Sobre ofensas, opiniones adversas y el proceso de mercado

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/8/2en: https://www.infobae.com/opinion/2021/08/28/sobre-ofensas-opiniones-adversas-y-el-proceso-de-mercado/

Daniel Klein

Conviene de entrada decir que todo progreso en el conocimiento hace que muchos de los que sostenían opiniones distintas hasta ese momento imperantes se sientan incómodos, molestos, a veces humillados, ridiculizados y ofendidos. Pero precisamente el derecho a expresar libremente las ideas -la libertad de prensa- resulta trascendental no solo para que la gente se entere de lo que viene sucediendo sino especialmente para el aprendizaje en un contexto siempre evolutivo de permanentes corroboraciones provisorias abiertas a refutaciones.

Todas las ciencias y todo el conocimiento está sujeto a estos avatares, de lo contrario para no molestar, incomodar, ofender o humillar habría que estancarse y renunciar al progreso. Esto también se aplica a otros territorios que últimamente se han debatido que se refieren, por ejemplo, a preferencias o inclinaciones sexuales varias, lo cual, demás está decir debe ser aceptado si no hay lesiones a los derechos de terceros pero también en este caso o similares no quiere decir para nada que otros adhieran o se que se abstengan de analizar. Pongamos un ejemplo muy extremo: supongamos que una persona se autopercibe gallina, nadie puede recurrir a la fuerza para que esa persona cambie de opinión (incluso si se ejercita en cacarear) pero esto no significa que otros no puedan decir abiertamente que esa autopercepción constituye un error de apreciación.

Claro que como he escrito antes hay también una cuestión de modales y de buen gusto. Digamos que estamos en un almuerzo con otras personas y el vecino de asiento tiene mal aliento, en lugar de denunciarlo públicamente es mejor respirar para otro lado. Consigno estos razonamientos porque aparecen talibanes aquí y allá que pretenden que todos se callen frente a actitudes que se estiman problemáticas. En realidad estos personajes absurdos apuntan a que todos suscriban sus posiciones lo cual es el mayor ejemplo de intolerancia y estupidez de dogmáticos que solo pueden rendir ilimitado culto a la personalidad de algún personaje muerto porque no piensan por sí mismos. También es una cuestión de buena educación el consejo de no insultar gratuitamente religiones o creencias que uno no comparte, a menos que se trate de estudios filosóficos-teológicos y asimismo muchos otros ejemplos que revelan la conveniencia de recurrir a buenos modales como una manera de alimentar la cooperación social.

Pensemos en la cantidad enorme de personas que se sintieron ofendidas cuando Galileo desarrolló su tesis condenada severamente por la Iglesia Católica a pesar de que como escribe Ortega y Gasset “lo obligaron a arrodillarse y abdicar de la física”. Pensemos en la medicina y los adelantos que dejaron atrás teorías equivocadas que fueron reemplazadas por otras, pensemos en la física: antes he ilustrado el tema con dos premios Nobel en esa rama que fueron padre e hijo, Joseph Thomson en 1906, entre otras razones obtuvo el galardón por mostrar que el mundo subatómico está caracterizado por partículas, sin embargo su hijo -George Thompson- recibió el premio en 1937 por señalar que en verdad son ondas.

Por supuesto que como ha destacado una y otra vez Karl Popper, el conocimiento es un peregrinaje en busca de verdades y para el logro de encontrar trozos de tierra fértil en el mar de ignorancia en que nos desenvolvemos hay que estar atentos a nuevos paradigmas. Por ello es que el lema de la Royal Society de Londres nos advierte nullius in verba, a saber, que no hay palabras finales. Y es por eso que Emanuel Carrére ha estampado la conclusión que “lo contrario a la verdad no es la mentira sino la certeza”. Esto no suscribe la sandez del relativismo epistemológico sino que muestra que las certezas nublan la mente ya que no está abierta a la incorporación de nuevas ideas.

Otra cosa es si hay apología del delito y figuras tales como las injurias, calumnias y equivalentes a través de lo que se dice o hace, en esta situación intervendrá la justicia para poner las cosas en orden y proteger derechos en caso de haberse lesionado. Pero la opinión que terceros tengan de uno no es algo que pueda controlarse, en última instancia depende de la reputación de cada cual que cuanto más abierto sea el proceso mayores garantías habrá para que surja la verdad.

La reputación no es algo que se obtiene por decreto, inexorablemente depende de la opinión libre e independiente de los demás. En este sentido, autores como Daniel B. Klein, Gordon Tullock, Douglass North, Harry Chase Bearly, Avner Grief, Jeremy Shearmur y tantos otros que han trabajado el territorio de la reputación, enfatizan en la natural (y benéfica) descentralización del conocimiento por lo que el proceso del mercado abierto provee de los instrumentos e incentivos para lograr las metas respecto a la calidad en estas y en otras ramas. Y cuando se alude al mercado, demás está decir que no se refiere a un lugar ni a una cosa sino a las millones de opiniones y arreglos contractuales preferidos por la gente al efecto de coordinar resultados.

En conexión con este tema de la reputación, uno de los tantísimos ejemplos del funcionamiento de lo dicho es el sitio en Internet denominado Mercado Libre donde múltiples operaciones se llevan a cabo diariamente de todo lo concebible sin ninguna intervención política de ningún tipo. Los arreglos entre las partes funcionan espléndidamente, al tiempo que se califican y certifican las transacciones según el grado de cumplimiento de lo convenido en un clima de amabilidad y respeto recíproco que hace a la reputación según las opiniones vertidas. Estas calificaciones y certificaciones van formando la reputación de cada uno que es el mayor capital de los participantes puesto que así condicionan su vida comercial.

En este mismo contexto, Harold Berman y Bruce Benson muestran el proceso evolutivo, abierto y espontáneo del mismo derecho comercial (lex mercatoria) a través de la historia, sin que haya sido diseñado por el poder político tal como fue el sentido original de la ley. Por su parte, Carl Menger ha demostrado lo mismo respecto al origen del dinero y los lingüistas más destacados subrayan el carácter libre de toda decisión política respecto al lenguaje. Como la perfección no está al alcance de los mortales, la ética también es un concepto evolutivo que no involucra a los políticos (o en todo caso lo hacen para corromper) y, desde luego la ciencia misma es independiente de las decisiones políticas (afortunadamente para la ciencia).

Todos estos ejemplos de peso están atados a la noción libre de la reputación extramuros del ámbito político, en este sentido las corroboraciones en cada campo dependen del mercado de las ideas que, en el contexto de la mencionada evolución, va estableciendo la reputación de cada teoría expuesta de modo equivalente a lo que sucede con la calidad y cumplimiento en el ámbito comercial.

El mercado libre de restricciones gubernamentales estimula a la concordia, enseña a cumplir con la palabra empeñada, mueve a la cooperación social y decanta las opiniones válidas sobre personas y cosas. En cada transacción libre las dos partes se agradecen recíprocamente puesto que ambas obtienen ganancias, lo cual es precisamente el motivo del intercambio. Ambas partes saben que uno depende del otro para lograr sus objetivos personales. Las dos partes saben que si no cumplen con lo estipulado se corta la relación comercial. El mercado necesariamente implica cooperación social, es decir, cada participante, para mejorar su situación, debe atender los requerimientos de la contraparte.

La trampa, el engaño y el fraude se traducen en ostracismo comercial y social puesto que la reputación descalifica a quien procede de esa manera. Significan la muerte cívica. Solo la politización intenta tapar malversaciones. En la sociedad abierta, el cuidado del nombre o, para el caso, la marca, resultan cruciales para mantener relaciones interpersonales.

Las opiniones derivan de los sucesos en el ámbito del mercado a contracorriente de lo que ocurre en el plano político donde siempre hay discursos desaforados, gritos, enojos, donde se muestran los dientes en el contexto de enemigos que siempre hay que combatir. En el proceso del mercado, en cambio, se destaca la amabilidad en intercambios libres y voluntarios donde cada cual para mejorar su posición debe servir los intereses de los demás. Por ello es que la reputación de políticos -es decir la opinión de otros sobre su desempeño- no suele ser buena.

Los derechos de propiedad permiten delimitar lo que es de cada uno y consiguientemente permiten establecer con claridad las transacciones. Por el contrario, la definición difusa y ambigua de esos derechos y, más aún, la “tragedia de los comunes” inexorablemente provocan conflictos y se opaca la contabilidad con lo que se dificulta la posibilidad de conocer resultados. En libertad cada uno da lo mejor de sí en interés personal, en la sociedad cerrada cada uno saca lo peor de sí para sacar partida de la reglamentación estatista por la que el uso de los siempre escasos recursos resultan siempre subóptimos.

John Stossel en su programa televisivo en Fox subraya las enormes ventajas del contralor privado frente al estatal. Al mismo tiempo destaca cómo las regulaciones gubernamentales, que bajo el pretexto de una mejor calidad, cierran el mercado para que privilegiados operen, a pesar de que si hubiera libertad contractual otros serían los proveedores de bienes y servicios.

Un ejemplo paradigmático de lo que estamos abordando es el oscurecimiento de la reputación de casas de estudio debido a la politización de sellos oficiales y absurdos “ministerios de educación”, en lugar de obtener la acreditación por parte de academias e instituciones internacionales especializadas y en competencia, a su vez, cuyas reputaciones dependen de la calidad de sus veredictos y sus procederes. En cualquier caso, constituye siempre un reaseguro el separar drásticamente la cultura de los aparatos políticos (cultura oficial es una contradicción en los términos, lo mismo que periodismo o arte oficial). Esto con independencia de las respectivas inclinaciones de los políticos del momento, puesto que la educación formal requiere puertas y ventanas abiertas al efecto de que el proceso de prueba y error tenga lugar en el contexto de la máxima competitividad y apertura mental.

En varios de sus ensayos Walter Block objeta parte de las visiones convencionales relativas a la opinión que terceros puedan tener sobre la reputación de ciertas personas consideradas por el titular como injustificadas, puesto que reafirma que la reputación no es algo que posea en propiedad el titular sino que, como queda expresado, deriva de la opinión de otros. Como ha subrayado el antes mencionado y tan ponderado profesor Daniel Klein, los incentivos fuertes que genera la sociedad libre en competencia constituyen el mejor modo de producir opiniones valederas sobre los muy diversos aspectos que se suscitan en las relaciones interindividuales y, asimismo, la manera más eficiente de poner al descubierto y descartar las opiniones falsas.

Por último en este tema crucial, es pertinente resaltar que la discriminación es inaceptable cuando se pretende vulnerar la igualdad ante la ley desde el aparato estatal pues todos tienen los mismos derechos, pero es natural y necesaria la discriminación en los ámbitos privados ya que todos al actuar preferimos algo y dejamos de lado lo otro, esto es, seleccionamos, preferimos o discriminamos entre los amigos que elegimos, nuestras lecturas, comidas, ropa, deportes y en todo lo que hacemos discriminamos lo cual desde luego incluye a quienes recibimos y a quienes no en nuestras propiedades, al contrario de lo alegado por energúmenos que protestan porque tal o cual restaurante o similar no los dejan que entren a su local. Es otra vez el espíritu talibán que intenta que todos actúen según sus parámetros, en ese clima ya no habría ofensas ni opiniones adversas puesto que dominará el detestable pensamiento único en un contexto en el que desaparecerá el mercado libre y la igualdad ante la ley como reflejos de una sociedad civilizada.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Es urgente reiterar la importancia de la libertad de prensa

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 26/9/19 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/09/26/es-urgente-reiterar-la-importancia-de-la-libertad-de-prensa/

La libertad de expresión no solo es una manifestación básica de respeto sino que el contraste de distintas ideas resulta vital para adquirir conocimientos

Gregorio Badeni

Gregorio Badeni

La condición humana remite al libre albedrío que constituye el cimiento de la tradición liberal, solo así tienen sentido las ideas autogeneradas, la posibilidad de revisar nuestros juicios, las proposiciones verdaderas y falsas, la moral, la responsabilidad individual y la mismísima libertad. El pensamiento resulta imprescindible para evaluar los medios pertinentes al efecto de lograr fines apetecidos y la expresión del pensamiento constituye no solo una manifestación de la libertad sino que es el aspecto medular que permite alimentar el conocimiento, puesto que como ha señalado Karl Popper este tiene la característica de la provisionalidad abierta a refutaciones. Las críticas y las autocríticas son esenciales para el progreso de la insustituible aventura del pensamiento que es una consecuencia de la racionalidad.

