La guerra es un hecho tribal y primitivo:

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 31/10/13 en: http://www.laprensa.com.ni/2013/10/31/voces/168164-guerra-hecho-tribal-primitivo

“No veo ningún obstáculo para ser candidato en las próximas elecciones presidenciales”, dijo (el dictador sirio) Al Asad para quien, obviamente, el homicidio no es algo sacrílego y que clama contra la humanidad, seguramente argumentará —como los homicidas “legales”— que ejerce el derecho a la defensa propia, ya que la represión que desató asesinó a 115 mil personas. La familia Al Asad gobierna Siria desde los años setenta.

 

Pero la solución contra este tirano no es la violencia: ninguna guerra, a lo largo de toda la historia humana ha obtenido resultados positivos por mucha propaganda que haga el oficialismo. Ni siquiera la emblemática y hollywoodense Segunda Guerra Mundial (SGM) consiguió su objetivo de “terminar con la tiranía”, sino que, a un costo elevadísimo en vidas humanas, destrucción del mercado y cercenamiento de libertades, sustituyó a un tirano, Hitler, por otro, Stalin, quien desparramó el marxismo y la guerra fría por todo el planeta.

 

Amnistía Internacional denuncia crímenes de guerra en los ataques con drones. Por caso, el de Manama Bibi que estaba recogiendo verdura en Pakistán cuando un proyectil la pulverizó delante de varios nietos. “Nos preocupa que estos ataques hayan resultado en muertes ilícitas”, afirma el análisis, como si hubiera homicidios lícitos cuando, para la ley moral natural, no los hay. Entre 2004 y el pasado septiembre, Washington realizó unos 370 ataques de ese tipo en Pakistán, y se calculan hasta 600 civiles muertos. Y todo este delirio de muerte no consigue, finalmente, los objetivos deseados, como no lo hizo la SGM. Precisamente, la “primavera árabe” ayudada por los bombardeos de la OTAN es un gran fiasco. Todo empezó en Túnez que hoy, con el dictador Ben Alí derrocado, es una “prisión a cielo abierto”, con detenciones masivas de críticos al gobierno islamista del partido Ennahda, además de asesinatos y una recesión económica sin precedentes.

 

Mientras que la Libia “liberada” por los bombardeos de la OTAN está casi tan mal, y va para peor, que con Gadafi, Egipto retrocede a las peores épocas de Mubarak. La reciente propuesta de una ley restrictiva del derecho a manifestarse ha hecho aflorar las tensiones en una alianza gobernante heterogénea que va desde “liberales” hasta estamentos vinculados a Mubarak. Desde el 3 de julio la represión asesinó unas mil personas y otras 200 han muerto en ataques terroristas. Entretanto, los militares quieren ampliar sus prerrogativas constitucionales.

 

En fin, resulta increíble que a esta altura del desarrollo de la ciencia, la tecnología y el conocimiento humano todavía haya quienes promuevan ideas primitivas y tribales como la incoherencia de creer que “la violencia se puede detener con violencia” (¿?). De pequeño, creía lo mismo, era esperable viniendo de una familia de generaciones de militares. Pero luego, toda la evidencia empírica y científica me mostró que los métodos pacíficos son los únicos eficientes para detenerla. Como el imperio soviético, creado por la SGM y derrotado por la paz.

 

Al grito de “asesinos” fueron recibidas las autoridades en el funeral por las víctimas de Lampedusa, es que son quienes sostienen la ley Bossi-Fini, que criminaliza a los inmigrantes —que escapan de la primavera árabe— y a quienes los ayudan, demostrando con los hechos que, lejos de querer ayudarlos, según justificaban los ataques de la OTAN, los desprecian.

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

“SEREÍS COMO DIOSES”

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Esta sentencia bíblica contiene gran sabiduría puesto que prácticamente todos nuestros problemas derivan de una colosal presunción del conocimiento que se traduce en una formidable arrogancia y petulancia superlativa.

 

Hay demasiado economistas anti-economía cuya misión consiste en manipular las vidas y haciendas ajenas sea directamente a través de esa absurda repartición denominada “ministerio de economía” o indirectamente a través de consejos a los dictadores de turno (electos o de facto). Son incapaces de comprender la propia ignorancia respecto de las preferencias del prójimo recién reveladas con la acción, lo cual se extiende a sus mismas preferencias imposibles de pronosticar a ciencia cierta puesto que las agendas se modifican a medida que se modifican las circunstancias. Apenas pueden con ellos mismos (igual que el resto de los mortales) pero pretenden manejar los deseos y prioridades de millones de personas con lo que naturalmente producen todo tipo de desbarajustes.

 

El mercado es un proceso en el que actúan infinidad de personas, cada uno persiguiendo su interés personal contribuyen a las coordinaciones más complejas e intrincadas imposibles de ser administradas por mentes planificadoras puesto que no solo no existe el conocimiento concentrado sino que está siempre fraccionado y disperso en las personas en el spot, sino que, como queda dicho, los datos no se encuentran disponibles antes de que se lleve a cabo la acción correspondiente.

 

Antes he ilustrado, el proceso de coordinación con lo dicho por John Stossel quien nos invita a pensar en regresión la cadena productiva de un trozo de carne envuelto en celofán en el supermercado. Los agrimensores que miden campos, los alambrados, los postes con las forestaciones y talas, las cosechadoras, los pesticidas y fertilizantes, los caballos y las monturas y riendas todo imaginado con las múltiples empresas en sentido vertical y horizontal (cartas de crédito, transportes, asuntos laborales, administrativos y financieros), la construcción de mangas y aguadas, el ganado, los fardos, los galpones y tantas otras tareas y labores sin que nadie hasta el final de proceso esté pensando en el trozo de carne ni en la consiguiente fabricación y distribución del celofán y el propio manejo del supermercado. Sin embargo, vía los precios como señales de mercado la coordinación se lleva a cabo sin que haya un burócrata que intervenga y cuando lo hace todo el proceso se desmorona.

 

Tal como ha señalado Warren Nutter, por eso es tan atractiva la palabra “progreso” en oposición a “desarrollo” tan cara a los funcionarios estatales puesto que no puede planificarse el progreso, es decir, lo desconocido, sin embargo el desarrollo es más de lo mismo (como un tumor que se desarrolla). No hay más que leer los trabajos de los Raúl Prebisch de este planeta para comprobar el aserto.

 

Es típico de las mentes liliputenses el pretender jugar a Dios y muchas veces incluso ser más que Dios puesto que en este caso está presente el libre albedrío para hacer el bien o el mal, sin embargo muchos burócratas obligan a seguir ciertos caminos “para bien de la humanidad” y castigan a los que se apartan de sus decisiones inapelables.

 

Más aún, hay quienes pretenden establecer nuevos paradigmas forzosos al efecto de rediseñar la naturaleza del hombre (introducir un así denominado “hombre nuevo”) y anular las nociones tradicionales del bien y el mal. Por ejemplo, el caso del seguidor freudiano y destacado psiquiatra canadiense George Brock Chisholm (convertido en médico-general del ejército durante la Segunda Guerra Mundial), luego Secretario General de la Organización Mundial de la Salud, muerto en 1971, en su trabajo titulado “The Re-Establishment of a Space-Time Society” (publicado en la revista académica Psychiatry) aconseja “la erradicación del concepto de bien y de mal” al efecto de “liberarse de estas cadenas morales”. Es el fenómeno tan difundido bajo muy diversos ropajes que Jorge Bosch ha descripto tan ajustadamente en su libro Cultura y contracultura.

 

Es paradójico pero buena parte de los predicadores religiosos, en lugar de comprender el valor de la libertad y de que cada uno debe asumir su responsabilidad por el camino que elije y que la fuerza no debe emplearse a menos que se lesiones derechos de terceros,  insisten en que los aparatos estatales deben imponer políticas como la guillotina horizontal del igualitarismo. Es en este contexto que también puede situarse lo escrito en Violencia y libertad por Víctor Massuh, quien fuera mi muy apreciado amigo: “Los inflexibles creyentes en paraísos terrenales son los que, por lo general, han dejado mayor cantidad de cadáveres en el camino […] El hombre apocalíptico se siente el brazo armado de la moral y está sacudido por estertores punitivos” ya que como antes había apuntado, estos sujetos destrozan al hombre concreto con la pretensión de salvar a la humanidad.

