Me quedé con las ganas: una nota al pie

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 30/6/22 en: https://www.infobae.com/opinion/2022/07/23/me-quede-con-las-ganas-una-nota-al-pie/

Las venas abiertas de América Latina fue uno de los libros de mayor éxito editorial en el contexto de recetas sociales. Hubiera sido extraordinario que Eduardo Galeano utilizara su prosa para persuadir a muchos de las ventajas del respeto recíproco y de los crímenes del Leviatán desbocado

Las venas abiertas de América Latina, fue reeditado a 50 años de su publicación

Las venas abiertas de América Latina, fue reeditado a 50 años de su publicación

Son curiosas las cosas que a uno le ocurren. Desde que adquirí Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano tuve una sensación bifronte: por un lado constatar la reiteración de las iniquidades del estatismo que a su paso empobrece y embrutece y, por otro, albergar una admiración por una prosa colosal y una verba extraordinariamente bien articulada, incluso con un tono de voz que atrapa. Aún percatándome de los errores garrafales de este autor prolífico y del daño que ha hecho, no pueden dejar de reconocerse los méritos señalados.

Muchas veces he pensado lo extraordinario que sería si Galeano fuera liberal al efecto de persuadir a muchos de las ventajas del respeto recíproco y de los crímenes del Leviatán desbocado que aniquila el progreso muy especialmente a los más vulnerables. Fuera del Manifiesto Comunista no creo que haya habido otro libro con una difusión y un éxito editorial mayor en el contexto de recetas sociales.

Pues mi sueño se cumplió parcialmente porque en la Bienal Dos del libro y la lectura en Brasilia en abril de 2014 afirmó refiriéndose al libro de marras publicado en 1971 que “no sería capaz de leer el libro de nuevo, porque cuando lo escribí no tenía los suficientes conocimientos sobre economía y política” y reiteró frente a una audiencia sorprendida que “no volvería a leer Las venas abiertas de América Latina porque si lo hiciera me caería desmayado”. Entre otros escritores, Carlos Alberto Montaner se refiere a esa mudanza intelectual en “Galeano: el hombre que acertó cuando se rectificó”.

Debe en este sentido reconocerse la admirable honestidad intelectual de este notable escritor uruguayo, pero mi sueño no se cumplió porque faltó su dedicación y empeño en la causa de la libertad. La vida no le dio tiempo porque murió a los 74 años el 13 de abril de 2015 de cáncer al pulmón, una enfermedad que venía padeciendo desde 2007.

En lo personal no solo me quedé con las ganas de lo dicho sino que en noviembre de 2014 unos jóvenes uruguayos me propusieron un debate con Galeano a lo que el escritor les respondió amablemente por escrito que por razones de salud no podía aceptar ese tipo de compromisos, documento de un par de líneas que conservo (comienza dirigiéndose a los invitantes con “estimados amigos”). Esos jóvenes -aun a sabiendas de las dolencias que venía arrastrando Galeano- conjeturaron que se trataba de un pretexto para no debatir sobre temas que aún no había explorado. Me torturo con la idea de lo gratificante que hubiera sido un intercambio sobre el liberalismo si la vida le hubiera permitido un desquite, situación en la que estimo hubiera sido un espadachín de lujo al adentrarse de la tradición de pensamiento que tanto combatió. Contribuyó a difundir aquel bautismo absurdo de neoliberalismo, una etiqueta con la que ningún intelectual de fuste se identifica. Mario Vargas Llosa ha escrito que “en mi vida que va siendo larga me he encontrado con muchos liberales y con muchos más que no lo son pero nunca me he topado con un neoliberal”.

El título del último capítulo del libro mencionado de Galeano resume su tesis: “La estructura contemporánea del despojo” y abre el libro afirmando que “la división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder” y en esa introducción escribe que “cuanta más libertad se otorga a los negocios más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios.”

