Ninguna causa justifica la tortura

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 23/7/07 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/ninguna-causa-justifica-la-tortura-nid928080

 

Se debate en diversos foros la posición de Estados Unidos sobre los llamados «interrogatorios coercitivos», al tiempo que existe el agujero negro de Guantánamo y agentes gubernamentales subcontratan torturadores en terceros países, como quedó documentado en un meduloso libro de Stephen Grey. Asimismo, la lucha antiterrorista que ha tenido lugar en buena parte de América latina sigue dando lugar a discusiones.

César Beccaria, el precursor del derecho penal, escribe: «¿Qué derecho sino el de la fuerza será el que da potestad al juez para imponer pena a un ciudadano mientras se duda si es o no inocente? No es nuevo este dilema: o el delito es cierto o es incierto; si es cierto, no le conviene otra pena que la establecida por las leyes y son inútiles los tormentos, porque es inútil la confesión del reo; si es incierto, no se debe atormentar a un inocente». Concluye Beccaria: «No vale la confesión dictada durante la tortura».

No se justifica la tortura en ninguna circunstancia, incluso si se conjetura que determinada persona sabe quién hará detonar una bomba, y aunque se sospeche de que es cómplice del hecho. No resulta aceptable argumentar que hacer sufrir a una persona queda compensado por las muchas vidas salvadas. Cada persona tiene valor en sí misma. La vida de una persona no se debe a otros. No cabe la pretensión de hacer balances, como si se tratara de carne en la balanza de la carnicería. El fin es inescindible de los medios. Los pasos en dirección a la meta impregnan ese objetivo. La conducta civilizada no autoriza a abusar de una persona, independientemente de lo que ocurra con otras (llevados al extremo, estos «balances sociales» conducirían a justificar dislates como el sacrificio de jubilados para que los jóvenes puedan vivir mejor). La legitimación del abuso pone en riesgo la supervivencia de la sociedad abierta, puesto que ésta descansa en pilares éticos.

Además, el ejemplo de la bomba supone más de lo que es posible suponer. Parte de la base de que el torturado posee la información, de que la bomba existe y funciona, de que el sospechoso trasmitirá la información correcta, de que la tortura se limitará a ese hecho, etcétera.

A veces se formulan interrogantes de este tipo: ¿usted no autorizaría la tortura de un sospechoso si eso pudiera salvar la vida de su hijo secuestrado? En realidad, son preguntas tramposas, como las que aparecen en las life boat situations : en caso de encontrarse en un naufragio, ¿usted acataría la decisión del dueño del bote disponible o forzaría el abordaje de toda su familia en lugar de permitir el embarque de otras personas preferidas por el titular? No es posible el establecimiento de normas de conducta civilizada extrapolando situaciones de conmoción excepcional y ofuscamiento que en ciertas circunstancias abren compuertas a procedimientos reñidos con la moral, puesto que eso significaría el naufragio de la sociedad civilizada.

En el caso del debate sobre la tortura (y en infinidad de otros casos) es útil colocarse en la posición de la minoría. Si detienen injustamente a un hijo y lo torturan, no hay forma de probar la inocencia si no se admite el debido proceso. Antiguamente, los godos, vándalos, hunos y germanos (cimbros y teutones) condujeron las «invasiones bárbaras» sobre el Imperio Romano. Se practicaba todo tipo de suplicios y finalmente se degollaba a los adultos vencidos, se sacrificaban niños a los dioses, se construían cercos con los huesos de las víctimas y las mujeres profetizaban con las entrañas de los derrotados.

En un proceso evolutivo, los conquistadores tomaban después a los conquistados como esclavos («herramientas parlantes», según la horripilante denominación de entonces). En la guerra moderna, se establecieron normas para el trato de los vencidos. Pero en lugar de profundizar la senda civilizada y responsabilizar a quienes producen lo que livianamente se ha dado en llamar «daños colaterales», en lugar de eliminar la bajeza de la embrutecedora y castrante «obediencia debida», nos retrotraemos a la barbarie de la tortura.

Michael Ignatieff escribe: «La democracia liberal se opone a la tortura porque se opone a cualquier uso ilimitado de la autoridad pública contra seres humanos, y la tortura es la más ilimitada, la forma más desenfrenada de poder que una persona puede ejercer contra otra».

Recientemente se ha sugerido la «regulación de la tortura», como consecuencia de la antes mencionada subcontratación de torturadores en terceros países por parte del gobierno de Estados Unidos y debido a la existencia de Guantánamo. En este sentido, se mantiene que esta regulación sería para evitar la hipocresía de la política norteamericana, que, mientras declama el Estado de Derecho, abre las puertas al abismo. Se sigue diciendo que esta regulación «mitigaría y encauzaría la tortura por carriles adecuados a las circunstancias». Pero esto significaría la legalización del crimen. El crimen regulado no es menos criminal. No tiene gollete que se considere una aberración la tortura a ciudadanos norteamericanos mientras se estima aceptable someter a suplicios a no estadounidenses. Este modo de ver las cosas, entre otros aspectos, quita toda autoridad moral a los que pelean contra el terrorismo, puesto que adoptar procedimientos de la canallada convierte en canallas a quienes se supone que están defendiendo el derecho.

No es admisible que algunos se escuden en afirmaciones cobardes como que la guerra es siempre terrible y otras de similar calaña para justificar procedimientos aberrantes y eludir el debate. El debido proceso, en su caso el juicio sumario con todas las garantías, no puede reemplazarse por la carta blanca para torturar y matar. De este modo, eventualmente, se podrán ganar batallas en el terreno militar, pero indefectiblemente se pierden en el campo moral.

Claro que la hipocresía no sólo se encuentra en algunos de los que combaten al terrorismo, sino, como repetidamente se ha visto en distintos lares, está incrustada en ciertos personajes que alardean de proteger derechos humanos (lo que, como hemos dicho en estas columnas, constituye un grosero pleonasmo, puesto que las rosas y las piedras no son sujetos de derecho), cuando en verdad es mera pirotecnia verbal que nada tiene que ver con la justicia, al desconocer los crímenes atroces y execrables cometidos por las bandas terroristas.

Por último, el controvertido tema de la suspensión de las libertades individuales con la supuesta idea de preservar el orden jurídico. Paradójico en verdad es dejar sin efecto el derecho para salvaguardar el derecho. Otorgar visos de juricidad a aquello que es por naturaleza extrajurídico se asemeja a una ficción. No es novedosa la idea de la interrupción del derecho: viene de Roma. Se ha escrito muchísimo sobre esta delicada cuestión, pero, en todo caso, esta concepción se ha traducido reiteradamente en abusos de poder, incluyendo la tortura.

En este sentido, Ira Glasser pasa detallada revista a algunos episodios ocurridos en Estados Unidos como consecuencia de estos llamados estados de excepción. Muestra cómo la legislación sobre sedición y sobre extranjeros de 1789, la de espionaje de 1917, otra vez la de sedición de 1918 y la orden ejecutiva de F. D. Roosevelt en 1942 condujeron a grandes injusticias y severas restricciones de las libertades individuales, sin que ofrecieran mayor seguridad.

Recuerda Glasser, por ejemplo, que Ronald Reagan llamó a esta última disposición «una histeria de guerra racista», debido a que condenó a 112.000 personas de descendencia japonesa a campos de concentración en Estados Unidos, y «ni uno de los 112.000 fue imputado de un crimen ni acusado de espionaje o sabotaje. Ninguna evidencia fue jamás alegada y no hubo audiencias».