 

No hay mayor ignorancia (y más nociva) que el desconocimiento de la propia ignorancia. En la noción del derecho se observa el mismo fenómeno: en la respectiva Facultad egresan estudiantes de las normas positivas que pueden recitar leyes y sus respectivos incisos y párrafos pero no son abogados propiamente dichos puesto que no conocen el fundamento extramuros de la norma. No comprenden que el derecho es un proceso de descubrimiento y no de diseño, no aceptan que las normas de convivencia no son inventadas por una mente sino que se descubren en un proceso de prueba y error en fallos en competencia, tal como se concibe en el common law. No se entiende que el origen del llamado Poder Legislativo era para administrar las finanzas del emperador o del rey y solicitar los impuestos correspondientes, a contracorriente de lo que se piensa hoy en cuanto a que pueden fabricar cualquier ley en cualquier sentido por más que sea incompatible con el derecho. Por eso es que tal vez resulte más apropiada referirse al Poder Administrador y no al “Legislativo”.

 

Bruno Leoni en La libertad y la ley señala que “De hecho la importancia creciente de la legislación en la mayor parte de los sistemas legales en el mundo contemporáneo es, posiblemente, el acontecimiento más chocante de nuestra era […] La legislación aparece hoy como un expediente rápido para remediar todo mal y todo inconveniente, en contraste con las resoluciones judiciales, la resolución de disputas a través de árbitros privados, convenciones, costumbres y modos similares de acuerdos espontáneos por parte de los individuos […] Si uno valora la libertad individual para decidir y actuar, uno no puede eludir la conclusión de que debe haber algo malo en todo el sistema”.

 

Los integrantes de la Escuela Escocesa en el siglo XVIII, Adam Smith, Ferguson y Hume primero, y el premio Nobel en economía Friedrich Hayek después mostraron los graves errores de los ingenieros sociales y el reiterado intento fallido de organizar sociedades en lugar de permitir el funcionamiento de la energía creativa en procesos espontáneos y abiertos. Los referidos pensadores escoceses primero y la tradición hayekiana después, no apuntan a cambiar la naturaleza del ser humano sino que la describen y así concluyen que cada uno, al seguir su interés personal, sin lesionar derechos de terceros, contribuye a formar un orden que ninguna mente individual puede abarcar y mucho menos dirigir y que, como una consecuencia no buscada, beneficia a los demás en el contexto de la división del trabajo que ese orden permite establecer.

 

Los que aluden a la “anarquía del mercado” en un sentido peyorativo no son capaces de interpretar el significado y la trascendencia de los procesos espontáneos que no surgen por arte de magia sino debidos a las millones y millones de contribuciones de personas que no se conocen entre si ni tampoco buscan el bienestar ajeno pero lo logran como consecuencia del referido orden. Los que pretenden ser irónicos con el mercado o “la mano invisible” smithiana no pueden concebir que algo tenga lugar sin la participación deliberada de lo que en definitiva son megalómanos que en verdad arruinan y descompaginan todo a su paso.

 

En algunas ocasiones se ha trazado un paralelo entre la evolución biológica y la cultural por lo que se llega a la atrabiliaria noción de “darwinismo social”. La evolución biológica selecciona especies y las de mayor aptitud eliminan a las de menor capacidad, mientras que en la evolución cultural se seleccionan normas y los más fuertes transmiten su fortaleza a los más débiles debido a las tasas de capitalización que permiten incrementar salarios. Darwin, vía su abuelo, tomó la idea evolutiva de Bernard Mandeville quien desarrolló los primeros pasos de la evolución cultural pero una extrapolación lisa y llana de un campo a otro es inadmisible por los gruesos errores que significa.

 

Conviene a esta altura señalar que la evolución en libertad es condición necesaria para el progreso moral y material más no es condición suficiente, a pesar de los optimistas como Joseph Priestley y Richard Pierce que en el siglo XVIII sostuvieron que dadas aquellas condiciones el resto se daría por añadidura. Sin embargo, es perfectamente concebible que pueda ocurrir una degradación en gran escala si no se cuida la estructura axiológica. Por ejemplo, si la gente decidiera drogarse hasta perder el conocimiento, la involución es segura por más que los marcos institucionales aseguren climas de libertad.

 

Es pertinente cerrar esta nota con una cita del antes mencionado Hayek en su muy recomendable y sustancial ensayo titulado “El uso del conocimiento en la sociedad”, en el sentido de que si el mercado “fuera el resultado de la invención humana deliberada, y si la gente guiada por los cambios de precios comprendiera que sus decisiones tienen trascendencia mucho más allá de su objetivo inmediato, este mecanismo hubiera sido aclamado como uno de los mayores triunfos del intelecto humano […] Pero aquellos que claman por una ´dirección consciente´ no pueden creer que algo ha evolucionado sin ser diseñado” del mismo modo que ha ocurrido con procesos clave como el del lenguaje que no es fruto de planificación alguna y por eso es que los diccionarios son libros de historia, en verdad un ex post facto.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

Recuerden que el socialismo es imposible

Publicado por Adrián Ravier el 28/10/13 en: http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2013/10/28/recuerden-que-el-socialismo-es-imposible/

El Socialismo parece resurgir de sus cenizas en los últimos días tras la elección legislativa argentina que colocó a Pino Solanas como Senador por la Ciudad de Buenos Aires. Esto generó mucha literatura enInfobae con críticas socialistas al capitalismo y propuestas de cambio.

Mi reacción fue esta nota, recordando que el socialismo es imposible a través de argumentos expuestos por Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y James M. Buchanan durante el siglo pasado, como un llamado de atención al socialismo para que responda preguntas que hasta el momento no tienen respuesta.

 

Recuerden que el socialismo es imposible

Si algo tienen en común los partidarios del socialismo y la economía pura de mercado es su crítica a las inconsistencias del capitalismo intervenido. El intervencionismo que se viene aplicando, gobierno tras gobierno, sólo suma parches que atienden a cuestiones “urgentes”, pero nunca resuelven los problemas de fondo, las cuestiones “importantes”. Los socialistas, sin embargo, fallan en dos aspectos centrales: primero, en diferenciar el sistema capitalista “puro” -como lo han entendido y defendido Adam Smith y Friedrich Hayek-, del sistema capitalista “intervenido” -con los parches propuestos por John Maynard Keynes y Paul Samuelson-; segundo, en comprender que “el socialismo es imposible”, como han demostrado Ludwig von Mises en su artículo de 1920 y su libro 1922, y Friedrich Hayek en distintos documentos de los años 1930 y 1940, con un argumento que continúa sin respuesta, pero que muestra su validez en el fracaso de las distintas formas de socialismo en toda Europa, y ya casi podemos decir en todo el mundo.

En este artículo sólo podré concentrarme en este último punto, el que ha sido tratado ampliamente en un libro del catedrático español Jesús Huerta de Sototitulado “Socialismo, cálculo económico y función empresarial”. El libro cuenta con más de 400 páginas, pero el lector puede acceder a una reseña que personalmente escribí sobre este debate, y que fuera publicado en la revista Cuadernos de Economía (Vol. 30, Nº 54), de la Universidad Nacional de Colombia. El argumento básico explica que en un mundo de incertidumbre y conocimiento disperso, la propiedad privada es necesaria para dar lugar a los precios, pues sólo ellos pueden permitir a los empresarios advertir de ganancias y pérdidas en sus proyectos de inversión, y con ello asignar con relativa eficiencia los recursos escasos. Más en limpio, si no tenemos propiedad privada de los medios de producción, no tenemos mercados para esos medios de producción. Sin mercados para esos bienes de producción, no habrá precios. Sin precios, los empresarios no pueden advertir si sus proyectos de inversión son rentables.

