Por Emilio Cárdenas Publicado el 26/6/13 en http://www.lanacion.com.ar/1595342-turquia-en-ebullicion
Los episodios de protesta popular protagonizados en la Plaza Taksim, de Estambul, continúan. No se han acallado. Para nada. La gente -pese a la represión y a las movilizaciones de respuesta organizadas por el partido gobernante- sigue desafiando al gobierno islámico de Recep Tayyin Erdogan. A veces en dicha plaza y otras veces en escenarios aledaños alternativos.
Es cierto, la Plaza Taksim cambia sucesivamente de manos. Ocurre que pese a los desalojos forzados, la oposición resiste y se organiza eficazmente a través de Twitter. Con su movilidad persevera y sorprende, una y otra vez, a las autoridades. Lo cierto es que, de pronto, la Plaza Taksim parece haberse transformado en una suerte de segundo espacio parlamentario turco. De hecho, por cierto.
Para Thomas L. Fierdman, el mensaje que las protestas callejeras turcas envían a un cada vez más autoritario Erdogan es bien simple: «Deja de deformar nuestra democracia y deja, además, de comportarte como un pomposo y moderno Sultán».
Mensaje que denuncia cansancio social y es expresión inequívoca del alto nivel de hartazgo existente después de 11 años de gobierno de un cada vez más intransigente e invasivo Erdogan, cuya administración parece sofocar a quienes se resisten a su visión islámica.
Turquía, como otras sociedades, está obviamente dividida. La mitad islámica que apoya a Erdogan tolera sumisamente su autoritarismo. La otra mitad, secular no lo acepta y parece haberse plantado al grito de «basta ya». Está harta de la intolerancia de la administración respecto del disenso y de la pérdida -paulatina, pero cada vez más evidente- de sus espacios inmediatos de libertad personal. Por esto, el 54,4% de los turcos ahora manifiesta abiertamente que el gobierno interfiere de modo inaceptable en sus vidas.
También les repugna el abuso abierto de las instituciones del Estado para -con ellas- intimidar y castigar a todos quienes piensan distinto o amenazan el deseo de quienes están en el poder de permanecer para siempre en él. Resienten muy especialmente la manipulación de las autoridades tributarias, transformadas en vehículos de presión, particularmente contra los medios de comunicación independientes y contra la oposición. A lo que cabe agregar la lamentable colonización -paulatina, pero constante- de la justicia turca mediante la designación de magistrados sumisos al Poder Ejecutivo.
Aparentemente, con la multiplicación de los instrumentos de comunicación social ya no hay posibilidades para mantener el estilo de un gobierno dogmático, el del monólogo permanente y arrogante. Hoy la conversación social es, inevitablemente, plural. Tarde o temprano.
Para quienes protestan a Erdogan el poder parece habérsele ido a la cabeza. Lo que se advierte y se rechaza. Ocurre que hasta su activa política exterior parece haberse deteriorado fuertemente. Las anunciadas «reconciliaciones» con Grecia, Chipre, Bulgaria, Siria, Irán e Iraq no se han concretado. Y el acercamiento con Armenia ha quedado flotando en una nube de indefinición. Por otra parte, el intento de aproximación con Israel -abiertamente empujado por los Estados Unidos- aparece poco convincente y meramente formal. Chipre sigue dividida. Y Siria es un país que, de vecino, ha pasado a ser enemigo. De la mano de Irán, claramente su patrón regional. Del anunciado postulado «cero problemas con los vecinos», se ha pasado a una realidad muy diferente. La que puede resumirse en «un problema con cada vecino». Lo que es muy distinto.
Frente a la crisis turca resulta evidente que en nuestros días para un gobernante es necesario no sólo tener poder, sino saber mantenerlo. Lo que supone no sólo ganar sino cuidar la confianza de la gente. Una labor que debe realizarse día tras día. Esto requiere inevitablemente disposición a dialogar. Y comprender el valor de escuchar. También saber liderar con flexibilidad. Dejar de lado los caprichos y así respetar. También poder ver más allá del entorno inmediato. No comprender lo antedicho es un desafío a la estabilidad. Más aún, casi una receta para el fracaso.
Esto parecería suceder en muchas partes. En Egipto, el caótico Mohamed Morsi enfrentará el 30 de junio próximo protestas similares, convocadas por el Frente de Salvación Nacional liderado por Mohamed El-Baradei, Amru Moussa y Hamdeen Sabahi, bajo el eslogan de «Tamarud», que quiere decir «rebelión».
En Brasil, una Dilma Rousseff mucho más contemporizadora no puede -sin embargo, al menos por ahora- recuperar la credibilidad necesaria para poder poner fin a las protestas multitudinarias de su pueblo.
Quizás también por esto la masiva votación popular a favor de Hassan Rohani al tiempo de ungirlo recientemente como nuevo presidente de Irán.
Turquía es hoy una síntesis de distintos fenómenos de protesta que se evidencian en Medio Oriente y más allá. Los que parecerían sugerir que el autoritarismo -incluyendo aquel que se procura instalar a través de coherentes, pero disimulados, pasos sucesivos- termina con frecuencia generando una pérdida generalizada de confianza en buena parte de la población.
Pese a los cuatro muertos acumulados y los 7500 lastimados o heridos y a los cientos de detenciones de profesionales, periodistas y activistas, Erdogan parece haber desechado toda posibilidad de diálogo, esto es de compromiso. Quizás por aquello de que el valor espera y el miedo es el que va a buscar, la estrategia elegida por Erdogan podría desembocar en episodios trágicos como el de Tiananmen. Sería lamentable.
Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California. Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.