvieron inflando “burbujas” en todos los mercados de activos y, de haber seguido aumentando la liquidez, seguramente hubieran estallado el año pasado. Un ejemplo de las inversiones que se vieron incentivadas artificialmente por esta excesiva de dinero fueron las “criptomonedas”, cuyos valores subieron espectacularmente y ahora se desploman.
Si bien las autoridades monetarias empezaron a ser más austeras a partir de 2022, las cartas están jugadas y nos balanceamos en el desfiladero. Ahora, tienen que salir a salvar a las instituciones que, debido a los excesos de liquidez y los bajos rendimientos generados por los bancos centrales, fueron incentivadas a invertir en activos de alto riesgo, cuyos precios se desbarrancan. Por otro lado, no se puede volver a la “fiesta de emisión” sin arriesgarse a una debacle mucho mayor.
Esto también ya lo vivió el mundo con la crisis de los ´70, mal llamada “del Petróleo”. Los desmanejos monetarios de la Reserva Federal en los ´60, volvieron insostenible el patrón oro que regía por entonces, así que tuvieron que abandonarlo. El resultado fue una fuerte depreciación del dólar, debido a los anteriores excesos de emisión. Todos los precios subieron, aunque es cierto que el del petróleo lo hizo en mayor medida. Se intentó enfrentar la escalada inflacionaria con austeridad monetaria; pero, cuando aparecieron los costos en términos de pérdidas de capital y caída de nivel de actividad, los bancos centrales volvieron a los excesos de liquidez.
Eso hizo que la crisis durara una década, hasta que asumió como Presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker, y anunció que recuperaría la confianza en un dólar estable. A esa altura, con una inflación desmadrada, tuvo que encarar una contracción monetaria fenomenal, mucho mayor a la que hubiera sido necesaria si se hubiera hecho el ajuste a tiempo. La historia es tristemente conocida, a principios de los ´80, muchos de los países emergentes a los que habían ido los excesos de liquidez en busca de rendimientos, terminaron en la quiebra, entre ellos, Argentina.
Se logró estabilizar la economía de EEUU y el mundo; pero a un costo fenomenal. Desde entonces, los bancos centrales volvieron a generar “burbujas” y nuevas crisis, demostrando que sus funcionarios son incapaces de aprender. Siguen pensando que son magos que pueden “hacer crecer los árboles hasta el cielo”. Lástima que, luego, los que se pegan flor de porrazo al caerse de lo alto de esos “árboles” son el resto de los mortales que sufrimos las consecuencias de sus errores.
Aldo Abram es Lic. en Economía y fue director del Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados de Argentina (Ciima-Eseade) Es director de la Fundación Libertad y Progreso.Sigue a @AbramAldo
El 6 de enero de 2002 Eduardo Duhalde, elegido presidente por la Asamblea Legislativa, decía la famosa frase: “el que depositó dólares recibirá dólares y el que depositó pesos recibirá pesos”. Qué ocurrió
La devaluación del peso fue con Eduardo Duhalde como presidente de la Nación, en enero de 2002. Fernando de la Rúa no devaluó ni pesificó, lo hizo el peronismo de la mano de Duhalde, Jorge Remes Lenicov y José Ignacio de Mendiguren (Reuters)
Se abandonaba la Ley de Convertibilidad 21 años atrás y la economía argentina entraba en un colapso económico mayor al de 2001, porque ya no era el corralito lo que iba a afectar los ahorros de los argentinos, aparecía la pesificación asimétrica, en que el principal dato era que el que había depositado dólares recibiría dólares a un tipo de cambio menor al que imperaba en el mercado.
Luego veremos que el principal perjuicio que generó la pasificación de los depósitos fue la ruptura de los contratos por parte del Estado, porqueel que tenía dólares en el banco recibió pesos.
El Estado, cuya principal función es velar por el cumplimiento de las leyes y considerando que los contratos entre las partes son ley, fue el primero en violar la ley. Costo que hoy se sigue pagando por la falta de confianza en que las autoridades garanticen el cumplimiento de los acuerdos entre las partes.
Pero el “club de los devaluadores” de esos años, entre los que se encuentran actuales funcionarios públicos, solo pensaron en beneficiar a sus empresarios socios y, con el argumento del tipo de cambio bajo, hicieron un destrozo que generó una caída del PBI del 11% y la pobreza saltara a 55% de la población.
Ni siquiera sirvió semejante barbarie económica para no volver a repetir los errores de política, porque el peronismo, que gobernó 17 de esos 21 años, se encargó de “pisar” el tipo de cambio como supuesto mecanismo antiinflacionario, al punto que la paridad real actual es peor que en la que rigió durante la convertibilidad.
El siguiente gráfico muestra la evolución del tipo de cambio real peso-dólar promedios mensuales que publica el BCRA. El primer dato es que el último mes completo de la convertibilidad fue diciembre de 2001, porque la salida de ese régimen con la devaluación del peso fue con Eduardo Duhalde como presidente de la Nación, en enero de 2002. Fernando de la Rúa no devaluó ni pesificó, lo hizo el peronismo de la mano de Duhalde, Jorge Remes Lenicov y José Ignacio de Mendiguren.
Fuente: Elaboración propia con datos del BCRA
El tipo de cambio real promedio de noviembre de 2015, último mes completo del gobierno kirchnerista anterior al actual, era un 8% menor al de diciembre de 2001, según datos del BCRA.
Es decir, destrozaron los ahorros de la gente, e hicieron estallar la pobreza, en nombre de un tipo de cambio que consideraban atrasado durante la convertibilidad y ahora el Gobierno del mismo signo político se aferra al cepo cambiario y a una paridad oficial que según los datos que publica el BCRA es menor al de la convertibilidad. La consecuencia: se contrajo la oferta y se expandió la demanda de algo que estaba artificialmente bajo.
Es curioso cómo defensores de lo que llaman la industria nacional, como De Mendiguren, a la cual hay que proteger porque no quiere competir, terminan otorgándole a un sector un tipo de cambio artificialmente tan bajo, incluso menor al que rigió durante la convertibilidad, pese a que de esa forma conspira contra las exportaciones de manufacturas y alienta las importaciones.