Si algo funciona -aún en el capitalismo intervenido– es precisamente ese proceso de prueba y error, en donde los empresarios van probando distintas inversiones, y sólo cuando son rentables, los proyectos se mantienen.Ganancias y pérdidas contables representan una información en el mercado acerca de si estamos asignando bien o mal los recursos. Y vale recordar que esos resultados son consistentes con la soberanía del consumidor, donde gana el que sabe satisfacer las necesidades del consumidor, y pierde el que no logra la demanda de sus consumidores. El socialismo propone terminar con la propiedad privada, terminar con estas señales de mercado, terminar con la función empresarial y reemplazar todo ello por la propiedad pública de los medios de producción. Aquí se abren un abanico de opciones, pero nunca ha quedado claro qué es lo que en definitiva proponen los socialistas. Y el problema es que el propio Marx careció de una propuesta concreta de cómo funcionaría el socialismo.

De un lado, se propone que el gobierno administre públicamente esos medios de producción, como de hecho ocurrió en Alemania Oriental, en Rusia o actualmente es en Cuba. Aquí los problemas son al menos dos. Primero, como señaló el Premio Nobel en Economía James M. Buchanan –recientemente fallecido- el gobierno puede no tener los mejores incentivos para administrar “solidariamente” estos recursos. Si asumimos que los individuos siempre persiguen su propio beneficio, ¿por qué vamos a suponer que las personas que lleguen al poder van a tender a interesarse por el “bien común”Buchanan insistía en que lo más probable es que estas personas tiendan siempre a alejarse de ese “bien común” y persigan más bien su propio beneficio y de aquellos a quienes representan, o que han financiado sus campañas electorales. Cuando uno mira la Argentina, ¡cuánta razón tenía!

El segundo problema fue mencionado por otro premio Nobel en Economía, en este caso, Friedrich Hayek. Si aceptamos que el problema económico consiste en advertir cuáles son los bienes y servicios que deben producirse, en qué cantidad y calidad y de qué manera distribuirlos, debemos comprender que ese “conocimiento” no es dado a nadie en particular. Los bienes y servicios que necesitamos producir son los que la gente quiere. Y ese conocimiento está disperso en la sociedad, en las preferencias individuales de cada sujeto, en la forma de bits de información que cada uno tiene en su propia mente. ¡Es información no revelada! Salvo que permitamos que la gente demande y comunique esa información a los empresarios a través de los precios, precisamente.

Los socialistas del siglo XXI han dado un paso atrás. Ahora se hacen llamar “socialistas de mercado”, y afortunadamente han dejado de sugerir la propiedad pública de los medios de producción. En realidad se han dado cuenta de que nada es mejor que permitir que la producción de bienes y servicios la lleve adelante el mercado, lo que se traduce en alimentos, ropa y todo tipo de bienes y servicios en calidad y bajos precios, lo que es resultado precisamente del proceso competitivo.

La discusión ahora se resume al rol del Estado. El “socialista de mercado” o aquellos que buscan un mayor “Estado de bienestar” piden un Estado que, paradójicamente, “intervenga”, que ofrezca “bienes públicos”, que evite o minimice “externalidades negativas” y subsidie las “externalidades positivas”. Que aplique “políticas antimonopólicas” y “redistribuya los ingresos” de manera conveniente. Lo que no han advertido aún es que ese Estado al repartir la torta se queda con una porción enorme de la renta para beneficio propio, lo que impide la reinversión de quienes la generan -creando potenciales puestos de trabajo- y dejando a las clases más desfavorecidas sin salida.

Dirán algunos pocos socialistas que este “socialismo de mercado” no es socialismo. Yo estoy de acuerdo. Dirán otros socialistas que la propuesta ideal tampoco es la propiedad pública de los medios de producción, sino la propiedad “comunal” de los medios de producción. En este caso se trataría de pequeñas comunidades de personas que manejarían las “empresas”, y  nótese que estas comillas no son arbitrarias. En tal caso las preguntas sin respuesta son cuantiosas. ¿Cómo se distribuyen los ingresos de esta empresa? Se dirá, quizás, que se lo hará igualitariamente, según las horas trabajadas. ¿Ganará lo mismo un ingeniero que un obrero? ¿Qué incentivo tendrá el ingeniero para capacitarse si finamente sus ingresos serán iguales? ¿Qué incentivo tendrá un obrero para trabajar eficientemente si los otros obreros no lo hacen? “Conocimiento” e “incentivos” son los dos grandes problemas del socialismo. Dejemos el socialismo para otro mundo. ¡Y por favor, dejemos de destinar tinta a un debate acabado!

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Sea feliz, ¡es una orden!

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 30/10/13 en: http://www.elnuevoherald.com/2013/10/30/1603272/alejandro-a-tagliavini-sea-feliz.html

Se supone, a partir del cristianismo y los clásicos griegos, que los seres humanos somos iguales y todos de valor infinito… aunque que ni tan iguales ni tan infinitos… en fin, ¡si solo fuéramos coherentes! Algunos de los que rezan todos los días, luego apoyan guerras o conflictos, militares o civiles, que necesariamente implican la muerte… ¿no era que cada persona tiene un valor infinito porque es una criatura de Dios? ¿Cómo es que, si su valor no se acaba nunca puede, de repente, terminarse al punto de suprimirlo?

Sin llegar al homicidio, ¿no somos todos iguales, todos de valor infinito? Parece que no: unos flacos, altos; otros gordos, petisos; unos inteligentes y hasta genios; otros brutos; unos ingenieros, médicos y otros ni saben leer, así parece que unos valen más o están más “preparados”. Entonces, como no son todos iguales y no todas las vidas tienen valor infinito, cabe que los “mejores” se impongan.

A ver, una cosa es que una persona decida que no sabe reparar autos y pague el servicio de un mecánico y otra, muy distinta, es que le impongan impuestos para sostener un estado de cosas que no quiere, aunque esto lo determine la mayoría, aunque así lo estipulen las “leyes” surgidas de una supuesta “constitución” que también le impusieron. ¿Quiénes? La “mayoría democrática”, que no sería igual a cada persona sino mejor, por ello, tiene derecho a ser violenta, a imponerse vía el Estado (el monopolio de la violencia).

Viene al caso el concepto de eficiencia. ¿Qué es? Los encuestadores y los investigadores del mercado lo saben: es lo que satisface al cliente. Es decir, es el cliente, las personas, el que define la eficiencia. No es caprichoso, surge de que el orden de la naturaleza prevé que el crecimiento personal es un hecho intrínseco –como todo: nadie le dice a un árbol cómo tiene que desarrollarse– y que, por tanto, cada persona tiene la obligación de decidir su devenir. Por eso, dicen los griegos clásicos, la violencia destruye porque es un hecho extrínseco al desarrollo natural.

Así, créalo o no esta sociedad incoherente, la mayor eficiencia en el desarrollo personal y social se da cuando cada persona, igual al resto y de infinito valor, decide su rumbo. Por el contrario, toda imposición coactiva es ineficiente, y las personas intentan evadirla. Ahora, cuantos más recursos (económicos) tiene una persona, mayor capacidad para derivar las cargas fiscales hacia abajo, por ejemplo, un empresario paga impuestos subiendo precios, bajando salarios, etc.

Venezuela es un caso tragicómico. Ni alimentos quedan. En septiembre el índice de escasez llegó al 21.2% según el Banco Central, cuando lo normal sería 5%. Por eso el gobierno importará 400,000 toneladas hasta fin de año. Maduro ha decidido que la felicidad debe decretarse y ha creado el Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo para supervisar los programas sociales, las “Misiones”.

O sea que hará asistencialismo con el dinero de los más pobres (que son quienes terminan pagando las cargas fiscales) pero luego de dejar buena parte en la corrupción y la burocracia. Para que no queden dudas de que “ser feliz” es una orden, Maduro profundiza la militarización. Pretende que las “milicias bolivarianas” tengan un millón de miembros en 2019 a la vez que robustece las fuerzas armadas y amenaza y violenta a sus adversarios.

