50 años sin patrón oro

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 15/8/21 en: https://www.larazon.es/opinion/20210815/djgys7r3djg5zalfid6srrteoi.html

En el sistema de Bretton Woods, los Estados Unidos se comprometieron a mantener estable el precio del oro a 35 dólares la onza. Hoy, 50 años después, el oro vale 50 veces más

MIKE GROLL AP

Hace hoy medio siglo, el 15 de agosto de 1971, Richard Nixon desvinculó el dólar del oro, liquidando el sistema establecido en Bretton-Woods en 1944, que fue el último vestigio del patrón oro. El economista Samuel Gregg recordó en «Law & Liberty», una frase de Herbert Hoover de 1933: «tenemos oro porque no podemos fiarnos de los gobiernos». Era verdad. La historia del patrón oro está vinculada a la idea liberal del poder limitado. No por casualidad, entre los reformadores monetarios que defendieron la necesidad de una moneda estable estuvo John Locke.

Había una larga experiencia de las manipulaciones perpetradas por las autoridades para obtener recursos envileciendo la moneda. Antes que Locke, los escolásticos españoles pioneros del liberalismo, como Juan de Mariana, habían denunciado tales maniobras mediante las cuales la corona recaudaba lo que después sería conocido con el nombre de impuesto inflacionario. Un gran enemigo del patrón oro, John Maynard Keynes, reconoció su carácter liberal en 1923, cuando dijo con toda claridad: «el patrón oro maniata al ministro de Hacienda».

Esto es lo que hace, efectivamente, porque no cualquier política fiscal es compatible con la estabilidad de precios que garantiza el patrón metálico. El mismo Keynes señaló que en el siglo liberal, entre el final de las Guerras Napoleónicas y el estallido de la Primera Guerra Mundial, la inflación prácticamente había sido nula. La que vino después fue creciente y en algunas oportunidades explosiva. Pero su tendencia general, incluso en las naciones y contextos más estables, fue al alza. Ese impuesto, que revela la pérdida de confianza en los valores liberales y la tendencia siempre expansiva del peso de los Estados, no ha dejado de subir, entre cánticos a la labor desempeñada por los sucesores del patrón metálico, los bancos centrales emisores de una moneda llamada fiduciaria, por la confianza que debemos tener sus forzados usuarios en que no va a ser emitida en exceso.

Mientras se habla ahora del regreso de una inflación que en realidad nunca se marchó, la mejor forma de ver hasta qué punto los políticos mintieron cuando acabaron con el patrón oro prometiendo estabilidad es acudir, precisamente, al oro. En el sistema de Bretton Woods, los Estados Unidos se comprometieron a mantener estable el precio del oro a 35 dólares la onza. Hoy, 50 años después, el oro vale 50 veces más.

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE. Difunde sus ideas como @rodriguezbraun

El fuero interno de un liberal: Una nota

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 21/9/20 en: https://independent.typepad.com/elindependent/2020/09/el-fuero-interno-de-un-liberal-una-nota.html

Estoy hablando de mi persona. En mis libros, ensayos y artículos he centrado mi atención en el aspecto medular de la tradición de pensamiento liberal, es decir, en el respeto recíproco como marco de referencia indispensable para la convivencia civilizada. Parece increíble que mis grandes maestros hayan destinado tomos y tomos para explicar la trascendencia del respeto.

Hace tiempo en uno de mis primeros libros fabriqué una definición que veo con satisfacción que algunos distinguidos colegas la citan: “el liberalismo es el respeto irrestricto al proyecto de vida de otros”. Y cuando decimos respeto para nada estamos significando adhesión,  respeto proviene de respectus en cuanto a consideración, en nuestro caso la improcedencia de recurrir a la fuerza para modificar los proyectos que no compartimos. Más aun, subrayamos que la prueba clave de tolerancia es cuando estimamos que el proyecto del prójimo nos parece detestable. Siempre que no se vulneren derechos de otros, todos deben tolerarse aunque, repetimos, la expresión respeto es más adecuada que tolerancia puesto que esta última tiene cierto tufillo inquisitorial en el sentido que perdonamos a otros que están equivocados.

En este contexto debe precisarse que el liberalismo centra su atención en las relaciones interindividuales, por eso juristas de la talla de Gerog Jelliek sostenían que “el derecho es un mínimo de ética” al efecto de subrayar que el territorio  ético es mucho más amplio y abarca la conducta personal de cada uno, una esfera que, como queda dicho, no le incumbe al liberalismo.

Lo consignado desde luego no significa que el individuo liberal esté vacío de valores (o desvalores) y, por tanto, tampoco significa que no critique concepciones que no comparte. Como es sabido, las críticas cruzadas constituyen la herramienta fundamentalísima para el progreso que inexorablemente implica el contraste y la  refutación de conocimientos.

En mis textos he citado repetidamente a los grandes maestros del liberalismo pero en esta nota aludo a mi fuero interno. Tengamos presente que cada uno de los seres humanos somos únicos, irrepetibles en toda la historia de la humanidad de modo que la estructura axiológica y la consiguiente filosofía de cada uno cuanto más se indaga se comprueba que es especial y particular y no calza en ninguna etiqueta pues de todas ellas cada cual extrae sus acuerdos y rechaza los desacuerdos para transformarla en la referida unicidad. Incluso como estamos en un proceso evolutivo, pretendemos que nuestras conclusiones mejoren a medida que nos percatamos de errores anteriores. Y en un plano más amplio, si queremos darle un nombre a nuestra postura esta es del autorrespeto en el sentido de esforzarnos por actualizar nuestras potencialidades en busca del bien y así poder mirarnos al espejo con la tranquilidad de conciencia de haber hecho lo mejor y corregir lo que no hagamos bien.

Finalmente, para mencionar al correr de la pluma los autores que en mi caso me han inspirado para mi fuero interno en cuanto al cultivo de valores, distintos de los tantos que me han inspirado para la noble tradición liberal que está en ebullición permanente donde se descubren nuevos horizontes, por eso me resulta tan atractivo el lema de la Royal Society de Londres: nulllius in verba, esto es, no hay palabras finales en esta navegación permanente por los mares de la aventura del pensamiento.

Por lo que pudiera interesar, como una muestra, algunos de los autores que alimentan mi fuero interno que no centran su atención en el respeto interpersonal sino que extienden sus consideraciones al campo intrapersonal son Viktor Frankl, Gustave LeBon, Lecomte du Noüy, José Ortega y Gasset, Franz Brentano, Paul Johnson, Hannah Arent, John Eccles, Frederick Copleston, Aldous Huxley, Miguel de Unamuno, Ernst Gombrich, Leonard Read, Spencer Wells, Edward Flannery, Elisabeth Kübler-Ross, Helmut Schoeck, Antony Flew, Juan de Mariana, Sto. Tomás de Aquino, Ismael Quiles, Juan José Sanguineti, John Powell, Keith Ward.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La historia del liberalismo en diez capítulos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/28/la-historia-del-liberalismo-en-diez-capitulos/

 

A raíz de la Constitución de Cádiz de 1812 es que se usó por primera vez como sustantivo la expresión “liberal” y a los que se opusieron les endilgaron el epíteto de “serviles”, una carta constitucional que sirvió de antecedente para algunas que incorporaron igual tradición de pensamiento, entre otras, la argentina de 1853. Hasta ese momento el término liberal era utilizado en general como adjetivo, esto es, para referirse a un acto generoso y desprendido. Adam Smith empleó el vocablo en 1776 pero, como se ha observado, no en carácter de bautismo oficial como el referido sino como algo accidental de la pluma y al pasar aludiendo muy al margen a un “sistema liberal”.

Aquel documento, a contracorriente de todo lo ocurrido en la España de entonces, proponía severas limitaciones al poder y protegía derechos clave como la propiedad privada. En lo único que se apartaba radicalmente del espíritu liberal era en materia religiosa puesto que en su doceavo artículo se pronunciaba por la religión católica como “única verdadera” y con la prohibición de “el ejercicio de cualquier otra”, con lo cual proseguía con el autoritarismo español en esta materia desde que fueron expulsados y perseguidos los musulmanes de ese territorio que tanto bien habían realizado durante ocho siglos en materia de tolerancia religiosa, filosofía, arquitectura, medicina, música, agricultura, economía y derecho.

De cualquier manera la mencionada sustantivación del adjetivo abrió las puertas a una perspectiva diferente en línea con la iniciada por la anterior revolución estadounidense que dicho sea de paso afirmaba lo que se denominó “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre la las Iglesias y el poder político. Aquella perspectiva liberal española estuvo alimentada por pensadores que constituyeron la segunda versión de la Escuela de Salamanca (más adelante nos referiremos a la primera, conocida como la Escolástica Tardía). Jovellanos -si bien murió poco antes de promulgada la Constitución del 12- tuvo una influencia decisiva: fundó en Madrid la Sociedad Económica y tradujo textos del antes mencionado Adam Smith, Ferguson, Paine y Locke.

Decimos que esta reseña se fabrica como decálogo porque estimamos que la historia del liberalismo puede dividirse en diez capítulos aunque no todos signifiquen tiempos distintos ya que hay procesos intelectuales que ocurren en paralelo.

