Una oportunidad para reflexionar sobre la libertad

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 9/5/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/05/09/una-oportunidad-para-reflexionar-sobre-la-libertad/

 

Al efecto de sacar alguna partida de los aislamientos debido a la pandemia que a todos nos afecta en nuestras actividades diarias, es del caso reflexionar acerca de un aspecto que forma parte de las conclusiones fundamentales de innumerables autores. Como con todos los escritores prolíficos, hay asuntos en los que uno concuerda y otros con los que discrepa. Eso ocurre con nuestros propios escritos ya que, leídos a la distancia, nos percatamos de que podríamos haber mejorado la marca, sea en la redacción o en el contenido. Por eso es que Jorge Luis Borges, citándolo a Alfonso Reyes, decía que como no hay tal cosa como un texto perfecto: “Si no publicamos, nos pasaríamos corrigiendo borradores”. Habiendo dicho esto, observamos que tradicionalmente ha habido gran coincidencia en el eje central de la condición humana, pero de un tiempo a esta parte han aparecido quienes rechazan el eje central de dicha condición.

De entrada digamos que el aspecto medular al que nos referimos remite al libre albedrío, a la libertad, esto es a la capacidad de razonamiento independiente, de ideas autogeneradas, de la posibilidad de distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, de la responsabilidad individual y de la conducta moral. En otros términos, que no estamos determinados por los nexos causales inherentes en los kilos de protoplasma sino que tenemos mente, psique o estados de conciencia diferenciados del cerebro material.

De cualquier manera, en sentido contrario, el autor que con más peso ha abierto cauce al materialismo, esto es la negación del atributo medular de la condición humana, ha sido Burrhus F. Skinner a través de sus múltiples trabajos, de modo especial en su obra que lleva el sugestivo y franco título de Más allá de la libertad y la dignidad, aunque esta postura se remonta a Demócrito (sobre el que Marx hizo su tesis doctoral). En nuestros días tal vez los autores que también mejor representan la postura abiertamente opuesta a la existencia del libre albedrío son Yuval Harari y Steven Pinker (he escrito separadamente y en detalle sobre ambos en textos titulados respectivamente “Un académico best-seller” y “La Ilustración a pesar de Steve Pinker”, donde destaco las críticas severas en el tema que estamos tratando y simultáneamente computo sus fértiles contribuciones en otras áreas).

Es de una muy llamativa curiosidad que haya quienes se consideran parte de la tradición de pensamiento liberal que producen obras muy recomendables, sólidas y sofisticadas pero que no se involucran en el debate que marcamos en estas líneas y, más aun, incluso en algunos casos rechazan la importancia y trascendencia de este tema como parte sustancial de los cimientos de la libertad con lo que en última instancia todo el edificio de la sociedad libre se derrumba. Están desafortunadamente impregnados de cientificismo, un término acuñado para señalar la falsa ciencia y la ausencia de rigor científico que en este caso se conjuga con el materialismo filosófico.

Para entrar en materia, digamos algo respecto a la llamada inteligencia artificial -un oxímoron- que es fruto de una mala interpretación y no simplemente una cuestión semántica. Debe destacarse la relevancia de la naturaleza humana que se diferencia de un aparato inerte. Por una parte, inteligencia deriva de inter-legum, esto es leer adentro, captar significados o la esencia de lo observado cosa que la materia está imposibilitada de hacer y por otro lado y más importante aun, la inteligencia demanda capacidad de decisión, libertad, libre albedrío puesto que si está determinada por los nexos causales inherentes a la materia no hay posibilidad de elección independiente, hay programación inexorable.

La inteligencia del ser humano procede de que no solo se trata de kilos de protoplasma sino de psique, mente o estados de conciencia que permiten revisar los propios juicios, ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, voluntad independiente, responsabilidad individual y moral. Si los humanos fuéramos aparatos programados, la libertad se tornaría en mera ficción.

Fredrick Copleston detalla “las incoherencias del determinismo”, Emanuel Kant sostiene que uno de los puntos más relevantes en filosofía consiste en mostrar “la libertad de la voluntad” y George Gilder asevera: “En a ciencia de la computación persiste la idea de que la mente es materia. En la agenda de la inteligencia artificial esa idea ha comprometido una generación de científicos de la computación en torno a la forma más primitiva de superstición materialista”.

La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Hoy en día hay quienes se consideran “modernos” al sostener que en definitiva los humanos somos aparatos complejos pero aparatos al fin. Creen que recurriendo a la complejidad pueden zafar de la contradicción de una racionalidad irracional o de la libertad sin libre albedrío. En definitiva convierten la llamada sociedad libre en mera ficción. Destruyen los cimientos de la responsabilidad individual y del sentido moral puesto que sin seres libres no hay tales cosas.

Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano es pura materia que en ese caso no elige, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, puro materialismo filosófico. Este autor concluye que “quien diga que todas cosas ocurren por necesidad no puede criticar al que diga que no todas las cosas ocurren por necesidad, ya que ha de admitir que la afirmación también ocurre por necesidad” y agrega que “si nuestra opiniones son resultado distinto de libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta”.

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual -lo cual es propio del materialismo- naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad”.

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye: “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

Antes nos hemos referido a este tema, pero se hace necesario reiterar los ejes centrales de este problema crucial debido a la creciente difusión de la posición contraria. Dada la importancia del tema y de la perseverancia de la contracorriente que surge a la vuelta de cada esquina, se torna necesario machacar en la esperanza de que resulte clara la urgencia de aludir al mismísimo sustento de la sociedad libre.

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck que en este contexto afirma: “Se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo” puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´. Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

A pesar de lo que dejamos consignado, aflora la visión opuesta en alguna parte teñida de posmodernismo que irrumpe con fuerza a partir de la sublevación estudiantil de mayo de 1968 en París y encuentra sus raíces en autores como Nietzsche y Heidegger. Los posmodernistas acusan a sus oponentes de “logocentristas”, rechazan la razón, son relativistas epistemológicos (lo cual incluye las variantes de relativismo cultural y ético) y adoptan una hermenéutica de características singulares, también relativista, que, por tanto, no hace lugar para interpretaciones más o menos ajustadas al texto.

También antes nos hemos referido en detalle al experimento del matemático Alan Turing refutado por el filósofo John Searle en lo que denominó “el experimento del cuarto chino”. Ahora solo resumo telegráficamente diciendo que en este jugoso intercambio quedó demostrada una vez más la diferencia fundamental -de naturaleza, no de grado- entre los programas de los ordenadores y la mente humana.

Como apuntamos al abrir esta nota periodística, el coronavirus nos tiene alejados unos de otros. En medio de la desgracia, esto puede servir para masticar y digerir lo dicho en dirección a reforzar los valores y principios de la libertad que es lo que nos otorga dignidad y nos permite desenvolvernos en la vida al elegir, preferir y optar entre distintos medios para la consecución de fines apetecidos.

