Un libro indispensable para nuestro tiempo

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 1/10/2en: https://www.infobae.com/opinion/2022/10/01/un-libro-indispensable-para-nuestro-tiempo/

Obras como “En defensa de la propiedad”, de Gottfried Dietze, exigen ser leídas y estudiadas una y otra vez si es que se desea entender lo que viene ocurriendo en el llamado mundo libre

Gottfried-Dietze

Gottfried-Dietze

Antes de entrar en materia abro esta nota periodística con una muy atinada reflexión que se vincula estrechamente a lo que vamos a comentar a continuación. Se trata de Niall Ferguson en su monumental obra titulada CivilizationThe West and the Rest: “Algunas personas cometen el error de utilizar la idea de la democracia por lo que imaginan que cualquier país la pude adoptar simplemente por llamar a elecciones. En realidad, la democracia es el coronamiento de un edificio que tiene su fundamento en el estado de derecho, para ser preciso en la santidad de la libertad individual y la seguridad del derecho de propiedad privada.”

De más está decir que muchos son los libros que resplandecen en las bibliotecas cuya influencia perdura por generaciones y generaciones, pero hay obras como las del profesor Gottfried Dietze que exigen ser leídas y estudiadas una y otra vez si es que se desea entender lo que viene ocurriendo en el llamado mundo libre.

Dietze obtuvo tres doctorados: uno en derecho en la Universidad de Heidelberg, otro en ciencia política de Princeton y el tercero en ciencia jurídica en la de Virginia. Enseñó durante décadas en la Universidad Johns Hopkins. Su triada más difundida está compuesta por Amercia´s Political Dilemma. From Limited to Unlimited Democracy, The Federalist. A Classic on Federalism and Free Government y In Defense of Property, libro éste último traducido al castellano y publicado por mi padre en Buenos Aires hace ya más de cuarenta años, con el título de En defensa de la propiedad, obra que tuvo notable difusión en Argentina (la tradujo mi padre al castellano). Antes he escrito sobre otra de las obras de este autor pero ahora me concentraré en la última de las mencionadas.

Lo conocí al profesor Dietze con motivo de mi conferencia en la reunión anual de la Foundation for Economic Education en New York, en mayo de 1981, y luego tuve la ocasión de escucharlo personalmente con motivo de su visita a ESEADE. Ahora dedico estas líneas a escribir sobre el último de los libros mencionados de Gottfried Dietze con lo cual no pretendo hacer del todo justicia en este resumen pero sí llamar la atención sobre este libro.

Antes de esto hago una breve introducción bifronte. Por un lado consigno que la existencia de la institución de la propiedad privada se debe a la escasez de bienes en relación a las necesidades que hay por ellos. Si estuviéramos en un mundo sobreabundante donde habría de todo para todos todo el tiempo no será necesaria aquella institución ya que con solo estirar la mano se obtendría lo necesario. Pero como la naturaleza de las cosas no es así y no pueden simultáneamente utilizarse los mismos bienes (sean de consumo o de factores de producción) deben asignarse derechos de propiedad (el origen está explicado por la secuencia Locke-Nozick-Kirzner) y a partir de allí cada uno debe servir al prójimo para incrementar su patrimonio y si no lo logra incurre en quebrantos.

En el segundo punto reiteramos que sin propiedad privada no hay precios ya que estos surgen como consecuencia de arreglos contractuales en los que se ponen en evidencia las respectivas valorizaciones (si el Leviatán pretende controlar precios, estos se convierten en simples números sin relevancia ya que no reflejan las antedichas valorizaciones). Pues bien, en la media en que se debilite la propiedad privada (para no decir nada si se la elimina) los precios dejan de expresar las apreciaciones de cada bien o servicio con lo que se dificulta (o se imposibilita según el grado de entrometimiento de los aparatos estatales) la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo económico en general.

Como es sabido carece de sentido sostener que se procederá en tal o cual dirección “según marquen las razones técnicas” puesto que de nada sirven si no se las pondera por los precios. Por eso es que he ilustrado tantas veces este dilema diciendo que donde no hay precios no se sabe si conviene construir carreteras con oro o con asfalto.

Vamos ahora muy sucintamente a la obra de Dietze con comentarios “a vuelo de pájaro”. Comienza su trabajo con un largo desarrollo de la idea natural de la propiedad en las plantas que necesitan de territorio para subsistir, los animales que reconocen su lugar y las comunidades primitivas en un proceso de prueba y error los condujo a la necesitad de la propiedad para evitar “la tragedia de los comunes” tal como señaló Aristóteles en contraposición a la idea de Platón, lo cual fue reafirmado en Grecia y, sobre todo, en Roma.

El autor muestra las influencias decisivas de Cicerón, Hugo Grotius, Pufendorf, la escolástica tardía, Sidney, Locke, la Escuela Escocesa y todos sus múltiples derivados contemporáneos y también las tendencias contrarias a la propiedad del tipo de las de Rousseau (en su trabajo de 1755, aunque después se haya retractado parcialmente, pero manteniendo su idea de la democracia ilimitada), Hans Kelsen, Marx y sus muchos imitadores con versiones enmascaradas con versiones más suavizadas pero en el fondo más contundentes (tipo Keynes).

Se detiene a subrayar un aspecto crucial: el error de santificar las llamadas “libertades civiles” (por ejemplo, votar) como independientes de las libertades económicas como si la propiedad privada no fuera la libertad civil por antonomasia, es decir, el sostén de la civilización (de donde proviene la expresión “civil”). Como he marcado en otra ocasión resulta por lo menos curioso que se adhiera al las libertades políticas, es decir el continente, y se reniega de las posibilidades de cada uno a hacer lo que estime pertinente con los propio, es decir, el contenido.

Se lamenta que se haya arraigado la expresión “libertad negativa” con las consiguientes connotaciones, para aludir a la libertad en el contexto de las relaciones sociales, a saber, la ausencia de coacción por parte de otros hombres, cuando, en verdad, esa libertad genera efectos positivos.

Se explaya en el origen de los parlamentos como administradores de las finanzas del rey o el emperador y no como legisladores, puesto que esta función estaba en manos de árbitros-jueces en competencia para descubrir el derecho y no con la pretensión de diseño o ingeniería social. Además, en este contexto, refleja la evolución histórica de los parlamentarios como dique de contención a las inclinaciones de los gobernantes a aumentar impuestos.

En definitiva, los “juicios de manifestación” de los fueros españoles (antes que el habeas corpus inglés), la Carta Magna, la Petición de Derechos, la Declaración de la Independencia estadounidense y su Constitución, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (antes de la contrarrevolución francesa), las Cortes de Cádiz y todas las constituciones que se basaron en estos pilares, fueron elaborados en torno al derecho de propiedad junto al derecho de resistencia cuando el poder despótico se torna irresistible.

Luego de muchas otras consideraciones, concluye Dietze revelando su preocupación por la declinación del respeto a la propiedad en el baluarte del mundo libre: Estados Unidos (la primera edición de su libro es de 1963), lo cual comenzó ya en la época de Woodrow Wilson con “la revolución del año 13″ con la implantación del impuesto progresivo y el establecimiento de la banca central que requirieron dos enmiendas constitucionales y siguió con el denominado “New Deal” para continuar en una senda regresiva hasta nuestro días.