Por eso tienen que, recurrentemente, acudir a mecanismos arancelarios y paraarancelarios para proteger una industria que no está en condiciones de brindar bienes en la calidad y precio que se consiguen a nivel internacional. El perjudicado termina siendo el consumidor, porque es una forma de bajar el salario real en beneficio de un sector productivo.
El otro dato que surge del gráfico es que a diciembre de 2022 el tipo de cambio real promedio de pesos por dólar, en base a datos del BCRA, se ubicó un 19% por debajo de noviembre de 2019 que fue el último mes completo de la presidencia de Cambiemos.
Además, la serie revela con claridad como la cotización del dólar artificialmente barata, es brutal en los primeros 12 años de gobierno K y nuevamente cae en forma pronunciada en los 3 con Alberto Fernández como presidente.
El gran devaluador es José Ignacio de Mendiguren, cree que devaluando el peso se resuelven todos los problemas de la economía argentina
Dicho, en otros términos, los que se quejan siempre del dólar barato de la convertibilidad son especialistas en atrasar artificialmente el tipo de cambio oficial al punto que terminan estableciendo cepos cambiarios y racionando la entrega de moneda extranjera para poder importar insumos.
El gran devaluador es José Ignacio de Mendiguren, porque cree que devaluando el peso se resuelven todos los problemas de la economía argentina, cosa que si fuera cierta tendríamos que ser una potencia económica con la cantidad de veces que se depreció el peso argentino.
Es que es tal la emisión monetaria que se requiere para financiar el populismo que la inflación se dispara y el gobierno termina recurriendo al ancla el tipo de cambio oficial para intentar contenerla.
Plan económico
Dicho sea de paso, se suele nombrar a la convertibilidad como si hubiese sido un plan económico. En rigor, fue una regla monetaria por la cual el BCRA solo podía emitir si había un dólar respaldando cada peso en circulación.
Al igual que la caja de conversión en patrón oro, el BCRA funcionaba como una caja de conversión, pero en lugar de ser convertible a oro fue a dólares, porque la sociedad simplemente eligió la divisa. Es refugio de valor y cada vez es más medio de cambio ampliamente aceptado, en tanto que el peso, devaluado sistemáticamente, es despreciado por la gente, y prácticamente se lo toma como unidad de cuenta.
Fuente: Elaboración propia con datos del BCRA y del mercado
Si se mira la serie de brecha cambiaria entre la cotización del dólar oficial y el blue, se aprecian cuatro picos en el último medio siglo.
El punto máximo se produce al finalizar la denominada “inflación cero” de José Ber Gelbard, que desembocó en el “rodrigazo” en 1975; luego se encuentra otro en 1982, al finalizar la Guerra de Malvinas; y el tercero en marzo de 1989 después del estallido del Plan Primavera en febrero de 1989 y la entrada en la hiperinflación.
Sin embargo, hubo un pico más alto que en la hiperinflación de 1989, que fue en julio2022 cuando la brecha llegó al 115%, con lo cual ese dato ubicaría a brecha cambiaria de este gobierno en el tercer lugar más alto del último medio siglo.
En síntesis, la salida de convertibilidad no trajo tipos de cambio reales más altos. Por el contrario, derivó en una brecha cambiaria que se amplió a una de las mayores en medio siglo de economía argentina, las exportaciones se estancaron en volumen desde 2004; la actividad agregada no crece desde desde 2011 y la pobreza está llegando a los mismos niveles de comienzo de siglo.
El gobierno peronista con predominio kirchnerista ha sido letal para la economía argentina, porque confirmó que el problema del país no fue tanto la falta de una adecuada regla monetaria, sino el populismo que arrasa con el orden jurídico. Y sin reglas de juego estables y donde impera la arbitrariedad, el resultado es más pobreza.
Quienes creyeron que con salir de la convertibilidad iba a venir la prosperidad a la Argentina se equivocaron fiero, porque dio rienda suelta al populismo más exacerbado que terminó destruyendo la capacidad productiva del país y creando una mayor legión de pobres e indigentes.
Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky
Resumo los aportes de los premiados y comento la posición de la escuela austriaca de economía sobre ellos.
El Premio Nobel de economía de este año 2022 fue otorgado a tres autores estadounidenses: Ben S. Bernanke, Douglas W. Diamond, y Philip H. Dybvig. Según la academia sueca, a los premiados se los destaca por sus investigaciones acerca de los bancos y de las crisis financieras. Sostienen que “sus descubrimientos mejoraron la forma en que la sociedad lidia con las crisis financieras”.
¿Qué significa esto? En primer lugar, Diamond y Dybvig (DyD) publicaron un paper en 1983 que tiene alrededor de 12.000 citaciones de otros autores. Es decir, que una gigantesca cantidad de estudiosos de la economía tomaron dicho trabajo como base para posteriores investigaciones.
¿Qué decían DyD allí? Dos puntos importantes: el primero, que los bancos comerciales cumplen un rol clave en la sociedad que es el de intermediar entre ahorro y crédito y, especialmente, entre distintos plazos de depósito e inversión. Según explican en Suecia, los bancos tienen deudas de corta duración (los depósitos de la gente), mientras que sus activos son créditos de largo plazo (por ejemplo, la compra de una casa o la construcción de una fábrica). Y el rol que han desarrollado históricamente las instituciones financieras es calzar estos plazos, haciendo que los depositantes puedan disponer sin problemas de sus depósitos en el plazo deseado, al mismo tiempo que a los inversores-deudores no se les exige amortizar anticipadamente sus préstamos.
Esta es la realidad de todos los días de alguien con una cuenta bancaria. Tenés $ 100.000 depositados en el banco, y parte de ese dinero es prestado a un inversor que está pensando en ser el próximo Mercado Libre. La magia del banco es que permite que tanto vos como el inversor puedan disponer “del mismo dinero, al mismo tiempo”. Esto ocurre así porque los bancos operan con un sistema de reserva fraccionaria. Es decir, de tu depósito de $ 100.000, se prestan $ 90.000. Ahora bien, si vos querés retirar tus $ 100.000, no hace falta que el banco le pida al futuro Galperín que pague su crédito ya. Puede usar los $ 100.000 de otro depositante para darte a vos el dinero que pedís.
Esto nos lleva al segundo aporte de DyD.