Hannah Arendt escribió sobre las patrañas políticas en el fiasco de Vietnam y ahora hemos visto las graves violaciones a los derechos de las personas por la aplicación de la vergonzosa ley denominada «patriota» en Estados Unidos, a raíz de las agresiones criminales del 11 de septiembre de 2001 y la invasión a Irak. Benjamin Franklin advertía: «Aquel país que renuncia a algunas libertades en nombre de la seguridad no merece ni la libertad ni la seguridad». Curiosa es, en verdad, la estrategia de liquidar anticipadamente las libertades como defensa contra el ataque terrorista que, precisamente, pretende aniquilar las libertades.

«Para novedades, los clásicos», reza el conocido aforismo. En nuestro caso, es pertinente recordar un pensamiento de Dante: «Todo el que pretende el fin del derecho, procede conforme a derecho. (…) Es imposible buscar el derecho sin el derecho. Formalmente, nunca lo verdadero sigue a lo falso».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Renuncia vs. «golpe»

Por Gabriel Boragina. Publicado en: 

 

La renuncia de un presidente (como la de cualquier otro funcionario) no representa un quiebre o una ruptura del orden institucional, sino que forma parte de un mecanismo democrático, ya que ningún funcionario puede ser obligado a permanecer en un cargo por un determinado periodo.

Vale la pena recordar la definición jurídica de renuncia:

«Renuncia: Dimisión o dejación voluntaria de una cosa que se posee o de un derecho que se tiene. La renuncia puede también ofrecer un sentido negativo, que se manifiesta rechazando o no admitiendo una cosa o un derecho que son ofrecidos. Basta esta definición para advertir la amplísima aplicación que la renuncia presenta en el campo del Derecho, porque puede estar referida a toda clase de bienes, de derechos públicos o privados (salvo los que la ley declara irrenunciables) o de acciones procesales. | Caso frecuente de renuncia es la que se hace de los cargos públicos o de los empleos públicos o privados, y en ese sentido equivale a dimisión. En el Derecho Civil, las manifestaciones tal vez más características son las que se vinculan con el repudio de la herencia o de las donaciones. (V. REPUDIACIÓN.) Renuncia se llama también el documento en que consta esa actitud. | Desistimiento de un propósito.».[1]

La renuncia nunca obedece a una imposición externa, sino que se ejerce siempre de manera voluntaria y se presenta no solamente dentro de un régimen democrático, ya que un dictador, un autócrata, un tirano, un rey, también pueden renunciar a sus puestos, aunque sea poco frecuente, pero han existido muchos ejemplos en la historia de tales tipos de dimisiones.

Claro que, siempre que alguien decide renunciar a algo hay una razón o una suerte de obligación interna que lo hace renunciar, pero ha de quedar en claro que dicha exigencia siempre es interna en tanto y en cuanto nace del propio individuo renunciante, es decir, es una decisión que le pertenece enteramente sin que nadie más que el mismo le constriña a tomar.

En Derecho Político, a la renuncia se le opone el derrocamiento, cuya definición jurídicamente transcribimos a continuación:

«Derrocar: Despeñar o lanzar desde una roca, antiguamente practicado como pena para eliminación de defectuosos. | Destronar a un rey. Derribar a un gobierno. Substituir a un régimen por la fuerza, por una revolución o golpe de Estado. (L. Alcalá-Zamora).»[2]

La renuncia siempre es un acto voluntario, nunca forzado. La «renuncia forzada» es un contrasentido. El desplazamiento impuesto del poder no es una «renuncia» del desalojado, es simple y llano derrocamiento, el cual implica un cierto grado de resistencia del derrocado (total o parcial) a ser eliminado del poder.

Las diferencias entre uno y otro son múltiples, ya que la renuncia se puede retractar por parte del renunciante, en cambio que el derrocamiento no depende de la voluntad del derrocado por lo que -obviamente- no puede desistirse por parte de este, ya que es un acto ajeno a su decisión.

Si -por caso- como se escucha a veces, un jefe de estado declara «renuncio al cargo para evitar un baño de sangre» es una declaración implícita de que está reconociendo que ha perdido el apoyo del pueblo, al menos en grado suficiente como para no asegurarse que las fuerzas «rebeldes» puedan ser vencidas por un pueblo que ya no lo sostiene. Digamos que estas son las razones para su renuncia, que no deja de ser tal porque podría adoptar la actitud contraria si sospechara que aún conserva sustento mayoritario que le permita persistir en la función. De no ser así, no hay ni «golpe de estado», ni «revolución», ni -por lo tanto- derrocamiento alguno.

La «renuncia bajo amenaza» sigue siendo -no obstante- un acto voluntario (no compelido) porque el ultimátum puede ser infundado, falso o de cumplimiento imposible. Y, nuevamente, si el amenazado se considera suficientemente fuerte y respaldado por sus partidarios haría caso omiso a la renuncia, se limitaría a ignorarla y continuaría ejerciendo su investidura confiado en el sostén de que sus fuerzas le serán leales.

Para este análisis debemos tener presente que, estamos convencidos que, tanto las fuerzas de seguridad como las fuerzas armadas forman parte del pueblo y no son cuerpos extraños al mismo como habitualmente se cree tanto en la prensa como a nivel popular. No existió absolutamente ningún «golpe de estado» que fuera perpetrado exclusivamente por un sector del pueblo sin soporte del resto, ya que sin este amparo mayoritario ningún gobierno -por muy de facto que sea- podría haberse mantenido en el poder durante mucho tiempo. La mayoría gobierna siempre, sea por acción o por omisión. Aunque suene paradójico, cuando «gobierna» por omisión implica tanto el permitir que cierta minoría la gobierne, de la misma manera que un esclavo (o conjunto de ellos) pudiendo rebelarse, por poseer mayor fuerza que su amo, prefiere obedecerle. Porque piensan que así les será más conveniente y más llevadera su actual o futura existencia.

De momento que, producido un golpe de estado una mayoría de la población continua pasivamente en el lugar donde se llevó a cabo, acatando a los golpistas, y no se rebela o huye en masa de allí, tal actitud inactiva implica una especie de «convalidación» de la situación ocurrida. Los padecimientos que sufra serán en una buena medida merecidos. Apresurémonos a aclarar que tal clase de confirmación no es sinónimo de total beneplácito con el dictador que surgiera del hipotético «golpe».

Como ya expusimos muchas veces, solo hay tres medios por los cuales las dictaduras pueden mantenerse en el poder. Y esas vías son del control exclusivo del pueblo. Repasémoslos:

  1. Por aprobación.
  2. Por temor.
  3. Por resignación.

Estos tres pueden combinarse entre sí o darse por separado. El orden de los factores no altera el producto. Cuando cualquiera de estos tres elementos desaparece cualquier dictadura cae de forma inmediata, o más tarde o más temprano.

El poder siempre reside en el pueblo, como también la decisión de hacer uso o no de dicho poder.

También, desde luego, estos tres componentes son los que en una sociedad democrática determinan el voto del elector en un sentido o en su contrario. En última instancia -y, dicho de otra forma- tanto en las dictaduras como en las democracias el pueblo (al final del recorrido) siempre es soberano, por acción o por omisión.