En algunos ocasiones cuando se estima que alguien está equivocado o no sigue las reglas de la lógica se le endilga la etiqueta de “irracional”, lo cual no es así: todo lo que hace el ser humano es racional a diferencia de los actos reflejos de la biología, cuando la medicina antigua propiciaba ciertas recetas hoy consideradas erradas no es que aquellos médicos eran irracionales, es que no contaban con el conocimiento que hoy disponemos y así sucesivamente.

Se ha dicho, por otra parte, que la verdad debe estar sustentada en verificaciones empíricas a lo que Morris Cohen ha replicado que esa proposición no es verificable y el antes mencionado Popper ha explicado que nada en la ciencia es verificable, es solo de momento corroborable. La verdad se sustenta en la correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado, el relativismo epistemológico, cultural, ético y hermenéutico echan por tierra con toda posibilidad de investigación, además de convertir en relativas las mismas aseveraciones del relativismo.

Como ha sostenido Einstein, “todos somos ignorantes, solo que en temas distintos” y en el campo específico de cada cual también hay una dosis grande de ignorancia que se intenta contrarrestar en un difícil peregrinaje en el mar de ignorancia en busca de algo de tierra fértil en que sostenernos sin llegar nunca a un puerto definitivo puesto que la navegación es permanente. Por eso me resulta tan atractivo el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales.

El debate de ideas resulta imprescindible para ensanchar el conocimiento, de allí que la libertad de expresión no solo es una manifestación básica de respeto sino que el contraste de distintas ideas resulta vital para adquirir conocimientos. En esto estriba el progreso intelectual del que deriva todo progreso humano.

Antes he escrito sobre la libertad de prensa -que es la manifestación de la antedicha liberad de pensamiento- pero dado el clima amenazador que se vive en distintas latitudes, se hace necesario reiterar lo dicho. Después del derecho a la vida le sigue en importancia el derecho de propiedad una de cuyas manifestaciones centrales es precisamente la facultad de expresar las propias perspectivas y contrastarlas con otras opiniones, para lo cual se requiere un ámbito de puertas y ventanas abiertas al efecto de permitir la mayor dosis de oxígeno, sin limitaciones de ninguna naturaleza. Este es el sentido por el que los Padres Fundadores en Estados Unidos otorgaron tanta importancia a la libertad de prensa y es el motivo por el que se insertó con prioridad en la mención de los derechos de las personas en su carta constitucional, la cual, dicho sea al pasar, fue tomada como punto de referencia en la sanción de la argentina. Jefferson escribió en 1787 que “si tuviera que decidir entre un gobierno sin periódicos o periódicos sin gobierno, no dudaría en elegir lo último”.

Este es el sentido por el que mi distinguido amigo, el eminente constitucionalista Gregorio Badeni, sostuvo en su Tratado de libertad de prensa la trascendencia de este valor fundamental para la existencia de la sociedad libre y, asimismo, el correlato con la indispensable preservación de las fuentes de información.

Esta libertad es respetada y cuidada como política de elemental higiene cívica en el contexto de una sociedad abierta, no solo por lo anteriormente expresado sino porque demanda información de todo cuanto ocurre en el seno de los gobiernos para así velar por el cumplimiento de sus funciones específicas y minimizar los riesgos de extralimitación y abuso de poder.

Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado” alegando “traición a la patria” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes”. Debido a su trascendencia y repercusión pública internacional, constituyen ejemplos de acalorados debates sobre estos asuntos los referidos a los llamados “Papeles del Pentágono” (tema tan bien tratado por Hannah Arendt) y el célebre “Caso Watergate” que terminó derribando un gobierno.

Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, lo cual no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros. Esta plena libertad incluye el debate de ideas con quienes implícita o explícitamente proponen modificar el sistema, de lo contrario se provocaría un peligroso efecto boomerang (la noción opuesta llevaría a la siguiente pregunta, por cierto inquietante ¿en qué momento se debería prohibir la difusión de las ideas comunistas de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se incluye parcial o totalmente en una plataforma partidaria?). Las únicas defensas de la sociedad abierta radican en la educación y las normas que surgen del consiguiente aprendizaje y discusión de valores y principios.

Hasta aquí lo básico del tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al gobierno de turno o a los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, y cuando los gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado.

Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo, que en este campo se de por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento y otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.

De la libertad de expresión se sigue la de asociación y de petición que deben minimizar las tensiones que eventualmente generen batifondos extremos y altos decibeles que afectan los derechos del vecino, lo cual en un sistema abierto se resuelve a través de fallos en competencia como mecanismo de descubrimiento del derecho y no como ingeniería legislativa y diseño arrogante.

Fenómeno parecido sucede con la pornografía y equivalentes en la vía pública que, en esta instancia del proceso de evolución cultural, hacen que no haya otro modo de resolver las disputas como no sea a través de mayorías circunstanciales. Lo que ocurre en dominios privados no es de incumbencia de los gobiernos, lo cual incluye la televisión que con los menores es responsabilidad de los padres y eventualmente de las tecnologías empleadas para bloquear programas. En la era moderna, carece de sentido tal cosa como “el horario de protección al menor” impuesto por la autoridad, ya que para hacerlo efectivo habría que bombardear satélites desde donde se trasmiten imágenes en horarios muy dispares a través del globo. Las familias no pueden ni deben delegar sus funciones en aparatos estatales como si fueran padres putativos, cosa que no excluye que las emisioras privadas de cualquier parte del mundo anuncien las limitaciones y codificadoras que estimen oportunas para seleccionar audiencias.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado, las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder, deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatoris en el que papas pretendían restringir lecturas de libros y donde irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel, interfieren en la cibernética o, al decir del decimonónico Richard Cobden, establecen exorbitantes “impuestos al conocimiento”. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutemberg y ahora Internet, los medios digitales y las redes sociales no han sido del todo aprovechadas sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) megalómanos que arremeten con fuerza contra el periodismo independiente.

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes que sin vestigio alguno de modestia y a diferencia de lo sugerido por Einstein, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en imparables verborragias.

Dados los temas controvertidos aquí brevemente expuestos -y que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa- considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta, significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el por qué y el para qué de principios aceptados, es considerado un elemento pernicioso”.

El cuarto poder tiene prelación para la preservación de la libertad respecto a los otros tres, la sociedad libre se derrumba sin este valor. También he escrito antes para rendir homenaje al periodismo independiente (un pleonasmo pero por las situaciones que atravesamos vale el énfasis) pero en esta ocasión insisto en este muy sentido tributo pues dan batalla con un coraje y una perseverancia por lo que en gran medida le debemos la supervivencia, en contraste con sujetos disfrazados de periodistas pero vendidos al espíritu cavernario del autoritarismo siempre empobrecedor moral y materialmente.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La historia del liberalismo en diez capítulos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/28/la-historia-del-liberalismo-en-diez-capitulos/

 

A raíz de la Constitución de Cádiz de 1812 es que se usó por primera vez como sustantivo la expresión “liberal” y a los que se opusieron les endilgaron el epíteto de “serviles”, una carta constitucional que sirvió de antecedente para algunas que incorporaron igual tradición de pensamiento, entre otras, la argentina de 1853. Hasta ese momento el término liberal era utilizado en general como adjetivo, esto es, para referirse a un acto generoso y desprendido. Adam Smith empleó el vocablo en 1776 pero, como se ha observado, no en carácter de bautismo oficial como el referido sino como algo accidental de la pluma y al pasar aludiendo muy al margen a un “sistema liberal”.

Aquel documento, a contracorriente de todo lo ocurrido en la España de entonces, proponía severas limitaciones al poder y protegía derechos clave como la propiedad privada. En lo único que se apartaba radicalmente del espíritu liberal era en materia religiosa puesto que en su doceavo artículo se pronunciaba por la religión católica como “única verdadera” y con la prohibición de “el ejercicio de cualquier otra”, con lo cual proseguía con el autoritarismo español en esta materia desde que fueron expulsados y perseguidos los musulmanes de ese territorio que tanto bien habían realizado durante ocho siglos en materia de tolerancia religiosa, filosofía, arquitectura, medicina, música, agricultura, economía y derecho.

De cualquier manera la mencionada sustantivación del adjetivo abrió las puertas a una perspectiva diferente en línea con la iniciada por la anterior revolución estadounidense que dicho sea de paso afirmaba lo que se denominó “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre la las Iglesias y el poder político. Aquella perspectiva liberal española estuvo alimentada por pensadores que constituyeron la segunda versión de la Escuela de Salamanca (más adelante nos referiremos a la primera, conocida como la Escolástica Tardía). Jovellanos -si bien murió poco antes de promulgada la Constitución del 12- tuvo una influencia decisiva: fundó en Madrid la Sociedad Económica y tradujo textos del antes mencionado Adam Smith, Ferguson, Paine y Locke.

Decimos que esta reseña se fabrica como decálogo porque estimamos que la historia del liberalismo puede dividirse en diez capítulos aunque no todos signifiquen tiempos distintos ya que hay procesos intelectuales que ocurren en paralelo.

Pero antes de esta reseña telegráfica a vuelo de pájaro, es de interés subrayar una triada que conforma aspectos muy relevantes a nuestro propósito. En primer lugar, un sabio consejo de Henry Hazlitt en su primer libro publicado cuando el autor tenía 21 años, en 1916, reeditado en 1969 con un epílogo y algunos retoques de forma, titulado Thinking as a Science en el que subraya los métodos y la importancia de ejercitarse en pensar con rigor y espíritu crítico en lo que se estudia al efecto de arribar a conclusiones con criterio independiente.

En segundo término, es del caso recordar que el liberalismo está siempre en ebullición, no admite la posibilidad de llegar a metas definitivas sino de comprender que el conocimiento está compuesto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones para, en un contexto evolutivo, captar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que estamos envueltos.

Por último, es necesario subrayar que los liberales no somos una manada por lo que detestamos el pensamiento único y, por ende, en su seno hay variantes y debates muy fértiles puesto que no hay tal cosa como popes que dictaminan que debe y que no debe exponerse o con quien relacionarse.

Hecha esta introducción veamos los diez capítulos principales de la tradición de pensamiento liberal, de más está decir sin la pretensión absurda de mencionar a todos quienes han contribuido a esta rica corriente intelectual lo cual demandaría una enciclopedia y no una nota periodística.

Primero Sócrates, quien remarcó la idea de la libertad y las consecuentes autonomías individuales. Hijo de un escultor y una partera por eso decía que su inclinación siempre fue la de “parir ideas” y de “esculpir en el alma de las personas en lugar de hacerlo en el mármol”. Su muerte constituyó una muestra cabal de la degradación de la idea de la democracia: las votaciones para su exterminación fueron de 281 contra 275: por una mayoría de 6 votos se condenó a muerte a un filósofo de setenta años por defender valores universales de justicia.

En sus diálogos insistía en la importancia de sabernos ignorantes y de someter los problemas a la duda y a la confrontación de teorías rivales, en que un buen maestro induce y estimula las potencialidades de cada uno en busca de la excelencia (areté), crear curiosidades, fomentar el debate abierto y mostrar el camino para el cultivo del pensamiento a través de preguntas (la mayéutica) que abren las puertas al descubrimiento de órdenes preexistentes. En este contexto, el relativismo epistemológico es severamente condenado como un grave obstáculo al conocimiento de la verdad. También que el alma (psyké) como la facultad de adquirir conocimiento y la virtud como salud del intelecto (“la virtud es el conocimiento” era su fórmula preferida) y la desconfianza al poder y la prelación del espíritu libre.