Es que el Segundo punto que hicieron fue sostener que este mecanismo puede llegar a ser inestable si los depositantes comienzan a impacientarse por cualquier motivo y entonces se abalanzan a exigir sus depósitos en forma masiva. Desatada una corrida bancaria, entonces el banco corre un alto riesgo de irse a la quiebra, ya que dado su sistema de reserva fraccionaria, no es capaz de responder a la demanda de un gran número de depositantes al mismo tiempo.
Sumada a esta tesis aparece un trabajo de Bernanke que sostiene que las crisis económicas se ven reforzadas por los pánicos bancarios. El jurado sueco destaca precisamente este trabajo de Bernanke, donde el autor muestra que gran parte de la caída del PBI durante la crisis del ’30 se debió a la debacle del sistema bancario.
Así que los aportes de Diamond, Dybvig y Bernanke muestran la importancia de los bancos para una economía de mercado, pero al mismo tiempo la importancia de evitar que haya pánicos bancarios. Para esto último, los primeros autores especialmente, ofrecieron una solución: que el estado intervenga el sistema ofreciendo seguros para los depósitos y, también, que el Banco Central opere como prestamista de última instancia. Es decir que, si los bancos no pueden atender la demanda de sus depositantes, siempre debe haber otra institución (el Banco Central), lista para emitir el dinero necesario.
Y esto fue nada menos lo que Ben Bernanke hizo cuando fue presidente de la Fed durante la crisis financiera de 2008. Redujo a cero la tasa de interés, y multiplicó por 4 la base monetaria con sucesivos programas de “Quantitative Easing”.
Se cierra así un círculo que va desde la influencia de los trabajos académicos en otros académicos, a la influencia en materia de políticas públicas, todo lo cual hace que entendamos por qué este año el premio fue para estos autores. Ahora bien, ¿qué críticas podemos encontrar?
El debate “austriaco” por la reserva fraccionaria
Entre los economistas de la escuela austriaca de economía, existe una divisoria de aguas precisamente por el tema en cuestión: el sistema bancario y financiero. Algunos coinciden perfectamente con el diagnóstico de Diamond y Dybvig, que el sistema de banca con reserva fraccionaria es inherentemente inestable, aunque no coinciden con que la solución pase por establecer un prestamista de última instancia o un seguro de depósitos estatal.
Para este grupo de autores (Huerta de Soto o Rothbard), la solución es aún más drástica: se debe prohibir el proceso de “transformación de plazos”, y establecer un coeficiente de caja del 100%. Es decir, se debe prohibir el sistema bancario tal cual funciona en todo el planeta en la actualidad y transformarlo por completo.
Lejos de esta tesis, pero también de la de Diamond y Dybvig, está otro grupo de economistas que defienden una política de “free banking”. Es decir, una política pública donde no exista un prestamista de última instancia ni un seguro pagado por el estado, sino que cada banco sea libre de organizarse como mejor le parezca. La idea no es antojadiza. De hecho, según George Selgin, ni DyD descartan de plano una solución privada a eventuales corridas bancarias.
Además, se enfatiza que el prestamista de última instancia puede evitar los costos de una corrida, pero incrementando la toma de riesgos excesiva de los bancos asegurados, lo que se conoce como “Riesgo Moral”. Un sistema puramente privado, en cambio, donde los accionistas se hagan cargo 100% de sus éxitos y fracasos, tendría los incentivos en línea para generar un buen manejo del riesgo. Y claro, esto no evitaría la quiebra de los bancos malos, pero sí podría evitar los pánicos generalizados (véase White aquí).
Estos autores no hablan solo de teoría. Lawrence White y George Selgin se han ocupado de investigar casos históricos de sistemas desregulados y llegan a la conclusión de que no es necesario un Banco Central para conseguir la estabilidad financiera. Un trabajo más reciente llega a la misma conclusión en el caso de los sistemas bancarios en países dolarizados, donde el Banco Central, puesto que no puede emitir dólares, no puede directamente funcionar como prestamista de última instancia.
Ahora bien, ni las regulaciones sobre las reservas bancarias ni el problema del riesgo moral son ignorados por la Swedish Academy of Sciences. Al final de su breve explicación del trabajo de los laureados, sostienen que:
La investigación no puede proporcionar respuestas finales sobre cómo debe regularse el sistema financiero. Los seguros de depósitos no siempre funcionan según lo previsto; pueden alentar a los bancos a participar en inversiones riesgosas donde son los contribuyentes los que pagan la cuenta si las cosas salen mal. La necesidad de salvar el sistema bancario durante las crisis también puede conducir a ganancias inaceptables para los propietarios y empleados de los bancos. Otros tipos de reglas sobre el capital bancario y que limiten el monto de los préstamos en la economía pueden, por lo tanto, ser necesarias.
Conclusión
El Premio Nobel de economía de este año fue para tres autores que estudiaron la importancia y los riesgos del sistema bancario en las economías modernas. A juzgar por su influencia en casi todo el mainstream de la profesión, y también en las políticas públicas que se generan sobre la temática, es un premio muy bien otorgado.
No obstante, también debe destacarse que otros pensadores –escribiendo sobre la misma temática- arriban a conclusiones distintas. El sistema bancario no es un sector intrínsecamente distinto al resto de la economía y, por lo tanto, no necesita sí o sí de entes estatales, seguros públicos y regulaciones específicas para funcionar de forma adecuada. Tal vez los autores de la escuela austriaca de economía sean los que más y mejor han enfatizado este punto. Un excelente debate entre estas dos posiciones puede verse en este link.
Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Investigador Asociado del Centro FARO, de la Universidad del Desarrollo de Chile. Es Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Sigue a @ivancarrino
Nos convoca hoy el debate sobre la inflación y sus causas. Propongo entonces empezar con una mirada rápida hacia los datos del mundo al día de hoy. Si tomamos el promedio de los últimos 20 años, 8 de los 10 países más relevantes de América del Sur tienen una inflación promedio anual menor al 8%. Se trata de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay.
En todos estos casos, sus Bancos Centrales tienen como objetivo principal y prioritario, mantener el valor estable de su moneda.
Teniendo en cuenta este dato objetivo de la realidad, y considerando que los Bancos Centrales son, por sobre toda las cosas, los responsables de determinar las cantidades óptimas de dinero de una economía, no podemos negar fácilmente que exista una relación entre la cantidad de dinero y el poder adquisitivo del mismo. O, dicho en otras palabras, entre la cantidad de dinero que existe en una economía y su tasa de inflación.