Mención aparte claro está es la forma en que se usa la libertad. Después de haber leído casi todo lo publicado por Viktor Frankl y sin dejar de reconocer lo dicho más arriba sobre la imposibilidad de concordar en todo con autores que han generado producciones en gran escala, estimo que puede resumirse su filosofía de la logoterapia en tres capítulos. En primer lugar, su consejo de descubrir el sentido de nuestra vida (no fabricar, sino descubrir, hurgar en nuestro interior) lo cual se concreta en proyectos que una vez logrados deben sustituirse por otros al efecto de mantenerse vital. En segundo término, el percatarse que lo relevante no es la extensión del diámetro que abarca nuestro proyecto sino la calidad y la nobleza con que rellenamos el círculo. Y por último, Frankl hace un correlato con el entretenimiento que más lo atraía: el alpinismo en cuyo contexto dice que igual que en la vida no mira el precipicio que lo rodea ni se pone ansioso con la distancia que le falta recorrer para llegar a la cima, sino centrar la atención concretamente en cual es el próximo paso y donde colocará el pie para avanzar al objetivo.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

La autocrítica que deberíamos hacer los liberales

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 1/2/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/02/01/la-autocritica-que-deberiamos-hacer-los-liberales/

 

Friedrich Von Hayek (1899-1992)
Friedrich Von Hayek (1899-1992)

 

En alguna oportunidad he pronunciado una conferencia sobre este tema, ahora lo retomo con nuevas observaciones y enfoques adicionales.

Hay cuatro planos en este asunto que estimo de gran interés.

En primer lugar, un interrogante clave: ¿de quién es la responsabilidad de que haya gente de buena fe, honesta intelectualmente e inteligente que quiere sinceramente el bienestar de todos pero que rechaza de plano las recetas liberales? Me parece que la conclusión inexorable es que la culpa de semejante situación recae en nosotros, los liberales.

Este fenómeno se observa de modo extendido pero muy especialmente en ciertos escritores, pintores, escultores, músicos y sacerdotes. Es llamativo pero es habitual que el problema indicado se encuentre radicado en personas que apuntan alto en el plano espiritual y creativo y que no quieren “descender a territorios con ruido a metálico”. Cuando se pronuncian sobre asuntos sociales y económicos suelen aconsejar medidas que en la práctica perjudican a los más débiles, que son los que precisamente desean proteger. Y no parece haber salida pues están empantanados en aquellas líneas argumentales.

Como queda dicho, esto se debe a que nosotros, los liberales, no somos capaces de trasmitir el mensaje adecuadamente. Y no se trata de “vender bien la idea” puesto que las ideas no se venden. La comercialización propiamente dicha no requiere para nada que se le explique al consumidor el proceso productivo por el cual se parió un dentífrico o un desodorante. Es suficiente con que se le trasmita las ventajas del uso del producto en cuestión.

Sin embargo, con las ideas la naturaleza del proceso es completamente distinta. A menos que estemos frente a un fanático que toma la idea sin fundamento alguno, el receptor demanda que se le presente la genealogía y el fundamento de lo expuesto, no simplemente el producto final. Desde luego que no es que el mensaje no deba pulirse y presentarse adecuadamente, muy por el contrario esto es muy necesario para la adecuada comprensión y aceptación por parte del interlocutor.

Y aquí viene la deficiencia. Por ejemplo, no somos suficientemente eficaces en trasmitir el concepto de que las medidas que despilfarran capital lastiman severamente a todos pero muy especialmente a los más necesitados. Como no hay de todo para todos todo el tiempo, es indispensable asignar derechos de propiedad a los efectos de su mejor uso: quienes dan en la tecla en lo que necesita el prójimo obtienen ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos. Esto ocurre en mercados abiertos y competitivos y no allí donde los pseudoempresarios obtienen privilegios del poder de turno, siempre a expensas de sus semejantes.

En lugar de estarse quejando porque la gente no entiende la postura liberal, es mucho mejor preguntarse y repreguntarse por qué uno es tan inepto para trasmitir el mensaje. Y como tendemos a ser más benévolos con uno mismo que con los demás, este ejercicio nos ayuda a hacer mejor los deberes al efecto de dictar una clase mejor, escribir un ensayo, artículo o libro de mejor calidad o pronunciar una conferencia mejor fundamentada.

También en esta primera sección debe hacerse notar el desconcierto que producen algunas propuestas como, por ejemplo, en el tema jubilatorio. En lugar de apuntar a que cada uno haga lo que le de la gana con el fruto de su trabajo hay quienes sugieren achatar la pirámide para que todos reciban lo mismo independientemente de sus aportes o estirar la edad jubilatoria. Para esto último tengo una propuesta mejor: imponer la edad de 200 años para jubilarse con lo cual el atraco queda más claro.

En segundo lugar aludo a quienes consideran que para presumir de rigurosos se sienten compelidos a introducir lenguaje sibilino en sus presentaciones A veces extienden el método a doctorandos para impresionar al tribunal correspondiente. Lamentablemente no toman en cuenta lo consignado por Karl Popper en cuanto a que “la búsqueda de la verdad sólo es posible si hablamos sencilla y claramente, evitando complicaciones y tecnicismos innecesarios». “Para mí, buscar la sencillez y lucidez es un deber moral de todos los intelectuales: la falta de claridad es un pecado y la presunción un crimen”, decía.

El tercer asunto se refiere al caso argentino. Los hay quienes pretenden poner la carreta delante de los caballos y fundar un partido político liberal antes de haber dado en grado suficiente la batalla cultural, con lo cual naturalmente el fracaso es seguro. La política significa ejecutar ideas y no puede ejecutarse aquello que no se sabe en que consiste. Como ha escrito Anthony de Jasay, “no es imposible poner la carreta delante de los caballos, es poco práctico”. En el caso argentino la situación es más grave debido al peligro que se corre en la actual circunstancia por lo que el fraccionamiento y dispersión de la nueva oposición (aun con los fracasos de la gestión anterior) resta posibilidades de defender en estos momentos temas esencialísimos como la libertad de prensa y lo que queda en pie de la Justicia.

Respecto a que es interesante lo del partido político liberal pero no es el momento lo ejemplifico con lo escrito por Ortega: cuenta que frente a todo lo que decía un sacerdote que celebraba misa su monaguillo repetía “Ave María purísima”, a cierta altura el cura perdió la paciencia y le dijo a su ayudante “mira, lo que dices es interesante pero no es el momento”.

Por último pero no por ello menos importante, un capítulo sobre el que debe machacarse: muchos liberales presentan estudios de gran provecho y sofisticación pero dejan de lado los cimientos del edificio de la libertad. Es similar a que un arquitecto pretenda comenzar por el techo la construcción de una casa sin prestar atención a los cimientos. Es claro que en este caso las perspectivas de la edificación no son halagüeñas. Igual ocurre en las ciencias sociales, en este caso aludo a la necesaria explicación del libre albedrío sin lo cual la libertad se convierte en mera ficción.

En este sentido, resulta clave comprender que los humanos no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos estados de conciencia, psique o mente que se distingue del cerebro. Como apunta el premio Nobel en neurofisiología John Eccles, el no estar determinados por los nexos causales inherentes a la materia permite revisar los propios juicios, contar con ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones falsas y verdaderas, asumir responsabilidades y la posibilidad de llevar a cabo juicios morales.