Segundo, el derecho romano y el common law inglés como un proceso de descubrimiento y no de ingeniería social o diseño en el contexto de puntos de referencia o mojones extramuros de la norma positiva.

Tercero, la antes mencionada Escolástica Tardía del siglo XVI que se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, precursores agraciados de los valores y principios de la libertad económica y jurídica. Sus expositores más eminentes fueron Juan de Mariana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Tomás de Marcado, Luis Saravia de la Calle y Diego Covarrubias.

Cuarto, Algernon Sidney y John Locke en lo que respecta al origen de los derechos, especialmente el de propiedad, el derecho a la resistencia a la opresión y la consecuente limitación al poder político, temas complementados en el siglo siguiente con una mayor precisión sobre la división de poderes expuesta por Montesquieu al tiempo que vuelve sobre aquello de “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.

Quinto, la Escuela Escocesa integrada por Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y sus predecesores Carmichael y Hutcheson que contribuyeron en la edificación sustancial de los cimientos del orden espontáneo de la sociedad libre, en sucesivos alumbramientos de un proceso que no cabe en la mente de ningún planificador puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso, por lo que al intentar dirigir vidas y haciendas ajenas se concentra ignorancia.

Sexto, los textos de Acton y Tocqueville y más contemporáneamente Wilhelm Röpke que también la emprendieron contra los abusos del poder con énfasis en las manías del igualitarismo y la trascendencia de los valores morales. En esta etapa deben agregarse los nombres de los decimonónicos Burke, Spencer, Bentham, Mill padre e hijo, Constant, Jevons y Say en el nivel académico y Bastiat como un distiguido personaje en la difusión de las ideas liberales.

Séptimo, la Escuela Austríaca iniciada por la teoría subjetiva desarrollada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk aplicada a la teoría del capital y el interés. Retomó esta tradición Ludwig von Mises quien le dio un giro copernicano a la economía abarcando todos los aspectos de la acción humana en contraste con los enfoques neoclásicos y marxistas, al tiempo que demostró la imposibilidad de evaluación de proyectos y cálculo en una sociedad socialista. Un destacado discípulo de Mises fue Friedrich Hayek cuya obra, de modo sobresimplificado y al solo efecto de ilustrar, puede dividirse en tres segmentos. El primero referido a su opinión en cuanto a que la administración del dinero es una función indelegable del gobierno, en el segundo propone la privatización del dinero y en el tercero confiesa haber tenido otro shock como cuando estudió bajo la dirección Mises (que lo apartó de sus simpatías por la Sociedad Fabiana) al leer y comentar uno de los libros de Walter Block. En esta misma escuela sobresalen los trabajos de Israel Kirzner en los que señala los errores del llamado modelo de competencia perfecta que opera a contramano de la explicación del mercado como proceso y no uno de equilibrio, también los de Machlup en cuanto a la metodología de las ciencias sociales, de Haberler que resumió la teoría del ciclo, Dietze, Jouvenel y Leoni en el campo jurídico e incluso en el ámbito de las ciencias médicas y afines Roger J. Williams y Thomas Szasz.

Octavo, las escuelas de Law & Economics y de Chicago lideradas respectivamente por Aaron Director (quien convenció a los editores que publicaran Camino de servidumbre de Hayek) y Simons, Knight, Milton Friedman, Stigler y Becker, junto al Public Choice de Buchanan y Tullock. En paralelo, el importantísimo rol de los incentivos desarrollados por Robbins, Plant, Hutt, Demsetz, North y Coase.

Noveno, dentro de sus muchos aportes cabe resaltar el de autores como Karl Popper, John Eccles y Max Planck sobre los estados de conciencia, mente o psique en el ser humano distinto a su cerebro y a los otros kilos de protoplasma. Solo en base a esta concepción es posible la argumentación, las proposiciones verdaderas y falsas, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual y el sentido moral, a diferencia de lo que Popper definió como determinismo físico.

Y décimo, el cuestionamiento al monopolio de la fuerza desarrollado por Murray Rothbard, otro de los discípulos de Mises aunque este autor no coincidió con estos cuestionamientos del mismo modo que objetaron en una generación más joven Nozick y Richard Epstein. Entre otros, también participan de esta crítica al referido monopolio Benson, David Friedman, Hoppe y el antes mencionado Block, pero de un modo particularmente original y prolífico lo hizo Anthony de Jasay en gran medida en base a la teoría de los juegos. Respecto a este último autor es del caso tener presente que James M. Buchanan comentó su libro titulado Against Politics del siguiente modo: “Aquí nos encontramos con la filosofía política como debiera ser, temas serios discutidos con verba, ingenio, coraje y genuino entendimiento. La visión convencional será superada a menos que sus defensores puedan elevarse al desafío que presenta de Jasay”. En esta línea argumental, los temas fundamentales considerados por esta nueva perspectiva son los bienes públicos, las externalidades, los free-riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información, el teorema Kaldor/Hicks y el “equilibro Nash”. Un debate en proceso.

Aunque pertenece a una tradición opuesta a la que venimos comentando, es de interés considerar una fórmula que pretendía una revalorización dicha por Arthur C. Pigou por más que él mismo no haya entendido su propio mensaje en cuanto a que los economistas necesitan incluir “preferentemente más calor que luz” (more heat rather than light) en su disciplina en el sentido de que sin ceder un ápice en el rigor también trasmitir perspectivas estéticas y éticas inherentes a la libertad que dan cobijo a los receptores y completan el panorama. Es para tomar nota ya que en no pocas oportunidades las presentaciones liberales carecen de calor humano tal como marcó el antes citado Röpke quien en su libro traducido al castellano con el sugestivo título de Más allá de la oferta y la demanda nos dice: “Cuando uno trata de leer un journal de economía, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica”. Con razón el fecundo Thomas Sowell alude a la manía de presentar trabajos con ecuaciones innecesarias y lenguaje sibilino que decimos a veces se extiende a través de consejos a doctorandos que consideran que así impresionarán al tribunal, lo cual contradice lo escrito por el antes mencionado Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales, la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.

Esta es entonces en una píldora los ejes centralísimos de la larga y fructífera tradición de pensamiento liberal con sus exponentes más sobresalientes en la rama genealógica directa, pero debe enfatizarse que las etiquetas y las clasificaciones algunas veces encerrados en “escuelas” no siempre son de especial agrado de intelectuales de peso pues cada uno de ellos -así como también muchos otros no mencionados en el presente resumen- merecen no solo artículos aparte sino ensayos y libros debido a la riqueza de sus elucubraciones, lo cual he procurado consignar en escritos anteriores de mi autoría sobre buena parte de los autores mencionados. Antes la he citado a Mafalda, ahora lo vuelvo a hacer pero con otra de sus inquietudes que cubren las preocupaciones y ocupaciones de los autores a que hemos aludido en esta nota: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

¿QUE ES SER LIBERAL?

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 11/1/20 en:  https://www.elobservador.com.uy/

 

Hace mucho tiempo fabriqué una definición de liberalismo que me place comprobar que colegas de peso la emplean a menudo: es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. Y cuando aludo al respeto no quiero decir que se adhiera al proyecto de vida del vecino, más aun a uno puede eventualmente resultarle repulsivo pero si no lesiona derechos de terceros no es posible -en el contexto de una sociedad abierta- recurrir a la fuerza para torcer el rumbo. Cada uno asume la responsabilidad por lo que hace y dice, el uso de la fuerza solo cabe cuando es de carácter defensivo, nunca agresivo.

A veces se recurre a la expresión tolerancia pero aquí se presentan dos problemas. En primer lugar, los derechos se respetan no se toleran y en segundo lugar aquél término aparece como que el que tolera posee la verdad y perdona al que procede de una manera distinta a la que considera apropiada el tolerante.

Y no es que con esto se esté patrocinando el relativismo moral, muy por el contrario la verdad consiste en la correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado. Las cosas son independientemente de lo que se opine que son. El relativismo epistemológico eliminaría todo sentido de los departamentos de investigación en las universidades y en otros ámbitos puesto que no habría nada que investigar ya que todas las opiniones -aun contradictorias- serían valederas, además el relativismo hace que la misma afirmación de esa concepción sea necesariamente relativa.

El liberalismo centra su atención en las relaciones interpersonales que protegen la vida, la libertad y la propiedad, el resto es materia de acuerdos entre partes. Por otro lado, no se inmiscuye en lo intrapersonal. Cada cual adhiere a sus principios, algunos de los cuales son valores y otros desvalores pero, como queda dicho, no incumbe a los aparatos de la fuerza que denominamos gobierno el intervenir en esos ámbitos. Puede intentarse la persuasión si se estima que la conducta del prójimo no se ajusta a cánones adecuados para los propósitos del ser humano en cuanto a actualizar sus potencialidades en busca del bien, pero no puede traspasar esos umbrales sin provocar daño. En este sentido es que los maestros de la ciencia jurídica han repetido que “el derecho es un mínimo de ética”.

Este es también el sentido de sostener que no es susceptible de cortar en tajos al liberalismo: abarca aspectos éticos, institucionales, económicos, históricos y filosóficos que están íntimamente entrelazados. Y no es que en las filas liberales haya unanimidades, no se trata de una manada, cada uno tiene matices y diferencias que debate con sus colegas ya que no es una organización vertical. Por eso es que en general rechaza la expresión líder que más bien le recuerda al Duce o al Führer o dirigente que asimila al rebaño, prefiere el término referente para indicar quien abre caminos de conducta civilizada y ejemplificadora.

En la esfera crematística el liberalismo considera que dar rienda suelta a las energías creadoras hace posible la mejora en el nivel de vida de la gente en cuyo contexto los aparatos estatales se circunscriben a proteger los derechos de todos. Entiende por derecho la facultad de usar y disponer de lo propio y no el echar mano al fruto del trabajo ajeno en un ámbito de competencia lo cual excluye a pseudoempresarios que en alianza con el poder de turno explotan a sus congéneres a través de mercados cautivos y otras prebendas. En esta línea argumental el liberal subraya que en mercados libres el genuino empresario está obligado a atender las necesidades de su prójimo: si acierta obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos.

Una de las mayores preocupaciones y ocupaciones del liberalismo consiste en mostrar las falacias graves de un pretendido igualitarismo puesto que aplicar la guillotina horizontal no solo reasigna los siempre escasos recursos a territorios distintos de los establecidos por la gente con sus compras y abstenciones de comprar en el supermercado y afines sino que, como consecuencia, reduce los salarios principalmente de los más necesitados ya que los ingresos solo provienen de las tasas de capitalización que es lo contrario al despilfarro.

El peso del Leviatán es lo que genera presiones impositivas insoportables, deudas gubernamentales inauditas que se ven obligados a pagar los contribuyentes y manipulaciones monetarias que esquilman lo obtenido lícitamente. La corriente de pensamiento liberal apunta a la limitación del poder  pues considera inviolables las autonomías individuales, en un proceso evolutivo que pone al descubierto que esa tradición no consiste en un puerto sino en una navegación en la que a cada instante surgen nuevas contribuciones y perspectivas que disminuyen la ignorancia en la que estamos embarcados.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

DIFERENCIA ENTRE MENTE ABIERTA Y BASURAL ABIERTO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

A primera vista parece fácil diferenciar una mente abierta de lo que es un basural abierto pero no es tan sencillo precisarlo analíticamente. Días pasados me pasó un video Laura Smith Estrada donde en su aspecto central trataba de una maestra de escuela que intentaba explicar a un niño que su respuesta fue errónea en una prueba cuando se le preguntó cuanto es dos por dos a lo que respondió veintidós. A poco andar se presentaron los padres del alumno en cuestión quienes dijeron que había que tener la mente abierta y que la respuesta a lo consultado en el examen de marras podría ser veintidós. Luego de ese episodio, el director del colegio la increpó a la profesora solicitándole que debía pedir disculpas por su actitud intolerante, a lo cual se acopló el Consejo Directivo del establecimiento y manifestaciones de diversas procedencias en el campus apoyaron la reprimenda, lo cual finalmente derivó en que la despidieran a la maestra.

