Paradoja del Estado que no ha estado

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 31/10/17 en: http://www.expansion.com/opinion/2017/10/31/59f7920d22601d7a248b45aa.html

 

Se nos dice que, en Cataluña, hasta la semana pasada, el Estado no ha estado. En eso están de acuerdo todos menos los nacionalistas, que protestan por lo contrario.

¿Cómo se puede decir seriamente que el Estado no ha existido en Cataluña? ¿Es que acaso los catalanes han dejado de pagar impuestos? ¿Es que la creciente intrusión de la política y la legislación estatales en la vida y los bienes de los ciudadanos de España, que hemos padecido en las últimas décadas, milagrosamente no ha afectado a siete millones y medio de afortunados?

Es obvio que esto no ha sido así. Y resulta asombroso que se haya podido lamentar «la inexistencia del Estado en Cataluña» o «la precariedad del Estado mismo». Un destacado analista llegó a este rarísimo diagnóstico: «el Estado carece de medios para imponer el respeto a su ordenamiento jurídico en Cataluña». ¿Cómo va carecer de medios quien recauda todos los años un tercio del PIB?

La queja de los nacionalistas es análogamente paradójica, porque su capacidad de actuar como el Estado que de hecho son en Cataluña ha sido gigantesca, y la han aplicado sin rubor desde hace mucho tiempo. ¿Cómo pueden clamar por su impotencia frente al Estado cuando el Estado mismo les ha cedido no solo una apreciable cantidad de dinero sino el control de los principales instrumentos de intoxicación y sometimiento que tiene el poder en todo el mundo? ¿Alguien se cree que los nacionalistas habrían podido acumular el respaldo político del que gozan si no hubiesen podido disponer durante tantos años de la educación y la televisión pública, y de cuantiosas sumas de dinero para subvencionar a sus propagandistas, acólitos y catecúmenos?

Por lo tanto, ni el Estado ni los independentistas han carecido de medios, al contrario: ambos los tenían, aunque fueron los independentistas quienes los utilizaron para promover su proyecto hasta el momento de la proclamación de la independencia. Allí, y solo en esa intersección, ambos han chocado gravemente, pero no antes.

Esto nos sigue rodeando de paradojas e interrogantes. Ningún nacionalista deja de aspirar a crear una nación, y todos pretenden que su nación se convierta en un Estado. Nadie puede pretender que no lo hagan, igual que nadie puede mirar a un renacuajo y asegurar que jamás se convertirá en un sapo. Dirá usted: la diferencia estriba en que en España el Estado alimentó alegremente al renacuajo, como si confiara en que jamás iba a dejar de serlo. Es verdad, y la pregunta es: ¿por qué hizo algo tan absurdo?

Mi conjetura es que el Estado español de la transición democrática difícilmente habría podido crecer sin su conversión de centralista en autónomo. Las autonomías legitimaron y promovieron la espectacular expansión del gasto público que, de suponer sólo el 20% del PIB a la muerte del dictador, llegó al 50% apenas dos décadas más tarde. El Estado de bienestar y su vasto proceso redistribuidor fue su principal impulsor, sin duda, pero las autonomías ocupan un digno (es un decir) segundo lugar.

Era imposible para el propio Estado ejecutar esta descentralización y vetar a las fuerzas centrífugas que albergaba en su seno. Digamos, no podía permitir que tuviera el control de la educación la autonomía de Madrid y no la del País Vasco; y tampoco podía permitir que tuviera una televisión autonómica Andalucía, pero no Cataluña. Dada la existencia de nacionalismos en ambas comunidades, como también en otras, no cabía suponer que esas fuerzas no iban a utilizar dichos recursos para promover agendas independentistas con mayor o menor intensidad, según la oportunidad y las circunstancias.

Combinando esto con la legislación electoral que primó políticamente a los nacionalistas catalanes, entregándoles la llave de gobiernos del PSOE y el PP, se entienden las múltiples concesiones que obtuvieron, y que naturalmente utilizaron para aprovisionarse y seguir creciendo. Y a partir de ahora ¿qué? Como es natural, nadie lo sabe, pero no creo que necesariamente sea cierto eso de que «puede pasar cualquier cosa». Por raro que parezca, entreveo que lo que puede pasar seguirá respetando la lógica política, incluyendo los episodios que me resultan más admirables, que son aquellos en donde los políticos están de acuerdo en incrementar la coacción, lo hacen, y lo plasman en acontecimientos que, para colmo, son ampliamente celebrados, como los Pactos de la Moncloa, que llevaron la presión fiscal al máximo de la historia de España. No descartemos ningún acuerdo, ni siquiera hoy, donde todo parece llevarnos a la catástrofe, y no olvidemos nunca que la política se especializa en salvarnos de catástrofes a donde ella misma nos ha conducido.

Como tantas otras paradojas, la paradoja del Estado que no ha estado se resuelve prestando atención, y observando que, al revés de lo que todo el mundo dice, el Estado sí ha estado. Más aún, los problemas que tenemos se derivan precisamente de eso.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Macri frente al desafío de cumplir con su palabra

Por Iván Carrino. Publicado el 31/10/17 en: http://www.ivancarrino.com/macri-frente-al-desafio-de-cumplir-con-su-palabra/

 

Ayer al mediodía, el presidente de Argentina anunció “tres ejes” básicos para el crecimiento del país. ¿Cumplirá?

No había habido tanta expectativa desde el comienzo de la doceava temporada de Showmach, el programa de TV conducido por el popular animador Marcelo Tinelli.