Termina su libro afirmando que “hemos perdido el sentido de la importancia de la propiedad”. Y agrega: “La relevancia de la propiedad de logró a través de sucesivas luchas y ahora se observa su continuo recorte y limitaciones. Ya que esta situación ocurrió en el seno de lo que se reconoce como “democracia”, la cuestión surge en cuanto a preguntarnos si esa forma de gobierno [la democracia ilimitada] no ha perdido legitimidad puesto que ha destruido los pilares de la civilización, es decir, la propiedad privada”.

Sin duda que Gottfried Dietze suscribe plenamente el ideal democrático (tal como lo pone una y otra vez de manifiesto en otra de sus ya referidas obras: America´s Political Dilemma. From Limited to Unlimited Democracy), pero describe como ese ideal a degenerado en su contrario. En esta instancia del proceso de evolución cultural, urgentemente se requiere pensar en nuevos límites para el Leviatán si es que se perciben las ventajas insustituibles en de la propiedad privada que está siendo corroída por mayorías sin freno, lo cual comenzó en nuestra era con el gobierno criminal de Adolf Hitler.

En otras oportunidades nos hemos referido en detalle a algunas de las propuestas realizadas para limitar el poder al efecto de mantenerse en el ideal democrático, propuestas realizadas por Hayek, Leoni y las que han pasado inadvertidas formuladas por Montesquieu y las expuestas por Randolph y Gerry en la Convención Constituyente estadounidense. Si estas sugerencias no fueran aceptadas, hay que pensar en otras, puesto que de lo contrario los aparatos estatales desbocados terminarán con la sociedad abierta.

Finalmente es del caso citar la fenomenal contribución de Ludwig von Mises en 1920 respecto a la imposibilidad de cálculo económico en el sistema socialista puesto que al no haber propiedad (recordemos que Marx y Engels concluyeron en 1848 que toda su filosofía “puede resumirse en la abolición de la propiedad privada”). Al no existir propiedad privada no hay precios ya que estos son el resultado de transacciones sobre derechos de propiedad. A su vez, al no tener lugar los precios no hay manera de saber que reglón es rentable y cuál no lo es. En otros términos, no existe tal cosa como la economía socialista puesto que no resulta posible economizar. Como muchas veces he ilustrado en ese contexto no se sabe si conviene fabricar caminos con asfalto o con oro y si alguien denuncia el derroche de hacerlo con el metal aurífero es porque recordó los precios relativos antes de la socialización de la propiedad. En esta línea argumental es también del caso tener presente lo que en ciencias políticas se conoce como la tragedia de los comunes, es decir, lo que es de todos no es de nadie. Este análisis bifronte es está presente en el estudio de Dietze que hemos comentado telegráficamente.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La historia del liberalismo en diez capítulos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/28/la-historia-del-liberalismo-en-diez-capitulos/

 

A raíz de la Constitución de Cádiz de 1812 es que se usó por primera vez como sustantivo la expresión “liberal” y a los que se opusieron les endilgaron el epíteto de “serviles”, una carta constitucional que sirvió de antecedente para algunas que incorporaron igual tradición de pensamiento, entre otras, la argentina de 1853. Hasta ese momento el término liberal era utilizado en general como adjetivo, esto es, para referirse a un acto generoso y desprendido. Adam Smith empleó el vocablo en 1776 pero, como se ha observado, no en carácter de bautismo oficial como el referido sino como algo accidental de la pluma y al pasar aludiendo muy al margen a un “sistema liberal”.

Aquel documento, a contracorriente de todo lo ocurrido en la España de entonces, proponía severas limitaciones al poder y protegía derechos clave como la propiedad privada. En lo único que se apartaba radicalmente del espíritu liberal era en materia religiosa puesto que en su doceavo artículo se pronunciaba por la religión católica como “única verdadera” y con la prohibición de “el ejercicio de cualquier otra”, con lo cual proseguía con el autoritarismo español en esta materia desde que fueron expulsados y perseguidos los musulmanes de ese territorio que tanto bien habían realizado durante ocho siglos en materia de tolerancia religiosa, filosofía, arquitectura, medicina, música, agricultura, economía y derecho.

De cualquier manera la mencionada sustantivación del adjetivo abrió las puertas a una perspectiva diferente en línea con la iniciada por la anterior revolución estadounidense que dicho sea de paso afirmaba lo que se denominó “la doctrina de la muralla”, es decir, la separación tajante entre la las Iglesias y el poder político. Aquella perspectiva liberal española estuvo alimentada por pensadores que constituyeron la segunda versión de la Escuela de Salamanca (más adelante nos referiremos a la primera, conocida como la Escolástica Tardía). Jovellanos -si bien murió poco antes de promulgada la Constitución del 12- tuvo una influencia decisiva: fundó en Madrid la Sociedad Económica y tradujo textos del antes mencionado Adam Smith, Ferguson, Paine y Locke.

Decimos que esta reseña se fabrica como decálogo porque estimamos que la historia del liberalismo puede dividirse en diez capítulos aunque no todos signifiquen tiempos distintos ya que hay procesos intelectuales que ocurren en paralelo.

Pero antes de esta reseña telegráfica a vuelo de pájaro, es de interés subrayar una triada que conforma aspectos muy relevantes a nuestro propósito. En primer lugar, un sabio consejo de Henry Hazlitt en su primer libro publicado cuando el autor tenía 21 años, en 1916, reeditado en 1969 con un epílogo y algunos retoques de forma, titulado Thinking as a Science en el que subraya los métodos y la importancia de ejercitarse en pensar con rigor y espíritu crítico en lo que se estudia al efecto de arribar a conclusiones con criterio independiente.

En segundo término, es del caso recordar que el liberalismo está siempre en ebullición, no admite la posibilidad de llegar a metas definitivas sino de comprender que el conocimiento está compuesto de corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones para, en un contexto evolutivo, captar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que estamos envueltos.

Por último, es necesario subrayar que los liberales no somos una manada por lo que detestamos el pensamiento único y, por ende, en su seno hay variantes y debates muy fértiles puesto que no hay tal cosa como popes que dictaminan que debe y que no debe exponerse o con quien relacionarse.

Hecha esta introducción veamos los diez capítulos principales de la tradición de pensamiento liberal, de más está decir sin la pretensión absurda de mencionar a todos quienes han contribuido a esta rica corriente intelectual lo cual demandaría una enciclopedia y no una nota periodística.

Primero Sócrates, quien remarcó la idea de la libertad y las consecuentes autonomías individuales. Hijo de un escultor y una partera por eso decía que su inclinación siempre fue la de “parir ideas” y de “esculpir en el alma de las personas en lugar de hacerlo en el mármol”. Su muerte constituyó una muestra cabal de la degradación de la idea de la democracia: las votaciones para su exterminación fueron de 281 contra 275: por una mayoría de 6 votos se condenó a muerte a un filósofo de setenta años por defender valores universales de justicia.