Pero antes de esta reseña telegráfica a vuelo de pájaro, es de interés subrayar una triada que conforma aspectos muy relevantes a nuestro propósito. En primer lugar, un sabio consejo de Henry Hazlitt en su primer libro publicado cuando el autor tenía 21 años, en 1916, reeditado en 1969 con un epílogo y algunos retoques de forma, titulado Thinking as a Science en el que subraya los métodos y la importancia de ejercitarse en pensar con rigor y espíritu crítico en lo que se estudia al efecto de arribar a conclusiones con criterio independiente.

En segundo término, es del caso recordar que el liberalismo está siempre en ebullición, no admite la posibilidad de llegar a metas definitivas sino de comprender que el conocimiento está compuesto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones para, en un contexto evolutivo, captar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que estamos envueltos.

Por último, es necesario subrayar que los liberales no somos una manada por lo que detestamos el pensamiento único y, por ende, en su seno hay variantes y debates muy fértiles puesto que no hay tal cosa como popes que dictaminan que debe y que no debe exponerse o con quien relacionarse.

Hecha esta introducción veamos los diez capítulos principales de la tradición de pensamiento liberal, de más está decir sin la pretensión absurda de mencionar a todos quienes han contribuido a esta rica corriente intelectual lo cual demandaría una enciclopedia y no una nota periodística.

Primero Sócrates, quien remarcó la idea de la libertad y las consecuentes autonomías individuales. Hijo de un escultor y una partera por eso decía que su inclinación siempre fue la de “parir ideas” y de “esculpir en el alma de las personas en lugar de hacerlo en el mármol”. Su muerte constituyó una muestra cabal de la degradación de la idea de la democracia: las votaciones para su exterminación fueron de 281 contra 275: por una mayoría de 6 votos se condenó a muerte a un filósofo de setenta años por defender valores universales de justicia.

En sus diálogos insistía en la importancia de sabernos ignorantes y de someter los problemas a la duda y a la confrontación de teorías rivales, en que un buen maestro induce y estimula las potencialidades de cada uno en busca de la excelencia (areté), crear curiosidades, fomentar el debate abierto y mostrar el camino para el cultivo del pensamiento a través de preguntas (la mayéutica) que abren las puertas al descubrimiento de órdenes preexistentes. En este contexto, el relativismo epistemológico es severamente condenado como un grave obstáculo al conocimiento de la verdad. También que el alma (psyké) como la facultad de adquirir conocimiento y la virtud como salud del intelecto (“la virtud es el conocimiento” era su fórmula preferida) y la desconfianza al poder y la prelación del espíritu libre.

Segundo, el derecho romano y el common law inglés como un proceso de descubrimiento y no de ingeniería social o diseño en el contexto de puntos de referencia o mojones extramuros de la norma positiva.

Tercero, la antes mencionada Escolástica Tardía del siglo XVI que se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, precursores agraciados de los valores y principios de la libertad económica y jurídica. Sus expositores más eminentes fueron Juan de Mariana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Tomás de Marcado, Luis Saravia de la Calle y Diego Covarrubias.

Cuarto, Algernon Sidney y John Locke en lo que respecta al origen de los derechos, especialmente el de propiedad, el derecho a la resistencia a la opresión y la consecuente limitación al poder político, temas complementados en el siglo siguiente con una mayor precisión sobre la división de poderes expuesta por Montesquieu al tiempo que vuelve sobre aquello de “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.

Quinto, la Escuela Escocesa integrada por Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y sus predecesores Carmichael y Hutcheson que contribuyeron en la edificación sustancial de los cimientos del orden espontáneo de la sociedad libre, en sucesivos alumbramientos de un proceso que no cabe en la mente de ningún planificador puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso, por lo que al intentar dirigir vidas y haciendas ajenas se concentra ignorancia.

Sexto, los textos de Acton y Tocqueville y más contemporáneamente Wilhelm Röpke que también la emprendieron contra los abusos del poder con énfasis en las manías del igualitarismo y la trascendencia de los valores morales. En esta etapa deben agregarse los nombres de los decimonónicos Burke, Spencer, Bentham, Mill padre e hijo, Constant, Jevons y Say en el nivel académico y Bastiat como un distiguido personaje en la difusión de las ideas liberales.

Séptimo, la Escuela Austríaca iniciada por la teoría subjetiva desarrollada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk aplicada a la teoría del capital y el interés. Retomó esta tradición Ludwig von Mises quien le dio un giro copernicano a la economía abarcando todos los aspectos de la acción humana en contraste con los enfoques neoclásicos y marxistas, al tiempo que demostró la imposibilidad de evaluación de proyectos y cálculo en una sociedad socialista. Un destacado discípulo de Mises fue Friedrich Hayek cuya obra, de modo sobresimplificado y al solo efecto de ilustrar, puede dividirse en tres segmentos. El primero referido a su opinión en cuanto a que la administración del dinero es una función indelegable del gobierno, en el segundo propone la privatización del dinero y en el tercero confiesa haber tenido otro shock como cuando estudió bajo la dirección Mises (que lo apartó de sus simpatías por la Sociedad Fabiana) al leer y comentar uno de los libros de Walter Block. En esta misma escuela sobresalen los trabajos de Israel Kirzner en los que señala los errores del llamado modelo de competencia perfecta que opera a contramano de la explicación del mercado como proceso y no uno de equilibrio, también los de Machlup en cuanto a la metodología de las ciencias sociales, de Haberler que resumió la teoría del ciclo, Dietze, Jouvenel y Leoni en el campo jurídico e incluso en el ámbito de las ciencias médicas y afines Roger J. Williams y Thomas Szasz.

Octavo, las escuelas de Law & Economics y de Chicago lideradas respectivamente por Aaron Director (quien convenció a los editores que publicaran Camino de servidumbre de Hayek) y Simons, Knight, Milton Friedman, Stigler y Becker, junto al Public Choice de Buchanan y Tullock. En paralelo, el importantísimo rol de los incentivos desarrollados por Robbins, Plant, Hutt, Demsetz, North y Coase.

Noveno, dentro de sus muchos aportes cabe resaltar el de autores como Karl Popper, John Eccles y Max Planck sobre los estados de conciencia, mente o psique en el ser humano distinto a su cerebro y a los otros kilos de protoplasma. Solo en base a esta concepción es posible la argumentación, las proposiciones verdaderas y falsas, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual y el sentido moral, a diferencia de lo que Popper definió como determinismo físico.

Y décimo, el cuestionamiento al monopolio de la fuerza desarrollado por Murray Rothbard, otro de los discípulos de Mises aunque este autor no coincidió con estos cuestionamientos del mismo modo que objetaron en una generación más joven Nozick y Richard Epstein. Entre otros, también participan de esta crítica al referido monopolio Benson, David Friedman, Hoppe y el antes mencionado Block, pero de un modo particularmente original y prolífico lo hizo Anthony de Jasay en gran medida en base a la teoría de los juegos. Respecto a este último autor es del caso tener presente que James M. Buchanan comentó su libro titulado Against Politics del siguiente modo: “Aquí nos encontramos con la filosofía política como debiera ser, temas serios discutidos con verba, ingenio, coraje y genuino entendimiento. La visión convencional será superada a menos que sus defensores puedan elevarse al desafío que presenta de Jasay”. En esta línea argumental, los temas fundamentales considerados por esta nueva perspectiva son los bienes públicos, las externalidades, los free-riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información, el teorema Kaldor/Hicks y el “equilibro Nash”. Un debate en proceso.

Aunque pertenece a una tradición opuesta a la que venimos comentando, es de interés considerar una fórmula que pretendía una revalorización dicha por Arthur C. Pigou por más que él mismo no haya entendido su propio mensaje en cuanto a que los economistas necesitan incluir “preferentemente más calor que luz” (more heat rather than light) en su disciplina en el sentido de que sin ceder un ápice en el rigor también trasmitir perspectivas estéticas y éticas inherentes a la libertad que dan cobijo a los receptores y completan el panorama. Es para tomar nota ya que en no pocas oportunidades las presentaciones liberales carecen de calor humano tal como marcó el antes citado Röpke quien en su libro traducido al castellano con el sugestivo título de Más allá de la oferta y la demanda nos dice: “Cuando uno trata de leer un journal de economía, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica”. Con razón el fecundo Thomas Sowell alude a la manía de presentar trabajos con ecuaciones innecesarias y lenguaje sibilino que decimos a veces se extiende a través de consejos a doctorandos que consideran que así impresionarán al tribunal, lo cual contradice lo escrito por el antes mencionado Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales, la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.

Esta es entonces en una píldora los ejes centralísimos de la larga y fructífera tradición de pensamiento liberal con sus exponentes más sobresalientes en la rama genealógica directa, pero debe enfatizarse que las etiquetas y las clasificaciones algunas veces encerrados en “escuelas” no siempre son de especial agrado de intelectuales de peso pues cada uno de ellos -así como también muchos otros no mencionados en el presente resumen- merecen no solo artículos aparte sino ensayos y libros debido a la riqueza de sus elucubraciones, lo cual he procurado consignar en escritos anteriores de mi autoría sobre buena parte de los autores mencionados. Antes la he citado a Mafalda, ahora lo vuelvo a hacer pero con otra de sus inquietudes que cubren las preocupaciones y ocupaciones de los autores a que hemos aludido en esta nota: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

What St. Bernardine’s Ass Could Teach the Bishops

Por Alejandro Chafuen: Publicado en: https://reason.com/1987/08/01/what-st-bemardines-ass-could-t/

 

During the early 1400s, the city of Siena, Italy, was a leading commercial and industrial center, much like its northern neighbor Florence. And in this cradle of capitalism, the most popular figure was a Franciscan friar named Bernardine. His speeches so enraptured listeners that the town’s church could not accommodate the crowds, and listeners had to gather in Siena’s largest piazza.