Un paper reciente del FMI (Yan Carriere-Swallow y otros, 2016) nos subrayó este punto. Analizando el importante logro de América Latina en materia de inflación desde la década de los ‘90 hasta esta parte, el FMI encontró que fueron las reformas monetarias realizadas durante ese período las que condujeron a la conquista de la estabilidad en la región.
Para los autores:
Desde la década de 1990, la política monetaria en América Latina ha logrado una transformación notable en términos de lograr la estabilidad de precios. Una ola de reformas legales en la región en la primera mitad de la década, en algunos casos consagradas en constituciones nacionales, otorgaron independencia a los bancos centrales. En esencia, los cambios tenían como objetivo restringir el financiamiento del banco central de los déficits del sector público que estaba en la raíz de la alta inflación en toda América Latina.
La mejora que describen se debió principalmente a cuatro factores: 1) la definición de un mandato estrecho y claro para los bancos centrales; 2) la formulación de políticas independientes de las necesidades del tesoro; 3) la autonomía en la implementación de la política monetaria; y 4) la rendición de cuentas y transparencia de los entes monetarios.
Estos cuatro pilares virtualmente eliminaron, en América Latina, el problema de la inflación. Obviamente, los autores mencionan a los dos países que abandonaron el camino: Argentina y Venezuela, donde no casualmente, sus Bancos Centrales tienen múltiples objetivos que alcanzar y, además, no gozan casi de ninguna autonomía ni independencia[1].
A primera vista, entonces, parecería haber algunos argumentos para afirmar que una cantidad de dinero excesivamente elevada es causa de una elevada tasa de inflación. Esta afirmación, además, encuentra numerosos adeptos en la historia del pensamiento económico.
Un repaso por la historia
En un trabajo de Raymond de Roover (Roover, 1983) se reseña el pensamiento de los autores y profesores nucleados en la llamada “Escuela de Salamanca”. Entre estos autores, algunos de ellos discípulos de Francisco De Vitoria, que vivieron entre los siglos XV y XVI, se encuentran Domingo de Soto, Diego de Covarrubias y Leyva, o Martín de Azpilcueta, conocido como Doctor Navarro.
De acuerdo con De Roover, todos estos autores coincidieron en que existía una relación entre el dinero y la inflación. En sus palabras, sostiene que:
Los autores españoles dieron por sabida la teoría cuantitativa, ya que sus tratados, casi sin excepción, decían que los precios subían o bajaban según la abundancia o escasez del dinero.
Tiempo después, en la Inglaterra del siglo XVII se dio un debate acerca del envilecimiento de las monedas de plata. De acuerdo con Rothbard (Rothbard, 1995) en el año 1690 el circulante monetario de Inglaterra se encontraba muy deteriorado, con lo que las viejas monedas no eran deseadas por el público, que prefería utilizar las nuevas monedas acuñadas por las autoridades. La gente o bien hacía circular más las monedas deterioradas, guardándose las nuevas, o bien aceptaban las monedas deterioradas pero por su peso y no por su valor nominal.
Esto llevó a que la Casa de la Moneda de la época tuviera que volver a acuñar las monedas, y que algunos sugirieran que lo que debía hacer el ente era pasar todas las monedas nuevas al peso de las viejas, deterioradas, pero al mismo valor nominal.
Frente a esta postura se alzó el filósofo inglés John Locke. En su libro Some Considerations of the Consequences of the Lowering of Interest and Raising the Value of Money (1692), Locke denunció el envilecimiento como algo ilusorio y engañoso. Según Rothbard explica, para Locke:
… lo que determinaba el valor real de una moneda (…) era la cantidad de plata en la moneda, y no el nombre que le otorgaran las autoridades. La degradación, advirtió Locke en su magnífica discusión, es ilusoria e inflacionista: si las monedas, por ejemplo, se devalúan en una vigésima parte, “cuando los hombres vayan al mercado a comprar cualquier otra mercancía con su dinero nuevo, pero más ligero, encontrarán que 20 chelines de su nuevo dinero no comprarán más de lo que 19 compraban antes’. La degradación simplemente diluye el valor real.[2]
Después de John Locke vino David Hume, quién criticó la idea mercantilista de mantener una balanza comercial positiva, precisamente por ignorar la relación entre la cantidad de dinero y el nivel de precios.
Según Robert Ekelund (Ekelund, Hébert, 2005), David Hume:
Puso de relieve un mecanismo precios-flujos de metales preciosos que vinculaba la cantidad de dinero a los precios y las variaciones de éstos a los superávits y déficits de la balanza comercial.
Para el filósofo inglés, la idea de mantener una balanza comercial positiva de forma permanente era imposible, puesto que el mayor ingreso de metales preciosos presionaría al alza los precios, lo que encarecería relativamente al país superavitario respecto de sus vecinos. Este fenómeno impulsaría entonces un aumento de las importaciones y una baja de las exportaciones lo que, a la postre, regresaría al equilibrio a la balanza comercial.
Por la misma época se destacó un pensador irlandés, que pasó gran parte de su vida en Francia e Inglaterra: Richard Cantillon. El aporte fundamental de Cantillon no fue tanto insistir en la relación positiva que ya varios comprendían entre dinero y precios, sino establecer un mecanismo a través del cual el cambio en la cantidad de dinero beneficiaba a los distintos sectores de la sociedad. Para Cantillon, una mayor cantidad de dinero no siempre aumentaba en la misma proporción los precios de todos los bienes y servicios que se producían. Esto era así porque el resultado final dependía de quién o quiénes recibían el nuevo dinero en primer lugar.
Cantillon (Cantillon, 2020) sostenía que:
Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero (…)
Si el aumento de dinero efectivo proviene de las minas de oro o plata que se encuentran en un Estado, el propietario de estas minas, los empresarios, fundidores, refinadores y, en general, todos cuantos trabajan en ello, no dejarán de aumentar sus gastos en proporción de sus ganancias. (…) Estos precios elevados inducirán a los colonos a emplear más extensión de tierra para producirlos en años sucesivos: estos mismos colonos se beneficiarán con el referido aumento de precios, y aumentarán, como los otros, sus gastos familiares. Quienes sufrirán este encarecimiento y el aumento del consumo serán, primeramente, los propietarios de las tierras, mientras duren sus contratos de arrendamiento; después, sus criados y todos los obreros o gentes con salario fijo, que a ellos están vinculados. Será preciso que todas estas personas disminuyan su gasto en proporción al nuevo consumo, circunstancia que obligará a un gran número a salir del Estado, y a buscar fortuna en otros países…
Así, si los escolásticos y los clásicos ya habían advertido sobre el rol del dinero en la inflación, Cantillon advirtió sobre las consecuencias redistributivas de la inyección de nuevo dinero en una economía. Y estos efectos ocurren tanto si el nuevo dinero es oro de reciente extracción, o papeles de reciente impresión.