[1] Ossorio Manuel. Diccionario de Ciencias Jurídicas Políticas y Sociales. -Editorial Heliasta-1008 páginas-Edición Número 30-ISBN 9789508850553 pág. 837

[2] Ossorio, M. Ibidem, p. 314

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

TODOS SOMOS EL HERMANO MAYOR

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 24/11/19 en: http://gzanotti.blogspot.com/2019/11/todos-somos-el-hermano-mayor.html

 

 

Una de los símbolos más reveladores de la naturaleza humana, en el Nuevo Testamento, es el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo.

Permítanme decir antes que una de las razones para la Fe del Cristianismo es la lógica del Evangelio: totalmente contraria a la lógica del hombre viejo después del pecado original. Todo lo que al ser humano, después de la caída, le parece sensato, razonable, es exactamente al revés en el Evangelio. Gracias a Dios, claro.

Hay otra parábola donde esto se ve claramente: la de los viñadores. El que trabajó desde la tarde recibe igual que el que trabajó desde la mañana. ¿No nos parece injusto? Ni qué decir lo que hubiera dicho cualquier líder sindical. Máxime cuando el dueño de la viña responde como un «malvado» liberal: “¿Acaso no puedo hacer con lo mío lo que quiero?”.

Y algo que no es una parábola, el buen ladrón. “HOY mismo estarás conmigo en el paraíso”. ¡Hoy!!!! Mm……

Vamos, confesémoslo: nos parece injusto. Para la lógica del hombre justo, es injusto. Y todos lo hemos pensado así, siempre o alguna vez. Así que uno “se mata siendo bueno” todo el tiempo y finalmente en el cielo tendremos una nubecita dos ambientes; bien, ok, en fin, pero el delincuente ese y el vago aquel, que “hicieron lo que quisieron” toda su vida y “la pasaron bien” van a tener una nube con cinco ambientes, terraza, vista al mar, gimnasio y pileta. Bueno, ok, allá Dios con lo tuyo, pero en el fondo es injusto.

Eso sentimos. Eso pensamos, eso somos, después del pecado original. En el fondo la redención casi no nos llegó. Somos cristianos tristes, estoicos, murmuradores; habitamos un valle de lágrimas porque nosotros somos una lágrima viviente mezclada con una malévola pizca de resentimiento y envidia, en el fondo, al pecador, que “tan bien la pasa”.

Lo que el evangelio nos muestra es la infinita misericordia del Padre, que no nos termina de entrar, y también nos propone la alegría profunda, la felicidad inmensa, de ser Hijos de Dios. No la risa superficial, no el no sentir, no el no sufrir, sino el sabernos Hijos de Dios, con todo lo que ello implica.

Observemos lo que el padre responde al hermano mayor: “Hijo, tú siempre estás conmigo”. ¡TÚ SIEMPRE ESTÁS CONMIGO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ¿Nos damos cuenta de lo que eso significa? ¡Estar siempre con Dios!!!!!!!!!!!!!!! ¿No sería extraordinario? ¿Qué MAS podemos pedir que estar siempre con Dios? ¿Qué más puede pedir el amante que estar siempre con el amado?

“Oh llama de amor viva -dijo San Juan de la Cruz, que se había dado cuenta de esto- que tiernamente hieres/de mi alma en el más profundo centro! /Pues ya no eres esquiva /acaba ya si quieres,/ ¡rompe la tela de este dulce encuentro! /¡Oh cauterio suave! /¡Oh regalada llaga! /¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado /que a vida eterna sabe /y toda deuda paga! /Matando, muerte en vida has trocado”.

¡Estar siempre con Dios, Dios mío!!! Pero no, lo vemos como algo monótono, aburrido, pesado, casi insoportable. Escaparse, en cambio, “pasarla bien”, y en todo caso volver cuando no tenemos ni las sobras de los cerdos para comer, es más cool, más Hollywood. Sin embargo, ese escaparse es precisamente lo terrible, y ese estar siempre es precisamente lo extraordinario. Pensamos que el hermano mayor ha tenido una vida ordinaria y es al menor que le sucede lo extra-ordinario, pero no: después del pecado original, lo extra-ordinario, es estar siempre con Dios, y lo ordinario es alejarnos. Y lo ordinario es no anhelar, precisamente, la inmensa felicidad de una vida dedicada al servicio del Señor, cosa que los samurai japoneses, sin ser cristianos, supieron ver.

En la vida extraordinaria del servicio a Dios, si viene la fama, si Dios la permite, que venga, pero abramos el paraguas para no dejarnos inundar por la vana mirada de la ad-miración; y si viene la injusticia y la calumnia, que venga, porque sólo hay una mirada, que no ad-mira, sino que mira al corazón, que interesa: la mirada del Señor.

Dado que, en el fondo,  casi todos hemos sido el hermano menor, porque vamos y volvemos una y otra vez, entonces estas reflexiones no nos llegan tanto, pero si alguno es el hermano mayor, yo, desde mi destierro, le digo: sé feliz, por favor, en la casa de Dios, de la cual nunca has salido. No pienses en la fiesta que de tanto en tanto tiene que organizarme nuestro Padre. Tú ya estás en gozo permanente, y eso, multiplicado por infinito, es lo que ni ojo vio, ni oído oyó, que Dios tiene preparado para los que le aman.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

Evo Morales: el chico que dejó la escuela y llegó a liderar un país embanderado en la lucha contra la pobreza

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 21/11/19 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/evo-morales-nino-dejo-escuela-llego-liderar-nid2308306

 

Evo Morales

Evo Morales Fuente: Reuters - Crédito: Edgard Garrido

La figura del ahora expresidente de Bolivia Evo Morales -particularmente desde su reciente renuncia a la presidencia de Bolivia- es ampliamente conocida. Pero, en general, la gente sólo conoce su perfil de líder indígena dedicado intensamente a la política gremial de su país, primero y, luego, a la política nacional con mayúscula, culminando su meteórica carrera política con su llegada a la más alta magistratura de Bolivia. Lo que logró en su segunda tentativa para ser presidente, en 2005, cuando se impuso, en primera vuelta, con el 53,7% de los sufragios.

De aspecto impasible, con un rostro casi indescifrable, Morales tiene una voluntad de hierro y es realmente un personaje incansable cuando persigue un objetivo que personalmente ha definido como prioritario.

Nació en 1959, en un pueblito pequeño, cercano a Oruro, en el Altiplano. Dejó la escuela a edad temprana para ayudar a su familia a subsistir. Fue pastor, albañil, trompetista en una pequeña orquesta y panadero. Siempre en busca de crecer y mejorar progresivamente su nivel de vida.

Pese a ser aimara, Evo no habla el particular idioma de su etnia. Fue, en su niñez, testigo de la dura decisión de su padre de trasladarse a vivir en la Argentina, en busca de un futuro mejor.

Con cuatro hermanos, perdió dramáticamente a dos de ellos antes de que cumplieran dos años, esencialmente por falta de acceso a los medicamentos y por tener -como muchos- que padecer una alimentación deficitaria. Esto, lamentablemente, no es inusual entre la población indígena boliviana, que conforma el 62% de los algo más de 11,4 millones de personas que integran ese país.

En 2006 Evo Morales se transforma en el primer indígena de la historia en alcanzar la presidencia de Bolivia. Después de haber dejado atrás la montaña y trabajado en los llanos tropicales de Chapare en el cultivo del arroz, banano y de la coca, lo que en pocos años lo lleva a alcanzar altos niveles de dirigencia en el difícil mundo sindical de su país.