The noise of the multitude swiftly faded as Bernardine commenced his homily: «Have you heard the story about the donkey of the three villages? It happened in the Valley of the Moon. There was a large shed close to the windmill. In order to take the grain to the mill, three villages agreed to buy a donkey and keep him in the shed.

«A dweller of the first town went for the donkey, took him to his home, loaded the animal’s back with a heavy bag of wheat, and led him to the mill. During the milling, he released the ass so he could graze, but the fields had become barren because of heavy treading. When the wheat was milled, he collected the flour, loaded it on the donkey, and returned home. The man unloaded the ass and brought him to the shed, muttering to himself, ‘He who used him yesterday must have given him a lot of grass. Surely, he is in no need now’ and left the donkey.

‘The following day, a villager from the second town went for the donkey. He took him to his farm, placed on him a heavier burden than the day before, and—without feeding him—led the animal to the mill. With the milling over and the flour already at home, the villager returned the donkey to the shed thinking that yesterday’s user must have treated the animal well. And, yes, he left the donkey, saying, ‘Oh, I am very busy today.’ Two days had passed, and the donkey still did not have a bite.

«On the third day, someone from the third village arrived for the donkey and burdened him with the heaviest load yet. ‘This donkey is owned by the Municipality,’ he remarked, ‘so it must be strong.’ And he took him to the mill. But on the way back, with the wheat already milled, the donkey was sluggish and often halting.The villager had to whip him, and after a strenuous effort, they arrived at the shed. The villager complained, ‘What an ass this Municipality bought to serve three towns! He is a piece of trash!’ That day also the donkey was not fed.

«Do you want to know how it ended? The fourth day, the poor beast collapsed and was torn to bits.»

When the majority of U.S. Catholic bishops voiced their disapproval of the market economy in last year’s pastoral letter, they exhibited not only a lack of understanding of how markets work but also an ignorance of their own religious heritage. For Catholic teaching includes a vital, though too often ignored, strain of free-market thought—that of late-medieval theologians like St. Bernardine.

Perhaps St. Bernardine’s religious education, with its understanding of human imperfections, explains why he never regarded the authorities or the people as angels. He saw private property as the way to ensure that, in a nonangelical community, goods would be used for the betterment of society.

Nor was he alone. During the later middle ages, many leading churchmen hailed free market principles. These were the Scholastics, or Schoolmen, «part-time» priests and full-time academicians who followed the Aristotelian, rationalist tradition of St. Thomas Aquinas. Most Scholastics were, like St. Bernardine, members of religious orders—Dominicans, Franciscans, Jesuits, or Augustinians—and taught in ecclesiastical schools.

Their work concentrated on ethical questions—What is good? What is just?—and their goal was to formulate a corpus of thought applicable to all areas of life. To clarify such issues as whether high taxes are good or bad, for example, they first analyzed the causes and effects of taxation. In answering such questions, the Scholastics contributed to the development of economic knowledge and left behind an intellectual tradition far more compatible with prosperity, freedom, and even virtue than that preferred by too many of today’s clerics.

For example, Francisco de Vitoria, a Dominican of the early 1500s, argued that if goods were commonly owned, evil men and even thieves and misers would profit most. They would take more from the common barn and put in less, while good men would do the opposite.

Consistent with their defense of private property, several Schoolmen were strong critics of government abuses and often confronted the authorities. The outspoken jesuit Juan de Mariana, who lived from 1535 to 1624, is beyond a doubt the best example—his criticisms landed him in jail. In a superb portrayal of bad governments, he described how the «rich and the good» become their prime victims. Tyrants «drain individual treasures. Every day they impose new taxes.…They construct large, monstrous monuments; but at the cost of the riches and over the protests of their subjects.»

In 1619, another Scholastic, Pedro Fernandei Navarrete, chaplain to the Spanish king, argued that poverty was caused by the government’s «great and wasteful spending on nonsensical factories, exquisite banquets.…and continuous spectacles and parties.» He criticized the enormous number of bureaucrats «sucking like harpies» on the government’s wealth while poor workers could hardly maintain themselves. He concluded that «the only agreeable country is the one where no one is afraid of tax collectors.»

Mariana, too, had few qualms about debunking bureaucrats. «We see ministers, recently risen from the dust of the earth, suddenly loaded with a thousand ducats in rent,» he wrote. «Where is this money coming from, if it is not from the blood of the poor and the flesh of businessmen?»

He foresaw that a huge debt, oppressive taxes, and inflation were the natural outcome of big government. His analysis of how governments inflate their way out of their debts—a process he regarded as «infamous systematic robbery»—would later influence Adam Smith’s analysis in The Wealth of Nations in 1776. If Mariana could read the bishops’ pastoral letter on the U.S. economy, he would be amazed to see the major cause of poverty (creating dependence on government spending) touted as the solution (more welfare!).

Wages, profits, and rents, the Schoolmen determined, are not for the government to decide. Profits are justified when they are obtained by buying and selling at just prices—market prices arrived at without fraud, force, or monopoly.

Duns Scotus, an influential Scholastic theologian who wrote in the late 13th century, had taken a different approach. After demonstrating the usefulness of merchants and businessmen, he recommended that the good prince take steps to ensure adequate prices to cover both their costs and their risks.

In response, most Late Scholastics agreed that, while it is legitimate for manufacturers and tradesmen to earn a profit, it is impossible to establish an absolute level of the «just profit.» St. Bernardine, for instance, cited the example of a merchant who buys a product in a province where its price was 100 and takes it to another province, where the current price is 200 or 300. «You can legally sell at that price which is current in that community,» he declared. In the opposite case of buying at 100, then finding that the price has dropped to 50, St. Bemardine recognized that «it is the nature of business that sometimes you win and sometimes you lose.»

Actions such as Lee Iacocca’s or the semiconductor industry’s requests for help from the government when their businesses are in danger would have been challenged by many Scholastic moralists. Juan de Mariana, for one, argued that entrepreneurs who, when confronted with losses, «cling to the magistrates as a shipwrecked person to a rock, and attempt to alleviate their difficulties at the cost of the state are the most pernicious of men…[and] must be rejected and avoided with extreme care.»

Moralists though they were, the Scholastics extended their economic principles to practices they themselves thought immoral. Several Schoolmen concluded, in fact, that sinful or ignoble activities may be marketable and that those who were promised a reward for such activities are entitled to it and can even claim it in court.

One of the most colorful issues the Scholastics explored is whether a prostitute is entitled to keep the payments for her services. Their answer was cautious. As moralists, they condemned the act of prostitution. But they stated that such women do have the right to receive monetary compensation for their services. This attitude toward immoral acts put into practice Aquinas’s principle that not every prohibition or recommendation of moral law needs a temporal law to enforce it.

St. Antonio of Florence, a 15th-century Dominican, noted that many sinful contracts are permitted for the good of the republic—although this does not mean that the acts are good. Prostitutes sin by prostituting themselves, he said, but not by receiving payment for doing so.

And, reasoned Jesuit Antonio de Escobar a century later, although the sale of a prostitute’s favors is evil, it causes pleasure, and things that cause pleasure merit a price. Furthermore, a prostitute’s fee is freely rendered—no one can claim to be forced to go to a brothel. Noting that most other Scholastic authors shared this conclusion, Escobar stated that we must reason in the same way when analyzing other types of profit obtained without fraud, lies, or extortion.

This leads me to reflect upon the tragedy of drug abuse. I can only speculate that, confronted with the issue, these Scholastics would first explain that the abuse of chemicals can be poisonous and therefore should not be done, then proceed to ask the following questions: Should we ban the sale of poisons? If we ban the sale of dangerous drugs, would that prevent people from acquiring them? Who would profit from such prohibition? They would then proceed to recommend courses of action consistent not only with their belief in the sacredness of the human body but also with the conclusions of rational analysis.

As moralists, the Schoolmen were concerned with the question of how man should act. As economists, they understood that a «means» is that which serves the attainment of a goal and that the only way to judge the means is to see whether or not it is suitable to attain the end. Thus, when they opposed mandatory «family wages,» it was not because they lacked concern for the family. Rather they saw that, from a legal and economic point of view, «need» could not be considered the basis for salaries. When they affirmed that prostitutes had a right to claim the agreed-upon price, they were not condoning immorality—they were stating that society would be impossible if the attempt were made to outlaw all vices.

Civil authorities, they said, should endeavor to balance budgets, cut spending, reduce subsidies, and encourage development by keeping taxes moderate. Navarrete, perhaps the original «supply sider,» realized that excessive taxation could reduce the king’s income, as few people would be able to pay such high rates.