A comienzos del Siglo XX llegó Irving Fisher, quien consagró en la historia una ecuación que todos los estudiantes de economía alguna vez tuvieron que estudiar: M*V=P*T. De acuerdo con Fisher, si M es la cantidad de dinero en circulación, si V es la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de precios y Q el índice de volumen físico de las transacciones, entonces de no moverse ni V ni T, un cambio en M impactará en P en la misma proporción. Ya John Stuart Mill había expresado lo mismo previamente, aunque sin la simbología matemática. Siguiendo a Ekelund (Ekelund Hébert, 2005), Mill decía que:
… para una cantidad de mercancías y un número de transacciones determinados, el valor del dinero es inversamente proporcional al producto de su cantidad por lo que se llama velocidad de circulación del mismo.
Fisher insistió en que ni Q ni T se verían impactados por los cambios en M, lo que dio origen a la llamada Teoría Cuantitativa del Dinero. El vínculo entre el dinero y la inflación estaba ahora plenamente establecido. La dirección de causalidad también.
Keynes, Friedman y la Escuela Austriaca
Durante los años ‘30, Estados Unidos experimentó la deflación, en el medio de un contexto de crisis, con aumento del desempleo y caída de la producción. En ese entonces, era esperable que nadie tuviera como primera preocupación la suba de los precios. Pero ni siquiera Keynes -el revolucionario padre de la Macroeconomía- negó que existiera una relación entre emisión e inflación. En una carta escrita al presidente Franklin D. Roosevelt y publicada en el New York Times, Keynes[3] exhortó al mandatario norteamericano a salir al rescate de la economía aumentando la demanda agregada.
De acuerdo con el economista inglés, este aumento debía generarse con un mayor gasto público, a financiarse con “dinero prestado o impreso”. Pocas líneas después admitió que esto pudiera tener un efecto en los precios, pero lo juzgó como algo positivo. “Los precios en alza deben ser bienvenidos porque generalmente son un síntoma del aumento de la producción y el empleo”, decía Keynes, motivo por el cual “es esencial asegurar que la recuperación no se vea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero para respaldar el aumento de la rotación monetaria”.
Después de Keynes, la inflación y sus orígenes pasaron a un segundo plano casi por 40 años. Hubo que esperar a un nuevo contexto global: el de la estanflación, para -digamos, “volver a las bases”. Y el retorno de la teoría cuantitativa del dinero estuvo a cargo de nada menos que Milton Friedman, académico de la Universidad de Chicago.
A través de numerosos estudios, conferencias y hasta documentales, el profesor Friedman se esforzó por difundir nuevamente la idea de que la inflación era un fenómeno siempre monetario y que la solución a la misma pasaba por un mayor control de la política monetaria y de la fiscal.
En palabras de Friedman (Friedman, 2012):
La causa próxima de la inflación es siempre y en todas partes la misma: un incremento demasiado rápido en la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción (…) Nunca ha habido un período de inflación dilatado y continuo que no haya sido acompañado de un crecimiento del circulante superior al de la producción.
Friedman sostenía que detrás del aumento de la cantidad de dinero, que generaba inflación, había tres causas finales: el aumento del déficit fiscal, la búsqueda del pleno empleo, y el intento por reprimir el aumento de las tasas de interés. Finalmente, concluía con firmeza que “la única manera de acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente”.
Otro aporte que nos dejó el estadounidense fue su crítica a la Curva de Philips, donde añadió un factor de relevancia crucial para visiones contemporáneas sobre la inflación: el rol de las expectativas. Pero antes de llegar ahí, pasemos primero a la visión de la Escuela Austriaca de Economía sobre la relación entre el dinero, el poder de adquisitivo de la moneda y el aumento de los precios.
En sus conferencias en Buenos Aires[4], Ludwig von Mises reforzó la teoría cuantitativa del dinero al sostener que “si la oferta de caviar fuera tan abundante como la de patatas, el precio del caviar —es decir, la relación de intercambio entre caviar y dinero o caviar y otros productos— cambiaría considerablemente.”. Al considerar al dinero un bien económico como cualquier otro, la misma lógica cabía aplicarle.
No obstante, en La Acción Humana (Mises, 2011), dedicó algunos capítulos a tomar distancia de la ecuación cuantitativa del dinero. Es que para Mises, el establecimiento de una relación mecánica entre variables agregadas era una ofensa a su preciado individualismo metodológico.
Para Mises, la idea de un dinero que no tenga efectos reales (es decir, que no modifique la estructura productiva de la economía), es errónea. Y, además:
Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Se olvidaba que ninguna variación de las existencias dinerarias puede afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. (…) En orden a demostrar la doctrina según la cual la cantidad de dinero y los precios suben o bajan proporcionalmente, al abordar la teoría del dinero se adoptó un método totalmente distinto del que la economía moderna emplea en el estudio de todos los demás problemas.
Tiempo después, otro pope de la Escuela Austriaca, F.A. Hayek (Hayek, 1996), expresó que estaba de acuerdo con el enfoque monetarista de Milton Friedman de que toda inflación era inflación “de demanda”. Sin embargo, objetaba que la teoría:
… a causa del énfasis que pone en los efectos de las variaciones de la cantidad de dinero sobre el nivel general de precios, dirige una atención demasiado exclusiva a los perniciosos efectos de la inflación o deflación sobre la relación crediticia, pero pasa por alto los efectos, aún más importantes y dañinos, que tienen las inyecciones y retiradas de circulante sobre la estructura de los precios relativos y la consiguiente asignación errónea de recursos y, en particular, la mala dirección de las inversiones que causa.