Sin embargo, se observa el avance del materialismo filosófico o determinismo físico (para recurrir a la terminología popperiana). Los humanos no somos loros, aun más complejos pero no loros al fin. Tenemos la capacidad de decidir entre diversas posibilidades y retractarnos. Antes he citado al premio Nobel en física Max Plank y a los filósofos John Hospers y Antony Flew, que subrayan la diferencia entre la concatenación de causas en el mundo material y los motivos en la mente humana.

En el caso argentino refleja lo dicho entre tantos ejemplos la posición del ex miembro de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, quien es abolicionista al mantener que a los delincuentes no hay que castigarlos pues no son responsables de sus actos. El silogismo es correcto si se parte de la premisa del determinismo físico, pero el problema estriba en que la premisa no se sostiene. Por su parte, no pocos de los psiquiatras son materialistas lo cual no deja de ser curioso ya que la psicología es el estudio de la psique y, sin embargo, rechazan la existencia de la psique unida pero diferente del cerebro, y así sucesivamente con otras profesiones como la economía vía el denominado neuroeconomics.

Nada se gana con detenidas elaboraciones sobre política monetaria, fiscal o laboral ni sobre la relevancia de marcos institucionales compatibles con la protección a los derechos si previamente no se ha entendido la base de la libertad.

Suelo ilustrar lo dicho con esa contradicción en los términos denominada “inteligencia artificial” puesto que la inteligencia requiere libertad de elegir (además, la etimología remite a inter-legum, esto es leer adentro, captar esencias, expresar sentimientos etc), lo cual no hacen los aparatos que solo responden a una programación previa.

Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicadas a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas […] Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Desafortunadamente es un lugar común concluir que la tecnología conspira contra el empleo sin percatarse que libera recursos humanos y materiales para atender necesidades que no podían atenderse debido a que los recursos estaban esterilizados en otros áreas. Por su lado, en este contexto, el empresario está interesado en capacitar al efecto de sacar partida de los nuevos arbitrajes.

En resumen, los liberales no solo debemos estar atentos a nuevas contribuciones en un largo peregrinaje sin término de corroboraciones provisorias abiertas a posibles refutaciones sino que debemos corregir prioridades y pulir mensajes.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Inteligencia artificial

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 28/12/19 en:  https://www.elpais.com.uy/opinion/columnistas/alberto-benegas-lynch/inteligencia-artificial.html

 

Telegráficamente intentaré en esta nota periodística demostrar que el título constituye una contradicción en los términos, que lo de la inteligencia artificial es un oxímoron.

 

Por una parte inteligencia deriva de inter-legum esto es leer adentro, captar significados o la esencia de lo observado cosa que la materia está imposibilitada de hacer y por otro lado y más importante aun, la inteligencia demanda capacidad de decisión, libertad, libre albedrío puesto que si está determinada por los nexos causales inherentes a la materia no hay posibilidad de elección independiente, hay programación inexorable.

 

La inteligencia del ser humano procede de que no solo se trata de kilos de protoplasma sino de psique, mente o estados de conciencia que permite revisar los propios juicios, ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, voluntad independiente, responsabilidad individual y moral. Si los humanos fuéramos aparatos programados, la libertad se tornaría en mera ficción.

 

Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano es pura materia que en ese caso no elije, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, puro materialismo filosófico.

 

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual -lo cual es propio del materialismo- naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck que en este contexto afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

 

Por su parte el lingüista Noam Chomsky señala que “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

 

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo” puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

 

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

 

Howard Robinson apunta que “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´. Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

En resumen, la tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

SOBRE LA ILUSTRACIÓN A PESAR DE STEVEN PINKER

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Steven Pinker es más conocido por su teoría materialista del ser humano, lo cual se pone de manifiesto especialmente en su obra Blank Slate (tabla rasa o del latín tabula rasa) y en un apretado resumen de su autoría en Youtube “On Free Will” donde declara que “no hay tal cosa como libre albedrío” y que “no hay espíritu o alma” (psyché en griego, psique) en el ser humano puesto que “todo se reduce a procesos físicos”, en la práctica describe al ser humano como una colección de moléculas, en el cerebro neuronas y procesos de sinapsis, todo lo cual es independiente de las contribuciones del autor respecto a las formas de adquisición del aprendizaje, de la flexibilidad del cerebro y del contexto evolutivo que  aparece en el mencionado libro (naturalmente muy ponderado por los deterministas Richard Dawrkin y Daniel Dennet).

 

La objeción de los “interaccionistas-dualistas” al estilo de los Karl Popper, John Eccles, Max Planck, John Searle, Raymond Tallis, Roger W. Sperry, Antony Flew, Howard Robinson, Richard Swinburne, Wilder Penfield, Konrad Lorenz, Juan José Sanguineti, William H. Thrope y tantos otros, la objeción decimos estriba en el rechazo de Pinker a la mente o estados de conciencia diferenciada del cerebro, lo cual, como hemos apuntado, da por tierra con el libre albedrío. Como en esta oportunidad centro mi atención en la Ilustración, para el tema anterior remito a mis ensayos y bibliografía correspondiente, pero hay un resumen telegráfico del asunto en la última de mis columnas semanales en Infobae titulada “La fuerza del espíritu humano”. https://eseade.wordpress.com/2018/11/23/la-fuerza-del-espiritu-humano/

 

Antes de abordar brevemente el básicamente magnífico libro de Pinker titulado En defensa de la ilustración, explico la razón del título de esta nota, esto es el porqué de aquello de “a pesar de Steven Pinker”. Se debe a que la obra subraya la importancia de la razón y de los necesarios climas de libertad para que prospere, lo cual se contradice con el hecho de negar el libre albedrío puesto que sin él la libertad se convierte en una ficción. Esto es así en parte porque como explican los autores citados, los nexos causales en la materia, es decir, aquello que cuenta con estructura molecular, no permite criterios y decisiones independientes de los antedichos nexos (ideas autogeneradas, revisión del los propios juicios, proposiciones verdaderas y falsas). Este es precisamente el sentido del título tan ilustrativo del libro en coautoría del premio Nobel en neurofisiología John Eccles y el filósofo de la ciencia Karl Popper: El yo y su cerebro (The Self and its Brain) al efecto de mostrar la distinción entre la mente, la psique o los estados de conciencia no material, por un lado, y el cerebro material, por otro.

 

Contradicción que no es exclusiva de Pinker, hay muchos liberales que han producido y producen notables contribuciones y sin embargo no contemplan la cuestión del libre albedrío. Es curioso que en un edificio el arquitecto no contemple la importancia de los cimientos puesto que si así fuera la construcción se desploma. Lo mismo ocurre en las ciencias sociales respecto al fundamento de la libertad. Pero el ser humano, limitado e imperfecto no está exento de contradicciones. Por ejemplo, para citar solo algunos de los grandes pensadores: Arnold Toynbee consideraba que la institución de la propiedad privada es irrelevante, Ludwig von Mises era partidario del servicio militar obligatorio, John Stuart Mill sostenía que en el binomio del proceso producción-distribución se trataba de términos independientes, Karl Popper propugnaba la censura a la televisión, Murray Rothbard era partidario del aborto, Hayek mantuvo la “irrenunciable función monetaria del gobierno” antes de finalmente concluir en la importancia de privatizar el dinero, y así sucesivamente. Cuando en clase doy estos ejemplos y otros, los alumnos me preguntan cuales son mis contradicciones, a lo cual no puedo responder puesto que cuando detecto alguna intento corregirla, la posteridad eventualmente dirá. En el caso que nos ocupa voy entonces al referido libro de Pinker.