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

 

Nuevo y contundente revés electoral para el kirchnerismo

Por Enrique Aguilar: Publicado el 28/10/13 en: http://www.elimparcial.es/america/nuevo-y-contundente-reves-electoral-para-el-kirchnerismo-129980.html

Se trató de un resultado devastador. En verdad, no se me ocurre otro término para definir la aplastante derrota (la peor en diez años) infligida al kirchnerismo por una envalentonada oposición que, en las elecciones legislativas de este domingo, mejoró aún más su excelente performance de las primarias de agosto.

El gobierno quedó muy rezagado en los principales distritos electorales del país empezando por la provincia de Buenos Aires, que concentra el 38 % del electorado nacional, donde la lista de diputados encabezada por Sergio Massa se impuso al oficialista Martín Insaurralde por 11 puntos de diferencia (43% contra 32 %) superando los pronósticos más auspiciosos. Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Santa Cruz (cuna del kirchnerismo) y otras varias provincias también dieron testimonio de un revés que los dos años de gobierno que le restan a la presidenta ya no podrán revertir. Y desde luego es de destacar el caso de la Ciudad de Buenos Aires, donde el kirchnerismo sin quedó sin senador resultando tercero, con un 21% de los votos, en la elección de diputados nacionales, muy por debajo de PRO, que obtuvo el 34 %, y la lista UNEN, que se alzó con un 32%.

Comenzó a cerrarse, así, un ciclo signado por los modos autoritarios, la mentira oficial, la intolerancia hacia el adversario, el personalismo extremo, una vocación insistente por el fracaso (en materia económica y energética, por ejemplo, o en la lucha contra la desigualdad, el deterioro de la educación o el narcotráfico), la corrupción generalizada y una concepción plebiscitaria de la democracia que entiende que el Poder Legislativo y el Poder Judicial sólo existen para refrendar las decisiones y el protagonismo excluyente del Ejecutivo.

De modo a mi juicio apresurado, algunos de los triunfadores ya han anunciado sus aspiraciones presidenciales para el 2015, animados por los guarismos obtenidos. Es el caso de Mauricio Macri, Jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. No sería de extrañar que la misma especulación empezara a instalarse en los entornos del citado Sergio Massa, Hermes Binner (Santa Fe) o Julio Cobos (Mendoza), potenciales candidatos sin duda. Mientras tanto, la presidenta sigue guardando reposo sin que los ciudadanos contemos con un parte médico confiable que asegure su regreso. ¿Qué nos deparará, pues, las transición que iniciamos? Por ahora, un panorama plagado de incógnitas y una sola certeza: la de una derrota que ha sellado la suerte de un proyecto hegemónico que pretendió acariciar la eternidad.

Enrique Edmundo Aguilar es Doctor en Ciencias Políticas. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la UCA y Director, en esta misma casa de estudios, del Doctorado en Ciencias Políticas. Profesor titular de teoría política en UCA, UCEMA, Universidad Austral y FLACSO,  es profesor de ESEADE y miembro del consejo editorial y de referato de su revista RIIM.

Un buen primer paso

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 23/10/13 en: http://www.lanacion.com.ar/1631447-un-buen-primer-paso

Las reuniones realizadas en Ginebra la semana pasada con relación al programa nuclear iraní parecen haber sido una suerte de buen primer paso en el recorrido que será necesario para consensuar una solución adecuada respecto de la grave preocupación de la comunidad internacional sobre el programa nuclear iraní en marcha. Más concretamente, sobre su capítulo de enriquecimiento de uranio.

En un gesto, que debe entenderse como una expresión de cordialidad, el nuevo canciller de Irán, Mohammad Javad Zarif, abrió los dos días de conversaciones con una presentación de una hora, realizada en inglés (en lugar del farsi, como sucediera siempre en el pasado) utilizando un power point para explicar mejor el contenido de la propuesta inicial de compromiso que Irán ha puesto sobre la mesa.

Los seis países de la comunidad internacional que son sus interlocutores en esta particular cuestión (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, más Alemania, denominados: «P5+1») confirmaron que la propuesta iraní fue realizada en una atmósfera distinta a las anteriores. Positiva y franca. Y con contenido sustancial.

Los iraníes insisten, probablemente para consumo interno, en que su propuesta está basada en el edicto del Ayatollah Ali Khamenei, por el cual se prohíbe la producción y el uso de armas atómicas. Y han titulado a su propuesta, muy sugestivamente, como: «Un final para una crisis innecesaria y el comienzo de horizontes frescos».

En esencia, se trata de analizar la actual capacidad iraní de refinar uranio, que ha crecido mucho desde que existen unas mil centrífugas modernas que refinan en la ciudad de Natanz y, aparentemente, algunos miles adicionales (con centrífugas algo menos modernas) que lo hacen en instalaciones subterráneas a las que se conoce como la planta de Fordo, emplazadas en las inmediaciones de la ciudad sagrada de Qum.

Hasta ahora, Irán habría acumulado unos 185 kilogramos de uranio enriquecido al 20% de pureza (aquel que supone poder rápidamente enriquecer uranio a niveles de más del 90% de pureza, con los que se genera el peligroso uranio enriquecido apto para producir armas nucleares). En general, se supone que, para estar en condiciones de poseer una bomba nuclear, se necesitan unos 240 kilogramos de uranio enriquecido al 20%. Irán está entonces muy cerca de ello. Para mediados del año próximo podría ya haber alcanzado los 250 kilogramos. El uranio enriquecido, cabe recordar, puede utilizarse tanto con fines pacíficos como para usos militares.

Preocupa asimismo la construcción de un reactor de agua pesada en Arak, a unos trescientos kilómetros al sur de Teherán, que podría producir plutonio, que es otro posible camino para las armas atómicas. También la negativa de permitir inspeccionar nuevamente la base militar de Parchin, al sur de Teherán, donde se sospecha que Irán habría producido detonadores para armas nucleares.

Pese a que existe una total reserva sobre los detalles concretos de la propuesta iraní, ha trascendido que ella supone aceptar límites verificables tanto a la producción como a la pureza del enriquecimiento, aunque contra el reconocimiento explícito del derecho iraní a enriquecer uranio.

En contrapartida, Irán estaría solicitando el rápido levantamiento de las sanciones económicas que han deteriorado enormemente su economía al ponerla efectivamente fuera del sistema financiero internacional, lo que ha reducido a la mitad su capacidad de exportar petróleo, alimentado además una inflación galopante y generado una altísima tasa de desempleo, con el consiguiente descontento popular.

El acuerdo entre las dos partes podría alcanzarse, aparentemente, en un calendario de seis meses con una «hoja de ruta» que permitiría verificar -con la necesaria transparencia- los avances que, paso a paso, se vayan logrando.

Es evidente que la conducta pasada de Irán a lo largo de una desgastante década, caracterizada por las dilaciones, los engaños y la falta de sinceridad, no ayuda para nada. Por esto, los Estados Unidos están estudiando un auxilio financiero que, en lugar de levantar las sanciones, se edifique sobre la liberación progresiva de los billones de dólares que ya han sido congelados a los iraníes. Mientras tanto, lo cierto es que el Congreso norteamericano sigue adelante con lo que sería una nueva «vuelta de torniquete» a las sanciones existentes, que supondría nada menos que reducir a cero las exportaciones iraníes de crudo. Convencido, por cierto, de que ellas -por efectivas- son las que, concretamente, han finalmente obligado a Irán a negociar.

Las conversaciones se reanudarán el 7 y 8 de noviembre próximo, siempre en la ciudad de Ginebra. Mientras tanto, los técnicos de ambas partes trabajan aceleradamente sobre todos los detalles y acciones que requiere poner en operatividad la propuesta formulada.

Una reunión lateral adicional, entre el vicecanciller iraní, Abbas Araghchi, y la negociadora norteamericana, Wendy Sherman, sugiere que existe una clara disposición para trabajar con apertura y con buen ritmo para materializar un acuerdo.

Aun cuando falta mucho para edificar una solución que resulte eficiente y satisfactoria para todos, lo cierto es que, esta vez, el ambiente de la negociación es muy distinto. Del lado iraní, la cordialidad de la administración del presidente Hassan Rohani ha reemplazado a la arrogante -y hasta desagradable- prepotencia que, en cambio, caracterizara a la del ex presidente Ahmadinejad. En general, lo que lucía como una actitud de suma desconfianza y rigidez tiene ahora perfiles de alguna flexibilidad y buena disposición para avanzar sin demoras. Por ello la esperanza empieza a estar, de pronto, respaldada por los hechos. No es poco.

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

La violencia populista

Por José Benegas. Pubicado el 24/10/13 en: http://josebenegas.com//2013/10/24/la-violencia-populista/

Max Weber con total realismo definió al estado como la forma de violencia institucionalizada. Comparado con la manera en que es invocado el estado en la actualidad (no solo en los países populistas), la definición podría desconcertar a más de un desprevenido. Pero es así, el estado manda y cobra sin preguntar. Se impone. Se podría trazar una exégesis de lo que hoy consideramos el poder establecido y la dominación de tipo patriarcal que el mismo autor examinó con todo detalle. Se trataba de un tipo de dominio ilimitado en lo formal, pero sustentado en prestaciones y contraprestaciones. Una forma de protección supone otra de obediencia en lo que yo llamaría poder consentido. Si esa relación es de hecho o de derecho daría para una gran discusión a mi juicio, pero en tanto no se lo cuestiona, nada más continúa de un modo en algún sentido natural.

La institucionalización vendrá después, cuando haya que explicar más la cosa y el vínculo prestacional no sea tan claro. Cuando el patriarcado quiera extenderse a los no protegidos, por distinguirlos de algún modo, a los “hombres libres” en sentido estricto. El poder es entonces con más nitidez “político” y tiene que encontrar una justificación porque no es tan evidente que convenga a ambas partes. Este será el campo del “relato”, del mito o de la simple simulación que hará correr ríos de tinta en busca de una “legitimidad”. El hecho es que llegamos al estado moderno como esa violencia cargada de reglas, institucionalizada y de alguna manera pretendiendo un vínculo patriarcal entre gobernantes y súbditos que incluso no serán llamados de la esa manera.  Lo que llamamos “poder público”.

La institucionalización supone ahora varias cosas como por ejemplo que el poder político es una extensión de nuestra voluntad (democracia), que nos protege, que se guía por reglas objetivas, que actúa (agrede) en función de nuestros intereses tomados de manera general, que existe una igualdad ante la ley y que esa ley está por encima del gobierno. La violencia del poder está encorcetada bajo el concepto de “bien común”, bastante discutible de todos modos.

Estos elementos que dan peso al complemento institucional y dominan o tornan inofensiva para las personas pacíficas esa violencia, es lo que nos mantiene libres a pesar de no ser nosotros “el poder” en realidad.

Pero imaginemos que ese poder atado pierde sus reglas. O que las reglas lo son en sentido formal porque al examinarlas comprobamos que dicen que el poder hace lo que quiere. Por ejemplo dice “derechos humanos” cuando la arbitrariedad alcanza a los propios de la facción y dice “presencia fundamental del estado” cuando el disciplinado es un extraño, un “otro”. Es decir que no son verdaderas reglas, instituciones, sino propaganda de algo que esconde otro tipo de cosa. Supongamos que nuestra voluntad está muy restringida, que votamos tal vez pero muchos de los que votan dependen del gobernante y no al revés, con lo cual nuestra participación en las decisiones se ve disminuida de modo notable por intereses que nada tienen que ver con nuestra protección y a su vez los otros que aparecen votando en realidad se parecen más a verdaderos siervos. Es más, el poder es ejercido para favorecer a los que mantienen con el poder un flujo de prestaciones y contraprestaciones en el que ya no somos unos súbditos protegidos sino el pato de la boda. Supongamos que el poder se nutre de activar a una masa importante de la población en nuestra contra, convirtiéndonos en enemigos del estado. Supongamos que las reglas objetivas ya no existen sino que tienen nombre y apellido, que lo que es válido para los amigos no es válido para los enemigos. Es más, bastaría suponer que podemos ser definidos como enemigos por nuestros protectores para que la idea de estado como sinónimo de “violencia buena” desaparezca. Supongamos que el poder nos muestra que su violencia se utiliza para beneficiar a los gobernantes, amigos y aduladores y que paga por ser defendido a ultranza y por atacar a los molestos. Supongamos que cuando alguna institución molesta a la voluntad del gobierno, se la aplasta. Cuándo pasa todo eso, la violencia institucionalizada pierde la mitad civilizada de su naturaleza y es nada más que violencia. Entonces Max Weber diría que lo único que queda de su estado es eso, la violencia.

El estado es un aparato sostenido por esa idea muy discutible, hasta débil, que es la de “bien común”. En función de eso y no ya de lo que quisiera un monarca o un patriarca benevolente, recauda. Es decir se queda con parte de nuestro trabajo. Qué otra cosa que un asalto es un impuesto si todo el vínculo anterior se ha desnaturalizado.

El populismo es el sistema más eficiente de violencia estatal ejercida sobre las personas, porque no se puede fotografiar. Sucede por desaparición del elemento institucional que mantenía a la violencia a raya. Externamente no pasa nada distinto a lo que pasaba antes de esta pérdida institucional, así que nos dirán que no hay violencia. Como una familia en la que los padres ponen todas las reglas. Esto sucede porque los padres nutren y protegen. Pero si los padres son los operadores de un sistema de bullying interno dejando de nutrir y proteger la orden tiene otro valor, se transforma en un sistema de denigración y castigo. Un régimen familiar sin ese afecto, es un totalitarismo. Un Estado sin institucionalidad, sin esas reglas, sin esa igualdad ante la ley, con los roles entre servidores y servidos invertidos, también lo es.

El sistema es eficiente porque no se ve, pero el estado populista desprovisto de ataduras, que de manera abierta favorece a un grupo y perjudica a quienes no son cómplices es de una altísima violencia cuando convierte al juez en un militante, cuando el policía pasa a ser el ladrón, el diputado el delegado del presidente, el presidente un concedente de privilegios, el jefe de la recaudación un agente de policía político, el que es pagado con dinero público para informar un propagandista. Eficiente como un motor que no pierde energía en forma de calor.

El populismo significa la evolución de la revolución, ejercida con una violencia explícita, a la infección como forma de transformar la regla protectora en regla disciplinadora.

Sumemosle ahora la parte que sigue siendo ineficiente. El grito, la invitación a la división, la retórica violenta en señalamiento permanente de enemigos internos. Un aparato de propaganda y difamación y un mecanismo vigilante bullying ejercido desde determinadas usinas. Un señor dice algo inconveniente y se lo ataca desde las redes sociales con lenguaje descalificante, multiplicando manifestaciones de desprecio y denigración, todo realizado por empleados públicos. Programas de televisión y radio que se dedican a destruirlo y aislarlo, reforzados por medios privados que reciben fondos públicos para sumarse al sistema de bullying en un mecanismo que se denomina “asesinato de la reputación”, pero que va mucho más allá del problema de la fama. Persigue otra forma de violencia tradicional y extrema, que es el ostracismo interno, la transformación de la víctima en un objeto, al cual transferir toda la cobardía de la sociedad agredida. Su aislamiento. El mensaje es que todo aquél que protesta será sometido al ostracismo interno, y los que son cómplices serán recompensados. La cobardía frente a ese clima apabullante es manejada por la mayoría de las personas con una identificación con el agresor, que multiplica los efectos del ambiente tóxico. Los cobardes eligen agredir con el agresor, para no ser agredidos con el agredido.

Mientras tanto esa violencia ya caprichosa, nada institucionalizada pero que en su infección habla de instituciones, también cierra el camino a ser denunciada transformándose en denunciante de violencia. Se crean fantasmas, se señala cualquier tipo de manifestación privada fuera de lugar como una forma de violencia no solo equivalente, sino excluyente respecto de la que ejerce el poder, para taparse. No es raro, es bien coherente que ese estado encabece campañas contra la violencia de género y dicte leyes que definen a la violencia de un modo en el que por supuesto queda él mismo definido en su bullying generalizado diario. Pero al denunciar a otros de sus propios crímenes, también obtura la posibilidad de ser denunciado.

Del Bullying y de la cobardía disfrazada de adhesión participan todo género de colaboradores. Unos pegan, otros se dedican a minimizar, relativizar, desviar la atención. Incluso a maltratar a las víctimas igualándolas con el agresor o a descalificar a los que denuncian como poco serios. Porque si los que denuncian son serios, ellos no solo son cobardes, sino también cómplices.

Así se enferma todo el sistema con esta revolución travestida en infección. La enfermedad de los que están afuera consiste en no hacer nada, en no denunciar. En hacer como que no está pasando nada y mostrar que hay elecciones, que hay críticos, que todo sigue igual cuando todo ha cambiado y los que se quejan o los llaman nazis exageran o están locos.

Llega el punto en que ya no quiero permitirle a la gente que no se ha solidarizado con Alfredo Casero simular que son moderados o serios o que no ven problema en un “debate” entre un aparato nazi de bullying político y un señor que tiene a todos sus colegas debajo de la cama, cuando no contribuyendo con algún insulto. Que sepan todos lo que han estado haciendo y mucho peor, lo que no han estado haciendo.

 

José Benegas es abogado, periodista, consultor político, obtuvo el segundo premio del Concurso Caminos de la Libertad de TV Azteca México y diversas menciones honoríficas. Autor de Seamos Libres, apuntes para volver a vivir en Libertad (Unión Editorial 2013). Conduce Esta Lengua es Mía por FM Identidad, es columnista de Infobae.com. Es graduado del programa Master en economía y ciencias políticas de ESEADE.

Tres posturas sobre la intervención del Estado en la economía

Publicado por Adrián Ravier el 25/10/13 en: http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2013/10/25/tres-posturas-sobre-la-intervencion-del-estado-en-la-economia/

Dejemos por un momento de lado al keynesianismo, la economía social de mercado y la escuela austríaca. Concentrémonos en tres autores: John Maynard Keynes, Wilhelm Röpke y Friedrich Hayek. Si bien considero que sería correcto ubicar la filosofía política y el pensamiento económico de Röpke entre los trabajos de John Maynard Keynes y los escritos de Friedrich A. von Hayek, me propongo en el siguiente artículo intentar responder a una sola pregunta: ¿hasta qué punto sería esto cierto?

Con un ánimo conciliador, trataré de mostrar consensos y diferencias entre tres de los pensadores más destacados del siglo XX. Es el objetivo final que estas comparaciones ilustren ciertos mitos que surgen en torno a ellos. Dice el profesor Resico sobre el pensamiento de Röpke: “…su planteo se apartaba explícitamente, por un lado de laeconomía coactiva (planificación central, corporativismo fascista, intervencionismo estatista) y, por otro, de laeconomía de mercado interpretada en la tradición del laissez faire, que excluye la intervención del Estado en asuntos económicos”.

Lucas Beltrán Florez nos ofrece otras precisiones sobre este aspecto, mostrando un Röpke que aceptaba la“intervención conforme” del Estado en la economíapero rechazaba la “intervención disconforme”: “la diferencia entre la intervención conforme y la disconforme [se comprende] comparándolas con la regulación del tráfico por las calles y carreteras. Mientras tal regulación se limite (como ocurre en la realidad) a exigir pruebas de aptitud a los conductores, señalar vías de tránsito y dictar instrucciones sobre el mejor modo de circular, cumple una misión absolutamente necesaria, y cada uno sigue siendo libre de ir a donde quiera, cuando y como quiera; esta forma de regulación es comparable a la intervención conforme. En cambio, se asemejaría a una intervención disconforme, la regulación del tráfico que tuviera la absurda pretensión de ordenar el movimiento de cada uno de los vehículos, como el capitán que manda una columna en marcha”. “Röpke cree que la eliminación de las intervenciones disconformes y la aplicación racional de las conformes, encaminadas a asegurar el funcionamiento de la economía de mercado y la implantación del programa del ‘tercer camino’, son requisitos necesarios de una sociedad sana y estable”. La pregunta que me surge de este “tercer camino” es la siguiente: ¿No estarían de acuerdo tanto Keynes como Hayek con esta apreciación?

Keynes y Röpke

Concentrémonos primero en Keynes, a quien podríamos calificar como un defensor del “intervencionismo estatista”. 
Ricardo Crespo sostiene que “el caso de Keynes es un ejemplo de construcción social de una realidad donde el Keynes-hombre no siempre coincide con el Keynes-mito”. Lo cierto es que posiblemente el error más significativo de Keynes haya sido titular su obra maestra como la Teoría general, si consideramos que los estudios y conclusiones presentados en 1936 aplican únicamente al caso particular de una economía con desempleo de recursos, y en especial a aquellas específicas circunstancias de la gran depresión de los años treinta. Como decía su amigo y discípulo Richard Kahn, se ha abusado de la palabra “Keynes”. Con el tiempo (y gracias a la acción de malos políticos), ésta quedó asociada a soluciones inflacionarias, falaces y facilistas, a los problemas de la desocupación y a un Estado fuertemente interventor. Sin embargo, concluye Crespo, sólo con importantes restricciones y matices (y en determinadas circunstancias) Keynes habría estado de acuerdo con las recetas que le atribuyen. Por eso, en 1946, el año de su muerte, afirmó: “yo no soy keynesiano”.

De este modo, llegamos a un Keynes cuya teoría del intervencionismo económico sólo se acota a “determinadas circunstancias”. Algo similar podemos decir de la “economía social de mercado”. Resico muestra con precisión los “fundamentos de la economía de mercado” existentes en el pensamiento de Röpke, los que se sostienen sobre la base de su correcta comprensión de los órdenes espontáneos y en un marco institucional, social y ético favorable.
 ¿En qué circunstancias, sin embargo, considera Röpke que el funcionamiento de la economía de mercado se interrumpe? Hansjörg Klausinger, quien caracteriza a Röpke y otros alemanes como proto-keynesianos, nos explica que nuestro autor sólo alentaba la política expansionista en circunstancias específicas, haciendo referencia a la “depresión secundaria”. Röpke distinguía claramente la depresión primaria de la depresión secundaria. La primera es aquella depresión normal, que surge en todo ciclo económico y que es necesaria para liquidar la sobreinversión generada en la etapa del auge. Ante esta situación Röpke se podría denominar como un “liquidacionista”, en el sentido de que no propone aplicar políticas para paliar tal situación. La segunda es aquella depresión que va un poco más allá de la necesaria liquidación de los comentados errores de inversión. Se trata de una depresión que se retroalimenta por sí misma, y que lleva consigo una destrucción de capital innecesaria y que es imperioso detener.

Podemos dar un ejemplo. En 2001, la tasa de interés de corto plazo en EEUU, estaba en un 6,75 %. La crisis de las punto com generó una amenaza al crecimiento y al empleo, lo que llevó al presidente de la Reserva Federal a reducir la tasa de interés al 1 %. Los analistas coinciden en que dicha tasa estuvo en niveles muy bajos por demasiado tiempo, lo que estimuló el desarrollo de una burbuja inmobiliaria. En 2004, ante una posible aceleración de la inflación, Greenspandecidió subir la tasa de interés, y el mercado inmobiliario, que se sostenía sobre esa política de liquidez, se derrumbó. Hayek y Röpke, colegas en la Mont Pelerin Society, coinciden en que la recuperación de la crisis requiere de cierta liquidación de proyectos de inversión que surgieron en torno a una tasa de interés muy baja. Pero apuntan que puede ocurrir un problema mayor, si la tasa de interés sube por encima de su nivel natural. Para ser más concreto: ¿Qué ocurriría si la tasa de interés sube hasta el 10 %? Esto llevaría a que no sólo se liquiden los proyectos de inversión que surgieron en torno a la reducción artificial de la tasa de interés, sino que la liquidación de inversiones sería aún mayor, y esto es innecesario. La necesaria liquidación de inversiones, que corrige los errores de la política de dinero fácil, es lo que llamamos depresión primaria. La innecesaria liquidación de inversiones, conocida como depresión secundaria, es producto de que la tasa de interés haya subido por encima de su nivel natural. Esto puede evitarse si la Reserva Federal, ya inmersa en la crisis, expande la base monetaria comprando bonos en el mercado abierto.