He aquí una demostración cabal del relativismo epistemológico, es decir, que no hay tal cosa como verdad en el sentido de correspondencia entre el juicio y el objeto juzgado, que todo es relativo lo cual -como consigna “la trampa de Epiménedes”- además de convertir en relativa a esa misma afirmación convierte en un sinsentido todo departamento de investigación en los claustros puesto que nada habría que investigar ya que todo serían construcciones culturales arbitrarias.

Una cosa es aceptar que los humanos somos imperfectos y que, por tanto, estamos situados en un proceso evolutivo en todos los planos y que lo que hoy se toma por verdadero mañana puede ser refutado, situación que para nada descalifica la idea de proposiciones verdaderas y falsas sino que nos obliga a estar en la punta de la silla y estar atentos al peregrinaje en busca de conocimiento. Estamos ubicados en un mar de ignorancia en una búsqueda permanente de islotes de tierra fértil, a saber, de verdades que son objetivas e independientes de la opinión que de ella se tenga.

En el caso de las matemáticas de nuestro ejemplo de aquél video el tema se ve con claridad pero no lo es tanto cuando nos referimos a otras materias que también encierran sus verdades solo que no se vislumbran con tanta claridad. Por ejemplo, no es menos cierto que la inflación derrite salarios en términos reales, que los precios máximos producen escasez artificial y que los mínimos generan sobrantes, que el impuesto progresivo es regresivo, que las empresas estatales se traducen en una contradicción en los términos, que los aranceles empobrecen, que la redistribución coactiva de ingresos deteriora la asignación de factores productivos, que los marcos institucionales que no protegen derechos afecta negativamente el nivel de vida moral y material y así sucesivamente con temas económicos y jurídicos pero también con todas las otras ramas del conocimiento. La ley de gravedad no es materia opinable ni lo es la medicina, lo cual, como queda dicho, no niega que estas materias están insertas en procesos evolutivos ya que en lo humano nunca se llega a una meta final.

Entonces una cosa es tener la mente abierta al efecto de encaminarse a un mayor y mejor conocimiento y otra bien distinta es recibir cualquier cosa a la par, lo cual significa un basural abierto que desvía la brújula desde la excelencia a la degradación. Si se pregunta como distinguir en entre lo falso y lo verdadero la respuesta debe ser que el tema no es el como sino el que es lo que permite esa distinción, es decir, lo que nos autoriza a distinguir la verdad del error son nuestros instrumentos intelectuales, en otros términos, el que alude a la razón que por cierto no es infalible pero el proceso de corroboraciones provisorias y refutaciones nos permite grados crecientes de acercamiento a la verdad.

Antes he escrito sobre el posmodernismo y ahora es del caso reiterar algunos conceptos en ese sentido. Las clasificaciones y las etiquetas siempre contienen alguna dosis de arbitrariedad y de posible controversia, pero puede  decirse que la modernidad es heredera de una larga tradición cuyo inicio se sitúa en la Grecia clásica. Allí comienza la pesquisa de inquirir el porqué de las cosas y la posible modificación de lo modificable y no simplemente resignarse a aceptarlas sin cuestionamiento, sometidos al mandato de los reyes y a los dictados de los dioses paganos.

Louis Rougier explica que en esto precisamente consistió el mito de Prometeo que apuntaba a una ruptura con la superstición. Los griegos le dieron sentido a la razón, a la teoría, a la demostración, al silogismo y a la lógica. Por otra parte, la arrogancia y la soberbia de sostener que todo lo puede la razón – que no tiene límites – conduce al diseño de sociedades, a las utopías de la construcción del “hombre nuevo” y otros dislates que habitualmente terminan en el cadalso.

Las planificaciones estatales operan en base al racionalismo y constituyen un fiasco porque se basan en la presunción de un conocimiento que no existe. No se trata de insuficiencia en las memorias de ordenadores para almacenar datos, es que la información sencillamente no está disponible. Nosotros no sabemos con certeza que haremos la semana que viene. Podemos formular una conjetura pero llegado el momento, al cambiar las circunstancias, modificamos nuestras prioridades. Si el propio planificador no conoce a ciencia cierta que hará con su vida en las próximas horas , con mucho menos razón puede pretender el manejo presente y futuro de millones de arreglos contractuales. El peor de los mundos posibles estriba en la ignorancia de la propia ignorancia.

Como queda dicho, el primer capítulo posmodernista se refiere al relativismo epistemológico. Esto es que no hay tal cosa como la verdad. Todo dependería de interpretaciones subjetivas. Todo dependería del “color del cristal” de cada uno. Es que un mismo juicio no puede ser conforme y contrario al objeto juzgado en las mismas circunstancias.

En la época de Isaiah Berlin no se recurría a la expresión “posmoderno”, sin embargo, este autor aludió al romanticismo como una corriente que propone “una inversión de la idea de la verdad como correspondencia” y le atribuye a Fichte la idea de que “los valores se construyen, no se descubren”. Al contrario de lo que sostienen los posmodernistas, Popper subraya la importancia del descubrimiento de la verdad como objeto central de nuestros estudios y desvelos: “la principal tarea filosófica y científica debe ser la búsqueda de la verdad”. Este es el sentido mismo de la investigación  y las universidades. Claro que el procedimiento para incorporar fragmentos de conocimiento esta plagado de acechanzas y desventuras. Se trata de un arduo recorrido. El debate abierto de ideas se torna indispensable, en la esperanza de disminuir en algo nuestra colosal ignorancia.

No hace mucho Malcom W. Browne dio cuenta de una reunión celebrada en la New York Academy of Sciences, que congregó a mas de doscientos científicos de distintas partes del mundo, para contraargumentar “la crítica posmoderna a la ciencia que sostiene que la verdad depende del punto de vista de cada uno” . Sin duda que todo lo que entendemos es subjetivo en el sentido de que es el sujeto el que entiende, pero cuando hacemos referencia a la objetividad de la verdad queremos significar que las cosas, hechos, atributos  y procesos existen o tienen lugar independientemente de lo que opinemos sobre aquellas ocurrencias o fenómenos que son ontológicamente autónomos.

Constituye un grosero non sequitur el sostener que de las diversas valorizaciones de las personas, se sigue la inexistencia del mundo objetivo. Hay aquí un salto lógico inaceptable. Se trata de dos planos completamente distintos. La subjetividad de las preferencias, creencias y opiniones son independientes de la objetividad de lo que son las cosas.

El segundo capítulo posmodernista es el relativismo hermenéutico, es decir, que los textos y la comunicación en general deberían interpretarse del modo que el intérprete lo considere pertinente independientemente de lo que queda consignado en el texto o en el mensaje que se trasmitió por otras vías. No habría tal cosa como una interpretación verdadera o ajustada  al texto o a las palabras comunicadas, ni interpretaciones equivocadas. John M. Ellis explica que si bien el lenguaje surge de una convención, de ello no se desprende que las palabras son arbitrarias ya que si pudieran significar cualquier cosa se haría imposible la comunicación : “Un símbolo que no significa algo específico, no significa nada”. Umberto Eco nos dice que “La iniciativa del lector consiste en formular una conjetura interpretativa sobre la intentio operis. Esta conjetura debe ser aprobada por el conjunto del texto como un todo orgánico. Esto no significa que sobre un texto se pueda formular una y solo una conjetura interpretativa. En principio se pueden formular infinitas. Pero, al final, las conjeturas deberán se probadas sobre la coherencia del texto, y la coherencia textual no podrá sino desaprobar algunas conjeturas aventuradas”.

El tercer capítulo se refiere al relativismo cultural. En este sentido Eliseo Vivas muestra la “falaz inferencia que parte del hecho del pluralismo cultural y llega a la doctrina axiológica de que no podemos discriminar en lo que respecta al mérito de cada una”. Una cosa es la descripción de costumbres que no son mejores ni peores, simplemente revelan gustos e inclinaciones y otra bien distinta son referencias que tienen relación con proposiciones verdaderas o falsas, lo cual puede ser juzgado con una escala universal. Las relaciones interculturales resultan fértiles, tal como lo demuestra Stefan Sweig en la época de oro de la Viena cosmopolita antes de la truculenta diáspora que produjeron los sicarios nazis. De todos modos, debe tenerse en cuenta la complejidad presente en afirmaciones que tienden a generalizar respecto de la cultura de tal o cual país. Siempre recuerdo la formidable respuesta de Chesterton cuando le preguntaron que opinaba de los franceses : “no se, porque no los conozco a todos”.

Por último, el relativismo ético que abraza el posmodernismo apunta a  que no habría tal cosa como lo bueno y lo malo. Así, el incumplimiento de la palabra empeñada o el estímulo a la antropofagia no serian morales o inmorales en abstracto. No habría tal cosa como actos que apuntan a la actualización de potencialidades en busca del bien , ni normas para todos los seres humanos en dirección al respeto recíproco. El posmodernismo, igual que el positivismo, considera que las reflexiones éticas como principios universales constituyen manifestaciones vacías, puesto que no pueden verificarse. Morris R. Cohen apunta con razón que esa  afirmación de que “las proposiciones no verificables carecen de significado tampoco es verificable […] La afirmación de que las proposiciones éticas carecen de significación, forma parte de la errónea concepción positivista tradicional del método científico […] Los juicios éticos se refieren a aquellos que los hombres generalmente deben hacer si quieren ser prudentes”.

Hace años publiqué un extenso ensayo sobre el posmodernismo en la revista académica del Centro de Estudios Públicos de Chile. En esta ocasión solo cabe un apretado resumen actualizado del problema, pero debe destacarse que no solo se observa una nutrida bibliografía sobre esta corriente de pensamiento, sino que abarca campos cada vez mas amplios. Por ejemplo, en la economía. En este sentido Mark Blaug – dejando de lado por el momento otros debates colaterales – escribe que “Tal vez el síntoma mas alarmante del desarrollo del formalismo vacío en la economía moderna es la creciente difusión del posmodernismo en los escritos sobre metodología de la economía. El posmodernismo en la economía adopta formas diferentes pero siempre comienza con la ridiculización de las pretensiones científicas de la economía tirando agua fría a las creencias de que existe un sistema económico objetivo”.

Tiene sus bemoles debatir con un posmodernista puesto que inmediatamente acusa al contradictor de “logocentrista”, es decir basado en la lógica , la cual niega al tiempo que sostiene que todo significado es dialéctico. Bien ha concluido Ortega que el relativismo “es el tema de nuestro tiempo” puesto que hoy hay mucho de basural abierto. En definitiva, es como escribe Allan Bloom “la apertura a la cerrazón es lo que estamos enseñando”.

La bibliografía en línea argumental con lo expresado es muy copiosa pero si tuviera que resumir en las tres obras de mayor calado diría que son en este orden: Objetivity. The Obligation of Impersonal Knowledge de Nicholas Rescher (University of Nortre Dame Press, 1997) con especial referencia al primer apartado del tercer capítulo, cuyo título explica la tesis puesto que las tensiones ayudan a despejar dudas: “Cognitive Objetivity Does Not Demand Consensus”, varios de los ensayos contenidos en Conocimiento Objetivo de Karl Popper (Madrid, Tecnos, 1972/1974) y Against Relativism. Philosophy of Science, Deconstrustion and Critial Theory de Christopher Norris (Londres, Blackwell, 1997/2013).

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

OTRA VEZ LAS GARRAS DEL NACIONALISMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En sus memorias Stefan Sweig se entristece y alarma por el surgimiento del espíritu tribal de la cerrazón entre países que advertía conducen a estados de belicismo y confrontación que en el caso de Europa estimaba se trataba en verdad de una “guerra civil” debido a las estrechas relaciones entre las poblaciones.

Ahora resurge el nacionalismo sobre lo que he escrito en distintas oportunidades pero es el caso de repetir las advertencias. Dejando de lado la manifiesta incomprensión del actual presidente de Estados Unidos respecto a la falacia de lo que en economía se conoce como “el dogma Montaigne” (su ex Secretario de Estado, Rex Tillerson, consignó públicamente que Trump “no tiene idea del significado del comercio libre”) y de las barrabasadas extremas de gobiernos como los de Cuba, Venezuela, Nicaragua, y Bolivia en el continente americano, dejando de lado estos casos decimos, hoy en Europa el espectáculo es desolador.