Con las críticas de Mises y Hayek, y retomando aquellas enseñanzas de Cantillon, los economistas austriacos elaboraron una teoría del ciclo económico totalmente original. La emisión monetaria puede o no generar inflación (medida esta como el aumento sostenido del nivel de precios), pero sin dudas generará una distorsión de los precios relativos de la economía, que llevará a la misma a un sendero de crecimiento insostenible que -tarde o temprano- deberá terminarse. El final de este proceso tendrá dos alternativas: o bien una crisis económica con subas del desempleo y deflación, y bien una hiperinflación y el fin de la moneda (Mises, 2005).
O sea, los austriacos no negaron los efectos del dinero en el nivel de precios agregado de la economía, pero hicieron foco en un efecto considerado aún más dañino: la distorsión de la información que los precios de mercado saben transmitir mejor que nadie.
Es así que tras recibir el Premio Nobel de Economía, Friedrich Hayek publicó su “Desnacionalización del Dinero”, obra en la cual, tras afirmar que “la historia casi se reduce a la historia de las inflaciones y normalmente de las que las autoridades generan para su propio provecho”, propuso eliminar el monopolio de la emisión de dinero. Tras ello, sus seguidores, entre los más destacados George Selgin y Lawrence White, escribieron libros y artículos en defensa de un sistema monetario totalmente desregulado, con bancos de reserva fraccionaria y emisión de dinero privado por parte de estas instituciones.
El corto plazo, Macri y Olivera
Si me siguen hasta acá, tal vez haya varios convencidos de que efectivamente la relación entre el dinero y la inflación es una ampliamente conocida y aceptada por los economistas, y por tanto, una herramienta para entender y modificar la realidad. Me refiero a que si hay mucha inflación, podemos pensar que se debe a que se emitió mucho dinero y, por otro lado, que si queremos bajarla, podemos pensar que el mejor camino es dejar de emitir.
No obstante, algún escéptico todavía puede estar dudando. Y para reforzar sus inquietudes acaso vuelva al pasado reciente de la Argentina y se pregunte: ¿si todo lo que está diciendo Iván es cierto, cómo es posible que, durante el gobierno de Macri, la emisión monetaria se haya frenado por completo y, no obstante, hayamos tenido la inflación más elevada de los -hasta entonces- últimos treinta años?
Y es aquí donde el economista argentino, Julio Hipólito Guillermo Olivera, puede hacer su entrada triunfal.
Repasemos, ante todo, los datos. Después del 28 de diciembre de 2017, cuando el poder ejecutivo interfirió en la autonomía del manejo de la política monetaria y se decidió modificar las metas de inflación, el Banco Central accedió a reducir su tasa de interés. En una economía que estaba generando dudas en materia fiscal y de sostenibilidad de la deuda, este movimiento no fue bien leído por los inversores. El siguiente paso fue el acercamiento y posterior firma de un acuerdo con el FMI, y cuando eso no fue suficiente, el acuerdo se volvió a ajustar. Es así que en el 28 de septiembre de 2018 el BCRA anunció que modificaba su esquema de política monetaria “para implementar una meta de crecimiento nulo de la base monetaria hasta junio de 2019”[5]. Con algunos ajustes en esta meta, en concreto entre el mes de septiembre de 2018 y el mes de septiembre de 2019, la base monetaria aumentó solamente un 4,8%. En septiembre de 2018 la base monetaria había aumentado 43,9% anual. Un año más tarde el ritmo de aumento se había reducido a un décimo.
A pesar de estas medidas, la inflación anual de 2019 cerró en 53,8%, la más elevada de los 28 años precedentes.
Olivera (Olivera, 1960) explicaría este fenómeno en el marco de su “teoría no monetaria” de la inflación. Lo primero que debe decirse aquí es que Olivera no negaba que la inflación fuese un fenómeno monetario. El autor argentino asegura que “por cuanto entraña esencialmente un deterioro del valor del dinero, la inflación es en sí un fenómeno monetario.” No obstante, aclaraba después, que al hablar de teorías no monetarias, no se hacía referencia a la naturaleza del fenómeno, sino a las causas que lo producían. Entre estas causas, Olivera entontraba un cambio de precios relativos que ocurriera en el marco de un mundo con precios inflexibles a la baja.
Así las cosas, si el precio del bien B cae en términos relativos respecto del bien A, pero los precios nominales son inflexibles a la baja, entonces el sistema se resuelve con un aumento nominal del precio de A, manteniéndose constante el precio del bien B. Finalmente, esto tiene como resultado un aumento general del nivel de precios de la economía. La inflación, así, no fue causada por el aumento de la emisión monetaria, sino por un cambio de precios relativos que incrementó el valor del IPC.
La teoría de Olivera podría aplicarse y explicar en parte el fenómeno de la inflación de 2019. En efecto, el aumento del valor del dólar (que pasó de $ 38,8 En diciembre de 2018 a $ 63 en diciembre de 2019) puede explicar la modificación al alza de una serie de precios de la economía no compensada por una baja de otros productos, llevando esto a una suba del nivel de precios promedio.
Ahora el punto es si estas disrupciones de corto plazo pueden negar la teoría monetarista de la inflación. Y, desde nuestro punto de vista, esto no es suficiente. La visión de Olivera -y otros “estructuralistas”- puede ser útil para entender cambios de corto plazo en la tasa de inflación: pero para comprender el fenómeno de la inflación a largo plazo -como el que vive hoy Argentina-, debemos volver a la cantidad de dinero.
De Gregorio (De Gregorio, 2017) nos muestra este fenómeno con dos gráficos (ver gráfico 5 en el anexo) elocuentes que en el eje horizontal tienen la tasa de expansión de la cantidad de dinero y en el vertical la tasa de inflación. Un gráfico muestra cambios a corto y el otro las variaciones a un plazo más largo. El economista chileno concluye que:
… la relación entre dinero e inflación es muy débil en el corto plazo. (…) Cuando se observa la evidencia de largo plazo, veinte años, la relación es más clara, y efectivamente hay una alta correlación entre la inflación y el crecimiento de M1. Esto es particularmente importante para inflaciones altas. (…)
En consecuencia podríamos concluir que la teoría cuantitativa, y por lo tanto, la neutralidad del dinero, se cumpliría en el largo plazo.
La evidencia también indica que, a corto plazo, la correlación entre emisión e inflación es débil, mientras que a largo se vuelve más robusta.