Röpke agrega que la expansión monetaria puede no tener la fuerza suficiente para detener la depresión secundaria, y por ello, debe ir acompañada de políticas fiscales que aseguren que habrá una mayor demanda de los créditos que la política de dinero fácil introduzca en el mercado. Si bien ambos estarían de acuerdo en una política expansionista para circunstancias especiales, es esta explícita e importante distinción de Röpke de la que hoy carece el “intervencionismo keynesiano”.

Hayek y Röpke

Hayek por su parte, viene a representar al laissez faire, el que “excluye la intervención del Estado en asuntos económicos”. Nótese sin embargo, que Hayek también aceptaba -en circunstancias excepcionales- que los hacedores de políticas públicas hicieran algo ante la situación descripta. En términos de la ecuación cuantitativa del dinero (MV = Py), Hayek proponía mantener constante el ingreso nominal (MV). Esto tenía dos implicaciones. En primer lugar, permitir que ante un aumento de la productividad y su consecuente crecimiento económico (y), bajen los precios (P). Ya en Precios y producción de 1931, decía Hayek: “El que no haya ningún peligro en que los precios caigan cuando la producción sube ha sido subrayado una y otra vez, por ejemplo por A. Marshall, N. G. Pierson, W. Lexis, F. Y. Edgeworth, F. W. Taussig, L. Mises, A. C. Pigou, D. H. Robertson y G. Haberler”.

Cabe sin embargo hacer aquí la distinción -muchas veces ignorada por los economistas que animan políticas antideflacionistas– entre el proceso de deflación que surge por aumentos de productividad, de aquel proceso que surge en las etapas últimas del ciclo económico. En segundo lugar, que ante una contracción secundaria de dinero, la autoridad monetaria expanda la base monetaria. En pocas palabras, la expansión primaria sirve para compensar la contracción secundaria. Hayek, sin embargo, jamás habló de combinar esta política monetaria con políticas fiscales. Su preocupación, como la de Röpke, no era evitar el ajuste necesario del período de sobreinversión (que Hayek llamó más bien de mala-inversión), sino evitar que el ajuste sea mayor al necesario para volver a una situación de normalidad.

Conclusión

Estos comentarios acercan el pensamiento de Keynes, Röpke y Hayek, con el único objetivo de mostrar que ninguno representa los extremos con los que muchas veces se los identifica. Resulta fundamental, sin embargo, señalar -como lo hace Resico– que Röpke -al igual que Hayek– realizó una valoración crítica del pensamiento de Keynes, “en el que destacaba una generalización errónea del principio de la ‘demanda efectiva’”, esto es, el conocido modelo keynesiano de demanda agregada. Más precisamente Röpke se separaba de la propuesta keynesiana de pleno empleo, el que representó un manejo activo de la política económica de coyuntura, otorgándole un sesgo inflacionista y de control cada vez más amplio sobre el sistema económico, aspecto que se replica en Hayek. En otras palabras, la crítica de Röpke -que desde luego compartía con Hayek- estaba destinada a esa propuesta de manejar científicamente las variables monetarias, controlando la cantidad de dinero en circulación, los tipos de interés, el tipo de cambio, y mediante ellos, determinar el nivel de empleo y la tasa de crecimiento económico. Esta “fatal arrogancia” que hoy sostienen muchos economistas, de querer manejar la economía como si fuera un automóvil, mediante unos cuantos controles en un tablero, es el error fatal que Keynes introdujo y del cual necesariamente debemos distanciar tanto a Röpke como a Hayek. Después de todo, como ha señalado Garrison, “Keynes [en parte] fue un keynesiano”.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Opinión: Votar no brinda autonomía

Por Ezequiel Gastón Spector: Publicado el 23/11/13 en http://www.hacer.org/latam/?p=32924

La democracia (que incluye el método de elección popular sobre ciertos asuntos) ha demostrado ser un sistema con innumerables virtudes: garantiza un control del pueblo al Estado, dificulta los abusos de poder y somete a los funcionarios públicos a renovaciones periódicas, entre muchos otros aspectos positivos. No obstante, hay quienes defienden los métodos de control popular argumentando que, al participar todos de una elección, todos somos más libres, o tenemos mayor autonomía. A modo de ejemplo, la idea es que, si todos podemos votar sobre si se aplica o no la medida X, y finalmente la gran mayoría vota que se aplique, todos habremos tenido poder de decisión y habremos ganado en autonomía.

Una crítica a este razonamiento es que, por más que alguien haya participado en esa elección, si formó parte de la minoría, realmente no decidió nada, y no tuvo autonomía. Esta crítica es obvia, y no es la que me interesa desarrollar. Por ello, modificaré el ejemplo, e imaginaré que, en la votación sobre si la medida X se aplica, no hay minoría: todos votan que la medida X se aplique. La pregunta que debe formularse, entonces, es la siguiente: ¿Es verdad que todos decidieron y, por lo tanto, que todos ganaron en libertad de elección? Mi tesis es la siguiente: en esta votación, el grupo decidió, pero de ello no se sigue que cada uno de los miembros de este grupo (los votantes) haya decidido. Afirmar lo contrario es incurrir en lo que se conoce como una “falacia de división”.

La falacia de división consiste en afirmar que, porque un grupo tiene una característica, cada parte del grupo tiene la misma característica; por ejemplo: “El auto es pesado. Por lo tanto, cada parte del auto es pesada”; o “El edificio es alto. Por lo tanto, cada uno de sus pisos es alto”.

Si todos votaron que la medida X se aplique, puede decirse que el grupo decidió, pero cada uno de los votantes (incluyendo usted) no decidió nada, de modo que no tuvo libertad de elección. Usted pudo haber votado, como el resto de los votantes, que la medida X se aplique. Es más, el resultado final pudo haber coincidido con lo que usted deseaba (deseo que usted plasmó en el voto), pero usted no decidió nada (y cada uno del resto de los votantes tampoco). ¿Cómo sabemos que usted no decidió nada? Preguntémonos si la decisión habría cambiado si usted hubiera votado algo diferente. La respuesta es “no”. A diferencia de lo que muchos piensan, realmente las votaciones no otorgan libertad. La razón es simple: el voto de cada uno no es decisivo.

La libertad de elección se da cuando el voto de cada persona sí es decisivo. Esta idea suena rara, pero es bastante familiar: cuando cada persona puede decidir qué hacer con su vida y con sus bienes adquiridos pacíficamente; cuando nadie le dice qué leer, escuchar, consumir, vender, comprar ni a qué precio, el voto de cada persona es efectivamente decisivo, y lo es con respecto a lo más valioso que tiene un ser humano: su propia vida. Quien realmente confía en las personas, entonces, debería dejarlas perseguir sus propios proyectos y planes de vida, advertir que éste es un derecho constitucional, y que ninguna votación circunstancial puede violarlo. Cuando usted inicia un emprendimiento privado sin que el Estado lo ahogue con regulaciones innecesarias e impuestos altísimos, tiene autonomía. Cuando usted decide qué estudiar y leer, sin temor a represalias del aparato estatal, usted tiene autonomía. Cuando a usted se le dice: “Venga, vamos a votar y decidir si la gente tiene todos esos derechos”, la autonomía la perdió.

Una objeción usual a mi línea de razonamiento es que es demasiado individualista. Y esta crítica en general confunde dos sentidos diferentes de la palabra “individualista”. Si por “individualista” se entiende “egoísta”, la idea que defiendo no es individualista: la libertad de elección sobre la propia vida sin dañar a terceros es neutral respecto del egoísmo y el altruismo. Haciendo uso de la libertad, la gente puede ayudar a los demás, iniciar emprendimientos conjuntos y hasta reunirse con quienes uno desea para llevar a cabo un estilo de vida colectivista. Sin embargo, la idea que defiendo es individualista, si se entiende ello como lo contrario a la idea colectivista de que el grupo es más importante que cada uno de los individuos.

