El federalismo tan proclamado y tan poco entendido

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 22/11/2en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-federalismo-tan-proclamado-y-tan-poco-entendido-nid22112022/

En la Argentina se declama un sistema federal mientras se aplica un férreo unitarismo; en ese contexto cabe cuestionar el fondo del tema de la coparticipación fiscal

Como es bien sabido en medios argentinos se viene arrastrando un doble discurso digno de mejor causa. En buena parte de su historia y hasta nuestros días se declama sobre el federalismo mientras se aplica un férreo unitarismo.

En Estados Unidos se estableció un sistema federal luego de largos debates constitucionales entre los célebres textos publicados en diarios de Nueva York por Madison, Hamilton y Jay bajo el seudónimo de Polibius, y luego con los llamados antifederalistas, paradójicamente más federalistas que los federalistas encabezados por Bryan, Lee, Winthorp, Lansing y Gerry, que desconfiaban aun más de las facultades del gobierno central y que tuvieron decisiva influencia en las primeras diez enmiendas constitucionales.

En todo caso, como han apuntado juristas de la talla de Joseph Story, John Marshall y entre nosotros autores como Amancio Alcorta, Augusto Montes de Oca y Juan González Calderón, lo que se conoció como Los papeles federalistas inspiró a Alberdi y fue la base para el establecimiento de un gobierno con poderes limitados a la protección de derechos en el contexto de la igualdad ante la ley, y no mediante ella, como ocurrió en nuestro medio a partir del estatismo que nos invadió con los resultados lamentables por todos conocidos.

Aquí centramos la atención en el régimen federal como factor decisivo para la descentralización del poder, del mismo modo que en el orden internacional desde la perspectiva de la sociedad libre la única razón para la constitución de naciones es evitar el riesgo de concentración de poder que significaría un gobierno universal. Ese fraccionamiento del planeta a su vez permite que cada nación libre se fraccione en provincias o estados locales también divididos en municipalidades. No es para tomarse las fronteras en serio al bloquear o dificultar el comercio y los movimientos migratorios, es solo para lo que consignamos. A pesar de los graves avatares que atraviesa nuestro mundo, si se concentrara el poder en un gobierno universal, tal como sugieren algunos autoritarios, la situación sería mucho más peligrosa de lo que es.

En nuestras tierras, ya en el virreinato la centralización era mayúscula. Luego, en la Asamblea del año 13 y el 9 de julio, vino aquello de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero las Constituciones del 19 y del 26 fueron unitarias. Durante la tiranía rosista, el unitarismo llegó a extremos inauditos. Solo con la Constitución liberal de 1853/60 cambió el rumbo, para luego caer en las mismas de antaño con el golpes fascistas del 30 y el 43, situación que venimos arrastrando a los tumbos desde entonces hasta la fecha, con agregados en legislaciones del 73 y el 80.

Es en este contexto que debemos cuestionar el fondo del tema de la coparticipación fiscal. Economistas como Ronald Coase, Harlod Demsetz y Douglas North nos han enseñado el valor de los incentivos. No se trata de malas o buenas personas, se trata del andamiaje de incentivos en cada cual. No es igual la forma en que gastamos cuando nos debemos hacer cargo de las cuentas que cuando se obliga a otros a hacerlo con el fruto de sus trabajos.

En este plano del debate se torna imprescindible revertir por completo la manía de los gobiernos centrales de recurrir “al látigo y la billetera” para domesticar a las autoridades provinciales. En nuestra propuesta sugerimos reconsiderar toda la legislación en la materia al efecto de hacer que sean las provincias las que coparticipen al aparato estatal de la capital de la república, que estrictamente no es federal y va dejando de ser república. En este plano, la coparticipación de marras debiera circunscribirse para alimentar las relaciones exteriores, la defensa y la Justicia a nivel nacional.

Como queda dicho, Alberdi y sus colegas tomaron como modelo la Constitución estadounidense, que, al aplicarse, transformó las colonias originales en la experiencia más extraordinaria en lo que va de la historia de la humanidad, lo cual lamentablemente de un tiempo a esta parte se ha venido revirtiendo a pasos agigantados, tal como lo destaco en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos. En todo caso, en ese modelo los estados miembros competían entre sí en un contexto donde incluso se discutió en dos sesiones de la Asamblea Constituyente norteamericana no contar con un gobierno central, lo cual no prosperó, puesto que ello remite a una confederación y no a un régimen federal.