Después de ganar las elecciones legislativas el 22 de octubre, Mauricio Macri se había comprometido a convocar a “todos los sectores”, para explicarles cuáles eran los consensos básicos que se necesitan para que el crecimiento económico de Argentina se consolide.

A las 12 del mediodía de ayer estaba pautado que el presidente comenzara su alocución. Durante el fin de semana, los rumores se esparcieron por doquier.

La renuncia de la fiscal general de la República, la militante kirchnerista Alejandra Gils Carbó, le puso más misterio a la presentación, e incluso demoró algo el arranque del evento.

Finalmente, algunos minutos después de las 12 del mediodía el discurso comenzó.

Tres Ejes para las reformas

El contenido de lo que dijo Macri fue, en líneas generales, digno de aplausos.

Comenzó destacando el potencial que tienen los argentinos. Afirmó que la herramienta más poderosa para bajar la pobreza era la “fuerza emprendedora del pueblo” y que solo había que desatar los “nudos que nos tienen maniatados”. Es decir, liberar la “potencialidad latente”.

Exactamente eso es lo que planteamos los liberales: son los empresarios los verdaderos creadores de riqueza. Y todos tenemos la capacidad de convertirnos en empresarios exitosos, siempre y cuando el gobierno nos quite el pie de encima.

Menos impuestos y regulaciones, y más estabilidad es lo que se necesita.

Avanzando con cuestiones más concretas, si bien afirmó que no explicitaría los “instrumentos”, el presidente propuso tres ejes para “construir consensos básicos”. Es decir, tres ideas que deberían obtener un amplio apoyo popular para ejecutar políticas de estado.

Los tres ejes mencionados fueron:

–          La Responsabilidad Fiscal,

–          El Favorecimiento del Empleo Privado, y

–          La Calidad Institucional

Al respecto de la responsabilidad fiscal, Macri pidió no gastar más de lo que se recauda en todos los niveles del estado. Sostuvo que hay que seguir bajando la inflación y pidió compromiso para que ésta “nunca más sea un instrumento de la política”. Por último, sostuvo que hay que reducir la carga tributaria y que debe haber un esfuerzo por bajar el gasto público.

Para Macri, esto no es negociable, puesto que “no es nuestro dinero el que nos toca administrar, sino el de todos los argentinos”.

Sobre el empleo¸ afirmó que se necesitan reglas de juego que fomenten el trabajo privado formal. La creación de puestos de trabajo es vista por el gobierno como la única forma de salir de la pobreza. Para fomentarla, se anunció que habrá un blanqueo de empleados “en negro”, y que se seguirá combatiendo a la llamada “mafia de los juicios laborales”.

Macri dijo que los argentinos pueden competir exitosamente con los mejores del planeta, pero siempre que el gobierno les quite las trabas a las empresas y genere condiciones propicias.

Por último, pidió un mayor compromiso para que haya más república. El mandatario pidió un estado que esté al servicio de los argentinos, no al de los funcionarios o de los gremios.

Estar a la altura de sus palabras

De acuerdo a las primeras reacciones tras el anuncio, los “tres ejes” de Macri fueron compartidos por un amplio espectro de la política y la dirigencia nacional. Es que, como objetivos propuestos, no hay mucho para objetar.

Un país con equilibrio fiscal, buena calidad institucional y una firme creación de empleo privado es  deseable desde todo punto de vista. No obstante, lo más difícil es hacer que esto se concrete.

Es que, como dice el refrán, “del dicho al hecho, hay mucho trecho”.

Para que quede claro el tema, 14 años atrás otro mandatario dio un discurso con unas líneas bastante similares.

En su presentación oficial como presidente de la República, Néstor Carlos Kirchner también pidió una mayor calidad institucional, sensatez fiscal y creación de empleo.

En cuanto a lo fiscal, vale la pena citarlo in extenso:

“El objetivo básico de la política económica será el de asegurar un crecimiento estable, que permita una expansión de la actividad y del empleo constante, sin las muy fuertes y bruscas oscilaciones de los últimos años (…)

La sabia regla de no gastar más de lo que entra debe observarse. El equilibrio fiscal debe cuidarse (…)

El país no puede continuar cubriendo déficit por la vía del endeudamiento permanente ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciendo correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de menores ingresos.”

A pesar de sus dichos, Kirchner inauguró una larga etapa de despilfarro fiscal, desborde inflacionario, y un auge económico insostenible que terminó en una nueva crisis. Los últimos años del kirchnerismo se caracterizaron por la nula creación de empleo privado, el exceso de empleo público y los controles de precios y del tipo de cambio.

Por si esto fuera poco, la “calidad institucional” que tanto proclamaba quedó reducida a cenizas. De acuerdo con el ránking de la Fundación Libertad y Progreso, Argentiná cayó 99 puestos en los últimos 20 años.

Mauricio Macri transmite convicción y seriedad. Es decir, parecería estar más comprometido que Kirchner en cumplir sus propias metas. Sin embargo, no es solo una cuestión de voluntad. Mucho menos en esta Argentina corporativa y facciosa. Y mucho menos cuando bastante de lo que dice se contradice con lo que su gobierno ha hecho hasta ahora.

Al margen de ello, por ahora los objetivos quedaron enunciados.