Ezequiel Spector es Doctorando en Filosofía del Derecho por la Universidad de Buenos Aires y Profesor de Derecho y Filosofía en la Universidad Di Tella. Fue Becario Doctoral en The University of Arizona y en la Universidad Carlos III de Madrid. Es profesor de Filosofía I en ESEADE.

SOBRE LA PATRIA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

En esta instancia del proceso de evolución cultural, la idea de nación es solo para evitar los inmensos riesgos de la concentración de poder que significaría un gobierno universal. En sociedades abiertas, el fraccionamiento ayuda a preservar los derechos individuales con cierta competencia entre países y, a su vez, cada uno subdivide internamente las jurisdicciones en provincias y éstas, a su turno, en municipios. Un gobierno universal no cuenta con la dispersión del poder y, por tanto, no permite fraccionarlo y no hay escapatoria posible frente a un aparato estatal único que abarque el planeta.

Entonces, ese es el único sentido de las fronteras que son consecuencia de accidentes geológicos y, sobre todo, de acciones bélicas. No hay en ello nada natural. Los idiomas no separan a los países puesto que hay muchos que contienen diversas lenguas y dialectos, como Canadá, Suiza y España. No son fruto de las llamadas “razas” puesto que tal cosa no existe como, entre muchos otros, explica Spencer Wells (recordemos la noción idiota que desconoce que el judaísmo es una religión, por ello es que en los campos de concentración de los criminales nazis había que rapar y tatuar a los prisioneros para distinguirlos de sus captores) y que los rasgos físicos son circunstanciales y se modifican con la ubicación geográfica y que los grupos sanguíneos son cuatro para toda la humanidad.

Innumerables son los mestizajes entre las personas y los movimientos migratorios son permanentes lo cual, como especialmente apuntan Mario Vargas Llosa, Thomas Sowell y Juan José Sebreli, convierte a la cultura en algo cambiante y evolutivo en cuyo contexto hay un constante intercambio de hábitos, costumbres, vestimentas, comidas, arquitecturas, músicas que a veces se toman como propias sin percibir que son el resultado de largos procesos de entregas y recibimientos que, a su vez, generan nuevos resultados.

Es por ello que las pretensiones de establecer culturas alambradas constituyen una de las manifestaciones más claras y rotundas del espíritu cavernario. De todos modos, conciente o inconcientemente, persiste en ciertos círculos manifestaciones de nacionalismo a través de la expresión “patria” que tomada literalmente significa “tierra de los padres”, lo cual revela un afecto natural por el terruño, por los lugares donde vivieron nuestros mayores, incluso por los tiernos recuerdos que suscitan los olores, los ruidos e infinitas imágenes de nuestros barrios (lo cual para nada autoriza a descalificar a quienes abandonan sus lugares de nacimiento en busca de otros horizontes tal como lo han hecho la mayor parte de nuestros antepasados).

Pero el uso habitual y más generalizado de patria se extiende a conceptos distintos que abarcan territorios vastos y extendidos que hacen que se hable del amor global a tal o cual país  que es similar a sostener que se ama a tal o cual latitud geográfica o isobara o tal o cual hemisferio o que se ama a tal o cual estrella en el firmamento. Este concepto extendido lamentablemente no se refiere al respeto a los derechos individuales sino que se circunscribe a un instinto territorial y a una equivocada acepción de la soberanía que, como nos dice Bertand de Jouvenel, en lugar de aplicarla a cada individuo se la vincula a manifestaciones diversas de los aparatos estatales.

Más aun, como escribe Juan Bautista Alberdi “El entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de la libertad” o como concluye Esteban Echeverría “la patria no es la tierra sino la libertad, el que se queda sin libertad se queda sin patria”. Desafortunadamente, las ideas contrarias son frecuentemente inculcadas a los niños, puesto que desde la más tierna infancia se los obliga a cantar himnos guerreros, a marchar, a uniformarse, a no discutir con ninguna autoridad y a estudiar historia en términos de municiones y pertrechos de guerra. Por ese lavado de cerebro que forma autómatas es que hoy cuesta tanto a muchos adultos sacarse de la cabeza la idea de patria en el sentido de limitarse a la reverencia a pedazos de tierra, lo cual se estima debe “protegerse” del extranjero y del intercambio libre de bienes y servicios que “invaden” cual tropas de ocupación (me referí detenidamente a esto en mi largo ensayo publicado hace un tiempo en una revista académica chilena, titulado “Nacionalismo: cultura de la incultura”).

Se quiera o no, estos dislates nacionalistas, tarde o temprano conducen a la demanda por líderes mesiánicos. Tomemos el caso de Franco a título de ejemplo. Luego del final desafortunado de Manuel Azaña y las muy sospechosas muertes de los generales conservadores Sanjurjo y del Llano, comenzó lo que Segundo V. Linares Quintana denomina “el Estado paternalista español” que “se inspira visiblemente en la línea ideológica del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán”. En este sentido, es de interés prestar atención a lo escrito por Luis del Valle Pascual, profesor de derecho constitucional que adhería al régimen, quien referido al franquismo consignaba que: “en el Estado nuevo, el pueblo político deposita, como hemos dicho, su confianza plena en un jefe y éste es el que desarrollará con actos decisionales y normas coactivas las exigencia más profundas de la comunidad nacional […] su voluntad será la voluntad de la comunidad misma. El jefe es así, no solo el supremo conductor, sino el intérprete y definidor de la voluntad nacional. Y mientras cuente con la voluntad plebiscitaria, como se afirma del führer en Alemania, podrá decirse que tiene siempre razón. El simboliza la realidad más profunda de la dirección nacional. Indiscutiblemente aparece como el órgano supremo del destino de la comunidad”.

Todos los personeros del régimen y “el generalísmo” usaban y abusaban de la idea de patria en el contexto de un poder sustentado en la tenebrosa combinación entre la religión y la espada, basado en el autoritarismo y en la judeofobia tal como lo prueban los textos escolares obligatorios de la época. Por ejemplo, en Historia del imperio español y de la hispanidad de Feliciano Cereda se lee sobre “el carácter judío, su actuación hipócrita y sus tendencias sociales que tantas veces han llevado a España a la ruina” y en Así quiero ser, el niño del nuevo Estado presentado por Hijos de Santiago Rodríguez se dice que “Nosotros, los subordinados, no tenemos más misión que obedecer. Debemos obedecer sin discutir […] Los españoles tenemos la obligación de acostumbrarnos a la santa obediencia”. Paul Preston en su célebre obra Franco, caudillo de España concluye que “Fue un dictador brutal y eficaz que resistió treinta y seis años en el poder y que le indujo a creer en las idas más banales” del mismo modo escribe  Salvador de Madariaga en España. Ensayo sobre historia contemporánea que “en lo único que piensa Franco es en Franco […] a fin de que el navío de su dictadura se mantenga a flote”.

Por todo esto es que podemos suscribir con gran beneplácito lo dicho por Demócrito en cuanto a que “la patria del sabio es el mundo entero” o lo escrito por Borges en el sentido de que “vendrán otros tiempos en los que seremos cosmopolitas como querían los estoicos” o lo dicho por Fernando Savater que “cuanto más insignificante se es en lo personal, más razones se buscan de exaltación en lo patriótico” o finalmente (para no cargar de citas) lo asentado por Lord Acton: “la teoría de la nacionalidad es más absurda y más criminal que la teoría del socialismo”.

En otros términos, los cánticos patrióticos -patrioteros en nuestra línea argumental- no ayudan a fortalecer la noción vital de las autonomías individuales y son hipócritas en cuanto a que declaman eso de “toma mi mano hermano” a menos que se trate de extranjeros los cuales, como queda dicho, son sospechosos de “invadir” territorios con sus personas y con sus bienes y servicios contra los cuales hay que “defenderse”. El espíritu cosmopolita y el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros (de todos) resulta el aspecto medular de la buena educación, lo cual constituye la columna vertebral de la convivencia pacífica y comprender que todos somos distintos con lo que las generalizaciones son del todo inconducentes. En este último sentido, tengamos presente la respuesta de Chesterton cuando le preguntaron que opinaba de los franceses: “no se porque no los conozco a todos”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.