Fue, primero, el joven capitán del equipo de fútbol del sindicato de los cocaleros, luego, el secretario del mismo y, en 1988, el líder de una fuerte federación, compuesta por seis diferentes grupos de productores, en la zona de Cochabamba.

En 1997, Morales es elegido diputado nacional por el Movimiento al Socialismo, al que pertenecía. Allí demuestra su eficacia en manejar la red de «movimientos sociales» que construyó pacientemente y cuya verdadera representatividad y legitimidad han sido -como en algunas otras partes- siempre difíciles de precisar.

Una vez en el gobierno, trabaja intensamente para reducir la pobreza estructural de su país. Tiene éxito: el 36% de la población boliviana pobre se deduce al 17%. Este es, a mi modo de ver, uno de sus mayores logros, que no puede ignorarse. Morales -en los hechos- triplicó el PBI per cápita de Bolivia. Tampoco es un logro menor.

En un país como Bolivia, que conoció, entre 1825 y 1985, nada menos que 190 golpes de Estado, el período de algo más de una década, en el que Morales tuvo al país políticamente en sus manos es inusual.

Pero su ambicioso afán por mantenerse indefinidamente en el poder terminó siendo su perdición y generando el rechazo de la gente en un referendo convocado por el propio Evo Morales, que, no obstante, desoyó sus resultados por haber sido adversos respecto de su ambición de poder.

Luego de obtener un amañado fallo judicial a su favor, declarando las restricciones legales a su continuismo como una violación a los derechos humanos de Morales, insistió en permanecer todo el tiempo posible en lo más alto del poder boliviano, lo que fue finalmente su perdición. Ahora tuvo que asilarse en México, con García Linera a su lado, cual fiel escudero, lo que -según algunos- ha salvado su vida, que estaba en peligro.

Por el momento está fuera de su país, pero Morales afirma ante todos que pronto volverá a liderar a su pueblo, en su propia tierra.

El tiempo dirá si su ciclo tiene o no aún por delante una o más fases no transitadas. Mientras tanto, Bolivia es un polvorín que está en medio de un peligroso caos, dividida como pocas veces en la historia.

En ese ambiente, de gran inestabilidad, algunos partidarios de Evo Morales anuncian un próximo paso realmente radical: el de cercar La Paz. Como en 2002 y en 2005. El objetivo es obvio: que no entren alimentos, sumiendo a su población toda en un calvario. Calificar a esa medida (conocida como «el cerco de Tupac Ktari») de infrahumana parece obvio. Además, ella bien podría -de pronto- ser un delito de lesa humanidad.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Fue profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y fue Vice Presidente de ESEADE.

De derecha a izquierda: es violencia, es criminal

Por Alejandro Tagliavini. Publicado el 22/11/19 en:  https://alejandrotagliavini.com/2019/11/21/de-derecha-a-izquierda-es-violencia-es-criminal/

 

Derecha o izquierda, al final da igual. La disyuntiva Ortega o Somoza demuestra que, quienes utilizan la violencia contra aquellos a quienes califican de violentos, tienen una actitud de pura envidia, en el fondo, son lo mismo solo que quieren ser ellos los protagonistas. Como los Castro, que odiaban a Batista porque vivía como ellos querían y, al final lo lograron, no importa que en el medio hayan quedado muertos y un pueblo empobrecido. Como la segunda guerra mundial que se hizo para “terminar con las tiranías” pero que, en rigor, sirvió para consolidar otra peor, la de Stalin, el gran triunfador.

Es que claramente la violencia es irracional, quienes la utilizan -siempre “en defensa propia” nadie, ni de izquierda ni de derecha, admitirá otra cosa- lo hacen por impulsos primitivos, nunca por razones lógicas, como que la ciencia ha demostrado de manera concluyente que los métodos eficientes de defensa son los pacíficos, en tanto que la violencia solo produce reacciones de igual magnitud, aunque sentido contrario.

Anastasio Somoza García, fundador de una dinastía en Nicaragua, llegó a presidente con el golpe de Estado de 1937. Su política se inició con algunos toques de marxismo clásico, como prometer tierras a los campesinos desheredados y procurar consideraciones a la clase obrera, en el contexto del socialismo de la URSS, y al que apoyaron obreros y trabajadores asalariados; ciertos rasgos del liberalismo y, por último, un toque inconfundible del fascismo de Italia representado en el conocido Grupo Reaccionario o Camisas Azules.

Como todo político, una vez en el poder, olvidó su principio e intensificó su connivencia con la clase empresarial, a la que beneficiaba y con la que compartía sus negocios, apoyándose en la fuerza represiva de su Guardia Nacional. Dos líneas se opusieron al somocismo, la actitud de crítica infatigable de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, director de La Prensa, y la violenta del guerrillero Frente Sandinista de Liberación (FSLN) que nació en la década de 1960 hasta tomar el poder en Managua, en 1979.

El “comandante” del FSLN, Daniel Ortega, demostrando que solo envidiaba y quería emular a su “enemigo” Somoza, es el actual “record man” de los presidentes latinoamericanos, al sumar 17 años al frente de Nicaragua (de 1985 a 1990 y desde 2007 hasta hoy). El exguerrillero sandinista superaba por tres años a su aliado Morales, al frente de Bolivia durante casi 14, antes de su reciente salida.

Desde abril de 2018 los estudiantes -como en Chile, aunque de signo contrario- se echaron a la calle para protestar contra la reforma del seguro social y, quizás, este no haya sido el mejor método para combatir la tiranía orteguista, pero la represión por parte de las fuerzas policiales y paramilitares del sandinismo ha provocado la muerte de al menos 325 personas.

“¡Un acto humanitario no es delito!”, protestó Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua que fue trasladado a Roma por orden del Papa Francisco para evitar que fuera atacado. Las iglesias de Nicaragua se han convertido en un símbolo de la resistencia contra Ortega. Se han abierto las puertas de los templos y algunos sacerdotes son considerados héroes por apoyar a los jóvenes que comenzaron las protestas contra el régimen orteguista. Irónicamente, el gobierno acusa de “terroristas” a los opositores. “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras” le decía Alfonso VI a Rodrigo Díaz de Vivar.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini

La compleja encrucijada de Edward Snowden

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 14/11/19 en:  https://www.lanacion.com.ar/opinion/columnistas/la-compleja-encrucijada-de-edward-snowden-nid2306298

 

Como es sabido, Jefferson ha consignado: «Entre un gobierno sin libertad de expresión y libertad de prensa sin gobierno, prefiero esto último». A esta altura es de conocimiento público que Edward Snowden trabajaba para los servicios de inteligencia estadounidenses, ámbito en el que se percató de que se estaba incurriendo en el grave delito de contradecir preceptos básicos de la Constitución de ese país al espiar sistemáticamente a ciudadanos inocentes y pacíficos.

En su libro Vigilancia permanente declara que, luego de batallar con su conciencia en el Ejército y en las oficinas de inteligencia en el contexto de una muy cómoda y remunerativa posición a la que había escalado en una notable carrera a lo largo de siete años en destinos como Japón, Suiza, Austria y en territorio estadounidense, que se extendió a Hawai como su último puesto, finalmente decidió romper con el sistema «de mentir, ocultar, encubrir y disimular» y denunciarlo: en palabras del autor, «una crasa violación no solo de la Constitución de Estados Unidos, sino también de los valores básicos de cualquier sociedad libre».

Los contratos de confidencialidad son valederos siempre y cuando no impliquen lesionar derechos de terceros. Las primeras líneas de la obra mencionada son: «Me llamo Edward Joseph Snowden. Antes trabajaba para el gobierno, pero ahora trabajo para el pueblo» (escribo «gobierno» con minúscula como fue escrito significativamente en el original en inglés, lo cual mutó por mayúscula en la edición española). Dice el autor: «Recopilé documentos de la IC que demostraban la actividad ilegal del gobierno estadounidense y se los entregué a algunos periodistas». Snowden explica que no solo se trataba de espionajes, sino que también se seguían procedimientos incompatibles con el debido proceso, se torturaba bajo diversas fachadas y se encaraban matanzas secretas con fines inconfesables.

En las últimas décadas se han agravado los procedimientos ilegítimos por parte de las agencias de inteligencia, pero en este mismo medio publiqué hace tiempo una columna donde destacaba que el expresidente Harry Truman, quince años después del establecimiento de la oficina más conocida en estos delicados asuntos, declaró: «Cuando establecí la CIA, nunca pensé que se entrometería en estas actividades de espionaje y operaciones de asesinato».

Ron Paul, el dirigente político estadounidense más liberal en el sentido clásico del término y tres veces candidato a la presidencia, señaló en Fox Business: «Snowden es un héroe», y el juez Andrew Napolitano, en el programa de TV Studio B, también de Fox, afirmó: «Edward Snowden es un héroe que pone al descubierto la trama infame de espionajes que vulneran nuestros valores y los principios de la Constitución», y concluyó: «Los gobernantes que permiten semejantes políticas no merecen el cargo».

La encrucijada en la que se encuentra Snowden es el resultado de la cobardía moral de gobiernos del llamado «mundo libre» a los que solicitó asilo desde su reducto en Hong Kong, requerimiento que fue denegado una y otra vez por temor a represalias de EE.UU. por haber denunciado la intromisión en las comunicaciones telefónicas privadas y en los correos electrónicos también privados sin la expresa orden del juez de la causa. Como última opción pidió asilo a Ecuador, muy paradójicamente al efecto de evitar el riesgo de ser detenido en otras naciones, pero en plena travesía el gobierno estadounidense le canceló el pasaporte, por lo que quedó anclado en Rusia.

En este contexto es de interés destacar que Snowden trabaja dando conferencias y dictando cursos a través de aulas virtuales y preside la Freedom of the Press Foundation; en su última entrevista televisada por Msnbc en el programa The 11 Hour Exclusive -al efecto de dejar sentada su independencia- dijo que el actual gobierno ruso es de raíz autoritaria.

Glenn Beck, en su programa de TV The Blaze, también sostuvo que Edward Snowden «es un héroe» al que hay que proteger contra las acciones criminales de energúmenos enquistados en Washington que traicionan los valores expuestos por los Padres Fundadores y que, por este camino, afirma el conductor, «ciertos megalómanos con rostros demócratas terminarán con las libertades individuales».

En su libro Constitutional Chaos el juez Napolitano concluye que «es gravísimo lo que viene ocurriendo en Estados Unidos, donde el gobierno puede confiscar y encarcelar sin el debido proceso y espiar la correspondencia privada y escuchar conversaciones de inocentes sin intervención del debido proceso». Es por eso que Osama ben Laden había manifestado que el triunfo de su ideología «inexorablemente tendrá lugar merced a la guerra antiterrorista por las restricciones a lo que en Occidente se denomina libertad» (citado por el politólogo Michael Tanner).

Mike Stein entrevistó en KWAM 900 al profesor Mark Thornston sobre el tema que nos ocupa, quien manifestó: «Snowden es un patriota que hizo lo correcto frente a la inmoralidad del espionaje», y «esto es un balde de agua fría para la economía ya que la consiguiente inseguridad hará que muchas empresas, especialmente las tecnológicas, se muden a países más seguros».

Nick Gillespie, de Reason TV, entrevistó vía teleconferencia a Snowden, quien resaltó su espíritu antiautoritario y subrayó que siempre estará «del lado de la libertad», por lo que criticó a quienes consideran que «le deben lealtad al Estado» y aludió a la nula «dimensión moral» de sus circunstanciales contratantes gubernamentales.

La encrucijada que presento en esta nota es sobre un prófugo que difundió para bien de la humanidad más de doscientos documentos reservados que ponen al descubierto las tropelías de un Leviatán desbocado. Estamos advertidos, no vaya a ser que lo escrito en 1952 por Taylor Caldwell como ficción en su The Devil’s Advocate se convierta en realidad respecto a que el gobierno estadounidense mute en un Estado totalitario.

Tal como escribe Glenn Greenwald en su libro Snowden. Sin un lugar donde esconderse, se trata de «los peligros de los secretos gubernamentales y la vulneración de las libertades civiles en nombre de la guerra contra el terrorismo», en cuyo contexto cita al propio Snowden: «Fue entonces cuando comencé a ver realmente lo fácil que es separar el poder de la rendición de cuentas, y que cuanto más altos son los niveles de poder, menor es la supervisión y la obligación de asumir responsabilidades».

Como bien ha declarado Snowden en un célebre reportaje para The New York Magazine: «Mi vida cambió para bien puesto que puedo ahora decir no lo que voy a hacer en el futuro, sino lo que con orgullo hice en el pasado.»

El autor concluye su libro recordando: «En un Estado autoritario, los derechos emanan del Estado y se conceden al pueblo. En un Estado libre, los derechos emanan del pueblo y se conceden al Estado».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La maldición del capitalismo

Por Gabriel Boragina. Publicado en:  http://www.accionhumana.com/2019/11/la-maldicion-del-capitalismo.html

 

El rechazo del capitalismo no es nuevo, apareció prácticamente con su misma manifestación y se prolongó en el tiempo. Es más, esa reacción contra aquel se fue extendiendo a medida que la institución pretendía expandirse no sin dificultad. Paradójicamente, cuantos mayores beneficios promovía el capitalismo mayor oposición generaba entre la gente, sobre todo en las capas intelectuales que fueron las que -en definitiva- más se destacaron en difamar al sistema. Sólo en muy escasa medida, y en ámbitos muy reducidos, se reconocían los aspectos auténticamente progresistas (palabra la cual, desafortunadamente, fue apropiada por los sectores contrarios al capitalismo hasta consolidarse en nuestros días) del capitalismo.

«Nada es hoy más impopular que la economía del libre mercado, es decir, el capitalismo. Todo lo que se considera insatisfactorio en las condiciones actuales se achaca al capitalismo. Los ateos hacen al capitalismo responsable de la supervivencia del cristianismo. Pero las encíclicas papales acusan al capitalismo de la extensión de la irreligión y de los pecados de nuestros contemporáneos y las iglesias y sectas protestantes no son menos vigorosas en su acusación a la avaricia capitalista.»[1]

Nuevamente un párrafo de vibrante actualidad como todo lo relativo a la obra del genial profesor Ludwig von Mises. Nada ha cambiado al respecto, salvo en esferas muy minoritarias que reconocen la importancia del capitalismo y su vitalidad como único motor del progreso económico. Al capitalismo se le achacan todos los males posibles, habidos y por haber, inclusive aquellos que provienen de causas naturales. En la actualidad -y ya desde algún tiempo- diversos fenómenos naturales, tales como el cambio climático (cuya realidad es relativa en buena medida) se atribuyen popularmente al capitalismo, como no podía ser de otro modo, y confirmando la tendencia delineada en su momento por L. v. Mises.

«Los amigos de la paz consideran a nuestras guerras como una consecuencia del capitalismo. Pero los belicistas más radicales de Alemania e Italia acusaban al capitalismo por su pacifismo “burgués”, contrario a la naturaleza humana y a las inevitables leyes de la historia. Los sermoneadores acusan al capitalismo de romper la familia y promover la promiscuidad. Pero los “progresistas” acusan al capitalismo por la conservación de normas supuestamente anticuadas de restricción sexual.»[2]

El capitalismo ha sido y sigue siendo atacado por absolutamente todos los flancos, sencillamente por la razón de que quienes así argumentan no saben de lo que hablan, no conocen el sistema, ni tampoco sus componentes, ni las causas que determinaron su aparición, como tampoco su naturaleza, ni las consecuencias beneficiosas que su aplicación implica y, menos aún, la sólida filosofía en la que se respalda. Quienes critican al capitalismo utilizan esta palabra como una simple muletilla, excusa oportuna que calza perfectamente como chivo expiatorio que sirve de consuelo vano a sus complejos de culpa, y que les permiten una auto exculpación de errores y males que sus propias falsas ideas provocan. Aprovechando el desprestigio que echó sobre el vocablo su más acérrimo enemigo, Karl Marx, y la enorme popularidad obtenida por este último autor más allá de lo que quienes se creen antimarxistas están dispuestos a reconocer, las masas han encontrado en el capitalismo y en sus representantes los capitalistas, la encarnación perfecta del mismísimo mal.

«Casi todos los hombres están de acuerdo en que la pobreza es una consecuencia del capitalismo. Por otro lado, muchos deploran el hecho de que el capitalismo, al atender generosamente los deseos de la gente de tener más servicios y una vida mejor, promueve un materialismo zafio.»[3]

Como el mismo autor se encarga de explicar de manera más que magistral, la pobreza es no otra cosa que la ausencia del capitalismo allí donde la primera se localiza. Pero ya sea por una razón o por su contraria el capitalismo se condena por igual, sea porque se considere que es el origen de la pobreza, sea que se lo acuse de corromper a la gente por transformarla en groseramente materialista. Bastaría indicar que en la época de las cavernas lo que reinaba por doquiera era la pobreza más absoluta, donde el hombre no disponía definitivamente nada que no fueran los recursos naturales que no podía explotar ni aprovechar porque no existían las herramientas necesarias y adecuadas para tal fin. Y que la idea generadora de la primera herramienta puede considerarse con justicia como la primera idea capitalista, ya que una simple herramienta (como puede ser un mazo o una pala) es un bien de capital por cuanto tanto su invención como su uso no está destinado al consumo directo sino a la producción de otro bien (intermedio o final) si dirigido al consumo.

Y en cuanto a que el capitalismo provoca «un materialismo zafio» la falsedad de esta última afirmación es también muy simple de demostrar, habida cuenta que son las situaciones de escasez las que despiertan (muy a pesar de quienes las padecen) una mayor propensión al materialismo, dado que son los pobres los que más experimentan la necesidad de obtener bienes materiales, precisamente porque carecen de ellos y de los elementos materiales mínimos para proveer a su existencia física, de donde es fácil concluir que, no es por apego a lo material sino por la ausencia de lo material que los pobres estén más preocupados (y ocupados) por proveerse de lo material y -en ese sentido- se vean obligados no por gusto sino por necesidad a ser más materialistas que aquellos que no viven en situación de pobreza. Los que disponen de más bienes materiales resultan menos urgidos, que los posicionados en la situación contraria, de preocuparse por lo material.

«Estas acusaciones contradictorias del capitalismo se anulan entre sí. Pero permanece el hecho de que queda poca gente que no condene completamente el capitalismo.»[4]

Naturalmente las acusaciones al capitalismo son absurdas por donde se las mire, pero poca gente, o ninguna, mejor dicho, las formula de manera racional por lo que ya hemos señalado tantas veces: existe no sólo un desconocimiento palmario de lo que el capitalismo es, sino también una enorme carga de prejuicios que pesan sobre el aquel, pese a que ni uno de los tales posea fundamentos de ninguna naturaleza. El capitalismo sigue sin ser una buena palabra.

«Aunque el capitalismo es el sistema económico de la civilización occidental moderna, las políticas de todas las naciones occidentales están guiadas por ideas completamente anticapitalistas. El objetivo de estas políticas intervencionistas no es conservar el capitalismo, sino sustituirlo por una economía mixta.»[5]

El mundo occidental no ha sabido reconocer al capitalismo como el sistema que le diera origen, sentido y razón de ser. Lo ha sentenciado, de la misma manera que ha condenado a su opuesto, el socialismo. Pero -como hemos visto- esta censura es mucho más aguda cuando del capitalismo se trata que cuando se la hace respecto del socialismo. Los términos nunca han sido parejos en dicho sentido.

[1] Ludwig von Mises, Caos planificado, fuente: http://mises.org/daily/2454 (Publicado el 3 de febrero de 2007). pág. 5

[2] L. v. Mises ibidem, pig. 5

[3] L. v. Mises ibidem, pig. 5

[4] L. v. Mises ibidem, pig 5-6

[5] L. v. Mises ibidem, pig. 6

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

EL CAOS DE AMÉRICA LATINA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 17/11/19 en: http://gzanotti.blogspot.com/2019/11/el-caos-de-america-latina.html

 

Medio en broma, medio en serio, dije que me asombra el post modernismo y el rechazo a todo lo que sea “esencia” en ciertos temas. Si me percibo como mujer, soy mujer. Excelente, excepto para mi mujer, que creo que me va a percibir de manera distinta. Pero, cómo se le ocurre. Fascista!!!!

Pero el más estricto aristotelismo tomista parece haber renacido en todos los políticos de izquierda, que con seguridad absoluta tienen la definición, por género próximo y diferencia específica, de “golpe de estado”. Golpe, género. De estado, diferencia específica. Brillante, el árbol de Porfirio a pleno.

Por supuesto, cierta seriedad exigiría recordar que en ciencias sociales -y en todas- las definiciones son abiertas, abiertas a la historicidad, tanto futura como pasada, sin por ello perder lo esencial pero no etiquetándolas en abstracciones sin historia. Que no valen calificaciones extemporáneas y que por supuesto las ideologías no son ciencias sociales, sino utopías revolucionarias, que responden a historicismos de un lado y de otro, que son, además, pesadillas de mentes psicóticas que atrapan a los yoes más débiles e inseguros.

Por eso, el debate está perdido en los análisis de la América Latina actual. Lo que está sucediendo, en la mayoría de sus países, supera las calificaciones y definiciones políticas efectuadas a partir del Estado de Derecho concebido para el liberalismo clásico y su consecuente estabilidad jurídica y política.

Por eso, aunque no valga la pena decirlo en medio de los gritos ideológicos, para los que lo quieran pensar sugiero que no importa si fue golpe o no, porque la anomia institucional latinoamericana, endémica, secular, cuasi-eterna, no permite ese tipo de análisis.

Como ya dije una vez, América Latina es un continente políticamente fallido, porque su historia arrastra el encuentro feroz e inacabado de dos locomotoras: la tradición monárquica hispánica y el liberalismo constructivista francés.

A partir de allí, América Latina fue concebida en guerra, en grieta, en incomunicabilidad de paradigmas, e imposible es casi encontrar un análisis de su historia que no esté atravesado por ese cuerpo calloso total y completo.

Los movimientos independentistas de la corona española fueron todos intentos racionalistas de cambiar las tradiciones españolas a sangre y fuego, aunque algunos quieran poner algo de Francisco Suárez por allí. Y como tales estaba destinados al fracaso. A su vez, esas tradiciones tampoco evitaban la sangre y el fuego cuando querían volver. América Latina, continente hobbesiano.

A partir de los 60 y los 70, las revoluciones tradicionalistas contra el racionalismo constructivista comienzan a ser marxistas leninistas, (que es otro tipo de constructivismo) con lo cual la inestabilidad y la confusión es mayor. Cuba intenta invadir, y lo sigue haciendo, toda América Latina, y las tradiciones católicas se mezclan con las teologías de la liberación, produciendo ello tres, no dos, grupos en guerra permanente: los antiliberales no marxistas, los antiliberales marxistas, y los liberales constructivistas.

Ante ello, el caos es mayor. Desde el 70 en adelante Cuba intenta penetrar por el este y el oeste: por Chile vía Allende, con la visita de Castro dando recomendaciones, por Argentina vía ERP y Montoneros -con el apoyo del peronismo, que queda convertido en caos y misterio-, y luego Sendero Luminoso en Perú, FARC en Colombia, etc.

¿Qué estabilidad política se podía pretender a partir de ello? ¿Acaso Allende en Chile y el gobierno de Cámpora en Argentina eran simplemente “partidos políticos en la alternancia del poder”? ¿Cómo era políticamente posible esperar a las elecciones, si los que estaban en el poder no eran más que títeres de Fidel Castro? ¿Qué hacer?

Sólo quedaba el caos. Las reacciones fueron de todo tipo. Cómo analizarlas sin ser ni marxista ni liberal constructivista es algo que supera mi terminología. Si alguien la tiene, me avisa. Sé lo que NO debieron hacer. Pero hasta allí llega mi certeza.

Honduras, 2009, otro caos. Bolivia, 2019, otro caos, de un lado y del otro. Una amalgama de marxismo leninismo, de post-modernismo, de multiculturalismo colectivista, amalgama incoherente pero efectiva, destruye siempre todo vestigio de orden institucional (a su vez impuesto) y luego todos llaman a las cosas como les conviene. Si eres de izquierda, en Bolivia hay golpe de estado y en Chile, en cambio, que Piñera renuncie sería democracia. Un caos. Los liberales constructivistas no terminan de reconocer, a su vez, su ingenuidad total al pretender “construir” un liberalismo institucional sobre la base de un humus cultural de caudillos y horizontes anti-liberales profundamente arraigados.

La historia no ha terminado. América Latina se encamina hacia una guerra civil total en la cual nació y de la cual nunca salió.

Muchos liberales constructivistas van a estar decepcionados con esta entrada. ¿Y entonces qué? ¿Cómo? ¿Brasil no está mejor con Bolsonaro, Bolivia con Jeanine Anuez, Chile no estaba mejor con Pinera, etc?

No sé. Hay un grupo que no es actor político ni intelectual en América Latina: los liberales clásicos. ¿Quiénes son? No sé. Pero creo que desde su núcleo central tienen que hacer nueva teoría para explicar América Latina. El liberalismo constructivista no funciona. El liberalismo clásico nunca existió. Sólo es, en este momento, un difuso movimiento contra-cultural que está lejos de ser horizonte. Y tal vez nunca lo sea. Lo único que se puede esperar es que los anti-liberales moderados, no ganados por la crueldad de las ideologías, vayan moviendo la historia, lentamente, hacia una larga evolución, hacia una tierra prometida que seguramente está más allá de nuestras vidas.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

 

En torno a José Saramago

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 16/11/19 en: https://www.elpais.com.uy/opinion/columnistas/alberto-benegas-lynch/torno-saramago.html

 

No tengo especial facilidad para leer novelas, me siento más a gusto con el género del ensayo. Me interesa eso sí rastrear tramas ingeniosas. Por ejemplo, me admira que Virginia Wolf haya podido escribir cientos de páginas en su La señora Dalloway donde todo transcurre en veinticuatro horas y no hay ningún diálogo, son todos pensamientos en el fuero interno de cada uno de los personajes. Me entusiasma que Umberto Eco haya anunciado que algún día escribiría una novela policial donde el asesino sería el lector (lo cual no concretó).

Me atraen los diálogos suculentos de El hombre que fue Jueves La montaña mágica de Chesterton y Mann respectivamente, me maravilló El perfume de Patrick Süskind y, por supuesto, he abordado algunos textos contemporáneos sobre el poder: Yo el Supremo de Roa Bastos, Señor Presidente de Asturias, Calígula de Camus, La fiesta del chivo de Vargas Llosa, La silla del águila de Carlos Fuentes y también los clásicos como la célebre revolución popular en Fuente-Ovejuna de Lope de Vega o El gatopardo de Tomasi, sin dejar de lado las influencias sobre Dostoievsky (especialmente en pasajes de Crimen y castigo y en la sección titulada “El Gran Inquisidor” de Los hermanos Karamasov) de dos rusos becados por Catalina la Grande para estudiar en la cátedra de Adam Smith en Glasgow y también las archiconocidas distopias de Orwell y Huxley.

En todo caso en esta nota periodística apunto muy telegráficamente dos novelas de Saramago que por su reiterado sarcasmo y la inteligencia de la tramas navegan a contracorriente del marxismo del autor o por lo menos operan a contramano  de una visión totalitaria. Claro que, por otro parte, el fuerte de la teoría marxista siempre ha sido la ficción como fue su propio apellido pues el padre lo anotó con el suyo: Sousa, pero por una falta en el registro civil de Lisboa se anotó Saramago.

En primer término me refiero a Ensayo sobre la lucidez que en uno de los hilos de este formidable libro, el narrador alude a un pueblo en el que el gobierno municipal convoca a elecciones y el sorpresivo resultado arroja 70% de votos en blanco, frente a lo cual los gobernantes consideraron que hubo un error por lo que llamaron nuevamente a los comicios. En esta segunda vez, para alarma de los funcionarios, los votos en blanco ascendieron al 83% situación que enfureció a la burocracias a lo que se agregaron marchas con carteles en los que se estampaba con orgullo “yo voté en blanco”,  se alzaron banderas blancas, flores y brazaletes de idéntico color y similares gestos de rechazo a las autoridades constituidas.

Los políticos en funciones primero quedaron estupefactos pero, como queda dicho, luego esta sensación mutó en abierto enfado con la población por lo que se referían a lo ocurrido como “la peste blanca” y, según relata el autor, en un rapto de desesperación hizo concluir a los mandamás del pueblo que “es regla invariable del poder que resulta mejor cortar las cabezas antes de que comiencen a pensar”.

Para hacer el cuento corto y a riesgo de amputar un escrito que revela una  pluma formidable, resumo que, después idas y venidas, largas y escabrosas cavilaciones y propuestas más o menos absurdas y pastosas consideraciones, finalmente el gobierno, en represalia y como castigo a los pobladores, decidió en pleno abandonar el pueblo y retirarse a otro lugar al efecto de que sufran el escarmiento que estimaron se merecía la mayoría que votó en blanco.

Henos aquí que los moradores del pueblo en cuestión comenzaron primero tímidamente y luego en forma enérgica a coordinar sus actividades de modo tal que los servicios resultaron de mucha mejor calidad y prontitud de los que prestaba el aparato estatal en esa instancia fugado a otros lares.

La segunda novela de Saramago que resumo en esta oportunidad se titula Las intermitencias de la muerte. En este caso no voy a develar el corazón de la trama ni tampoco el final, solo quiero referirme a un aspecto clave donde el autor se mofa de los ridículos pedidos de empresarios que prefieren amamantarse del gobierno y pedir subsidios.

El asunto es que a partir de un fin de año en cierto país nadie se moría. Primero aparecieron los empresarios fúnebres sugiriendo que el gobierno haga obligatorio los entierros de los animales con cajón y todo al efecto de no sufrir pérdidas. Luego aparecieron los dueños de sanatorios reclamando créditos baratos para construir edificios y albergar a los que no permitían rotación de camas pues durarían eternamente. También irrumpieron directivos de las compañias de seguros puesto que los clientes no les renovaban las pólizas de vida para lo que sugirieron se sigan pagando las cuotas hasta los ochenta años donde se produciría una muerte virtual, se cancelaría el seguro y se renovaría por otros ochenta años. Finalmente obispos reclamaron al gobierno medidas puesto que dijeron que si no hay muerte no hay resurrección y,  por tanto, no hay destino final de las almas ni hay Iglesia.

La gramática de Saramago es de una riqueza y precisión extraordinarias, en castellano merced a su excelentísima traductora -Pilar del Río- fruto de su segundo matrimonio.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

«Vamos a volver»

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/11/vamos-volver.html

 

«Vamos a volver» es el cántico de los adherentes al partido peronista. Es una adaptación más reciente del creado a fines de los sesenta y comienzos de los setenta que decía «Luche y vuelve» en alusión al General Juan D. Perón entonces confinado en su exilio en España. Es decir, el «Vamos a volver» no es una creación reciente, ni se aplica solamente a la actual coyuntura política, sino que es más una declaración de principios del peronismo. Y podría decirse que les ha ido bien con esa muletilla constante y tediosa, porque siempre han vuelto. Volvió Perón de su largo exilio y fue ungido con una tercera presidencia, y luego de Perón volvieron sus «muchachos peronistas» una y otra vez al gobierno.
Pero más allá de sus vueltas al gobierno argentino, todas ellas para quedarse largos años disfrutando del poder, el «Vamos a volver» tiene un significado más profundo todavía, porque es una fe de dogmas que ya se han hecho parte de la historia política del país. Es volver al pasado. En Argentina no es un «Vamos hacia el futuro», «vayamos hacia adelante», «al porvenir». No. Es «Vamos a volver» ¿a «volver» adonde?
Sólo se puede volver al pasado, a la década fascista del 40 cuando el peronismo trepa al poder y comienza una obra destructiva que llega hasta nuestros días. Es esta Argentina, la Argentina que siempre está diciendo «Vamos a volver»… hacia atrás, hacia el atraso, hacia la pobreza, hacia la miseria, hacia lo que nunca funcionó en ninguna parte del mundo.
Por eso Argentina no crece, no se levanta, no asciende, porque siempre está volviendo, ayer como hoy volver hacia el único punto donde se puede volver… hacia atrás. Todo eso está plasmado y queda representado por el famoso cantito «Vamos a volver», que entonan hoy con alegría los de ayer y hoy «muchachos peronistas».
Entonces, la filosofía política argentina es un eterno retroceder que está representado por la facción peronista. Y siempre me he negado a los distintos «ismos» que se han querido formar con los apellidos de sus dos últimos personajes (Menem y Kirchner) porque el único «ismo» válido es el del fundador del partido (J. D. Perón) y que los discípulos no sólo han dicho profesar lealtad a su líder, sino que han querido «adaptar» sus ideas dirigistas a épocas «modernas» y a las coyunturas en las que les tocó gobernar.
Como acertadamente se ha dicho muchas veces, la «lógica» del peronismo ha sido y es la del poder por el poder mismo. Por eso Perón fue fascista durante sus dos primeros gobiernos (donde gritaba “¡Ni yankees ni marxistas, peronistas!”) pero debió «tolerar» a la izquierda dentro de su movimiento durante su tercer periodo.
Por análogos motivos y para mantenerse en el dominio, Menem se vio forzado a autorizar medidas económicas (por caso privatizaciones monopólicas y oligopólicas) que jamás había aceptado antes de llegar a la presidencia de la nación, pero la coyuntura económica existente al momento de su arribo al gobierno no le dejaban margen alguno para aplicar el populismo abiertamente fascista del fundador de su partido y en el cual él verdaderamente creía. Debió ser pragmático. Y también, por el mismo motivo el matrimonio Kirchner tuvo -para conseguir mantenerse en el gobierno- que aplicar las recetas contrarias a las que había tomado su predecesor partidario quien -a ese tiempo- había ganado alguna creciente impopularidad.
De la misma manera que Menem debió dar cierto giro hacia la «centro-derecha» como se decía, los Kirchner tuvieron que hacerlo hacia la «centro-izquierda» conforme se discutía entonces. Todo (para tanto en un caso como en el otro) no perder ni un gramo de autoridad. Es decir, siguiendo la lógica del líder y fundador del partido.
La constante en el peronismo y de estos personajes siempre fue la de «El fin justifica los medios» (Maquiavelo) y como «el fin» es fue y es el poderío, los medios han de adaptarse a esos fines, si es necesario se habla de «Economía popular de mercado» (Menem) o de su contrario (Kirchner y «Sra.»). Todo vale en y dentro del peronismo cuando de lograr y mantenerse en la cúspide del poder se trata.
Y desde luego, la democracia cae dentro de la misma «lógica»; es para ellos sólo un mecanismo formal para acceder a esa cima política que tanto anhelan, por la cual luchan en forma constante sean gobierno u oposición. Y esta última palabra es clave: el peronismo esta tan acostumbrado a gobernar (a su antojo) que siendo la primera vez que debió ser oposición en el gobierno de Macri, no supo serlo más que de la manera en que ellos siempre han accedido y permanecido en el mando: conspirando y saboteando cualquier medida que tome alguien que no perteneciera al «movimiento» y al que circunstancialmente le toque gobernar. Prescindiendo de las torpezas, errores y desconocimientos propios de los gobiernos de Alfonsín y de De la Rúa también lo hicieron con estos anteriormente, si bien con mayor éxito que con el presidente Macri.
Pero regresando al punto inicial, el «Vamos a volver» es ya casi como una «filosofía» de toda la Argentina. Es como un compromiso con el pasado, con todo lo retrogrado, con todo lo que paraliza e inmoviliza, con una actitud sociológica que impide a los argentinos crecer. Una visión psico-filosófica de un constante mirar hacia atrás y ambicionar un pasado de autoritarismo, de pobreza, de estancamiento.
Una actitud enfermiza de una sociedad enferma en lo más profundo de su ser. Todo eso la Argentina lo sintetiza en el «Vamos a volver» peronista, porque el peronismo se ha infiltrado hasta en las fibras más íntimas del ser nacional, se milite en el partido que se milite, todo está impregnado de peronismo, es decir de retraso, anacronismo, primitivismo, tribalidad en su más áspera expresión. Eso es -hoy por hoy- la Argentina en la que se vive. ¿Qué futuro le espera a una nación que en lugar de aspirar al porvenir sólo repite y ansia el «Vamos a volver”? Y -paradójicamente- quienes corean como loros «Vamos a volver» se llaman a sí mismos progresistas ¿alguna vez se ha visto incoherencia mayor?

 

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina