El Papa peronista

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 28/6/2020 en: https://independent.typepad.com/elindependent/2020/06/por-alberto-benegas-lynch-h-el-pa%C3%ADs-montevideo-abenegaslynch_h.html#more

 

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Descontamos que el actual Pontífice está imbuido de las mejores intenciones y propósitos, pero lo relevante son los resultados que generan sus consejos. Se pronunció en repetidas ocasiones sobre el capitalismo condenando sus postulados por más que vivamos en un mundo donde esa postura es en gran medida inexistente debido a los endeudamientos estatales astronómicos, las manipulaciones monetarias colosales, las cargas tributarias insoportables, las regulaciones asfixiantes en un contexto de muchos empresarios prebendarios que en alianza con el poder de turno explotan miserablemente a sus congéneres. El capitalismo consiste en el irrestricto respeto recíproco en un contexto de marcos institucionales liberales de cuidado a los derechos de todos, lo cual ha permitido a millones salir de la pobreza.

A pesar de todo esto el Papa ha escrito en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium que el mercado mata. En este contexto, estimo de una peligrosidad inusual el consejo papal: “Animo a los expertos financieros y a los gobernantes de los países a considerar las palabras de un sabio de la antigüedad: ‘No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos’”. ¿El Pontífice está invitando a que se usurpen las riquezas del Vaticano o solo se refiere a las de quienes están fuera de sus muros y la han adquirido lícitamente? El respeto a la propiedad privada constituye parte del basamento moral de la sociedad libre que recogen los mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos, a contracorriente de la aseveración de Marx de abolir la propiedad privada.

Uno de los mentores del actual Papa ha sido Monseñor Enrique Angelelli -ahora beatificado- que celebraba misa bajo la insignia de los terroristas Montoneros. Entre los primeros actos de este pontificado se encuentra la concelebración con el Padre Gustavo Gutiérrez, en San Pedro, el creador de la denominada “teología de la liberación” quien adhiere enfática y reiteradamente al marxismo en su muy difundido libro Teología de la liberación. Perspectivas.

También el Papa se ha embarcado en actitudes muy cuestionadas en Chile, Perú y Cuba, en esta caso al visitarlo a Fidel Castro fuera de protocolo y sus reflexiones sobre el sistema imperante, su visita a Evo Morales en Bolivia y el recibimiento de la cruz marxista y las alabanzas a los tercermundistas en Paraguay, en línea con su declarada admiración al socialista argentino Padre Carlos Mugica y al salvadoreño de la igual filiación Monseñor Oscar Romero (ahora también beatificado).

En este sentido es oportuno reproducir una preocupación aun antes del actual pontificado expuestas por el sacerdote polaco Miguel Poradowski -doctor en teología, en derecho y en sociología-  en su libro El marxismo en la Iglesia: “No todos se dan cuenta hasta dónde llega hoy  la nefasta influencia del marxismo en la Iglesia. Hay que tomar conciencia de estos hechos porque si vamos a seguir cerrando los ojos a esta realidad […] tarde o temprano vamos a encontrarnos en una Iglesia ya marxistizada, es decir, en una anti-Iglesia”.

En 2015 después de los ejercicios espirituales de cuaresma el Papa dijo en el Aula Pablo VI frente a la Confederación de Cooperativas Italianas que “el dinero es el estiércol del diablo” (seguramente no se refería al Banco del Vaticano). Y al año siguiente, el 11 de noviembre de 2016, en una entrevista al diario italiano La Repubblica aseveró que “Son los comunistas los que piensan como los cristianos”.

El actual Pontífice alaba la pobreza material y simultáneamente la condena. La alabanza a la pobreza material -a diferencia de la bíblica pobreza de espíritu- por una parte conduce a que se rechace la caridad puesto que mejora la condición del receptor lo cual los haría menos pobres y, por otra, si se acepta que los pobres en el sentido crematístico ya estarían salvados la Iglesia debería concentrarse solo en los ricos pues los primeros ya tendrían asegurado un destino muy satisfactorio.

Es de interés tener presente lo estipulado por la Comisión Teológica Internacional de la Santa Sede que consignó el 30 de junio de 1977 en su Declaración sobre la promoción humana y la salvación cristiana que “De por sí, la teología es incapaz de deducir de sus principios específicos normas concretas de acción política; del mismo modo, el teólogo no está habilitado para resolver con sus propias luces los debates fundamentales en materia social […] Si se recurre a análisis de este género, ellos no adquieren suplemento alguno de certeza por el hecho de que una teología los inserte en la trama de sus enunciados”.

Por el bien de nuestra Iglesia, es de desear que lo que dejamos consignado se rectifique y se comprenda lo estipulado sobre el capitalismo en Centesimus Annus y lo publicado en la célebre Encíclica de Pio XI: “Socialismo religioso y socialismo cristiano son términos contradictorios, nadie puede al mismo tiempo ser buen católico y socialista verdadero.”

 

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Defender la libertad es tarea y responsabilidad de todos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 19/3/20 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/defender-la-libertad-es-tarea-y-responsabilidad-de-todosdefender-la-libertad-es-tarea-y-responsabilidad-de-todosirilisis-dolorti-scilla-alit-ulla-facilla-feu-feugait-la-feu-facil-nid2344922

 

El respeto recíproco es la base de la sociedad civilizada, pero, aunque parezca una conquista ya garantizada, es algo por lo que hay que trabajar cada día

Es muy pertinente -más en los momentos que corren- subrayar la importancia de que cada uno de los adultos (no digo todos porque, como decía Borges, «cada uno es una realidad, mientras que todos es una abstracción») asuma la responsabilidad de contribuir a que se lo respete. El respeto recíproco no es algo que provenga de las nubes y caiga automáticamente sobre los humanos. Requiere estudio, comprensión y fundamentación. Es la base de la sociedad civilizada. Se presenta como algo evidente, pero cuando comienzan los debates sobre políticas concretas asoman las tensiones y los conflictos que desembocan en faltas de respeto sistemáticas.

Los Padres Fundadores en EE.UU. machacaban: «El precio de la libertad es su eterna vigilancia», y para ser libre es indispensable contribuir al permanente mantenimiento de la libertad. Alexis de Tocqueville escribía que es común que en países de gran progreso la gente diera eso por sentado, momento fatal pues la esclavitud está a la vuelta de la esquina. Y no se trata necesariamente de la esclavitud de la antigüedad, sino de la moderna: la dependencia de los aparatos estatales para todo lo relevante en la vida. Los Espartacos modernos son los que contribuyen al respeto recíproco.

No es admisible que la gente se recline en sus butacas en una especie de teatro inmenso que ocupa una multitudinaria audiencia esperando que los que están en el escenario les resuelvan los problemas. Este es un buen modo para que el teatro se desmorone encima de los espectadores, que solo aplauden o abuchean, pero que no tienen rol activo. No importa a qué se dedique cada cual: el baile, la jardinería, la literatura, la economía o el derecho; cada uno es responsable de contribuir con su tiempo, con sus recursos o con ambas cosas al mismo tiempo para estudiar y difundir los principios y valores de una sociedad civilizada.

Conjeturo que si todos los que se dicen partidarios de la libertad procedieran en consecuencia, el mundo no se vería envuelto en los problemas graves que hoy padece con los crecientes nacionalismos, xenofobias, cargas impositivas insoportables, deterioros monetarios crecientes, deudas gubernamentales astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo para financiar un Leviatán desbocado que en lugar de proteger derechos los conculca.

¿Cómo puede calificarse la irresponsabilidad de las actitudes pasivas? No es condenable que cada uno se ocupe de sus intereses personales, es loable y necesario para la división del trabajo y la prosperidad, pero no es aceptable que solo hagan eso. O, en todo caso, es necesario que se percaten de que está también en su interés personal el velar por el respeto de cada cual. Es urgente que cada uno tome la posta y no la delegue en el vecino. No hay pretexto posible que justifique el suicidio colectivo que surge de la apatía y el negacionismo o, en todo caso, de limitarse a algún comentario crítico a la hora del almuerzo para luego volver a las andadas: ocuparse de lo que está cerca de la nariz y abandonar la faena de hacer de escudo protector al efecto de que los vándalos no ocupen todos los espacios.

Incluso hay quienes frente a peligros extremos dicen que se mudarán a otro país para repetir la experiencia y ser free riders de otros que se esfuerzan por contener la hecatombe. Finalmente, si las cosas siguen así, no habrá otro lugar que el mar para ser devorados por los tiburones, pues las agendas se van corriendo a pasos agigantados si nos guiamos por muchos de los acontecimientos más sobresalientes de nuestra época.

Afortunadamente, no todos se comportan irresponsablemente: los hay que se preocupan y ocupan del problema, pero no son suficientes. Al contrario de lo que ocurre con las izquierdas, que trabajan denodadamente y son perseverantes en sus propósitos de colectivización.

Hay un libro escrito por Norbert Bilbeny titulado El idiota moral , que principalmente está dirigido a la monstruosa canalllada nazi, pero allí se consigna que «la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Ante el mal podemos al menos protestar, dejarlo al descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensación de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni la protesta surte efecto. El necio deja de creer en los hechos [?] El mal capital de nuestro siglo tiene su causa en la apatía moral».

Y nuevamente reiteramos: no es que sea ilícito el desear y buscar una vida feliz, rodeada de afectos en el contexto del autoperfeccionamiento y de otras ocupaciones privadísimas. Este es el objeto de la vida, pero para esa meta muy razonable es indispensable ocuparse de los medios que permitirán aquellos logros. Es inadmisible que se alegue desconocimiento, deben llevarse a cabo las tareas necesarias para contar con las argumentaciones que demanda el debate. Lo otro es pura comodidad mal entendida, pues así se prepara la debacle. Edmund Burke con razón ha sentenciado que «todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal triunfen es que haya un número suficiente de personas de bien que no hagan nada».

Nos dice Bilbeny en su obra: «La locura ha dejado lugar a la razón de Estado [?] La apatía moral es competencia del individuo, aunque se multiplique por cien mil y adquiera la forma del decreto». En el contexto de esta nota periodística puede aparecer como extremo tildar de idiota moral al que se desentiende de los embrollos del momento, pero mirado de cerca no es así, puesto que el problema que tenemos entre manos es grave, y con solo revertir la apatía podríamos enderezarlo. Es la esperanza de producir un sacudón en los callados frente al peligro y mostrar que la situación podría ser luminosa si cada uno asumiera su rol de frenar los avances del espíritu autoritario. No hay posibilidad de esconderse ni de escapar a este llamado. Entre las acepciones de la palabra idiota, en el diccionario se encuentra: poco inteligente, fatuo, necio, ignorante, que incomoda con sus palabras o acciones. En nuestro caso lo circunscribimos al desconocimiento de la conducta moral en el ámbito mencionado. Muchos de los abstemios en estas cuestiones son personas de gran valía, lo cual es una razón adicional para involucrarlos en la contienda contra el abuso y el atropello a las autonomías individuales.

En medio de tanto desacierto, hay un aspecto en el que ha hecho estragos el llamado positivismo legal, que apunta a que cualquier cosa en cualquier sentido que promulgue el legislador debe aceptarse, en lugar de interiorizarse de los mojones o puntos de referencia extramuros de la norma positiva para que tenga sentido la Justicia. Ya que estamos comentando un aspecto del libro de Bilbeny, es del caso mostrar que los juicios de Núremberg reflejan el aserto debido a la inmediata abrogación de las leyes criminales de los nazis.

El mismo autor nos recuerda que el abominable Hitler ha enfatizado que «la conciencia es un invento de los judíos», pero es una condición inherente al ser humano y debe ser revisada en el caso que nos ocupa al efecto de despertar la carga ineludible de obligación moral que a todos nos incumbe. Por su parte, Gustave Thibon en El equilibrio y la armonía nos enseña que «Mientras más pisos se añaden a un edificio, más hay que vigilar los cimientos».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El uso del celular y la renuncia voluntaria a la privacidad

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 29/2/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/02/29/el-uso-del-celular-y-la-renuncia-voluntaria-a-la-privacidad/

 

(Foto: Shutterstock)

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Resultan evidentes las enormes ventajas de la tecnología moderna, la cual libera recursos humanos y materiales para poder encarar otros proyectos y satisfacer otras necesidades al tiempo que los empresarios, al efecto de sacar partida de nuevos arbitrajes, capacitan en otros campos y habilidades diversas. Esto ha ocurrido desde la invención del arco y la flecha, la rueda y el martillo, que permiten ahorrar tiempo e incrementar la productividad.

Por supuesto que todo avance tecnológico puede usarse bien o mal; pueden usarse para mejorar como seres humanos o para que los gobiernos espíen, persigan y atropellen a los gobernados. Para evaluar esta pulseada moral es indispensable que el progreso tecnológico sea acompañado por valores de respeto recíproco. De lo contrario, la batalla estará perdida si no existe este acompañamiento, pues así la tecnología será una maldición: permitirá engullir libertades con más rapidez y contundencia.

Hoy en día observamos un fenómeno dual. Por una parte, avances notables en rubros como la medicina, que permiten intervenciones quirúrgicas a distancia y diagnósticos a tiempo para detectar problemas de salud a través de aparatos que parecen milagrosos. Por otro lado, nuevos recursos para que el fisco estrangule a los contribuyentes mientras se estudian métodos de encriptado y equivalentes al efecto de salvarse de las garras del Leviatán.

Y aquí viene el nudo de esta nota que resumo de esta manera: me intriga sobremanera lo que está sucediendo con los celulares desde la perspectiva psicológica de un número considerable de usuarios. Me refiero a los que están prendidos -esa es la palabra que corresponde- a sus celulares desde que abren un ojo a la mañana hasta que quedan exhaustos derrotados por el sueño a la noche. Miran y vuelven a mirar la pantalla chica y en gran medida hacen como que se comunican. Pero la pregunta es si realmente en la era de la comunicación en no pocos casos hay comunicación o los usuarios a su vez se convierten en una gran pantalla que disimula o disfraza una relación que no es tal. Por ejemplo, en un restaurante se observa a todos los comensales mirar sus celulares que presentan la fachada de la comunicación. Es una fachada, pues no están comunicados con los comensales presenciales ni tampoco con los virtuales dado que no puede conversarse sobre varios temas simultáneamente. Es un imposible.

Entonces parecería que hay un divertimento que circula en el vacío sin verdaderos destinatarios. Creo que, entre otras muchas cosas, esto explica en parte los reiterados fracasos matrimoniales y familiares pues no hay alimentos recíprocos del alma ya que no hay conversación posible en este clima de celulares y pantallas perpetuas.

La mayoría entonces está jugando a la comunicación pero en verdad están no solo incomunicados entre sí sino desconectados del mundo que solo miran de reojo muy superficialmente. Estimo que estos sucesos son también materia de educación para revertir estos síntomas y para que los humanos no se transformen en zombies mucho más entrenados para someterse a los dictados de la omnipotencia gubernamental.

Resulta llamativa la sensación de orfandad y la desmedida angustia y por momentos desesperación que experimentan ciertas personas cuando se percatan de que no llevan consigo el celular, como si estuvieran desprotegidas y desamparadas en una soledad estremecedora y abrumadora en una especie de síndrome de abstinencia.

Incluso hay peatones que en la vía pública han atropellado a personas y llevado por delante columnas hipnotizados por el celular, para no decir nada de los accidentes de tránsito debido a los mismos motivos: los ensimismados, encajados y enfrascados en los aparatitos de marras.

Uno de mis libros se titula Nada es gratis para subrayar que en la vida todo tiene un costo que los economistas denominamos “costo de oportunidad”. Si las redes se presentan como gratuitas, hay que meditar dónde se encuentra el negocio y, tal como se ha apuntado, la conclusión es que el negocio es el mismo usuario por lo que es del caso estar atento a la preservación personal y no dejarse usar malamente.

Es pertinente en estos territorios prestar debida atención a las trifulcas ocurridas en Facebook como consecuencia de falsas identidades y la difusión de datos confidenciales. Y para otra tropelía mayúscula en relación al mal uso de la tecnología, véase lo acaecido en torno al corajudo Edward Snowden sobre lo que he escrito en detalle vinculado a distintos aspectos del caso en este y en otros medios.

En una línea argumental conexa deben agregarse las aplicaciones en los celulares de jueguitos que entrenan para la violencia extrema o algunas producciones emitidas en series cuyas tramas destruyen valores esenciales.

Finalmente a este respecto y en otro plano de análisis, es de interés consultar el informe presentado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) donde se consigna que el uso indiscriminado y repetitivo de los celulares puede traer aparejados trastornos de cierta gravedad en el sistema nervioso.

En este mismo contexto, antes he escrito sobre la importancia decisiva de la privacidad pero ahora en relación al uso de celulares es oportuno reiterar muy parcialmente lo dicho al efecto de subrayar el punto.

La privacidad es el contenido de nuestro ser, es lo exclusivo. Sin privacidad lo humano se convertiría en una pestilente masa amorfa que le daría la espalda al hecho de que cada uno es único e irrepetible en toda la historia de la humanidad, situación en la que además la cooperación social y la consecuente división del trabajo quedarían severamente amputadas. Mezclar y batir el conjunto obstaculiza lo individual y lo distinto donde desaparecerían las fronteras de lo personal.

Para que no ocurra lo anterior es menester que cada cual cultive sus potencialidades en busca del bien. Los lugares en donde en gran medida se reúnen los jóvenes están hoy tan dominados por altísimos decibeles que apenas pueden intercambiar la hora y el nombre de pila para no decir nada de la exploración de Ortega y Gasset (a veces si se les mencionara este pensador conjeturo que concluirían que se trata de dos personas).

En la era digital y a pesar de sus extraordinarias contribuciones, a veces alarma la falta de concentración y la degradación del lenguaje que, por ejemplo, provoca la metralla y el tartamudeo de tuits muchas veces en idioma de Tarzán que limita la comunicación y el lenguaje, por tanto, el pensamiento (sin lenguaje no se puede pensar). Notamos que en la actualidad el batifondo y la imagen sustituyen a la conversación y la lectura de obras que alimentan el alma.

Hay en general hay una tendencia marcada a divertirse, esto es como la palabra lo indica a divertir, a separar de las faenas y obligaciones cotidianas para distraerse lo cual es necesario pero si se convierte en una rutina permanente se aparta de lo relevante en la vida para situarse en un recreo constante, lo cual naturalmente no permite progresar. Incluso cuando se pregunta como marchan los estudios en la facultad la respuesta suele consistir en que prefiero tal o cual asignatura “porque me divierte”.

Según el diccionario etimológico, “privado” proviene del latín privatus, que significa en primer término “personal, particular, no público”. El ser humano consolida su personalidad en la medida en que desarrolla sus potencialidades y la abandona en la medida en que se funde y confunde en los otros, esto es, se despersonaliza y se amputa de si mismo y se hace dependiente. La privacidad o intimidad es lo exclusivo, lo propio, lo suyo, la vida humana es inseparable de lo privado, lo privativo de cada uno. Lo personal es lo que se conforma en lo íntimo de cada cual, constituye su aspecto medular y característico. El entrometimiento, la injerencia y el avasallamiento compulsivo de la privacidad lesiona gravemente el derecho de la persona pero nos parece que la meticulosa exposición voluntaria presenta una luz colorada en el horizonte.

Como queda dicho, lo verdaderamente paradójico es la tendencia a exhibir la intimidad voluntariamente sin percatarse que dicha entrega tiende a anular al donante. Más aun parecería que algunos quisieran vivir en un carnaval perpetuo que como se ha hecho notar oculta el verdadero ser para confundirse con el otro yo de la máscara y también proceden en un caminar distinto al ritmo del samba.

Sin duda que se trata de proteger a quienes efectivamente desean preservar su intimidad de la mirada ajena, lo cual, como queda dicho, no ocurre cuando la persona se expone al público. No es lo mismo la conversación en el seno del propio domicilio que pasearse desnudo por el jardín. No es lo mismo ser sorprendido por una cámara oculta que ingresar a un lugar donde abiertamente se pone como condición la presencia de ese adminículo.

Si bien los intrusos pueden provenir de agentes privados (los cuales deben ser debidamente procesados y penados), reiteramos que hoy debe estarse especialmente alerta a los entrometimientos estatales -inauditos atropellos legales- a través de los llamados servicios de inteligencia, las preguntas insolentes de formularios impositivos, la paranoica pretensión de afectar el secreto de las fuentes de información periodística, los procedimientos de espionaje y toda la vasta red impuesta por la política del gran hermano orwelliano como burda falsificación de un andamiaje teóricamente establecido para preservar los derechos de los gobernados.

Y, como escribe Tocqueville en La democracia en América, todo comienza en lo que aparece como manifestaciones insignificantes: “Se olvida que en los detalles es donde es mas peligroso esclavizar a los hombres”. Es como se ha repetido que ocurre con la rana: si se la coloca en un recipiente con agua hirviendo reacciona de inmediato y salta al exterior, pero si se le va aumentando la temperatura gradualmente se muere incinerada sin que reaccione, fruto de un acostumbramiento malsano y a todas luces suicida.

Es de desear que se recupere la cultura, es decir, la capacidad de cultivarse y la privacidad para bien de la sociedad abierta y en lo que respecta a lo voluntario nada puede hacerse como no sea a través de la persuasión ya que se trata de un proceso axiológico. De lo contrario, como advierte Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, “nos retrotraeremos a la condición de monos” (los humanos se convertirán en El mono vestido, tal como titula su libro Duncan Williams).

No cabe duda de los beneficios que producen las nuevas tecnologías y específicamente los celulares, a diferencia de los teléfonos fijos no transportables más allá de unos centímetros. Y esto cuando fueron privatizados y tenían tono, pues antes en muchos casos había que gritar o mudarse a lo del destinatario para trasmitir un mensaje, todo bajo el pretexto de que se trataba de “un sector estratégico” por lo que debía estar bajo la égida del aparato estatal con pésimo servicio y generando astronómicos déficits. También hoy deben señalarse los múltiples servicios acoplados a la nueva concepción de la telefonía y los que se adicionan a cada rato, pero de lo que se trata es de reflexionar juntos sobre la conveniencia e inconveniencia del uso y el abuso de estos magníficos instrumentos y de la tecnología en general.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

El grave error de confundir lo intelectual con lo político

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 7/12/19 en: https://www.infobae.com/opinion/2019/12/07/el-grave-error-de-confundir-lo-intelectual-con-lo-politico/

 

Casa Rosada (iStock)

Casa Rosada (iStock)

En esta nota periodística planteo un tema que estimo muy fundamental pero que muchas veces se pasa por alto y no se le otorga la suficiente entidad. Son frecuentes las airadas protestas por lo que dicen y, sobre todo, por lo que hacen los políticos en funciones. La crítica es desde luego necesaria al efecto de corregir desvíos y abusos, pero no se contempla que el político procede conforme a lo que conjetura que la gente entiende y comparte, por lo menos es lo que anuncia. No puede proceder en otra dirección, pues si comienza a decir y hacer lo que nadie entiende ni mucho menos comparte estará perdido como político. No se sostiene el funcionario que opera a contramano de lo que la opinión pública demanda.

Como queda dicho, si un político comienza a pontificar desde la tribuna sobre asuntos que los destinatarios no comprenden ni aceptan, su final inexorablemente será el fracaso y se verá obligado a dejar el cargo.

Si las cosas son así, el enfoque debe ser la batalla cultural para modificar el pensamiento dominante y comprender y aceptar otras ideas. Solo así el político podrá cambiar su discurso. El político está determinado a recurrir a un lenguaje y a conceptos que se mantienen en un plafón de máxima y mínima. Si se sale por arriba o por debajo de esas marcas, sus días como político estarán contados. Y resulta de gran importancia percatarse de que el antedicho plafón está siempre configurado por las ideas que flotan en la opinión pública y, a su vez, estas ideas provienen de un territorio completamente distinto: del plano intelectual, que comienza en cenáculos reducidos y cuando se va ampliando va tocando segmentos cada vez mayores hasta que el mensaje le llega al político que, para ser exitoso, debe adoptar los nuevos criterios originalmente concebidos y promovidos por intelectuales.

Con mucha razón John Stuart Mill ha escrito que “todas las buenas ideas pasan por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción”. Miremos a nuestro alrededor y comprobaremos que antaño si alguien hubiera dicho que la telefonía operaría sin cable, que aparecerían aparatos que denominaríamos robots, que aparecerían máquinas que vuelan que llamaríamos aviones, Internet, que enfermedades consideradas incurables se curarían, que podría trabajarse la estructura genética de alimentos para reproducirlos exponencialmente y tantísimas otras cosas que siempre están primero en la mente de alguien que generalmente es considerado un demente hasta que la idea se aplica y entonces se toma como algo dado y natural como si siempre hubiera estado presente.

Entonces sobre la base de este cuadro de situación lo que debe mirarse con suma atención es la batalla cultural, puesto de de allí emana todo. La faena política obliga al pragmatismo y a la negociación para poder funcionar en democracia. Los puentes y los consensos son indispensables puesto que no se puede imponer lo que se cree a las otras partes sin caer en una dictadura. En este plano no hay más remedio que “tragarse sapos”. Sin embargo, en el campo intelectual no hay ningún “sapo que tragarse” puesto que se trata de marcar el rumbo. Si, por ejemplo, un liberal asume el gobierno debe pedir, reclamar y exigir críticas de sus compañeros de ruta al efecto de poder acercarse a su ideario pero de ningún modo puede actuar como le gustaría, debe adaptarse al clima de la opinión pública. Por otra parte, un intelectual pragmático es un oximoron: el intelectual está obligado siempre a expresar lo mejor, a subir la vara y nunca adaptarse ni negociar frente a lo que otros demandan; lo contrario es un impostor. Nada hay más triste que observar a supuestos intelectuales que la juegan de políticos, quienes al no ser lo uno ni lo otro se convierten en embaucadores que buscan afanosamente un cargo en el gobierno de turno pero finalmente son repudiados en ambos andariveles.

Hay la malsana costumbre de considerar al político como un “dirigente”. En verdad no dirige nada, es dirigido por la opinión pública lo cual no niega el hecho de que hay políticos que a través de la historia han sabido ubicarse con el apoyo de lo mejor de la opinión pública y muchos otros con lo peor, pero en todos los casos no resulta posible proceder a espaldas de lo que la gente comprende, y reiteramos la comprensión viene de la mano de los esfuerzos educativos que llevan a cabo los intelectuales (para bien o para mal según la tradición de pensamiento a la que adhieran). Mucho menos aceptable es la expresión “líder” que remite al Duce y al Führer y que en la práctica es aquel que explota lo peor de la opinión pública. La palabra adecuada es “referente” pero en rigor se aplica a intelectuales que abren caminos y amplían horizontes y no a políticos que, como decimos, deben adaptarse a los reclamos de la gente para seguir en funciones.

El intelectual que abdica de su rol y formula propuestas que sabe no apuntan a lo mejor para ser “políticamente correcto” tiene que saber que los políticos están embretados en la necesidad de negociar y si apuntan al techo -esto es a lo óptimo como deben- la negociación en la esfera política hará que el debate se ubique en la mitad de la pared, pero si el pseudointelectual apunta a la mitad de la pared, inmediatamente las negociaciones políticas harán que la propuesta se ubique en el zócalo.

Como apuntamos al comienzo, no es que no deba criticarse a los políticos en funciones, muy por el contrario es una faena sumamente higiénica y necesaria para intentar que, dado el clima cultural vigente, se saque la mejor partida de lo que puede hacerse ya que la clientela electoral no es nunca uniforme, pueden y deben aprovecharse los fragmentos de lo que se estima son buenos proyectos y evitar caer en las fauces de los que propugnan retrocesos.

Se repite la perogrullada de que “la política es el arte de lo posible” lo cual es evidentemente cierto, no se puede ir más lejos de lo que al momento se acepta. Por ello es que en esta instancia del proceso de evolución cultural el político en democracia está obligado a tejer y zurcir acuerdos con las distintas representaciones políticas, no puede ni debe operar en base a su propio grupo sin atender los otros. Pero lo curioso es que hay quienes pretenden otra cosa en el campo político sin interiorizarse de lo que ocurre en el plano educativo. Les parece que la educación es otra cosa sin ver que precisamente es en eso que hay que trabajar si se desea que la política cambie su fisonomía.

Reiteramos que esto no quiere decir que no haya políticos incapaces de extraer el máximo fruto de lo que existe y, por tanto, desperdician oportunidades muy valiosas. Desafortunadamente hay muchísimos casos de estos. Pero al efecto de ilustrar nuestro tema es bueno centrar la atención en el significado de la educación que no consiste en trasmitir cualquier cosa en cualquier sentido sino la trasmisión de valores y principios consistentes con el respeto recíproco, en eso estriba la conducta civilizada. Como es sabido, la etimología de educar proviene de la acepción latina ex ducere que remite a sacar de dentro, desarrollar las potencialidades de cada uno en el contexto señalado.

Si hemos comprendido estos puntos clave, entonces solo queda que cada uno contribuya con sus estudios y la correspondiente difusión de los valores que conducen al respeto recíproco. ¿O es que se preferirá la actitud cómoda de seguir parlando livianamente de los políticos agazapados en el poder o de coyunturas más o menos irrelevantes? Concretamente el examen de conciencia diario debería ser el preguntarnos que hicimos durante la jornada para modificar de raíz la situación.

Para sacar y guiar las máximas potencialidades de las características y condiciones de cada uno como ser irrepetible y único en la historia de la humanidad, es menester contar ante todo con un sistema competitivo y abierto en el que se aprovechen del mejor modo posible los conocimientos disponibles en un proceso de prueba y error puesto que nadie tiene una receta de lo que todos deben hacer. Hay muchas maneras de proponer conocimientos en el contexto de corroboraciones siempre provisorias abiertas a posibles refutaciones. Entonces el peor escenario es contar con ministerios o reparticiones oficiales que impongan desde el vértice del poder estructuras curriculares o pautas para todos los establecimientos educativos, puesto que el oxígeno y las puertas y ventanas abiertas de par en par es requisito indispensable para el progreso científico y el consiguiente nivel de excelencia.

Una vez comprendido lo anterior, es importante percatarse de que las personas que nunca vieron una planilla fiscal son las que más pagan impuestos cuando los contribuyentes de jure se hacen cargo de altos gravámenes, puesto que al contraer sus inversiones disminuyen las tasas de capitalización que es la única causa de salarios e ingresos en términos reales, por tanto, el peso principal de los tributos recae sobre los contribuyentes de facto, los más pobres ya que un peso para un pobre no tiene el mismo significado que un peso para un rico.

Habiendo dicho lo anterior, se sigue que no hay tal cosa como educación gratis y que las instituciones estatales de educación constituyen una injusticia y una carga para las personas más pobres. Como la denominada “educación gratuita y estatal” es la vaca sagrada del momento, puede que la ficción continúe pero alguna vez será necesario hacer un alto en el camino y vislumbrar que se basa en falacias sustanciales y que no puede educarse para libertad y la independencia de criterio en base a la coacción, lo cual se acerca en definitiva al adoctrinamiento que es la antítesis de la educación en cuya situación se termina enseñando en que debe pensarse en lugar de ejercitarse en como pensar, a cuestionar y a criticar.

Proteger y cuidar las características educativas es el prerrequisito para liberar energías creativas que cambien el clima político opresivo. Cuando se declara que determinados fulanos deben “juntarse para ver que país queremos” se están sentando los cimientos para el establecimiento de un sistema autoritario puesto que solo la más amplia libertad puede producir resultados de excelencia. En esta línea argumental, cito una vez más al marxista Antonio Gramsci que desde el otro lado del mostrador tenía mucha razón al aconsejar que se “tome la cultura y la educación, el resto se da por añadidura”.

Los hay quienes con la mejor buena voluntad confunden lo intelectual con lo político y carecen de cintura política por lo que pretenden dejar de lado lo que en realidad sucede y abandonan los territorios que cuentan con mayor apoyo electoral para defender lo defendible al momento, por ejemplo, la libertad de prensa y la independencia de la Justicia aunque en lo demás dejen mucho que desear. Es que lo primero es primero: si esto no se apuntala, nada de lo demás resulta posible con lo que los desubicados políticamente se estrellan una y otra vez contra la pared, sobre todo si ambicionan la presidencia en lugar de algo más modesto y efectivo que es concentrarse en las legislaturas mientras se abren posibilidades de continuar con la batalla cultural. Como consigna Anthony de Jasay, “no es imposible poner la carreta delante de los caballos, pero es poco práctico”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Hacer los deberes

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 1/6/19 en: https://www.elpais.com.uy/opinion/columnistas/alberto-benegas-lynch/deberes.html

 

La conclusión de esta nota periodística es que nosotros los liberales tenemos que hacer mejor nuestros deberes. En lugar de despotricar porque otros no aceptan el liberalismo, tenemos que esforzarnos por pulir el mensaje. Y como tendemos a ser más benévolos con nosotros mismos que con los demás, esta reflexión calma los nervios y nos obliga a un trabajo más intenso. Permutamos la crítica por la autocrítica.

Veamos este asunto por partes. Hay varios grupos de personas que no aceptan el ideario liberal y que están consubstanciados con las propuestas estatistas donde el Leviatán se entromete en las vidas y haciendas ajenas. Esos grupos son básicamente tres. En primer lugar hay quienes toman el asunto como una religión, como un dogma de fe, son los que están obcecados con su ideología. Como es sabido, la ideología en su acepción más generalizada es algo cerrado, terminado, inexpugnable. Es la antítesis del espíritu liberal, por definición una postura abierta, siempre en la punta de la silla en consonancia con que el conocimiento tiene la característica de la provisionalidad atento a posibles refutaciones.

Un segundo conglomerado está conformado por los oportunistas que lo único a que apuntan es a hacerse del poder sin mucho trámite. Se ubican en el lado estatista porque es lo conducente para sus fines. No están interesados en el derecho, más bien patrocinan pseudoderechos, es decir, la capacidad de apoderarse del fruto del trabajo ajeno a través del uso de la fuerza.

Una tercera clasificación está integrada por los honestos intelectualmente que creen que la mejor solución estriba en las intromisiones de los aparatos estatales. Tengo buenos amigos liberales que provienen de las filas socialistas que lo han hecho todo con la mejor buena fe, personas inteligentes que se han percatado de su error. Han sido y son intelectuales de fuste que en general han simpatizado con el pensamiento del marxista Antonio Gramsci en cuanto a que la faena principal consiste en el debate de ideas puesto que como consignaba aquél autor “tomen la educación y la cultura, el resto se da por añadidura”. Para nuestros propósitos, son clave los procesos educativos abiertos y en competencia.

Casi todos ellos han sido persuadidos por tres autores clave: Ludwig von Mises al explicar que el socialismo es un imposible técnico puesto que al debilitar la propiedad privada se distorsionan los precios y, por ende, se bloquea la contabilidad, la evaluación de proyectos y en general el cálculo económico. También han sido persuadidos por Friedrich Hayek respecto a la necesaria dispersión y fraccionamiento del conocimiento en lugar de concentrar ignorancia en supuestos planificadores y, ante todo, las aseveraciones de Wilhelm Röpke en cuanto a la preeminencia de valores éticos de respeto recíproco.

Ahora bien, estimo que los esfuerzos de los liberales deben dirigirse a este tercer grupo que si no se logra convencer es solo y exclusivamente por nuestra incapacidad manifiesta en trasmitir un mensaje atractivo, bien argumentado y consistente.

Pienso que una buena receta para corregir las deficiencias es el perseverar en mejorar cada clase que dictamos, cada charla en la que participamos, cada libro que publicamos, cada ensayo y artículo que parimos. Entonces, el modo efectivo de difundir los valores y principios de la sociedad abierta (para recurrir a terminología popperiana) es el hacer mejor nuestros deberes y revisar y volver a revisar nuestro mensaje puesto que si la idea no avanza es nuestra culpa y responsabilidad ya que estamos frente a personas honestas intelectualmente que quieren lo mismo que nosotros, a saber, el progreso moral y material de nuestros semejantes, muy especialmente el de los más débiles y desamparados.

Hay que prestar la debida atención a los experimentos recientes que ha vivido la humanidad, por ejemplo lo ocurrido en la Alemania oriental frente a la occidental, para no decir nada de situaciones tremebundas como la cubana y las dictaduras de nuestra región enmascaradas o no en el voto. No se trata de certezas sino de razonamientos abiertos al debate.

A los estudiantes hay que trasmitirles un  equilibrio imprescindible en la extraordinaria aventura del pensamiento. Reza el adagio latino: ubi dubium ibi libertas, es decir, donde hay duda hay libertad. Si todas fueran certezas no habría necesidad de elegir, de decidir entre opciones, de preferencias entre medios diferentes y para el logro de fines alternativos. El camino ya estaría garantizado, no se presentarían encrucijadas. No habría acción propiamente dicha. Por ello resulta tan sabio el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, esto es, no hay palabras finales, estamos en un proceso de prueba y error en un contexto evolutivo.

Considero que una buena definición de liberalismo es la que surge de un pensamiento de Cantinflas: “Una cosa es ganarse el pan con el sudor de la frente y otra es ganarse el pan con el sudor de el de enfrente”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

REFLEXIONES SOBRE LA CUARTA DIMENSIÓN

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Desde la más tierna infancia se nos ha dicho que aprovechemos el tiempo, que economicemos tiempo o que ahorremos el tiempo. Esto es porque somos finitos, porque tenemos un tiempo limitado para, dadas las circunstancias, hacer de nuestras vidas algo provechoso. Otra posibilidad consiste en deambular sin rumbo, esto es vegetar, lo cual a su vez significa no sacar partida de la condición humana dotada de libre albedrío al efecto de hacer algo con el timón.

En líneas generales podemos decir que aprovechar el tiempo es, en primer lugar, mejorar como personas y, en segundo término, contribuir a hacer en algo mejor el ámbito en el que nacimos y vivimos en contacto con nuestro próximo (prójimo). Mejorar quiere decir actualizar nuestras potencialidades en busca del bien según sean nuestros esfuerzos por conocer, es decir, por agrandarnos en lo que tenemos de más preciado cual es el intelecto que nos diferencia de todas las especies conocidas.

Sin duda que la faena de conocer tiene sus bemoles en el sentido que se trata de un proceso evolutivo de prueba y error siempre sujeto a posibles refutaciones. De allí es que el sistema social que optimiza resultados es el del respeto recíproco, a saber, el de la libertad en cuyo contexto cada cual se mueve según estime pertinente en concordancia con sus proyectos de vida siempre y cuando no lesiones derechos de terceros, lo cual incluye la generosidad respecto al prójimo (naturalmente con lo propio). En esto consiste el eje central de la tradición de pensamiento liberal.

Es cierto que la vida se vive una vez y el segundero pasa rápido pero nuestra misión no puede encajarse en la arrogancia superlativa de pretender la resolución de los problemas que indefectiblemente genera el autoritarismo. Nuestra misión es mucho más modesta: se circunscribe a poner nuestro granito de arena para que se comprendan las ventajas del respeto recíproco en cuyo ámbito cada uno asume la responsabilidad por lo que hace o deja de hacer pero se maximizan las posibilidades de sacar el mayor provecho posible de las circunstancias imperantes.

Derrochar o malgastar el tiempo -la cuarta dimensión- entonces se traduce en no vivir sino simplemente durar. Una persona sin objetivos, proyectos o metas superadoras está a la deriva, su vida es un sinsentido o vive la vida de otros, renuncia a la unicidad de su ser en toda la historia de la humanidad, lo cual refuta la idea de tiempos circulares o repetitivos ya que irrumpen personas distintas.

Ortega concluye que “la vida es tiempo” y que “el tiempo es irreparable”, una vez transcurrido se torna irreversible, “es el tiempo que se acaba” para cada cual. La vida es como la dibuja Shakespeare en el sentido de un gran teatro en el que hombres y mujeres no son más que actores que tienen posibilidades limitadas y concretas de entradas y salidas al escenario. Bien se ha dicho que matar el tiempo no es un homicidio sino un suicidio ya que afecta principalmente al sujeto que desperdicia su tiempo siempre limitado en esta tierra y que en última instancia constituye el test de su vida. Se ha mantenido que el tiempo es eterno pero no lo es para cada uno (por otro lado Woody Allen ha consignado que “la eternidad se hace muy larga, especialmente la última parte”).

Hay quienes se excusan y exhiben toda clase de pretextos en la falta de tiempo para no llevar a cabo faenas relevantes pero el día tiene veinticuatro horas para todos, de lo que se trata es de un tema de prioridades al efecto de encontrar el tiempo necesario. Hay quienes se quejan de la rapidez del tiempo y los hay satisfechos con el paso del transcurrir, concepciones subjetivas relacionadas con la intensidad del vivir y de posibles satisfacciones por logros obtenidos y la conjetura de no poder repetirlos si se pudiera navegar para atrás en el tiempo tal como proponía Wells en su ficción.

André Compte-Sponville nos enseña que el tiempo es el ser en cuanto a que si nada cambiara, si nada durara la existencia no sería, lo cual pone al descubierto el vínculo espacio-tiempo y el movimiento potencia-acto que puede denominarse energía. Enfatiza este autor: “Imaginemos que se detuviera el tiempo. ¿Qué pasaría? Nada, por definición, porque ya no pasaría más nada.” Solo para el inmortal el tiempo resultaría irrelevante.

Aldous Huxley ha escrito con razón que “la más firme enseñanza de la historia es que no hemos aprendido las enseñanzas de la historia”. Tal cual, hay fenómenos recurrentes que revelan que estamos encorsetados por el pasado, es como si estuviéramos condenados a repetir errores una y otra vez. Los ejemplos tremebundos de los totalitarismos del siglo xx y xxi atestiguan el aserto, en mayor o menor medida se toman ingredientes de esos regímenes de horror y los aplicamos en dosis diversas, en general sin las matanzas físicas pero si las matanzas del espíritu a través de aparatos estatales que con creciente saña aplican sus recetas a los así denominados “contribuyentes”. Hay signos muy preocupantes de persecuciones a ciudadanos pacíficos que han obtenido legítimamente sus ingresos, son el fruto de su trabajo y sin embargo se los confisca a través de impuestos inauditos y regulaciones inaceptables.

Ahora viene el intento de explicar desde otro ángulo el tiempo, el transcurrir o el devenir. Aristóteles primero, pero especialmente San Agustín mostraron lo intrincado que resulta elaborar sobre el significado del tiempo al señalar la dificultad de aprehender ese concepto. Se trata de aludir a la sumatoria de presentes pero resulta que no son más que tiempos que ya fueron (pasado) o que serán (futuro) y que divididos en fragmentos infinitesimales de presentes que en verdad hacen que esa noción más bien se esfume. Esto así considerado convierte al tiempo en una especie de enigma ya que si el presente no puede aprehenderse y el pasado ya no es y el futuro aun no ocurre, el tiempo se transforma en un misterio pero que, sin embargo, es. No podemos separarnos del tiempo. Es como aquel cuento del que buscaba afanosamente sus anteojos y resulta que los tenía puestos precisamente para buscarlos.

Por su parte, Henri Bergson fue pionero en elaborar sobre el tiempo psicológico o interior, por una parte, y el tiempo del reloj por otra al poner de manifiesto como sucesos agradables para el sujeto actuante pasan más rápidamente que los desagradables que subjetivamente considerados tienden a sucederse con mayor lentitud.

En realidad, tal como apunta John B. Prestley hubieron calendarios antes que relojes al efecto de facilitar los períodos de siembras y cosechas y para encuentros y comercios se hizo referencia a horas, días, meses y años para lo cual se recurrió como parámetro al giro de la Tierra sobre su eje y al giro de la Tierra en torno al Sol en el contexto de puntos de referencia que cambian a ritmos distintos de lo observado puesto que si absolutamente todo cambia al mismo compás no hay modo de medir el tiempo (el río fluye en relación a márgenes inmóviles).

Como es sabido, Albert Einstein explicó su teoría de la relatividad especial en base a sostener que, a diferencia de la concepción newtoniana, el tiempo no es absoluto, que depende de la ubicación del observador (una explosión será detectada en lugares distintos en diferentes tiempos debido a la velocidad del sonido y de la luz). Asimismo, su teoría general de la relatividad introdujo el factor masa, es decir, que si la Tierra fuera de mayor tamaño tardaría más en girar sobre su eje y en torno al Sol.

Stephen Hawking, aunque cambiante en su posición respecto al origen del universo, en su libro sobre el tiempo parte del Big-Bang que como es sabido se trata de algo contingente y no necesario como la Primera Causa a la que todo remite puesto que la regresión ad infinitum no permitiría la existencia ya que las causas nunca hubieran comenzado, Primera Causa que es inexorablemente anterior a la referida explosión inicial.

Si queremos establecer un punto sobre una recta, necesitamos una medida -una dimensión- para localizarlo. Si en lugar de una recta quisiéramos trasmitir la ubicación de una mancha en la alfombra, necesitaríamos dos números -dos dimensiones- para establecer el lugar exacto de la mancha: necesitaríamos el largo y el ancho. Si en una habitación cuelga una lámpara del techo y quisiéramos referir en que punto del espacio se encuentra la bombilla de marras, necesitaríamos tres números -tres dimensiones- que denominaríamos ancho, largo y profundidad. Si en esa habitación hubiera una mosca volando nos referiríamos a cuatro dimensiones: debemos agregar el tiempo, conocido como la cuarta dimensión. La localización de la mosca no es la misma a las diez de la mañana que a las dos de la tarde.

Esta cuarta dimensión a la que nos venimos refiriendo resulta trascendental para el ser humano. Constituye una implicación lógica de la acción humana, es uno de los teoremas que se explican al comenzar un curso de economía: si alguien tiene un deseo e ipso facto lo satisface, no hay acción humana. Para que haya acción necesariamente debe mediar tiempo entre el deseo y la búsqueda de la satisfacción correspondiente. El hombre no puede hacer todo al mismo tiempo, por tanto debe seleccionar, preferir, optar, en otros términos, economizar. Deberá establecer una escala de valores en sentido ordinal, no cardinal puesto que no son susceptibles de medirse (el precio no mide sino que expresa valorizaciones cruzadas, cuando se dice que una zanahoria vale dos pesos no es en modo alguno que dos pesos y una zanahoria sean iguales puesto que en ese caso no habría transacción).

No podemos posponer indefinidamente nuestras preferencias cotidianas, de lo contrario perecemos. Tampoco -si queremos realizarnos en la vida en el sentido antes mencionado- podemos posponer para siempre objetivos centrales en nuestras vidas tales como hemos aludido antes en esta nota. En definitiva, para vivir una vida propiamente humana, en esa aventura de pasar de lo latente a lo patente, el hombre no puede escindirse de la cuarta dimensión y cuanto más libre resulte el entorno, mayor serán sus posibilidades de logros. Es pertinente destacar que Henri Boulad nos dice que “el error de quienes calculan el tiempo matemáticamente consiste en olvidar que cada instante es único y, por lo tanto, no es susceptible de sumarse”.

Por último, dado que no somos solo materia puesto que, de lo contrario, como hemos apuntado en otras ocasiones, los nexos causales inherentes en nuestros kilos de protoplasma nos determinarían y no habría por tanto libre albedrío, es decir, libertad ni por ende responsabilidad individual ni moral ni proposiciones verdaderas y falsas ni ideas autogeneradas,  nuestro espíritu, psique o estados de conciencia no desaparecen con el tiempo. En este sentido de trascendencia es como ha estampado Chesterton  en el título de su libro: El hombre eterno.

 Como queda dicho, un modo eficaz de aprovechar el tiempo consiste en contribuir a que las cosas sean un poquito mejor respecto al momento en que nacimos para lo cual resulta ineludible el trabajo para que se comprendan las ventajas del respeto recíproco. Es una misión ineludible para cada uno ya que todos estamos interesados en que se nos respete y esto no viene del aire, deriva de esfuerzos cotidianos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

LA CLAVE SON LOS INCENTIVOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Autores del calado de Harold Demsetz, Ronald Coase y Douglas North, han insistido en que buena parte del análisis económico y jurídico se basa en la calidad de los incentivos. En un sistema que potencia los buenos incentivos la gente da lo mejor de si, en cambio en un sistema donde los incentivos para mejorar son escasos o nulos la gente revela lo peor de si.

 

Lo realmente interesante de las contribuciones de la Escuela Escocesa es el haber combinado en un sistema de libertad, es decir, de respeto recíproco, el interés personal con el interés del destinatario de la acción. En este contexto cada uno para satisfacer su propio interés deben dirigir su atención a la satisfacción del interés de su prójimo, de lo contrario no pueden prosperar.

 

Este es el sentido de explicar como el comerciante para mejorar su patrimonio está obligado a la atención de las demandas de sus congéneres. Así es que el que da en la tecla obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos, “el cliente siempre tiene razón” es la máxima del buen empresario. De más está decir que esto no se aplica a los denominados empresarios prebendarios puesto que obtienen sus fortunas fruto de la explotación a sus semejantes como consecuencia de los privilegios obtenidos a raíz de sus alianzas con el poder político.

 

En el contexto de la libertad de mercados constituye un error aludir al “poder económico” ya que el poder reside en los consumidores. Si “el rey del chocolate” ofrece chocolate amargo cuando la gente reclama chocolate dulce tiene sus días contados como empresario y así sucesivamente en todos los reglones. Solo puede hablarse en rigor de poder económico cuando los mercados no son libres y por ende los patrimonios dependen del poder político de turno.

 

Tomemos un ejemplo pedestre: cuando los departamentos en propiedad horizontal son de cada cual el incentivo es la cooperación social en beneficio de todos, pero cuando es colectiva todos se pelearán hasta por el uso del jabón pues irrumpe “la tragedia de los comunes”. Hasta la forma de agradecerse recíprocamente frente a toda compra-venta es característica de mercados abiertos, mientras que las caras largas y los malos modos son el sello de transacciones coactivas.

 

Otro ejemplo tomado al azar, las certificaciones de calidad en la alimentación. Si la lleva a cabo el monopolio de la fuerza y se produce una intoxicación eventualmente se reemplaza a un funcionario por otro y todo sigue igual. Sin embargo, si la calidad la certifica el sector privado en competencia las auditorias cruzadas refuerzan la seguridad y si se produce un percance la marca que garantizaba calidad no solo debe indemnizar a las víctimas sino que desaparece del mercado ese emprendimiento. En esta instancia del proceso de evolución cultural, como faena prioritaria debe fortalecerse la Justicia en las estructuras gubernamentales (lo cual no excluye el soporte de árbitros privados para resolver litigios) pero no expandir las tareas estatales en áreas que no le competen en una sociedad abierta.

 

Por último para las acreditaciones de estudios primarios, secundarios y universitarios se aplica el mismo criterio señalado en cuanto a instituciones especializadas y academias en competencia por niveles de excelencia local e internacional, también en auditorias cruzadas en lugar de ministerios de educación (una función un tanto peculiar, como si educar pudiera imponerse desde el vértice del poder político en lugar de un proceso abierto de prueba y error). La politización queda marginada en el sistema libre y nunca sucederían casos como el argentino donde el ministerio de educación acreditó a la par de otras casas de estudio la llamada Universidad de las Madres de Plaza de Mayo que ha probado ser más bien un campo de entrenamiento de terroristas. Y no se trata de apuntar a tener “mandamases buenos” para la educación, se trata de abrir el sistema, es cuestión de incentivos.

 

Lo primero en este cuadro de situación es entender la naturaleza del interés personal sobre lo que ya he consignado en otra ocasión y ahora reitero parcialmente. Todos los actos se llevan a cabo por interés personal. En el lenguaje coloquial se suele hablar de acciones desinteresadas para subrayar que no hay interés monetario, pero el interés personal queda en pie. En verdad se trata de una perogrullada: si el acto en cuestión no está en interés de quien lo lleva a cabo ¿en interés de quien estará?

Estaba en interés de la Madre Teresa el cuidado de los leprosos, está en interés de quien entrega su fortuna a los pobres el realizar esa transferencia puesto que su estructura axiológica le señala que esa acción es prioritaria, también está en interés del asaltante de un banco que el atraco le salga bien y  también para el masoquista que la goza con el sufrimiento y así sucesivamente. Todas las acciones contienen ese ingrediente ya sean actos sublimes o ruines. Una buena o mala persona se define por sus intereses.

En esta línea argumental,  Erich Fromm escribe en Man for Himslef. An Inquiry into the Psychology of Ethics que “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo, no en la idea de que la virtud moral equivale al interés personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que la gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no están interesados lo suficiente en su yo”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma.

Es curioso pero en la interpretación convencional parecería que uno tiene que abdicar de uno mismolo cual constituye una traición grotesca a la maravilla de haber nacido. La primera obligación es con uno mismo y, además, si no hay amor propio no puede haber ningún tipo de amor hacia el prójimo. La persona que se odia a si misma es incapaz de amar a otro,  puesto que el amar al prójimo necesariamente debe proporcionar satisfacción al sujeto que ama.

Es sumamente interesante detenerse a meditar sobre la reflexión de Sto. Tomás de Aquino en la materia, así en la Suma Teológica afirma que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da, 2da, q. xxvi, art. iv).

En el amarás a tu prójimo como a ti mismo, la clave radica en el adverbio “como”. Hay solo tres posibilidades: que el amor sea igual, mayor o menor. Las dos primeras constituyen inconsistencias lógicas, por ende, se trata de la tercera posibilidad. En el primer caso, si fuera igual no habría acción alguna puesto que para que exista acción debe haber preferencia, la indiferencia,  en este caso la igualdad, no permite ningún acto. Si en un desierto hay una persona muriéndose de sed y tiene una botella de agua a la derecha y otra a la izquierda y se mantiene indiferente,  se muere de sed. Para no sucumbir debe preferir, esto es inclinarse más por una de las alternativas.

En segundo lugar, si se sostuviera que el amor al prójimo es mayor que el amor propio se estaría incurriendo en un sinsentido puesto que, como queda dicho, el motor, la finalidad de la acción, la brújula, el mojón y el punto de referencia es el interés personal lo cual define la acción que, por ende, no puede ser menor que el medio a que se recurre para lograr ese cometido. En consecuencia es siempre menor el amor al prójimo que a uno mismo. Esto incluso se aplica al que da la vida por un amigo: ese arrojo y esa decisión se lleva a cabo porque para quien entrega la vida por un amigo es un acto por él más valorado que cualquier otra acción altrernativa.

A veces se confunden conceptos porque aparecen problemas semánticos de peso. El interés personal no debe ser confundido con el egoísmo ya que esta última expresión significa que el medio que le satisface al sujeto actuante no está nunca fuera de su propio ser. De este modo, no es concebible para el egoísta la satisfacción y el bienestar de otros. El interés personal, sin embargo, abarca acciones cuyos medios para la satisfacción de quien actúa son también otros o incluso principalmente otros. En este sentido es pertinente recordar una reflexión de uno de los más destacados pensadores de la Escuela Escocesa del siglo xviii, Adam Ferguson, quien en su History of Civil Society afirma que “Por su parte, el término benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios; apunta a aquellos cuyos deseos las mueven a provocar el bienestar de otros”.

Otra expresión un tanto confusa y que además se traduce en una contradicción es la de “altruismo” si se la define con el ingrediente que señala el Diccionario de la Real Academia Española en cuanto a que consiste en la “complacencia en el bien ajeno aun a costa del propio”, materia que han explorado filósofos de fuste en distintas ocasiones. Hacer el bien a costa del propio bien hemos visto que resulta en un imposible puesto que quien hace el bien es porque prefiere esa conducta, es porque le hace bien, es porque le interesa proceder en esa dirección.

Desafortunadamente a veces se confunde el concepto de individualismo que significa ni más ni menos el respeto a las autonomías de cada uno y para nada el aislacionismo, por el contrario, suscribe con entusiasmo la cooperación libre y voluntaria entre las personas. En cambio, son los socialismos o los llamados comunitarismos colectivistas los que son aislacionistas al trabar vínculos entre las personas, desde las tarifas aduaneras mal llamadas “proteccionistas” y las infinitas intervenciones de los aparatos estatales entre partes que actúan de modo legítimo.

El interés personal y la autoestima apuntan a la felicidad de cada uno que es el objeto último de todos. Debe estarse muy en guardia de quienes alardean de “amor al prójimo” mientras proponen sistemas autoritarios que prostituyen la misma noción de amor y, en la práctica, fomentan el odio. También, como consigna Tibor Machan en su obra titulada Generosity,“Un acto de generosidad requiere como primer requisito la propiedad privada”, puesto que la beneficencia y la solidaridad demandan la entrega de lo que pertenece al donante, entregar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno es un asalto aunque pueda ser legal.

En cuanto a la generosidad sería interesante que los gobiernos abran una pagina pública en Internet que puede denominarse Registro de Genuina Solidaridad con los nombres de las personas y respectivos documentos de quienes donan voluntariamente en proporción a sus ingresos para ayudar al prójimo y no estar alardeando de “solidario” con recursos arrancados del vecino a través de los aparatos estatales. Todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos. No es coherente vociferar con que siempre son los otros los que tienen que dar.

En resumen, la maximización de incentivos de buena calidad se obtiene allí donde se respetan derechos de propiedad a los efectos de lograr la mejor dosis posible de cooperación social en el contexto de los respectivos intereses de las partes contratantes. Por eso es tan importante prestar debida atención a la tradición de pensamiento liberal. Lo propio se cuida, lo de todos no es de nadie. No se tira basura en el living de la propia casa, mientras que se suele arrojar en lo que es teóricamente de todos, por eso da tanto trabajo mantener limpio lo que se dice es de todos en cambio brillan los centros comerciales y los barrios cerrados o el inmenso territorio de Disney. Es un tema de incentivos y no de propaganda. Hay que despejar telarañas mentales.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid).

LA LIBERTAD NO ES AUTOMÁTICA: EL CASO GALEANO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

 

En general la gente se ocupa de sus quehaceres en agitado ritmo en una rutina que dan por sentado siempre se mantendrá. Hay quienes se las pasan con una calculadora en la mano conjeturando nuevos arbitrajes al efecto de amasar dinero, lo cual es del todo legítimo pero la faena no está en modo alguno garantizada. El respeto no es gratis ni viene de la estratósfera, es el resultado del esfuerzo cotidiano. Bien ha dicho Jefferson que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”.

 

Los hay quienes se dedican a la jardinería, a la música, a cultivar verdura, a la carpintería o a lo que sea en la infinita gama de tareas posibles pero todos están interesados en que se los respete, por tanto todos deben contribuir a ese interés vital. No es posible la actitud cómoda e irresponsable de delegar la faena sobre los hombros de terceros.

 

Es frecuente que se sostenga que no hay la capacitación para dedicarse a defender los principios de la sociedad abierta, que deben ser otros los que se esfuercen en estudiar y difundir dichos valores. Una pretendida coartada para poder dedicarse a lo suyo en un sentido muy limitado y amputado como si lo suyo no necesitara que se lo respete.

 

No hay actividad posible si no tiene vigencia el respeto recíproco. Nada queda en pie si esto no se toma en serio y, sobre todo, se procede en consecuencia. Cada uno debe estudiar los fundamentos o por lo menos los aspectos elementales de la convivencia civilizada. No vale decir que no tienen tiempo porque por ese camino, tarde o temprano, se quedarán sin lo suyo que les será arrancado por la  fuerza.

 

Como muchas veces hemos señalado, la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo constituyen los canales más fértiles para lograr el objetivo pero no son ni remotamente los únicos. Las reuniones en casas de familia en grupos pequeños para leer y discutir libros de provecho, es una forma muy productiva de aprender y difundir las bases de una sociedad libre con gran efecto multiplicador no solo en las familias y en reuniones sociales sino también en lugares de trabajo.

 

Es típico de los haraganes decir que solo hay preocuparse y ocuparse de la familia, el trabajo, el deporte y la recreación en paz. Esto no es nada original por cierto, todos quieren lo mismo el asunto es comprender que esto no resulta posible si no se defiende la libertad para lo cual hay que destinar tiempo a quemarse la cejas, estudiar y mantenerse actualizado en las defensas.

 

Los irresponsables de marras amenazan con irse del país en que viven si las cosas se ponen feas, sin percatarse que el ubicarse en otros lares más pacíficos es consecuencia directa del esfuerzo que han hecho otros en esos otros países para mantener la situación en brete. Si todos procedieran como aquellos comodones solo quedaría flotar en el mar a merced de los tiburones.

 

Más aun, si cada uno pusiera su granito de arena, como decimos, independientemente de a que se dedica, el mundo mostraría otra fisonomía completamente distinta a la decadencia que se observa. No resulta posible limitarse a criticar a la hora del almuerzo y terminado de engullir alimentos cada cual se concentra en sus intereses personales desentendiéndose por completo del reaseguro que a todos concierne.

 

En épocas de bonanza se estimula la distracción de lo que venimos diciendo y en épocas de malaria hay la tendencia a emigrar o esconderse en las propias cuevas hasta que son asaltadas y vejadas por los enemigos de la sociedad abierta, siempre al acecho de nuevas presas desprevenidas.

 

Cada uno debiera preguntarse que ha hecho durante el día para que se lo respete. Si la respuesta es nada, no hay derecho al pataleo. Estimo que ilustra esta situación a las mil maravillas el cuento de Cortázar “Casa tomada”. Seguramente el autor no estaría de acuerdo que se recurra a su célebre narración a los efectos de defender la tradición de pensamiento liberal, pero sirve a estos propósitos. Una trama en la que los moradores van cediendo espacios de la casa hasta que en la práctica son expulsados de la misma. Esta es la situación literal de lo que ocurre, somos echados de nuestras pertenencias por bandas que ocupan ilegítimamente nuestras moradas.

 

Y esto sucede debido a nuestra incapacidad de defender lo que nos pertenece, nuestras libertades, nuestras propiedades y nuestros sueños de vida que son arrebatadas por un Leviatán desbocado. Aparatos estatales que supuestamente se constituyeron para proteger nuestros derechos pero que los conculcan permanentemente. Dejamos espacios que son ocupados por facinerosos y personas de buena fe pero que con sus procederes arruinan la vida de otros.

 

Lo dicho no quiere decir que personas honestas intelectualmente se abstengan de cambiar de parecer cuando se les demuestran sus errores. Hay casos muy sonados que he recogido en oportunidades anteriores, algunos ahora muy amigos y que antes abrazaban la postura socialista. Hace tiempo escribí sobre Eduardo Galeano que puede resultar de interés reiterar parcialmente en esta nota periodística solo para enfatizar, tal como relatan algunos de sus allegados, que fue grande su costo al cambiar de opinión puesto que la libertad no es un proceso automático.

 

Subrayo su talento realmente formidable para administrar una pluma que produce resultados que encandilan de admiración al lector. Una especie de hechizo superlativo de un prestidigitador que juega con las formas del idioma y que exhibe una gimnasia gramatical que se asimila a estar escribiendo poemas permanentes con una cadencia notable, por más que se trate del género del ensayo.

Habiendo dicho esto, destaco lo que es evidente: su contribución a la demolición de la sociedad abierta, o mejor dicho, a lo que queda de ella puesto que durante las últimas largas décadas los gobiernos se han propuesto el estrangulamiento de las libertades de las personas que gobierna. Astronómicos incrementos en el gasto público, impuestos insoportables, regulaciones asfixiantes en el contexto de marcos institucionales degradados hacen que el Leviatán avance sobre los espacios privados de la gente dejando a su paso pobreza para todos, muy especialmente para los más necesitados.

Aquellas medidas las propone Eduardo Galeano con entusiasmo. Flota en sus trabajos la presencia de la suma cero de la teoría de los juegos, es decir, lo que gana uno lo pierde el otro retrotrayéndonos a la época mercantilista. Nada original por cierto. En Las venas abiertas de América latina -luego impugnada por el autor- concluye que “cuanto más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios”, con lo cual le da la espalda al hecho de que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes se benefician.

Allí no distinguía para nada el empresario que para mejorar su situación patrimonial debe servir a sus semejantes: si acierta gana y si yerra incurre en quebrantos. No diferenciaba esta situación con el pseudoempresario que se enriquece debido al privilegio que le otorga su alianza con el poder político de turno, con lo que explota miserablemente a sus congéneres.

La emprendía contra un capitalismo prácticamente inexistente, incluso en el otrora baluarte del mundo libre, Estados Unidos,  donde de un largo tiempo a esta parte los gobiernos han traicionado los sabios consejos de los Padres Fundadores para, en su lugar, abrazar la latinoamericanización en el peor sentido de la expresión, lo cual incluye “salvatajes” para negociantes irresponsables, ineptos e indecentes, claro está con los recursos de los que trabajan honestamente. Embestía contra el mercado como si no se percatara que se trata de millones de arreglos contractuales entre los que estaba el mismo Galeano, no solo para su vivienda, su vestido, su alimentación y su recreación sino de modo muy especial para vender su antedicho libro (y muchos otros, también de su autoría) que va por la edición sesenta y ocho con jugosos derechos de autor.

Sobre ese libro su autor, en la Bienal del libro y la lectura, en Brasilia, en abril de 2014, dijo sobre las venas abiertas que renegaba de esa obra porque “no tenía los suficientes conocimientos de economía ni de política” y si lo tuviera que leer ahora “me desmayaría”.

Sus recetas eran anacrónicas, son las que aplicaron y aplican todos los países atrasados del planeta pero están vestidas con un ropaje nuevo y adornados con una prosa elegante, por más que ataque por las razones equivocadas a las nefastas instituciones internacionales como el FMI que sin duda habría que disolver por el daño mayúsculo que infringe financiando situaciones de quiebra y despilfarro con recursos coactivamente detraídos del fruto del trabajo ajeno (en este sentido es muy pertinente recomendar el libro de la doctora en economía de Oxford Dambisa Moyo, titulado Cuando la ayuda es el problema).

Hace más de treinta años, en la revista mexicana Perfiles, publiqué un artículo titulado “El mundo al revés de Eduardo Galeano” donde criticaba uno de los libros del mencionado autor (Patas arriba. La escuela del mundo al revés) donde intenté mostrar que lo que está al revés es en gran medida debido a la absorción de lo dicho por autores como Galeano y que, en consecuencia,  el mundo al revés estaba, entre otras, en la cabeza de este escritor. Abría aquella nota con una cita que hacía este autor en la que se leía lo siguiente: “Donde no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas”. ¿A quien pertenece esta cita?: a Al Capone en una entrevista publicada en Liberty el 17 de octubre de 1931.

Esto mismo es dicho y repetido por los políticos estatistas con deslumbrante hipocresía luciendo unas sonrisas bastante estúpidas de un cinismo dignas de mejor causa. Pero henos aquí que Galeano no lo veía así, según él el problema radicaba en los privados que usan y disponen de lo adquirido lícitamente como consecuencia de lo intercambiado con otros. Es por eso que en su momento alababa enfáticamente el experimento oprobioso de la isla-cárcel cubana.

Pero después de eso, según algunas de las últimas declaraciones de Galeano muy comentadas y discutidas por cierto, reveló estar disgustado con las recetas que había propuesto. Sin embargo, no se decidió que sistema abrazar. En un escrito corto de su autoría consigna que se cayó del mundo y no sabe por que puerta entrar, al tiempo que se queja de la decadencia de valores.

Lo mismo va para la tilinguería de mucho de lo que se trasmite por televisión y así sucesivamente, para lo cual bajo ningún concepto es aceptable el recurrir a comisarios sino que se requiere respeto para que cada uno siga su camino siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros.

En resumen, aunque este ejercicio contrafactual resulta difícil, estimo  que, debido a sus últimas declaraciones, si Galeano hubiera vivido hubiera retomado el mundo después de su salida más o menos vertiginosa y hubiera entrado raudamente por la puerta de la libertad y denunciado con el vigor que lo caracteriza todo lo que signifique el uso de la violencia para con personas que no se entrometen en los derechos de otros.

Muy bienvenido hubiera sido Galeano a las filas liberales, como lo es Mario Vargas Llosa y lo fue Octavio Paz, Arthur Koestler y tantos otros distinguidos intelectuales lo cual significa el respeto irrestricto para los proyectos de vida de otros.  Filas donde no hay popes sino intercambios de ideas con plena conciencia que es una tradición de pensamiento que está y estará en permanente ebullición porque en la vida terrenal no hay un punto final que no sea susceptible de mejorar.

En todo caso, sea como hubiera sido el futuro de Galeano es de interés subrayar tantas otras conversiones de peso que ayudan a frenar el desbarranque del poder político, y nuevamente insistimos en que todos debieran tomar ejemplos de honestidad intelectual y perseverancia para acoplarse a las filas de la libertad en beneficio propio y de sus seres queridos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Ideales contrapuestos

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Es de interés reflexionar sobre el contraste que en general se observa entre la perseverancia y el entusiasmo que suscita el ideal autoritario y totalitario correspondiente a las variantes comunistas-socialistas-nacionalistas que aunque no se reconocen  como autoritarios y totalitarios producen llamaradas interiores que empujan a trabajar cotidianamente en pos de esos objetivos (al pasar recordemos la definición de George Bernard Shaw en cuanto a que “los comunistas son socialistas con el coraje de sus convicciones”).

Friedrich Hayek y tantos otros intelectuales liberales enfatizan el ejemplo de constancia y eficacia en las faenas permanentes de los antedichos socialismos, mientras que los liberales habitualmente toman  sus tareas, no digamos con desgano, pero ni remotamente con el empuje, la preocupación y ocupación de su contraparte.

Es del caso preguntarnos porqué sucede esto y se nos ocurre que la respuesta debe verse en que no es lo mismo apuntar a cambiar la naturaleza humana (fabricar “el hombre nuevo”) y modificar el mundo, que simplemente dirigirse al apuntalamiento de un sistema en el que a través del respeto a los derechos de propiedad, es decir, al propio cuerpo, a la libre expresión del pensamiento y al uso y disposición de lo adquirido de manera lícita. Esto último puede aparecer como algo frívolo si se lo compara con el emprendimiento que creen majestuoso de cambiar y reinventar todo. Se ha dicho que  la quimera de ajustarse a los cuadros de resultado en la contabilidad para dar rienda suelta a los ascensos y descensos en la pirámide patrimonial según se sepa atender o no las necesidades del prójimo, se traduce un una cosa muy menor frente a la batalla gigantesca que emprenden los socialismos.

Este esquema no solo atrae a la gente joven en ámbitos universitarios, sino a políticos a quienes se les permite desplegar su imaginación para una ingeniería social mayúscula, sino también a no pocos predicadores y sacerdotes que se suman a los esfuerzos de modificar la naturaleza de los asuntos terrenos.

Ahora bien, esta presentación adolece de aspectos que son cruciales en defensa de la sociedad abierta. Se trata ante todo de un asunto moral: el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros que permite desplegar el máximo de la energía creadora al implementar marcos institucionales que protejan los derechos de todos que son anteriores y superiores a la existencia del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno. El que cada uno siga su camino sin lesionar iguales derechos de terceros, abre incentivos colosales para usar y disponer del mejor modo posible lo propio para lo cual inexorablemente debe atenderse las necesidades del prójimo. En otros términos, el sistema de la libertad no solo incentiva a hacer el bien sino que permite que cada uno siga su camino en un contexto de responsabilidad individual y, en el campo crematístico, la asignación de los siempre escasos recursos maximiza las tasas de capitalización que es el único factor que permite elevar salarios e ingresos en términos reales.

Hay quienes desprecian lo crematístico (“el dinero es el estiércol del diablo” y similares) y alaban la pobreza material al tiempo que la condenan con lo que resulta difícil adentrarse en lo que verdaderamente se quiere lograr. Si en realidad se alaba la pobreza material como un virtud, habría que condenar con vehemencia la caridad puesto que mejora la condición  material de receptor.

Algunos dicen aceptar el  sistema de la libertad pero sostienen que los aparatos estatales deben “redistribuir ingresos” con lo que están de hecho contradiciendo su premisa de la libertad y la dignidad del ser humano puesto que operan en una dirección opuesta de lo que las personas decidieron sus preferencias con sus compras y abstenciones de comprar para reasignar recursos en direcciones que la burocracia política considera mejor. En la visión redistribucionista se trata a la riqueza como si estuviera ubicada en el contexto de la suma cero (lo que tiene uno es porque otro no lo tiene), es decir, una visión estática como si el valor de la riqueza no fuera cambiante y dinámica. Según Lavoisier todo se transforma, nada se consume pero de lo que se trata no es de la expansión de la materia sino de su valor (el teléfono antiguo tenía mayor cantidad de materia que el moderno pero el valor de éste resulta mucho mayor).

Lo primero para evaluar la moralidad de un sistema es resaltar que no puede existir siquiera idea de moral si no hay libertad de acción puesto que, por un lado, a punta de pistola no hay posibilidad de considerar un acto moral y, por otro, la compulsión para hacer o no hacer lo que no lesiona derechos de terceros es siempre inmoral. En la sociedad abierta  o liberal solo cabe el uso de la fuerza de carácter defensivo, nunca ofensivo. Sin embargo en los estatismos, por definición, se torna imperioso el uso de la violencia a los efectos de torcer aquello que la gente deseaba hacer, de lo contrario  no sería estatismo.

En el contexto de la sociedad abierta, como consecuencia de resguardar los derechos de propiedad se estimula la cooperación social, esto es, los intercambios libres y voluntarios entre sus participantes lo cual necesariamente mejora la situación de las partes en un contexto de división del trabajo ya que en libertad se maximiza la posibilidad de detectar talentos y las vocaciones diversas (todo lo contrario de la guillotina horizontal que sugieren los socialismos igualitaristas). Y en este estado de cosas se incentiva también la competencia, esto es, la innovación y la emulación para brindar el mejor servicio y la mejor calidad y precio a los consumidores.

Como hemos apuntado en otras ocasiones, la libertad es indivisible, no es susceptible de cortarse en tajos, es un todo para ser efectiva en cuanto a los derechos de la gente. Los marcos institucionales que aseguran el antedicho respeto resultan indispensables para proteger el uso y la disposición diaria de lo que pertenece a cada cual. Los marcos institucionales constituyen el continente y las acciones cotidianas son el contenido, carece de sentido proclamarse liberal en el continente y no en el contenido puesto que lo uno es para lo otro. Entonces, ser “liberal de izquierda” constituye una flagrante contradicción en los términos, lo cual para nada significa que la posición contraria sea “de derechas” ya que esta posición remite al fascismo y al conservadurismo, la posición contraria es el liberalismo (y no el “neoliberalismo” que es una etiqueta con la que ningún intelectual serio se identifica puesto que es un invento inexistente).

Incluso para ser riguroso la expresión “ideal” que hemos colocado de modo un tanto benévolo en el título de esta nota, estrictamente no le cabe a los estatismos puesto que esa palabra alude a la excelencia, a lo mejor, a lo más elevado en la escala de valores, por lo que la compulsión y la agresión a los derechos no puede considerarse “un ideal” sino más bien un contraideal. Es un insulto torpe a la inteligencia cuando se califica a terroristas que achuran a sus semejantes a mansalva como “jóvenes idealistas”.

Lo dicho sobre la empresa arrogante, soberbia y contraproducente de intentar la modificación de la naturaleza  humana, frente a los esfuerzos por el respeto recíproco no justifican en modo alguno la desidia de muchos que se dicen partidarios de la sociedad libre pero se abstienen de contribuir día a día en la faena para que se comprenda la necesidad de estudiar y difundir los valores de la sociedad abierta e incluso las muestras de complejos inaceptables que conducen al abandono de esa defensa renunciando a principios básicos del mencionado respeto que permite que cada uno al proteger sus intereses legítimos mejora la condición del prójimo.

La sociedad abierta hace posible que las personas dejen de preocuparse solamente por cubrir sus necesidades puramente animales y puedan satisfacer sus deseos de recreación, artísticos y en general culturales. De más está decir que esto no  excluye posibles votos de pobreza, lo que enfatizamos es que la libertad otorga la oportunidad de contar con medicinas, comunicaciones, transportes, educación e innumerables bienes y servicios que no pueden lograrse en el contexto de la miseria a que conducen los sistemas envueltos en aparatos estatales opresivos.

Lo dicho en absoluto significa que deban acallarse las posiciones estatistas por más extremas que parezcan. Todas las ideas desde todos los rincones deben ser sometidas al debate abierto sin ninguna restricción al efecto de despejar dudas en un proceso de prueba y error que no tiene término. En eso estamos. Lo peor son las ideologías, no en el sentido inocente del diccionario, ni siquiera en el sentido marxista de falsa conciencia de clase, sino como algo terminado, cerrado e inexpugnable que es lo contrario al conocimiento que es siempre provisional y abierto a posibles refutaciones. De lo que se trata es de pisar firme en los islotes de lo que al momento estimamos son verdades, en medio del mar de ignorancia que nos envuelve. Y esto no suscribe en nada la contradictoria postura del relativismo epistemológico que además de ser relativa esa misma posición, abriría la posibilidad de que una cosa al tiempo pueda ser y no ser lo que es y derribaría toda posibilidad de investigación científica puesto que no habría nada objetivo que investigar.

El concepto mismo de Justicia es inseparable de la libertad y de la propiedad. Según la definición clásica se trata de “dar a cada uno lo suyo” y lo suyo remite a la propiedad. El aludir a la denominada “justicia social” se traduce en una grosera redundancia puesto que la justicia no es mineral, vegetal o animal o, de lo contrario, apunta a sacarles por la fuerza sus pertenencias para entregarlas a quienes no les pertenece, lo cual constituye una flagrante injusticia.

Los socialismos proclaman que sus defendidos son los trabajadores (y los limitan a los manuales) pero precisamente son los más perjudicados con sus sistemas ya que el desperdicio de capital por políticas desacertadas recae principalmente sobre sus bolsillos. El liberalismo en cambio, cuida especialmente a los más débiles económicamente al atribuir prioritaria importancia que a cada trabajador debe respetársele el fruto de su trabajo sin descuentos o retenciones de ninguna naturaleza y en un ámbito donde se maximizan las tasas de capitalización y, consecuentemente, los salarios. El nivel de vida no se incrementa por medio del decreto sino a través del ahorro y la inversión, lo cual solo puede florecer en un clima de respeto recíproco y no someterse a megalómanos que imponen sus caprichos sobre las vidas y haciendas ajenas.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

¿DONDE ESTÁ EL PRIMER MUNDO?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

No hace tanto tiempo que podía ponerse como ejemplo lo que se denominaba “primer mundo”, el cual esencialmente se basaba en el respeto recíproco. Sus marcos institucionales respetuosos del derecho de cada cual, su economía floreciente sustentada en reglas claras y permanentes, su cultura arraigada en valores y principios compatibles con una sociedad abierta eran un mojón de referencia para los desordenados y patéticos sistemas tercermundistas que, como los definió Cantinflas, eran “un mundo de tercera”. Lo siguen siendo ahora solo que en lugar de tomar como referencia a las naciones civilizadas, resulta que éstas dejaron de ser civilizadas para convertirse en sociedades que han renunciado a sus conductas tradicionales para imitar en una medida creciente a las tribales.

 

Recuerdo del desagrado de muchos cuando hace años escribí que Estados Unidos se estaba “latinoamericanizando” en el peor sentido de la expresión. Pues bien, vean hoy el patoterismo del primer mandatario y su xenofobia que se monta sobre un gasto público gigantesco que anuncia que incrementará exponencialmente, el tamaño del déficit fiscal que se inflará por las nuevas políticas, la deuda gubernamental astronómica que excede el cien por ciento del producto, el militarismo que el novel presidente pregona que intensificará, sus improperios contra la prensa y sus enfados contra la Justicia, su forma prepotente en el que piensa manejar el comercio internacional en el contexto de las trifulcas que provoca con otros países, al tiempo que promueve enfáticamente su buena relación con en régimen mafioso ruso.

 

En Europa aparecen partidos políticos que por el momento son electoralmente minoritarios pero preocupa en grado sumo su influencia en las ideas que prevalecen, cuyos exponentes de mayor significado son en Francia el Frente Nacional, en Inglaterra el Partido Independiente del Reino Unido (que ha influido en gran medida en la opinión nacionalista que condujo al Brexit), en Alemania el Partido Alternativa para Alemania, en Dinamarca el Partido del Pueblo Danés, en Suecia los Demócratas Suecos, en España Podemos, en Austria el Partido de la Libertad, en Grecia el Amanecer Dorado, en Italia la Liga del Norte y en Hungría el Movimiento por una Hungría Mejor. Por su parte, las burocracias y las consiguientes regulaciones de la Unión Europea van a contracorriente de lo inicialmente ideado.

 

A todo esto cabe agregar un Papa que con razón se preocupa por los inmigrantes, sin percatarse que se fugan de sus países en gran medida por las políticas que él mismo recomienda como la antítesis de marcos institucionales compatible con mercados abiertos y competitivos que sacan a las personas de la pobreza (de lo que va quedando poco en el llamado mundo libre, también debido a las recetas estatistas a las que este Papa adhiere).

 

Lejos ha quedado el clima de concordia en el que las personas se ubicaban donde lo consideraban mejor sin permisos, sin pasaportes y sin cargas tributarias espeluznantes que convierten a los ciudadanos en esclavos de gobiernos teóricamente encargados de protegerlos, en un contexto de persecuciones que arrasan con el secreto bancario y que tratan a las personas decentes como delincuentes.

 

Hay sin embargo otros lugares donde florecen aspectos que contrastan con lo dicho como Singapur y los países nórdicos que están abandonando precipitadamente el socialismo y, sobre todo, deben tenerse muy presentes todas las entidades en muy diversas partes del mundo, incluso en las decadentes, que llevan a cabo tareas colosales en defensa de la libertad y la dignidad humanas a través del estudio y la difusión de la corriente de pensamiento liberal. Nunca será suficiente el reconocimiento a estas instituciones donde profesionales se desviven en la antedichas faenas nobles que incluyen la publicación de libros, ensayos y artículos sumamente didácticos y esclarecedores. En esas personas están cifradas las esperanzas de una reacción potente frente a tanto desmán de un Leviatán desbocado que todo lo atropella a su paso.

 

Solo a través del debate abierto de ideas es que puede mejorarse la marca de una vara que por el momento está en el subsuelo. Levantar la vara es tarea de todos los que pretenden que se los respete, no importa a que se dediquen. Como hemos reiterado, no es admisible que las personas actúen como si estuvieran en una enorme platea mirando que sucede en el escenario, todos estamos en el escenario y debemos contribuir a lo que estimamos es mejor.

 

Muchas son las causas de la decadencia, no podemos hablar de todo al mismo tiempo pero tal vez podamos centrar la atención en un aspecto clave. Como ya hemos escrito mucho sobre las falacias grotescas del adefesio nacionalista, esta vez ponemos la mira en otro ángulo que puede aparecer como colateral a primera vista pero que subyace en el equipo de los gobernantes que venimos comentando como la raíz de otros malentendidos. Se trata de la manía de buscar “grandes hombres” o “héroes”.

 

La historia está plagada de actos vandálicos y, lamentablemente, se toma a los inspiradores de semejantes estropicios como benefactores de la humanidad. En las plazas de muchas de las grandes ciudades se fabrican estatuas de guerreros blandiendo sables como ejemplo malsano para las juventudes. No pocos himnos de países variopintos exaltan el tronar de cañones y pretenden convertir en loable al salvajismo mas cavernario, siempre en defensa de una mal entendida libertad, en la práctica, maltrecha, denostada y denigrada por los bufones del momento.

 

Hay obras que encierran el germen de la destrucción de las libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder” de Nietzsche o “el héroe” de Thomas Carlyle. Este último, en su célebre conferencia en Londres del 22 de mayo de 1840 -si bien en conferencias anteriores aludía al mismo tema- estima que “puede reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquél a cuya voluntad o voluntades deben someterse los demás […] es resumen de todas las figuras del Heroísmo […] toda dignidad terrena y espiritual que se supone reside para mandar sobre nosotros, enseñarnos continua y prácticamente, indicarnos que tenemos que hacer día tras día, hora tras hora”.

 

Difícil resulta concebir una visión de más troglodita, de más baja estofa y de mayor renunciamiento a la condición humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar vidas y haciendas ajenas.

 

Este tipo de razonamientos y propuestas inauditas son los que dieron píe a los Hitler de nuestra época. De las ideas de Carlyle, eso dice Ernst Cassirer, el filósofo político, autor de numerosas obras, ex Rector de la Universidad de Hamburgo y profesor en Oxford, Yale y Columbia: “los primeros indicios del misticismo racial”, “una defensa abierta al militarismo prusiano” y “la divinización de los caudillos políticos y una identificación del poder con el derecho”. Por su parte c, consigna en su prólogo a la obra que reúne las seis conferencias de Thomas Carlyle sobre la heroicidad que “los contemporáneos no lo entendieron, pero ahora cabe una sola y muy divulgada palabra: nazismo […] escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan […] abominó de la abolición de la esclavitud […] declaró que un judío torturado era preferible a un judío millonario”.

 

La manía del héroe y el líder indefectiblemente conducen a la prepotencia y al abuso de poder y, finalmente, al cadalso. Por eso resulta tan pernicioso que se les enseñe a estudiantes la historia como una narración bélica con elogios y salvas para la guerra y los guerreros, cuando no deben memorizar los pertrechos de cada bando sin entender el porqué de tanta trifulca. Lamentablemente, es cierto que la historia está colmada de hechos violentos pero enseñarla como algo glorioso, un hito y algo que debe ser venerado y objeto de admiración resulta sumamente destructivo y una buena receta para perpetuar y acentuar el mal.

 

Cada uno debe constituirse en líder de si mismo. Los caudillos y tiranuelos que son aclamados como líderes no hacen más que expropiar lo más preciado que posee el ser humano, cual es el uso de su libre albedrío para la administración de su propio destino al realizar sus potencialidades únicas e irrepetibles. Dice la primera acepción de héroe en el Diccionario de la Real Academia Española: “Entre los antiguos paganos, el que creían haber nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios”. Si bien es cierto que hay otras acepciones, la expresión de marras está teñida de un pesado tufillo a guerra, sangre, batalla, violencia y ferocidad.

 

Las inmundicias de los Stalin, Pol Pot, Mao, Hitler y Mussolini de este planeta son consecuencia de las alabanzas al “hombre fuerte” en el poder, para los que se tejen todo tipo de cánticos que rebalsan en referencias a lo heroico y grandioso a cuales les siguen personajes detestables apoyados en el voto popular tales como los Perón, Trujillo, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza y Rojas Pinilla que, si los dejan, se ponen a la altura o incluso superan en saña a sus maestros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, solo hay la opción entre la democracia y la dictadura, no importa de que signo sea y, éstas últimas, están siempre paridas de libros, artículos y conferencias que ensalzan al héroe como el mandamás de las multitudes.

 

Paul Johnson en Commentary de abril de 1984 (pag.34) relata uno de los casos en que se trata como héroe a un canalla “en las Naciones Unidas en ocasión de la visita oficial de Idi Amin, presidente de Uganda, el primero de octubre de 1975. Para esa fecha ya era un notorio asesino serial de una crueldad indescriptible; no solo había liquidado personalmente algunas de sus víctimas sino que las desmembraba y preservaba partes de las anatomías para consumo futuro: el primer caníbal con refrigerador […] A pesar de ello fue electo presidente de la Organización para la Unidad Africana y, en esa capacidad, fue invitado a dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Su discurso fue una denuncia a lo que denominó “la conspiración zionista-nortemericana” contra el mundo y demandó no solo la expulsión de Israel de las Naciones Unidas sino su ´extinción´ […] La Asamblea le brindó una ovación de pie cuando llegó, lo aplaudieron periódicamente en el transcurso de su discurso y, nuevamente, se pusieron de píe cuando dejó el recinto. Al día siguiente el Secretario General de la Asamblea [Kurt Waldheim] le ofreció una comida pública en su honor”.

 

¡Que lejos estamos del principio jeffersoniano en cuanto a que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” y que cerca de los megalómanos “constructores de naciones” si nos guiamos por lo que ocurre hoy en Estados Unidos y en Europa que cada vez se parecen más a caudillos latinoamericanos en cuyos discursos incendiarios siempre todo comienza cuando ellos llegan.

 

En resumen, al interrogante que planteamos en el título de esta nota sobre donde está el primer mundo, la respuesta es que no está, se esfumó debido al triunfo de las ideas estatistas, lo cual no significa para nada que esa desaparición resulte permanente, pueden surgir otros países con ideas liberales y/o pueden revertir sus políticas los que hoy se hunden en el marasmo del nacionalismo colectivista…todo depende de lo que seamos capaces de hacer cada uno de nosotros todos los días.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.