Con suerte electoral diversa pero siempre con crecimientos llamativos, irrumpe el rostro desagradable de la referida tradición de pensamiento que tantos trastornos ha provocado y provoca. Así, ese caudal electoral ha exhibido resultados llamativos: en Francia el Frente Nacional, en Inglaterra el Partido Independiente del Reino Unido, en Alemania el Partido Alternativa para Alemania, en Dinamarca el Partido del Pueblo Danés, en Suecia los Demócratas Suecos, en España Podemos y Vox, en Austria el Partido de la Libertad, en Grecia el Amanecer Dorado, en Italia la Liga del Norte, en Hungría el Movimiento por una Hungría Mejor, todas propuestas trogloditas apuntan a implantar una cultura alambrada, es decir, la palmaria demostración deEstado Benefactor

la anticultura.

Es del caso recordar trabajos como los de J. F. Revel que muestran el vínculo estrechísimo entre el nacionalismo y el socialismo, aunque cual bandas de las mafias, en el campo de batalla han sido circunstancialmente aliados y circunstancialmente enemigos. El comunismo apunta a abolir la propiedad, mientras que el nacionalismo la permite nominalmente pero el aparato estatal usa y dispone de ella. Uno es más sincero que el otro que recurre a una estrategia que estima más aceptable para los incautos. Es curioso en verdad (y tragicómico) que muchos de los partidarios de esos gobiernos emplean  la expresión fascista para referirse a sus supuestos contrincantes cuando aplican esa política a diario puesto que mantienen el registro de la propiedad pero el flujo de fondos es manipulado desde la casa de gobierno.

En una sociedad abierta el término “inmigración ilegal” constituye un insulto a la inteligencia ya que todos debieran tener la facultad de ubicarse donde lo estimen conveniente y solo deben ser bloqueados los delincuentes, sean nativos o extranjeros. Como ha explicado Gary Becker, el pretexto para poner barreras a la inmigración debido al uso de lo que provee el mal llamado Estado Benefactor (mal llamado porque la beneficencia es realizada con recursos propios y de modo voluntario), lo cual puede incrementar el déficit fiscal, se resuelve al no dar acceso al uso a los inmigrantes al tiempo que no se les retiene del fruto de sus trabajos para mantener el sistema estatal.

Como ha puntualizado en sus múltiples obras Julian Simon, habitualmente el inmigrante aprecia especialmente el trabajo, es empeñoso en sus tareas, tiene gran flexibilidad para moverse a distintos lugares dentro del país anfitrión, realiza faenas que muchas veces los nativos no aceptan, sus hijos muestran excelentes calificaciones en sus estudios, exhiben gran capacidad de ahorro y algunos comienzan con empresas chicas de gran productividad.

Es llamativo y muy paradójico que muchos se rasgan  las vestiduras con  el drama que estamos viviendo a raíz de las fotografías horrorosas de refugiados, cuando no parece verse que se fugan de lugares donde en gran medida se aplican las recetas políticas que los que se dicen espantados aconsejan y se fugan a lugares donde algo queda de los sistemas libres que no hacen más que criticar. La hipocresía es alarmante por la actitud contradictoria de muchos que se dicen contrariados con la foto del niño muerto en las playas de otros lares en plena lucha por la libertad y, sin embargo,  cuando opinan sobre la inmigración defienden las posturas que provocan aquella muerte por la que dicen estar angustiados.

Tengamos en cuenta que, desde la perspectiva de la sociedad abierta, las fronteras (siempre consecuencia de acciones bélicas o de accidentes geológicos) son únicamente para evitar los riesgos graves de un gobierno universal. El fraccionamiento en naciones que a su vez se subdividen en provincias y municipalidades tienden a descentralizar el poder. A pesar de los problemas de abuso del poder, hay que mirar el contrafáctico si no hubiera el antedicho fraccionamiento. Hannah Arendt dice que «la misma noción de una fuerza soberana sobre toda la Tierra que detente el monopolio de los medios de violencia sin control ni limitación por parte de otros poderes, no sólo constituye una pesadilla de tiranía, sino que significa el fin de la vida política tal como la conocemos».

También debe tenerse siempre presente que la cultura es un proceso que significa permanentes donativos y recibos de lecturas, arquitecturas, músicas, vestimentas, gastronomías, costumbres que las personas aceptan o rechazan en un contexto evolutivo. La cultura no es estática sino cambiante y multidimensional. Si no somos momias, nuestra cultura no es la misma hoy que la de ayer. De allí la estupidez de la “cultura nacional y popular” el “ser nacional” y otras sandeces superlativas que podríamos catalogar como “los anti- Borges”, el ciudadano del mundo por antonomasia.

Buena parte de las propuestas nacionalistas se basan en el desconocimiento de aspectos económicos elementales. Se dice que la inmigración provocará desempleo puesto que la incorporación de nueva fuerza laboral desplazará a los nativos de sus puestos de trabajo, sean estos intelectuales o manuales.

Sin embargo, dado que las necesidades son ilimitadas y los recursos son escasos (de lo contrario estaríamos en Jauja), nunca sobran los recursos y el recurso central es el trabajo puesto que no puede generarse ningún bien o servicio sin el concurso del trabajo. Solo hay sobrante de trabajo (desocupación) cuando no se permiten arreglos salariales libres y voluntarios, es decir, cuando se imponen las también mal llamadas “conquistas sociales” concretadas en salarios superiores a las tasas de capitalización que son las únicas causas de ingresos en términos reales. Esa es la diferencia clave entre el Zimbabwe y Canadá, no es el clima, los recursos naturales o aquél galimatías denominado “raza” (las características físicas proceden de las ubicaciones geográficas, de allí es que los criminales nazis tatuaban y rapaban a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios). Lo que hace la diferencia son marcos institucionales civilizados que garantizan derechos. Sería muy atractivo que los salarios pudieran decidirse por decreto en cuyo caso podríamos ser todos millonarios pero las cosas no son así.

Al igual que la incorporación de nueva tecnología o la liberación de aranceles aduaneros, la inmigración libera recursos materiales y humanos para producir otras cosas en la lista infinita de necesidades a las que nos referíamos con el interés del mundo empresario de capacitar para nuevos emprendimientos. Es lo que ocurrió con el hombre de la barra de hielo antes de las heladeras y con los fogoneros antes de las locomotoras modernas.

Una gran cantidad de trabajadores inmigrantes y no inmigrantes operan en negro por el salario de mercado que, como queda dicho, se debe a la correspondiente inversión disponible  y trabajan  en negro para evitar los impuestos al trabajo como ocurre en otros muchos países donde provocan desempleo que también afecta a la economía general.

Aquellos que se las pasan declamando sobre “derechos humanos”,  una redundancia grotesca puesto que los minerales, los vegetales y los animales no aplican a la noción de derecho, tratan a los inmigrantes como si no fueran humanos, más bien se preguntan “¿qué debemos hacer con los inmigrantes?” como si estuvieran haciendo referencia a su estancia personal y no de un país donde debe primar el respeto recíproco, y en esta línea argumental no debiera haber bajo ningún concepto diferencias entre nativos y extranjeros. Es del caso subrayar que cuando se está haciendo alusión al derecho, se está aludiendo a la Justicia y ésta significa “dar a cada uno lo suyo”, lo cual remite a la propiedad que, a su vez, constituye el eje central del proceso de mercado.

Todos descendemos de inmigrantes, incluso los denominados pueblos originarios ya que el origen humano procede del continente africano.

La fertilidad de los esfuerzos del ser humano por cultivarse, es decir, por reducir su ignorancia, está en proporción directa a la posibilidad de contrastar sus conocimientos con otros. Eso es la cultura. Sólo es posible la incorporación de fragmentos de tierra fértil, en el mar de ignorancia en el que nos debatimos, en la medida en que tenga lugar una discusión abierta. Se requiere mucho oxígeno: muchas puertas y ventanas abiertas de par en par.

Aludir a la antedicha «cultura nacional» como un valor y contrastarla con lo foráneo como un desvalor es tan desatinado como referirse a la matemática asiática o a la física holandesa. La cultura no es de un lugar y mucho menos se puede atribuir a un ente colectivo imaginario. No cabe la hipóstasis. La nación no piensa, no crea, no razona ni produce nada. El antropomorfismo es del todo improcedente. Son específicos individuos los que contribuyen a agregar partículas de conocimiento en un arduo camino sembrado de refutaciones y correcciones que enriquecen los aportes originales. Como bien señala Arthur Koestler, «el progreso de la ciencia está sembrado, como una antigua ruta a través del desierto, con los esqueletos blanqueados de las teorías desechadas que alguna vez parecieron tener vida eterna».

Quienes necesitan de «la identidad nacional» ocultan su vacío interior y son presa de una despersonalización que pretenden disfrazar con la lealtad a una ficción. Desde esta perspectiva, quienes comparten el cosmopolitismo de Diógenes e insisten en ser «ciudadanos del mundo» aparecen como descastados y parias sin identidad. El afecto al «terruño», a los lugares en que uno ha vivido y han vivido los padres y el apego a las buenas tradiciones es natural, incluso la veneración a estas tradiciones es necesaria para el progreso, pero distinto es declamar un irrefrenable amor telúrico que abarcaría toda la tierra de un país y segregando otros lugares y otras personas que, mirados objetivamente, pueden tener mayor afinidad, pero se apartan sólo porque están del otro lado de una siempre artificial frontera política.

El nacionalismo está imbuido de relativismo ético, relativismo jurídico y, en última instancia, de relativismo epistemológico. «La verdad alemana», «la conciencia africana», «la justicia dinamarquesa» (en el sentido de que los parámetros suprapositivos serían inexistentes) y demás dislates presentan una situación como si la verdad sobre nexos causales que la ciencia se esmera en descubrir fuera distinta según la geografía, con lo cual sería también relativa la relatividad del nacionalismo, además de la contradicción de sostener simultáneamente que un juicio se corresponde y no se corresponde con el objeto juzgado. Julien Benda pone de manifiesto el relativismo inherente en la postura del nacionalismo, escribe que «desde el momento que aceptan la verdad están condenados a tomar conciencia de lo universal».

Alain Finkielkraut ilustra el espíritu nacionalista al afirmar que «replican a Descartes: yo pienso, luego soy de algún lugar». Juan José Sebreli muestra cómo incluso el folklore proviene de una intrincada mezcla de infinidad de contribuciones de personas provenientes de lugares remotos y distantes entre sí.

Estas visiones nacionalistas se traducen en una escandalosa pobreza material, ya que los aranceles aduaneros indefectiblemente significan mayor erogación por unidad de producto, lo cual hace que existan menos productos y de menor calidad. Este resultado lamentable contrae salarios e ingresos en términos reales, con el apoyo de pseudoempresarios que se alían con el poder al efecto de contar con mercados cautivos y así poder explotar a la gente.

En la historia de la humanidad hay quienes merecen ser recordados todos los días. Uno de esos casos es el de la maravillosa Sophie Scholl, quien se batió en soledad contra los secuaces y sicarios del sistema nacionalsocialista de Hitler. Fundó junto con su hermano Hans el movimiento estudiantil de resistencia denominado Rosa Blanca, a través del cual debatían las diversas maneras de deshacerse del régimen nazi, y publicaban artículos y panfletos para ser distribuidos con valentía y perseverancia en diversos medios estudiantiles y no estudiantiles.

La detuvieron y se montó una fantochada que hacía de tribunal de justicia, presidido por Ronald Freisler, que condenó a los célebres hermanos a la guillotina, orden que fue ejecutada el mismo día de la parodia de sentencia judicial, el 22 de febrero de 1943 para no dar tiempo a apelaciones. Hay una producción cinematográfica dirigida por Marc Rothemund, que lleva por título el nombre de esta joven quien en una conversación con su carcelero explica el valor de normas extramuros de la legislación escrita.