Queda ver qué contenido tienen las propuestas concretas y qué posibilidad de avance tendrán en el congreso y los pasillos del poder.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Un análisis de las pasadas elecciones y de promisorias expectativas

Por Eduardo Filgueira Lima

 

Las elecciones del 22 de octubre permitieron ubicar a Cambiemos en un lugar preponderante del escenario político argentino, tal no se registraba desde hace muchos años por fuera de las fuerzas tradicionales.

En este particular caso la población es obvio que no votó masivamente por estar mayoritariamente satisfecha con la situación económica, ya que los “brotes verdes” -aunque la economía sigue creciendo desde hace seis meses- no han llegado a florecer.

Parece ser cierto que la ciudadanía no vota siempre por “el bolsillo” y es muy probable que en este caso lo haya hecho -en un exceso de simplificación- para dar por finalizado un ciclo por una parte y con un hálito de esperanza en un muy probable futuro promisorio por otra.

En cuanto al primer argumento es necesario decir que “cerrar un ciclo” significa también dejar atrás el modelo fuertemente estatista y revertir lo que en materia económica representaron las dificultades que finalmente se debieron remontar durante los dos primeros años del gobierno de Macri, y que no fueron suficientemente explicitadas como “herencia recibida”.

Ese mismo modelo no solo nos condujo a una anunciada crisis sino que significó el estancamiento durante los últimos cinco años de la actividad económica (ver. EMAE[1]), crecimiento sostenido del empleo público, enormes distorsiones en la balanza de pagos y sostenimiento de la “fiesta” con abultada emisión monetaria destinada a sostener el descontrolado gasto público (tal que siempre un modelo estatista requiere), con sus consecuencias inflacionarias finales,… mal disimuladas.

El hecho es que en este panorama el gobierno se encontró con una trampa, como hubiera significado tratar de salir del embrollo con fuertes medidas restrictivas sin una contraparte de inversiones y absorción por el desarrollo de una actividad privada que contuviera las necesidades de una gran parte de la población. Optó por el gradualismo.

Ahora luego de los resultados electorales obtenidos “la esperanza” se nos presenta como el objetivo fundamental a atender.

La economía como fue dicho parece sostener un crecimiento módico desde hace seis meses y ahora (Septiembre) con un 3,3% acumulativo mensual[2], lo que muy probablemente se hará sentir recién a mediados de 2018. También la inflación parece ir paulatinamente disminuyendo desde las impresionantes cifras que mantuvo y ocultó[3] el gobierno durante muchos años.

Pero es hora de las reformas. Por lo menos así fue anunciado casi de inmediato al resultado de las elecciones por el mismo Presidente Macri. El gobierno sabe que no puede sostener indefinidamente un gasto público que supera ya el 45% del PBI y menos sostenerlo con endeudamiento de manera indefinida o durante un tiempo prolongado.

La política fiscal debe superar la meta de alcanzar el equilibrio, porque la competitividad del sector privado requiere una disminución significativa de la carga impositiva que hoy se mantiene y resulta un ahogo a las posibilidades de generación de ahorro e inversiones como antesala de nuevos empleos y mejora de la competitividad. La meta debería ser la reducción del gasto público.

Una señal de alarma en este mismo sentido es el rojo de la balanza comercial que alcanza un acumulado en 2017 de u$s 3.428 millones (Ver Figura N°1)[4], Lo que se explica por la ausencia de un incremento sustancial de las exportaciones, frente a un importante incremento de los ingresos de bienes del exterior.

Obviamente una política cambiaria que sostiene altas tasas de interés “plancha” el dólar lo que tiene sus propias consecuencias en este mismo sentido, porque si bien facilita el ingreso de insumos para la producción agropecuaria e industrial a su vez encarece el costo en dólares de la producción nacional que no se hacen competitivos ni dentro (consumo interno), ni fuera (exportación) del país.

Obviamente las políticas fiscal y monetaria son imprescindibles para contener la inflación. Pero no son las únicas. También las tasas de interés deben posibilitar el crédito para acompañar la inversión y la producción requiere de una política cambiaria que permita competitividad a nuestros productos.

La reducción del déficit fiscal no debe ser una promesa, es el núcleo del problema: un programa fuertemente estatista requiere ser sostenido por un creciente gasto público.

Y el gasto público se mantiene (fundamentalmente) con impuestos, emisión monetaria y/o endeudamiento. Todos los cuales tienen finalmente sus nefastas consecuencias.

La hora de las reformas ha llegado y entre otras, merecen destacarse la fiscal, la previsional, la laboral y la tributaria, que por pertenecer al campo de “la política impositiva” quitan competitividad a la producción nacional que es el verdadero motor de la economía.

Cada uno tiene a su cargo importantes desafíos: el gobierno bajar el gasto público y aprender que su intervención en la economía puede ser (y habitualmente lo es) nociva. Y los empresarios saber que no se puede vivir de las prebendas del estado, que estamos insertos en un mundo que requiere practicidad, inversiones, innovación, agilidad, y producción competitiva. Y que hoy no es tiempo de monopolios y protecciones arancelarias porque atentan contra el país en su conjunto, aunque beneficien a unos pocos.

Las reformas serán difíciles porque con seguridad muchos -cómodos en su situación- pretenderán no cambiar y pondrán escollos a las mismas. Y además nuestra sociedad disfruta los bienes que el mercado le permite, pero luego es renuente a defender las ideas que lo promueven.

Por lo que no debemos pedir a Macri que haga lo que puede o no le dejan hacer. Porque el riesgo de una Argentina pendular, aunque parece hoy superado, siempre se encuentra a la puerta.

Finalmente una reflexión política: las mismas reformas necesarias (casi imprescindibles), tienen su contraparte en dos dimensiones. Por un lado no deberían ser por sí mismas un imponderable negativo al proyecto de un país que renace a un esperanzador nuevo ciclo. Y por otro -y por ese mismo motivo- el gobierno debe saber que tiene un tiempo limitado para iniciarlas, antes que se constituyan en un escollo para las próximas (demasiado próximas) elecciones.

[1] EMAE: Estimador mensual de la actividad económica. Publicado por INDEC base 2004 (Serie 2017) En: https://www.indec.gov.ar/nivel4_default.asp?id_tema_1=3&id_tema_2=9&id_tema_3=48

[2] Ver informe O. Ferreres y Asoc.

[3] Ver informe comparativo INDEC vs IPC Congreso http://data.lanacion.com.ar/dataviews/69218/ipc-indec-y-congreso/

[4] Figura N°1 En: http://www.ambito.com/895173-en-2017-la-argentina-acumula-el-peor-deficit-comercial-de-la-historia-economica “En 2017 la Argentina acumula el peor déficit comercial de la historia económica”

 

Eduardo Filgueira Lima es Médico, Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social,  Magister en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, Doctor en Ciencias Políticas y Profesor Universitario.

 

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Hardin y la tragedia de los comunes que es la tragedia de la ausencia de derechos de propiedad, individual o grupal

Por Martín Krause. Publicado el 25/10/17 en: http://bazar.ufm.edu/hardin-la-tragedia-los-comunes-la-tragedia-la-ausencia-derechos-propiedad-individual-grupal/

 

Con los alumnos de Law & Economics estuvimos viendo el papel que cumple el derecho de propiedad y ahora vemos los problemas que genera su ausencia. Para ello, leemos lo que ya es un clásico “La tragedia de los comunes”, de Garrett Hardin.

Curiosamente, el artículo plantea el problema a través de un tema en el cual creo que erra: el crecimiento poblacional. Sin embargo, presenta allí el famoso ejemplo de los pastores que llevan sus ovejas a pastar a un valle común que es perfecto.

Sobre el primer tema Hardin parece recitar a Malthus:

“La población, como lo dijo Malthus, tiende de manera natural a crecer “geométricamente”, o como decimos hoy, exponencialmente. En un mundo finito esto significa que la repartición per cápita de los bienes del mundo debe disminuir. ¿Es acaso el nuestro un mundo finito?”

“Se puede defender con justeza la idea de que el mundo es infinito; o de que no sabemos si lo sea. Pero en términos de los problemas prácticos que hemos de enfrentar en las próximas generaciones con la tecnología previsible, es claro que aumentaremos grandemente la miseria humana si en el futuro inmediato, no asumimos que el mundo disponible para la población humana terrestre es finito. El “espacio” no es una salida.”

“Un mundo finito puede sostener solamente a una población finita; por lo tanto, el crecimiento poblacional debe eventualmente igualar a cero.”

Presenta a este problema como una “tragedia de la propiedad común”, en el sentido que todos somos “dueños” del planeta pero eso hace que ninguno se preocupe por el carácter finito de los recursos cuando decide traer a un nuevo ser humano al mundo, contribuyendo con su finitud. En todo caso, el análisis debería llevarnos a poner la mira en la falta de derechos de propiedad sobre muchos recursos naturales, no en el exceso de población que podamos generar al tomar decisiones sobre la composición de nuestras familias.

Pero en el medio de todo eso, el otro caso es muy bueno

El ejemplo de los pastores que llevan sus rebaños a un valle, aumentado su número sin pensar que el valle se depreda es lo mejor del texto, y aplicable a muchos contextos donde no hay derechos de propiedad definidos. También lo es su mención de que el problema se resuelve asignando derechos de propiedad privada a los pastores. Elinor Ostrom luego sugeriría que también funcionaría una propiedad grupal de todos los pastores sobre el valle.

En fin, aquí se abre la puerta al análisis de incontables recursos que enfrentan esta “tragedia”, desde las ballenas hasta la atmósfera, y la posibilidad de desarrollar derechos de propiedad en cada uno de ellos. Pero la finitud de los recursos no es un buen caso, y tendrá el mismo destino que el pesimismo de Malthus. Es más, esa misma iniciativa emprendedora e innovación que extiende la finitud de los recursos también es la que busca desarrollar derechos de propiedad en aquellos recursos que aún no los tienen, y así proteger los recursos que son escasos y multiplicarlos.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados. (Ciima-Eseade). Es profesor de Historia del Pensamiento Económico en UBA.

Los políticos se equivocan: NO hay que crear empleo

 

Por Iván Carrino. Publicado el 25/10/17 en:  http://www.ivancarrino.com/los-politicos-se-equivocan-no-hay-que-crear-empleo/

 

La clave del progreso no es la creación de puestos de trabajo, sino la creación de valor.

Cuántas veces escuchamos a los políticos decir que todo lo que hacen es para “crear empleo”. Como si ellos tuvieran la varita mágica para conseguirlo… repiten una y otra vez lo mismo.

Es más, en tiempos de “la grieta”, parecería que en el tema de los puestos de trabajo, todos se ponen de acuerdo.

Cristina Fernández, mandamás del país por 8 años entre 2007 y 2015, sostenía que la generación de puestos de trabajo era el “objetivo primordial” de su modelo económico.

Mauricio Macri, supuestamente ubicado a años luz de distancia del populismo radical kirchnerista, sostiene casi lo mismo: “Mi obsesión es generar más trabajo”, afirma. Cada medida que toma, cada reunión que tiene, la cierra calculando cuántos puestos de trabajo podrían crearse.

Datos, no relatos

Es una lástima que cuando uno mira los números, parece haber un divorcio entre lo que se desea y lo que efectivamente ocurre.

Si bien entre 2007 y 2011 se crearon, en el sector privado formal, 650.000 empleos nuevos, después de instaurar el “cepo” la economía se frenó y la creación de puestos de trabajo privado cayó estrepitosamente. El empleo en el sector más productivo de la economía creció al 1,1% promedio anual durante todo el período, lo mismo que crece la población.

Esta tendencia fue contrarrestada por la maquinaria de contratación del estado. Durante el mismo período, el aumento del empleo público mostró un ritmo en torno al 4% anual. Los empleados públicos pasaron de representar el 43,1% del empleo privado formal en 2012, a 49,4% en diciembre de 2015.

Con Macri la cosa no anduvo mejor. Producto de la pesada herencia recibida, en los primeros seis meses de su gestión el sector privado registrado perdió alrededor de 50 mil puestos. Esta pérdida recién terminó de recuperarse en junio de este año.

Mientras tanto, el peso del empleo estatal siguió creciendo (ya supera el 50%), el desempleo general en el país (ahora que tenemos datos confiables) es superior al promedio de América Latina y el sector informal sigue representando un considerable 34% del mercado laboral.

No hay que crear trabajo, hay que crear valor

Como se observa hasta acá, para “crear trabajo” no es suficiente con las buenas intenciones. Ahora yendo a la cuestión fundamental, lo cierto es que todo el enfoque que nos ofrecen los políticos está equivocado.

Es que la clave del progreso no pasa por “crear empleos”, sino por crear valor.

Piénsese una cosa: si el objetivo del país fuera emplear a la mayor cantidad de gente posible, la receta sería muy sencilla. A partir de mañana, se decreta la destrucción de todas las máquinas de la Argentina y el cierre de nuestras fronteras comerciales.

Estas dos medidas serían verdaderamente extraordinarias para la creación de trabajo. A corto plazo, estaríamos todos “empleados” en la destrucción de las máquinas, llevando el desempleo a 0%. Acto seguido, todos conseguimos trabajo produciendo aquellos bienes que antes fabricaban las máquinas.

Por si eso fuera poco, la demanda de mano de obra explotaría porque también habría que producir todo lo que antes llegaba del extranjero pero ahora está bloqueado.

Sensacional, ¿verdad?

No tanto…

Más empleo, mucha más pobreza

Es cierto que los argentinos a partir de ese momento tendríamos muchas cosas para hacer y  caería el desempleo, ¿pero a qué costo?

Al costo del empobrecimiento generalizado de los 40 millones de habitantes. Sería tal la destrucción de riqueza que veríamos una ola de emigración e incluso muchos compatriotas al borde de la muerte por falta de fronteras comerciales.

Es que la medida equivaldría a querer producir todo lo que compramos en el supermercado dentro de casa y “a mano”. El tiempo que pasaríamos “ocupados” sería tan grande que casi no quedaría resto para dormir o consumir.

La calidad de vida se desplomaría.

Es por eso que la clave del progreso no es la creación de empleos, sino la creación de riqueza. Es decir, la generación de bienes y servicios de valor para los clientes, que incrementen las ganancias de las empresas.

Tener cada vez más empresas, de mayor tamaño y con más inversión redunda en una mayor cantidad de bienes y servicios a precios más accesibles. El beneficio para el consumidor es directo. Pero como efecto positivo colateral, tenemos un aumento genuino de la demanda de mano de obra.

Cuanto más crecen las empresas, más gente necesitan para trabajar y mayores salarios pueden pagar.

El gobierno no debe “crear empleo”, sino limitarse a liberar las energías creativas de los empresarios.

Sin reformas no hay crecimiento

Ahora bien, para liberar estas energías es necesario remover toda la parafernalia de impuestos, trabas y controles que hoy están reprimiendo la economía.

Argentina está en el puesto número 156 en el Índice de Libertad Económica y ocupa la posición 116 en el Informe Haciendo Negocios del Banco Mundial. Arriesgar e invertir en el país es un deporte extremo, gracias a las regulaciones, la inflación, y la carga tributaria.

Más que “obsesionarse” por los puestos de puestos de trabajo, el gobierno debería preocuparse por quitarles el pie de encima a los verdaderos creadores de riqueza.

En esto deberían consistir las “reformas estructurales” de las que hoy tanto se habla.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Gobernabilidad, orden espontáneo y distribución

Por Gabriel Boragina Publicado  el 22/10/17 en: http://www.accionhumana.com/2017/10/gobernabilidad-orden-espontaneo-y.html

 

«La clave del fortalecimiento de la gobernabilidad democrática a nivel municipal está dada por la participación política y fiscal de los ciudadanos en la gestión pública de sus comunidades. De esta manera la negociación interna, entre ellos, sobre sus prioridades y sobre sus necesidades colectivas, les convierte en factores de estabilización y en moderadores de sus propias expectativas. De este proceso surge una especie de «orden espontáneo». Una gobernabilidad endógena y sostenible. El simple reparto induce inestabilidad y acentúa la pugna por más recursos gratuitos».[1]

Es casi redundante afirmar que «la participación política y fiscal de los ciudadanos en la gestión pública de sus comunidades» fortalecerá «la gobernabilidad democrática a nivel municipal» porque es prácticamente decir lo mismo con otras palabras. Si el sistema adoptado es democrático representativo, por definición será de ese mismo modo y no de otro. Por ello, la clave, en realidad, consiste en definir qué tipo de régimen democrático se pretende describir, para no caer en obviedades como las que parecen surgir de la cita anterior. En la democracia representativa -sea está a cualquier nivel- municipal, regional, estatal, nacional, etc. la participación ciudadana viene dada por la acción de sus representantes, en ambos órdenes: el político y el fiscal, ya que como hemos dicho, las decisiones políticas y fiscales no serán ninguna otra cosa que la plasmación de las voluntades ciudadanas expresadas a través de la elección de sus mandatarios. Sólo en este tipo de democracia ello es posible.

Excepto que el autor comentado se quiera referir a una democracia directa, lo que él llama «negociación interna» no es «entre ellos», sino entre sus elegidos a través de los órganos deliberativos previstos en el ordenamiento organizativo local, que puede ser -como en el caso de la ciudad de Buenos Aires- su Constitución. Párrafo aparte merece la alocución «necesidades colectivas» desde nuestro punto de vista del todo recusable. No reputamos existente ninguna clase de “necesidades colectivas». Las necesidades siempre son individuales y pueden ser coincidentes en alguno que otro punto, pero esa concordancia no las transforma en «colectivas» por si mismas. La idea de «necesidades colectivas» trasunta la existencia de «necesidades» separadas de las personas que verdaderamente las están experimentando, creando una suerte de entelequia que desfigura la realidad vital en torno de la cual las necesidades -y todo lo demás- existen.

En indistinto caso, es dable destacar que si la intención del autor es diferenciar un régimen participativo de otro de tipo autoritario (como así parece surgir del contexto completo de su artículo) no podemos dejar de adherir a sus comentarios, mas allá de la imprecisión de ciertas expresiones utilizadas por aquel, las que, no obstante, no empañan su intención final.

En relación al orden espontáneo al que alude, discrepamos en cuanto a la disposición, que consideramos inversa a la que refiere. Es del orden espontáneo (entendido de la manera en que lo fundamentó F. A. v. Hayek) de donde surgen el resto de los mecanismos sociales y no a la inversa. En tal sentido, es del orden espontáneo de donde aparecen los sistemas políticos, económicos, y lo que la cita denomina «gobernabilidad”. El orden espontáneo es el origen y no el resultado de tales fenómenos. Y, como ya dijimos antes, es preferible abandonar el término «gobernabilidad» por no ser preciso y demasiado ambivalente. Por último, una vez más será necesario insistir que los recursos nunca son «gratuitos». Nada hay «gratis» en la vida.

«Si se adopta un sistema de transferencias que no estimula significativamente la mejor gestión pública local -en lo fiscal y en lo político- se corre el riesgo de que la descentralización debilite la gobernabilidad»[2]

Puede que no debilite necesariamente la gobernabilidad, pero sí que lo haga con la economía del lugar donde se apadrinen tales prácticas. Posiblemente cambie el signo de la gobernabilidad, y que ésta pase de democrática a autoritaria (lo que es bastante probable y es casi una tendencia en muchas partes). En tal caso, la gobernabilidad no se aminoraría, sino que simplemente trasmutaría su carácter. Si esta fuera la cuestión, de la descentralización se pasaría a la centralización, precisamente la consecuencia contraria a la que indica el autor citado.

«El simple «reparto» de recursos induce inestabilidad y acentúa la pugna por más recursos. De esta manera no se estimula la sana competencia por más eficiencia y por mejor equidad. Casi ningún gobierno central podrá moderar las exigencias y las presiones si, desde un comienzo, las transferencias no fueron diseñadas para actuar como incentivos reales a una mejor gestión pública territorial.»[3]

El simple reparto de recursos desalienta la generación de más recursos y -a su turno- amortigua los subsiguientes repartos de recursos. Es una cadena inexorable. No obstante, hay que aclarar que esto sucede exclusivamente cuando el reparto de recursos económicos es político, y no fruto de un proceso de mercado. Este último, conlleva como efectos simúlatenos y concomitantes los mecanismos de producción y distribución. Si este sistema de mercado quiere reemplazarse -en similar medida o grado- por otro político, el de mercado se quiebra y el corolario es el despilfarro de capital y el empobrecimiento paulatino, tanto de los destinatarios como de los generadores de recursos económicos.

La competencia de mercado será sustituida por una simple puja por obtener las dadivas que generosamente distribuya el gobierno a desigual nivel político, (municipal, provincial, nacional) en la mayor cuantía posible y por parte de los grupos de presión más fuertes (sindicales, comerciales, empresariales, asociativos de diferente orden, etc.).

Ningún gobierno podrá moderar las exigencias si las trasferencias de recursos no obedecen a un orden de mercado libre por completo de injerencias estatales de cualquier tipo. En donde el orden del mercado es desplazado por otro político la derivación será siempre el descalabro social (político, económico, etc.)