En sus diálogos insistía en la importancia de sabernos ignorantes y de someter los problemas a la duda y a la confrontación de teorías rivales, en que un buen maestro induce y estimula las potencialidades de cada uno en busca de la excelencia (areté), crear curiosidades, fomentar el debate abierto y mostrar el camino para el cultivo del pensamiento a través de preguntas (la mayéutica) que abren las puertas al descubrimiento de órdenes preexistentes. En este contexto, el relativismo epistemológico es severamente condenado como un grave obstáculo al conocimiento de la verdad. También que el alma (psyké) como la facultad de adquirir conocimiento y la virtud como salud del intelecto (“la virtud es el conocimiento” era su fórmula preferida) y la desconfianza al poder y la prelación del espíritu libre.

Segundo, el derecho romano y el common law inglés como un proceso de descubrimiento y no de ingeniería social o diseño en el contexto de puntos de referencia o mojones extramuros de la norma positiva.

Tercero, la antes mencionada Escolástica Tardía del siglo XVI que se desarrolló principalmente en la Universidad de Salamanca, precursores agraciados de los valores y principios de la libertad económica y jurídica. Sus expositores más eminentes fueron Juan de Mariana, Luis de Molina, Domingo de Soto, Francisco de Vitoria, Tomás de Marcado, Luis Saravia de la Calle y Diego Covarrubias.

Cuarto, Algernon Sidney y John Locke en lo que respecta al origen de los derechos, especialmente el de propiedad, el derecho a la resistencia a la opresión y la consecuente limitación al poder político, temas complementados en el siglo siguiente con una mayor precisión sobre la división de poderes expuesta por Montesquieu al tiempo que vuelve sobre aquello de “Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, es tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia”.

Quinto, la Escuela Escocesa integrada por Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson y sus predecesores Carmichael y Hutcheson que contribuyeron en la edificación sustancial de los cimientos del orden espontáneo de la sociedad libre, en sucesivos alumbramientos de un proceso que no cabe en la mente de ningún planificador puesto que el conocimiento está fraccionado y disperso, por lo que al intentar dirigir vidas y haciendas ajenas se concentra ignorancia.

Sexto, los textos de Acton y Tocqueville y más contemporáneamente Wilhelm Röpke que también la emprendieron contra los abusos del poder con énfasis en las manías del igualitarismo y la trascendencia de los valores morales. En esta etapa deben agregarse los nombres de los decimonónicos Burke, Spencer, Bentham, Mill padre e hijo, Constant, Jevons y Say en el nivel académico y Bastiat como un distiguido personaje en la difusión de las ideas liberales.

Séptimo, la Escuela Austríaca iniciada por la teoría subjetiva desarrollada por Carl Menger y continuada por Eugen Böhm-Bawerk aplicada a la teoría del capital y el interés. Retomó esta tradición Ludwig von Mises quien le dio un giro copernicano a la economía abarcando todos los aspectos de la acción humana en contraste con los enfoques neoclásicos y marxistas, al tiempo que demostró la imposibilidad de evaluación de proyectos y cálculo en una sociedad socialista. Un destacado discípulo de Mises fue Friedrich Hayek cuya obra, de modo sobresimplificado y al solo efecto de ilustrar, puede dividirse en tres segmentos. El primero referido a su opinión en cuanto a que la administración del dinero es una función indelegable del gobierno, en el segundo propone la privatización del dinero y en el tercero confiesa haber tenido otro shock como cuando estudió bajo la dirección Mises (que lo apartó de sus simpatías por la Sociedad Fabiana) al leer y comentar uno de los libros de Walter Block. En esta misma escuela sobresalen los trabajos de Israel Kirzner en los que señala los errores del llamado modelo de competencia perfecta que opera a contramano de la explicación del mercado como proceso y no uno de equilibrio, también los de Machlup en cuanto a la metodología de las ciencias sociales, de Haberler que resumió la teoría del ciclo, Dietze, Jouvenel y Leoni en el campo jurídico e incluso en el ámbito de las ciencias médicas y afines Roger J. Williams y Thomas Szasz.

Octavo, las escuelas de Law & Economics y de Chicago lideradas respectivamente por Aaron Director (quien convenció a los editores que publicaran Camino de servidumbre de Hayek) y Simons, Knight, Milton Friedman, Stigler y Becker, junto al Public Choice de Buchanan y Tullock. En paralelo, el importantísimo rol de los incentivos desarrollados por Robbins, Plant, Hutt, Demsetz, North y Coase.

Noveno, dentro de sus muchos aportes cabe resaltar el de autores como Karl Popper, John Eccles y Max Planck sobre los estados de conciencia, mente o psique en el ser humano distinto a su cerebro y a los otros kilos de protoplasma. Solo en base a esta concepción es posible la argumentación, las proposiciones verdaderas y falsas, las ideas autogeneradas, la responsabilidad individual y el sentido moral, a diferencia de lo que Popper definió como determinismo físico.

Y décimo, el cuestionamiento al monopolio de la fuerza desarrollado por Murray Rothbard, otro de los discípulos de Mises aunque este autor no coincidió con estos cuestionamientos del mismo modo que objetaron en una generación más joven Nozick y Richard Epstein. Entre otros, también participan de esta crítica al referido monopolio Benson, David Friedman, Hoppe y el antes mencionado Block, pero de un modo particularmente original y prolífico lo hizo Anthony de Jasay en gran medida en base a la teoría de los juegos. Respecto a este último autor es del caso tener presente que James M. Buchanan comentó su libro titulado Against Politics del siguiente modo: “Aquí nos encontramos con la filosofía política como debiera ser, temas serios discutidos con verba, ingenio, coraje y genuino entendimiento. La visión convencional será superada a menos que sus defensores puedan elevarse al desafío que presenta de Jasay”. En esta línea argumental, los temas fundamentales considerados por esta nueva perspectiva son los bienes públicos, las externalidades, los free-riders, el dilema del prisionero, la asimetría de la información, el teorema Kaldor/Hicks y el “equilibro Nash”. Un debate en proceso.

Aunque pertenece a una tradición opuesta a la que venimos comentando, es de interés considerar una fórmula que pretendía una revalorización dicha por Arthur C. Pigou por más que él mismo no haya entendido su propio mensaje en cuanto a que los economistas necesitan incluir “preferentemente más calor que luz” (more heat rather than light) en su disciplina en el sentido de que sin ceder un ápice en el rigor también trasmitir perspectivas estéticas y éticas inherentes a la libertad que dan cobijo a los receptores y completan el panorama. Es para tomar nota ya que en no pocas oportunidades las presentaciones liberales carecen de calor humano tal como marcó el antes citado Röpke quien en su libro traducido al castellano con el sugestivo título de Más allá de la oferta y la demanda nos dice: “Cuando uno trata de leer un journal de economía, frecuentemente uno se pregunta si uno no ha tomado inadvertidamente un journal de química o hidráulica”. Con razón el fecundo Thomas Sowell alude a la manía de presentar trabajos con ecuaciones innecesarias y lenguaje sibilino que decimos a veces se extiende a través de consejos a doctorandos que consideran que así impresionarán al tribunal, lo cual contradice lo escrito por el antes mencionado Popper: “La búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios. Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales, la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”.