 

La obra traducida al castellano (Editorial Paidós de Barcelona) tiene 741 páginas de modo que en una nota periodística no pueden abarcarse todos los tópicos que analiza el autor. Destaco los más importantes. El libro en palabras de Pinker se refiere a “una panorámica histórica del progreso y sus causas” y pretende demostrar que una “lúgubre evaluación de la situación actual es falsa” lo cual se refiere a los notables adelantos en todos los terrenos para que el hombre viva muchísimo mejor que sus ancestros y esto ha ocurrido en la medida en que se han dejando atrás prejuicios, mitos y dogmas para aceptar las conclusiones de la razón y la apertura al conocimiento científico que son los ideales de la Ilustración.

 

Pero en esta instancia hago dos comentarios. En primer lugar, un punto en el que coincidiría Pinker y es que aquellos conocimientos deben ir acompañados de valores morales de respeto recíproco si se desea progresar puesto que la tremenda dimensión de los aparatos estatales asfixia la creatividad y la vida pacífica. En segundo lugar, algo en el que conjeturo que el autor no estaría de acuerdo y es que la razón tiene sus limitaciones, como ha señalado Friedrich Hayek el abuso de la razón conduce a terrenos contraproducentes y al propio estatismo síntoma que Hayek bautizó como “racionalismo constructivista” (tomo este punto en mi libro Poder y razón razonable).

 

En este contexto debe notarse que Pinker descree de toda declaración a favor de irreversibilidades o inexorabilidades históricas puesto que todo depende de lo que los humanos sean capaces de hacer. Solo el marxismo trasnochado es capaz de pronosticar inexorabilidades como el derrumbe del capitalismo (otra contradicción puesto que si esto fuera así no habría necesidad de ayudar al proceso con revoluciones más o menos violentas tal como propugnan los marxistas). En realidad Francis Fukuyama cuando anunciaba “el fin de la historia” con el resurgimiento inevitable de la libertad de mercados a partir de la caída del Muro de la Vergüenza no hacía más que adoptar un marxismo al revés. Esto lo señala Pinker puesto que apunta con énfasis que “me asusta cualquier idea de inevitabilidad histórica”.

 

En cualquier caso Pinker identifica la Ilustración con el “humanismo, sociedad abierta y liberalismo cosmopolita o clásico” y los mercados abiertos y competitivos, aunque no siempre es consistente y a veces resulta pastoso con los llamados gastos sociales. Pero en lo que atañe a las desigualdades de rentas y patrimonios formula una crítica demoledora a la obra más conocida de Thomas Piketty cuando cita un párrafo clave de ese libro. Así Piketty escribe que “La mitad más pobre de la población mundial es tan pobre en la actualidad como lo era en el pasado, con apenas el 5% de la riqueza total en 2010, al igual que en 1910”. A continuación dice Pikety con una lógica implacable (haciendo honor a la Ilustración): “Pero la riqueza actual es infinitamente mayor que en 1910, por lo que si la mitad más pobre posee la misma proporción, es mucho más rica, no igual de pobre”.

 

También Pinker destaca los errores comunes cuando se analiza el tema de la desigualdad al tomar la riqueza como algo estático y no dinámico en cuyo contexto se suelen interpretar las transacciones como de suma cero.

En este sentido Thomas Sowell (especial aunque no exclusivamente en su libro Wealth, Poverty and Politics) enfatiza que cuando se engloban tramos de riqueza en distintos períodos no se contempla que no son las mismas personas las que se ubican en los distintos tramos debido a la movilidad social y, por otra parte, subraya que en un mercado libre las posiciones y las diferencias patrimoniales se deben a las preferencias que revela la gente con sus compras y abstenciones de comprar. Por último en este tema, Pinker lo cita a Harry Frankfurt quien concluye que lo censurable no es la desigualdad de riqueza sino que lo censurable es la pobreza. Margaret Thatcher en una oportunidad en el Parlamento inglés dijo que los igualitaristas prefieren un achicamiento del delta en un nivel inferior de riqueza que un delta mayor en un nivel superior de riqueza para todos.

 

Con mucha razón Pinker afirma que “los intelectuales que se llaman a si mismos progresistas odian el progreso” debido a las políticas empobrecedoras que sistemáticamente patrocinan, lo cual consigna en su capítulo titulado “Pregresofobia”. Claro que hay que ser cuidadoso cuando se ponderan los notables progresos de la humanidad puesto que si todo fuera así no habría lugar para la crítica a los desmanes del autoritarismo. Un descuido y los avances de la ciencia pueden utilizarse para conculcar derechos en lugar de protegerlos. Desde luego hay enormes espacios para el descontento y la crítica, especialmente  en estos momentos donde el nacionalismo avanza a pasos agigantados en Europa y en Estados Unidos, para no decir nada de Cuba, Venezuela, Nicaragua y en otos lares Corea del Norte, Siria, Irán, Rusia, buena parte de los países africanos y la China solo abierta para la producción de bienes en algunas zonas pero totalitaria en las libertades civiles (un trade off nefasto para el oxígeno que requieren las autonomías individuales).

 

Tampoco cabe la necesidad del progreso automático indefinido tal como sostenían en el siglo xviii Joseph Prestley y Richard Pierce. Decían que habiendo libertad el progreso se daría por añadidura. La libertad sin duda es una condición necesaria, más no es suficiente. Si el hombre no se respeta a si mismo y se degrada a la condición de la bestia no hay progreso. El ensanchamiento de la conciencia moral está también inmerso en el proceso evolutivo, la regresión es posible si, por ejemplo, los humanos deciden drogarse hasta perder el conocimiento o deciden degenerarse y adoptar hábitos y costumbres repulsivas. La civilización es un tránsito permanente no un puerto de llegada, estamos siempre en proceso.

 

En esta línea argumental Pinker atribuye un peso desmedido a la validez de “las pruebas empíricas” que como explica Morris Cohen esa misma afirmación no es convalidada empíricamente y Popper enseña que nada en la ciencia es verificable ya que todo conocimiento es solo corroborable provisoriamente y sujeto a refutaciones. Hay sin embargo un enfoque compatible con el individualismo metodológico en Pinker al destacar que “son los individuos, no los grupos, los que son sintientes: los que sienten placer y dolor, satisfacción y angustia” lo cual se opone a las visiones convencionales en cuanto a antropomorfismos del tipo de “la nación piensa”, “el pueblo prefiere” o “la sociedad decide”.

 

Hay en este análisis una interpretación común sobre la racionalidad con la que Pinker concuerda. Surge cuando escribe que “muchos autores actuales confunden la defensa ilustrada de la razón con la tesis inverosímil de que los humanos son agentes perfectamente racionales”. Nos parece que Pinker interpreta erradamente la noción de racionalidad puesto que como señala Ludwig von Mises,  salvo los actos reflejos, todos los actos humanos son racionales lo cual no quiere decir que estén acertados: la medicina de antaño era racional pero se demostró equivocada en muchos aspectos y así con todas las ramas del conocimiento.

 

Finalmente, Pinker elabora sobre temas tales como los peligros del populismo para la democracia, la calidad de vida, la felicidad y el medio ambiente. Respecto a este último tema es del caso tener en cuenta los fraudes estadísticos que rodean a asuntos como el calentamiento global denunciados especialmente por el premio Nobel en física Ivar Giaever, el cofundador y primer CEO de Weather Channel, John Coleman y el ex presidente de Greenpeace de Canadá, Patrick Moore. El libro de Pinker constituye una fértil contribución pero, como se ha señalado reiteradamente, la rama principal del liberalismo clásico proviene de la Escuela Escocesa mucho más modesta en cuanto a la razón y sus alcances, en consonancia con las advertencias de Hayek en la materia.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

LA FUERZA DEL ESPÍRITU HUMANO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Un tanto redundante el título de esta nota puesto que el espíritu es necesariamente humano, pero la reiteración es deliberada ya que lamentablemente vivimos en una época del más crudo materialismo en la que se considera al hombre un aparato que se limita a kilos de protoplasma.

 

Retomo la crítica a esta visión aberrante que no otorga espacio a la psique, a la mente o a los estados de conciencia, lo cual anula la posibilidad del libre albedrío y, consecuentemente a la libertad y al sentido de lo moral ya que todo se resumiría a los nexos causales inherentes a la materia por lo que no había ideas autogeneradas, proposiciones verdaderas y falsas, razonamiento ni argumentación posible,  incluso para defender racionalmente al materialismo ya que todo lo que hacemos o decimos estaría condicionado y no decidido por la voluntad independiente.

 

Repasemos el fondo de este asunto sobre el que consigno parte de lo que he escrito antes con algunas variantes. Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano en verdad no elije, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, el antedicho materialismo filosófico en cuyo caso la libertad sería una ficción. Así escribe este filósofo de la ciencia que “si nuestras opiniones son resultado distinto del libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta”.

 

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual, lo cual es propio del materialismo, naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”. Si no se acepta la condición humana de la libre decisión, todas las demás elucubraciones en ciencias sociales carecerían de sentido puesto que las bases de sustentación desaparecerían y no existiría acción humana sino mera reacción como en las ciencias naturales.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck en este contexto. Afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

 

El matemático Alan Turing llevó a cabo un experimento en el que ubicaba a una persona en una habitación en la que se ubicaban dos terminales de computadoras, una conectada en otra habitación con otra computadora y la otra conexión a otro ordenador manejado por otra persona. A continuación, Turing solicita a la primera persona referida que formule todas las preguntas que estime pertinentes por el tiempo que demande su investigación al efecto de conocer cual es cual, de lo contrario, si no pudiera establecer la diferencia (distinguir cual es cual) concluye Turing que es una prueba que no hay diferencia con el humano en cuanto a sus cualidades de decisión.

 

Por su parte, el filósofo John Searle refuta las conclusiones de ese experimento con otro que denominó “el experimento del cuarto chino”. Este consistió en ubicar también a una persona aislada en una habitación y totalmente ignorante del idioma chino a quien se le entregó un cuento chino escrito en esa lengua y se le entrega una serie de cartones con preguntas sobre la narración del caso y otros tantos cartones con respuestas muy variadas y contradictorias a esas preguntas. Simultáneamente también se le entregan otros cartones más con códigos claros para que pueda conectar acertadamente las preguntas con las respuestas acertadas.

 

Explica Searle que de este modo el personaje de marras contesta todo satisfactoriamente sin que haya entendido chino. Lo que prueba este segundo experimento es que el sujeto en cuestión es capaz de seguir las reglas, los códigos y programas que le fueron entregados que es la manera en que la máquina del primer experimento se equipara en el sentido operativo mencionado y eventualmente con mayor rapidez (desde luego no en todos los sentidos como su incapacidad de amar, autoconciencia, decisión independiente  y equivalentes), lo cual significa mera reacción de la computadora en base a programas insertos (por nuestra parte agregamos que la persona del ejemplo actuó en el sentido que decidió seguir el programa cosa que podía haber rechazado, decisión que no puede asumir la máquina).

 

Por su parte el lingüista Noam Chomsky señala que “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

 

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso de las expresiones “inteligencia”, “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. La primera proviene de relacionar la comprensión de conceptos en base al inter legum, esto es leer adentro, captar significados. Y como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo”, del mismo modo que cuando se almacena información en un depósito no se concluye que el galpón del caso tiene una gran memoria, puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadores calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular y si se recurre a esos términos debe precisarse que “solo se hace en el mismo sentido en que se afirma que el reloj nos dice la hora”.

 

En este plano de análisis hay muchas otras metáforas que arrastran el peligro de su literalidad (los economistas estamos acostumbrados a lidiar con estos peligros). Tal es el caso de uno de los ejemplos que critica Thomas Szasz sobre lo que coloquialmente se dice brainstorming y, para el caso, brainwashing cuando estrictamente se trata de mindstorming y mindwashing. También puede agregarse el error de hacer referencia al “deficiente mental” cuando es “deficiente cerebral”. Si los humanos fuéramos solo kilos de protoplasma determinados por nexos causales inherentes a la materia, seríamos como el loro de nuestro ejemplo (claro que no físicamente sino desde la perspectiva de la inexistencia de argumentación, razonamiento y conceptualización). Sin embargo, para intentar probar la verdad de algo es  inexorable la existencia de estados de conciencia (Popper), mente (Wilder Penfield), voluntad (Roger W. Sperry) o psique (Eccles) distinta aunque estrechamente vinculada al órgano por el cual el hombre se comunica con el mundo exterior, es decir, el cerebro, tal como apunta Nicholas Rescher.

 

En la misma obra citada, Szasz subraya las inconsistencias de una parte de las neurociencias al pretender que con mapeos del cerebro se podrán leer sentimientos y pensamientos pero “el cerebro es un  órgano corporal y parte del discurso médico. La mente es un atributo personal parte del discurso moral […] equivocadamente se usan los términos mente y cerebro como se utilizan doce y una docena”.

 

También Szasz se refiere a otra metáfora peligrosa en cuanto a la mal llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción más elemental de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas.

 

Es sabido que todo lo material  de nuestro cuerpo cambia permanentemente con  el tiempo y, sin embargo, mantenemos el sentido de identidad (a menos que se haya padecido de una enfermedad o accidente que lesione partes vitales del cerebro que no permitan la interconexión mente-cuerpo).

 

Antony Flew y John Hospers precisan la diferencia entre causas y motivos. Flew escribe que “cuando hablamos de causas de un  evento puramente físico -digamos un eclipse de sol- empleamos la palabra causa para implicar al mismo tiempo necesidad física e imposibilidad física: lo que ocurrió era físicamente necesario y, dadas las circunstancias, cualquier otra cosa era físicamente imposible. Pero  este no es el caso del sentido de causa cuando se alude a la acción humana. Por ejemplo, si le doy a usted una buena causa para celebrar, no convierto el hecho en una celebración inevitable”.

 

También Hospers manifiesta que “enunciando sólo los antecedentes causales, nunca podríamos dar una conclusión suficiente: para dar cuenta de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia fines hemos de conocer sus razones y razones no son causas”.

 

Aparece una gran paradoja que, entre otros, expresa George Gilder en cuanto a que los procesos productivos de nuestra época se caracterizan por atribuirle menor importancia relativa a la materia y un mayor peso al conocimiento y, sin embargo, irrumpe con fuerza el materialismo filosófico.

 

Ludwig von Mises apunta que “Para un materialista consistente no es posible distinguir entre una acción deliberada y la vida meramente vegetativa como la de las plantas”, Murray Rothbard explica que “si nuestras ideas están determinadas, entonces no tenemos manera de revisar libremente nuestros juicio y aprender la verdad, se trate de la verdad del determinismo o de cualquier otra cosa” y Friedrich Hayek nos dice que “Todos los procesos individuales de la mente se mantendrán para siempre como fenómenos de una clase especial […] nunca seremos capaces de explicarlos enteramente en términos de las leyes físicas”.

 

Autores como Howard Robinson , John Foster, Richard Swinburne y Thomas Reid concretan su perspectiva mostrando que sus estudios se refieren a dos planos de una misma realidad humana. Una, la física o la material y, la otra, la mental o los estados de conciencia. Robinson resume este ángulo de análisis: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” y, además, “el pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe” pero lo físico es por definición lo que existe como tal (lo cual no quiere decir que todo ello pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Juan José Sanguinetti resume bien el problema al escribir en Neurociencia y filosofía del hombre que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´, pues soy yo quien saluda con calor mediante un apretón de manos. [Maxwell] Bennett y [Peter M.] Hacker [en Philosophical Foundations of Neuroscience] se lamentaron, en este sentido, de que la literatura neurocientífica acuda con demasiada frecuencia a expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´, porque atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc., simplemente no tiene sentido […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

El antes citado Eccles muestra la conexión necesaria entre el materialismo y el determinismo en La psique humana. Por su parte, Pierre Lecomte Du Noüy resume magníficamente la trascendencia y la potencia del espíritu humano y cifra sus esperanzas en que se abra paso cada vez con mayor énfasis este aspecto que estima hace a la esencia de la dignidad del hombre, entre otros en su libro titulado de modo muy ilustrativo: El provenir del espíritu.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

Pensando en Marx sobre materialismo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 27/10/17 en: https://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2017/10/27/pensando-en-marx-sobre-materialismo-por-alberto-benegas-lynch-h/

 

Días pasados estaba releyendo algunas partes del primer libro que Marx y Engels escribieron juntos publicado en 1845, La sagrada familia. Crítica de la crítica crítica (no fue una errata, es así el título) en el que aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert.

La obra contiene muchas aristas pero la que tomo en esta oportunidad es el materialismo de Marx ya puesto en evidencia en su tesis doctoral sobre Demócrito (que a veces mezcla con sus diatribas contra el judaísmo a pesar de descender de una familia rabínica, aunque su padre cambió de religión al efecto de contar con mayor número de clientes en su bufete de abogado en el contexto del régimen prusiano).

A juzgar por lo que ocurre en nuestro mundo el materialismo filosófico o, al decir de Popper, el determinismo físico aparece hoy en muy diversos campos y proviene de muy diferentes tradiciones de pensamiento: en la economía (paradójicamente en la “teoría de la decisión”), en el derecho (especialmente en la rama penal), en interpretaciones de variantes psicológicas (a pesar de que el vocablo alude a la psique), en algunos médicos (sobre todo en el campo de la neurología) y en ciertas manifestaciones de la filosofía. En otras oportunidades me he extendido en este tema que estimo crucial, ahora lo condenso. Veo también que no pocos liberales que desarrollan temas muy sofisticados y provechosos pero no se ocupan de los cimientos de esa corriente puesto que si no hay libre albedrío no habría tal cosa como libertad, con lo que se estaría construyendo sobre arena.

Sin la capacidad independiente de decisión del ser humano, no habría tal cosa como proposiciones verdaderas o falsas, no habrían ideas autogeneradas, no habría argumentación ni razonamiento, no habría responsabilidad individual, no tendría sentido la moral ni, como queda dicho la propia libertad. Si fuéramos solo kilos de protoplasma seríamos loros, loros complejos pero loros al fin con lo que se habrá negado la condición humana.

En la misma línea argumental, John Hicks sostiene que allí donde no existe libertad intelectual naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”. Los fenómenos físicos no son ni verdaderos ni falsos, simplemente son, para que tengan sentido las proposiciones verdaderas o falsas es necesario el juicio independiente.

Es de interés destacar la opinión de Max Plank quien escribe que en este contexto “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

Alan Turing llevó a cabo un experimento en el que ubicaba a una persona en una habitación donde se colocan dos terminales de computadoras, una conectada en la habitación contigua con otra computadora y la segunda conexión al otro ordenador manejado por una segunda persona. A continuación, Turing solicita a la primera persona referida que formule todas las preguntas que estime pertinentes por el tiempo que demande su investigación al efecto de conocer cual es cual, de lo contrario, si no pudiera establecer la diferencia (distinguir cual es cual) concluye Turing que es una prueba que no hay diferencia con el humano en cuanto a sus cualidades de decisión.

Por su parte, John Searle refuta las conclusiones de esa prueba con otra que denominó “el experimento del cuarto chino”. Consistió en ubicar también a una persona aislada en una habitación y totalmente ignorante de ese idioma a quien se le entregó un cuento escrito en esa lengua con una serie de cartones con preguntas sobre la narración del caso y otros tantos cartones con respuestas muy variadas y contradictorias. Simultáneamente también recibió otros cartones con códigos claros para que pueda conectar acertadamente las preguntas con las respuestas.

Explica Searle que de este modo el personaje de marras contesta todo satisfactoriamente sin que haya entendido chino. Lo que prueba este segundo experimento es que el sujeto en cuestión es capaz de seguir las reglas, los códigos y programas que le fueron entregados que es la manera en que la máquina del primer experimento se equipara en el sentido operativo mencionado y eventualmente con mayor rapidez (desde luego no en todos los sentidos como su incapacidad de amar, autoconciencia, decisión independiente y equivalentes, tampoco iniciar nada fuera de lo programado).

Noam Chomsky señala que “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso de las expresiones “inteligencia”, “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. La primera proviene de relacionar la comprensión de conceptos en base al inter legum, esto es leer adentro, captar significados. Y como apunta Raymond Tallis aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo”, del mismo modo que cuando se almacena información en un depósito no se concluye que el galpón del caso tiene una gran memoria, puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadores calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular y si se recurre a esos términos debe precisarse que “solo se hace en el mismo sentido en que se afirma que el reloj nos dice la hora”.

En este plano de análisis hay muchas otras metáforas que arrastran el peligro de su literalidad (los economistas estamos acostumbrados a lidiar con estos peligros). Tal es el caso de uno de los ejemplos que critica Thomas Szasz sobre lo que coloquialmente se dice brainstorming y, para el caso, brainwashing cuando estrictamente se trata de mindstorming y mindwashing. También puede incurrirse en el error de hacer referencia al “deficiente mental” cuando es “deficiente cerebral”. Sin embargo, para el intento de probar la verdad de algo es inexorable la existencia de estados de conciencia (Popper), mente (Wilder Penfield), voluntad (Roger W. Sperry) o psique (John Eccles) distinta aunque estrechamente vinculada al órgano por el cual el hombre se comunica con el mundo exterior, es decir, el cerebro (Nicholas Rescher).

En la misma obra citada, Szasz subraya las inconsistencias de una parte de las neurociencias al pretender que con mapeos del cerebro se podrán leer sentimientos y pensamientos pero “el cerebro es un órgano corporal y parte del discurso médico. La mente es un atributo personal parte del discurso moral […] equivocadamente se usan los términos mente y cerebro como se utilizan doce y una docena”. También Szasz se refiere a otra metáfora peligrosa en cuanto a la mal llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción más elemental de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas (lo cual para nada contradice la relación mente-cuerpo).

Es sabido que todo lo material de nuestro cuerpo cambia permanentemente con el tiempo y, sin embargo, mantenemos el sentido de identidad (a menos que se haya padecido de una enfermedad o accidente que lesione partes vitales del cerebro que no permitan la interconexión mente-cuerpo).

El significado del principio de incertidumbre en el plano de la física cuántica no pone en duda que en el mundo subatómico pueda existir decisión y, en consecuencia libertad, tal como han referido físicos como el propio Heisenberg , el antes citado Plank, Louis de Broglie ya que las limitaciones en las mediciones son consecuencia de los instrumentos para operar como apuntan Gerald Holton y Stephen Brush .

Antony Flew escribe que “cuando hablamos de causas de un evento puramente físico -digamos un eclipse de sol- empleamos la palabra causa para implicar al mismo tiempo necesidad física e imposibilidad física: lo que ocurrió era físicamente necesario y, dadas las circunstancias, cualquier otra cosa era físicamente imposible. Pero este no es el caso del sentido de causa cuando se alude a la acción humana. Por ejemplo, si le doy a usted una buena causa para celebrar, no convierto el hecho en una celebración inevitable”.

También John Hospers manifiesta que “enunciando sólo los antecedentes causales, nunca podríamos dar una conclusión suficiente: para dar cuenta de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia fines hemos de conocer sus razones y razones no son causas”. John Thorp ilustra la diferencia entre un acto y un proceso automático tal como ocurre “entre una decisión y un estornudo”.

Aparece una gran paradoja que, entre otros, expresa George Gilder en cuanto a que los procesos productivos de nuestra época se caracterizan por atribuirle menor importancia relativa a la materia y un mayor peso al conocimiento y, sin embargo, irrumpe con fuerza el materialismo filosófico.

Nathaniel Branden apunta que “Si el determinismo fuera cierto, ningún conocimiento resultaría posible […] incluyendo la teoría del determinismo”. Estrictamente, el pensamiento requiere libertad intelectual puesto que un proceso mecánico y necesario no permite elegir en que pensar y dejar abierto el resultado.

Por último, Thomas Nagel se pregunta sobre la consistencia de presuponer que la física lo explica todo porque “si la mente es en si misma meramente física, no puede explicarse por la ciencia física […], algo más se requiere para explicar como puede haber conciencia, seres pensantes”. Autores como Howard Robinson resumen el punto: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de precibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” y, además, “el pensamiento es sobre algo […] mientras que los estados físicos no son sobre algo, están simplemente ahí […] y los pensamientos pueden también ser sobre lo que no existe” pero lo físico es por definición lo que existe como tal (lo cual no quiere decir que pueda tocarse o, en su caso, ni siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

Un académico best-seller

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Es poco frecuente que un académico se convierta en un best-seller. Hay además casos extraordinarios como muchas de las obras de Paul Johnson de más de mil páginas sin subtítulos y que han logrado ventas masivas. Claro que no en todos los casos son leídas sino que queda bien exhibirlas en las bibliotecas.

Un caso notable de muy reciente data es el de Yuval Noah Harari, doctorado en historia en Jesus College de la Universidad de Oxford y que enseña en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Tiene 33 años y ha publicado dos libros traducidos en varios idiomas, entre ellos al castellano, titulados respectivamente De animales a dioses y Homo Deus, cuyas ventas en varios países están ubicadas en la lista de best-sellers y en varios medios se ha dicho sobre el autor expresiones equivalentes a «nace una estrella».

Los libros contienen datos y reflexiones de mucho interés pero en esta nota periodística queremos puntualizar lo que estimamos son errores de cierta envergadura. De entrada decimos que los títulos de los libros conducen a conjeturar que los seres humanos se han transformado en dioses, supuesto que, precisamente, constituye una presunción fatal digna de los caudillos contemporáneos (La fatal arrogancia titularía su último libro el premio Nobel en economía F. A. Hayek). Desafortunadamente esta conjetura se confirma parcialmente en los trabajos que mencionamos de Harari, aunque finalmente los escritos de marras se traducen en prácticamente la extinción de los humanos debido a la tecnología tal como veremos más abajo en este apretado resumen (y no en el sentido esbozado por Huxley).

Conseguí el correo electrónico del profesor Harari merced a los buenos oficios de Gustavo Perednik, quien enseña en la misma universidad de Harari y con quien escribimos en coautoría un libro (Autopsia del socialismo). Le escribiré en inglés en una cápsula las críticas que siguen ni bien se publique esta columna, que adjuntaré por si también lee nuestro idioma.

Divido estos comentarios en cinco puntos que pienso que son centrales. Veamos unos pocos aspectos del primer libro mencionado. Harari reconoce algunos de los méritos del capitalismo, pero advierte y destaca (junto a otros economistas clásicos) que estos tienen lugar «siempre que no las malgasten [las riquezas] en actividades no productivas».

Es de gran trascendencia percatarse de que en una sociedad abierta, en todos los casos, los exitosos desde el punto de vista crematístico son el resultado de atender las necesidades del prójimo. Los que aciertan en las demandas de los demás obtienen ganancias, los que yerran incurren en quebrantos. El cuadro de resultados es el termómetro de la eficiencia, por lo que los siempre escasos recursos se ubican en las manos que mejor los administran.

Independientemente de que el concepto de productividad es enteramente subjetivo, incluso cuando alguien invierte en dinero, porque, igual que en toda inversión, conjetura que el valor futuro será mayor que en el presente y, para seguir con el ejemplo que recoge Harari, el sujeto en cuestión coloca su dinero bajo el colchón, el resultado será que transfiere poder adquisitivo a terceros, ya que la cantidad de moneda en circulación será menor en relación con los bienes y los servicios disponibles y, por tanto, los precios bajarán.

En cualquier caso, si los consumidores consideran que no se está invirtiendo bien a sus criterios, provocan pérdidas en el patrimonio de quienes proceden de esa manera. Desde luego que este razonamiento no se aplica a los pseudoempresarios que se alían con el poder político de turno al efecto de saquear a la población, pero este cuadro de situación no es compatible con una sociedad abierta.

En segundo lugar, el autor adhiere al lugar común de emprenderla contra la revolución industrial al escribir: «La revolución industrial que se extendió por toda Europa enriqueció a banqueros y a propietarios de capital, pero condenó a millones de trabajadores a una vida de pobreza abyecta». Los autores que esto dicen parece que se refirieren a una situación pre revolución industrial donde los campesinos estuvieran danzando en torno a ollas llenas de deliciosos y humeantes alimentos, con salud rebosante y salarios jugosos. Muy por el contrario, las pestes y las hambrunas eran lo común entre los siervos de señores feudales. La mortandad era por cierto muy temprana y la miseria, extendida a todos, salvo los pocos privilegiados por compartir las explotaciones que llevaban a cabo los nobles y sus bandas.

La revolución industrial fue consecuencia del inicio de un cambio de sistema hacia la propiedad privada y el consecuente respeto por al fruto del trabajo ajeno. Sin duda que las condiciones fueron duras al principio, incluyendo el trabajo de mujeres y niños, pero preferían eso a morir por las espantosas penurias a que estaban condenados por el régimen anterior. A partir de entonces, poco a poco, se pudo considerar como algo cierto los estudios de los jóvenes y las tareas de ama de casa de las mujeres como resultado de trabajos arduos pero que permitieron el incipiente ahorro y las mejoras en las condiciones de vida. Préstese atención que recién en esa época comenzó a escribirse sobre la cuestión social, ya que antes se daba por sentado que el destino de la gente era la muerte prematura en las calles. En verdad, si prestamos atención a nuestros ancestros (todos provenimos de las cuevas y la miseria, cuando no del mono) es esta la historia de todos nosotros. En la medida en que el sistema garantizaba derechos, el progreso era seguro, en la medida de la rapiña, el retroceso era el resultado imposible de evitar.

En tercer lugar en este apretado resumen y ahora en el segundo libro referido, Harari es más explícito al concluir: «Es peligroso confiar nuestro futuro a las fuerzas del mercado, porque estas fuerzas hacen lo que es bueno para el mercado y no lo que es bueno para la humanidad o para el mundo». El autor trata al mercado como si fuera algo ajeno a la humanidad, cuando en realidad se refiere a un proceso administrado cotidianamente por la gente con sus votos y sus abstenciones de votar en el supermercado y afines. El propio Harari es parte del mercado al vender sus libros, al alimentarse, al tener su vivienda, su computadora, su refrigerador, su transporte, su vestimenta, etcétera. En otras palabras, lo bueno para el mercado es lo bueno para la población con sus millones de arreglos contractuales. Todo lo que nos rodea es consecuencia del proceso de mercado y cuando este se interfiere por el uso de la fuerza de los aparatos estatales, los resultados son los faltantes artificiales, los desajustes y, por ende, la pobreza, ya que el derroche de capital afecta directa y negativamente sobre los ingresos y los salarios en términos reales.

Cuarto, el autor que venimos comentando se pronuncia sobre asuntos laborales al sostener que la tecnología amenaza a los trabajadores con quedarse sin empleo, con lo que «los humanos corren el peligro de perder su valor». En verdad los progresos tecnológicos liberan recursos humanos y materiales para encarar otros bienes y servicios que no podían atenderse debido, precisamente, a que estaban esterilizados en la producción de los bienes que ahora quedan liberados merced a la mayor productividad que hace posible el avance tecnológico.

Las necesidades son ilimitadas y los factores de producción son escasos. Mientras no estemos en Jauja, habrá necesidades insatisfechas (y si estuviéramos en Jauja, no habría que preocuparse por el trabajo de nadie). El empresario siempre atento para sacar partida del arbitraje que presenta la subestimación de costos en relación con los precios finales requiere capacitar para trabajos manuales e intelectuales al efecto de lograr su cometido. En este sentido, la vida es una transición de una posición a otra. Cada día todos los que trabajan pretenden proponer nuevas medidas, lo cual siempre implica reasignar recursos humanos y materiales. Como he dicho antes, el hombre de la barra de hielo fue desplazado y reubicado debido al refrigerador, igual ocurrió con el fogonero antes de las locomotoras Diesel y así sucesivamente con todo lo demás. El progreso implica cambio, no es posible progresar sin cambio. Si se destruyera toda la tecnología del planeta, no habría mayor empleo sino bajas abruptas en los salarios debido a la caída en los rendimientos.

Y quinto, Harari resulta ambiguo, falso y por momentos contradictorio respecto al libre albedrío: «Cuando aceptamos que no hay alma y que los humanos no tienen una esencia interna llamada ‘el yo’, ya no tiene sentido preguntar ¿cómo elige el yo sus deseos?», «La ciencia no sólo socava la creencia liberal en el libre albedrío, sino también la creencia en el individualismo».

El materialismo filosófico (o determinismo físico, según la terminología popperiana) da por tierra con la libertad, la responsabilidad individual, la posibilidad de ideas autogeneradas, las proposiciones verdaderas y falsas y la moral. Todo el andamiaje analítico de la tradición liberal cae si no hay libre albedrío, psique (alma) o mente (distinta del cerebro), si en última instancia los humanos somos como loros, más complejos pero loros al fin.

El premio Nobel en neurofisiología John Eccles declara: «Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil su condicionamiento […] digo enfáticamente que negar el libre albedrío no es un acto racional ni lógico […] el pensamiento modifica los patrones operativos de la actividad neuronal del cerebro […] Cuanto más descubrimos científicamente sobre el cerebro, más claramente distinguimos entre los eventos del cerebro y el fenómeno mental, y más admirable nos resultan los fenómenos mentales» (en Mind & Brain).

En este contexto, Harari repite la visión convencional de la «inteligencia artificial» de una máquina cuando, como entre muchos otros, explica Raymond Tallis, la inteligencia remite a inter-legum, esto es, leer adentro, captar esencias, naturalezas, conceptualización, abstracción y aspectos emotivos propios del ser humano y no de una máquina programada por humanos. Del mismo modo, nos dice el mismo autor que es impropio hablar de «la memoria de la máquina», lo cual sería lo mismo que cuando nuestros antepasados le hacían un nudo al pañuelo para recordar tal o cual acontecimiento, en este caso tampoco es propio aludir a la memoria del pañuelo. Incluso no es riguroso siquiera referirse a que «computa la máquina» ni que «calculan las máquinas», puesto que se trata de impulsos eléctricos sin conciencia de computar o calcular, lo mismo que es de uso metafórico sostener que el reloj «nos dice la hora» (en Why the Mind is Not a Computer).

Como hemos apuntado al abrir esta nota periodística, los dos libros de Harari con sus casi quinientas páginas cada uno contienen datos de suma importancia y observaciones muy atinadas pero a nuestro juicio los cinco puntos que dejamos consignados debilitan, cuando no demuelen, su presentación. Como el conocimiento es provisional y abierto a posibles refutaciones, naturalmente y como en todos los casos (es de Perogrullo) está presente la posibilidad de debatir y contradecir nuestras reflexiones.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.