En nuestro caso, dejando de lado inclinaciones feudales de algunos gobernadores, en la situación que dejamos planteada cada una de las jurisdicciones estará interesada, por una parte, en que no se muden sus habitantes a otra provincia, y por otra, en la necesidad de atraer inversiones, con lo que se verían impelidas a contar con impuestos razonables y, por tanto, a un nivel del gasto adecuado a esas circunstancias.

No es cuestión entonces de formular propuestas timoratas al pretender “una coparticipación más justa”, sino, como queda expresado, un cambio de sustancia empujado por incentivos de otra naturaleza, al tiempo que se mantiene al gobierno central en brete, pero que, vía una legislación nacional, establezca estricto límite al endeudamiento de las provincias. He aquí el genuino federalismo.

El sistema republicano se basa en cinco preceptos: la igualdad ante la ley, la división de poderes, la alternancia en el poder, la responsabilidad de los actos de gobierno frente a los gobernados y la transparencia de esos actos.

La antes aludida igualdad ante la ley está atada a la noción de Justicia, que según la definición clásica de Ulpiano significa “dar a cada uno lo suyo”, y “lo suyo” remite al concepto de propiedad, una institución que viene muy castigada dese hace tiempo en nuestro medio, lo cual desdibuja los precios, que son el reflejo de transacciones de derechos de propiedad, con lo que la asignación de los siempre escasos recursos se transforma en derroche que conduce al empobrecimiento. Además de los horrendos crímenes, esta ha sido una de las razones centrales del derrumbe del Muro de la Vergüenza. No se trata entonces de la igualdad ante la ley escindida de la Justicia, puesto que no sería aceptable que todos fueran iguales ante la ley para marchar a un campo de concentración.

Dado el espectáculo que vivimos cotidianamente, no parece que debamos consumir espacio para referirnos a los otros cuatro elementos. La Constitución estadounidense y la original argentina no mencionaron la expresión democracia, sino que se refirieron a valores republicanos. De cualquier manera, es del caso apuntar que lo que tradicionalmente se ha entendido por democracia, según los escritos de los Giovanni Sartori de nuestra época, en gran medida viene mutando en cleptocracia, a saber, en gobiernos de ladrones de sueños de vida, propiedades y libertades. El aspecto medular de la democracia del respeto a los derechos de las personas se viene dejando de lado para sustituirlo por su aspecto secundario, accesorio, mecánico y formal de la suma de votos. Es imprescindible trabajar en la educación, cuyo eje central es precisamente el respeto recíproco, al efecto de sortear estos problemas graves, por lo que conviene recordar una vez más lo escrito por Ángel Battistessa: “La cultura no es una cosa de minorías porque cuesta cara sino porque cuesta trabajo”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Los costos de la informalidad

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2022/05/los-costos-de-la-informalidad.html

‘’Hay un ejemplo que no me cansaré de repetir, un ejemplo prototípico, que es la ley de invasión de terreno ¿Cuándo invade la gente un terreno? Invade solamente cuando el costo de comprar un terreno por la vía legal excede al beneficio de adquirir el terreno por la invasión. Y en ese momento prefiere invadir que comprar el terreno, eso probablemente es consecuencia de malas leyes que regulan la urbanización de terreno que hacen que existan barreras de acceso a los mercados inmobiliarios que empujan a desertar hacia la informalidad a gruesos sectores de migrantes del campo a la ciudad que requieren de vecindarios nuevos para vivir. Pero es consecuencia de una evaluación de costo-beneficio’’.[1]

Es importante la observación, porque destaca como las leyes atacan al mercado encareciendo las transacciones entre particulares y entorpeciendo toda la vida económica. Fruto de la falta de comprensión de los legisladores que no entienden la relación que existe entre la economía y el derecho.

Por un lado, castigan la usurpación de propiedades ajenas. Pero por el otro, elevan los costos de transacción de mil maneras (impuestos, tasas, inflación, restricciones económicas, control de alquileres con alquileres máximos, elevación de costos, etc.) de tal suerte que, en resumidas cuentas, empujan a la gente de escasos recursos hacia la informalidad y hacia el delito, no contabilizándose como delito la manera en que las legislaciones impiden la fluidez del mercado.

En estos casos las distintas leyes se contradicen entre si y los efectos buscados al sancionarlas no se alcanzan, precisamente, porque se contraponen.