Esta es entonces en una píldora los ejes centralísimos de la larga y fructífera tradición de pensamiento liberal con sus exponentes más sobresalientes en la rama genealógica directa, pero debe enfatizarse que las etiquetas y las clasificaciones algunas veces encerrados en “escuelas” no siempre son de especial agrado de intelectuales de peso pues cada uno de ellos -así como también muchos otros no mencionados en el presente resumen- merecen no solo artículos aparte sino ensayos y libros debido a la riqueza de sus elucubraciones, lo cual he procurado consignar en escritos anteriores de mi autoría sobre buena parte de los autores mencionados. Antes la he citado a Mafalda, ahora lo vuelvo a hacer pero con otra de sus inquietudes que cubren las preocupaciones y ocupaciones de los autores a que hemos aludido en esta nota: “La vida es como un río, lástima que hayan tantos ingenieros hidráulicos”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

RECORRIDO INTELECTUAL DE VARGAS LLOSA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Uno de mis proyectos aun no ejecutados consiste en invitar a varios de mis amigos, con algunos de los cuales he hablado en borrador, ex-marxistas y ahora formidables liberales para que escriban sobre sus respectivos tránsitos intelectuales y recopilar esos documentos en un libro (y no digo tránsitos ideológicos, porque esta palabreja en su acepción más difundida implica algo cerrado, terminado e inexpugnable, lo cual es la antítesis del liberalismo y de todo conocimiento que es por definición provisorio y abierto a refutaciones tal como nos enseña la visión popperiana).

Esta idea es naturalmente en interés personal al efecto de percatarme de cuales han sido los autores, las obras y las ideas que los atrajeron cuando eran socialistas, cuales fueron las que los incitaron al cambio y finalmente cuales las que primeramente los atrajeron del lado liberal.

Esto es lo que en cierto sentido ha hecho muy resumidamente Mario Vargas Llosa en su reciente presentación Mi trayectoria intelectual, una conferencia suya titulada “Mi trayectoria intelectual: del marxismo al liberalismo” pronunciada en el Institut économique de Montreal un año antes de la publicación a que hacemos referencia, también en francés y en inglés en la misma edición.

En esa conferencia Vargas Llosa alude a su recorrido intelectual que puede a su vez apretarse para esta nota periodística en nueve etapas. Primero, su alarma ante las dictaduras latinoamericanas y las consiguientes explotaciones especialmente a los más pobres, lo cual lo derivó a libros como el de Jan Valtin (La noche quedó atrás), en ese momento un autor comunista aunque luego se apartó de esa concepción. Segundo, sus estudios en la Universidad de San Marcos de su Perú natal donde comenzó a leer a Lenin, a Marx, a George Polizer y más adelante a Sartre.

Tercero, se produjeron disidencias con sus colegas comunistas debido a crecientes desconfianzas a las actitudes dogmáticas y sectarias, como resultado principal de sus lecturas de Camus y de André Gide. Cuarto, se produce la revolución cubana contra Batista que lo llenó de entusiasmo. Quinto, comienzan sus primeras desilusiones con Castro a raíz del descubrimiento de que las llamadas Unidades Miliares de Ayuda a la Producción eran campos de concentración para encerrar y torturar a disidentes. Sexto, su viaje a la Unión Soviética lo convenció de la crueldad del sistema, de la miseria en que vivían sus habitantes y la censura que sufrió  el propio escritor cuando el régimen soviético eliminó  cuarenta páginas de una de sus novelas en ruso.

Séptimo, debido a estas y otras experiencias similares dejó de ser comunista y se dio cuenta que “había estado desperdiciando mi tiempo, había desperdiciado años leyendo muchísimo acerca del marxismo. Me sentí muy solo y desnudo”. Octavo, comenzó el estudio y la lectura de autores como Aron y Revel. Noveno, sobrevino el célebre caso Padilla en Cuba lo cual indignó a Vargas Llosa y a otros renombrados pensadores por lo que adhirió a varios manifiestos públicos contra el régimen comunista de la isla. Y noveno, ahondó en los trabajos de Berlin, Popper y otros cientistas sociales que lo encaminaron cada vez con mayor profundidad en las sumamente amplias y ricas avenidas liberales.

Como es de público conocimiento, Vargas Llosa ha publicado en abultada escala no solo en el género de la ficción sino escritos de gran calado en defensa de los ejes centrales de la sociedad abierta. En este último sentido, personalmente estimo que uno de sus mayores logros se refieren a su fundamentada y reiterada crítica a los nacionalismos. Por ejemplo, en su artículo “El elefante y la cultura” nos dice que “Resumamos brevemente en que consiste el nacionalismo en el ámbito de la cultura. Básicamente, en considerar lo propio un valor absoluto e incuestionable y lo extranjero un desvalor, algo que amenaza, socava, empobrece o degenera la personalidad […] Hay que combatir resueltamente estas tesis a las que, la ignorancia de un lado y la demagogia de otro, han dado carta de ciudadanía, pues ellas son un tropiezo mayor para el desarrollo cultural”.

Los que participamos de la filosofía de la libertad estamos sumamente agradecidos por las múltiples faenas de Mario Vargas Llosa al explicar las ventajas de esa tradición en muy diversas tribunas y desde diversas perspectivas, especialmente al contemplar la situación de los relativamente más pobres que son usados por los autoritarios para incrementar su poder cuando no enriquecerse con dineros malhabidos, lo cual hacen en alianza con empresarios prebendarios que le escapan al mercado abierto y a la competencia.

Es de especial significación su permanente esfuerzo por el fortalecimiento de la democracia tan vilipendiada y desfigurada en no pocos lugares, donde la idea de los Giovanni Sartori de nuestra época ha sido sustituida y contrabandeada por una desfachatada cleptocracia, es decir, el gobierno de los ladrones de libertades, de propiedades y se sueños legítimos de vida. Hayek, Leoni y otros has sugerido medidas adicionales para ponerle bridas al Leviatán que deben ser consideradas junto a otras de tenor equivalente si es que no queremos sucumbir frente a votos mayoritarios que asaltan al Poder Judicial y a todos los organismos de contralor, incluyendo tribunales electorales en una farsa macabra e inaceptable que arrasa con las autonomías individuales.

En otro de sus artículos (“Muerte y resurrección de Hayek”), Vargas Llosa escribe que en el terreno liberal “ninguno fue tan lejos como Friedrich von Hayek” que insistió “que la planificación centralizada de la economía mina de manera inevitable los cimientos de la democracia y hace del fascismo y del comunismo dos expresiones de un mismo fenómeno, el totalitarismo, cuyos virus contaminan a todo régimen, aun de apariencia más libre que pretenda ´controlar´ el funcionamiento del mercado […] Como von Mises, como Popper, Hayek no puede ser encasillado dentro de una especialidad, en su caso la economía, porque sus ideas son tan renovadoras en el campo económico como en los de la filosofía, el derecho, la sociología, la política, la historia y la ética. En todos ellos hizo gala de una originalidad y un radicalismo que no tienen parangón dentro de los pensadores modernos”.

Cabe en este contexto agregar que Hayek escribió en “El dilema de la especialización” que “nadie puede ser un buen economista si sólo es economista y estoy tentado a decir que el economista que es sólo economista tenderá a convertirse en un estorbo, cuando no en un peligro manifiesto”. Es decir, se torna indispensable para el economista el incorporar temas epistemológicos, filosóficos en general, históricos, éticos y jurídicos para esta disciplina que muy bien ha estipulado von Mises en el contenido y en el título de su magnum opus: La acción humana. Tratado de economía.

Efectivamente, la acción humana para ilustrar el campo de esa ciencia que hasta ese entonces era interpretada como circunscripta al terreno de lo material y sin conexión con otras áreas científicas, una línea que a contracorriente fue iniciada por Adam Smith con su Teoría de los sentimientos morales en 1759 como base para su posterior La riqueza de las naciones, pero desafortunadamente en gran medida abandonada hasta la irrupción de la decimonónica Escuela Austríaca.

En un plano diferente y privativo de cada uno (Vargas Llosa ha dicho cuando se postulaba a la presidencia de Perú que “la religión como el amor son temas reservados a la intimidad de cada cual”), este autor ha inventado para si una nueva categoría referida al ámbito de la religiosidad -claro, no de iglesias oficiales- que es la del “agnóstico relativo” admitiendo la posibilidad de algo más allá de la vida terrena. Mi conjetura es que de modo especial han influido sobre él, George Steiner a través de Real Presence. Recuerdo que escribió sobre esta obra en la época que lo conocí personalmente a Vargas Llosa con motivo de un seminario en el Instituto de Cultura Económica de la Universidad de Boston en 1990 (oportunidad en la que lo invité a pronunciar un par de conferencias en ESEADE, las que, dicho sea al pasar, fueron muy exitosas) y la otra influencia que en esta materia estimo de peso sobre él ha sido el libro de Emanuel Swedenborg titulado El cielo y sus maravillas y el infierno publicado originalmente en latín en 1758.

Es una obviedad sostener que entre los liberales hay diferencias,  lo cual ocurre también con uno mismo muchas veces cuando leemos lo publicado y percibimos que podríamos haber mejorado la marca, puesto que como ha dicho Borges citando a Alfonso Reyes dado que no hay tal cosa como un texto perfecto “si no publicamos, nos pasamos la vida corrigiendo borradores”. No hay popes en este espacio tan fértil que apunta al respeto recíproco, todo está abierto en medio de un proceso siempre evolutivo. En todo caso, esto también va para Vargas Llosa con algunas pocas de sus reflexiones y posturas que no compartimos, temas sobre los que intercambiamos ideas en su momento, en el seminario de las II Jornadas Liberales Iberoamericanas, en Benidorm, en 1994.

Finalmente, una nota autorreferencial y si se quiere de vanidad aunque no me la crea, transcribo la generosa dedicatoria que me escribió Mario en el referido libro sobre su recorrido intelectual, la última vez que estuve con él, en marzo de este 2015, en Lima: “Para Alberto Benegas Lynch, maestro de maestros, con todo el afecto de su amigo y lector”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

¿LÍMITES DE LA LIBERTAD?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Conviene despejar un mal entendido. Se ha dicho que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Esto, aunque expuesto con la mejor de las intenciones, puede prestarse a confusión puesto que la libertad significa la de todos, lo cual naturalmente se traduce en el respeto recíproco. La invasión a las libertades de otros no es libertad sino anti-libertad, precisamente constituye un atropello a la libertad. No es que la libertad se extralimita, es que entra en la zona de la no-libertad.  Lo mismo va para el derecho, plano en el que se ha introducido la absurda teoría del “abuso del derecho”, una contradicción en los términos puesto que una misma acción no puede ser conforme y contraria al derecho.

 

Pero aquí viene un asunto de la mayor importancia que se traduce en un debate que viene de largo tiempo y promete seguir. Reitero aquí parte de lo que he escrito en la introducción a la doceava edición de mi Fundamentos de análisis económico (Panamá, Instituto de Estudios de la Sociedad Abierta, 2011) puesto que de lo que se trata en este contexto es de discutir marcos institucionales civilizados para que pueda funcionar la economía. Allí ilustro el tema con lo consignado por dos pensadores de fuste: Karl Popper y Sidney Hook.

 

El primero escribe que “La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada incluso a aquellos que son intolerantes, si no estamos preparados para defender una sociedad tolerante contra la embestida del intolerante, entonces el tolerante será destrozado junto con la tolerancia […], puesto que puede fácilmente resultar que no están preparados a confrontarnos en el nivel del argumento racional y denunciar todo argumento; pueden prohibir a sus seguidores a que escuchen argumentos racionales por engañosos y enseñarles a responder a los argumentos con los puños o las pistolas” (The Open Society and its Enemies, Princeton, NJ., Princeton University Press, 1945/1950:546).

 

En la misma línea argumental, el segundo autor mantiene que “Las causas de la caída del régimen de Weimar fueron muchas: una de ellas, indudablemente, fue la existencia del liberalismo ritualista, que creía que la democracia genuina exigía la tolerancia con el intolerante” (Poder político y libertad personal, México, Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, Uthea, 1959/1968: xv).

 

El problema indudablemente no es de fácil resolución. Giovanni Sartori ha precisado que “el argumento es de que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y la minoría” (Teoría de la democracia, Madrid, Alianza Editorial, 1987: vol.i, 57). Sin duda que la democracia así concebida se ha degradado y desfigurado hasta convertirse en cleptocracia, es decir, el gobierno de ladrones debido a impuestos confiscatorios, deudas estatales inviables y deterioro del signo monetario, ladrones de libertades y autonomías individuales y ladrones de vidas y sueños aniquilados por megalómanos en el poder. Por tanto, en contextos contemporáneos la teórica función gubernamental de proteger “la vida, la libertad  y la propiedad” en gran medida ha quedado en agua de borraja. Tal como se expone en el texto de este libro en la referida sección de los marcos institucionales, la omnipotencia del número facilita el atropello del Leviatán.

 

Sin embargo, el tema de proscribir a los enemigos de la sociedad abierta tiene sus serios bemoles puesto que resulta imposible trazar una raya para delimitar una frontera y, aunque fuera posible,  siempre presenta graves problemas. Como he escrito antes, supongamos que un grupo de personas se reúne a estudiar los Libros v al vii de La República de Platón donde aconseja el establecimiento de un sistema enfáticamente comunista bajo la absurda figura del “filósofo-rey”. Seguramente no se propondrá censurar dicha reunión. Supongamos ahora que esas ideas se exponen en la plaza pública, supongamos, más aún, que se trasladan a la plataforma de un partido político y, por último, supongamos que esos principios se diseminan en los programas de varios partidos y con denominaciones diversas sin recurrir a la filiación abiertamente comunista ni, diríamos hoy, nazi-fascista. No parece que pueda prohibirse ninguna de estas manifestaciones sin correr el grave riesgo de bloquear el indispensable debate de ideas, dañar severamente la necesaria libertad de expresión y, por lo tanto, sin que signifique un peligroso y sumamente contraproducente efecto boomerang para incorporar nuevas dosis de conocimiento.

 

La confrontación de teorías rivales resulta indispensable para mejorar las marcas y progresar. En una simple reunión -sea presencial o virtual- con colegas de diversas profesiones y puntos de vista para someter a discusión un ensayo o un libro en proceso se saca muy buena partida de las opiniones de todos. Es raro que no se aprenda de otros, de unos más y de otros menos, pero de todos se incorporan nuevos ángulos de análisis y visones de provecho, sea para que uno rectifique algunas de sus posiciones o para otorgarle argumentación de mayor peso a las que se tenían. Se lleva el trabajo a la reunión pensando que está pulido y siempre aparecen valiosas sugerencias. Es que como ha dicho Borges parafaseando el pensamiento de Alfonso Reyes: “como no hay tal cosa como un texto perfecto, si uno no publica, se pasa la vida corrigiendo borradores”. Por otra parte, en estas lides, el consenso se traduce en parálisis. Nicholas Rescher pone mucho énfasis en el valor del pluralismo en su obra que lleva un sugestivo subtítulo: Pluralism. Against the Demand for Consensus (Oxford, Oxford University Press, 1993). Incluso la unanimidad tiene cierto tufillo autoritario; el disenso, no el consenso, es la nota sobresaliente de la sociedad abierta (lo cual desde luego incluye, por ejemplo, que un grupo de personas decida seguir el antedicho consejo platónico y mantener las mujeres y todos sus bienes en común).

 

Sidney Hook apunta que “una cosa es mostrarse tolerante con las distintas ideas, tolerante con las diversas maneras de jugar el juego, no importa cuan extremas sean, siempre que se respeten las reglas de juego, y otra, muy diferente, ser tolerante con los que hacen trampas o con los que están convencidos de que es permisible hacer trampas” (op. cit.: xiv). Pero es que, precisamente, de lo que se trata desde la perspectiva de quienes no comparten los postulados básicos del liberalismo es dar por tierra con las reglas de juego, comenzando con la institución de la propiedad privada. En este sentido recordemos que Marx y Engels sostuvieron que “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada” (“Manifiesto del Partido Comunista”, en Los fundamentos del marxismo, México, Editorial Impresora, 1848/1951: 61) y los fascistas mantienen la propiedad de jure pero la subordinan de facto al aparato estatal, en este sentido se pronuncia Mussolini: “Hemos sepultado al viejo Estado democrático liberal […] A ese viejo Estado que enterramos con funerales de tercera, lo hemos substituido por el Estado corporativo y fascista, el Estado de la sociedad nacional, el Estado que une y disciplina” (“Discurso al pueblo de Roma” en El espíritu de la revolución fascista, Buenos Aires, Ediciones Informes, 1926/1973:218, compilación de Eugenio D`Ors “autorizada por el Duce”: 13).

 

No se trata entonces del respeto a las reglas de juego sino de modificarlas y adaptarlas a las ideas de quienes pretenden el establecimiento de un estado totalitario o autoritario. Esto es lo que estamos presenciando en estos momentos con los Chávez del planeta y sus imitadores. Nos percatamos del riesgo: los que se amparan en la libertad de expresión apuntan a ejecutar sus ideas, es decir, los Stalin y Hitler de nuestra época pretenden asesinar y destruir toda valla jurídica para sus designios totalitarios. Lo dicho no contraría que en sociedades libres respondan ante la Justicia quienes han lesionado derechos de terceros, lo cual nada tiene que ver con la censura puesto que se trata de un proceso ex post facto.

 

El tema entonces radica en la educación, nada puede hacerse como no sea el ganar la argumentación a favor de la sociedad abierta, de lo contrario los delitos de homicidio y robo instalados en la civilización son eliminados de un plumazo por los sátrapas. Y cuando ponemos énfasis en la educación estamos hablando de valores y principios compatibles con la sociedad abierta que no necesariamente muestran un correlato con el monto presupuestario que se destina a ese rubro.

 

Es cierto que el corrimiento en el eje del debate procede de los ambientes intelectuales que, como una piedra en un estanque, van formando círculos concéntricos desde el cenáculo a la opinión pública que, en esta etapa cultural, es capitalizada por las estructuras políticas. Pero incluso es hasta cierto punto un desperdicio el destinar esfuerzos constructivos en el campo educativo que son tan necesarios, si mientras se implementan sistemas que ofrecen potentes incentivos para operar en direcciones que demuelen la democracia. Para revertir estos incentivos perversos, es de gran interés consultar las propuestas de Montesquieu, Hayek y Leoni a las que me he referido en otros escritos al efecto de abrir un debate sobre el tema del resguardo de la democracia, pero como tema prioritario la libertad de expresión debe proceder incondicionada.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

UNA OBRA MAESTRA DE GOTTFRIED DIETZE

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

De más está decir que muchos son los libros que resplandecen en las bibliotecas cuya influencia perdura por generaciones y generaciones, pero hay obras como las del profesor Dietze que exigen ser leídas y estudiadas una y otra vez si es que se desea entender lo que viene ocurriendo en el llamado mundo libre.

 

Dietze obtuvo tres doctorados: uno en derecho en la Universidad de Heidelberg, otro en ciencia política de Princeton y el tercero en ciencia jurídica en la de Virginia. Enseñó durante décadas en la Universidad Johns Hopkins. Su triada más difundida está compuesta por Amercia´s Political Dilemma. From Limited to Unlimited Democracy, The Federalist. A Classic on Federalism and Free Government y In Defense of Property, libro éste ultimo traducido al castellano y publicado por mi padre en Buenos Aires hace ya más de cuarenta años, con el título de En defensa de la propiedad, obra que tuvo notable difusión, no solo en Argentina sino también en Chile y México.

 

Lo conocí al profesor Dietze con motivo de mi conferencia en la reunión anual de la Foundation for Economic Education en New York, en mayo de 1981, y luego tuve la ocasión de escucharlo personalmente con motivo de su visita a ESEADE. Ahora dedico estas líneas a escribir sobre el último de los libros mencionados de Gottfried Dietze con lo cual no pretendo hacer del todo justicia en una nota periodística pero sí llamar la atención sobre este libro.

 

Antes de esto hago una breve introducción bifronte. Por un lado consigno que la existencia de la institución de la propiedad privada se debe a la escasez de bienes en relación a las necesidades que hay por ellos. Si estuviéramos en un mundo sobreabundante donde habría de todo para todos todo el tiempo no será necesaria aquella institución ya que con solo estirar la mano se obtendría lo necesario. Pero como la naturaleza de las cosas no es así y no pueden simultáneamente utilizarse los mismos bienes (sean de consumo o de factores de producción) deben asignarse derechos de propiedad (el origen está explicado por la secuencia Locke-Nozick-Kirzner) y a partir de allí cada uno debe servir al prójimo para incrementar su patrimonio y si no lo logra incurre en quebrantos.

 

En el segundo punto reiteramos que sin propiedad privada no hay precios ya que estos surgen como consecuencia de arreglos contractuales en los que se ponen en evidencia las respectivas valorizaciones (si el Leviatán pretende controlar precios, estos se convierten en simples números sin relevancia ya que no reflejan las antedichas valorizaciones). Pues bien, en la media en que se debilite la propiedad privada (para no decir nada si se la elimina) los precios dejan de expresar las apreciaciones de cada bien o servicio con lo que se dificulta (o se imposibilita según el grado de entrometimiento de los aparatos estatales) la evaluación de proyectos, la contabilidad y el cálculo económico en general.

 

Como es sabido carece de sentido sostener que se procederá en tal o cual dirección “según marquen las razones técnicas” puesto que de nada sirven si no se las pondera por los precios. Por eso es que he ilustrado tantas veces este dilema diciendo que donde no hay precios no se sabe si conviene construir carreteras con oro o con asfalto.

 

Vamos ahora muy sucintamente a la obra de Dietze con comentarios “a vuelo de pájaro”. Comienza su trabajo con un largo desarrollo de la idea natural de la propiedad en las plantas que necesitan de territorio para subsistir, los animales que reconocen su lugar y las comunidades primitivas en un proceso de prueba y error los condujo a la necesitad de la propiedad para evitar “la tragedia de los comunes” tal como señaló Aristóteles en contraposición a la idea de Platón, lo cual fue reafirmado en Grecia y, sobre todo, en Roma.

 

El autor muestra las influencias decisivas de Cicerón, Hugo Grotius, Pufendorf, la escolástica tardía, Sidney, Locke, la Escuela Escocesa y todos sus múltiples derivados contemporáneos y también las tendencias contrarias a la propiedad del tipo de las de Rousseau (en su trabajo de 1755, aunque después se haya retractado parcialmente, pero manteniendo su idea de la democracia ilimitada), Hans Kelsen, Marx y sus muchos imitadores con versiones enmascaradas con versiones más suavizadas pero en el fondo más contundentes (tipo Keynes).

 

Se detiene a subrayar un aspecto crucial: el error de santificar las llamadas “libertades civiles” (por ejemplo, votar) como independientes de las libertades económicas como si la propiedad privada no fuera la libertad civil por antonomasia, es decir, el sostén de la civilización (de donde proviene la expresión “civil”). Como he marcado en otra ocasión resulta por lo menos curioso que se adhiera al las libertades políticas, es decir el continente, y se reniega de las posibilidades de cada uno a hacer lo que estime pertinente con los propio, es decir, el contenido.

 

Se lamenta que se haya arraigado la expresión “libertad negativa” con las consiguientes connotaciones, para aludir a la libertad en el contexto de las relaciones sociales, a saber, la ausencia de coacción por parte de otros hombres, cuando, en verdad, esa libertad genera efectos positivos.

 

Se explaya en el origen de los parlamentos como administradores de las finanzas del rey o el emperador y no como legisladores, puesto que esta función estaba en manos de árbitros-jueces en competencia para descubrir el derecho y no con la pretensión de diseño o ingeniería social. Además, en este contexto, refleja la evolución histórica de los parlamentarios como dique de contención a las inclinaciones de los gobernantes a aumentar impuestos.

 

En definitiva, los “juicios de manifestación” de los fueros españoles (antes que el habeas corpus inglés), la Carta Magna, la Petición de Derechos, la Declaración de la Independencia estadounidense y su Constitución, la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano (antes de la contrarrevolución francesa), las Cortes de Cádiz y todas las constituciones que se basaron en estos pilares, fueron elaborados en torno al derecho de propiedad junto al derecho de resistencia cuando el poder despótico se torna irresistible.

 

Luego de muchas otras consideraciones, concluye Dietze revelando su preocupación por la declinación del respeto a la propiedad en el baluarte del mundo libre: Estados Unidos (la primera edición de su libro es de 1963), lo cual comenzó ya en la época de Woodrow Wilson con “la revolución del año 13” con la implantación del impuesto progresivo y el establecimiento de la banca central que requirieron dos enmiendas constitucionales y siguió con el denominado “New Deal” para continuar en una senda regresiva hasta nuestro días.

 

Termina su libro afirmando que “Hemos perdido el sentido de la importancia de la propiedad. La relevancia de la propiedad de logró a través de sucesivas luchas y ahora se observa su continuo recorte y limitaciones. Ya que esta situación ocurrió en el seno de lo que se reconoce como “democracia”, la cuestión surge en cuanto a preguntarnos si esa forma de gobierno [la democracia ilimitada] no ha perdido legitimidad puesto que ha destruido los pilares de la civilización, es decir, la propiedad privada”.

 

Sin duda que Gottfried Dietze suscribe plenamente el ideal democrático (tal como lo pone una y otra vez de manifiesto en otra de sus ya referidas obras (America´s Political Dilemma. From Limited to Unlimited Democracy), pero describe como ese ideal a degenerado en su contrario. En esta instancia del proceso de evolución cultural, urgentemente se requiere pensar en nuevos límites para el Leviatán si es que se perciben las ventajas insustituibles en de la propiedad privada que está siendo corroída por mayorías sin freno, lo cual comenzó en nuestra era con el gobierno criminal de Adolf Hitler.

 

En otras oportunidades nos hemos referido en detalle a algunas de las propuestas realizadas para limitar el poder al efecto de mantenerse en el ideal democrático, propuestas realizadas por Hayek, Leoni y las que han pasado inadvertidas formuladas por Montesquieu y las expuestas por Randolph y Gerry en la Convención Constituyente estadounidense. Si estas sugerencias no fueran aceptadas, hay que pensar en otras, puesto que de lo contrario los aparatos estatales desbocados terminarán con la sociedad abierta.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

OTRA VISIÓN DEL APARATO ESTATAL

Por Alberto Benegas Lynch (h):

 

Como es sabido, en Estados Unidos tuvo lugar el experimento más extraordinario en lo que va de la historia de la humanidad respecto a la libertad y a los magníficos resultados que ello produjo en los campos más diversos.

 

El objetivo consistió en limitar las funciones de los aparatos estatales al mínimo indispensable y al solo efecto de garantizar los derechos individuales de la gente y aun así siempre inculcando estrictos controles y severas desconfianzas al poder (como reiteraban los Padres Fundadores “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”).

 

Se estableció lo que se denominó “un sistema mixto” que consistía en fraccionar el poder a través de muy diversos procedimientos.  Se dividió en cuatro grandes partes: la Cámara de Representantes, la Cámara de Senadores, la Presidencia y la Corte Suprema de Justicia. La primera era elegida por los estados miembros, a su vez divididos en distritos electorales. El Senado sería elegido sería elegido de modo indirecto a través de las Legislaturas locales que, además, votarían un gobernador y una Corte según los mecanismos dispuestos por la Constitución local, todo ello en el contexto del federalismo al efecto de maximizar la descentralización del poder, la más absoluta libertad de prensa como “cuarto poder”, el respeto irrestricto al debido proceso y una tajante separación entre religión y gobierno (“la doctrina de la muralla”). Por otro lado, los procesos electorales se llevarían a cabo en distintos períodos para distintas funciones, incluyendo rotaciones parciales en diferentes cuerpos al efecto de separar e independizar los diversos roles.

 

James Wilson, el redactor del primer borrador de la Constitución y profesor de derecho en la Universidad de Pennsylvania escribió que “el gobierno se establece para asegurar y extender el ejercicio de los derechos naturales de los miembros y todo gobierno que no tiene esto en la mira como objeto principal, no es un gobierno legítimo”. Del mismo modo, James Madison, el padre de la Constitución, sostuvo que “el gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad de todo tipo […] Éste es el fin del gobierno, solo un gobierno es justo cuando imparcialmente asegura a todo hombre lo que es suyo” y Samuel Chase -uno de los signatarios de la Declaración de la Independencia donde se subrayó el derecho a la resistencia frente gobiernos opresivos- escribió que “Un acto de la legislatura (ya que no puedo llamarla ley) contrario a los grandes primeros principios no puede considerarse el ejercicio legítimo de autoridad legislativa.”

 

Como he recordado antes, el origen del Poder Legislativo y sus equivalentes era para administrar las finanzas del rey o el emperador puesto que la ley propiamente dicha surgía de fallos de árbitros en un proceso abierto y evolutivo y de descubrimiento del derecho y de ninguna manera como un acto de ingeniería social ni de diseño por parte de legisladores que fabrican leyes cada vez más adiposas y contraproducentes, es “la tiranía legal” de que nos habla Jean-Marc Varaut en su obra El derecho al derecho.

 

Ahora bien, es de interés centrar la atención en el Poder Ejecutivo en el contexto de la concepción estadounidense que Edmund Randolph y Elbridge Gerry originalmente propusieron (en la Convención Constituyente) que fuera un cuerpo colegiado: un triunvirato, al efecto de filtrar decisiones y ejercer contralores recíprocos también en ese nivel. Esto fue así a pesar de que la idea sobre el Poder Ejecutivo era limitarlo a ejecutar lo que establece el Congreso. En este último sentido, Jorge Labanca publicó un interesante trabajo titulado “El que preside no gobierna” donde destaca y desarrolla ese punto (en Ensayos en honor de Alberto Benegas Lynch, padre – escritos compilados y prólogo por Ezequiel Gallo). Por su parte, Leonard E. Read en su obra titulada Governmet, An Ideal Concept  explica que ha sido un gran error el denominar “gobierno” al aparato estatal norteamericano del mismo modo que no se denomina “gerente general” al guardián de una fábrica.

 

En esta línea argumental entonces, la concepción estadounidense del aparato de la fuerza fue mucho más modesta y recatada que la que se tiene hoy en día, tanto actualmente en Estados Unidos como en otras partes del mundo, situaciones que hacen aparecer a gobernantes como si fueran directores de una empresa comercial en lugar de circunscribirse a cumplir con las resoluciones administrativas que promulga el Congreso sobre entradas y salidas de fondos públicos y, en realidad no gobernar, esto es, mandar (salvo instruir circunstancialmente a los agentes de seguridad y equivalentes). De allí la sabia sentencia de Jefferson en cuanto a que “el mejor gobierno es el que menos gobierna”.

 

Hoy en día hay una carrera desenfrenada por ocupar cargos públicos revestidos de adjetivos inauditos como el de “estadista” (para no decir nada de las expresiones trogloditas como la de “excelentísimo”) y otras sandeces cuando en realidad, en una sociedad abierta, se trata de meros empleados que cumplen la función de guardianes de derechos igual que el guardián de una fábrica mencionado por Read. Y si se pretende introducir la ironía de Lasalle en cuanto al “vigilante nocturno”, hay que agregar que también debe ser vigilante diurno pero no constituir megalómanos que manejan a su arbitrio vidas y haciendas ajenas rodeados de todo tipo de ridícula pompa pronunciando discursos que apuntan a detentar facultades que atropellan a quienes financian sus cargos.

 

En el caso de la referida experiencia estadounidense, es relevante recordar que, cuando el poder tributario se excedía, la rebelión fiscal constituyó un camino muy saludable para ponerle bridas al Leviatán. Si a esto se agrega la independencia de la moneda del gobierno y la reflexión de Jefferson en cuando a la conveniencia de prohibir la contratación de deuda pública al efecto de no comprometer patrimonios de futuras generaciones que no han participado en el proceso electoral para elegir a los funcionarios que contrajeron la deuda, se habrán minimizado los atropellos del agente encargado de velar por los derechos individuales. La aludida prohibición implica asignación de derechos de propiedad a los llamados servicios públicos y comprender que la intervención en áreas inviables necesariamente hace que éstas se extienden debido al carácter antieconómico de esas intervenciones. Y no se diga que la contrapartida de la deuda estatal para futuras generaciones son los servicios de las inversiones correspondientes puesto que no hay tal cosa como “inversión forzosa”. En rigor, las finanzas públicas compatibles con una sociedad abierta no contempla tal cosa como “inversión pública” sino gastos en activos fijos para distinguirlos de los gastos corrientes (la inversión es fruto de la abstención voluntaria de consumo, lo cual significa ahorro cuyo destino es la inversión debido a que el titular estima mayor valor en el futuro que en el presente). Desde luego que la prohibición de contratar deuda por parte de los aparatos estatales no significa que les esté vedado negociar pasivos.

 

De cualquier modo, en términos contemporáneos, es de interés tomar en cuenta las sugerencias que he mencionado en detalle en otras oportunidades de Hayek, Leoni y Montesquieu para los poderes legislativo, judicial y ejecutivo respectivamente para así minimizar los riesgos de “tiranías electas” tan temidas por Jefferson.

 

Hoy estamos instalados en regímenes cleptocráticos con fachadas democráticas y esto se debe a los incentivos que quedan en pie para el desbarranque a que asistimos. Como también he dicho antes, no se trata de esperar milagros con el sistema vigente, sino de proponer vallas adicionales para controlar el poder. Hayek en las primeras líneas con que abre su libro Law, Legislation and Liberty sostiene que, hasta el presente, todos los grandes esfuerzos realizados por la tradición de pensamiento liberal han sido un fracaso, precisamente, por eso propone nuevas limitaciones al poder, porque como ha dicho Einsten no pueden esperarse resultado distintos con las mismas recetas.

 

Albert V. Dicey, uno de los referentes tradicionales de mayor envergadura del constitucionalismo no escrito en Inglaterra y escrito en Estados Unidos, advierte en Lectures on the Relation Between Law and Public Opinion del peligro inmenso y el deterioro de la concepción gubernamental debido “al crecimiento de la legislación que tiende al socialismo”.Demás está decir que el asunto no estriba en elegir gente “buena” y sustituirla por la “mala” y caer así en la trampa de Platón del “filósofo rey”, el tema consiste en introducir fuertes incentivos al efecto de poner coto a los reiterados abusos por parte de los aparatos estatales. Está en juego el futuro de la civilización y la supervivencia de los más necesitados. Es perentorio abrir debates sobre estos temas cruciales esbozados en esta nota.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.