[1] Eduardo Wiesner. «La economía neoinstitucional, la descentralización y la gobernabilidad local». Capítulo VI, en Rolf Lüders-Luis Rubio-Editores. Estado y economía en América Latina. Por un gobierno efectivo en la época actual. CINDE CIDAC, pág. 327

[2] E. Wiesner. «La economía neoinstitucional, la descentralización y la gobernabilidad local». Capítulo VI, en Ludes-Rubio, …Ob. Cit. pág. 327

[3] E. Wiesner. «La economía neoinstitucional, la descentralización y la gobernabilidad local». Capítulo VI, en Ludes-Rubio, …Ob. Cit. pág. 327

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

LA HISTORIA HUMANA ES CASI LA HISTORIA DE CAÍN

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 22/10/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/10/la-historia-humana-es-casi-la-historia.html

 

Después del pecado original, la historia parece ser la historia de Caín. La historia humana es la historia de las conquistas y de las guerras, y, con éstas, de la crueldad y la dominación.

Es casi una historia hobbesiana.

Jesucristo no lo ignoraba: «…Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder».

Y ello no va a cambiar. Ya en 1930 Freud lo vio con claridad. La pulsión de agresión parece no tener freno:

“…A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si -y hasta qué punto- el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción. En este sentido, la época actual quizá merezca nuestro particular interés. Nuestros contemporáneos han llegado a tal extremo en el dominio de las fuerzas elementales que con su ayuda les sería fácil exterminarse mutuamente hasta el último hombre. Bien lo saben, y de ahí buena parte de su presente agitación, de su infelicidad y su angustia. Sólo nos queda esperar que la otra de ambas «potencias celestes», el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer en la lucha con su no menos inmortal adversario. Mas, ¿quién podría augurar el desenlace final?” (El malestar en la cultura).

Pero entonces, ¿por qué seguir luchando por el liberalismo clásico?

¿No es el liberalismo, según Ortega, un supremo acto de generosidad por el cual las minorías tienen asegurados sus derechos?

¿No es entonces una total utopía?

Total, no. Porque el Judeo-cristianismo ha entrado en la historia de este mundo. NO porque la historia de la salvación y de la humanidad se confundan. La primera venida de Cristo fue para la redención del pecado y no para instauración de un reino de este mundo, para la gran decepción de los zelotes de entonces y los de ahora.

Pero la liberación del pecado tuvo sus consecuencias temporales indirectas. La dignidad de la persona, la noción de persona, su valor más allá de los caprichos de los príncipes de este mundo, fue abriéndose paso muy, muy lentamente, hasta que finalmente sucedió un cuasi milagro. Un reino de este mundo se estructuró en base a esta declaración: “…We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness”.

Que después del pecado original los seres humanos llegaran a redactar que todos los seres humanos son creados iguales por Dios y que ello les da sus derechos inalienables, no hubiera sido posible sin el Judeo-cristianismo.

Aún así, fue un casi nada, pero un casi nada que, en la noche de este mundo, sigue siendo una luz posible, pero tan fácil de diluir como una gota de agua en un océano de petróleo.

Pero ese casi nada significó que de algún modo la historia de la humanidad es la historia de Caín contra la historia de Abel. Abel casi no reina, sólo impide que Caín sea el dominio total. Como en un semicírculo, Caín está siempre a punto de dominar todo su espacio, pero Abel sostiene un margen de libertad:

Sólo así interviene Dios en la historia humana. El ya triunfó, su estar en la Cruz es su triunfo total, pero sobrenatural. En nuestra historia, todo lo que tenemos es la resistencia de Abel. Por lo demás, la providencia de Dios no tiene un plan para la historia humana. Luego del pecado original, hemos sido librados a las idas y venidas de las casualidades entrecruzadas con el libre albedrío y el mal, todo ello contemplado por esa misma providencia (Santo Tomás, CG III 71-74). La historia humana es como la historia de una bola que va cayendo en una montaña, saltando de un lugar a otro de modo no sólo impredecible para nuestro conocimiento, sino impredecible en sí mismo, porque no es el libre albedrío de los santos, sino el libre albedrió de la expulsión del paraíso.

Pero entonces, de vuelta, ¿por qué seguir? ¿Por qué seguir luchando en la historia humana por un mundo mejor? ¿Por qué no replegarse, si total Cristo ya triunfó y su Segunda Venida será el verdadero fin de la historia?

Porque, finalmente, el Judeo-cristianismo nos impulsa hacia el bien del otro. No podemos permitir las tiranías, los autoritarismos, los totalitarismos, porque sus crueldades son incompatibles con nuestro amor al prójimo. Entonces NO nos replegamos. NO sería cristiano. Pero cuidado, calma: toda nuestra acción estará dentro del margen de Abel. Lo que haremos será impedir que la línea de Caín se cierre. Ello, luego del pecado original, no sólo es poco, ya es mucho.

Ya está. Eso es todo y calma. No hay progreso indefinido, no hay paraíso en la Tierra, no hay fin de la historia: todas esas cosas son ilusiones de ideologías humanas que pretenden sustituir a la Segunda Venida de Cristo. Su efecto es que nos des-esperan, porque lo que esperamos nunca se da, es imposible, nos pone en la línea de la revolución violenta que no hace más que cerrar más la cruel línea de Caín. Una de las tantas cosas que explicó Benedicto XVI en Spes salvi, sin que nadie lo escuchara, porque él sí que formó parte de la historia de Abel.

Calma entonces. Sigamos haciendo todo lo que podamos, porque ese es el único modo de que la línea de Caín se cierre totalmente. Eso sí, creo, está en la Providencia. Sigamos de su lado, hasta que la Segunda Venida instaure el Reino que no tiene fin.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Revolución Bolchevique, 100 años de horror

Por Iván Carrino. Publicado el 21/10/17 en:  http://www.ivancarrino.com/revolucion-bolchevique-100-anos-de-horror/

 

“En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y las traiciones.

Porque no sólo mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio”.

Esto fue lo que confesó Eugenia Guinzburg en sus memorias, publicadas por primera vez en 1967 en Italia, pero escritas entre 1949 y mediados de los años ’50.

Guinzburg era una joven profesora de historia y periodista orgullosa de la revolución bolchevique. Había nacido en 1904 en Moscú pero se trasladó junto a su familia a Kazán, donde estudió Ciencias Sociales.

A mediados de la década del ’30, a sus 31 años, se la acusó de actividades “contrarrevolucionarias” y se la sentenció – en un juicio de siete minutos- a 10 años de prisión. La separaron de sus dos hijos, uno de los cuales tenía tres años, y del resto de su familia, de un día para el otro. Al primero de ellos no lo volvió a ver jamás, puesto que murió durante la Segunda Guerra Mundial.

Su condena inicial de 10 años se estiró a 18. Fueron largos períodos en los cuales conoció la crueldad y la miseria de los Gulag. En su libro “El Vértigo” relata con detalles las condiciones extremas de frío, hambre, humillaciones, torturas y enfermedades que los reclusos debían enfrentar. Ella, de hecho, casi pierde la vida a causa de una avitaminosis.

Un régimen de odio y terror

El caso de Guinzburg es solo uno de los millones que ocurrieron. Se estima que entre 10 y 20 millones de personas perdieron su vida en los campos de trabajo del régimen comunista soviético.

Si bien algo similar a dichos campos existía antes de la revolución de octubre de 1917, lo cierto es que a partir de la llegada de Stalin al poder, los Gulag se convirtieron en los lugares de reclusión y castigo de todo aquel que pudiera considerarse un enemigo político de la revolución.

El sistema comunista, supuestamente instaurado para abolir las clases sociales y redimir a los trabajadores oprimidos, terminó siendo una maquinaria de opresión y terror, donde casi estaba prohibido pensar de manera crítica.

Este devenir trágico y repudiable no resulta sorprendente para los estudiosos de las bases filosóficas del comunismo. La ideología marxista sobre la cual se erigió el sistema mostraba un irreconciliable conflicto entre clases explotadoras y explotadas. La única salida a este conflicto era la dictadura del proletariado y el “gobierno del pueblo”.

Sin  embargo, una vez que se le da a un  grupo de personas el poder absoluto y se concede que son ellos quienes representan “al pueblo”, todos los que cuestionen al poder estarán cuestionando a esa entidad idealizada. De ahí a ser considerados enemigos de la revolución hay un solo paso. Y de ser enemigo de la revolución a dejar de ser considerado persona y confinado a la miseria del Gulag, otro.

La filósofa y novelista rusa Ayn Rand lo explicaba claro:

Dado que no existe una entidad tal como “el público”, dado que éste no es sino una cantidad de individuos, todo conflicto presunto o implícito entre el “interés público” y los intereses privados significa que deberán sacrificarse los intereses de ciertos hombres en favor de los intereses y los deseos de otros.

Puesto que el concepto es tan convenientemente indefinible, su uso depende sólo de la habilidad de una pandilla que proclama: “El público soy yo” y sostener esa aseveración con el uso de la fuerza.

No solo Stalin, sino todos los líderes comunistas sostuvieron que “el público eran ellos” y que todo elemento contrario a sus decisiones era pasible de ser acomodado con la fuerza del estado.

Un desastre económico

La revolución bolchevique no solo se puso como objetivo “expropiar a los expropiadores”, sino que planteaba que su sistema económico sería increíblemente superior al del anárquico capitalismo occidental.

El comunismo, al centralizar las decisiones de producción en el órgano de representación de los trabajadores, llevaría a la sociedad desde el “reino de la necesidad” al “reino de la libertad”.

Lo segundo, a la luz de lo que recientemente vimos con la carnicería de los Gulag, es claro que no sucedió. Los bolcheviques se cargaron la libertad antes que cualquier otra cosa.

Ahora en términos de la economía, el reino de la necesidad recrudeció. Es que al mismo tiempo que la Unión Soviética enviaba cohetes al espacio, su sistema productivo no era suficientemente efectivo para alimentar a su población.

Las hambrunas de 1921 y de 1932-33 son un ejemplo cabal y dramático de lo mal que funcionó la economía soviética.

Esto tampoco fue sorprendente para los economistas.

Una economía sin propiedad privada ni precios no puede dar lugar a la producción eficiente.

Además, la propiedad estatal hace desaparecer los incentivos a producir mayores bienes y servicios y de mayor calidad. Una vez derribado el Muro de Berlín, los productos soviéticos desaparecieron del mercado, prueba contundente de que detrás de la Cortina de Hierro nada servía realmente a los consumidores.

Centenario y símbolos del horror

El 25 de octubre de este año se cumple el primer centenario del día en que el Partido Bolchevique tomó el poder en Rusia.

El sistema político que se impuso de allí en adelante, y que perduró por siete décadas, fue una dictadura que persiguió, encarceló y condenó a muerte a millones de ciudadanos.

El sistema económico fue igualmente cruel, privilegiando las decisiones de la burocracia por encima de las de la gente operando en libertad.

A 100 años del comienzo del horror, es llamativo que siga habiendo partidos políticos y jóvenes desinformados que exhiban banderas y remeras con el símbolo de la hoz y el martillo.

A la luz de los datos, parece buen momento para reconsiderar dicha actitud.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.