‘’Yo solo invado un terreno cuando creo que me beneficia hacerlo, aunque puede que no me beneficie, es decir, hechos los números finos, de repente me perjudicó, he perdido plata por hacerlo. Pero la gente cree que no, y como actuando suponiendo que nos beneficia y suponiendo que no nos perjudica, no necesariamente hacemos una operación matemática para tomar la decisión de cumplir con la ley, hacemos una apreciación que puede ser equivocada. Pero una apreciación que guía nuestras acciones’’.[2]

Recordemos que toda acción tiene un costo. No hay acción sin costo. La expectativa puede no cumplirse y -a la larga o a la corta- el ‘’negocio’’ de invadir puede salir mal y, a veces, muy mal.

Sin duda, el terreno invadido ha de tener sus dueños, que lo reclamará formal o informalmente. Por la vía formal a través de acciones legales tendientes a su recuperación, y civiles para ser indemnizados por los usurpadores. O penales, para que los usurpadores vayan a la cárcel. Por las vías informales, mediante la violencia directa para desalojar ellos mismos a los usurpadores.

Todos estos aparecen para el invasor como costos no previstos –quizás- a la hora de usurpar. También puede darse que hubiera alguna alternativa de adquisición legal que el usurpador no haya conocido al momento de usurpar que podría haber evitado la usurpación (por ejemplo, créditos a bajo costo obtenidos en el mercado negro o paralelo, etc.)

‘’Entonces la principal limitación de la ley es su costo, la ley tiene ventajas como fuente del derecho y tiene limitaciones, la principal es que es costosa. Pero no solo es costosa, sea que hablemos del costo de oportunidad de la ley o sea que hablemos del costo como el tiempo emprendido en formación’’.[3]

En realidad, habrá que volver a repetir en este lugar que, es una ley praxeológica que toda acción tiene su costo. Y las acciones que surgen de la ley (ya sea para el que la hace, la pone en práctica y las ejecuta como sus consecuencias) obviamente no pueden escapar, ni escapan a aquel axioma praxeológico. No sólo la ley en si misma es costosa sino que sus disposiciones llevadas a al práctica generan costos a quienes el cumplimiento de la ley está dirigido.

Un ejemplo típico son las leyes laborales, que crean costos para los empleadores y beneficios para los empleados por una falacia económica difundida por el marxismo, por la cual sólo el trabajo humano es fuente del valor de las cosas. Ergo, se parte del supuesto que ‘’el patrón explota al obrero’’, y de allí que se haga ‘’necesario’’ una ley que equilibre las cosas. Todo lo que hoy se llama ‘’legislación social’’ está basado en aquella falacia marxista aceptada por casi todo el mundo.

‘’Aceptemos por un minuto que la ley es costosa. No solo es un problema que la ley es costosa, sino que ese costo de legalidad se reparte asimétricamente y permítanme una breve explicación. El profesor Douglas North dice que existe una relación inversamente proporcional entre el ingreso de la población y el costo de la legalidad. La relación inversa significa que a mayor ingreso menor costo de la legalidad y a menor ingreso mayor costo de la legalidad. Ustedes me dirán ¿Por qué? Porque si entendemos el costo de la legalidad como un costo subjetivo, como lo que yo sacrifico para cumplir la ley, la ley nunca le cuesta lo mismo a dos personas, les cuesta más a los pobres que a los ricos’’. [4]

                La ley eleva los costos de transacción porque limita lo que las personas a las que la ley afecta pudieran haber hecho en su ausencia. Podría decirse que esta es una ventaja que tiene el derecho consuetudinario por encima de la ley positiva y formal.

Los costos que imponen las leyes formales obviamente no se distribuyen de manera proporcional para todos aquellos a quienes esa ley alcance. Pero esto no es un fenómeno exclusivo de la ley. En el campo de las transacciones comerciales los costos jamás se distribuyen de manera igual para todos los agentes económicos.

El problema de la ley es que, al estar dirigida a situaciones puntales y que regulan a unos pero no a otros, forja distorsiones en las relaciones naturales y espontáneas.

Está claro que el autor alude a las leyes civiles y comerciales, y está excluyendo a la legislación penal donde no tiene sentido hablar de pobres y ricos, excepto en aquellos casos donde la libertad se obtenga a cambio de un precio (fianza u otras denominaciones, conforme los lugares).


[1] Enrique Ghersi ‘’El costo de la legalidad’’. publicado por institutoaccionliberal • 16/01/2014 • El costo de la legalidad | Instituto Acción Liberal http://institutoaccionliberal.wordpress.com/2014/01/16/el-costo-de-la-…

[2] Enrique Ghersi. ibídem

[3] Enrique Ghersi. ibídem

[4] Enrique Ghersi. ibídem

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

Mis críticas al pensamiento de Murray N. Rothbard

Por Adrián Ravier.  Publicado el 10/3/20 en: https://puntodevistaeconomico.com/2020/03/10/mis-criticas-al-pensamiento-de-murray-n-rothbard/?fbclid=IwAR1kMzlEdJ83plHSQscDIkuQovOnjRoR4pJhdqGh5qpUFTjIuWlC3lmWaoI

 

El pensamiento de Murray Rothbard difiere fuertemente del de sus antecesores Carl Menger, Eugen von Böhm Bawerk, Ludwig von Mises y Friedrich Hayek. En este post, quiero identificar algunos elementos polémicos, los que dividen a la tradición austriaca. Mientras unos los ven como un progreso de la tradición, otros autores lo ven de manera crítica. En mi caso, si bien soy crítico, quiero aclarar que identificar estos elementos no implica ignorar sus aportes relevantes, como es el caso de su teoría de los monopolios, destacada en varios lugares.

  • Historia del pensamiento económico. Rothbard ha desarrollado dos tomos cuya lectura recomiendo, pero contienen excesos que no se pueden ignorar. El primero es analizar los autores y las escuelas de pensamiento desde la visión que él tenía como austriaco en 1995. Aislar a los autores del contexto en que escribieron sus obras es injusto y una mala manera de proceder en este campo de estudio. El segundo fallo es ignorar la tradición del orden espontáneo en la que participaron Adam Smith, David Hume y Adam Ferguson. Más al detalle noto que sobredimensiona los aportes de la escolástica y en particular la escuela de salamanca y subestima al pensamiento clásico. (Aquí argumento el punto).
  • Epistemología de la economía. Rothbard elabora toda la teoría económica de manera deductiva, coherente, sistemática, pero cree que podemos prescindir de los elementos empíricos. Machlup, por el contrario, cree que al construir la teoría económica uno necesita apoyarse también en hipótesis auxiliares y empíricas (antropológicas, sociológicas y jurídicas), además de las condiciones iniciales. Gabriel Zanotti ha elaborado este tema en extenso (Ver aquí). Este artículo de Zanotti junto a Nicolás Cachanosky resulta central en el debate moderno (Ver aquí). Este debate entre Rothbard y Machlup resulta fundamental pues los rothbardianos han adoptado posiciones radicales basadas precisamente en su metodología.
  • Rothbard tiene posiciones que considero sumamente polémicas en el área monetaria, lejanas a su maestro Ludwig von Mises, y también a Friedrich Hayek, y otros autores modernos especialistas en el área como Lawrence H. White, George Selgin, Steven Horwitz, Roger W. Garrison, Richard Ebeling, Nicolás Cachanosky, entre otros. Rothbard habla de “inflacionismo”, por ejemplo, cuando se da cualquier política que expande la oferta monetaria, pero Mises ha dejado claro que habrá “inflación” sólo en la medida que la oferta monetaria supere a la demanda de dinero. El debate más extendido dentro de la Escuela Austriaca se ha dado respecto de las reservas fraccionarias, pero Mises ha sido muy claro en el cap. 17, sección 11 de su tratado de economía bajo el subtítulo “Libertad monetaria” que bajo “banca libre” la competencia limitaría la expansión de medios fiduciarios sin necesidad de imponer controles a los bancos en el manejo del encaje. Rothbard, y a partir de él otros autores como Jesús Huerta de Soto han elaborado argumentos jurídicos, económicos, históricos e incluso morales para argumentar en favor de un encaje del 100 %, pero pienso que poco a poco la EA moderna tendió a abandonar esta posición que hoy es más reducida. Para tratar este tema sugiero el libro de George Selgin, Libertad de emisión del dinero bancario.
  • Rothbard también es conocido por su ética de la libertad o anarcocapitalismo. Si bien valoro que el alumno en el aula se exponga a estas posiciones radicales por el desafío que implica repensar las funciones del estado en la economía (yo mismo me defino a veces como un anarquista hayekiano -ver la falsa dicotomía aquí-), también parecen ignorarse dentro de ciertos círculos austriacos que la EA fue principalmente liberal, al menos en los planteos de Mises y Hayek. Algunos rothbardianos abandonan entonces todo el debate sobre controlar al leviatán, mediante constituciones, república, reglas fiscales y monetarias, federalismo y descentralización, que se ha extendido con el public choice, por ejemplo, y que si bien continúan la tradición de Mises y Hayek, chocan con el pensamiento de Rothbard. Pienso que la EA moderna no puede ignorar el debate más institucional que ofrecían estos otros autores, y que también aportan otros compañeros de camino (Ronald Coase, James Buchanan, Gordon Tullock, Jeffrey Brennan, Douglas North, entre otros).
  • Un aspecto microeconómico no menor en Rothbard es su posición contraria a la tradición del orden espontáneo. Este aspecto que señalé más arriba al tratar dos tomos de HPE no fue un olvido. Rothbard es crítico de la tradición del orden espontáneo, lo que genera una ruptura central con Hayek y los autores escoceses.
  • Y cierro con un aspecto que se ha destacado en varios lugares. Rothbard tuvo dificultades para publicar sus aportes en las revistas especializadas en economía. Por eso fundó su propio Journal of Libertarian Studies, el que es sumamente interesante para los jóvenes que quieran acercarse a sus ideas. Pero al hacerlo, y al continuar los austriacos modernos con ese comportamiento sectario, se aisló a la EA. Debemos recordar que la EA se consolidó sobre la base de los debates que Mises mantuvo con los socialistas, y que luego se extendieron también a Hayek, quien mantuvo otros debates con Keynes y Cambridge, además de la discusión sobre la teoría del capital de Knight y Clark. La EA debe recuperar ese protagonismo con debates abiertos frente a autores destacados del mainstream economics. Seguir ofreciendo un trabajo que se publica con carácter exclusivo en revistas propias de la tradición sin dudas es cómodo, pero mantiene a la tradición del pensamiento en la marginalidad. Desde luego hay excepciones, con destacados austriacos que publican en revistas bien rankeadas, pero son precisamente quienes se han opuesto al trabajo de Rothbard y su comportamiento sectario. En Argentina, en particular, existe la Asociación Argentina de Economía Política, en cuyas reuniones anuales asisten unos 500 economistas de todo el país. Pienso que los austriacos deben asistir a esta reunión y promover el debate. Sólo de ese modo podemos recuperar protagonismo (mis últimos aportes aquíaquíaquí y aquí).

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

No podemos mirar para otro lado

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 25/2/19 en https://www.cronista.com/columnistas/No-podemos-mirar-para-otro-lado-20190225-0063.html

 

Siempre los primeros en exponer una nueva idea han sido considerados dementes. No si razón John Stuart Mill ha consignado que “toda buena idea nueva pasa por tres etapas: ridiculización, discusión y adopción”.

 

No podemos mirar para otro lado

 

Hoy nos encontramos bien alejados de la noción de los Giovanni Sartori contemporáneos respecto al ideal democrático y más bien nos acercamos en distintas partes del mundo a la cleptocracia, es decir, el gobierno de ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida. Frecuentemente se está entre el menos malo y el abismo.

 

Dada esta situación no constituye una muestra de responsabilidad el quedarnos con los brazos cruzados observando como se deteriora la democracia y se la convierte en una ruleta rusa y con ello se aniquilan derechos, claro está como al facultad de usar y disponer de lo propio y no los pseudoderechos basados en el manotazo sobre el fruto del trabajo ajeno.

 

Tal como reza el lema de la Royal Societey de Londres nullius in verba, es decir no hay palabras finales. Estamos siempre en un contexto evolutivo de aprendizaje

 

Las tres políticas que recojo aquí no necesariamente deben ser adoptadas, tenemos eso sí la obligación  moral de usar las neuronas para agregar nuevas vallas al abuso del poder y debatir otras propuestas pero no quedarnos inmóviles frente al peligro que estamos presenciando en el seno de muchos de los otrora países más civilizados del orbe, hoy bajo el nacionalismo y la consiguiente xenofobia.

 

El problema radica en los incentivos como nos han enseñado maestros como Harold Demsetz, Ronald Coase y Douglas North.

 

Sugerimos para el Poder Legislativo que trabajen  ad honorem en tiempo parcial como algunos de los cargos en las repúblicas de Venecia y Florencia de antaño, dejando de lado legislaciones incompatibles con el Estado de Derecho que abren las puertas a conflictos de intereses inaceptables e incompatibles con el sentido jurídico de la Ley.

 

Proponemos también aplicar al Ejecutivo la recomendación de Montesquieu que se encuentra “en la índole de la democracia” en el sentido de proceder a elecciones por sorteo al efecto se subrayar lo dicho por Karl Popper en cuanto a la imperiosa necesidad de trabajar en el fortalecimiento de las instituciones y no sobre los hombres para que “el gobierno haga en menor daño posible”, a lo cual puede agregarse la idea del Triunvirato tal como fue argumentado originalmente en la Asamblea Constituyente estadounidense según relata en sus memorias James Madison.