The Late Scholastics opposed price controls on wheat because, as the Jesuit Luis de Molina wrote, «we know that in times of scarcity the poor can rarely buy the wheat at the official price. On the contrary, the only ones who can are the powerful and the public ministers, because the sellers cannot resist their requests.» And they opposed import duties on food because they reduced the standard of living of the poor.

Today, when the church has again joined the economic debate, one of the few authoritative voices heard in the Vatican pleading for free markets is that of Cardinal Joseph Höffner, the Archbishop of Cologne and president of the German Bishops Conference and, not surprisingly, an expert on Scholastic economics. But the importance of the Scholastics extends beyond the church. F.A. Hayek, the Nobel laureate economist, has suggested that they can be considered the founders of modern free market thought. All those concerned with the moral foundations of a free society can benefit from the teachings of these proficient theologians.

 

Alejandro A. Chafuén es Dr. En Economía por el International College de California. Licenciado en Economía, (UCA), es miembro del comité de consejeros para The Center for Vision & Values, fideicomisario del Grove City College, y presidente de la Atlas Economic Research Foundation. Se ha desempeñado como fideicomisario del Fraser Institute desde 1991. Fue profesor de ESEADE. Síguelo en @Chafuen 

LA VERDAD OS HARÁ LIBERALES (sobre el debate por el artículo de Vanesa Vallejo).

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 2/7/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/07/la-verdad-os-hara-liberales-sobre-el.html

 

No es la primera vez que hay un debate interno sobre este tema entre los liberales (clásicos) pero ante este artículo de Vanesa Vallejo (https://es.panampost.com/vanessa-araujo/2017/07/01/conservadurismo-y-libertarismo/) y la crítica que recibió  (https://www.misescolombia.co/peligroso-coqueteo-vanesa-vallejo-conservadurismo/), el debate, que vengo escuchando hace ya casi 43 años, ha renacido nuevamente en las redes sociales liberales latinoamericanas.

El liberalismo clásico no es una ideología, no tiene dogmas ni pontífices, o autores sacrosantos e intocables.

Por lo tanto para resolver este tipo de cuestiones viene bien recurrir a la historia de las ideas políticas.

Creo que muchos podríamos estar de acuerdo en que el liberalismo político nace (y sigue) como un intento de limitar el poder de las autoridades políticas contra el abuso del poder. Desde Juan de Mariana hasta Francisco de Vitoria, pasando por Locke, Montesquieu, Tocqueville, los autores del El Federalista, Lord Acton, Mises, Hayek, y me quedo muy corto en una lista que es muy larga, todos coincidían en limitar el poder del estado.

¿Pero limitarlo por qué? Allí comienzan los problemas, porque si decimos “limitarlo en función de los derechos individuales”, parece que seguimos estando todos de acuerdo porque apenas rasgamos un poquito, el fundamento filosófico de los derechos individuales comienza a ser muy diverso.

Vamos a identificar, faliblemente, tres grandes corrientes.

Una, la neokantiana. En esta corriente (Popper, Mises, Hayek) la limitación del conocimiento es la clave de la sociedad libre, y la libertad individual tiene su obvio límite en los derechos de terceros.

Otra, la neoaristotélica. Con sus diferencias, autores como Rand, Rothbard y Hoppe (este último agregando a una ética del diálogo que en sí misma tiene origen en Habermas) plantean el eje central en la propiedad del propio cuerpo, como la propiedad de la persona, y por ende la moral se concentra en el principio de no agresión (no iniciar la fuerza contra terceros). Todos sabemos que Rothbard es anarcocapitalista y que los debates entre esta posición y la anterior suele ser muy duros y con excomuniones mutuas y frecuentes.

La tercera, la iusnaturalista tomista. Desde la segunda escolástica, pasando por Hooker, Locke, Tocqueville, Constant, Burke, Acton, Lacordaire, Montalembert, Ozanam, Rosmini, Sturzo, Maritain, Novak, y los actuales Sirico y Samuel Gregg (se podría perfectamente agregar a Joseph Ratzinger), estos autores fundamentan en Santo Tomás la laicidad del estado y la libertad religiosa, el derecho a la intimidad, los derechos a la libertad de expresión y de enseñanza como derivados de la libertad religiosa y por ende la limitación del poder político, con una fuerte admiración por las instituciones políticas anglosajonas. Es la corriente del Acton Institute.

Tanto en los autores como en los discípulos de la primera y segunda corriente, hay una tendencia a decir que la moral consiste en no atentar contra derechos de terceros pero, coherentes con el escepticismo kantiano en metafísica, y un aristotelismo que no llega al judeo-cristianismo de Santo Tomás, tienden a ser escépticos en la moral individual. Allí no habría normas morales objetivas, sino la sencilla decisión del individuo y nada más, siempre que no moleste derechos de terceros. Muchas veces su conducta individual puede ser heroicamente moral pero no la postulan como algo a nivel social. Pueden tener además cierta coincidencia con John Rawls (a quien rechazan obviamente pero por su intervencionismo económico) en que el estado debe ser moralmente neutro.

Para muchos de ellos, hablar de normas morales objetivas es un peligro para la libertad individual, pues los que así piensan tienen a imponerlas por la fuerza al resto de la sociedad.

Es comprensible, por ende, que frente a una Vanesa que ha afirmado firmemente sus principios morales SIN escepticismo y con fuerte convicción, se enfrentara con una respuesta que la coloca como un fuerte peligro contra el liberalismo que ella dice profesar.

Pero esa respuesta a Vanesa (no quiero hablar ahora por ella, sólo expreso mi opinión) deja de lado al iusnaturalismo tomista y su defensa de la libertad individual.

Los que sobre la base del derecho natural clásico hablamos de un orden moral objetivo, a nivel social e individual, afirmamos, precisamente sobre la base de ese orden moral objetivo, la laicidad del estado, y los derechos a la libertad religiosa y el derecho a la intimidad, pero NO como los derechos a hacer lo que se quiera mientras no se violen los derechos de terceros, sino como los derechos a la inmunidad de coacción sobre la conciencia. O sea que alguien tiene todo el derecho a pensar que la prostitución viola el orden moral objetivo pero ello no implica negar la libertad individual de quien decida (decimos “decida”, por eso la trata de blancas es otra cosa: un delito) ejercer el oficio más antiguo, sobre la base del respeto a su derecho a la intimidad personal. Y así con todo lo demás.

Por lo demás, muchos, actualmente, nos oponemos al lobby GBTB, pero NO porque NO respetemos la libertad individual de los gays, trans y etc., sino porque ellos están convirtiendo de su visión del mundo algo que quieren imponer coactivamente al resto, so pena de acusar a todo el mundo de delito de discriminación. Por ende la lucha de los liberales y libertarios contra el lobby GBTB NO se basa en que nosotros –y especialmente los que estamos en el iusnaturalismo- queremos negarles su libertad individual, sino porque defendemos la libertad individual de todos: la de ellos a vivir como les parezca, amparados en el derecho a la intimidad, y la de los demás, también a lo mismo, sobre la base de lo mismo. Por lo demás, no habría delitos de discriminación (me refiero a delitos, no al orden moral) si se respetaran los derechos de asociación, propiedad y contratación como siempre los planteó el liberalismo clásico.

Finalmente una pregunta a todos mis amigos liberales que piensan que la afirmación de un orden moral objetivo es un peligro para la libertad. Si la base para su liberalismo es el escepticismo sobre la moral individual, ¿qué va a pasar el día que dejen de ser escépticos en ese ámbito? ¿Se convertirán en autoritarios?

Es muy fácil respetar, por ejemplo, la libertad religiosa cuando consideran que no hay fundamento racional para la religión. Pero, ¿y si lo hubiera?

Si lo hubiera, es más, si lo hay, porque lo hay en Santo Tomás de Aquino, mejor para la libertad, porque en ese caso el respeto a la libertad del otro se basa en que no voy a invadir su conciencia, por más convencido que esté de que la otra posición es un error. Una sociedad libre no se basa en el escepticismo. Se basa en el respeto y la convivencia de todas las cosmovisiones sobre la base de no invadir coactivamente la conciencia de los demás. No se basa en el escepticismo sobre la verdad, sino en la certeza firme de que la verdad se basa sólo en la fuerza de la verdad y no en la fuerza física o verbal (aunque esta última no sea judiciable). Por eso muchos liberales que respetamos la libertad religiosa pedimos de igual modo que ni la Física, ni la Matemática ni nada de nada sea obligatorio, y por eso pedimos distinción entre Iglesia y estado, entre educación y estado, entre ciencia y estado (Feyerabend).

Así, la única cosmovisión del mundo que no podría convivir en una sociedad libre sería aquella que en su núcleo central implicara la acción de atentar contra los derechos de los demás. Ella se enfrentaría contra el legítimo poder de policía emanado del Estado de Derecho y de una Constitución liberal clásica. El liberalismo NO consiste en decir “vengan totalitarios del mundo y hagan con nosotros lo que quieran”.