Es pertinente recordar a figuras como Sophie Scholl en estos momentos en que surgen signos de un nacionalsocialismo contemporáneo que invade hoy no pocos espíritus en Europa y en otras partes de nuestro atribulado mundo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Contra la ideología

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 7/4/19 en: https://www.cronista.com/columnistas/Contra-la-ideologia-20190407-0017.html

 

En otras oportunidades he escrito sobre esta materia. La primera vez hace más de cuatro décadas en un texto titulado “El liberalismo como anti-ideología”. Una expresión que en su versión más generalizada se equipara a algo cerrado, terminado e inexpugnable, cuando precisamente, el espíritu liberal alude por antonomasia a un proceso abierto de conocimiento siempre provisorio y dispuesto a refutaciones.

La parla convencional no se refiere entonces al sentido inocente del diccionario, ni a la acepción marxista de “falsa conciencia de clase”. Como queda dicho, apunta a la anteojera intelectual.

 

Sin embargo, muchas veces cuando no hay argumentación se tilda de “ideólogo” a quien expone una teoría distinta de la esgrimida por la contraparte. En lugar de refutar se opta por la adjetivación que revela falta de biblioteca.

 

En repetidas oportunidades al utilizar ese calificativo se pone de manifiesto lo que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek ha explicado en su ensayo titulado “Los hechos en las ciencias sociales”. Allí señala con detenimiento que resulta tragicómica la referencia a los hechos a que aluden muchos economistas sin percatarse que no son cosas ciegas que trasmiten de por si resultados sino que exigen interpretación por parte del observador. El hecho desnudo no dice nada si no descansa en un esqueleto conceptual que explique el fenómeno. Lo mismo subraya Robin Collingwood en sus célebres conferencias de historia en la Universidad de Oxford.

No es que se patrocine el relativismo epistemológico en ciencias sociales debido a la interpretación de fenómenos complejos. Muy por el contrario,  quienes mejor interpreten esos procesos estarán más cerca de la verdad, lo cual se va puliendo en un azaroso camino de corroboraciones provisorias  por lo que los esfuerzos deben redoblarse para captar islotes de conocimiento en el mar de ignorancia que nos envuelve. Las cosas son independientemente de la opinión que se tenga de ellas. Como apunta Ludwig von Mises en su tratado de economía, no se trata de encajar de contrabando los propios valores, se trata de interpretar con rigor los sucesos en el contexto de las ciencias sociales puesto que proclamar que “los hechos hablan de por si constituye un despropósito manifiesto”.

En realidad, no cabe la refutación empírica para quien sostenga que la Revolución Francesa se originó en los estornudos de Luis XVI, solo se puede contradecir en el nivel del razonamiento sobre interpretaciones respecto a las conjeturas de los propósitos de los actores presentes en ese acontecimiento.

La hermenéutica surge incluso en la comunicación cotidiana que no opera como un scaner en el sentido de que el receptor recibe sin más el mensaje tal como fue emitido, demanda interpretación. También aquí está presente el método popperiano al efecto del mayor rigor posible.

En resumen, el uso peyorativo del término no clarifica el debate, solo es pertinente referirlo a fanáticos y a psedudoculturas alambradas que no están abiertas al conocimiento y al consecuente debate.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

 

LA PERSONA Y SUS TALENTOS: ¿DOS ANDARIVELES?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Se presenta un problema de difícil resolución. Se observan escritores, poetas, profesionales y en todos los órdenes de la vida donde hay una especie de separación o corte entre su producción y su vida privada o, si se quiere, la vida pública que resulta distinta y a veces opera en dirección contraria a los talentos por los cuales es más conocido. ¿Una cosa tiñe a la otra o deben analizarse por separado? ¿Pueden cortarse en tajos o deben estudiarse en conjunto y como un todo?

Por ejemplo, ¿debe tenerse en cuenta cuando uno entra al quirófano que el excelente cirujano a cargo es un pésimo jugador de golf? Parecería que son dos planos que no se entrecruzan al momento de la operación. Resulta irrelevante como se desenvuelve en el campo de golf a los efectos del manejo del bisturí. ¿Y si se descubre que trata mal a sus hijos? Puede lamentarse pero no interfiere con sus dotes profesionales. ¿Y si es un entusiasta de sistemas totalitarios? También puede criticárselo por esa inclinación lamentable a esclavizar a su prójimo pero en general se seguirá con la idea de aceptar sus talentos médicos. ¿Y si trascendió que la mató a su mujer a cuchillazos? Bueno ahí la cosa cambia pues producirá cuanto menos algún escozor y habrá cierta reserva en seguir adelante con el proyecto de ponerse en manos de un criminal por más que se luzca con sus habilidades de facultativo avezado.

Esta secuencia de ejemplos que van de lo menor a lo mayor apuntan a que en definitiva la apreciación de si un plano tiñe o no a otro se torna un tanto subjetivo y, por momentos, pastoso. Hay personas que sostienen que la destreza formidable de Pablo Neruda como poeta no perjudica ni cambia por el hecho de haberle cantado loas a un asesino serial como Stalin. Los hay quienes estiman que la vida privada de Woody Allen no modifica su condición histriónica. El premio Nobel en literatura Eugen O´Neill era alcohólico. Correlatos similares van para los Picasso, Dalí y tantos otros cuyos comportamientos distan mucho de ser agradables lo cual no parece afectar a quienes aprecian sus obras. Pero, otra vez, esto depende de cada uno. Hay quienes después de determinado recorrido les resulta imposible disfrutar de una obra pues surge la tintura de marras que se extiende como una mancha imparable de un ámbito a otro. En sentido contrario, no puede decirse que el criminal de Hitler queda teñido por lo cariñoso que era con sus perritos.

Por supuesto que no sería razonable ni lógico que se pretendiera la perfección como ser humano para aprovechar los talentos de tal o cual personaje puesto que la perfección no es un atributo de los mortales. Todos tenemos defectos. Es entonces un asunto de equilibrio, juicio prudencial, debidamente masticado y decantado, pero la subjetividad en definitiva marca el rumbo. No parece que pueda concluirse como hacen algunos que son dos andariveles completamente distintos e independientes y que en ningún caso se los puede mezclar. En casos extremos la mezcla es inevitable, es un asunto de graduación personal.

Esto mismo ocurre con ciertos viajes, hay personas que pueden separar el turismo de lo que ocurre en el país visitado por más que tengan gobiernos criminales. Personalmente no puedo digerirlo, por ejemplo, con la Cuba de hoy. Desde mi perspectiva, una cosa tiñe a la otra de modo irremediable: no puedo disfrutar de playas pintorescas cuando siento la cárcel pestilente e injusta que padecen otros a mi derredor. No estoy dispuesto a contribuir a la financiación de esos carceleros.

Viene ahora otra cuestión más complicada aun. Se trata de los valores morales de la obra, del juicio moral respecto a la aplicación de talentos. Aquí también se separan las aguas. Hay quienes -los más- aseguran que el arte nada tiene que ver con la moralidad o inmoralidad, es simplemente arte y debe juzgarse como tal sin apreciaciones éticas, solo estéticas. Sin embargo, los hay que sostienen lo contrario. Por ejemplo, T. S. Elliot se pregunta “¿Es que la cultura requiere que hagamos un esfuerzo deliberado para borrar todas nuestras convicciones y creencias sobre la vida, cuando nos sentamos a leer poesía? Si así fuera, tanto peor para la cultura”. Y Victoria Ocampo escribe que “El arte de bien elegir y de bien disponer las palabras, indispensable en el domino de la literatura, es, a mi juicio, un medio no un fin” y agrega “No veo en realidad por qué cuando leo poesía, como cuando leo teología, un tratado de moral, un drama, una novela, lo que sea, tendría que dejar a la entrada -cual paraguas en un museo- una parte importante de mi misma, a fin de mejor entregarme a las delicias de la lectura”. Mas aun Ocampo ilustra el punto con el correlato del amor: “La atracción física sola (si es que puede existir sin mezcla) es simple apetito. Pero esta atracción, acompañada por las que atañen al corazón, a la inteligencia, al espíritu, es  una pasión de otro orden y de otra calidad. En materia de literatura, como en materia de amor, ciertas disociaciones son fatalmente empobrecedoras”.

Finalmente, Giovanni Papini consigna que “El artista obra impulsado por la necesidad de expresar sus pensamientos, de representar sus visiones, de dar forma a sus fantasmas, de fijar algunas notas de música que le atraviesan el alma, de desahogar sus desazones y sus angustias y -cuando se trata de grandes artistas- por anhelo de ayudar a los demás hombres, de conducirlos hacia el bien y hacia la verdad, de transformar sus sentimientos, mejorándolos, de purificar sus pasiones más bajas y de exaltar aquellas que nos alejan de las bestias”. Y concluye que hay escritores “que se jactan de ser morales en su vida e inmorales en sus escritos. Puede afirmarse resueltamente que no existen” ya que entiende que “el arte grande se dirige siempre a lo que hay dentro de nosotros de mejor”.

Por mi parte, aun en minoría dadas las opiniones contrarias a lo dicho, considero que lo relevante para un juicio artístico no solo se refiere a como se dicen o muestran las cosas, sino que dicen o muestran.

Precisamente, en relación al arte, para cerrar esta nota periodística refiero observaciones sobre el denominado arte moderno. El estudio de las bellas artes es un tema complejo, muy controvertido, lleno de vericuetos y andariveles. Se han destinado ríos de tinta para discutir si en definitiva la belleza en el arte trata de algo objetivo o subjetivo. En realidad cuando hablamos de algo subjetivo estamos aludiendo a apreciaciones personales, de gustos y perspectivas individuales lo cual no desconoce los atributos y naturaleza de la cosa en si.

Nada hay que discutir si a una persona le gusta el violeta antes que el colorado, si le atrae más tal o cual ornamento, si prefiere esa marca antes que aquella otra o si le resultan más los perros que los gatos. Nada de esto contradice el significado y las propiedades que definen los objetos de que se trate. Incluso cuando una persona dice que está observando el cielo azulado y otra sostiene que predomina el gris se debe a distintas posiciones, la captación de diferentes rayos solares y, sobre todo, retinas disímiles que captan de modo desigual los colores. Muchos ejemplos se pueden dar de formas diferentes de apreciar la misma cosa.

Sin embargo, cuando se trata de pronunciarse sobre la belleza de una obra de arte estamos refiriéndonos a una cualidad que hace a la cosa que, es cierto, captamos de modo desigual pero siempre con la intención de descubrir y describir del modo más ajustado aquello que tenemos delante de nuestra vista. Lo contrario sería referirse simplemente al gusto personal: si nos atrae o no la obra es una cuestión distinta de la descripción de sus atributos. Si dijéramos que arte es todo aquello que la gente estima es arte no habría tal cosa como destacados críticos de arte ya que sus juicios no diferirían en sapiencia del emitido por cualquier ignorante en materia artística. Del mismo modo, los entendidos en música puede distinguir fácilmente una melodía de un simple ruido.

El asunto se complica cuando comprobamos que aquél que se ajusta a lo que le enseñan en la academia de arte podrá ser un buen copista pero, en rigor, no es un artista puesto que para ello se requiere romper con lo convencional y crear nuevos paradigmas. Entonces viene el problema en cuanto a dictaminar que es y que no es arte.  La forma de establecer estos criterios consiste en dejar que transcurra el suficiente tiempo al efecto de recabar la mayor cantidad de opiniones que estimamos competentes para poder escoger y concluir en esa materia, según sean nuestros conocimientos o la confianza que depositamos en los respectivos opinantes.

Lo mismo ocurre con la ciencia o cualquier contribución nueva o aporte al acervo cultural. En un primer momento puede aparecer como una idea estrafalaria que con el tiempo y los suficientes debates queda claro si se trata de una sandez o de un avance científico. En el momento en que aparece en escena lo nuevo no resulta posible juzgarlo con la debida ponderación ni con el debido detenimiento y perspectiva. Lo que si puede sostenerse es que el arte, la ciencia o una manifestación de cultura no radica en cualquier cosa en cualquier sentido y que las valoraciones subjetivas en cuanto a los gustos y preferencias deben distinguirse de la objetividad de la cosa sujeta a juicio.