Milton Friedman no estaría en desacuerdo con esta afirmación, ya que en su decálogo del monetarismo (Ravier, 2012), explicaba que a corto plazo la emisión monetaria afectaba más al nivel de actividad que al nivel de precios; siendo el impacto sobre éste más importante luego del paso de un cierto tiempo.
Por último, y volviendo al éxito que los países Latinoamericanos han mostrado en el combate contra la inflación, vale destacar el análisis de Bernanke (Bernanke, 2005), quien afirmó que la responsabilidad fundamental en el éxito antiinflacionario recae en el abandono de las ideas estructuralistas y su reemplazo por “el consenso actual entre los economistas – que el crecimiento de la cantidad de dinero generado por el déficit fiscal es la fuerza motora detrás de casi todos los episodios de muy alta inflación”.
Tal vez los hechos más recientes, y las declaraciones de los banqueros centrales del día de hoy, junto con sus políticas monetarias, sea una nueva demostración de este dictum de Bernanke[6].
Por último, el rol de las expectativas
Como nos decía Bernanke, existe un consenso entre economistas acerca de que, en el origen de la inflación, está la política monetaria impulsada por la dominancia fiscal. Ahora a esto hay que sumarle el rol de las expectativas, un camino que comenzó Friedman pero que luego fue profundizado por autores de la talla de Robert Lucas y Thomas Sargent, entre otros.
La “revolución de las expectativas racionales”, como se ha llamado a esta nueva corriente del pensamiento económico, sostiene que los agentes económicos hacen el mejor uso de la información limitada de la que disponen y, en base a eso, buscan anticiparse y adaptarse racionalmente a los efectos esperados de las políticas gubernamentales. Así, el comportamiento de los individuos puede contrarrestar los efectos de las políticas y frustrar sus objetivos.
Un texto clásico en este sentido es el de Sargent y Wallace (Sargent & Wallace, 1981). Los autores sostuvieron en esa época la controvertida idea de que la política monetaria, por sí misma, no sería suficiente para reducir la inflación. Incluso más, que una política monetaria apuntada a bajar la inflación, si se empleaba en solitario, generaría más inflación en el futuro.
Esto era así porque, en un sistema donde el Banco Central dejara fija la tasa de expansión monetaria, por ejemplo, el déficit del gobierno sólo podría ser financiado en parte con el dinero emitido, teniendo el resto que financiarse en el mercado de bonos. Ahora bien, llegado el punto en que el mercado de bonos se saturase, entonces el Banco Central debería financiar ese déficit con “señoreaje, requiriendo la creación de dinero adicional. Más tarde o más temprano, en una economía monetaria, el resultado es inflación adicional”.
Sargent y Wallace enfatizaban su punto al considerar que, si la demanda de dinero dependía de la tasa esperada de inflación, entonces podría darse el caso de que la autoridad monetaria ni siquiera pudiera bajar la inflación en el corto plazo. Es que los agentes racionales, esperando una mayor expansión en el futuro, reducirían hoy su demanda de dinero, haciendo que la “dureza monetaria” tuviera poco efecto sobre la inflación presente.
En otro artículo sobre las hiperinflaciones europeas de los años ‘30, Sargent (Sargent, 1982) volvió a insistir en las expectativas de los agentes y, por tanto, en la credibilidad de las políticas implementadas para bajar la inflación:
Las medidas esenciales que pusieron fin a la hiperinflación en Alemania, Austria, Hungría y Polonia fueron, primero, la creación de un banco central independiente que estaba legalmente comprometido a rechazar la demanda de emisión por parte del gobierno y, segundo, una alteración simultánea en el régimen de política fiscal (…) una vez que se entendió ampliamente que el gobierno no dependería del banco central para sus finanzas, la inflación terminó y los tipos de cambio se estabilizaron.
Volviendo a 2019, esta hipótesis también podría obtener una ilustración en los hechos. Mientras los mercados creyeron en la política monetaria y la continuidad de una política fiscal gradualista hacia abajo, avalada por un organismo internacional como el Fondo Monetario Internacional, la inflación mostró cierta morigeración y el tipo de cambio se mantuvo estable. No obstante, una vez el escenario político se modificó, la expectativa de los agentes también lo hizo, de forma rápida y radical, y con ello vino el salto del tipo de cambio, una caída de la demanda de dinero, y un nuevo aumento en la tasa de inflación.
Conclusión
A lo largo de este trabajo hemos tratado de entrelazar los datos de la realidad con un conjunto de ideas que han mantenido su coherencia a lo largo de, al menos, seis siglos. Así, intentamos sostener que -si bien en economía, como en toda ciencia- las conclusiones son siempre provisionales y sujetas a refutación, la afirmación de que la emisión excesiva de dinero es la causante de la inflación es una que cuenta con un considerable consenso en la profesión y en la academia y que, además, ha sido suficientemente ilustrada por la evidencia empírica a lo largo de la historia.
Eso no impide, por supuesto, que podamos escuchar objeciones y críticas. No obstante, es la creencia de este servidor, que dichas críticas no podrán cambiar en mucho los puntos fundamentales aquí vertidos.
Anexo de Gráficos
Gráfico 1. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur.
Fuente: elaboración propia en base a FMI
Gráfico 2. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur con Argentina y Venezuela.
Fuente: elaboración propia en base a FMI
Gráfico 3. Base monetaria (promedio míovil 12 meses) y tasa de expansión anual.
Fuente: elaboración propia en base a BCRA.
Gráfico 4. Tasa de inflación anual (2002-2020), datos mensuales.
Fuente: elaboración propia en base a INDEC y fuentes privadas.
Gráfico 5. Emisión monetaria e inflación en el corto y largo plazo.
Fuente: De Gregorio (2007).
Gráfico 6. Tasa de interés de referencia para países seleccionados (2020-2022)
Fuente: elaboración propia en base a INDEC y Bancos Centrales.
[1] La página oficial del Banco Central de Venezuela se ocupa de aclarar que dicha institución es “integrante del Poder Público Nacional” y “que ejerce funciones gestoras de interés público en coordinación con la política económica general y se rige por los principios que gobiernan la Administración Pública.”. En el caso de Argentina, la reforma de la carta orgánica del 2012 modificó los objetivos, que quedaron establecidos en 5: “en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, 1) la estabilidad monetaria, 2) la estabilidad financiera, 3) el empleo y 4) el desarrollo económico 5) con equidad social. Véase BCV, Misión y Visión (http://www.bcv.org.ve/bcv/mision-y-vision) y BCRA, Carta Orgánica (http://www.bcra.gov.ar/pdfs/bcra/cartaorganica2012.pdf).
