Un lenguaje inclusivo que divide

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 24/10/2en: https://www.infobae.com/opinion/2020/10/24/un-lenguaje-inclusivo-que-en-realidad-divide/

Hasta la irrupción de esta moda el idioma común era un puente de unión

Un lenguaje inclusivo que divide - Infobae
Mario Vargas LLosa y Nati Mistral

Los diccionarios son libros de historia que mutan con el tiempo según sean las utilizaciones del lenguaje, un instrumento esencial en primer término para pensar y en segundo lugar para la comunicación. Como se ha consignado en el prefacio a la obra del célebre profesor de la Universidad de París Joseph Vendryes titulada El lenguaje. Introducción lingüística a la historia, el lenguaje marca “el fin de la historia zoológica y el principio de la historia humana”. También el extraordinario lingüista Noam Chomsky (tan lejos de la tradición de pensamiento liberal) que “la lengua constituye una manifestación clave de la mente distinta de la estructura material del hombre” y Michael Polanyi, el gran profesor de la Universidad de Oxford, destaca que “la era pre-verbal estaba rodeada de una gran oscuridad”.

Como ha señalado Mario Vargas Llosa “el lenguaje inclusivo es una aberración” y Arturo Pérez-Reverte concluye que “el lenguaje inclusivo es una estupidez”. Esto por forzar las cosas, desnaturalizar el lenguaje y pretender la imposición de un discurso a contramano de los usos corrientes. Incluso hay gobernantes que se han dirigido a sus audiencias como “millones y millonas”, como “miembros y miembras” como “portavoces” y “portavosas” y demás dislates. En este curioso y primitivo lenguaje solo falta que se sustituya el no por na o ne “para no ser machista” o la sandez de referirse a la delincuenta, la narcotraficanta y para no ofender a los varones aludir al poeto. También Ricardo Güiraldes debió hacer figurar a su conocido personaje como Segunde Sombre y, en esta misma línea argumental referirse a los “gauches” y nuestro himno, entre otras cosas, debería incluir “el grite sagrade”. Y antes que nada la parla debiera ser “lenguaje inclusive” para eventualmente “evitar cierta reminiscencia machista”.

Hay por una parte el principio de economía del lenguaje para no extenderse innecesariamente, por ejemplo, en “los y las estudiantes” y equivalentes que revelan un gusto desmedido por las redundancias. Por otra parte, hay sustantivos que indican sexo (perro/perra) y otros que no lo indican (periodista, persona). Muchas palabras terminan en la letra a que son asexuadas (alegría, día, dogma, silla, casa,) y otros de la misma naturaleza que terminan en la letra o (cuaderno, libido, mano, odio, puerto).

El lenguaje inclusivo como parte de lo “políticamente correcto” desconoce la gramática como estructuras de la lengua, la semántica como significados, la sintaxis como formas de combinar palabras y hasta la fonética debido a sonidos inapropiados en el uso de los términos y a veces la misma prosodia puesto que la puntuación suele ser incorrecta en estos textos.

El concepto clave en la genuina inclusión es el respeto lo cual constituye precisamente el alma del liberalismo, sin embargo, aparentemente los que pretenden imponer el llamado lenguaje inclusivo excluyen malamente a los que no adhieren y revelan visos autoritarios. Hasta la irrupción de esta moda el lenguaje incluía a todos pero hoy divide.

Lo que les ocurre a quienes insisten en el denominado lenguaje inclusivo es que, por un lado y fuera ya del lenguaje, no comprenden lo que implica la discriminación y, por otro, no entienden el valioso feminismo original. He escrito sobre ambos conceptos pero se hace necesario reiterar aunque más no sea de un modo resumido y telegráfico sobre las dos expresiones.

Según el diccionario, discriminar quiere decir diferenciar y discernir. No hay acción humana que no discrimine: la comida que elegimos engullir, los amigos con que compartiremos reuniones, el periódico que leemos, la asociación a la que pertenecemos, las librerías que visitamos, la marca del automóvil que usamos, el tipo de casa en la que habitamos, con quién contraemos nupcias, a qué universidad asistimos, con qué jabón nos lavamos las manos, qué trabajo nos atrae más, quiénes serán nuestros socios, a qué religión adherimos (o a ninguna), qué arreglos contractuales aprobamos y qué mermelada les ponemos a las tostadas. Sin discriminación no hay acción posible. El que es indiferente no actúa. Entonces la acción es preferencia, elección, diferenciación, discernimiento y, por ende, implica discriminar.

Esto debe ser nítidamente separado de la pretensión, a todas luces descabellada, de intentar el establecimiento de derechos distintos por parte del aparato estatal, que, precisamente, existe para velar por los derechos y para garantizarlos. Esta discriminación ilegítima echa por tierra la posibilidad de que cada uno maneje su vida y hacienda como le parezca adecuado, es decir, bloquea las posibilidades de que cada uno discrimine acerca de sus preferencias, lo cual debe ser respetado en una sociedad libre, siempre que no se lesionen iguales derechos de terceros. La igualdad ante la ley resulta crucial, concepto íntimamente atado a la justicia, es decir, a la propiedad, del propio cuerpo, a sus pensamientos y a sus pertenencias, en otras palabras, el “dar a cada uno lo suyo”.

Curiosamente se han invertido los papeles: se alienta la discriminación estatal con lo que no les pertenece a los gobiernos y se combate y condena la discriminación que cada uno hace con sus pertenencias. Menudo problema en el que estamos por este camino de la sinrazón, en el contexto de una libertad hoy siempre menguante.

Por otra parte, en nombre de la novel “acción positiva” (affirmative action), impone cuotas compulsivas en centros académicos y lugares de trabajo “para equilibrar los distintos componentes de la sociedad”, al efecto de obligar a que se incorporen ciertas proporciones, por ejemplo, de asiáticos, lesbianas, gordos y budistas. Esta imposición naturalmente afecta de forma negativa la excelencia académica y la calidad laboral, ya que deben seleccionarse candidatos por razones distintas a la competencia profesional, lo cual deteriora la productividad conjunta, que, a su vez, incide en el nivel de vida de toda la población, muy especialmente de los más necesitados, cuyo deterioro en los salarios repercute de modo más contundente dada su precariedad.

Por todo esto es que resulta necesario insistir una vez más en que el precepto medular de una sociedad abierta que la igualdad de derechos es ante la ley y no mediante ella, puesto que esto último significa la liquidación del derecho, es decir, la manipulación del aparato estatal para forzar pseudoderechos que siempre significa la invasión de derechos de otros, quienes, consecuentemente, se ven obligados a financiar las pretensiones de aquellos que consideran que les pertenece el fruto del trabajo ajeno.

Vivimos la era de los pre-juicios, es decir el emitir juicios sobre algo antes de conocerlo: la fobia a la discriminación de cada uno en sus asuntos personales y el apoyo incondicional a la discriminación de derechos por parte del Leviatán es, en gran medida, el resultado de la envidia, esto es, el mirar con malevolencia el bienestar ajeno, no el deseo de emular al mejor, sino que apunta a la destrucción del que sobresale por sus capacidades atacando el mérito.

Vivimos en una era en la que se discrimina lo que no debería discriminarse y no se permite discriminar lo que debe discriminarse. Por cierto, una confusión muy peligrosa. Respecto al feminismo moderno tan adicto al lenguaje inclusivo, reitero que hay dos tipos de feminismos. Uno consistente con la tradición de pensamiento liberal y su eje central de respeto recíproco; el otro, la emprende contra los derechos de las personas.

Con toda razón nos repugna y alarma la idea de la esclavitud. Nos resulta difícil aceptar que se pudiera implantar esa institución a todas luces espantosa, pero a veces se pasa por alto la esclavitud encubierta de la mujer en la época del cavernario machismo. Entristece la situación de un ser femenino que tuviera alguna ambición más allá de copular, internarse en la cocina y zurcir.

Imaginemos más contemporáneamente a la extraordinaria Sophie Scholl, objeto de burla por ser mujer y por señalar a los asesinatos del nazismo en una notable demostración de coraje al distribuir material sobre la libertad en medios universitarios del nacionalsocialismo (fue condenada a muerte, sentencia ejecutada de inmediato para que no dar lugar a defensa alguna).

Más cerca aún en el tiempo, imaginemos a la intrépida periodista Anna Politkovskaya, también vilipendiada por ser mujer y asesinada en un ascensor por denunciar la corrupción, los fraudes y el espíritu mafioso de la Rusia actual.

Pero sin llegar a estos actos de arrojo y valentía extremos, la mujer común fue tratada durante décadas y décadas como un animalito que debía ser dúctil frente a los caprichos y los desplantes de su marido, sus hermanos y todos los hombres que la rodearan. Muchas han sido vidas desperdiciadas y ultrajadas que no debían estudiar ni educarse en nada relevante para poder hundirlas más en el fango de la total indiferencia, embretadas en una rutina indigna que solamente resistían los espíritus serviles. En otro plano, debe subrayarse de modo enfático el horror de la cobardía criminal más espeluznante y canallesca de abusos y violaciones.

En realidad, dejando de lado estas últimas acciones delictivas y volviendo al denominado machismo, en algunos casos todavía se notan vestigios de trogloditas a los que no hay más que mirarles los rostros cuando hace uso de la palabra una mujer sobre temas que consideran privativos del sexo masculino. Todavía en algunas reuniones sociales se separan los sexos en ambientes distintos: unos para reflexionar sobre “temas importantes” y otro para hablar de pañales y equivalentes. Hay todavía maridos que no parecen percatarse de las inmensas ventajas que le reporta el intercambiar opiniones con sus cónyuges formado un equipo para hacer frente a todos los avatares y los andariveles de la vida. Los acomplejados sienten que pierden posiciones o son descolocados si se les diera rienda suelta a las deliberaciones del sexo femenino. En verdad son infradotados que únicamente pueden destacarse amordazando a otras.

Lo dicho para nada subestima al ama de casa, cuya misión central es nada menos que la formación de las almas de sus hijos, por cierto una tarea mucho más significativa y trascendente que la de comprar barato y vender caro, es decir, el arbitraje a que usualmente se dedican los maridos como si se tratara del descubrimiento de la piedra filosofal, en lugar de comprender que se trata de un mero medio para, precisamente, formarse y formar a sus descendientes.

La pionera en el feminismo o, en otros términos, la liberación de la mujer de la antedicha esclavitud encubierta fue Mary Wollstonecraft, una extraordinaria precursora que escribió, en 1792, A Vindication of the Rights of Women, libro en el que se leen párrafos del tenor del siguiente: “¿Quién ha decretado que el hombre es el único juez cuando la mujer comparte con él el don de la razón? Este es el tipo de argumentación que utilizan los tiranos pusilánimes de toda especie”.

Pensemos en lo que significaba escribir y publicar en esa época en medio de la más enfática condena social. A esta línea reivindicatoria adhirieron muchas figuras de muy diversa persuasión intelectual, desde las liberales Isabel Paterson, Rose Wilder Lane, Voltarine de Cleyre y Suzanne LaFollette. Destaco también el caso de Virginia Woolf, que sostenía: “No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente”.

En todo caso, esfuerzos en diversas direcciones para que se reconozca un lugar digno a las mujeres se desperdician malamente a través del inaudito “feminismo moderno”, integrado en su mayor parte por militantes resentidas, generalmente abortistas y a veces golpeadoras (como lo ocurrido en una marcha feminista en Buenos Aires con muchachos que pretendían limpiar la Catedral de inscripciones obscenas). Estas mujeres confunden autonomías individuales con la imposición de esperpentos de diversa naturaleza y cuotas en instituciones académicas y en lugares de trabajo que, como queda dicho, degradan a la mujer. La tontera ha llegado a extremos tales que se ha propuesto que la asignatura history se denomine herstory, y otras sandeces por el estilo que convierten el genérico en una afrenta, contexto en el que las nuevas feministas además consideran la función maternal como algo reprobable e indigno.

Comenzó esta tradición nefasta Anna Doyle Wheeler, quien estaba muy influenciada por Saint-Simon y mucho más adelante siguieron Clara Fraser, Emma Goldman, Donna Haraway y Sylvia Walburg, quienes aplicaron la tesis marxista de la opresión a las reivindicaciones feministas y sostienen que la propiedad privada constituye una institución que debe abolirse.

Carlos Grané, en El puño invisible, denuncia un pretendido feminismo encajado de contrabando en el arte. En este sentido escribe que “la filósofa” Luce Irigaray escribe que “La ecuación de Einstein de e = m.c2 [la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado] es machista. ¿La razón? en jerga feminista significa que la ecuación de Einstein fomenta la lógica del más rápido, lo cual responde a un típico prejuicio machista”.

Se trata de “individuas” dirían las del lenguaje inclusivo pero que son vacías interiormente, con complejo de inferioridad y espíritu totalitario. Este es el contexto en el que Nati Mistral afirmó: “Soy antifeminista porque soy muy femenina”. En resumen, como anotamos al abrir esta nota, el lenguaje sirve principalmente para pensar y luego para transmitir nuestros pensamientos por lo que fabricaciones fantasiosas impiden el adecuado pensamiento y la comunicación. No me extrañaría que si esto sigue su curso se sustituirá una de las falacias más estudiadas en lógica desde tiempo inmemorial por alguna curiosidad gramatical: me refiero a la falacia ad hominem.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La autocrítica que deberíamos hacer los liberales

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 1/2/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/02/01/la-autocritica-que-deberiamos-hacer-los-liberales/

 

Friedrich Von Hayek (1899-1992)
Friedrich Von Hayek (1899-1992)

 

En alguna oportunidad he pronunciado una conferencia sobre este tema, ahora lo retomo con nuevas observaciones y enfoques adicionales.

Hay cuatro planos en este asunto que estimo de gran interés.

En primer lugar, un interrogante clave: ¿de quién es la responsabilidad de que haya gente de buena fe, honesta intelectualmente e inteligente que quiere sinceramente el bienestar de todos pero que rechaza de plano las recetas liberales? Me parece que la conclusión inexorable es que la culpa de semejante situación recae en nosotros, los liberales.

Este fenómeno se observa de modo extendido pero muy especialmente en ciertos escritores, pintores, escultores, músicos y sacerdotes. Es llamativo pero es habitual que el problema indicado se encuentre radicado en personas que apuntan alto en el plano espiritual y creativo y que no quieren “descender a territorios con ruido a metálico”. Cuando se pronuncian sobre asuntos sociales y económicos suelen aconsejar medidas que en la práctica perjudican a los más débiles, que son los que precisamente desean proteger. Y no parece haber salida pues están empantanados en aquellas líneas argumentales.

Como queda dicho, esto se debe a que nosotros, los liberales, no somos capaces de trasmitir el mensaje adecuadamente. Y no se trata de “vender bien la idea” puesto que las ideas no se venden. La comercialización propiamente dicha no requiere para nada que se le explique al consumidor el proceso productivo por el cual se parió un dentífrico o un desodorante. Es suficiente con que se le trasmita las ventajas del uso del producto en cuestión.

Sin embargo, con las ideas la naturaleza del proceso es completamente distinta. A menos que estemos frente a un fanático que toma la idea sin fundamento alguno, el receptor demanda que se le presente la genealogía y el fundamento de lo expuesto, no simplemente el producto final. Desde luego que no es que el mensaje no deba pulirse y presentarse adecuadamente, muy por el contrario esto es muy necesario para la adecuada comprensión y aceptación por parte del interlocutor.

Y aquí viene la deficiencia. Por ejemplo, no somos suficientemente eficaces en trasmitir el concepto de que las medidas que despilfarran capital lastiman severamente a todos pero muy especialmente a los más necesitados. Como no hay de todo para todos todo el tiempo, es indispensable asignar derechos de propiedad a los efectos de su mejor uso: quienes dan en la tecla en lo que necesita el prójimo obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. Esto ocurre en mercados abiertos y competitivos y no allí donde los pseudoempresarios obtienen privilegios del poder de turno, siempre a expensas de sus semejantes.

En lugar de estarse quejando porque la gente no entiende la postura liberal, es mucho mejor preguntarse y repreguntarse por qué uno es tan inepto para trasmitir el mensaje. Y como tendemos a ser más benévolos con uno mismo que con los demás, este ejercicio nos ayuda a hacer mejor los deberes al efecto de dictar una clase mejor, escribir un ensayo, artículo o libro de mejor calidad o pronunciar una conferencia mejor fundamentada.

También en esta primera sección debe hacerse notar el desconcierto que producen algunas propuestas como, por ejemplo, en el tema jubilatorio. En lugar de apuntar a que cada uno haga lo que le de la gana con el fruto de su trabajo hay quienes sugieren achatar la pirámide para que todos reciban lo mismo independientemente de sus aportes o estirar la edad jubilatoria. Para esto último tengo una propuesta mejor: imponer la edad de 200 años para jubilarse con lo cual el atraco queda más claro.

En segundo lugar aludo a quienes consideran que para presumir de rigurosos se sienten compelidos a introducir lenguaje sibilino en sus presentaciones A veces extienden el método a doctorandos para impresionar al tribunal correspondiente. Lamentablemente no toman en cuenta lo consignado por Karl Popper en cuanto a que “la búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente, evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios». “Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales: la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”, decía.

El tercer asunto se refiere al caso argentino. Los hay quienes pretenden poner la carreta delante de los caballos y fundar un partido político liberal antes de haber dado en grado suficiente la batalla cultural, con lo cual naturalmente el fracaso es seguro. La política significa ejecutar ideas y no puede ejecutarse aquello que no se sabe en que consiste. Como ha escrito Anthony de Jasay, “no es imposible poner la carreta delante de los caballos, es poco práctico”. En el caso argentino la situación es más grave debido al peligro que se corre en la actual circunstancia por lo que el fraccionamiento y dispersión de la nueva oposición (aun con los fracasos de la gestión anterior) resta posibilidades de defender en estos momentos temas esencialísimos como la libertad de prensa y lo que queda en pie de la Justicia.

Respecto a que es interesante lo del partido político liberal pero no es el momento lo ejemplifico con lo escrito por Ortega: cuenta que frente a todo lo que decía un sacerdote que celebraba misa su monaguillo repetía “Ave María purísima”, a cierta altura el cura perdió la paciencia y le dijo a su ayudante “mira, lo que dices es interesante pero no es el momento”.

Por último pero no por ello menos importante, un capítulo sobre el que debe machacarse: muchos liberales presentan estudios de gran provecho y sofisticación pero dejan de lado los cimientos del edificio de la libertad. Es similar a que un arquitecto pretenda comenzar por el techo la construcción de una casa sin prestar atención a los cimientos. Es claro que en este caso las perspectivas de la edificación no son halagüeñas. Igual ocurre en las ciencias sociales, en este caso aludo a la necesaria explicación del libre albedrío sin lo cual la libertad se convierte en mera ficción.

En este sentido, resulta clave comprender que los humanos no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos estados de conciencia, psique o mente que se distingue del cerebro. Como apunta el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, el no estar determinados por los nexos causales inherentes a la materia permite revisar los propios juicios, contar con ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones falsas y verdaderas, asumir responsabilidades y la posibilidad de llevar a cabo juicios morales.

Sin embargo, se observa el avance del materialismo filosófico o determinismo físico (para recurrir a la terminología popperiana). Los humanos no somos loros, aun más complejos pero no loros al fin. Tenemos la capacidad de decidir entre diversas posibilidades y retractarnos. Antes he citado al premio Nobel en física Max Plank y a los filósofos John Hospers y Antony Flew, que subrayan la diferencia entre la concatenación de causas en el mundo material y los motivos en la mente humana.

En el caso argentino refleja lo dicho entre tantos ejemplos la posición del ex miembro de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, quien es abolicionista al mantener que a los delincuentes no hay que castigarlos pues no son responsables de sus actos. El silogismo es correcto si se parte de la premisa del determinismo físico, pero el problema estriba en que la premisa no se sostiene. Por su parte, no pocos de los psiquiatras son materialistas lo cual no deja de ser curioso ya que la psicología es el estudio de la psique y, sin embargo, rechazan la existencia de la psique unida pero diferente del cerebro, y así sucesivamente con otras profesiones como la economía vía el denominado neuroeconomics.

Nada se gana con detenidas elaboraciones sobre política monetaria, fiscal o laboral ni sobre la relevancia de marcos institucionales compatibles con la protección a los derechos si previamente no se ha entendido la base de la libertad.

Suelo ilustrar lo dicho con esa contradicción en los términos denominada “inteligencia artificial” puesto que la inteligencia requiere libertad de elegir (además, la etimología remite a inter-legum, esto es leer adentro, captar esencias, expresar sentimientos etc), lo cual no hacen los aparatos que solo responden a una programación previa.

Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicadas a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas […] Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Desafortunadamente es un lugar común concluir que la tecnología conspira contra el empleo sin percatarse que libera recursos humanos y materiales para atender necesidades que no podían atenderse debido a que los recursos estaban esterilizados en otros áreas. Por su lado, en este contexto, el empresario está interesado en capacitar al efecto de sacar partida de los nuevos arbitrajes.

En resumen, los liberales no solo debemos estar atentos a nuevas contribuciones en un largo peregrinaje sin término de corroboraciones provisorias abiertas a posibles refutaciones sino que debemos corregir prioridades y pulir mensajes.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Inteligencia artificial

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/12/19 en:  https://www.elpais.com.uy/opinion/columnistas/alberto-benegas-lynch/inteligencia-artificial.html

 

Telegráficamente intentaré en esta nota periodística demostrar que el título constituye una contradicción en los términos, que lo de la inteligencia artificial es un oxímoron.

 

Por una parte inteligencia deriva de inter-legum esto es leer adentro, captar significados o la esencia de lo observado cosa que la materia está imposibilitada de hacer y por otro lado y más importante aun, la inteligencia demanda capacidad de decisión, libertad, libre albedrío puesto que si está determinada por los nexos causales inherentes a la materia no hay posibilidad de elección independiente, hay programación inexorable.

 

La inteligencia del ser humano procede de que no solo se trata de kilos de protoplasma sino de psique, mente o estados de conciencia que permite revisar los propios juicios, ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, voluntad independiente, responsabilidad individual y moral. Si los humanos fuéramos aparatos programados, la libertad se tornaría en mera ficción.

 

Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano es pura materia que en ese caso no elije, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, puro materialismo filosófico.

 

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual -lo cual es propio del materialismo- naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck que en este contexto afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

 

Por su parte el lingüista Noam Chomsky señala que “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

 

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo” puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

 

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

 

Howard Robinson apunta que “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´. Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

En resumen, la tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

LA FUERZA DEL ESPÍRITU HUMANO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Un tanto redundante el título de esta nota puesto que el espíritu es necesariamente humano, pero la reiteración es deliberada ya que lamentablemente vivimos en una época del más crudo materialismo en la que se considera al hombre un aparato que se limita a kilos de protoplasma.

 

Retomo la crítica a esta visión aberrante que no otorga espacio a la psique, a la mente o a los estados de conciencia, lo cual anula la posibilidad del libre albedrío y, consecuentemente a la libertad y al sentido de lo moral ya que todo se resumiría a los nexos causales inherentes a la materia por lo que no había ideas autogeneradas, proposiciones verdaderas y falsas, razonamiento ni argumentación posible,  incluso para defender racionalmente al materialismo ya que todo lo que hacemos o decimos estaría condicionado y no decidido por la voluntad independiente.

 

Repasemos el fondo de este asunto sobre el que consigno parte de lo que he escrito antes con algunas variantes. Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano en verdad no elije, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, el antedicho materialismo filosófico en cuyo caso la libertad sería una ficción. Así escribe este filósofo de la ciencia que “si nuestras opiniones son resultado distinto del libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta”.

 

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual, lo cual es propio del materialismo, naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”. Si no se acepta la condición humana de la libre decisión, todas las demás elucubraciones en ciencias sociales carecerían de sentido puesto que las bases de sustentación desaparecerían y no existiría acción humana sino mera reacción como en las ciencias naturales.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck en este contexto. Afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

 

El matemático Alan Turing llevó a cabo un experimento en el que ubicaba a una persona en una habitación en la que se ubicaban dos terminales de computadoras, una conectada en otra habitación con otra computadora y la otra conexión a otro ordenador manejado por otra persona. A continuación, Turing solicita a la primera persona referida que formule todas las preguntas que estime pertinentes por el tiempo que demande su investigación al efecto de conocer cual es cual, de lo contrario, si no pudiera establecer la diferencia (distinguir cual es cual) concluye Turing que es una prueba que no hay diferencia con el humano en cuanto a sus cualidades de decisión.

 

Por su parte, el filósofo John Searle refuta las conclusiones de ese experimento con otro que denominó “el experimento del cuarto chino”. Este consistió en ubicar también a una persona aislada en una habitación y totalmente ignorante del idioma chino a quien se le entregó un cuento chino escrito en esa lengua y se le entrega una serie de cartones con preguntas sobre la narración del caso y otros tantos cartones con respuestas muy variadas y contradictorias a esas preguntas. Simultáneamente también se le entregan otros cartones más con códigos claros para que pueda conectar acertadamente las preguntas con las respuestas acertadas.

 

Explica Searle que de este modo el personaje de marras contesta todo satisfactoriamente sin que haya entendido chino. Lo que prueba este segundo experimento es que el sujeto en cuestión es capaz de seguir las reglas, los códigos y programas que le fueron entregados que es la manera en que la máquina del primer experimento se equipara en el sentido operativo mencionado y eventualmente con mayor rapidez (desde luego no en todos los sentidos como su incapacidad de amar, autoconciencia, decisión independiente  y equivalentes), lo cual significa mera reacción de la computadora en base a programas insertos (por nuestra parte agregamos que la persona del ejemplo actuó en el sentido que decidió seguir el programa cosa que podía haber rechazado, decisión que no puede asumir la máquina).

 

Por su parte el lingüista Noam Chomsky señala que “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

 

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso de las expresiones “inteligencia”, “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. La primera proviene de relacionar la comprensión de conceptos en base al inter legum, esto es leer adentro, captar significados. Y como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo”, del mismo modo que cuando se almacena información en un depósito no se concluye que el galpón del caso tiene una gran memoria, puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadores calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular y si se recurre a esos términos debe precisarse que “solo se hace en el mismo sentido en que se afirma que el reloj nos dice la hora”.

 

En este plano de análisis hay muchas otras metáforas que arrastran el peligro de su literalidad (los economistas estamos acostumbrados a lidiar con estos peligros). Tal es el caso de uno de los ejemplos que critica Thomas Szasz sobre lo que coloquialmente se dice brainstorming y, para el caso, brainwashing cuando estrictamente se trata de mindstorming y mindwashing. También puede agregarse el error de hacer referencia al “deficiente mental” cuando es “deficiente cerebral”. Si los humanos fuéramos solo kilos de protoplasma determinados por nexos causales inherentes a la materia, seríamos como el loro de nuestro ejemplo (claro que no físicamente sino desde la perspectiva de la inexistencia de argumentación, razonamiento y conceptualización). Sin embargo, para intentar probar la verdad de algo es  inexorable la existencia de estados de conciencia (Popper), mente (Wilder Penfield), voluntad (Roger W. Sperry) o psique (Eccles) distinta aunque estrechamente vinculada al órgano por el cual el hombre se comunica con el mundo exterior, es decir, el cerebro, tal como apunta Nicholas Rescher.

 

En la misma obra citada, Szasz subraya las inconsistencias de una parte de las neurociencias al pretender que con mapeos del cerebro se podrán leer sentimientos y pensamientos pero “el cerebro es un  órgano corporal y parte del discurso médico. La mente es un atributo personal parte del discurso moral […] equivocadamente se usan los términos mente y cerebro como se utilizan doce y una docena”.

 

También Szasz se refiere a otra metáfora peligrosa en cuanto a la mal llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción más elemental de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas.

 

Es sabido que todo lo material  de nuestro cuerpo cambia permanentemente con  el tiempo y, sin embargo, mantenemos el sentido de identidad (a menos que se haya padecido de una enfermedad o accidente que lesione partes vitales del cerebro que no permitan la interconexión mente-cuerpo).

 

Antony Flew y John Hospers precisan la diferencia entre causas y motivos. Flew escribe que “cuando hablamos de causas de un  evento puramente físico -digamos un eclipse de sol- empleamos la palabra causa para implicar al mismo tiempo necesidad física e imposibilidad física: lo que ocurrió era físicamente necesario y, dadas las circunstancias, cualquier otra cosa era físicamente imposible. Pero  este no es el caso del sentido de causa cuando se alude a la acción humana. Por ejemplo, si le doy a usted una buena causa para celebrar, no convierto el hecho en una celebración inevitable”.

 

También Hospers manifiesta que “enunciando sólo los antecedentes causales, nunca podríamos dar una conclusión suficiente: para dar cuenta de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia fines hemos de conocer sus razones y razones no son causas”.

 

Aparece una gran paradoja que, entre otros, expresa George Gilder en cuanto a que los procesos productivos de nuestra época se caracterizan por atribuirle menor importancia relativa a la materia y un mayor peso al conocimiento y, sin embargo, irrumpe con fuerza el materialismo filosófico.

 

Ludwig von Mises apunta que “Para un materialista consistente no es posible distinguir entre una acción deliberada y la vida meramente vegetativa como la de las plantas”, Murray Rothbard explica que “si nuestras ideas están determinadas, entonces no tenemos manera de revisar libremente nuestros juicio y aprender la verdad, se trate de la verdad del determinismo o de cualquier otra cosa” y Friedrich Hayek nos dice que “Todos los procesos individuales de la mente se mantendrán para siempre como fenómenos de una clase especial […] nunca seremos capaces de explicarlos enteramente en términos de las leyes físicas”.

 

Autores como Howard Robinson , John Foster, Richard Swinburne y Thomas Reid concretan su perspectiva mostrando que sus estudios se refieren a dos planos de una misma realidad humana. Una, la física o la material y, la otra, la mental o los estados de conciencia. Robinson resume este ángulo de análisis: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” y, además, “el pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe” pero lo físico es por definición lo que existe como tal (lo cual no quiere decir que todo ello pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Juan José Sanguinetti resume bien el problema al escribir en Neurociencia y filosofía del hombre que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´, pues soy yo quien saluda con calor mediante un apretón de manos. [Maxwell] Bennett y [Peter M.] Hacker [en Philosophical Foundations of Neuroscience] se lamentaron, en este sentido, de que la literatura neurocientífica acuda con demasiada frecuencia a expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´, porque atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc., simplemente no tiene sentido […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

El antes citado Eccles muestra la conexión necesaria entre el materialismo y el determinismo en La psique humana. Por su parte, Pierre Lecomte Du Noüy resume magníficamente la trascendencia y la potencia del espíritu humano y cifra sus esperanzas en que se abra paso cada vez con mayor énfasis este aspecto que estima hace a la esencia de la dignidad del hombre, entre otros en su libro titulado de modo muy ilustrativo: El provenir del espíritu.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

Pensando en Marx sobre materialismo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 27/10/17 en: https://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2017/10/27/pensando-en-marx-sobre-materialismo-por-alberto-benegas-lynch-h/

 

Días pasados estaba releyendo algunas partes del primer libro que Marx y Engels escribieron juntos publicado en 1845, La sagrada familia. Crítica de la crítica crítica (no fue una errata, es así el título) en el que aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert.

La obra contiene muchas aristas pero la que tomo en esta oportunidad es el materialismo de Marx ya puesto en evidencia en su tesis doctoral sobre Demócrito (que a veces mezcla con sus diatribas contra el judaísmo a pesar de descender de una familia rabínica, aunque su padre cambió de religión al efecto de contar con mayor número de clientes en su bufete de abogado en el contexto del régimen prusiano).

A juzgar por lo que ocurre en nuestro mundo el materialismo filosófico o, al decir de Popper, el determinismo físico aparece hoy en muy diversos campos y proviene de muy diferentes tradiciones de pensamiento: en la economía (paradójicamente en la “teoría de la decisión”), en el derecho (especialmente en la rama penal), en interpretaciones de variantes psicológicas (a pesar de que el vocablo alude a la psique), en algunos médicos (sobre todo en el campo de la neurología) y en ciertas manifestaciones de la filosofía. En otras oportunidades me he extendido en este tema que estimo crucial, ahora lo condenso. Veo también que no pocos liberales que desarrollan temas muy sofisticados y provechosos pero no se ocupan de los cimientos de esa corriente puesto que si no hay libre albedrío no habría tal cosa como libertad, con lo que se estaría construyendo sobre arena.

Sin la capacidad independiente de decisión del ser humano, no habría tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, no habrían ideas autogeneradas, no habría argumentación ni razonamiento, no habría responsabilidad individual, no tendría sentido la moral ni, como queda dicho la propia libertad. Si fuéramos solo kilos de protoplasma seríamos loros, loros complejos pero loros al fin con lo que se habrá negado la condición humana.

En la misma línea argumental, John Hicks sostiene que allí donde no existe libertad intelectual naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”. Los fenómenos físicos no son ni verdaderos ni falsos, simplemente son, para que tengan sentido las proposiciones verdaderas o falsas es necesario el juicio independiente.

Es de interés destacar la opinión de Max Plank quien escribe que en este contexto “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

Alan Turing llevó a cabo un experimento en el que ubicaba a una persona en una habitación donde se colocan dos terminales de computadoras, una conectada en la habitación contigua con otra computadora y la segunda conexión al otro ordenador manejado por una segunda persona. A continuación, Turing solicita a la primera persona referida que formule todas las preguntas que estime pertinentes por el tiempo que demande su investigación al efecto de conocer cual es cual, de lo contrario, si no pudiera establecer la diferencia (distinguir cual es cual) concluye Turing que es una prueba que no hay diferencia con el humano en cuanto a sus cualidades de decisión.

Por su parte, John Searle refuta las conclusiones de esa prueba con otra que denominó “el experimento del cuarto chino”. Consistió en ubicar también a una persona aislada en una habitación y totalmente ignorante de ese idioma a quien se le entregó un cuento escrito en esa lengua con una serie de cartones con preguntas sobre la narración del caso y otros tantos cartones con respuestas muy variadas y contradictorias. Simultáneamente también recibió otros cartones con códigos claros para que pueda conectar acertadamente las preguntas con las respuestas.

Explica Searle que de este modo el personaje de marras contesta todo satisfactoriamente sin que haya entendido chino. Lo que prueba este segundo experimento es que el sujeto en cuestión es capaz de seguir las reglas, los códigos y programas que le fueron entregados que es la manera en que la máquina del primer experimento se equipara en el sentido operativo mencionado y eventualmente con mayor rapidez (desde luego no en todos los sentidos como su incapacidad de amar, autoconciencia, decisión independiente y equivalentes, tampoco iniciar nada fuera de lo programado).

Noam Chomsky señala que “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso de las expresiones “inteligencia”, “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. La primera proviene de relacionar la comprensión de conceptos en base al inter legum, esto es leer adentro, captar significados. Y como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo”, del mismo modo que cuando se almacena información en un depósito no se concluye que el galpón del caso tiene una gran memoria, puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadores calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular y si se recurre a esos términos debe precisarse que “solo se hace en el mismo sentido en que se afirma que el reloj nos dice la hora”.

En este plano de análisis hay muchas otras metáforas que arrastran el peligro de su literalidad (los economistas estamos acostumbrados a lidiar con estos peligros). Tal es el caso de uno de los ejemplos que critica Thomas Szasz sobre lo que coloquialmente se dice brainstorming y, para el caso, brainwashing cuando estrictamente se trata de mindstorming y mindwashing. También puede incurrirse en el error de hacer referencia al “deficiente mental” cuando es “deficiente cerebral”. Sin embargo, para el intento de probar la verdad de algo es inexorable la existencia de estados de conciencia (Popper), mente (Wilder Penfield), voluntad (Roger W. Sperry) o psique (John Eccles) distinta aunque estrechamente vinculada al órgano por el cual el hombre se comunica con el mundo exterior, es decir, el cerebro (Nicholas Rescher).

En la misma obra citada, Szasz subraya las inconsistencias de una parte de las neurociencias al pretender que con mapeos del cerebro se podrán leer sentimientos y pensamientos pero “el cerebro es un órgano corporal y parte del discurso médico. La mente es un atributo personal parte del discurso moral […] equivocadamente se usan los términos mente y cerebro como se utilizan doce y una docena”. También Szasz se refiere a otra metáfora peligrosa en cuanto a la mal llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción más elemental de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas (lo cual para nada contradice la relación mente-cuerpo).

Es sabido que todo lo material de nuestro cuerpo cambia permanentemente con el tiempo y, sin embargo, mantenemos el sentido de identidad (a menos que se haya padecido de una enfermedad o accidente que lesione partes vitales del cerebro que no permitan la interconexión mente-cuerpo).

El significado del principio de incertidumbre en el plano de la física cuántica no pone en duda que en el mundo subatómico pueda existir decisión y, en consecuencia libertad, tal como han referido físicos como el propio Heisenberg , el antes citado Plank, Louis de Broglie ya que las limitaciones en las mediciones son consecuencia de los instrumentos para operar como apuntan Gerald Holton y Stephen Brush .

Antony Flew escribe que “cuando hablamos de causas de un evento puramente físico -digamos un eclipse de sol- empleamos la palabra causa para implicar al mismo tiempo necesidad física e imposibilidad física: lo que ocurrió era físicamente necesario y, dadas las circunstancias, cualquier otra cosa era físicamente imposible. Pero este no es el caso del sentido de causa cuando se alude a la acción humana. Por ejemplo, si le doy a usted una buena causa para celebrar, no convierto el hecho en una celebración inevitable”.

También John Hospers manifiesta que “enunciando sólo los antecedentes causales, nunca podríamos dar una conclusión suficiente: para dar cuenta de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia fines hemos de conocer sus razones y razones no son causas”. John Thorp ilustra la diferencia entre un acto y un proceso automático tal como ocurre “entre una decisión y un estornudo”.

Aparece una gran paradoja que, entre otros, expresa George Gilder en cuanto a que los procesos productivos de nuestra época se caracterizan por atribuirle menor importancia relativa a la materia y un mayor peso al conocimiento y, sin embargo, irrumpe con fuerza el materialismo filosófico.

Nathaniel Branden apunta que “Si el determinismo fuera cierto, ningún conocimiento resultaría posible […] incluyendo la teoría del determinismo”. Estrictamente, el pensamiento requiere libertad intelectual puesto que un proceso mecánico y necesario no permite elegir en que pensar y dejar abierto el resultado.

Por último, Thomas Nagel se pregunta sobre la consistencia de presuponer que la física lo explica todo porque “si la mente es en si misma meramente física, no puede explicarse por la ciencia física […], algo más se requiere para explicar como puede haber conciencia, seres pensantes”. Autores como Howard Robinson resumen el punto: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de precibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” y, además, “el pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe” pero lo físico es por definición lo que existe como tal (lo cual no quiere decir que pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

LA EMBESTIDA DE SARAMAGO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Es raro el caso de que no se aprenda nada de un pensador, no importa de que tradición de pensamiento provenga. Es la magia y el atractivo del indispensable alimento que provee la libertad de expresión, es la maravilla donde no hay libros prohibidos y donde no prima la cultura alambrada propia de las xenofobias.

 

José Saramago (1922-2010) era comunista y puede ubicarse en la línea de Godwin, Bakunin, Krotopkin, Prudhon y contemporáneamente de Herbert Read y Noam Chomsky: en un contexto de abolición de la propiedad privada, proponen sustituir el aparato estatal clásico por otros organismos burocráticos de mayor control en las vidas de la gente donde la antiutopía orwelliana queda chica. A raíz de la crisis del 2008 declaró en Lisboa que “Marx nunca tuvo más razón que ahora”, confundiendo un capitalismo prácticamente inexistente con sistemas altamente estatistas.

 

Por supuesto que fue un literato y no un cientista político de modo que la mencionada tradición de pensamiento no era suscripta ni conocida en su totalidad por Saramago. Fue eso sí un admirador del sistema totalitario cubano donde pronunció su célebre discurso que lleva el paradójico título de “Pensar, pensar y pensar” en el lugar en donde solo se permite el lavado de cerebro que algunos incautos denominan “educación”. Luego se desilusionó con ese sistema nefasto a raíz de uno de los sonados casos de fusilamientos de disidentes (escribió “hasta aquí he llegado”).

 

Como es de público conocimiento, Saramago escribe de modo espectacular si cabe el correlato con el buen teatro, su manejo de las letras está a la altura de los mejores escritores del planeta y, en el caso de la obra de la que nos ocuparemos, su traductora sin duda es magistral: Pilar del Río que fue su mujer a partir de 1988. Nos referimos a Ensayo sobre la lucidez, una novela extraordinaria que subraya un derecho que es habitualmente ocultado por energúmenos en el poder y sus asociados en la arena política: el voto en blanco. En última instancia no es una obra de ficción sino de realidad viviente.

 

La novela comienza en una ciudad capital donde hay elecciones municipales. Un día de lluvia torrencial por lo que los votantes se movieron “con la lentitud del caracol” pero finalmente al promediar la tarde aparecen y proceden con lo que se estima es un deber cívico. El resultado es sorprendente: el 70% vota en blanco. Las autoridades toman ese escrutinio como una ofensa grave para la democracia, una pantalla retórica que en realidad oculta sus fracasos.

 

Ante tanto desconcierto, el gobierno se ampara en la ley electoral que consigna que frente a “catástrofes naturales” en el día de la elección, ésta debe repetirse, lo cual se hizo. Hete aquí que el resultado de la segunda prueba de los comicios parió un resultado aun más sorprendente: el 83% de los habitantes de esa ciudad votó en blanco. En este último caso, los gobernantes comenzaron a declarar en público y en privado que se habían traicionado los valores de la patria y otras manifestaciones de indignación y desconcierto en los que sostenían era un atentado mortal a la nación misma.

 

En este contexto, se declara el estado de emergencia y luego el estado de sitio. Ninguno de los pobladores se pronunció antes, durante ni después del acto electoral, se produjo “un espeso muro de silencio” en torno a esta controvertida cuestión. Los burócratas enfatizaban que todo se debía a un complot inaceptable que seguramente contaba con apoyos del exterior. Incluso en una reunión del consejo de ministros se hablaba de un acto de “terrorismo puro y duro” y que, por tanto, se decidió “infiltrar” a la ciudadanía al efecto de develar la conjura y la “peste moral” del voto en blanco.

 

Más aun, la expresión “blanco” quedó relegada a la historia. Al papel blanco se le decía “hoja desprovista de color”, al mantel blanco se le decía “del color de la leche” y a los estudiantes que estaban en blanco se les decía sin subterfugios que desconocían los contenidos de la materia y así sucesivamente. Los gobernantes reconocían a regañadientes que votar en blanco es un derecho pero sostuvieron que consistía en un “uso legal abusivo” (como si un mismo acto, agregamos nosotros, pudiera ser simultáneamente conforme y contrario al derecho).

 

En un momento de desesperación el gobierno central decide en masa abandonar la ciudad con la idea de que todo se derrumbaría sin ellos y establecen sin más la capital en otro lugar del país. Pero después de algunas vacilaciones resulta que los habitantes de la ciudad se las arreglan para limpiar las calles y cuidar de la vigilancia para evitar desmanes, asaltos y violaciones.

 

También el pueblo de la capital sorprendió con marchas pacíficas llevando letreros en los que se leía “Yo voté en blanco” y consignas de tenor equivalente. El gobierno planeó contramarchas que produjeran disturbios de envergadura, acentuar los trabajos de inteligencia e incluso en un momento se sugirió implantar el estado de guerra y finalmente decide colocar una bomba con la idea de endosar la responsabilidad a los pobladores.

 

La explosión que produjo muertes y heridos, no dio el resultado esperado puesto que la gente se enteró de la verdad de lo sucedido. En el entierro, la multitud llevaba flores blancas y los hombres una cinta blanca en el brazo izquierdo.

 

Los debates, enojos, gritos y propuestas descabelladas de los funcionarios que se sucedían fueron dignas de una producción cinematográfica del ridículo. Como son estas cosas, la soberbia hace que los megalómanos pretendan rapidez en el resultado de sus órdenes muchas veces contradictorias pero los encargados de cumplirlas se chocan entre sí y generan los efectos contrarios a tan inauditos propósitos. En una de las trifulcas en el gabinete de ministros y en medio de la ofuscación,  a uno de ellos se le escapa la idea que los votos en blanco puede que sean una manifestación “de lucidez” (lo cual da el título al libro) a lo que el presidente no solo le pide la renuncia de inmediato al intrépido ministro sino que afirma categóricamente que ha visto “el rostro de la traición”.

 

El relato sigue con interrogatorios varios, los infaltables “secretos de estado” que se divulgan al instante, con estrategias, tácticas, micrófonos ocultos, con planes aquí y allá todos fallidos y al final más asesinatos de inocentes en medio de censuras a la libertad de expresión. Un triste final para una triste situación.

 

Como una nota al pie digo que la obra es de fácil y entretenida lectura, además de las lecciones que deja y de estimular el pensamiento del lector y despejar telarañas mentales. Es muy interesante la forma de construir diálogos que propone el autor y su muy sofisticado y efectivo manejo del narrador y de los tiempos. Llama la atención la admirable capacidad de escribir más de cuatrocientas páginas sin que haya un solo nombre propio (excepto el de un perro, un par de empresas y el de Humphrey Bogart pero como estilo de vestimenta). También es de notar sus valiosas disquisiciones y precisiones lingüísticas al margen del relato principal.

 

Si tuviera que instalar dos acápites a este artículo periodístico, tomaría dos frases del libro: “Es regla invariable del poder que resulta mejor cortar cabezas antes de que comiencen a pensar” y la visión optimista de que “más tarde o más pronto, y mejor más pronto que tarde, el destino siempre acaba abatiendo la soberbia”.

 

He escrito antes sobre el tema del voto en blanco que ahora parcialmente reitero, pero antes debo enfatizar que hay situaciones en las que se estima que el peligro de la alternativa es de tal magnitud que no parece haber más remedio que caer en la trampa del menos malo, siempre que no se termine idealizándolo y siempre que se tenga en cuenta que lo menos malo es de todos modos malo. Se trata de una medida desesperada al efecto de contar con más tiempo para revertir la situación con esfuerzos educativos.

 

De todos modos imagino que si hubiera una disposición que obligara a la gente a ser patrimonialmente responsable por la gestión de quien vota, se encaminaría a las urnas con más cuidado y responsabilidad y, ante discursos descabellados, rechazaría las ofertas electorales existentes votando en blanco, lo cual naturalmente forzaría a los políticos a reconsiderar sus plataformas y ser más cautelosos en la articulación de sus pronunciamientos.

 

En política no puede pretenderse nunca lo óptimo puesto que necesariamente la campaña significa un discurso compatible con la comprensión de las mayorías lo cual requiere vérselas con el común denominador y, en funciones, demanda conciliaciones y consensos para operar. Muy distinto es el cuadro de situación en el plano académico que se traduce en ideas que apuntan a lo que al momento se considera lo mejor sin componendas de ninguna naturaleza que desvirtuarían y pervertirían por completo la misión de un académico que se precie de tal ya que implica antes que nada honestidad intelectual.

 

En esta instancia del proceso de evolución cultural, el político está embretado en un plafón que le marca las posibilidades de un discurso de máxima y uno de mínima según sea capaz la opinión pública de digerir propuestas de diversa índole. El político no puede sugerir medidas que la opinión pública no entiende o no comparte. La función del intelectual es distinta: si ajusta su discurso a lo que estima requieren sus audiencias, con toda razón será considerado un impostor.

 

Ahora bien, en este contexto cuando un votante se encuentra frente a ofertas políticas que considera están fuera de mínimas condiciones morales debe ejercer su derecho a no votar o, si se encuentra en un país en el que no se reconoce ese derecho, debe votar en blanco, lo cual siempre significa que se rechazan todas las ofertas existentes al momento. Incluso, a veces el voto en blanco envía una señal más clara al rechazo que la abstención puesto que implica tomarse el trabajo de trasladarse al lugar de votación para dejar constancia del disgusto. En esta línea argumental, es como señala el título de la obra en colaboración de Leon y Hunter: None of the Above. The Lesser of Two Evils…is Evil. No cabe mirar para otro lado y eludir las responsabilidades por lo que se votó.

 

En el caso del voto en blanco, no se debe caer en el temor de ser arrastrado por el fraude estadístico allí donde se descuentan esos votos del universo y, por ende, se inflan las posiciones de los candidatos votados puesto que lo relevante es la conciencia de cada cual y votar como a uno le gustaría que votaran los demás, la suba en las posiciones relativas de los otros candidatos no modifica el hecho de rechazar las propuestos que se someten a sufragio en una situación límite de inmoralidad en la que todos los postulantes se asemejan en las políticas de fondo y solo los diferencian matices y nimiedades que son en última instancia puramente formales. En este contexto, el voto en blanco es sumamente positivo porque constituye una manera eficaz de ponerle límite a los atropellos del Leviatán.

 

Es muy fértil la embestida de Saramago contra políticos inescrupulosos y ciudadanos distraídos que intentan por todos los medios de minimizar el rol de personas que contribuyen a la mejora de las ofertas programáticas existentes.

 

El ejercicio a que nos invita Saramago en su libro hace que los políticos en cuestión no se sientan avalados y convalidados en sus fechorías y les trasmiten la vergüenza de verse rechazados e ignorados por el voto en blanco. Nada altera más a un politicastro que el voto en blanco.

 

En la situación indicada, el voto en blanco o “voto protesta” como se lo ha denominado, es fruto del hastío y hartazgo moral del ciudadano pero es un voto de confianza y esperanza en un futuro que se considera es posible cambiar, frente a los apáticos e indiferentes que votan a sabiendas a candidatos con propuestas malsanas. En este sentido, el voto en blanco es un voto optimista que contrasta con la desidia de quienes ejercen su derecho por candidatos que saben son perjudiciales.

 

No solo cabe abandonar el voto el blanco cuando se está en la situación de extremo peligro que mencionamos más arriba, sino cuando coincide con la expresa instrucción de proceder a votar en blanco por parte de alguna línea política con la que no se coincide  puesto, en ese caso, el resultado será muy pastoso.

 

Es indispensable que cada uno asuma su deber de contribuir a engrosar espacios de libertad puesto que se trata -nada más y nada menos- de la condición humana. El descuido de esa obligación moral personalísima nos recuerda (y alerta mientras estemos a tiempo) que Arnold Toynbee sostuvo que el epitafio del Imperio Romano diría “demasiado tarde”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.