Para descifrar el libro no hace falta más que recorrer buena parte de las políticas latinoamericanas: impuestos insoportables, deudas gubernamentales astronómicas, déficit sideral, regulaciones asfixiantes, mercados laborales que bloquean el trabajo, comercio exterior objeto de trabas de toda índole, inflaciones galopantes, centralismos autoritarios, división de poderes amenazadas, libertad de prensa cuestionada, todo en nombre de la guillotina horizontal, es decir, la manía del igualitarismo dando la espalda a la igualdad ante la ley.

Galeano comenzó su carrera periodística a inicios de 1960 como jefe de redacción de Marcha, el semanario uruguayo en el que Juan Domingo Perón consignó el 27 de febrero de 1970 que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente.” Durante sus estudios en París, Galeno supo que el ex presidente estaba exiliado en Madrid a quien visitó en reiteradas ocasiones y con quien congeniaron en temas cruciales.

Otro de los tantos libros de Galeano es Patas para arriba, la escuela del mundo al revés que inicia con la reproducción de una frase que ilustra muy bien la hipocresía: “Donde no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas”. ¿A quién pertenece esta cita? A Al Capone en una entrevista publicada en Liberty el 17 de octubre de 1931.

Antes he escrito sobre este libro pero es pertinente repetir algunos aspectos. Flota en ese trabajo y en otros la presencia de la suma cero de la teoría de los juegos, es decir, lo que gana uno lo pierde el otro retrotrayéndonos a la época mercantilista. Nada original por cierto pero bien escrito. No distingue para nada el empresario que para mejorar su situación patrimonial debe servir a sus semejantes: si acierta gana y si yerra incurre en quebrantos. No distingue esta situación con el pseudoempresario que se enriquece debido al privilegio que le otorga su alianza con el poder político de turno, con lo que explota miserablemente a sus congéneres.

La emprende contra un capitalismo prácticamente inexistente, incluso en el otrora baluarte del mundo libre, Estados Unidos, donde de un largo tiempo a esta parte los gobiernos han traicionado los sabios consejos de los Padres Fundadores para, en su lugar, abrazar la latinoamericanización en el peor sentido de la expresión, lo cual incluye “salvatajes” para negociantes irresponsables, ineptos e indecentes, claro está con los recursos de los que trabajan honestamente y no tienen poder de lobby. Embiste contra el mercado como si no se percatara que se trata de millones de arreglos contractuales entre los que está el mismo Galeano, no solo para su vivienda, su vestido, su alimentación y su recreación sino de modo muy especial para vender sus libros.

Sus recetas son anacrónicas, son las que aplicaron y aplican todos los países atrasados del planeta pero están vestidas con un ropaje nuevo y adornados con una prosa elegante, por más que ataque por las razones equivocadas a las nefastas instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial que sin duda habría que disolver por el daño mayúsculo que infringen con recursos coactivamente detraídos del fruto del trabajo ajeno para financiar gobiernos fallidos a manos de burócratas que reciben pagas suculentas y que viajan en primera con pasaportes que les permiten acarrear compras que no revisan las aduanas que ellos mismos contribuyen a fortalecer controles.

Lo que en verdad está al revés es en gran medida debido a la absorción de lo dicho por autores como Galeano y que, en consecuencia, el mundo al revés estaba, entre otras, en la cabeza de este escritor. Pero henos aquí que Galeano no lo ve así; según él, el problema radicaría en los privados que usan y disponen de lo adquirido lícitamente como consecuencia de lo intercambiado con otros. Es por eso que alaba enfáticamente el experimento oprobioso de la isla-cárcel cubana que constituía su modelo.

Luego, como queda dicho, se retracta y consigna que se cayó del mundo y no sabe por qué puerta entrar. Cualquiera debe ser la puerta siempre que no se abandonen valores y principios de la sociedad libre pues así se pierde la brújula, los mojones o puntos de referencia del respeto recíproco que implica las libertades individuales, la palabra empeñada en los contratos y la propiedad privada, en primer lugar del pensamiento y la integridad física de cada cual y, luego, del producto de su trabajo.

Se trata de un plano axiológico que depende en gran medida de la educación formal e informal recibida y de elucubraciones personales pero hay que respetar otras preferencias. Lo mismo va para la chabacanería de lo que en algunos casos se transmite por televisión y así sucesivamente, pero las actitudes y preferencias que no lesionan derechos bajo ningún concepto es aceptable recurrir a la prepotencia de comisarios sino que se requiere consideración para que cada uno siga su camino. La receta es en todo caso el intento de persuasión.

En resumen, hubiera sido una experiencia formidable si Galeano hubiera retomado el mundo después de su caída más o menos vertiginosa y entre raudamente por la puerta de la libertad y denuncie con el vigor que lo caracteriza todo lo que signifique el uso de la violencia para con personas que no se entrometen en los derechos de otros y, simultáneamente, hubiera insistido en la docencia para mostrar los desperdicios humanos al destinar esfuerzos en pro de la zoncera sistemática que se aparta de los fines de excelencia que hace posible la condición humana, posibilidad que la diferencia de las otras especies conocidas.

El conocimiento es provisorio sujeto a refutaciones, para lo cual se requieren debates abiertos sin ningún tipo de censuras. Un sistema liberal en el que marcos institucionales se circunscriban a proteger los derechos de todos, dejando por completo de lado a los megalómanos que pretenden manejar vidas y haciendas ajenas, sin comprender que el conocimiento es disperso y fraccionado y que, por ende, los así llamados planificadores concentran ignorancia con la petulante y morbosa inclinación de imponer lo que debe hacer cada uno. Muy bienvenido hubiera sido Galeano a las filas liberales, lo cual significa el respeto irrestricto para los proyectos de vida de otros. Filas donde no hay popes sino intercambios de ideas con plena conciencia que es una tradición de pensamiento que está y estará en permanente ebullición porque en la vida terrenal no hay un punto final que no sea susceptible de mejorar. Hubiera sido aplaudido por los partidarios de la sociedad abierta (para utilizar lenguaje popperiano) por su pluma colosal y por su honestidad intelectual al exponer sus dudas existenciales por donde entrarle al mundo.

Por último, señalo que el clima de tensión y de violencia que muchas veces acompaña esa especie de angustia permanente a que se refería Galeano, es consecuencia de imposiciones atrabiliarias de un Leviatán adiposo y creciente, tal como lo expone en detalle y muy documentadamente Butler S. Schaffer en su largo ensayo titulado “La violencia como producto del orden artificial” que, en definitiva, genera tensiones que aumentan sin cesar y demuelen el orden en el sentido que tradicionalmente lo ha entendido la civilización, claro está, basado en lo sacro de las autonomías individuales.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Defender la libertad es tarea y responsabilidad de todos

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 19/3/20 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/defender-la-libertad-es-tarea-y-responsabilidad-de-todosdefender-la-libertad-es-tarea-y-responsabilidad-de-todosirilisis-dolorti-scilla-alit-ulla-facilla-feu-feugait-la-feu-facil-nid2344922

 

El respeto recíproco es la base de la sociedad civilizada, pero, aunque parezca una conquista ya garantizada, es algo por lo que hay que trabajar cada día

Es muy pertinente -más en los momentos que corren- subrayar la importancia de que cada uno de los adultos (no digo todos porque, como decía Borges, «cada uno es una realidad, mientras que todos es una abstracción») asuma la responsabilidad de contribuir a que se lo respete. El respeto recíproco no es algo que provenga de las nubes y caiga automáticamente sobre los humanos. Requiere estudio, comprensión y fundamentación. Es la base de la sociedad civilizada. Se presenta como algo evidente, pero cuando comienzan los debates sobre políticas concretas asoman las tensiones y los conflictos que desembocan en faltas de respeto sistemáticas.

Los Padres Fundadores en EE.UU. machacaban: «El precio de la libertad es su eterna vigilancia», y para ser libre es indispensable contribuir al permanente mantenimiento de la libertad. Alexis de Tocqueville escribía que es común que en países de gran progreso la gente diera eso por sentado, momento fatal pues la esclavitud está a la vuelta de la esquina. Y no se trata necesariamente de la esclavitud de la antigüedad, sino de la moderna: la dependencia de los aparatos estatales para todo lo relevante en la vida. Los Espartacos modernos son los que contribuyen al respeto recíproco.

No es admisible que la gente se recline en sus butacas en una especie de teatro inmenso que ocupa una multitudinaria audiencia esperando que los que están en el escenario les resuelvan los problemas. Este es un buen modo para que el teatro se desmorone encima de los espectadores, que solo aplauden o abuchean, pero que no tienen rol activo. No importa a qué se dedique cada cual: el baile, la jardinería, la literatura, la economía o el derecho; cada uno es responsable de contribuir con su tiempo, con sus recursos o con ambas cosas al mismo tiempo para estudiar y difundir los principios y valores de una sociedad civilizada.

Conjeturo que si todos los que se dicen partidarios de la libertad procedieran en consecuencia, el mundo no se vería envuelto en los problemas graves que hoy padece con los crecientes nacionalismos, xenofobias, cargas impositivas insoportables, deterioros monetarios crecientes, deudas gubernamentales astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo para financiar un Leviatán desbocado que en lugar de proteger derechos los conculca.

¿Cómo puede calificarse la irresponsabilidad de las actitudes pasivas? No es condenable que cada uno se ocupe de sus intereses personales, es loable y necesario para la división del trabajo y la prosperidad, pero no es aceptable que solo hagan eso. O, en todo caso, es necesario que se percaten de que está también en su interés personal el velar por el respeto de cada cual. Es urgente que cada uno tome la posta y no la delegue en el vecino. No hay pretexto posible que justifique el suicidio colectivo que surge de la apatía y el negacionismo o, en todo caso, de limitarse a algún comentario crítico a la hora del almuerzo para luego volver a las andadas: ocuparse de lo que está cerca de la nariz y abandonar la faena de hacer de escudo protector al efecto de que los vándalos no ocupen todos los espacios.

Incluso hay quienes frente a peligros extremos dicen que se mudarán a otro país para repetir la experiencia y ser free riders de otros que se esfuerzan por contener la hecatombe. Finalmente, si las cosas siguen así, no habrá otro lugar que el mar para ser devorados por los tiburones, pues las agendas se van corriendo a pasos agigantados si nos guiamos por muchos de los acontecimientos más sobresalientes de nuestra época.

Afortunadamente, no todos se comportan irresponsablemente: los hay que se preocupan y ocupan del problema, pero no son suficientes. Al contrario de lo que ocurre con las izquierdas, que trabajan denodadamente y son perseverantes en sus propósitos de colectivización.

Hay un libro escrito por Norbert Bilbeny titulado El idiota moral , que principalmente está dirigido a la monstruosa canalllada nazi, pero allí se consigna que «la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Ante el mal podemos al menos protestar, dejarlo al descubierto y provocar en el que lo ha causado alguna sensación de malestar. Ante la necedad, en cambio, ni la protesta surte efecto. El necio deja de creer en los hechos [?] El mal capital de nuestro siglo tiene su causa en la apatía moral».

Y nuevamente reiteramos: no es que sea ilícito el desear y buscar una vida feliz, rodeada de afectos en el contexto del autoperfeccionamiento y de otras ocupaciones privadísimas. Este es el objeto de la vida, pero para esa meta muy razonable es indispensable ocuparse de los medios que permitirán aquellos logros. Es inadmisible que se alegue desconocimiento, deben llevarse a cabo las tareas necesarias para contar con las argumentaciones que demanda el debate. Lo otro es pura comodidad mal entendida, pues así se prepara la debacle. Edmund Burke con razón ha sentenciado que «todo lo que se necesita para que las fuerzas del mal triunfen es que haya un número suficiente de personas de bien que no hagan nada».

Nos dice Bilbeny en su obra: «La locura ha dejado lugar a la razón de Estado [?] La apatía moral es competencia del individuo, aunque se multiplique por cien mil y adquiera la forma del decreto». En el contexto de esta nota periodística puede aparecer como extremo tildar de idiota moral al que se desentiende de los embrollos del momento, pero mirado de cerca no es así, puesto que el problema que tenemos entre manos es grave, y con solo revertir la apatía podríamos enderezarlo. Es la esperanza de producir un sacudón en los callados frente al peligro y mostrar que la situación podría ser luminosa si cada uno asumiera su rol de frenar los avances del espíritu autoritario. No hay posibilidad de esconderse ni de escapar a este llamado. Entre las acepciones de la palabra idiota, en el diccionario se encuentra: poco inteligente, fatuo, necio, ignorante, que incomoda con sus palabras o acciones. En nuestro caso lo circunscribimos al desconocimiento de la conducta moral en el ámbito mencionado. Muchos de los abstemios en estas cuestiones son personas de gran valía, lo cual es una razón adicional para involucrarlos en la contienda contra el abuso y el atropello a las autonomías individuales.

En medio de tanto desacierto, hay un aspecto en el que ha hecho estragos el llamado positivismo legal, que apunta a que cualquier cosa en cualquier sentido que promulgue el legislador debe aceptarse, en lugar de interiorizarse de los mojones o puntos de referencia extramuros de la norma positiva para que tenga sentido la Justicia. Ya que estamos comentando un aspecto del libro de Bilbeny, es del caso mostrar que los juicios de Núremberg reflejan el aserto debido a la inmediata abrogación de las leyes criminales de los nazis.

El mismo autor nos recuerda que el abominable Hitler ha enfatizado que «la conciencia es un invento de los judíos», pero es una condición inherente al ser humano y debe ser revisada en el caso que nos ocupa al efecto de despertar la carga ineludible de obligación moral que a todos nos incumbe. Por su parte, Gustave Thibon en El equilibrio y la armonía nos enseña que «Mientras más pisos se añaden a un edificio, más hay que vigilar los cimientos».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

LOS QUE SOLO SE QUEJAN

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

No se necesita ser muy avezado para percatarse que el mundo está en problemas. Aparatos estatales adiposos que atropellan derechos por doquier, corrupciones alarmantes, gastos públicos enormes, impuestos descomunales, deudas gubernamentales astronómicas, desempleos vergonzosos, miserias estremecedoras, inflaciones crecientes, regulaciones asfixiantes, modales grotescos, valores morales en decadencia, marcos institucionales deteriorados y, sobre todo, pésima educación, son algunas de las características más sobresalientes de la época.

Estas muestras solo pueden corregirse si se trasmiten principios opuestos al efecto de contar con una sociedad abierta donde prima el respeto recíproco. Hay mil maneras de contribuir: docencia, publicación de obras, ensayos y artículos, asambleas barriales, influencias sociales, reuniones sistemáticas para discutir libros que postulan las ventajas del espíritu liberal, el establecimiento de centros educacionales, cartas de lectores, distribución de textos en la vecindad, participación política en base a claros valores de la libertad y muchísimas otras maneras. Hay tarea para todos los que sepan leer y escribir. No hay excusas. De más está decir que antes de proceder debe estudiarse el tema ya que no tiene sentido difundir lo que no se sabe en que consiste, lo cual también implica un esfuerzo que debe llevarse a cabo.

Pero aquí nos encontramos con un grave problema: la enorme mayoría de las personas que simpatizan con la sociedad abierta y se oponen a los autoritarismos se limitan a quejarse en la sobremesa y una vez finiquitada la comida se olvidan de lo dicho y se dedican a sus quehaceres y arbitrajes personales. Se expresan como si fueran otros los responsables de enderezar la situación.

En realidad todos los que están interesados en que se los respete deberían hacer algo diariamente para explicar o difundir los principios que dicen defender. De lo contrario, el fracaso está garantizado. En su libro más conocido, Ortega ilustra magníficamente el punto al escribir que “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización…se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado.” Por su parte, desde el lado marxista, Antonio Gramsci consignó el 11 de febrero de 1917: “Odio a los indiferentes también porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por como ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no han hecho.”

Por supuesto que arremangarse y contribuir en la faena para que se entienda y acepte la necesidad de vivir en libertad no es sencillo y no está exento de costos. No pain, no gain reza el proverbio anglosajón. Es fácil endosar el esfuerzo sobre las espaldas de otros argumentando que esos otros tienen facilidades e inclinaciones para luchar en pos de una sociedad libre. Esto es casi canallesco, puesto que nadie nace sabiendo, todos los que han logrado algo por si se debe a esfuerzos, constancia y mucho trabajo. Es cómodo (y cobarde) replegarse en los sillones de la casa o la oficina y concentrarse en ganancias personales y dejar que otros hagan las tareas sin ver que la peor pérdida es la de la libertad. Si esto se deja correr, es posible que cuando se pretenda reaccionar sea tarde. Es ciertamente duro el entrenamiento y la gimnasia de estudiar e influir sobre el prójimo al efecto de que se entiendan las enormes ventajas del respeto recíproco, pero es lo que hay que hacer por las razones apuntadas.

En no pocas oportunidades se estima que la lesión al derecho por parte del Leviatán ha sido leve y, por ende, no amerita una reacción y se opta por mirar para otro lado, pero como ha dicho Tocqueville “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin la otra.”

Si en algunos momentos excepcionales no se pudiera contribuir cotidianamente a lo sugerido, se deben destinar recursos a aquellas instituciones que congregan a personas que trabajan en pos de los referidos ideales nobles. Pero, en no pocas ocasiones, desafortunadamente se observa que empresarios irresponsables no apoyan -ni material ni moralmente- a entidades que apuntan a defender valores que no solo son del todo compatibles con el mundo empresario sino que deja de existir la empresa donde no opera el mercado abierto para convertirse los operadores en alcahuetes del poder de turno. Creen así que salvan a sus empresas sin percibir que, en estos contextos, el flujo de fondos se lo manejan burócratas desde la sede gubernamental. Es como ha dicho Lenin “los comerciantes que miran solo sus ganancias se pelearán por vender las cuerdas con que serán ahorcados.”

Y reitero una vez más que lo que venimos comentando nada tiene que ver con la ideología que es la antítesis del liberalismo, puesto que alude a un esquema cerrado, terminado e inexpugnable lo cual contrasta con la apertura mental, el contexto siempre evolutivo del conocimiento, las corroboraciones en todos los casos provisorias y las posibilidades siempre presentes de la refutación.

Es que lamentablemente la naturaleza no nos provee de libertad automáticamente. La civilización no aparece por arte de magia, su elaboración y formación inexorablemente se traduce en una ruta trabajosa no exenta de tragos amargos. No es para nada una originalidad sostener que se quiere vivir en paz, cada uno dedicado a sus cosas personales y a su familia y abstenerse de invertir esfuerzos para lograr el respeto recíproco. Pero el asunto no está en el terreno de la elección: es indispensable la faena de dedicar tiempo, dinero o las dos cosas como dique de contención a las agresivas influencias que socavan los pilares de la civilización. El hartazgo de vivir en un país decadente no se resuelve simplemente mudándose de país (lo cual es del todo respetable, tal como hicieron nuestros ancestros), puesto que en el nuevo lugar de residencia tampoco funciona el endosar en otros la responsabilidad de contención frente a la avalancha de amenazas, ya que en la media en que se generalice esta actitud suicida habrá que preparar otra mudanza hasta que solo quede como reducto el mar rodeado de tiburones. Del mismo modo que no es divertido gastar en alarmas en nuestros domicilios, tampoco es entretenido ni es un pasatiempo agradable el destinar “sudor y lágrimas” para defender la sociedad abierta, es una cuestión de supervivencia.

De más está decir que el dedicarse a los asuntos personales es no solo legítimo sino absolutamente necesario pero no es suficiente, precisamente, porque si no se dedica tiempo a proteger derechos el titular se quedará sin asuntos personales ya que se los arrebatarán.

En verdad, si se computaran todos los que dicen que adhieren a la libertad, la propiedad y el gobierno con poderes limitados a la protección de derechos, y cada uno hace su parte, la batalla estaría ampliamente ganada. El mundo está como está, en gran medida, debido a los apáticos, a los que esperan un milagro para que la situación se revierta en lugar de poner manos a la obra de inmediato.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.