Como siempre, estas aclaraciones no aclararán nada, porque los liberales se seguirán peleando, creo que por suerte. Pero ojalá se comprendieran un poco más y dejaran de excomulgarse mutuamente.  Lo dice alguien que sabe lo que es verdaderamente una excomunión y a qué ámbito pertenece.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

Salario mínimo, inflación y gasto público

Por Gabriel Boragina Publicado  el 10/6/17 en: 
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El escolástico Juan de Mariana tenía ideas sumamente claras, concretas y acertadas sobre la relación entre los impuestos, la inflación y el gasto público:
«El déficit gubernamental es causa de impuestos mayores a los necesarios. Además, es causa de la alteración del valor del dinero. El gobernante con un presupuesto deficitario sucumbe con facilidad a ese medio para cubrir faltantes. Alterar el valor de la moneda, por ejemplo, reduciendo la cantidad de oro o plata que contiene, permite emitir más monedas. Se piensa que con esa medida nadie sufrirá, puesto que el valor legal de la moneda queda igual, aunque disminuya su valor intrínseco. Falso. En la realidad, la alteración del valor de la moneda es un latrocinio, según Mariana. El dinero es un medio general de intercambio y lo es, porque su valor se considera sujeto a muy pequeñas variaciones. El remedio a esos daños es la reducción del gasto público. Los activos de la nación no deben ser usados con la misma libertad del propietario particular. Los subsidios deben reducirse. Los gobernantes no deben iniciar guerras innecesarias.»1
Ya en ese entonces, se explicaba de esta manera aquella vinculación. En realidad, el déficit se produce porque se han calculado mal los gastos y se han previsto partidas superiores a los ingresos disponibles, o bien porque los impuestos son tan altos que -conforme nos enseña la curva de Laffer- la recaudación nunca será suficiente para sufragar los gastos. Pero, hay una tercera causa: es posible que el presupuesto este bien calculado, y que se hayan previsto los impuestos necesarios como para poder cubrirlo, y que estos sean razonables al punto que todos los contribuyentes estén en condiciones de poder afrontarlos. Pero, imprevistamente el gobierno -o alguna de sus áreas- decida incrementar los gastos por encima de lo aprobado por la ley de presupuesto. En esta coyuntura, será un factor no ponderado por la ley de presupuesto lo que hace aparecer el déficit, excepto que se legislen nuevos impuestos, y que la población esté en condiciones de poder seguirlos abonando. La cruda realidad nos muestra que es el tercer supuesto el que se da con mayor frecuencia. Aunque también ocurre que se establecen impuestos excesivos, que superan las salidas previstas. Lo común es que se combinen dichos dos elementos: lo corriente es que los gobiernos aumenten sin cesar sus gastos, y también sus gravámenes. No obstante, cuando opera la curva de Laffer, deben apelar a inflación o deuda.
          Otro caso digno de examen es el de la relación entre salarios mínimos y gasto público, que también es un fenómeno de antigua data, en particular cuando los gobiernos entran en su cruzada de «ayudar a los pobres», como se expone seguidamente:
«En 1798, se dio un paso importante que agravó considerablemente el problema de este tipo de ayuda benéfica. Los jueces de Berkshire, […] decidieron que los salarios inferiores a lo que ellos consideraban como el mínimo absoluto deberían ser completados con la ayuda parroquial de acuerdo con el precio del pan y el número de personas que dependían del cabeza de familia. Tal decisión fue confirmada por el Parlamento al año siguiente. Durante los treinta años que siguieron, este sistema (aparentemente el primero «que garantizaba un mínimo de ingresos») acarreó innumerables problemas.
La primera consecuencia lógica para los contribuyentes fue un incremento en proporción geométrica de los costes de la beneficencia. En 1785, el coste total de los gastos que supuso la ley de pobres fue casi de dos millones de libras. En 1803 se superaron los cuatro millones, y en 1817 casi se llegó ya a los ocho millones. Esta última cifra venía a representar casi una sexta parte del gasto público total. Algunas parroquias se vieron sumidas en grandes dificultades. Un pueblo de Buckinghamshire informaba en 1832 que sus gastos por ayuda benéfica habían sido ocho veces superiores a los de 1795, y que habían superado a los ingresos totales de la parroquia durante aquel año. Otra población, Cholesbury, llegó a la bancarrota, y otras estuvieron muy cerca de ello. A pesar de su gravedad, este gasto público no fue el peor de los males. Mucho más grave fue la creciente desmoralización en el aspecto laboral, que culminó con los desórdenes e incendios de 1830 y 1831.»2
Se trató de la tristemente célebre «ley de pobres». En el caso, la iniciativa es tomada por lo que hoy llamaríamos el poder judicial. Mediante sendas sentencias, los jueces británicos habían decidido que las diferentes regiones (parroquias) -se entiende que por intermedio de sus gobiernos locales (municipales)- habrían de arbitrar los mecanismos para lo que ellos (los jueces) habían determinado como lo que «debería» ser un «salario mínimo». Los parámetros para la fijación del nuevo salario mínimo fueron dos, a saber: el precio del pan y la cantidad de miembros de la familia. Los gobiernos locales debían «compensar» la diferencia entre los ingresos familiares y el precio del referido producto. La sentencia dictada por los jueces recibió rápida confirmación legal por parte del Parlamento británico al cabo de un año, de manera que, lo que en principio fue una medida que afectaba sólo a determinadas localidades de Inglaterra, rápidamente se convirtió en una ley de alcance nacional.
No es difícil imaginar que, siguiendo los delineamientos que hemos dado, tal incremento del salario debía ser financiado por vía de mayores impuestos, deuda o emisión monetaria, que son las tres únicas «herramientas» por las cuales los gobiernos del mundo (no solamente el británico desde luego) pueden solventar cualquier erogación que sea decretada mediante una ley, tal como ha sido el caso en análisis, si bien esta ley no fue originada en una iniciativa parlamentaria, sino judicial. Ejemplo que -de paso- demuestra que no siempre la justicia «hace justicia», sino que -a menudo- produce grandes injusticias, máxime si tenemos en cuenta las nefastas consecuencias que se derivaron de la extensión y generalización de dichas políticas.
En esa línea, no son de extrañar las consecuencias nocivas que estos salarios mínimos (financiados con gasto público) tuvieron históricamente para los afectados. Como se ve en la cita, apareció el fenómeno del déficit fiscal.
1 Eduardo García Gaspar. Ideas en Economía, Política, Cultura. Parte I: Economía. Contrapeso.info 2007. Alejandro A. Chafuén. «Impuestos y finanzas públicas», pág. 56/57
2 Henry Hazlitt. La conquista de la pobreza. Unión Editorial, S. A. Pág. pág. 80/81

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Mientras haya déficit, habrá inflación

Por Martín Krause. Publicada el 23/5/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1901436-mientras-haya-deficit-habra-inflacion

 

Muchos argentinos decidieron dejar de lado el relato de los últimos doce años y cambiar. Con el regreso a la actividad política de la ex presidente, muchos se han preguntado de qué magnitud ha sido ese cambio y cómo es que algunos siguen atados a tal relato pese a las noticias, sobre todo judiciales, que leemos a diario.

En efecto, en algunos temas el relato estatista y populista sigue tan vivo como siempre, entre otras cosas porque presenta explicaciones simples que apelan más a las pasiones que a las razones. Esto se refleja en una cuestión tan acuciante como la inflación. Desde el escolástico de la Escuela de Salamanca Juan de Mariana o el escocés David Hume, la ciencia económica ha comprendido la relación que existe entre el crecimiento de la oferta de dinero más allá de su demanda y el aumento generalizado de los precios. Mariana observaba entonces el fenómeno debido al ingreso a España de metales provenientes de América.

El relato populista sostiene que la causa de la inflación no es la emisión monetaria, sino la “puja distributiva“: distintos sectores de la sociedad pujan por subir sus ingresos vía mejoras de sus precios y esto desata una espiral inflacionaria. Los empresarios aumentan sus precios, luego los sindicatos buscan aumentar los salarios y así sucesivamente. El Estado se ve forzado a convalidar esos nuevos precios con una mayor cantidad de moneda para que se realicen todas las transacciones y no caiga la actividad económica. A la luz de lo que ocurrió estos últimos meses, esta explicación pareciera tener cierto sentido.

Esta explicación cae como anillo al dedo a la visión estatista porque, según ella, el Estado no es el causante de la inflación. Es más: debe intervenir en ese proceso a través de una “política de ingresos” para intermediar en la puja o para aplacarla. Y le permite también echar la culpa de la inflación a otros. Y conviene echársela a los empresarios o, en particular, a los supermercados, ya que son pocos en comparación con los votos que pueden obtenerse de los asalariados y el conjunto de los consumidores.

Sin embargo, es falsa. Si cuando los empresarios suben sus precios el Estado no emitiera más moneda, los consumidores no tendrían con qué pagarlos y los precios bajarían. Es decir, aun si hubiera tal puja, sin emisión monetaria, si unos precios suben otros han de bajar: no hay moneda para todos. Otras cuestiones serían: ¿y en todos los países donde no hay inflación acaso no hay puja distributiva? O ¿qué es lo que tienen todos los bienes y servicios en común para que todos aumenten al mismo tiempo, en lugar de algo más normal, como que unos suban y otros bajen? Respuesta: la moneda; es ésta la que está perdiendo valor.

Los estatistas contraatacarían: “Vean Estados Unidos, han emitido grandes cantidades y no hay inflación”. Correcto. Pero es necesario afinar el análisis. No hay un vínculo directo entre la cantidad de moneda emitida y todos los precios. Por un lado, tenemos lademanda de dinero: puede haber situaciones donde la autoridad monetaria emita pero aumente la demanda de dinero, o aumente la producción de bienes y servicios cuyas transacciones requieren utilizar más dinero. Por otro lado, no todos los precios aumentan al mismo tiempo y en la misma proporción. Lo que sucede en Estados Unidos es que ese aumento de la oferta monetaria ha terminado en un aumento de las reservas de los bancos, reacios a prestar luego de la crisis (es decir, aumento de la demanda de dinero) y, por otro, que el índice de precios al que normalmente suponemos mide la inflación no mide los precios de todos los bienes. Tal vez los que están en el índice no aumenten pero otros sí lo hagan (a esto le llamamos “burbujas”). O tal vez los precios deberían estar cayendo y la emisión monetaria genere inflación porque impide que caigan.

Lo cierto es que la inflación es claramente un fenómeno monetario. Y en el caso argentino su explicación es relativamente simple: el Estado gasta de más (aquí sí podemos hablar de puja o “piñata” distributiva, porque todos los sectores quieren más gastos, subsidios, etc.), luego emite para pagar sus gastos, ese dinero sale a la calle a través de los pagos que el Estado realiza y quienes los reciben salen a su vez a gastar o, tal vez, alguno ahorre o compre dólares.

Tan simple como eso, o no tanto. Los argentinos hemos vivido con grandes déficits fiscalesalta inflación y hasta hiperinflación durante décadas. La mayoría hemos nacido y vivido en tiempos inflacionarios. Y así y todo nos cuesta entenderlo. Hemos dicho “basta de dictaduras”, “basta de violaciones de derechos humanos”, pero no logramos comprender las causas para decir “basta de déficit fiscal” y, por ende, basta de inflación. No le saltamos a la yugular de un gobierno cuando tiene déficit de la misma forma en que lo haríamos si descubriéramos que es corrupto o que hace fraude.

Tan fuerte es nuestra creencia en la versión popular de la teoría de la puja distributiva que demandamos permanentemente que el gobierno haga algo para detener la suba de los precios. Hace poco, un funcionario era entrevistado en un programa de televisión y la periodista le preguntaba: “¿Están tomando alguna medida concreta para detener la suba de los precios?”. El funcionario comenzaba a argumentar que se buscaba arreglar el tema de los holdouts para poder tomar deuda y cubrir el déficit, así reducir la emisión monetaria y, por lo tanto… Y la periodista insistía: “Pero, dígame una medida concreta para hacer frente a la inflación”. Y así más de una vez.

Obviamente, o la periodista quiere reflejar la opinión popular al respecto o no sabe nada de la relación entre emisión monetaria y precios. Entonces, si tenemos votantes que compran la versión barata de la teoría (la culpa es del carnicero) y eventualmente pueden llegar a votar en consecuencia, el Gobierno responde a eso. Se vuelve supermercadista: vamos a crear unos 50 mercados que tendrán precios “cuidados”, no descuidados, confirmando entonces que la versión populista de la inflación ha de tener razón, o algo, aunque estén actuando desde la otra perspectiva. Vamos a multiplicar estos planes sociales, etc. ¿De dónde va a salir el dinero para todo eso, teniendo en cuenta que el mismo gobierno ha señalado que hereda un déficit fiscal de más de 5 puntos del PBI? No niego la necesidad coyuntural de alguna de estas acciones, pero tampoco hay que negar que ese mayor gasto o se cubre con más emisión y, por ende, más inflación, o se cubre con más deuda.

La emisión monetaria y la deuda son dos cosas poco visibles para el votante. Éste observa los precios, que afectan directamente su presupuesto. La emisión y la deuda son cosas algo lejanas. Y los gobiernos argentinos oscilan entre una y otra cosa, llevándonos ya sea a la híper o al default, o moviéndonos en la dirección de uno o el otro.

Así seguiremos, en tanto no se derrumbe el mito del Estado paternalista al que le pedimos de todo, para luego desentendernos de cómo se paga. No me cobren impuestos porque no me gusta, pero adelante con la emisión o la deuda, que no noto que las pague a menos que genere una crisis. El populismo argentino ha alimentado las dos variantes.

Estamos saliendo de la versión inflacionista, ¿para reingresar en la versión deudora? ¿O será esto algo pasajero para salir del mal momento heredado? No hay límites institucionales, o legales, ni para uno ni para otro caso. En definitiva, dependerá de los argentinos y cuán dispuestos estemos a dejar atrás un relato que lleva ya varias décadas.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Desigualdad: ¿de ingresos, de riqueza o de consumo? El caso de España. Instituto Juan de Mariana

Por Martín Krause. Publicada el 27/1/16 en: http://bazar.ufm.edu/desigualdad-de-ingresos-de-riqueza-o-de-consumo-el-caso-de-espana-instituto-juan-de-mariana/

 

Muy interesante estudio de Ignacio Moncada y Juan Ramón Rallo sobre la desigualdad en España, publicado por el Instituto Juan de Mariana:

España es uno de los países con menor desigualdad real de Europa

Madrid, 25 de enero de 2016.-

  • La desigualdad de la riqueza en España está entre las más bajas del mundo
  • La desigualdad de la renta en nuestro país se halla en la media europea, una vez se corrigen los sesgos del indicador
  • El aumento de la desigualdad experimentado durante la crisis se debe esencialmente al desempleo, no a las diferencias salariales
  • La desigualdad del bienestar real de los españoles se ubica entre las más reducidas de Europa.

La creciente desigualdad entre los españoles se ha convertido en una de las mayores obsesiones de los partidos políticos, y en uno de los indicadores preferidos por los medios de comunicación para ilustrar las devastadoras secuelas de la crisis. La tesis socialmente más extendida es que España es uno de los países más desiguales de Europa y que esta expansiva desigualdad se debe al recorte de los salarios de las clases medias, dirigido a engrosar los sueldos de los altos directivos y los beneficios de las grandes empresas.

Sin embargo, tal como demuestra el Instituto Juan de Mariana en el informe de su nueva colección de ‘Mitos y Realidades’, La desigualdad en España: ¿Realmente es España uno de los países más desiguales de Europa?, esta narración constituye un relato tergiversado e ideologizado de la realidad social y económica de nuestro país. Y es que, al contrario de lo que suele afirmarse, una lectura pormenorizada y rigurosa de las evidencias disponibles nos indica que España se halla entre las sociedades más igualitarias del mundo.

Así, el informe redactado por Ignacio Moncada y Juan Ramón Rallo permite dar respuesta a los siguientes cinco mitos sobre la desigualdad en España:

Mito 1: España es uno de los países de Europa con mayor desigualdad en la riqueza.

La realidad es que España es uno de los países de Europa con menor desigualdad de riqueza. El índice Gini de riqueza (2015) para España es 0,67, uno de los menores de Europa junto con Bélgica (0,63) e Italia (0,67), y muy lejos de los países europeos con mayor desigualdad en la riqueza como son Dinamarca (0,89), Suecia (0,81), Austria (0,78) o Alemania (0,78). A las mismas conclusiones se llega si se analizan otras métricas habituales para medir la desigualdad de riqueza, como el porcentaje de riqueza en manos del 10% más rico del país o la ratio de la riqueza del 20% más rico frente al 80% menos rico. El motivo principal por el que España es uno de los países más igualitarios en riqueza es que la propiedad inmobiliaria está más extendida que en la mayoría de los países europeos.

Además, en el informe se analiza el hecho de que las mediciones habituales de distribución de la riqueza, por diversos motivos, no contabilizan algunos de los activos más importantes de la sociedad y ello introduce un importante sesgo al alza en los resultados de desigualdad. Los principales son el valor capitalizado de las pensiones públicas, el valor actual de seguros y servicios estatales (sanidad, desempleo y otras rentas o servicios) y el valor del capital humano. La contabilización de estos activos mostraría que la desigualdad en la riqueza en la realidad es sustancialmente menor de lo que las métricas muestran.

Mito 2: Determinar los niveles de desigualdad de renta es relativamente sencillo y los resultados son indiscutibles: España está a la cabeza de la desigualdad en Europa.

En materia de renta, las mediciones habituales sí parecen indicar que España se encuentra entre los países con mayor desigualdad en la distribución de la renta. Por ejemplo, el índice Gini de la renta (2013) para España es de 0,34, mayor que la media de la Unión Europea (0,31) y lejos de los países más igualitarios en renta como Suecia, Holanda o Finlandia (los tres en torno a 0,25). Sin embargo, esta medición es incompleta, pues se basa en rentas estrictamente monetarias. Si se le añade el valor de los alquileres imputados, el índice Gini de la renta de España (0,297) cae a niveles intermedios de desigualdad en el contexto europeo, comparable a los de Alemania (0,288) o Italia (0,291), e incluso inferior al de Francia (0,298). Además, de acuerdo con un estudio de la OCDE, si también incluyéramos otras rentas en especie que no se contabilizan en las mediciones, como servicios sanitarios, educativos o de vivienda social proporcionados por las Administraciones Públicas, el índice Gini para España se reduciría en torno a un 20%, una reducción en la media de la Unión Europea. La conclusión es que la desigualdad de la renta real en España, si bien no es de las menores de Europa, sí es sustancialmente menor de lo que se suele expresar una vez tenemos en cuenta rentas en especie como los alquileres imputados y servicios públicos no contabilizados. Estos matices proporcionan una visión más completa de la desigualdad real de la renta en España.

Mito 3: Los causantes principales de las desigualdades en la distribución de la renta en España son las abultadas rentas del capital y la desigualdad salarial.

Adicionalmente, el informe muestra que la principal causa de desigualdad en la renta para el caso español no son las diferencias salariales ni los rendimientos del capital, sino la extraordinariamente elevada tasa de desempleo. Por consiguiente, la forma de evitar que las desigualdades sigan aumentando es acelerando la creación de empleo y, para ello, nada mejor que aliviar los impuestos y las trabas administrativas que sufren autónomos y empresarios para generar riqueza y contratar. La solución no pasa por una mayor redistribución de la renta desde el Estado, sino por facilitar el crecimiento económico.

Mito 4: España es uno de los países de Europa con mayor desigualdad en el bienestar real de su población.

Múltiples autores afirman que la forma más adecuada de medir el bienestar real de la población no es midiendo la desigualdad de la renta sino la del consumo. El análisis de los datos de la desigualdad en el consumo arroja una conclusión clara: España se encuentra entre los países europeos con una menor desigualdad en el consumo. El índice Gini de consumo (2010) es de 0,22 para España, al nivel de Suecia o Bélgica (0,22 en ambos casos), y por debajo de países como Dinamarca (0,23), Francia (0,23), Italia (0,26) o Alemania (0,27). Similares resultados se obtienen al analizar la ratio entre el consumo del 20% de la población que más consume y el 20% que menos. Además, las métricas de consumo también omiten partidas que sesgan al alza los resultados de desigualdad, como el consumo de servicios sanitarios o educativos que la población.

Mito 5: España es uno de los países de Europa con menor movilidad social.

La realidad es que España figura como un país con una movilidad social intermedia en el contexto europeo, por encima de países como Alemania, Francia, Italia o Reino Unido, como muestran las medidas de elasticidad intergeneracional. La movilidad social hace que la desigualdad de la renta tienda a difuminarse entre generaciones. Por tanto, la desigualdad de renta de España, incluso teniendo en cuenta los matices anteriores, se diluye a un ritmo mayor que en los principales países de Europa.

En conclusión, España es uno de los países de Europa con menor desigualdad en la riqueza y en el consumo; además, es un país con una desigualdad de la renta intermedia en el contexto europeo si tenemos en cuenta el valor de los alquileres imputados y la movilidad social.

Recursos adicionales:

  • Descargar completo el informe en este enlace.
  • Descargar la nota de prensa completa en pdf.

– See more at: http://bazar.ufm.edu/desigualdad-de-ingresos-de-riqueza-o-de-consumo-el-caso-de-espana-instituto-juan-de-mariana/#sthash.jCLWJMLO.Z2jSjwYb.dpuf

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Origen de la economia moderna:

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 20/2/14 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2014/02/20/origen-de-la-economia-moderna/

Es común sostener que los fundamentos medulares de la ciencia económica parieron con Adam Smith, lo cual constituye un error y una injusticia para con los precursores de un aspecto crucial de esta rama del conocimiento.

El eje central y el punto de partida de la economía estriban en la teoría subjetiva del valor. Como es sabido, este tema fue objeto de múltiples trifulcas. El tema consistía en poder explicar porque distintas personas atribuyen distinto valor al mismo bien o servicio e incluso porqué la misma persona en distintas circunstancias otorga valor distinto a la misma cosa.

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Primero se propuso la teoría de la reciprocidad en los cambios por la que se sostenía que en toda transacción justa lo que se entrega y lo que se recibe deben ser equivalentes, lo cual se daba de bruces con el hecho de que los arreglos contractuales libres significan una ganancia para ambas partes precisamente porque los juicios de valor de lo entregado y lo recibido son dispares.

Luego se expuso la teoría del valor basada en el trabajo hasta que se demostró que las cosas no valen por el hecho de haber sido trabajadas sino que se destina trabajo debido al valor de la cosa. Más adelante esta tesis se extendió a la sumatoria de los costos (sean históricos o de reposición) pero fue refutada en base al mismo razonamiento.

También se esgrimió la teoría de la escasez la que fue rechazada al comprobar que hay cosas inservibles que son muy escasas y no por ello se le asignaba valor. Por último, se adelantó la teoría de la utilidad que condujo a una antinomia de valores al descubrir que el pan es de una mayor utilidad que el diamante y sin embargo a éste se le atribuye mayor valor.

Estos debates consumieron siglos hasta que en 1870 Carl Menger dio en la tecla con la formulación de la teoría de la utilidad marginal o teoría subjetiva del valor que combina utilidad y escasez simultáneamente y que considera la escasez no como algo meramente cuantitativo sino en estrecha relación con la otra parte del binomio, es decir, que significado tiene determinada escasez para determinada persona en determinadas circunstancias.

Pues bien, esta teoría que fue desarrollada hasta sus últimas consecuencia por Menger (también iniciada por Jevons y Walras aunque estos dos autores desviaron sus estudios a otros territorios que en definitiva se apartaron de la teoría subjetiva) pero fue originalmente expuesta por varios de los integrantes de la Escolástica Tardía en el siglo XVI o Primera Escuela de Salamanca (la Segunda fue la que formó a muchos de los integrantes de las Cortes de Cádiz de 1812), principalmente por sacerdotes dominicos y jesuitas como Diego de Cobarrubias, Luis de Molina, Juan de Mariana, Luis de Saravia de la Calle, Tomás de Mercado, Francisco de Victoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta, Juan de Medina y Francisco Suárez. Es en verdad notable la precisión de los textos consignados por estos autores, no solo en la materia que comentamos sino en política monetaria y fiscal así como también en lo que se refiera a marcos institucionales consubstanciados con los principios de la sociedad abierta.

Para adentrarse en estos escritos, además de los originales, es de gran interés consultar, por ejemplo, a Majorie Grise-Hutchinson The School of Salamanca (Oxford, The Clarendon Press, 1952) y a Murray N. Rothbard Economic Thought Before Adam Smith (London, Edward Elgar Publishing, 1995, Vol. I). Por su parte, Friedrich Hayek escribe que “integrantes de la Escolástica Tardía desarrollaron los fundamentos de la génesis y el funcionamiento de las instituciones sociales espontáneas. Fue a través de preguntarse como funcionan las cosas si ningún acto deliberado de legislación interfiriera, así es que exitosamente se trataron los problemas sociales y específicamente emergió la teoría económica”.

Debe tenerse en cuenta que el mérito de los integrantes de la Escolástica Tardía es grande en vista del clima imperante debido a la impronta de los Papas más influyentes del mismo siglo XVI: León X que acentuó grandemente las ventas de indulgencias, Pablo III que convirtió los aposentos papales en un burdel (lo apodaron “el Papa faldero”) y el antisemita y entusiasta de la Inquisición Pablo IV con todos los atropellos brutales que significaban esas acciones inaceptables (dos de los pedidos de perdones de Juan Pablo II aluden precisamente al tratamiento horrendo contra los judíos por parte de la Iglesia y a sus tropelías criminales en la larga tradición de la Inquisición). También debe tenerse en cuenta que con todas las muy fértiles y notables contribuciones de Adam Smith, en el tema que tratamos de la teoría subjetiva del valor, retrocedió al insistir en la del trabajo, lo cual, en parte, dio pie a la tesis central marxista cuyo derivado es la plusvalía.

Ya hemos comentado antes que la conjetura sobre la honestidad intelectual de Marx pone de manifiesto que no reivindicó su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por el antes mencionado Carl Menger en 1870 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y solo publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de Paris.

La teoría subjetivista de más está decir en nada se contrapone a que las propiedades y atributos de las cosas son independientemente de la opinión que se tenga sobre ellas. El asunto se refiere a otro plano de análisis. El análisis económico parte de la base del estado mental subjetivo de las personas frente a su relación con sus semejantes y con los bienes presentes y futuros. En este contexto, carece de significado la referencia a bienes y servicios escindidos de la apreciación subjetiva de cada cual. Este marco de referencia resulta esencial para la comprensión de la formación de precios, los cuales no miden el valor sino que expresan estructuras valorativas que operan en direcciones opuestas entre compradores y vendedores.

No hay en este análisis factores “dados”,  son siempre la consecuencia de valorizaciones subjetivas y cambiantes. La visión contraria puede ilustrarse con el llamado modelo de competencia perfecta en la que uno de los supuestos es el de conocimiento perfecto de los factores relevantes, lo cual elimina el arbitraje, el rol del empresario y la misma competencia (al tiempo que en ese supuesto no habría necesidad de mantener saldos en caja para imprevistos, situación que convertiría en innecesario el dinero por lo que la economía se desplomaría junto a la contabilidad y la evaluación de proyectos). El mismo uso de agregados y la pretensión de nexos causales entre ellos obscurece el papel de las preferencias individuales y la función de la moneda en sociedad. Los propios partidarios del igualitarismo no se percatan de que, en rigor, esa meta es un imposible epistemológico ya que la subjetividad no permite asignar partidas iguales ni es posible las comparaciones intersubjetivas puesto que la importancia relativa de las respectivas apreciaciones son de carácter ordinal y no cardinal, al tiempo que la guillotina horizontal no permite que se reflejen los precios de mercado.

El subjetivismo hace posible entender el fenómeno del conocimiento como algo fraccionado y disperso entre personas que tienen diferentes apreciaciones respecto de su área de competencia (a veces, “conocimiento tácito” no articulable como señaló Michel Polanyi), a contracorriente de los que sostienen que es posible dirigir vidas y haciendas de terceros desde el vértice del poder.

Finalmente, el subjetivismo conduce al individualismo metodológico y a vislumbrar con mayor claridad la diferencia entre las ciencias naturales y las sociales. El positivismo asegura que nada es cierto en la ciencia si no es verificable, pero, por un lado, como nos enseña Morris Cohen, esa misma proposición no es verificable y, por otro, como explica Karl Popper, nada en la ciencia es verificable, solo hay corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones. Por más que se repita un experimento no hay necesidad lógica que vuelva a repetirse el resultado (en eso consiste el problema de la inducción que en la vida diaria es suplido provisoriamente por lo que se conoce como Verstehen).

Asimismo, en ciencias sociales no hay experimentos de laboratorio, la experiencia es “desde adentro” a diferencia de las ciencias naturales que los datos vienen “desde afuera”. En ciencias naturales no hay propósito deliberado, hay reacción, en cambio, en las sociales, hay acción lo cual implica elección. En ciencias naturales los datos están disponibles ex ante del experimento, en cambio en ciencias sociales los datos no están disponibles antes del acto en cuestión. Por esto es que en el contexto subjetivista el método de las ciencias  sociales es empírico-deductivo, mientras que en las naturales es hipotético-deductivo. Estas reflexiones telegráficas pretenden subrayar la importancia de la subjetividad en el sentido apuntado, por lo que le rinden homenaje a los sacerdotes de la Primera Escuela de Salamanca quienes iniciaron con gran solvencia y calado un paso decisivo en el largo camino del estudio de la economía.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

La falacia del altruismo socialista

Por Armando Ribas. Publicado el 16/12/13 en:  http://www.laprensa.com.ar/400260-La-falacia-del-altruismo-socialista.note.aspx

 

El desmesurado estado de bienestar está en la raíz de la actual crisis económica de Europa. Reina la confusión ideológica, incluso en Estados Unidos. Los políticos «progresistas» han ganado la batalla por el monopolio de la ética.

El mundo sigue su agitado curso donde reina la confusión. Recordemos: «En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentir, todo es según del color del cristal con que se mira». No puedo menos que lamentar que todo en nuestro mundo occidental y cristiano parece indicar que el color del cristal con que se mira es cada vez más rojo, en nombre del altruismo y la equidad social. La reciente victoria de Barack Obama en las elecciones de Estados Unidos es una prueba evidente del realismo de la observación hecha por Harvey Mansfield y comentada en un artículo de The Wall Street Journal que dijo: «Nosotros tenemos ahora un partido político americano y uno europeo». Esta aparente tergiversación del sistema político estadounidense fue a la que me referí en mi reciente artículo en el que plateé la antítesis entre el Rule of Law y el estado de bienestar europeo.

No puedo menos que considerar que el estado de bienestar ha sido el causante de la crisis y el presente malestar en Europa. Tanto que cada vez más se hace evidente la pretensión de los ingleses de abandonar la Unión Europea. El estado de bienestar no es más que marxismo vía Eduard Bernstein que en 1899 escribió Las precondiciones del socialismo donde expresó que el socialismo no requería de la revolución del proletariado predicha por Marx sino que se alcanzaría democráticamente. A los hechos me remito y debo asimismo recordar que en su obra comenzó por incurrir en la mayor confusión histórico-filosófica que fue el decir: «El socialismo es el heredero legítimo del liberalismo. No hay ningún pensamiento liberal real que no pertenezca también a los elementos de la idea del socialismo».

Esa es la más equívoca aseveración que podría hacerse al respecto, pues el liberalismo parte de una concepción ética antitética al socialismo. En primer lugar la esencia ética del liberalismo es el reconocimiento de la naturaleza humana tal cual es y no de cómo debe ser. Consecuentemente al mismo tiempo que acepta el principio del derecho del hombre a la búsqueda de su propia felicidad, admite la necesidad de la limitación del poder político. Como bien dijera John Locke: «Los monarcas también son hombres».

Por el contrario el principio básico del socialismo es la falacia del altruismo. Como bien señalara Ayn Rand: «El principio básico del altruismo es que el hombre no tiene derecho a existir por sus propios motivos, que el servicio a los demás es la única justificación de su existencia». Y el altruismo es la falaz esencia del socialismo, que no es más que la demagogia para alcanzar el poder político absoluto en nombre de los derechos del pueblo.

DOS PROBLEMAS

Debo tener en cuenta dos problemas lexicológicos. El primero es que en Estados Unidos, no se por qué razón, se ha tergiversado la naturaleza filosófica del liberalismo y confundido con el socialismo en el orden político. La segunda no menos importante es el capitalismo. El capitalismo se considera un sistema económico, que para sus detractores marxistas, está éticamente descalificado a partir de que es la explotación del hombre por el hombre, sustentada en la falsa teoría del valor trabajo. Aun la Escuela Austriaca, defensora del sistema capitalista, incurre en el error de considerarlo un sistema económico que habría surgido a partir de las ideas de Carl Menger expuestas en sus Principios de Economía Política.

En esa obra el autor pretende rescatar las ideas de la Escolástica del Siglo de Oro español. En principio no estoy en desacuerdo en rescatar las ideas de Juan de Mariana, y reconocer por tanto que la validez de las ideas no depende de la nacionalidad ni de la raza. Por tanto ello no significa pretender descalificar el pensamiento filosófico inglés que dio origen al Rule of Law, por el error de Adam Smith de aceptar la teoría del valor trabajo.

Que Benthham y su utilitarismo, Mill y su socialismo y Thomas Hobbes y su Leviathan hayan sido ingleses, no permite desconocer los fundamentos de la libertad que surgieron del pensamiento de Locke y Hume, incluyendo la mano invisible de Adam Smith. Fue ese pensamiento que trasladado al continente americano por los Founding Fathers, se constituyó en la razón de ser del sistema que permitiera la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia.

¡ES LA ETICA!

Ese sistema como no me canso de repetir, no es económico sino ético, político y jurídico y la economía es la consecuencia. Por ello creo más que importante el defender los derechos individuales y la limitación del poder político como la esencia de la libertad, y consecuentemente la razón de ser de la creación de riqueza, que ha desparecido en Europa en función de la iniquidad de la supuesta equidad del altruismo del estado de bienestar. Lamentablemente la confusión presente al respecto de ignorar la diferencia histórico-filosófica entre Estados Unidos y Europa continental, provocan que aun hoy se pretenda culpar a la crisis bancaria norteamericana por la crisis europea, que -como lo reconoce el FMI- persiste en 2012 y continua en 2013.

Me atrevería a firmar que lamentablemente el Sr. Romney en las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos careció de la sabiduría de defender los principios ético-políticos del Rule of Law, que le permitieron a Estados Unidos transformarse en la primera potencia mundial en solo cien años.

Esa falla permitió que tal como lo señala John Allison se culpara de la crisis financiera estadounidense a la falta de regulación de los bancos y a la avaricia de Wall Street. La causa de la crisis fue sin lugar a dudas el producto de la demagogia de Carter de sostener que todos los ciudadanos americanos tenían el derecho a una casa propia, y en función de ello se crearan Fannie May y Freddie Mac para que le prestaran a quienes no tenían con que pagar. Entretanto Alan Greenspan creaba los dólares desde la Fed.

En fin, la demagogia del estado de bienestar está presente en función de la avaricia de los capitalistas y se ignora la voluntad de poder que se basa en el altruismo de los políticos de izquierda, que monopolizan la ética, tal como lo expresara Thomas Sowell. La consecuencia es la crisis económica y así como la creciente corrupción que alcanza a Bruselas y por supuesto en nuestra América Latina ni que decir.

Entonces, aprendamos que lo que estamos defendiendo no es el capitalismo como sistema económico, por más que hasta la Escuela Austriaca se refiera al orden espontáneo como el carácter del mercado, e ignore que esa espontaneidad de comportamiento depende precisamente del respeto por los derechos individuales a la vida, la libertad, la propiedad y la búsqueda de la propia felicidad. En ese sistema las mayorías no tienen el derecho a violar los derechos de las minorías que garantiza la Constitución y por tanto la limitación del poder político en manos del poder judicial. Como bien señalara Alexander Hamilton: «No hay libertad si el poder de juzgar no está separado de los poderes legislativo y ejecutivo».

 

Armando P. Ribas, se graduó en Derecho en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, en La Habana. Obtuvo un master en Derecho Comparado en la Southern Methodist University en Dallas, Texas. Es abogado, profesor de Filosofía Política, periodista, escritor e investigador y fue profesor en ESEADE.