Personalmente hice mis primeras armas en el intercambio de ideas sobre estas especulaciones con mi abuelo materno que fue durante veinte años Director del Museo de Bellas Artes en Buenos Aires, miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes y a partir de su tesis doctoral en medicina, titulada No hay enfermedades sino enfermos. El caso de la individualidad en la medicina, comenzó a desarrollar una especial sensibilidad para el caso particular, lo cual le permitió una mirada atenta sobre las distintas manifestaciones del arte (quien, igual que Paul Johnson -el autor del voluminoso Art: A New History– no puede decirse que guardaba especial estima por expresiones como el arte abstracto, que en rigor consideraba manifestaciones correspondientes más bien al plano de la decoración).

En todo caso, del mismo modo que Umberto Eco aplica el método popperiano a la interpretación de textos para acercarse lo más posible a lo que se lee, puede aplicarse esa metodología de refutaciones y corroboraciones provisorias al arte. Los elementos subjetivos y las características objetivas suelen ilustrarse en diversos ensayos con la temperatura que existe en una habitación: objetivamente es susceptible de medirse en el termómetro y subjetivamente, cada uno, puede pronunciarse de diferente manera según sienta más o menos calor o frío en concordancia con el contraste de la temperatura ambiente de donde proviene el sujeto y según el funcionamiento del termostato individual.

Este debate subjetividad-objetividad tiene lugar en muy diversas manifestaciones de la ciencia, por ejemplo, en economía donde se ha pretendido asimilar el relativismo epistemológico con la teoría marginalista del valor, sin percibir que se trata de dos planos completamente distintos de análisis y para nada incompatibles: la verdad objetiva por una parte (en el sentido que las cosas son independientemente de nuestras opiniones) y los gustos y preferencias por otra (de lo que depende el valor crematístico del bien).

De más está decir que cuando aludimos al arte nos estamos refiriendo a lo realizado por el ser humano. Solo metafóricamente decimos que el nido del hornero, el panal o el capullo es una obra de arte. Del mismo modo, solo analógicamente nos referimos a la belleza de una puesta de sol, a la espuma del mar, a un caracol en la playa o a la noche estrellada.

En el caso de las bellas artes, de lo que se trata es de juzgar acerca de las propiedades, atributos y las técnicas (siempre en evolución) sobre las proporciones, profundidad, manejo de luz, perspectiva y demás características que posee la obra, independientemente del gusto personal de quien la observa, lo cual no es óbice para que el opinante del momento conjeture que tal o cual obra juzgada resistirá o no la prueba del tiempo, opinión que competirá con otras razones y argumentaciones sobre el valor artístico de marras.

Aparece aquí otro problema adicional y es que dado que, desde la era remota de las pinturas en las cuevas, las manifestaciones artísticas revelen el espíritu de la época, pero si ocurriera una degradación que se mantuviera a través de generaciones, la prueba del tiempo ya no confirmaría la calidad del arte en cuestión. En ese caso, solo quedarían opiniones individuales difíciles de contrastar. Es que como decíamos más arriba, el tema es sumamente controvertido y hay muchos costados de la biblioteca que resultan opuestos, de lo que no se desprende que arte sea cualquier cosa…de todos modos, en ninguna materia se dice la última palabra y mucho menos en ésta. No en vano el lema de la Royal Society de Londres es nullius in verba, esto es, no hay palabras finales.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

VIKTOR FRANKL: LOGOTERAPIA EN LA VIDA MODERNA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Se conoce como la Tercera Escuela Vienesa de Psicoterapia la contribución de Frankl, siendo la primera la de Freud y la segunda la de Adler. En esta nota periodística intentaré resumir los aspectos centrales de la logoterapia y conexos en base a citas de su fundador tomadas de su Psycotherapy and Existencialism (Londres, Simon and Schuster, 1967) donde se recogen los ensayos de mayor peso de Frankl. Procederé en cuatro capítulos comenzando con citas del autor de la referida obra, seguidas de elaboraciones personales.

 

En primer lugar, el significado de la logoterapia. Escribe Frankl que “Logoterapia se ocupa no solamente de ser sino del significado, no solo con el ontos sino con el logos […] En otras palabras, la logoterapia no solo es análisis sino terapia […] es mi convicción que el hombre no debe, en verdad no puede, apuntar a la identidad de un modo directo, más bien encuentra su identidad en la medida en que se compromete en una causa más grande que su persona. Nadie lo ha puesto de un modo más claro que Karl Jaspers cuando dijo: ´Lo que el hombre es equivale a una causa que la ha convertido en propia´ […] El sentido de la vida no debe coincidir con lo que es, el sentido o significado tiene que estar delante de lo que es. El significado marca el camino para el ser”.

 

Frankl subraya la importancia de contar con ideales (lo cita a Ludwig Binswagner quien sostiene que “los ideales son la verdadera causa de supervivencia”).  Remarca que el actualizar las potencialidades en busca del bien es lo que abre paso a la felicidad. El mal naturalmente hace mal.

 

Tal como se ha señalado en diversas oportunidades, todos actuamos en nuestro interés personal el cual podrá ser sublime o ruin. En definitiva constituye una perogrullada sostener que está en interés del sujeto actuante actuar como actúa. También cabe recalcar que siempre apunta a lo que estima lo hará más feliz, ya se trate de un masoquista, un suicida o un acto corriente de los que se llevan a cabo cotidianamente.

En última instancia entonces todos los actos se basan en la conjetura de que lo realizado proporcionará más felicidad, lo cual no significa que en realidad esto ocurra: la persona en cuestión puede o no percibir el error después de llevada a cabo la acción pero la felicidad no es escindible del bien en el sentido de la incorporación de valores que alimenten el alma. Naturalmente el mal objetivamente considerado aleja de la felicidad por más que se lo pueda malinterpretar subjetivamente puesto que las cosas son independientemente de lo que se opine que son, de lo contrario caeríamos en el relativismo epistemológico (que convierte en relativa la propia afirmación del relativismo), lo cual no contradice el hecho  de la interpretación subjetiva (el prefiero o no prefiero, me gusta o no me gusta).

La vida está conformada por una secuencia de problemas de diversa índole, lo cual naturalmente se desprende de la condición imperfecta del ser humano. La ausencia de problemas es la perfección, situación que, como es bien sabido, no está al alcance de los mortales. Además, si los seres humanos fueran perfectos no existirían ya que la perfección -la suma de todo lo bueno- es posible solo en un ser (la totalidad de los atributos no pueden residir en varios).

De más está decir que el asunto no consiste en buscarse problemas sino en mitigarlos en todo lo que sea posible, al efecto de encaminarse hacia las metas que actualicen las potencialidades de cada uno en busca del bien ya que, como queda dicho, las incorporaciones de lo bueno es lo que proporciona felicidad. De todos modos, el estado de plenitud no es posible en el ser humano, se trata de un tránsito y una búsqueda permanente que exige como condición primera el amor al propio ser, cosa que no solo no se contradice con que ese cuidado personal apunte a la satisfacción de otros sino que es su requisito indispensable puesto que el que se odia a si mismo es incapaz de amar a otro debido a que, de ese modo, renuncia al gozo propio de hacer el bien.

El bien otorga paz interior y tranquilidad de conciencia que permiten rozar destellos de felicidad que es la alegría interior sin límites, pero no se trata solo de no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. En el contexto de la visión de Frankl, se trata de actuar como seres humanos contestes de la enorme e indelegable responsabilidad de la misión de cada uno encaminada a contribuir aunque más no sea milimétricamente a que el mundo sea un poco mejor respecto al momento del nacimiento, siempre en el afán del propio mejoramiento sin darle descanso a renovados proyectos para el logro de nobles propósitos.

Los estados de felicidad siempre parciales por las razones apuntadas, demandan libertad para optimizarse ya que esa condición es la que hace posible que cada uno siga su camino sin que otros bloqueen ese tránsito ni se interpongan en el recorrido personalísimo que se elija, desde luego, sin interferir en idénticas facultades de otros. Como veremos más abajo, en la perspectiva de Frankl los atropellos del Leviatán necesariamente reducen las posibilidades de felicidad, sea cual fuera la invasión a las autonomías individuales y siempre debe tenerse en cuenta que los actos que no vulneran derechos de terceros no deben ser impedidos ya que la responsabilidad es de cada cual. Nadie deber ser usado como medio para los fines de otros.

Voltaire, en uno de sus reflexiones se pregunta si no será más feliz alguien que no se cuestiona nada ni intenta averiguar tema alguno sobre las cosas ni siquiera sobre su propia naturaleza y concluye que esto último es compatible con el estado de satisfacción del animal no racional y no es propio de un ser humano. Esto no desconoce que todos somos muy ignorantes, que desconocemos infinitamente más de lo que conocemos, pero se trata del esfuerzo por mejorar, por la autoperfección según sean las posibilidades y las circunstancias por las que atraviesa cada uno, se trata de la faena de incorporar algo más de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que nos desenvolvemos para así honrar nuestra condición humana.

En resumen,  la imperiosa necesidad de contar con proyectos nobles y de mantener la brújula, no significa tomarse demasiado en serio y perder el sentido del humor, especialmente la saludable capacidad de reírse de uno mismo. En este sentido, conviene tener presente la sentencia de Kim Basinger: “Si lo quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” y también la sabia reflexión de quien fuera mi entrañable y queridísimo amigo José Ignacio García Hamilton en cuanto a que “lo importante no es lo que a uno le sucede, sino como uno administra lo que le sucede”. De cualquier manera, en línea con la conclusión aristotélica, Pascal afirma con razón que “todo hombre tiene a la felicidad como su objetivo; no hay excepción”, el secreto reside en no equivocar el rumbo y distinguir claramente la huella del pantano.

La segunda parte en este resumen que mencionamos en las conclusiones del doctor Frankl alude, como anticipamos, a la sociedad abierta. Escribe este autor en la obra citada que “Prefiero vivir en un mundo en el que el hombre tiene el derecho de elegir, aun si se trata de elecciones equivocadas, mejor que un mundo en el que no le está permitido al hombre elegir […] Prefiero este mundo al mundo de total, o totalitario conformismo y colectivismo en el que el hombre está rebajado y degradado a un mero funcionario del partido o del estado”.

Efectivamente la sociedad libre constituye condición necesaria para las realizaciones personales sin interferencias de mandones que pretenden administrar vidas y haciendas ajenas, lo cual no solo extermina psicológicamente a las personas sino que destruye toda posibilidad de bienestar material. Como es sabido, Frankl vivió la experiencia en campos de concentración nazis de modo que conoce el extremo del espíritu totalitario, pero apunta que no es necesario llegar a esas acciones criminales para producir daños morales y materiales en la medida en que los aparatos estatales se exceden de sus misiones de resguardar y garantizar los derechos individuales.

La tercera parte de lo que estimamos es el eje central de la propuesta de Frankl consiste en su crítica de la mal llamada enfermedad mental. Así escribe en el libro referido que “La búsqueda de significado o sentido a la vida no es patológica, pero más bien un signo inequívoco de la condición humana […] Tradicionalmente el clínico no está preparado en nada que se salga de los términos médicos. Por tanto está forzado a considerar el problema como algo patológico. Más aun, induce a su paciente a interpretar que está enfermo y que debe curarse en lugar de ver que se trata de un desafío que debe encararse”.

En esta misma línea argumental Thomas Szasz explica en The Myth of Mental Illness que la patología enseña que la enfermedad se traduce en lesión de órganos, tejidos o células pero que las ideas y los comportamientos no pueden estar enfermos, lo cual no pretende desconocer problemas químicos, en los neurotrasmisores o en la sinapsis lo cual es muy distinto. Sostiene Szasz que es un abuso inaceptable el considerar enfermos a quienes tienen comportamientos que el resto no aprueba, situación que no descarta la persuasión al efecto de eventualmente modificar conductas o las medicaciones en caso de referirse a problemas físicos pero no mentales. En este contexto es de interés prestar atención al título metafórico de Erich Fromm: La patología de la normalidad.