[4] El economista austriaco Ludwig von Mises bridó, en el año 1969, una serie de conferencias en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En una de ellas se refirió a la inflación. Sus conferencias se encuentran publicadas por Unión Editorial, en un libro titulado “Política Económica”.
Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Investigador Asociado del Centro FARO, de la Universidad del Desarrollo de Chile. Es Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Sigue a @ivancarrino
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
La Argentina está enfrentando los efectos del exceso de emisión de pesos en los últimos dos años para financiar la expansión del gasto público. Brecha con los países vecinos
Aun suponiendo una inflación del 6,7%, una vez más el aumento del IPC en Argentina estuvo muy por encima de la tasa que registraron los países vecinos, y afecta el ingreso real de los trabajadores (Reuters)
A punto de salir el IPC de agosto del Indec, todas las estimaciones muestran que la inflación del mes último mes se acercó al 7 por ciento.
El gráfico más abajo muestra cómo se cae el relato del Gobierno cuando sostiene que la inflación es culpa de los que remarcan los precios, de los que ganan “mucho”, de los especuladores y demás argumentos de política de barricada, porque eso significaría afirmar que solo en Argentina están los empresarios malvados que remarcan precios.
Lo concreto es que la expansión monetaria de 2020 hasta julio de 2022 generó una depreciación del peso que, aún sin que en agosto se haya emitido moneda para financiar al Tesoro, igual el deterioro continúa como consecuencia de la caída en la demanda de moneda.
Pero el problema principal de la inflación no es que los precios suben, en realidad es una ilusión óptica porque es el peso el que se deprecia. El problema principal de esta emisión es que se distorsionan los precios relativos, lo que implica que unos sectores salen ganadores y otros salen perdedores.
Es que cuando el gobierno expande moneda para financiar el gasto público, el proceso de aumento de los precios no ocurre en todos los bienes y servicios al mismo tiempo y a la misma velocidad, sino en la medida que los pesos emitidos empiezan a circular en la economía y van llegando a diferentes sectores vinculados inicialmente con el Estado.
Este proceso es más instantáneo en Argentina que en otros países, por la larga tradición inflacionaria y porque la caída en la demanda de moneda ya es casi simultánea. Es más, el rechazo a los nuevos pesos emitidos por el BCRA se produce ni bien entran en circulación. Un país como Argentina que destruyó 5 signos monetarios, que tuvo procesos inflacionarios, megainflacionarios e hiperinflacionarios tiene entrenada a la población para defenderse de la pérdida de poder adquisitivo de sus ingresos.
Si todos los precios aumentaran en el mismo momento y a la misma tasa, el único problema que habría es que las transacciones se harían con valores nominalmente más altos, pero no habría ganadores y perdedores porque todos mantendrían su capacidad de compra y de ahorro.
El rechazo a los nuevos pesos emitidos por el BCRA se produce ni bien entran en circulación (Franco Fafasuli)
Este ya no es el caso de Argentina porque la gente sabe que la suba de precios es producto de la emisión monetaria y, por lo tanto, no aumenta la demanda real de bienes y servicios, y los productores tratan de defender su capital de trabajo. Esta defensa del capital del trabajo es los que los populistas llaman especulación para buscar un culpable y no hacerse cargo del problema que ellos generan.
Si, llegado un punto, el gobierno, ante la espiral inflacionaria, decide bajar el gasto público para dejar de emitir, el que primero recibió la emisión e invirtió para abastecer la mayor demanda artificial descubre que le cae la demanda de sus bienes y se queda con lo que se dice en economía capacidad ociosa, que en realidad no es la consecuencia de una inversión errada basada en la distorsión de precios relativos que generó la emisión monetaria inicial.
Un ejemplo de este proceso se puede observar en EE.UU. ya que el mismo presidente de la Reserva Federal, Jay Powell, advirtió que bajar la inflación llevará tiempo y provocará “algo de dolor” para las familias y para las empresas, pero también agregó que no frenar la inflación sería más doloroso: “Es probable que la reducción de la inflación requiera un período sostenido de crecimiento por debajo de la tendencia. Además, es muy probable que las condiciones del mercado laboral se debiliten. Mientras que los tipos de interés más altos, el crecimiento más lento y las condiciones del mercado laboral más débiles reducirán la inflación, también supondrán cierto dolor para los hogares y las empresas. Estos son los desafortunados costes de la reducción de la inflación. Pero si no se restablece la estabilidad de los precios, el dolor será mucho mayor”.
Lo que está diciendo Powell es que se acabó el efecto de la droga de la emisión de moneda de los dos años anteriores y que ahora habrá que asumir el costo que produce la inflación, porque de lo contrario el sacrificio posterior será mayor.
En el caso argentino, la droga inflacionaria ya ha hecho tal desastre que hoy quitarse de encima esa adicción de emitir pesos para financiar el gasto público tiene el costo no solo de pésimas inversiones, que ya no las hay, sino que mucha gente vive sin trabajar (Reuters)
En el caso argentino, la droga inflacionaria ya ha hecho tal desastre que hoy quitarse de encima esa adicción de emitir pesos para financiar el gasto público tiene el costo no solo de pésimas inversiones, que ya no las hay, sino que mucha gente vive sin trabajar.
¿En qué sentirá la gente el impacto para frenar la inflación?
En tasas de interés más altas; planes sociales insostenibles; caída del salario real; menor actividad; más desocupación; caída del poder de compra de las jubilaciones; y suba de las tarifas de los servicios públicos, entre otros efectos. Más aún cuando todavía no hay como contrapartida un plan económico y condiciones institucionales que permitan vislumbrar una salida de crecimiento.
Una política antinflacionaria que se limita a frenar la emisión, pero que no tiene detrás un plan económico que atraiga inversiones y condiciones institucionales que lo respalden, tendrá un costo elevado y pocos beneficios.
El costo del populismo finalmente llega, y mayor es cuanto más precario es el plan antinflacionario que busque implementar en la emergencia.
Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky