Hay dos líneas de pensamiento respecto al futuro de China. Por una parte el libro de Guy Sorman China el imperio de las mentiras donde el autor sostiene que el totalitarismo se irá fortaleciendo y consolidando con el tiempo, mientras que Eugenio Bregolat mantiene la tesis contraria en su obra titulada La segunda revolución china en la que escribe que los islotes de libertad parcial que han conducido a una riqueza de algunos nunca vista en ese país generarán nuevas exigencias de más libertad hasta derrumbar y finiquitar la larga noche totalitaria.
En todo caso, ahora aparecen documentaciones de muy diversas procedencias, en especial el voluminoso trabajo de Agustín M. Barletti que lleva el sugestivo encabezamiento de El hambre del dragón. El plan de China para comerse el mundo.
En estos valiosos testimonios como eje central aparece la grave amenaza china de comprar tierras en distintas naciones al efecto de expandir el sistema esclavista imperante. Si esto queda confirmado se trataría de un ataque a otros países peor que si fuera uno con misiles ya que en este último caso los habitantes del país receptor se sienten agredidos y se colocan a la defensiva, sin embargo en el caso considerado la agresión pasa desapercibida disfrazada de una operación comercial cualquiera.
En ese contexto resulta indistinto si el comprador es el gobierno chino o un particular testaferro de sus mandones. Puede alegarse que no debe interferirse en contratos entre privados…a menos que se pruebe que el contrato es nulo igual que una pretendida venta que una persona haga para ser esclavizada por otra puesto que significaría la contradicción en los términos de usar la libertad para aniquilarla en el plano de las relaciones sociales.
Entonces como en esta instancia del proceso de evolución cultural la función del aparato estatal consiste en la protección de los derechos individuales y su consiguiente defensa, por lo que en este último aspecto clave abro un debate de un tema espinoso y controvertido en el que me pregunto y les pregunto a mis lectores sobre la posibilidad si los gobiernos debieran imposibilitar, bloquear e impedir las aludidas operaciones en la adquisición de tierras.
Desde luego que hay otro flanco a tener en cuenta y es cuando las poblaciones eligen gobiernos que aplastan sus libertades lo cual se traduce en una disimulada -o no tan disimulada- operación de entregas incondicionales de un tipo de esclavitud.
Lo dicho en nada debe afectar el comercio libre, de lo que se trata es de evitar que el totalitarismo agresivo haga pie en países libres lo cual puede extenderse a otros gobiernos como el ruso o el iraní. Desde luego que hay muchas otras acechanzas pero de lo que se trata es de descartar las más graves. No es cuestión de caer en cazas de brujas e interferir con excelentes supermercados chinos y equivalentes pero al efecto de evitar estos desatinos no debe darse la espalda y abandonar todo peligro que resulte manifiesto y presente.
Es de gran importancia percatarse que siempre estaremos frente a nuevos desafíos. Nada más ilustrativo que el lema de la Royal Society de Londres que tantas veces he citado: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales. Lo contrario es ser un ideólogo, no en el sentido inocente del diccionario, ni siquiera en el sentido marxista de falsa conciencia de clase, sino en su uso más generalizado de algo cerrado y terminado lo cual es la antítesis del espíritu liberal.
Barletti -quien es doctor en derecho por la Sorbonne- documenta las múltipes cámaras espías en distintos países así como también las comisarías clandestinas para perseguir a personas por lo que concluye que el gobierno chino es “una suerte de Gran Hermano” con el propósito de dominación de las garras autoritarias en zonas extendidas en el mundo para lo cual se añaden préstamos colosales sin interés en su devolución para el mismo propósito y también financiaciones de proyectos grandiosos de infraestructura e industrias de gran peso. Esos son los casos, entre muchos otros, de Colombia, Perú y México que tienen al gobierno chino como su principal acreedor.
“Todo esto está pasando frente a nuestras narices y cuesta verlo, pero hay que verlo” escribe Barletti y agrega que solamente en América Latina y el Caribe hay dos mil setecientas empresas de capital chino, todas estatales que dependen directamente del Partido Comunista chino.
Como han informado diversos medios, China está a punto de quedarse con los recursos minerales y eléctricos de Ghana por cuatro préstamos impagos. En ningún caso desde luego se trata de limitar debates de todas las corrientes de pensamiento que deben estimularse para el mejor aprendizaje, se trata de evitar ataques del tipo señalado.
En todo caso, Barletti señala que “A billetera abierta, Pekín reparte sus millones por el mundo sin importar si los gobiernos destinatarios son legítimos o corruptos, o si tienen posibilidad de repago. Es así como hoy es el principal acreedor de numerosos países a los que extorsiona de infinidad de maneras.”
En la sala Adolfo Bioy Casares de la Feria del Libro, el autor acaba de mostrar preocupación por la deuda argentina con China y por las bases aeroespaciales en Neuquén y la pesca ilegal en mar argentino. Sobre el primer caso dijo que “además se les cedió cuatrocientos kilómetros a la redonda de trasmisiones. No puede haber ninguna radio, AM o FM cerca” y también expresó que “según informaciones de inteligencia de Estados Unidos, desde esa base, China espía a todos los países de alrededor.”
A lo dicho cabe adicionar la última visita a Pekín donde el presidente y el gobernador de Buenos Aires se esforzaron en machaconas alabanzas al régimen y ahora el ministro de economía reitera las andadas (con anterioridad, el primero le sugirió al criminal ruso en funciones que Argentina podía constituirse en la puerta de entrada para su sistema en América latina).
Finalmente, en otro orden de cosas, pero estrechamente vinculado al tema de la presente nota, es pertinente destacar que el actual Papa en 2018 le dio la espalda a obispos y miembros del clero chino que pretenden mantener la tradición católica llamada «Iglesia clandestina» por el régimen que no solo persigue a estos obispos y con topadoras demuelen iglesias sino que la contraponen a una llamada «Iglesia patriótica» compuesta por ocho «obispos» designados por la cúpula gobernante reconocidos por el Papa Francisco (uno muerto reconocido post mortem y siete activistas del sistema esclavista), todo lo cual ha indignado a renombrados obispos de Occidente. Luego de repetidas diatribas contra el mercado, el capitalismo y el significado pleno de la propiedad privada, no en vano -tal como hemos reiterado en otras ocasiones- cuando el Director de «La Reppublica» de Roma, Eugenio Scalfari, el 11 de noviembre de 2016 le consultó al actual Papa que dice cuando lo acusan de comunista, el Pontífice respondió: “mi respuesta siempre ha sido que en todo caso son los comunistas los que piensan como los cristianos” donde queda claro que a contracorriente de la tradición desde San Pablo en disputa con Santiago el mayor, a juicio del Obispo de Roma los cristianos tendrían la primicia del comunismo …también no en vano en 2013 ni bien asumió concelebró en San Pedro con el Padre Gustavo Gutiérrez, el creador de la llamada “teología de la liberación”.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
Este organismo ha permitido abrir los grifos de la inflación mundial y se transformó en prestamista de gobiernos corruptos y fallidos
Henry Hazlitt
Nuestros gobiernos mendigan préstamos para financiar un aparato estatal elefantiásico que carcome todo vestigio de productividad en el contexto de cargas tributarias insoportables, déficit crónicos, inflaciones astronómicas, regulaciones asfixiantes, economía cerrada y mercado laboral anti-trabajo, y henos aquí que en una segunda ronda alardean con que no hay que “pagar con el hambre del pueblo” (que los mismos gobernantes provocan) sin percatarse que los acreedores no pretenden cobrase con hambrunas sino con dólares.
Henry Hazlitt el economista estrella de Newsweek durante décadas y el célebre autor de La economía en una lección y del detallado y voluminoso análisis de la teoría keynesiana titulada Los errores de la nueva economía, escribió una columna el 11 de noviembre de 1963 que parece preparada para las instancias que corren. Se titulaba “Deshagan el FMI” donde explica que esa institución se estableció en reemplazo de la disciplina monetaria que establecía el patrón oro clásico al efecto, en su lugar, de dar rienda suelta a los procesos inflacionarios. Una vez establecidos los Acuerdos de Génova y Bruselas de los años 20 que permitieron abrir los grifos de la inflación a través de las bancas centrales, se instaló este “banco central de bancos centrales” que luego se transformó en prestamista de gobiernos fallidos. Hazlitt recuerda que “los padres de la entidad fueron Harry Dexter White por los Estados Unidos y Lord Keynes por Inglaterra. White sirvió como director ejecutivo del FMI quien en 1945 fue denunciado por el FBI como espía ruso lo cual fue ratificado por la Justicia en Estados Unidos […] Y Keynes -el mayor apóstol de la inflación de todos los tiempos- en el Parlamento británico el 23 de mayo de 1944 aseguró:”Si tengo alguna autoridad para decir en que es y que no es la esencia del patrón oro, diría que este plan es su exacto opuesto es decir el derrumbe de la moneda independiente del poder político”.
En esta línea argumental es pertinente recordar que en su prólogo a la edición alemana de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, en 1936, en plena época nazi, Keynes escribió que “la teoría de la producción global que es la meta del presente libro, puede aplicarse mucho más fácilmente a las condiciones de un Estado totalitario que a la producción y distribución de un determinado volumen de bienes obtenido en condiciones de libre concurrencia”.
En este contexto Hazlitt concluye que “la solución real consiste en desmantelar el Fondo Monetario Internacional […] ya que es una gigantesca máquina de inflación mundial” y más adelante subraya que “es realmente asombroso que este sistema fabricado en Breton Woods en 1944 es no solo tolerado sino considerado sacrosanto”.
Por su parte el cuatro veces candidato a la presidencia en Estados Unidos y ex congresista Ron Paul en el Ron Paul Institute, el 24 de marzo de 2015, en una columna titulada “Eliminen, no reformen al FMI” reitera que esa institución es coactivamente financiada por los contribuyentes de distintos países para dar sustento a gobiernos corruptos y quebrados como consecuencia de aplicar medidas estatistas, y cuando están por renunciar o reconocer sus fracasos reciben carradas de dólares a tasas de interés menores a las de mercado y con repetidos períodos de refinanciación y perdones de diversa envergadura. A título de ejemplo muestra la financiación que recibía del FMI Saddam Hussein y al último apoyo escandaloso a Grecia.
Al decir de economistas de la talla de Peter Bauer, Doug Bandow, Robert Barro, Karl Brunner, Ronald Vauvel y Raymond Mickesell esta institución sirve para financiar a gobernantes ineptos empujados por la realidad de sus desaciertos, en lugar de permitir que se reviertan sus fracasadas políticas estatistas reciben cuantiosos recursos del Fondo. Sostienen estos profesionales que ese ha sido el caso repetidamente en Argentina, México, Bolivia, República Dominicana, Haití, Indonesia, Irak, Pakistán, Tanzania, la ex Camboya, Filipinas, Ghana, Nigeria, Sri Lanka, Zambia, Uganda, Turquía, El Salvador, Egipto y Etiopía.
En su visita a Buenos Aires, Yuri Yarim Agaev, enviado por Vladimir Bukouvsky -uno de los más destacados disidentes de la ex Unión Soviética junto con Alexander Solzhenistin- informó que luego del derrumbe del Muro de la Vergüenza liberales rusos estuvieron a punto de acceder al gobierno “si no fuera por la apresurada irrupción del FMI que dotó de millones de dólares a miembros de la nomenclatura de donde finalmente surgió el actual gobierno”.
Fue muy difundido el caso del general Mobutu Sese Seko que usurpó el poder en Zaire que fue el mayor receptor de ayuda por parte del FMI en relación a su población. El poder de Mobutu fue absoluto condenando a la gente a los suplicios más horripilantes en un contexto de saqueo permanente que permitió que ese sátrapa acumulara una fortuna de ocho mil millones de dólares de esa época.
A lo consignado debe agregarse el jugoso ensayo de Anna Schwartz (la coautora con el premio Nobel en Economía Milton Friedman de la muy difundida historia monetaria estadounidense) titulado “Es tiempo de terminar con el FMI y el Departamento de Estabilización del Tesoro” y el libro de la doctora en economía por la Universidad de Oxford Dambisa Moyo titulado Cuando la ayuda es el problema, en donde se detallan innumerables casos patéticos de países que reciben cuantiosos recursos en medio de corrupciones alarmantes y dislates económicos fomentados por la ayuda que proviene coercitivamente de bolsillos ajenos.
La sede del FMI en Washington
En el contexto de la deuda pública externa, es de interés recordar que cuando Thomas Jefferson siendo embajador en París recibió la flamante Constitución norteamericana escribió que “si hubiera podido agregar una cláusula adicional la concretaría en la prohibición al gobierno de contraer deuda” que como lo expresó otro premio Nobel de Economía, James M. Buchanan, “significa comprometer coactivamente patrimonios de futuras generaciones que ni siquiera han participado en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda.”
Entonces el Fondo Monetario Internacional alimenta a burócratas que son remunerados con honorarios colosales a costa de los contribuyentes para en definitiva incentivar el despilfarro y, por ende, el empobrecimiento de todos pero muy especialmente de los más vulnerables cuyos salarios se ven reducidos por el creciente estatismo.
En este escenario, los gobiernos que se encuentren en serias dificultades por sus mayúsculos desaciertos tendrán dos opciones: rectificar sus errores abriendo el mercado y fortaleciendo marcos institucionales civilizados o, de lo contrario, continuar con los desatinos pero financiados por Corea del Norte, Cuba o similares…si es que allí encontraran dólares, pero no de parte de Washington y sus aliados. Entonces, el fondo del Fondo estriba en terminar cuanto antes con esta entidad que tanto daño ha causado y lo sigue haciendo.
Recomiendo a los lectores interesados en este tema que consulten los muchos textos recopilados en el Ludwig von Mises Institute donde múltiples autores coinciden en base a muy diversas documentaciones que el FMI debe liquidarse a la brevedad para bien del mundo libre. En ese escenario, como queda dicho, las pesadas burocracias desaparecerían y la banca privada dirigirá sus recursos donde predominen marcos institucionales serios y, por ende, una economía exenta de estatismo crónico y de corrupciones alarmantes.
En Britannica se lee que “El impacto de los préstamos del FMI ha sido ampliamente debatido. Oponentes al FMI argumentan que sus préstamos incentivan a que los estados miembros apliquen muy malas políticas económicas domésticas, sabiendo que si lo necesitan el FMI los sacarán del apuro. Esta red de contención, sostienen los críticos, demoran las necesarias reformas y crean dependencias de largo plazo. Los oponentes también apuntan que los rescates del FMI se extienden a la banca que ha realizado préstamos a insolventes, por ende los alientan a que aprueben inversiones aun más riesgosas.”
Se podrá preguntar y repreguntar cómo es posible que el FMI insista en prestar una y otra vez a gobiernos espantosamente irresponsables pero debe advertirse que a diferencia de los que prestan asumiendo riesgos con recursos propios, los burócratas de esta entidad internacional lo hacen coactivamente con el fruto del trabajo ajeno y -vuelvo a remarcar- percibiendo ellos salarios monumentales. No es para hacer algo ad hominem sino al solo efecto ilustrativo pero es preciso subrayar que a esta altura necesitamos una política cristalina y no Kristalina.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
La maldad de la riqueza, tema apreciado por los antiliberales de todos los partidos, es evidente en unos personajes frívolos y caprichosos, superficiales hasta la parodia, y neuróticos hasta el patetismo
FOTO: HBO
Por sugerencia de Lalo Azcona he visto esta inteligente serie de Mike White en HBO. Trata sobre los huéspedes y empleados de una cadena de hoteles de lujo, y tiene lugar en Hawaii, y durante la segunda temporada en Sicilia.
La maldad de la riqueza, tema apreciado por los antiliberales de todos los partidos, es evidente en unos personajes frívolos y caprichosos, superficiales hasta la parodia, y neuróticos hasta el patetismo.
Pero el pensamiento único progresista no tiene en White un alma gemela, porque en esta graciosa sátira que deviene en tragedia vuelan dardos contra el progresismo. Señaló Kyle Smith en National Review: «Casi todos los que vemos parecen ser el tipo de individuos que beben champán entre los donantes del Partido Demócrata, con lo que la serie podría ser también descrita como un retrato de la hipocresía de los ricos progres. Son gente que puede reivindicar que vota en favor de los intereses de la clase trabajadora, pero aplastan a los trabajadores de carne y hueso con los que cotidianamente se relacionan». Esto es patente en la primera temporada con el trato a la empleada de los masajes, al gerente del hotel, y sobre todo al camarero nativo, involucrado en una arriesgada aventura con la excusa pueril del anti-imperialismo.
La contradicción se observa también en la segunda temporada, más floja, centrada en el sexo, la incomunicación y la infidelidad, que afecta y destruye tanto a los huéspedes como a los trabajadores. Otra vez, no sería atinado a mi juicio extraer un mensaje anticapitalista. Por un lado, igual que en la primera temporada, la debilidad no se concentra en los ricos que holgazanean, sino que se extiende a los trabajadores, como es claro en los casos del pianista y la gerente del hotel, crueles con sus compañeros más jóvenes y modestos.
En contraste con el habitual desdén progresista hacia las normas y la moral, en esta temporada los personajes del hotel se cruzan permanentemente con jarrones de la «Testa di moro», típica de Sicilia, que evoca una historia medieval de infidelidad de un moro que seduce a una bella siciliana, ocultándole que tenía mujer e hijos. La joven finalmente lo mata, lo decapita, y pone su cabeza cual macetero de adorno en un balcón. El moro contempla en silencio a las personas que pasan, incapaces de aprender la lección.
Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y fue miembro del Consejo Consultivo de ESEADE. Difunde sus ideas como @rodriguezbraun
La salida diplomática de la guerra se ve muy lejos en el horizonte, y la resolución militar es imposible de prever. Probablemente estemos viendo los inicios de un conflicto prolongado, para el que ninguna de las partes estaba preparada
Vladímir Putin quiere y necesita recuperar la iniciativa no solo para ganar esta guerra, sino también para la supervivencia de su propio régimen
Ya han pasado diez meses, ¡diez meses!, desde que Vladímir Putin lanzó al ejército de Rusia para invadir Ucrania, tras acumular unos cien mil soldados en forma amenazadora en la frontera desde los últimos meses de 2021. La campaña que amenazaba ser un rodillo fulminante y devastador, que en una cuestión de pocos días iba a ocupar Kiev e instalar a un presidente servil al régimen de Putin, se fue deshaciendo y rehaciendo precipitadamente sobre la marcha ante la resistencia ucraniana. Los soldados de la fuerza invasora se entregaron primero al saqueo de electrodomésticos, ollas y vajilla, y luego se les dio rienda suelta para que cometieran todo tipo de crímenes tipificados por el derecho internacional, como la matanza de civiles en Bucha, centros de tortura, violaciones y secuestro y deportación a Rusia de niños ucranianos.
Vladímir Putin sobreestimó sus propias fuerzas y subestimó a sus enemigos, ya que, por un lado, creyó a pie juntillas en el discurso oficial sobre la superioridad del Ejército de la Federación Rusa y en el efecto de disuasión del arsenal atómico, a la vez que desdeñó al pueblo y al gobierno ucranianos, a la alianza atlántica, a la Unión Europea y a la capacidad de respuesta de las democracias liberales en general. La retórica rusa de centurias, expresada en sus textos de historia, ha sido la de mirar como “pequeños rusos” a los ucranianos, una narrativa ahistórica y falaz que ha marcado el universo simbólico de muchas generaciones.
En la Rusia post soviética se tejieron visiones del propio país que entrelazan los relatos de tiempos de los zares con los discursos monolíticos de la Unión Soviética, poniendo el énfasis en la supuesta “excepcionalidad” de su pueblo, cultura y misión providencial para los destinos del planeta. Narrativa ahistórica –pero no por ello menos influyente y transmitida de boca en boca de padres a hijos-, porque no solo Kiev es anterior en varios siglos a la existencia de Moscú, sino también porque el término Rus, de tiempos medievales, hacía referencia a la dinastía de los Ryurik, de orígenes vikingos, que se impuso sobre la población eslava de esa gran estepa fértil que hoy es Ucrania.
Referirnos a esos eslavos del siglo X como ucranianos, rusos o bielorrusos, es tan incorrecto y extemporáneo como llamar “franceses” a los súbditos de Carlomagno, o “ingleses” a los pueblos celtas de Britania que fueron conquistados por el ejército romano de Julio César. Pero si Ucrania “no existía”, fue Putin quien terminó de crearla el 24 de febrero de 2022.
En la Rusia post-soviética, los círculos del poder se aferraron fuertemente a la retórica militarista y victimista: con la derrota en la Guerra Fría y la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se quedó en la perplejidad de tener un gran arsenal atómico que hizo temblar al mundo y con la nostalgia de la carrera espacial y, al mismo tiempo, pasó a ser un país más en un mundo que ponía su mirada en el desempeño económico y en la calidad de vida de la población.
Como canta Coldplay en Viva la vida, solía gobernar el mundo y sentir el miedo en los ojos de sus enemigos… Y en muy poco tiempo, precipitadamente, todo eso se desvaneció en el aire de las ilusiones. Pero la intención de retornar a la tentación bélica, de la expansión con ejércitos que sobrepasaban en número –pero no en calidad- a los enemigos, estaba presente en los discursos tanto de los demagogos ultranacionalistas como Vladímir Zhirinovsky –en las elecciones parlamentarias de 1993, llegó a cosechar nada menos que el 23% de los votos, provocando alerta en Europa- así como de los nostálgicos del antiguo régimen stalinista del Partido Comunista.
Hay analistas políticos que insisten en tener en cuenta la necesidad de que los rusos se sientan en un entorno seguro frente a sus vecinos europeos –a esta tesis se sumó el presidente francés Emmanuel Macron-, pero olvidan que esos miembros del barrio del este y el centro del viejo continente fueron invadidos, amenazados y sojuzgados por los ejércitos de Moscú, desde los zares hasta llegar a secretarios generales del Partido Comunista de la URSS, como Iósif Stalin, Nikita Jruschov y Leonid Brezhnev.
Ya se ha vuelto una rutina –dolorosa, trágica y mortal- que cada semana las ciudades de Ucrania sean bombardeadas desde territorio ruso, o bien con drones de fabricación iraní. La ofensiva rusa, utilizando a los mercenarios del Grupo Wagner para tomar el control de Bajmut y Soledar, es una nueva escalada de la guerra tras meses en los que la contraofensiva ucraniana logró recuperar territorio, como la región de Jarkiv y la ciudad de Jersón.
Vladímir Putin quiere y necesita recuperar la iniciativa no solo para ganar esta guerra, sino también para la supervivencia de su propio régimen, ya que un conflicto prolongado comienza a ser visto como una derrota o, por lo menos, con un costo humano y material muchísimo más alto que el previsto en febrero de 2022. El incremento de las ofensivas, del número de soldados reclutados y de la fabricación de armamentos, tiene una respuesta correlativa desde la alianza atlántica, que ahora envió un escuadrón de tanques del tipo Challenger 2 –a los que podrían sumarse algunos Leopard de fabricación alemana-, además de misiles de alta precisión como los HIMARS y de entrenamiento brindado a los soldados ucranianos.
La salida diplomática se ve muy lejos en el horizonte, y lo mismo se advierte respecto de una resolución militar. Próximos a los once meses de la invasión, quizás estemos viendo solo los inicios de una guerra larga para la que ninguna de las partes estaba preparada, con un final imposible de prever.
Ricardo López Göttig es Profesor y Doctor en Historia, egresado de la Universidad de Belgrano y de la Universidad Karlova de Praga (República Checa). Ex investigador Senior part time del Departamento de Investigaciones y Profesor titular de Teoría Social en la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.Sigue a @lopezgottig
En los últimos tiempos observamos con cierta alarma que los aparatos estatales teóricamente encargados de velar por los derechos de los gobernados son en realidad atacantes y en la materia de esta nota periodística espían a la gente con lo que se invade su privacidad. Como ha escrito Milan Kundera “si se pierde la privacidad se pierde todo”.
Es sumamente curioso que el ciudadano se vea obligado a financiar con impuestos acciones que lo persiguen y aplastan. Antes he escrito sobre este tema de los llamados servicios de inteligencia, pero en vista que vuelva a surgir el asunto es del caso reiterar lo dicho.
El adagio consigna que si a uno lo engañan una vez, la vergüenza corresponde a quien engaña, pero si nos vuelven a engañar con lo mismo, la vergüenza es para uno. Resulta de interés preguntarse y repreguntarse qué grado de compatibilidad o incompatibilidad existe entre los llamados servicios de inteligencia y el sistema republicano de gobierno. Como es sabido, uno de los ejes centrales de esta forma de concebir el aparato político consiste en la transparencia de sus actos.
Conviene llevar a cabo el ejercicio de una mirada crítica sobre estas reparticiones tan peculiares. Prácticamente todos los gobiernos cuentan con servicios de inteligencia, lo cual no invalida el interrogante. Cuando menos, llama la atención que una sociedad libre se desplace simultáneamente por dos andariveles tan opuestos.
Por una parte, se insiste en la necesidad de que los funcionarios gubernamentales sean responsables de sus actos y que éstos estén en conocimiento de los gobernados y, por otro, se procede de modo clandestino, echando mano a fondos reservados para propósitos de espionaje y otros menesteres non sanctos que se mantienen en las sombras. Parecería que hay aquí un doble discurso y que se entroniza una hipocresía digna de mejor causa.
Agentes dobles, contrainteligencia, secretos de Estado, escuchas y detenciones sin orden de juez, violaciones de domicilio y en otros partes del mundo se agregan asesinatos, sabotajes y en la mayor parte de los casos lados seguimiento de los dirigentes de partidos políticos de oposición son sólo algunos de los hechos que producen los más renombrados “servicios”. Esto es en el “mundo libre”, ya que en los países totalitarios se añade la tortura y la implacable persecución a quienes no adhieren al poder de turno.
En los Estados Unidos, actualmente existen veinticuatro “oficinas de inteligencia”, entre las que se destaca la CIA, creada a fines de la década del 40. En Inglaterra, el M15 y el M16; en Canadá, la CSIS; la BND en Alemania; el Mossad en Israel, y la FSB, sucesora de la KGB, en Rusia son sólo algunas de las caras visibles de este entramado de espionaje, contraespionaje y guerra subterránea.
El periodista de la BBC de Londres Paul Reynolds puso en tela de juicio la eficiencia de los servicios de inteligencia más destacados del mundo a raíz de la célebre invasión de Irak, en una columna titulada “¿Podemos confiar en los servicios de inteligencia?”. Por su parte, Harry Browne señala los fiascos de los servicios de inteligencia estadounidenses en Vietnam, Corea, Somalía y Haití, e incluso tiende un manto de sospechas sobre los que operaron durante la Segunda Guerra Mundial, en la que se terminó entregando a Stalin aproximadamente las tres cuartas partes de Europa.
Es que siempre los burócratas están tentados a utilizar este y otros departamentos y oficinas para fines políticos, y cuando no hay claros límites al poder y se permite recurrir a la clandestinidad los abusos no deben sorprender, sin contar con las traiciones, las falsas denuncias y las delaciones internas y ex amistades, como ocurría con la policía secreta de Sha de Persia, incluso con Ben Laden y en la CIA.
Por esto es que León Hadar, del Cato Institute, sugestivamente titula su ensayo “Los servicios de inteligencia no son inteligentes” que inspira el título del presente texto. Allí muestra con profusión de datos cómo la alegada seguridad nacional está en riesgo con estos procedimientos oscuros en los que, por definición, no hay control de gestión propiamente dicho. Hadar se refiere a los Estados Unidos. Imaginemos qué le cabe, por ejemplo, a lo que fue nuestra SIDE creada por Perón, luego SI y hoy AFI. Cambios de nombres pero con una alarmante y persistente continuidad de procedimientos aberrantes que incluyen casos espantosos y muy sonados en todos los rincones del planeta como es el del fiscal Alberto Nisman.
David Canon, del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Indiana, en su trabajo titulado Inteligencia y ética, alude a las declaraciones de un agente de la CIA que explica que lo importante es lograr los objetivos sin detenerse en los medios: “Los temas legales, morales y éticos no me los planteo, igual que no lo hacen los otros [integrantes de la CIA]”, dice, y documenta la cantidad de “sobornos a funcionarios, derrocamiento de gobiernos, difusión deliberada de mentiras, experimentos con drogas que alteran la mente, utilización de sustancias venenosas, contaminación de alimentos, entrega de armas para operar contra líderes de otros países y, sobre todo, complotar para asesinar a otros gobernantes”.
En esta dirección ofrece ejemplos de operaciones de la CIA en Costa Rica, Corea, Colombia, Laos, Guatemala, Irán, China e Indonesia. Asimismo, el ex presidente estadounidense Harry S. Truman 15 años después del comienzo de la oficina de inteligencia declaró a la prensa: “Cuando establecí la CIA, nunca pensé que se entrometería en estas actividades de espionaje y operaciones de asesinato”.
Pero, como bien destaca Norman Cousins, el establecimiento de entidades de estas características “necesariamente tiene que terminar en un Frankenstein”. Idéntica preocupación revela Drexel Godfrey en la revista Foreign Affairs, en un artículo titulado “Ethics and Intelligence”, en el que añade las encrucijadas del célebre embajador Joseph Wilson, quien contradijo los informes de inteligencia ingleses y norteamericanos respecto de la patraña de las armas de destrucción masiva.
No se avanza mucho aunque se establezcan estrictos controles republicanos, división horizontal de poderes y, en general, los indispensables límites al poder político si puede deslizarse por la puerta trasera todo tipo de abusos, sin rendir cuenta al público, por más que se tejan subterfugios más o menos elaborados a través de comisiones parlamentarias.
Los servicios de inteligencia son compatibles con regímenes totalitarios de factura diversa, pero parecen del todo inadecuados en el seno de una sociedad libre. No en vano en los Estados Unidos se extiende la utilización de la expresión rusa “zar” para el máximo capitoste del espionaje.
Es útil cuestionar y someter al análisis temas que habitualmente se dan por sentados. Si no se procede a esta revisión periódica, podemos encontrarnos con que estamos avalando ciertas políticas que resultan nocivas, pero que continúan en vigencia sólo por inercia, rutina o molicie. John Stuart Mill decía que todas las buenas ideas pasan invariablemente por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción. Este tema de los llamados servicios de inteligencia se vincula con muchos otros que también requieren limpieza de telarañas mentales para su mejor comprensión.
Ahora se informa que miembros del servicio de inteligencia del gobierno anterior en Brasil ayudaron en los actos de vandalismo a la sede de los tres poderes, tomando como ejemplo el bochorno de Donald Trump que además de alentar el ataque al Capitolio con el apoyo logístico de algunas reparticiones de los servicios, desconoce los resultados electorales a pesar de estar certificados por los cincuenta estados, por sesenta y un jueces federales y locales y su propio Vicepresidente.
En conexión con la llamada “inteligencia” menciono cuatro áreas adicionales al correr de la pluma. En primer término, la seguridad. Paradójicamente, en no pocos lugares para proteger este valor se lo conculca. Esto ocurre hoy, en gran medida, con la lucha antiterrorista. En última instancia, el terrorismo apunta a desmantelar y liquidar las libertades individuales. Pues lo curioso del asunto es que, por ejemplo, en lo que ha sido el baluarte del mundo libre –los Estados Unidos–, con el argumento de proteger aquellos derechos se los lesiona, con lo que en la práctica se otorga una victoria anticipada a los criminales del terror. Tal es el ejemplo de la vergonzosa denominada “ley patriótica”.
En segundo lugar, para mitigar las convulsiones que hoy tienen lugar, debería hacerse un esfuerzo mayor para no caer en la trampa mortal de las guerras religiosas y para distinguir un asesino de quien suscribe determinada religión. Hay que insistir en los graves peligros y acechanzas que aparecen al vincular el aparato estatal con una denominación confesional.
El tercer capítulo, emparentado con el surgimiento de los servicios de inteligencia para contrarrestar las guerras, son las epidemias de nacionalismos, xenofobias y racismos a que nos hemos referido la semana pasada en este mismo medio y que toman los lugares de nacimiento como un valor y un desvalor para el extranjero, como si las fronteras tuvieran algún sentido fuera de la descentralización del poder.
Por último, no estaría mal revisar exhaustivamente el papel de las Naciones Unidas, de la que dependen innumerables oficinas que pregonan a los cuatro vientos, en sus publicaciones y en las declaraciones de sus directivos, políticas socializantes que conducen a la pobreza y a la guerra, al tiempo que muchas veces se constituyen durante largos períodos en observadores incompetentes, tal como ha ocurrido hasta el momento en el caso actual de Hezbollah e Israel.
Un comentarista de la televisión mexicana proclamó: “Nosotros también somos observadores, pero de la inoperancia de las Naciones Unidas”. En este sentido es recomendable la lectura de gruesos volúmenes como The Fearful Master, A Second Look at the United Nations de Edward Griffin en su época el periodista radial de mayor audiencia en CBS Network y UN: Planned Tyranny del profesor de economía de la Universidad de Harvard Orval Watts donde se detallan las ideas de planificación socialista de los organizadores originales de la institución en 1945 y sus propósitos de extender sus idearios a los países miembros confirmadas luego en algunas de las entidades que han surgido de esa fundación como es el caso resonante de la CEPAL que ha propiciado el estatismo en América Latina, una tendencia en otros casos consignada en estatutos a veces apoyados en distintas operaciones por servicios de inteligencia. Todo lo cual no significa desconocer que algunos de los miembros han denunciado políticas a contramano aquellas medidas muchas de las cuales intensifican los problemas que se anuncia se quieren resolver.
De todos modos, al efecto de ilustrar preocupaciones justificadas con un ejemplo extremo, el dictador de Uganda Idi Amin Dada -”el caníbal con refrigerador”, como lo denomina Paul Johnson en A History of the Modern World debido a la forma en que engullía a sus prisioneros, además de hacer alarde de sus servicios de inteligencia criminales- el autor relata minuciosamente en el libro de referencia que el primero de octubre de 1975 la Asamblea General de las Naciones Unidas le brindó una ovación de pie por parte de todos los delegados cuando llegó al podio el dictador y otra después de su incendiario discurso lleno de amenazas al mundo libre, en el contexto de las sumamente pastosas actitudes de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas donde ahora el régimen de la tiranía cubana ocupa un sitial de peso.
Entonces, en nuestra línea argumental de fondo, no sólo debemos concentrar la atención en la naturaleza y los alegados servicios que prestan las estructuras de “inteligencia”, sino también prestar atención a las causas que dan lugar al debate que ahora pretendemos abrir, al efecto de seguir averiguando los graves inconvenientes de este tipo de organizaciones. A esta altura del partido y en vista de los antecedentes truculentos de estos llamados servicios, tal vez debiera abandonarse el uso de la expresión “inteligencia” y sustituir esos departamentos por otros bajo auditorias y controles solo para evitar ataques a los derechos en diversas manifestaciones pero nunca provocar atropellos a las libertades individuales, que como queda dicho constituyen actos contra los principios más elementales de la civilización.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
‘’Nacionalismo. Sentimiento, individual o colectivo, que tiende al planteamiento y resolución de los problemas políticos, sociales y económicos teniendo exclusivamente en cuenta el interés de la patria, con desprecio de otros intereses extranjeros. En realidad ese tipo de nacionalismo se caracteriza por su posición xenófoba, aun cuando de ese modo se perjudiquen los propios intereses patrios. Representa un estado espiritual opuesto al internacionalismo (v.). ‘‘[1]
El autor admite disimiles tipos de nacionalismos. En la segunda parte de la definición caracterizará otros. Pero de cualquier manera, hay que apuntar que este sentido del concepto es el mayoritario, por su larga tradición y más amplio arraigo a través de la historia. Se demuestra de muchas maneras, por ejemplo, en lo político, lo económico y hasta en lo deportivo como hemos tenido oportunidad de observar en múltiples ocasiones y sobre todo en la más reciente.
El nacionalismo (a diferencia del individualismo) necesita expresarse exteriormente, y para ello precisa a su vez valerse de simbolismos concretos palpables y bien visibles.
Con tal finalidad, desde su aparición, ha adoptado toda esa simbología que requiere y de la que debe valerse para adquirir alguna significación.
Múltiples objetos ocupan ese lugar, y cada nacionalista elige el que más lo personifique.
Allí encontramos tales como las banderas, los estandartes, las escarapelas, los escudos, que desde la antigüedad encarnan los »valores nacionales». Son herederos, a su vez, de los símbolos monárquicos que fueron los que los precedieron.
Por eso el nacionalismo y el poder político siempre van de la mano. Han estado unidos casi constantemente, primero por las antiguas monarquías, luego por los imperios y -finalmente- por las naciones que han venido a reemplazar a aquellos como sus descendientes directos.
Prácticamente abarca todo lo que el nacionalista pretende que ‘’emblematice’’ a un país. Y así, lo encontramos en el arte, la pintura, escultura, el teatro, el cine, la música, la literatura, la poesía, la bebida, la cocina, como ocurría desde antaño, así hoy. Mas acusadamente en el pasado también el nacionalismo se consideraba incluido en la arquitectura, el vestido, el moblaje,, etc. rubros actualmente bastante más internacionalizados, sobre todo en los países más civilizados, que no en los más primitivos.
Pero, como dijimos, ni los mal llamados »deportes» han escapado a esa figuración, sino que también han caído en ella como se observa visiblemente en cada campeonato mundial de futbol.
A los típicos estandartes patrios (escudos, escarapelas, banderas) no tardaron en sumarse los escudos, insignias y hasta las camisetas de clubes de futbol como una divisa más y -a veces- hasta más importante que las tradicionales.
El nacionalista depende imperiosamente de referencias externas. Sin ellas está vacío y no es nada. El individualista puede prescindir cómodamente de ellas, porque sus referencias son internas.
Continuemos el análisis de la definición del autor citado antes:
»En sentimiento más ponderado, y sin desconocer principios de igualdad entre los distintos pueblos que componen la humanidad viviente, el afecto y la pasión por el propio país, su estirpe histórica y su proyección actual en la síntesis de un sano patriotismo. ‘‘[2]
La principal dificultad son las posiciones abstractas que asumen estas significaciones de la definición.
No está claro a qué igualdad se alude arriba, por cuanto los vocablos igualdad y distintos (empleados ambos en la misma oración) son claramente contrapuestos, dado que lo que es igual -por definición y principio de no contradicción– no puede ser (a la vez) distinto a lo que es igual.
El problema reside que aun en este sentido, ese sentimiento sólo puede expresarse en oposición al del resto de los países o patrias. De otro modo no se distinguiría uno de otro.
El individualismo claramente no enfrenta esta contradicción, ni presenta tal problema, ya que al ser su centro de atención el individuo no se contrapone a otros individuos, de lo contrario se dejaría de ser individualista. Los individuos no se distinguen en cuanto a individuos. En lo único en que son iguales es en su individualidad. En todo lo demás, claramente son diferentes. De cualquier manera, esa igualdad sigue siendo una abstracción, como toda igualdad lo es.
Un nacionalista clasifica a las personas de acuerdo a categorías tales como un francés, un italiano, un irlandés, un americano, etc.
En cambio, un individualista no incurre en ellas, simplemente cataloga a las personas como individuos, con exclusión de cualquier otra categoría. Sólo secundaria o accesoriamente pondrá atención a rasgos menores y accidentales, como la nacionalidad, lengua, costumbres, etc.
Para un nacionalista lo esencial es lo primero, a discrepancia de un individualista que ponderará lo segundo.
El sentimiento aludido por el fragmento de definición estudiado, es algo que se construye desde lo cultural, es decir, no es algo que venga genéticamente con el ser humano. El hecho de nacer en un determinado país y no en otro es algo meramente circunstancial que no está en la voluntad del recién nacido variar, ni modificar, ni siquiera, por supuesto, haber tenido opción alguna de haber elegido antes de haber nacido. En consecuencia, ello ni le otorga personalmente mérito alguno ni, mucho menos, lo condiciona de por vida.
Yo he criticado (como es sabido por mis lectores) a los que emigran, pero no he utilizado en mi detracción jamás argumentos nacionalistas sino de otra naturaleza.[3]
Nuevamente, hacemos hincapié que el denominado »afecto y la pasión por el propio país» necesariamente implica excluir a otros países, y esto debe manifestarse en hechos concretos.
Ahora bien, el individualista no depende de estas referencias externas, porque le son suficientes y le bastan las internas por las cuales se sabe individuo él y sus prójimos, y esto le resulta suficiente motivo para vivir y convivir con todos sin distinción de lenguaje ni de banderas.
Las últimas acepciones del diccionario no revisten mayor interés para nosotros, pero veámoslas de todas maneras:
»| Doctrina de las reivindicaciones políticas de los territorios oprimidos. | Separatismo de una provincia, región o territorio de un Estado. | Partido o movimiento político de violenta y frenética exaltación de lo nacional, con agresividad bélica para las restantes naciones (L. Alcalá-Zamora) ‘‘ [4]
Como se aprecia, en contraste al individualismo, son todas negativas. En tanto el individualismo integra, el nacionalismo claramente desintegra, separa, divide, confronta, excluye.
A todas estas conclusiones nos lleva el análisis de sus diversas connotaciones. Mientras el individualismo concilia, el nacionalismo confronta. Y en última instancia, siempre termina llevando a la guerra, si es que se le da la oportunidad suficiente.
[1] Ossorio Manuel. Diccionario de Ciencias Jurídicas Políticas y Sociales. -Editorial HELIASTA-1008 páginas-Edición Número 30-ISBN 9789508850553 pág. 614
[2] Ossorio Manuel. Diccionario de Ciencias…ibídem. pág. 614
[4] Ossorio Manuel. Diccionario de Ciencias…ibídem. pág. 614
Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en @GBoragina
Nada más absurdo que la troglodita noción del “ser nacional” y nada más truculento y tenebroso que las banderas de la “cultura nacional y popular”
Vladimir Putin, presidente de Rusia
En su momento en Rusia, el vicepresidente de la Duma, Nicolai Kurianovich, presentó un proyecto de ley por el que se prohibía a rusas y rusos contraer nupcias con extranjeros al efecto de “preservar el fondo genético”. El proyecto de marras anunciaba penas de deportación y privación de nacionalidad para quienes incumplan con la norma una vez promulgada. Ahora en la administración Putin se reaviva el proyecto en medio de represiones y crímenes de diversa magnitud entre los cuales se destaca la espantosa agresión a Ucrania. Es inaudito que el máximo representante del gobierno argentino haya invitado al mandamás ruso a que la Argentina sea la puerta de entrada a América Latina para su país.
Lamentablemente, sin llegar a estos extremos insólitos, en distintos lares, especialmente en Europa, aunque no únicamente allí, se observan manifestaciones racistas de distinto tenor que naturalmente alarman a los espíritus civilizados. Ya el magistral Jean-Francois Revel demuestra en su libro La gran mascarada el estrecho parentesco entre el nacionalsocialismo y el comunismo (ahora resabios de la Nomenklatura). El proyecto renovado revela una mente patética y una necedad digna de mejor causa.
Como ha señalado Thomas Sowell, los sicarios nazis debían rapar y tatuar a sus víctimas para distinguirlas de sus victimarios. Hitler, después de mucho galimatías clasificatorio, finalmente sostuvo que “la raza es una cuestión mental”, con lo que inauguró el polilogismo racista, bajo la absurda pretensión de que el ario y el semita tienen una estructura lógica distinta. Esto fue calcado del polilogismo marxista, por el que se arguye que el proletario y el burgués tienen distintas lógicas, aunque, como ha señalado Ludwig von Mises, nunca se explicó en qué se diferencian concretamente esas estructuras del pensamiento. Tampoco se explicó qué le ocurre en la cabeza a la hija de una burguesa y un proletario ni qué le ocurre a este último cuando se gana la lotería o comienza a tener éxito en los negocios. En este sentido cabe subrayar que la idea de clase proviene de este subsuelo del pensamiento que desafortunadamente no pocos distraídos recurren a esa noción estrafalaria sin percatarse de su origen. En realidad al recurrir a esa clasificación se debiera hacer referencia a ingresos altos, medio o bajos pero aludir a la clase como si se tratara de personas de naturaleza distinta es impropio de no marxistas y no nazis. La expresión clase baja es repugnante, clase alta es de una frivolidad alarmante y media es a todas luces anodina.
Por otra parte, en estos embrollados ejercicios, se suele confundir el concepto de lengua con el de etnia. En este último sentido, la filología demuestra que el entronque del sánscrito con las llamadas lenguas europeas -como el griego, el latín, el celta, el alemán, el inglés y las lenguas eslavas- dio como resultado las lenguas denominadas indoeuropeas o indogermánicas, expresiones que más adelante se sustituyeron por la de ario, debido a que el pueblo que primitivamente hablaba el sánscrito en la India se denominaba arya. Max Müller (en Biography of Words and the Home of the Aryans) dice: “En mi opinión un etnólogo que hable de la raza aria comete un error tan importante como el que cometería un lingüista que hablara de un diccionario dolicocéfalo o de una gramática braquicéfala”.
También, en este mismo contexto, es frecuente que se asimile la idea estereotipada de raza con religión, por ejemplo, en el caso de los judíos. Antiguamente, este pueblo provino de dos grupos muy disímiles: unos eran del Asia menor y otros de origen sudoriental de procedencia árabe. A esto debe agregarse los múltiples contactos con otras civilizaciones y poblaciones de distintas partes del planeta, lo cual ha producido las más variadas características (en última instancia, todos somos de todas partes, ya que nuestros ancestros son de orígenes muy entremezclados).
Como ha dicho Darwin, hay tantas razas como clasificadores. En verdad produce congoja cuando -ingenuamente a veces, y otras no tan ingenuamente- se hace referencia a las “diversas sangres” que tendrían diferentes grupos étnicos. Vale la pena aclarar este dislate. Hay solamente cuatro grupos sanguíneos que están distribuidos entre todas las personas. La sangre está formada por glóbulos que están en un líquido llamado plasma. Los glóbulos son blancos (leucocitos) y rojos (hematíes), y el plasma es un suero compuesto de agua salada y sustancias albuminoides disueltas. La combinación de una sustancia que contiene los glóbulos rojos, denominada aglutinógeno, y otra conocida como aglutinina, que contiene el suero, da como resultado los antes mencionados cuatro grupos sanguíneos. Eso no tiene nada que ver con las respectivas evoluciones que van estableciendo diversas características exteriores. Y esos grupos sanguíneos no pueden modificarse ni siquiera con transfusiones.
Los rasgos físicos que hacen que hablemos de etnias responden a procesos evolutivos. En el planeta tierra todos provenimos de África (y, eventualmente, del mono). Spencer Wells -biólogo molecular, egresado de las universidades de Oxford y Stanford- explica magníficamente bien nuestro origen africano (The Journey of Man) y las distintas migraciones que, según las diversas condiciones climáticas, hicieron que la piel y otros rasgos físicos vayan adquiriendo diferentes propiedades.
En este último sentido, siempre me ha llamado poderosamente la atención que muchas personas llamen a los negros estadounidenses “afroamericanos” como una manifestación un tanto atrabiliaria de lo que se ha dado en llamar political correctness. Curioso es en verdad que muchos de esos negros se dejen llamar afroamericanos como si fuera algo distintivo. Esto no los diferencia del resto puesto que, por las razones apuntadas, por ejemplo, el que esto escribe es afroargentino, así como todos los que vivimos en el continente americano y, para el caso, todos los que ocupan espacio en el globo terráqueo. Sin recurrir a expresiones peyorativas o con intención denigratoria, el uso de black es equivalente a que nos digan a nosotros “blancos”o “amarillos” a algunos orientales. Todos son hechos que proceden de la evolución según donde hayan vivido nuestros ancestros. Es más, como han apuntado diversos estudiosos de la materia, muchos blancos tienen ancestros negros y viceversa.
Tal vez uno de los mayores males de nuestro tiempo reside en el racismo que, por otra parte, como queda dicho, se basa en puras fantasías que encubren, en realidad, las máscaras para odiar al prójimo y bucear a la pesca de chivos expiatorios de quienes quieren descargar el vacío existencial y los fracasos personales de acomplejados y endebles psíquicos.
Sin duda, el ejemplo más repugnante estriba en la criminal judeofobia alimentada por tanto mequetrefe que anda suelto por el mundo. Obras tales como Veintitrés siglos de antisemitismo del sacerdote Edward Flannery, y la Historia de los judíos de Paul Johnson son suficiente testimonio de la barbarie racista.
La noticia tan inquietante con que abrimos esta nota remite al sujeto de referencia y a quienes lo rodean, quienes promueven el proyecto aludido, en el sentido que estiman que los matrimonios de nacionales con extranjeros harán que los primeros pierdan su identidad. Karl Popper y Stefan Sweig muestran la fertilidad producida a través de los estrechos vínculos interculturales y ofrece, como ejemplo, la Viena del siglo de oro antes de que las hediondas botas nacionalsocialistas produjeran otra de las tantas diásporas características de los regímenes totalitarios. Ese caso se ilustra con las notables manifestaciones en el campo de la música, la literatura, la ciencia económica, el derecho y el psicoanálisis.
Precisamente, como ha señalado Juan José Sebreli, la identidad de la persona se fortalece y enriquece en la medida en que está expuesta a las más diversas expresiones culturales. Por el contrario, lo que alguna vez denominé “cultura alambrada” debilita, bloquea y finalmente extingue la posibilidad de cultivarse por la asfixia a que conduce la cerrazón que sólo es a veces compensada por dificultosas manifestaciones subterráneas y clandestinas.
El oxígeno resulta indispensable y esto se logra abriendo puertas y ventanas de par en par. La guillotina horizontal que pretende nivelar y enclaustrar necesariamente empobrece. La cultura no es de esta o aquella latitud, del mismo modo que las matemáticas no son holandesas ni la física es asiática. Nada más absurdo que la troglodita noción del “ser nacional” y nada más truculento y tenebroso que las banderas de la “cultura nacional y popular”. Incluso Donald Trump ha ponderado aquel desatino de “la superioridad” de estadounidenses nativos a contracorriente de los valores en su momento estipulados por los Padres Fundadores en ese país otrora el baluarte del mundo libre y, por otra parte, desconociendo el origen de esos nativos (sin perjuicio de las otras medidas de signo autoritario adoptadas por Trump en la economía y en relación al campo institucional).
En una sociedad abierta, las jurisdicciones territoriales tienen por única función evitar los peligros de la concentración de poder que significaría un gobierno universal. Pero de allí a tomarse seriamente las fronteras hay un salto lógico inaceptable. Obstaculizar cualquiera de las muchísimas maneras de intercambios culturales libres y voluntarios constituye una seria amenaza y una forma grotesca de contracultura.
Mario Vargas Llosa apunta en su columna “El elefante y la cultura” que “considerar lo propio como un valor absoluto e incuestionable y lo extranjero un desvalor, algo que amenaza, socava, empobrece o degenera la personalidad espiritual de un país […] semejante tesis difícilmente resiste el más somero análisis y es fácil mostrar lo prejuiciado e ingenuo de sus argumentos y la irrealidad de su pretensión –la autarquía cultural- la historia nos muestra que arraiga con facilidad […], el nacionalismo es la cultura de los incultos”.
Esta concepción cavernaria propia de los nacionalismos se extiende a la cerrazón de las aduanas por medio de tarifas y cupos que empobrecen a todos a favor de comerciantes inescrupulosos que explotan miserablemente a sus congéneres a través de privilegios de toda naturaleza.
Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h
Nos convoca hoy el debate sobre la inflación y sus causas. Propongo entonces empezar con una mirada rápida hacia los datos del mundo al día de hoy. Si tomamos el promedio de los últimos 20 años, 8 de los 10 países más relevantes de América del Sur tienen una inflación promedio anual menor al 8%. Se trata de Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay.
En todos estos casos, sus Bancos Centrales tienen como objetivo principal y prioritario, mantener el valor estable de su moneda.
Teniendo en cuenta este dato objetivo de la realidad, y considerando que los Bancos Centrales son, por sobre toda las cosas, los responsables de determinar las cantidades óptimas de dinero de una economía, no podemos negar fácilmente que exista una relación entre la cantidad de dinero y el poder adquisitivo del mismo. O, dicho en otras palabras, entre la cantidad de dinero que existe en una economía y su tasa de inflación.
Un paper reciente del FMI (Yan Carriere-Swallow y otros, 2016) nos subrayó este punto. Analizando el importante logro de América Latina en materia de inflación desde la década de los ‘90 hasta esta parte, el FMI encontró que fueron las reformas monetarias realizadas durante ese período las que condujeron a la conquista de la estabilidad en la región.
Para los autores:
Desde la década de 1990, la política monetaria en América Latina ha logrado una transformación notable en términos de lograr la estabilidad de precios. Una ola de reformas legales en la región en la primera mitad de la década, en algunos casos consagradas en constituciones nacionales, otorgaron independencia a los bancos centrales. En esencia, los cambios tenían como objetivo restringir el financiamiento del banco central de los déficits del sector público que estaba en la raíz de la alta inflación en toda América Latina.
La mejora que describen se debió principalmente a cuatro factores: 1) la definición de un mandato estrecho y claro para los bancos centrales; 2) la formulación de políticas independientes de las necesidades del tesoro; 3) la autonomía en la implementación de la política monetaria; y 4) la rendición de cuentas y transparencia de los entes monetarios.
Estos cuatro pilares virtualmente eliminaron, en América Latina, el problema de la inflación. Obviamente, los autores mencionan a los dos países que abandonaron el camino: Argentina y Venezuela, donde no casualmente, sus Bancos Centrales tienen múltiples objetivos que alcanzar y, además, no gozan casi de ninguna autonomía ni independencia[1].
A primera vista, entonces, parecería haber algunos argumentos para afirmar que una cantidad de dinero excesivamente elevada es causa de una elevada tasa de inflación. Esta afirmación, además, encuentra numerosos adeptos en la historia del pensamiento económico.
Un repaso por la historia
En un trabajo de Raymond de Roover (Roover, 1983) se reseña el pensamiento de los autores y profesores nucleados en la llamada “Escuela de Salamanca”. Entre estos autores, algunos de ellos discípulos de Francisco De Vitoria, que vivieron entre los siglos XV y XVI, se encuentran Domingo de Soto, Diego de Covarrubias y Leyva, o Martín de Azpilcueta, conocido como Doctor Navarro.
De acuerdo con De Roover, todos estos autores coincidieron en que existía una relación entre el dinero y la inflación. En sus palabras, sostiene que:
Los autores españoles dieron por sabida la teoría cuantitativa, ya que sus tratados, casi sin excepción, decían que los precios subían o bajaban según la abundancia o escasez del dinero.
Tiempo después, en la Inglaterra del siglo XVII se dio un debate acerca del envilecimiento de las monedas de plata. De acuerdo con Rothbard (Rothbard, 1995) en el año 1690 el circulante monetario de Inglaterra se encontraba muy deteriorado, con lo que las viejas monedas no eran deseadas por el público, que prefería utilizar las nuevas monedas acuñadas por las autoridades. La gente o bien hacía circular más las monedas deterioradas, guardándose las nuevas, o bien aceptaban las monedas deterioradas pero por su peso y no por su valor nominal.
Esto llevó a que la Casa de la Moneda de la época tuviera que volver a acuñar las monedas, y que algunos sugirieran que lo que debía hacer el ente era pasar todas las monedas nuevas al peso de las viejas, deterioradas, pero al mismo valor nominal.
Frente a esta postura se alzó el filósofo inglés John Locke. En su libro Some Considerations of the Consequences of the Lowering of Interest and Raising the Value of Money (1692), Locke denunció el envilecimiento como algo ilusorio y engañoso. Según Rothbard explica, para Locke:
… lo que determinaba el valor real de una moneda (…) era la cantidad de plata en la moneda, y no el nombre que le otorgaran las autoridades. La degradación, advirtió Locke en su magnífica discusión, es ilusoria e inflacionista: si las monedas, por ejemplo, se devalúan en una vigésima parte, “cuando los hombres vayan al mercado a comprar cualquier otra mercancía con su dinero nuevo, pero más ligero, encontrarán que 20 chelines de su nuevo dinero no comprarán más de lo que 19 compraban antes’. La degradación simplemente diluye el valor real.[2]
Después de John Locke vino David Hume, quién criticó la idea mercantilista de mantener una balanza comercial positiva, precisamente por ignorar la relación entre la cantidad de dinero y el nivel de precios.
Según Robert Ekelund (Ekelund, Hébert, 2005), David Hume:
Puso de relieve un mecanismo precios-flujos de metales preciosos que vinculaba la cantidad de dinero a los precios y las variaciones de éstos a los superávits y déficits de la balanza comercial.
Para el filósofo inglés, la idea de mantener una balanza comercial positiva de forma permanente era imposible, puesto que el mayor ingreso de metales preciosos presionaría al alza los precios, lo que encarecería relativamente al país superavitario respecto de sus vecinos. Este fenómeno impulsaría entonces un aumento de las importaciones y una baja de las exportaciones lo que, a la postre, regresaría al equilibrio a la balanza comercial.
Por la misma época se destacó un pensador irlandés, que pasó gran parte de su vida en Francia e Inglaterra: Richard Cantillon. El aporte fundamental de Cantillon no fue tanto insistir en la relación positiva que ya varios comprendían entre dinero y precios, sino establecer un mecanismo a través del cual el cambio en la cantidad de dinero beneficiaba a los distintos sectores de la sociedad. Para Cantillon, una mayor cantidad de dinero no siempre aumentaba en la misma proporción los precios de todos los bienes y servicios que se producían. Esto era así porque el resultado final dependía de quién o quiénes recibían el nuevo dinero en primer lugar.
Cantillon (Cantillon, 2020) sostenía que:
Cualesquiera que sean las manos por donde pase el dinero que se ha introducido en la circulación aumentará naturalmente el consumo; pero este consumo será más o menos grande según los casos, y afectará en mayor o menor escala a ciertas especies de artículos o mercaderías, según el capricho de los que adquieren el dinero (…)
Si el aumento de dinero efectivo proviene de las minas de oro o plata que se encuentran en un Estado, el propietario de estas minas, los empresarios, fundidores, refinadores y, en general, todos cuantos trabajan en ello, no dejarán de aumentar sus gastos en proporción de sus ganancias. (…) Estos precios elevados inducirán a los colonos a emplear más extensión de tierra para producirlos en años sucesivos: estos mismos colonos se beneficiarán con el referido aumento de precios, y aumentarán, como los otros, sus gastos familiares. Quienes sufrirán este encarecimiento y el aumento del consumo serán, primeramente, los propietarios de las tierras, mientras duren sus contratos de arrendamiento; después, sus criados y todos los obreros o gentes con salario fijo, que a ellos están vinculados. Será preciso que todas estas personas disminuyan su gasto en proporción al nuevo consumo, circunstancia que obligará a un gran número a salir del Estado, y a buscar fortuna en otros países…
Así, si los escolásticos y los clásicos ya habían advertido sobre el rol del dinero en la inflación, Cantillon advirtió sobre las consecuencias redistributivas de la inyección de nuevo dinero en una economía. Y estos efectos ocurren tanto si el nuevo dinero es oro de reciente extracción, o papeles de reciente impresión.
A comienzos del Siglo XX llegó Irving Fisher, quien consagró en la historia una ecuación que todos los estudiantes de economía alguna vez tuvieron que estudiar: M*V=P*T. De acuerdo con Fisher, si M es la cantidad de dinero en circulación, si V es la velocidad de circulación del dinero, P es el nivel de precios y Q el índice de volumen físico de las transacciones, entonces de no moverse ni V ni T, un cambio en M impactará en P en la misma proporción. Ya John Stuart Mill había expresado lo mismo previamente, aunque sin la simbología matemática. Siguiendo a Ekelund (Ekelund Hébert, 2005), Mill decía que:
… para una cantidad de mercancías y un número de transacciones determinados, el valor del dinero es inversamente proporcional al producto de su cantidad por lo que se llama velocidad de circulación del mismo.
Fisher insistió en que ni Q ni T se verían impactados por los cambios en M, lo que dio origen a la llamada Teoría Cuantitativa del Dinero. El vínculo entre el dinero y la inflación estaba ahora plenamente establecido. La dirección de causalidad también.
Keynes, Friedman y la Escuela Austriaca
Durante los años ‘30, Estados Unidos experimentó la deflación, en el medio de un contexto de crisis, con aumento del desempleo y caída de la producción. En ese entonces, era esperable que nadie tuviera como primera preocupación la suba de los precios. Pero ni siquiera Keynes -el revolucionario padre de la Macroeconomía- negó que existiera una relación entre emisión e inflación. En una carta escrita al presidente Franklin D. Roosevelt y publicada en el New York Times, Keynes[3] exhortó al mandatario norteamericano a salir al rescate de la economía aumentando la demanda agregada.
De acuerdo con el economista inglés, este aumento debía generarse con un mayor gasto público, a financiarse con “dinero prestado o impreso”. Pocas líneas después admitió que esto pudiera tener un efecto en los precios, pero lo juzgó como algo positivo. “Los precios en alza deben ser bienvenidos porque generalmente son un síntoma del aumento de la producción y el empleo”, decía Keynes, motivo por el cual “es esencial asegurar que la recuperación no se vea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero para respaldar el aumento de la rotación monetaria”.
Después de Keynes, la inflación y sus orígenes pasaron a un segundo plano casi por 40 años. Hubo que esperar a un nuevo contexto global: el de la estanflación, para -digamos, “volver a las bases”. Y el retorno de la teoría cuantitativa del dinero estuvo a cargo de nada menos que Milton Friedman, académico de la Universidad de Chicago.
A través de numerosos estudios, conferencias y hasta documentales, el profesor Friedman se esforzó por difundir nuevamente la idea de que la inflación era un fenómeno siempre monetario y que la solución a la misma pasaba por un mayor control de la política monetaria y de la fiscal.
En palabras de Friedman (Friedman, 2012):
La causa próxima de la inflación es siempre y en todas partes la misma: un incremento demasiado rápido en la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción (…) Nunca ha habido un período de inflación dilatado y continuo que no haya sido acompañado de un crecimiento del circulante superior al de la producción.
Friedman sostenía que detrás del aumento de la cantidad de dinero, que generaba inflación, había tres causas finales: el aumento del déficit fiscal, la búsqueda del pleno empleo, y el intento por reprimir el aumento de las tasas de interés. Finalmente, concluía con firmeza que “la única manera de acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente”.
Otro aporte que nos dejó el estadounidense fue su crítica a la Curva de Philips, donde añadió un factor de relevancia crucial para visiones contemporáneas sobre la inflación: el rol de las expectativas. Pero antes de llegar ahí, pasemos primero a la visión de la Escuela Austriaca de Economía sobre la relación entre el dinero, el poder de adquisitivo de la moneda y el aumento de los precios.
En sus conferencias en Buenos Aires[4], Ludwig von Mises reforzó la teoría cuantitativa del dinero al sostener que “si la oferta de caviar fuera tan abundante como la de patatas, el precio del caviar —es decir, la relación de intercambio entre caviar y dinero o caviar y otros productos— cambiaría considerablemente.”. Al considerar al dinero un bien económico como cualquier otro, la misma lógica cabía aplicarle.
No obstante, en La Acción Humana (Mises, 2011), dedicó algunos capítulos a tomar distancia de la ecuación cuantitativa del dinero. Es que para Mises, el establecimiento de una relación mecánica entre variables agregadas era una ofensa a su preciado individualismo metodológico.
Para Mises, la idea de un dinero que no tenga efectos reales (es decir, que no modifique la estructura productiva de la economía), es errónea. Y, además:
Tal idea indujo a muchos a creer que el «nivel» de los precios sube y baja proporcionalmente al incremento o disminución de la cantidad de dinero en circulación. Se olvidaba que ninguna variación de las existencias dinerarias puede afectar a los precios de todos los bienes y servicios al mismo tiempo y en idéntica proporción. (…) En orden a demostrar la doctrina según la cual la cantidad de dinero y los precios suben o bajan proporcionalmente, al abordar la teoría del dinero se adoptó un método totalmente distinto del que la economía moderna emplea en el estudio de todos los demás problemas.
Tiempo después, otro pope de la Escuela Austriaca, F.A. Hayek (Hayek, 1996), expresó que estaba de acuerdo con el enfoque monetarista de Milton Friedman de que toda inflación era inflación “de demanda”. Sin embargo, objetaba que la teoría:
… a causa del énfasis que pone en los efectos de las variaciones de la cantidad de dinero sobre el nivel general de precios, dirige una atención demasiado exclusiva a los perniciosos efectos de la inflación o deflación sobre la relación crediticia, pero pasa por alto los efectos, aún más importantes y dañinos, que tienen las inyecciones y retiradas de circulante sobre la estructura de los precios relativos y la consiguiente asignación errónea de recursos y, en particular, la mala dirección de las inversiones que causa.
Con las críticas de Mises y Hayek, y retomando aquellas enseñanzas de Cantillon, los economistas austriacos elaboraron una teoría del ciclo económico totalmente original. La emisión monetaria puede o no generar inflación (medida esta como el aumento sostenido del nivel de precios), pero sin dudas generará una distorsión de los precios relativos de la economía, que llevará a la misma a un sendero de crecimiento insostenible que -tarde o temprano- deberá terminarse. El final de este proceso tendrá dos alternativas: o bien una crisis económica con subas del desempleo y deflación, y bien una hiperinflación y el fin de la moneda (Mises, 2005).
O sea, los austriacos no negaron los efectos del dinero en el nivel de precios agregado de la economía, pero hicieron foco en un efecto considerado aún más dañino: la distorsión de la información que los precios de mercado saben transmitir mejor que nadie.
Es así que tras recibir el Premio Nobel de Economía, Friedrich Hayek publicó su “Desnacionalización del Dinero”, obra en la cual, tras afirmar que “la historia casi se reduce a la historia de las inflaciones y normalmente de las que las autoridades generan para su propio provecho”, propuso eliminar el monopolio de la emisión de dinero. Tras ello, sus seguidores, entre los más destacados George Selgin y Lawrence White, escribieron libros y artículos en defensa de un sistema monetario totalmente desregulado, con bancos de reserva fraccionaria y emisión de dinero privado por parte de estas instituciones.
El corto plazo, Macri y Olivera
Si me siguen hasta acá, tal vez haya varios convencidos de que efectivamente la relación entre el dinero y la inflación es una ampliamente conocida y aceptada por los economistas, y por tanto, una herramienta para entender y modificar la realidad. Me refiero a que si hay mucha inflación, podemos pensar que se debe a que se emitió mucho dinero y, por otro lado, que si queremos bajarla, podemos pensar que el mejor camino es dejar de emitir.
No obstante, algún escéptico todavía puede estar dudando. Y para reforzar sus inquietudes acaso vuelva al pasado reciente de la Argentina y se pregunte: ¿si todo lo que está diciendo Iván es cierto, cómo es posible que, durante el gobierno de Macri, la emisión monetaria se haya frenado por completo y, no obstante, hayamos tenido la inflación más elevada de los -hasta entonces- últimos treinta años?
Y es aquí donde el economista argentino, Julio Hipólito Guillermo Olivera, puede hacer su entrada triunfal.
Repasemos, ante todo, los datos. Después del 28 de diciembre de 2017, cuando el poder ejecutivo interfirió en la autonomía del manejo de la política monetaria y se decidió modificar las metas de inflación, el Banco Central accedió a reducir su tasa de interés. En una economía que estaba generando dudas en materia fiscal y de sostenibilidad de la deuda, este movimiento no fue bien leído por los inversores. El siguiente paso fue el acercamiento y posterior firma de un acuerdo con el FMI, y cuando eso no fue suficiente, el acuerdo se volvió a ajustar. Es así que en el 28 de septiembre de 2018 el BCRA anunció que modificaba su esquema de política monetaria “para implementar una meta de crecimiento nulo de la base monetaria hasta junio de 2019”[5]. Con algunos ajustes en esta meta, en concreto entre el mes de septiembre de 2018 y el mes de septiembre de 2019, la base monetaria aumentó solamente un 4,8%. En septiembre de 2018 la base monetaria había aumentado 43,9% anual. Un año más tarde el ritmo de aumento se había reducido a un décimo.
A pesar de estas medidas, la inflación anual de 2019 cerró en 53,8%, la más elevada de los 28 años precedentes.
Olivera (Olivera, 1960) explicaría este fenómeno en el marco de su “teoría no monetaria” de la inflación. Lo primero que debe decirse aquí es que Olivera no negaba que la inflación fuese un fenómeno monetario. El autor argentino asegura que “por cuanto entraña esencialmente un deterioro del valor del dinero, la inflación es en sí un fenómeno monetario.” No obstante, aclaraba después, que al hablar de teorías no monetarias, no se hacía referencia a la naturaleza del fenómeno, sino a las causas que lo producían. Entre estas causas, Olivera entontraba un cambio de precios relativos que ocurriera en el marco de un mundo con precios inflexibles a la baja.
Así las cosas, si el precio del bien B cae en términos relativos respecto del bien A, pero los precios nominales son inflexibles a la baja, entonces el sistema se resuelve con un aumento nominal del precio de A, manteniéndose constante el precio del bien B. Finalmente, esto tiene como resultado un aumento general del nivel de precios de la economía. La inflación, así, no fue causada por el aumento de la emisión monetaria, sino por un cambio de precios relativos que incrementó el valor del IPC.
La teoría de Olivera podría aplicarse y explicar en parte el fenómeno de la inflación de 2019. En efecto, el aumento del valor del dólar (que pasó de $ 38,8 En diciembre de 2018 a $ 63 en diciembre de 2019) puede explicar la modificación al alza de una serie de precios de la economía no compensada por una baja de otros productos, llevando esto a una suba del nivel de precios promedio.
Ahora el punto es si estas disrupciones de corto plazo pueden negar la teoría monetarista de la inflación. Y, desde nuestro punto de vista, esto no es suficiente. La visión de Olivera -y otros “estructuralistas”- puede ser útil para entender cambios de corto plazo en la tasa de inflación: pero para comprender el fenómeno de la inflación a largo plazo -como el que vive hoy Argentina-, debemos volver a la cantidad de dinero.
De Gregorio (De Gregorio, 2017) nos muestra este fenómeno con dos gráficos (ver gráfico 5 en el anexo) elocuentes que en el eje horizontal tienen la tasa de expansión de la cantidad de dinero y en el vertical la tasa de inflación. Un gráfico muestra cambios a corto y el otro las variaciones a un plazo más largo. El economista chileno concluye que:
… la relación entre dinero e inflación es muy débil en el corto plazo. (…) Cuando se observa la evidencia de largo plazo, veinte años, la relación es más clara, y efectivamente hay una alta correlación entre la inflación y el crecimiento de M1. Esto es particularmente importante para inflaciones altas. (…)
En consecuencia podríamos concluir que la teoría cuantitativa, y por lo tanto, la neutralidad del dinero, se cumpliría en el largo plazo.
La evidencia también indica que, a corto plazo, la correlación entre emisión e inflación es débil, mientras que a largo se vuelve más robusta.
Milton Friedman no estaría en desacuerdo con esta afirmación, ya que en su decálogo del monetarismo (Ravier, 2012), explicaba que a corto plazo la emisión monetaria afectaba más al nivel de actividad que al nivel de precios; siendo el impacto sobre éste más importante luego del paso de un cierto tiempo.
Por último, y volviendo al éxito que los países Latinoamericanos han mostrado en el combate contra la inflación, vale destacar el análisis de Bernanke (Bernanke, 2005), quien afirmó que la responsabilidad fundamental en el éxito antiinflacionario recae en el abandono de las ideas estructuralistas y su reemplazo por “el consenso actual entre los economistas – que el crecimiento de la cantidad de dinero generado por el déficit fiscal es la fuerza motora detrás de casi todos los episodios de muy alta inflación”.
Tal vez los hechos más recientes, y las declaraciones de los banqueros centrales del día de hoy, junto con sus políticas monetarias, sea una nueva demostración de este dictum de Bernanke[6].
Por último, el rol de las expectativas
Como nos decía Bernanke, existe un consenso entre economistas acerca de que, en el origen de la inflación, está la política monetaria impulsada por la dominancia fiscal. Ahora a esto hay que sumarle el rol de las expectativas, un camino que comenzó Friedman pero que luego fue profundizado por autores de la talla de Robert Lucas y Thomas Sargent, entre otros.
La “revolución de las expectativas racionales”, como se ha llamado a esta nueva corriente del pensamiento económico, sostiene que los agentes económicos hacen el mejor uso de la información limitada de la que disponen y, en base a eso, buscan anticiparse y adaptarse racionalmente a los efectos esperados de las políticas gubernamentales. Así, el comportamiento de los individuos puede contrarrestar los efectos de las políticas y frustrar sus objetivos.
Un texto clásico en este sentido es el de Sargent y Wallace (Sargent & Wallace, 1981). Los autores sostuvieron en esa época la controvertida idea de que la política monetaria, por sí misma, no sería suficiente para reducir la inflación. Incluso más, que una política monetaria apuntada a bajar la inflación, si se empleaba en solitario, generaría más inflación en el futuro.
Esto era así porque, en un sistema donde el Banco Central dejara fija la tasa de expansión monetaria, por ejemplo, el déficit del gobierno sólo podría ser financiado en parte con el dinero emitido, teniendo el resto que financiarse en el mercado de bonos. Ahora bien, llegado el punto en que el mercado de bonos se saturase, entonces el Banco Central debería financiar ese déficit con “señoreaje, requiriendo la creación de dinero adicional. Más tarde o más temprano, en una economía monetaria, el resultado es inflación adicional”.
Sargent y Wallace enfatizaban su punto al considerar que, si la demanda de dinero dependía de la tasa esperada de inflación, entonces podría darse el caso de que la autoridad monetaria ni siquiera pudiera bajar la inflación en el corto plazo. Es que los agentes racionales, esperando una mayor expansión en el futuro, reducirían hoy su demanda de dinero, haciendo que la “dureza monetaria” tuviera poco efecto sobre la inflación presente.
En otro artículo sobre las hiperinflaciones europeas de los años ‘30, Sargent (Sargent, 1982) volvió a insistir en las expectativas de los agentes y, por tanto, en la credibilidad de las políticas implementadas para bajar la inflación:
Las medidas esenciales que pusieron fin a la hiperinflación en Alemania, Austria, Hungría y Polonia fueron, primero, la creación de un banco central independiente que estaba legalmente comprometido a rechazar la demanda de emisión por parte del gobierno y, segundo, una alteración simultánea en el régimen de política fiscal (…) una vez que se entendió ampliamente que el gobierno no dependería del banco central para sus finanzas, la inflación terminó y los tipos de cambio se estabilizaron.
Volviendo a 2019, esta hipótesis también podría obtener una ilustración en los hechos. Mientras los mercados creyeron en la política monetaria y la continuidad de una política fiscal gradualista hacia abajo, avalada por un organismo internacional como el Fondo Monetario Internacional, la inflación mostró cierta morigeración y el tipo de cambio se mantuvo estable. No obstante, una vez el escenario político se modificó, la expectativa de los agentes también lo hizo, de forma rápida y radical, y con ello vino el salto del tipo de cambio, una caída de la demanda de dinero, y un nuevo aumento en la tasa de inflación.
Conclusión
A lo largo de este trabajo hemos tratado de entrelazar los datos de la realidad con un conjunto de ideas que han mantenido su coherencia a lo largo de, al menos, seis siglos. Así, intentamos sostener que -si bien en economía, como en toda ciencia- las conclusiones son siempre provisionales y sujetas a refutación, la afirmación de que la emisión excesiva de dinero es la causante de la inflación es una que cuenta con un considerable consenso en la profesión y en la academia y que, además, ha sido suficientemente ilustrada por la evidencia empírica a lo largo de la historia.
Eso no impide, por supuesto, que podamos escuchar objeciones y críticas. No obstante, es la creencia de este servidor, que dichas críticas no podrán cambiar en mucho los puntos fundamentales aquí vertidos.
Anexo de Gráficos
Gráfico 1. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur.
Fuente: elaboración propia en base a FMI
Gráfico 2. Inflación anual promedio (2003-2022), países seleccionados de América del Sur con Argentina y Venezuela.
Fuente: elaboración propia en base a FMI
Gráfico 3. Base monetaria (promedio míovil 12 meses) y tasa de expansión anual.
Fuente: elaboración propia en base a BCRA.
Gráfico 4. Tasa de inflación anual (2002-2020), datos mensuales.
Fuente: elaboración propia en base a INDEC y fuentes privadas.
Gráfico 5. Emisión monetaria e inflación en el corto y largo plazo.
Fuente: De Gregorio (2007).
Gráfico 6. Tasa de interés de referencia para países seleccionados (2020-2022)
Fuente: elaboración propia en base a INDEC y Bancos Centrales.
[1] La página oficial del Banco Central de Venezuela se ocupa de aclarar que dicha institución es “integrante del Poder Público Nacional” y “que ejerce funciones gestoras de interés público en coordinación con la política económica general y se rige por los principios que gobiernan la Administración Pública.”. En el caso de Argentina, la reforma de la carta orgánica del 2012 modificó los objetivos, que quedaron establecidos en 5: “en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, 1) la estabilidad monetaria, 2) la estabilidad financiera, 3) el empleo y 4) el desarrollo económico 5) con equidad social. Véase BCV, Misión y Visión (http://www.bcv.org.ve/bcv/mision-y-vision) y BCRA, Carta Orgánica (http://www.bcra.gov.ar/pdfs/bcra/cartaorganica2012.pdf).
[4] El economista austriaco Ludwig von Mises bridó, en el año 1969, una serie de conferencias en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. En una de ellas se refirió a la inflación. Sus conferencias se encuentran publicadas por Unión Editorial, en un libro titulado “Política Económica”.
Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Investigador Asociado del Centro FARO, de la Universidad del Desarrollo de Chile. Es Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE. Sigue a @ivancarrino
Ni en España ni en ningún lugar del mundo los Estados han padecido recortes apreciables
Escuché hace algún tiempo en Onda Cero unas interesantes declaraciones de Javier Sánchez Serna, diputado de Podemos, en las que reclamaba un aumento del gasto público destinado a «derechos sociales», y diagnosticaba que el Estado está «desgastado tras décadas de políticas neoliberales».
Habla como si el Estado fuera un puro beneficio, sin mezcla de coste alguno. Ante la evidencia contraria, la izquierda habitualmente procede a ignorarla o a mentir. La ignora cuando predica sin cesar sobre las ventajas de un mayor desembolso de las Administraciones Públicas sin decir ni una palabra sobre sus costes, como si dicho desembolso fuera efectivamente gratuito. Y miente cuando sugiere que los impuestos los pagan o podrían pagar los ricos y no los pobres.
Pero los Estados modernos son tan grandes que es imposible que la gente se trague de forma masiva y perdurable ese doble anzuelo, y, quizá más pronto que tarde, acaba comprendiendo que es ella la que está pagando la cuenta, y que los Estados actuales no se pueden financiar solamente quitándoles el dinero a los ricos.
Cuanto más se extienda esa comprensión popular, más difícil lo tendrá la izquierda para colarnos el bulo de que el Estado debe aumentar porque ha sido «desgastado» por el perverso «neoliberalismo».
Además de lo que hemos observado, es decir, que los supuestos progresistas no prestan la menor atención al desgaste genuino sufrido por los salarios de las trabajadoras merced a la presión fiscal, el mencionado bulo viola toda la evidencia empírica, que señala lo que cualquier contribuyente podría enseñarle a don Javier Sánchez Serna. Efectivamente, si hay algo obvio para cualquier ciudadano, por modesta que sea su condición, es que el Estado ha registrado cualquier cosa menos un desgaste.
Ni en España ni en ningún lugar del mundo los Estados han padecido recortes apreciables. Los cambios han ido más bien en la dirección contraria. Pero, nada, señora, nada de nada: los supuestos progresistas seguirán erre que erre intentando convencerla de que el Estado prácticamente ha desaparecido.
Gracias a Dios, es cada vez más difícil que nos engañen, sobre todo figuras señeras como el señor Sánchez Serna, que esta semana, cuando se desató la furia totalitaria de Podemos contra la justicia independiente, secundó a doña Irene Montero y tuiteó su famosa frase sobre los «fachas con toga».
Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE. Difunde sus ideas como @rodriguezbraun
Los ingresos por habitante de cada país, según el valor del PBI, miden objetivamente la atención a la sociedad por parte de los gobernantes
Las sociedades debieran constituirse para favorecer a sus miembros. Los Padres Fundadores de los EE.UU. plantearon las condiciones para una nación próspera (Reuters)
Más allá de los discursos, las estimaciones del FMI arrojan mediciones más precisas de la satisfacción de las necesidades individuales que las que argumentan las fantasías oficiales. Países como Italia, Japón, Francia, Nueva Zelandia, Reino Unido, Alemania, Finlandia, Israel, Suecia, Canadá, Dinamarca, EE. UU., Suiza, Noruega e Irlanda, con PBI por habitante en orden ascendente desde 40.000 a 100.000 dólares por año demuestran quiénes atienden, en promedio, mejor a su gente. No sorprende que atraigan inmigrantes.
Las sociedades debieran constituirse para favorecer a sus miembros. Los Padres Fundadores de los EE.UU. plantearon las condiciones para una nación próspera.
The Federalist Papers es una colección de 85 ensayos periodísticos escritos por Alexander Hamilton, James Madison y John Jay promoviendo la Constitución de los EE.UU.
En el Federalista 10, Madison propone los medios para evitar el predominio faccioso de una mayoría. Defiende una república comercial con múltiples intereses, característica de una sociedad libre, como el medio más importante. Y destaca que una república grande, al tener una amplia variedad de partidos e intereses, hará menos probable que se impongan facciones mayoritarias.
Una aplicación general del principio de frenos y contrapesos que es fundamental en el sistema constitucional estadounidense.
El Federalista 51 plantea la estructura del gobierno que debe proporcionar los adecuados controles y equilibrios entre los diferentes poderes y reparticiones. Aborda los medios por los cuales se pueden crear controles y equilibrios apropiados en el gobierno y aboga por una separación de poderes dentro en el orden nacional.
Una de sus ideas más importantes es: “La ambición debe hacerse para contrarrestar la ambición” y su argumento “si los hombres fueran ángeles”.
Los Papeles Federalistas son la base de la interpretación constitucional y uno de los textos más célebres de la ciencia política mundial. El propósito del número 51 es informar sobre las salvaguardas creadas por la Convención para mantener las ramas separadas del gobierno y proteger los derechos de las personas y del país.
Dependencia e intrusión
El punto clave de Madison es que los miembros de cada departamento deben tener la menor dependencia posible de los miembros de los otros departamentos, y para mantenerse independientes, su propio departamento no debe invadir a los demás.
Para asegurar estos fines, el autor sugiere que “la gran seguridad contra la concentración de los diversos poderes en un mismo departamento” es facilitar que cada uno se defienda de invasiones de los demás.
En una forma republicana de gobierno la rama legislativa es la más fuerte, y por lo tanto debe dividirse en diferentes ramas, estar tan poco conectada entre sí como sea posible (Getty Images)
En una forma republicana de gobierno la rama legislativa es la más fuerte, y por lo tanto debe dividirse en diferentes ramas, estar tan poco conectada entre sí como sea posible, y presentarlas por diferentes modos de elección.
El gobierno está protegido contra usurpaciones porque está dividido en departamentos distintos y separados. En 1797, el poder sobre las personas se dividió tanto a través del federalismo como a través de las ramas (legislativa, ejecutiva y judicial).
Debido a la división del poder, una “doble seguridad surge a los derechos del pueblo. Los gobiernos se controlarán entre sí, al mismo tiempo que cada uno será controlado por sí mismo”. En tanto la coparticipación de impuestos y otras decisiones no alteren incentivos.
Madison discute extensamente el tema de las facciones políticas. Reconoce que siempre estarán presentes y que la única forma de contrarrestar sus efectos es tener numerosas facciones. En otras palabras, incluso si los individuos se mezclan con otros miembros de los mismos grupos sociales, ideales y metas, ninguno en particular debería ser capaz de volverse tan fuerte como para frustrar el interés de todo el resto.
Ninguna facción puede llegar a ser lo suficientemente poderosa como para derrocar a todas las demás facciones en una república bien administrada.
Lamentablemente, la corrupción desarma defensas. Y en la Argentina se observa que está altamente corrompida.
Enrique Blasco Garma es Ph.D (cand) y MA in Economics University of Chicago. Licenciado en Economia, Universidad de Buenos Aires. Fue Economista del Centro de Investigaciones Institucionales y de Mercado de Argentina CIIMA/ESEADE. Profesor visitante a cargo del curso Sist. y Org. Financieros Internacionales, en la Maestria de Economia y C. Politicas, ESEADE.Sigue a @blascogar