La cuarta y última sección de nuestro esquema telegráfico se dirige al libre albedrío. En este sentido Viktor Frankl (1905-1997), siempre en el libro de marras, enfatiza que “En realidad hay dos clases de personas que mantienen que su albedrío no es libre: los pacientes esquizofrénicos que sufren de la ilusión que su voluntad es manipulada y que sus pensamientos están controlados por otros y con ellos están los filósofos deterministas”.

Antes he consignado aspectos que hacen a este problema que ahora sintetizo. John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual, lo cual es propio del materialismo, naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck en este contexto quien afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad”.

 

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir en Neurociencia y filosofía del hombre que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´, pues soy yo quien saluda con calor mediante un apretón de manos”. En este sentido junto a otros colegas (como Maxwell Bennett y Peter H. Hacker) se lamenta de que la literatura neurocientífica acuda con demasiada frecuencia a expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´, porque atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc., simplemente no tiene sentido […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

La tesis de esta cuarta y última parte pone en evidencia que una cosa son los estados de conciencia, la mente o la psique y otra el cerebro que aunque están íntimamente vinculados son diferentes tal como lo ilustra el título del libro en coautoría de Karl Popper y el antes mencionado Eccles: El yo y su cerebro.

 

En resumen, Victor Frankl ha revolucionado la ciencia con sus contribuciones de gran valía. Como queda dicho, la obra que comentamos contiene aspectos medulares de lo que han sido sus escritos que son muy numerosos y apreciados por calificados científicos modernos a pesar de ir a cotracorriente de la opinión por el momento dominante.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

El debate objetivismo-subjetivismo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 26/4/18 en: https://www.elcato.org/el-debate-objetivismo-subjetivismo

 

En una oportunidad participé de una acalorada discusión entre quienes se decían partidarios de la Escuela Austríaca y los que se identificaban como randianos (partidarios de Ayn Rand). Antes de intervenir naturalmente presté debida atención a lo que cada uno alegaba. Después de un rato me percaté que argumentaban en una dirección perfectamente conciliable, la confrontación se debía a que argumentaban en planos bien distintos. En realidad la coincidencia era plena, por lo menos en este tema ya que en otros hay discrepancias de fondo.

Unos sostenían que las cosas son independientemente de lo que circunstancialmente se opine que son y los otros mantenían que el valor de las cosas depende de criterios subjetivos. Efectivamente, una cosa es me gusta o no me gusta, prefiero o no prefiero y otra son las propiedades de las cosas que siguen siendo tales no importa como se las describa.

En otros términos, en este caso y circunscripto a este tema, a ambos lados les asistía la razón solo que el aparente enfrentamiento, como queda dicho, era debido a que estaban apuntando a planos distintos. Como veremos enseguida,  el problema serio reside en el subjetivismo y el objetivismo radicales y no en lo que se pretendía debatir en esa ocasión.

Es pertinente recalcar que el relativismo epistemológico no solo convierte en relativo al propio relativismo sino que elimina de un plumazo toda posibilidad de investigación ya que no habría nada que investigar, solo gustos dispares y circunstanciales.

En esta línea argumental debe subrayarse que el conocimiento tiene el carácter de la provisionalidad sujeto a posibles refutaciones. No es que no haya verdades que aprehender, sino que la faena es de prueba y error en un proceso evolutivo que no tiene término. Somos seres imperfectos y limitados por lo que nunca llegamos a una meta final en el conocimiento puesto que la ignorancia siempre será mayor de lo que logramos conocer.

Respecto del subjetivismo, reiteramos que una cosa es la teoría del valor donde cada uno tiene sus gustos y preferencias y otra cosa es lo que se ha denominado un “subjetivismo radical” que puede ejemplificarse con economistas (que en otras áreas han realizado contribuciones importantes a la economía) como George L. S. ShackleLudwig M. LachmannDon Lavoie y Alexander H. Shand quienes con mayor o menor énfasis sostienen que lo subjetivo lo abarca todo puesto que no solo el valor es subjetivo sino las características de las cosas también lo son. Desde esta perspectiva las cosas son según lo que cada cual piensa que son, incluso la comprensión en la comunicación es subjetiva (al contrario de lo que nos han enseñado maestros como Umberto Eco John Ellis respecto de los textos, sobre lo que he escrito antes en detalle).

En otra oportunidad también he escrito sobre los ejes centrales del subjetivismo radical que ahora reitero parcialmente. Pensamos que de los autores mencionados en este problema medular del radicalismo subjetivista, quien mejor resume el tema es Don Lavoie por lo que brevemente centramos nuestra atención en su pensamiento que pretende vincular su tesis a la antes mencionada Escuela Austríaca.

En uno de sus ensayos de mayor significación (“Understanding Differently: Hermeneutics and the Spontaneus Order of Comunicative Process”) aparece como acápite un dictum del hermeneuta Hans-Georg Gadamer en el que Lavoie se inspira: “Por tanto, la comprensión no es un procedimiento de reproducción sino más bien uno productivo […] Es suficiente decir que uno entiende de modo diferente cuando uno entiende como tal”. En aquél ensayo de Lavoie en el que conecta el tema a la economía, mantiene que su enfoque “implica el tratar las acciones humanas como ‘textos’ sujetos a interpretación. En este plano encontramos no sólo el tema de cómo los economistas entienden las acciones de los agentes de la economía, sino también el tema de cómo los agentes se entienden unos a otros”.

A continuación Lavoie la emprende contra quienes sostienen que el hermeneuta debe tomar el texto como un proceso de copia, lo más cercano a lo que es un scanner puesto que dice que la comunicación no es un proceso de suma cero por el que se reubica información sino de suma positiva, “un proceso creativo”, ya que no se trata de un fenómeno pasivo. Según este criterio se trata de un proceso de “dar y recibir”, un fenómeno bidireccional y no meramente unidireccional.

Para utilizar un concepto muy central a la teoría de los juegos, la comunicación genera un resultado de suma positiva pero, aunque parezca paradójico, en base a lo que, dentro de lo posible, resulte lo más cercano a la suma cero de los mensajes que se intercambian. Nunca aparecería la suma positiva si cada uno interpreta cosas distintas de lo que el otro quiere significar. La conversación fructífera  nada tiene que ver con la atrabiliaria idea de interpretar el mensaje como le venga a uno en gana, porque entonces no sería un proceso de “dar y recibir” puesto que lo que se da y lo que se recibe se tornarían en mensajes desfigurados y desdibujados debido a interpretaciones caprichosas. De acuerdo a su hermenéutica, “una comunicación exitosa necesariamente se lleva a cabo de manera que un agente entiende lo que se comunica de modo diferente al otro. Hablando estrictamente, la precisión no sólo resulta imposible sino que no es deseable” (sic).

En esta última cita, resulta difícil concebir que se exprese con tanta claridad una aberración como la allí contenida, la cual, de tomarse al pie de la letra, terminarían con toda posibilidad de comunicación. Pero más grave aún es la interpretación retorcida que pretende Lavoie de los trabajos de Carl Menger —el fundador de la Escuela Austríaca— en gran medida en consonancia con Ludwig Lachmann (también inspirados por Gadamer, Richard Rorty, Paul Ricoeur y William James). Dice Lavoie que “Ser un mengeriano no consiste en (mecánicamente) copiar algo con la mayor fidelidad posible desde la cabeza de [Carl] Menger a la nuestra, sino (creativamente) interactuar con él y aprender de sus palabras […] El punto de Menger sobre el subjetivismo puede describirse como un obvio proceso hermenéutico […] Es un tipo de proceso que Menger, si lo pudiéramos imaginar hoy con nosotros, llamaría de orden espontáneo […] Entender la economía de Menger, para parafrasearlo a Gadamer, necesariamente quiere decir entenderlo de manera diferente de la que Menger lo hubiera entendido cuando escribió”.

El esfuerzo mengeriano por explicar la teoría subjetiva del valor que revolucionó la ciencia económica hubiera quedado totalmente opacada si se hubiera seguido la interpretación de Lavoie, quien deriva de la teoría marginalista un relativismo inaceptable para Menger, tal cual como se desprende no sólo en sus dos obras más conocidas sino que expresamente refutó el relativismo en la célebre disputa sobre el método (Methodenstreit) con el representante más conspicuo de la Escuela Histórica alemana (Gustav von Schmoller).

A través de esta singular interpretación que intenta Lavoie se revertiría uno de los aportes más significativos de Menger y, por tanto, de la Escuela Austríaca respecto de la pretensión de recurrir al caso histórico como sustituto del método de la ciencia económica. El relativismo de la Escuela Histórica negaba la universalidad de los postulados de la ciencia económica y sostenía que, según la nación y “la raza”, debían aplicarse distintas recetas y, aun en el mismo lugar, las teorías debían ser diferentes según el momento histórico. Rechazaban la posibilidad de conocimientos abstractos, en favor de procedimientos casuísticos.

En cuanto al orden espontáneo a que alude Lavoie, Menger lo refiere de un modo muy distinto. Por ejemplo, cuando aplica el concepto a la evolución del dinero, se refiere a procesos que son consecuencia de millones de arreglos contractuales que no son el fruto del invento o construcción deliberada de nadie y que tienen lugar debido a intereses muy fragmentados que producen como resultado un orden no-diseñado conscientemente. En el mercado, el orden espontáneo resultante constituye un proceso de coordinación que tiene lugar a través de la información dispersa que trasmiten los precios.

Antes de proseguir con la materia objeto de nuestro estudio, dada la importancia del tema, detengámonos un instante en el significado de la mencionada coordinación de información dispersa. Es frecuente que esta coordinación del orden espontáneo no sea percibida y se sostenga que si no interviene el aparato de la fuerza el resultado será el más completo desorden: ¿y si todo el mundo decidiera estudiar ingeniería y no hubieran médicos? ¿y si todos producen pan y no hubiera leche? Estas y otras preguntas se formulan debido al desconocimiento de procesos tipo “mano invisible”, sin percibir que el desorden precisamente tiene lugar cuando una junta de planificación concentra ignorancia en lugar de permitir que el sistema de precios recoja la antes aludida información dispersa.

Y no se trata de que la información es mucha y muy compleja. No es un problema de almacenamiento de información o de insuficiente memoria en los ordenadores. Esta es una cuestión posible de resolver, el asunto estriba en que la información no está disponible ex ante. Si a alguno de nosotros nos pidieran que hiciéramos una conjetura de lo que haríamos en caso de quiebra podríamos, por ejemplo, elaborar una lista de prioridades respecto de los activos que venderíamos, pero llegada la situación de quiebra cambiaríamos la lista puesto que las circunstancias se modificaron. No sabemos lo que nosotros mismos haríamos en un futuro inmediato, no sabemos qué conocimientos tendremos dentro de cinco minutos, no podemos manejar lo que ocurre en nuestro propio cuerpo porque excede nuestra capacidad analítica y, sin embargo, se tiene la arrogancia de pretender el manejo de vidas ajenas.

Entonces, el orden espontáneo no guarda relación alguna con lo que interpreta Lavoie, haciéndole decir a Menger lo que no ha dicho. Las consecuencias no previstas o no queridas que surgen de la acción, nada tienen que ver con dar rienda suelta a la imaginación para interpretar textos que no dicen lo que el intérprete circunstancial quiere que digan. Se trata de una extrapolación ilegítima de un plano para el cual fue concebida una explicación a otro plano de naturaleza sustancialmente distinta.

En resumen, el debate que mencionamos al abrir esta nota entre objetivistas y subjetivistas no tiene asidero a menos que se trate del subjetivismo radical o que el objetivismo pretenda abarcarlo todo —objetivismo radical— y así desconocer la teoría subjetiva del valor, retrotrayéndonos a interpretaciones erradas de antaño que rechazaran la utilidad marginal que tantas penurias costó su parición.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.