 

Por último, introducir y generalizar el sistema de arbitrajes privados en el Poder Judicial sin ninguna limitación en el contexto de una carrera judicial rigurosa bien alejada del positivismo legal que ha hecho estragos al derecho. Resulta crucial que se entienda que la  igualdad es ante la ley, no mediante ella.

 

Como ha apuntado el premio Nobel Friedrich Hayek “hay que usar la imaginación para establecer nuevos límites al Leviatán antes que resulte tarde” para modificar de raíz incentivos en el uso de los votos y evitar aberraciones varias al estilo de los Chávez.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

LA CLAVE SON LOS INCENTIVOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Autores del calado de Harold Demsetz, Ronald Coase y Douglas North, han insistido en que buena parte del análisis económico y jurídico se basa en la calidad de los incentivos. En un sistema que potencia los buenos incentivos la gente da lo mejor de si, en cambio en un sistema donde los incentivos para mejorar son escasos o nulos la gente revela lo peor de si.

 

Lo realmente interesante de las contribuciones de la Escuela Escocesa es el haber combinado en un sistema de libertad, es decir, de respeto recíproco, el interés personal con el interés del destinatario de la acción. En este contexto cada uno para satisfacer su propio interés deben dirigir su atención a la satisfacción del interés de su prójimo, de lo contrario no pueden prosperar.

 

Este es el sentido de explicar como el comerciante para mejorar su patrimonio está obligado a la atención de las demandas de sus congéneres. Así es que el que da en la tecla obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos, “el cliente siempre tiene razón” es la máxima del buen empresario. De más está decir que esto no se aplica a los denominados empresarios prebendarios puesto que obtienen sus fortunas fruto de la explotación a sus semejantes como consecuencia de los privilegios obtenidos a raíz de sus alianzas con el poder político.

 

En el contexto de la libertad de mercados constituye un error aludir al “poder económico” ya que el poder reside en los consumidores. Si “el rey del chocolate” ofrece chocolate amargo cuando la gente reclama chocolate dulce tiene sus días contados como empresario y así sucesivamente en todos los reglones. Solo puede hablarse en rigor de poder económico cuando los mercados no son libres y por ende los patrimonios dependen del poder político de turno.

 

Tomemos un ejemplo pedestre: cuando los departamentos en propiedad horizontal son de cada cual el incentivo es la cooperación social en beneficio de todos, pero cuando es colectiva todos se pelearán hasta por el uso del jabón pues irrumpe “la tragedia de los comunes”. Hasta la forma de agradecerse recíprocamente frente a toda compra-venta es característica de mercados abiertos, mientras que las caras largas y los malos modos son el sello de transacciones coactivas.

 

Otro ejemplo tomado al azar, las certificaciones de calidad en la alimentación. Si la lleva a cabo el monopolio de la fuerza y se produce una intoxicación eventualmente se reemplaza a un funcionario por otro y todo sigue igual. Sin embargo, si la calidad la certifica el sector privado en competencia las auditorias cruzadas refuerzan la seguridad y si se produce un percance la marca que garantizaba calidad no solo debe indemnizar a las víctimas sino que desaparece del mercado ese emprendimiento. En esta instancia del proceso de evolución cultural, como faena prioritaria debe fortalecerse la Justicia en las estructuras gubernamentales (lo cual no excluye el soporte de árbitros privados para resolver litigios) pero no expandir las tareas estatales en áreas que no le competen en una sociedad abierta.

 

Por último para las acreditaciones de estudios primarios, secundarios y universitarios se aplica el mismo criterio señalado en cuanto a instituciones especializadas y academias en competencia por niveles de excelencia local e internacional, también en auditorias cruzadas en lugar de ministerios de educación (una función un tanto peculiar, como si educar pudiera imponerse desde el vértice del poder político en lugar de un proceso abierto de prueba y error). La politización queda marginada en el sistema libre y nunca sucederían casos como el argentino donde el ministerio de educación acreditó a la par de otras casas de estudio la llamada Universidad de las Madres de Plaza de Mayo que ha probado ser más bien un campo de entrenamiento de terroristas. Y no se trata de apuntar a tener “mandamases buenos” para la educación, se trata de abrir el sistema, es cuestión de incentivos.

 

Lo primero en este cuadro de situación es entender la naturaleza del interés personal sobre lo que ya he consignado en otra ocasión y ahora reitero parcialmente. Todos los actos se llevan a cabo por interés personal. En el lenguaje coloquial se suele hablar de acciones desinteresadas para subrayar que no hay interés monetario, pero el interés personal queda en pie. En verdad se trata de una perogrullada: si el acto en cuestión no está en interés de quien lo lleva a cabo ¿en interés de quien estará?

Estaba en interés de la Madre Teresa el cuidado de los leprosos, está en interés de quien entrega su fortuna a los pobres el realizar esa transferencia puesto que su estructura axiológica le señala que esa acción es prioritaria, también está en interés del asaltante de un banco que el atraco le salga bien y  también para el masoquista que la goza con el sufrimiento y así sucesivamente. Todas las acciones contienen ese ingrediente ya sean actos sublimes o ruines. Una buena o mala persona se define por sus intereses.

En esta línea argumental,  Erich Fromm escribe en Man for Himslef. An Inquiry into the Psychology of Ethics que “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo, no en la idea de que la virtud moral equivale al interés personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que la gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no están interesados lo suficiente en su yo”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma.

Es curioso pero en la interpretación convencional parecería que uno tiene que abdicar de uno mismolo cual constituye una traición grotesca a la maravilla de haber nacido. La primera obligación es con uno mismo y, además, si no hay amor propio no puede haber ningún tipo de amor hacia el prójimo. La persona que se odia a si misma es incapaz de amar a otro,  puesto que el amar al prójimo necesariamente debe proporcionar satisfacción al sujeto que ama.

Es sumamente interesante detenerse a meditar sobre la reflexión de Sto. Tomás de Aquino en la materia, así en la Suma Teológica afirma que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da, 2da, q. xxvi, art. iv).

En el amarás a tu prójimo como a ti mismo, la clave radica en el adverbio “como”. Hay solo tres posibilidades: que el amor sea igual, mayor o menor. Las dos primeras constituyen inconsistencias lógicas, por ende, se trata de la tercera posibilidad. En el primer caso, si fuera igual no habría acción alguna puesto que para que exista acción debe haber preferencia, la indiferencia,  en este caso la igualdad, no permite ningún acto. Si en un desierto hay una persona muriéndose de sed y tiene una botella de agua a la derecha y otra a la izquierda y se mantiene indiferente,  se muere de sed. Para no sucumbir debe preferir, esto es inclinarse más por una de las alternativas.

En segundo lugar, si se sostuviera que el amor al prójimo es mayor que el amor propio se estaría incurriendo en un sinsentido puesto que, como queda dicho, el motor, la finalidad de la acción, la brújula, el mojón y el punto de referencia es el interés personal lo cual define la acción que, por ende, no puede ser menor que el medio a que se recurre para lograr ese cometido. En consecuencia es siempre menor el amor al prójimo que a uno mismo. Esto incluso se aplica al que da la vida por un amigo: ese arrojo y esa decisión se lleva a cabo porque para quien entrega la vida por un amigo es un acto por él más valorado que cualquier otra acción altrernativa.

A veces se confunden conceptos porque aparecen problemas semánticos de peso. El interés personal no debe ser confundido con el egoísmo ya que esta última expresión significa que el medio que le satisface al sujeto actuante no está nunca fuera de su propio ser. De este modo, no es concebible para el egoísta la satisfacción y el bienestar de otros. El interés personal, sin embargo, abarca acciones cuyos medios para la satisfacción de quien actúa son también otros o incluso principalmente otros. En este sentido es pertinente recordar una reflexión de uno de los más destacados pensadores de la Escuela Escocesa del siglo xviii, Adam Ferguson, quien en su History of Civil Society afirma que “Por su parte, el término benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios; apunta a aquellos cuyos deseos las mueven a provocar el bienestar de otros”.

Otra expresión un tanto confusa y que además se traduce en una contradicción es la de “altruismo” si se la define con el ingrediente que señala el Diccionario de la Real Academia Española en cuanto a que consiste en la “complacencia en el bien ajeno aun a costa del propio”, materia que han explorado filósofos de fuste en distintas ocasiones. Hacer el bien a costa del propio bien hemos visto que resulta en un imposible puesto que quien hace el bien es porque prefiere esa conducta, es porque le hace bien, es porque le interesa proceder en esa dirección.

Desafortunadamente a veces se confunde el concepto de individualismo que significa ni más ni menos el respeto a las autonomías de cada uno y para nada el aislacionismo, por el contrario, suscribe con entusiasmo la cooperación libre y voluntaria entre las personas. En cambio, son los socialismos o los llamados comunitarismos colectivistas los que son aislacionistas al trabar vínculos entre las personas, desde las tarifas aduaneras mal llamadas “proteccionistas” y las infinitas intervenciones de los aparatos estatales entre partes que actúan de modo legítimo.

El interés personal y la autoestima apuntan a la felicidad de cada uno que es el objeto último de todos. Debe estarse muy en guardia de quienes alardean de “amor al prójimo” mientras proponen sistemas autoritarios que prostituyen la misma noción de amor y, en la práctica, fomentan el odio. También, como consigna Tibor Machan en su obra titulada Generosity,“Un acto de generosidad requiere como primer requisito la propiedad privada”, puesto que la beneficencia y la solidaridad demandan la entrega de lo que pertenece al donante, entregar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno es un asalto aunque pueda ser legal.

En cuanto a la generosidad sería interesante que los gobiernos abran una pagina pública en Internet que puede denominarse Registro de Genuina Solidaridad con los nombres de las personas y respectivos documentos de quienes donan voluntariamente en proporción a sus ingresos para ayudar al prójimo y no estar alardeando de “solidario” con recursos arrancados del vecino a través de los aparatos estatales. Todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos. No es coherente vociferar con que siempre son los otros los que tienen que dar.

En resumen, la maximización de incentivos de buena calidad se obtiene allí donde se respetan derechos de propiedad a los efectos de lograr la mejor dosis posible de cooperación social en el contexto de los respectivos intereses de las partes contratantes. Por eso es tan importante prestar debida atención a la tradición de pensamiento liberal. Lo propio se cuida, lo de todos no es de nadie. No se tira basura en el living de la propia casa, mientras que se suele arrojar en lo que es teóricamente de todos, por eso da tanto trabajo mantener limpio lo que se dice es de todos en cambio brillan los centros comerciales y los barrios cerrados o el inmenso territorio de Disney. Es un tema de incentivos y no de propaganda. Hay que despejar telarañas mentales.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid).

Argentina, del desarrollo al subdesarrollo

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 19/9/17 en: http://www.infobae.com/america/opinion/2017/09/19/argentina-del-desarrollo-al-subdesarrollo/

 

El país es un raro caso, ya que involucionó en materia económica. El deterioro de la calidad de sus instituciones fue la clave en este proceso

 

Argentina debe dejar la cultura de la dádiva y el proteccionismo por la cultura del trabajo y la competencia.
Argentina debe dejar la cultura de la dádiva y el proteccionismo por la cultura del trabajo y la competencia.

En su libro Institutions, Institutional Change and Economic PerformanceDouglas North analiza los problemas institucionales y cómo éstos impactan en el crecimiento económico.

En un párrafo del libro, North afirma que tanto en la historia económica como en los casos de actualidad pueden encontrarse ejemplos de países que logran crecer y otros que directamente se estancan o declinan. North entiende que para poder explicar estos casos hay que estudiar qué características institucionales les han permitido plasmar su performance y cuáles son las causas por las que los países que no crecen o se estacan tienen instituciones ineficientes.

Claramente Argentina es un raro caso, ya que pasó del desarrollo al subdesarrollo y, siguiendo la línea de análisis de North, es evidente que ha sido la calidad de sus instituciones la que nos permitió, primero ser un país en constante crecimiento, y luego un país en constante decadencia.

En 1853/60, establecido el nuevo marco institucional con la Constitución Nacional, se sientan las bases para entrar en una senda de crecimiento de largo plazo. Aclaremos que por instituciones entendemos las normas, leyes, códigos y costumbres que regulan las relaciones de los particulares entre sí y de los particulares con el estado.

Como dijo Juan Bautista Alberdi, la Constitución Nacional no era otra cosa que una gran ley derogatoria de la legislación hispana que habíamos heredado e impedía la creación de riqueza.

La combinación de esa generación del 37 que inspiró la Constitución y la generación del 80, hoy denostada pero que fue la que produjo el milagro argentino, transformó a la Argentina en un país próspero. Si bien el proceso de mayor crecimiento se da a partir de 1880 con la consolidación nacional, presidentes como Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y Pellegrini fueron estadistas. No buscaron la reelección, salvo el caso de Roca y, a pesar de sus duros enfrentamientos, todos tenían un proyecto en común que era atraer inversiones e incorporar la Argentina al mundo.

Argentina tuvo una gran corriente inmigratoria luego de terminar con los malones que cruzaban de Chile a la Argentina a robar ganado y venderlo en el país trasandino (tema que hoy parece querer volver a instalarse). La inmigración junto con la fuerte corriente inversora hizo que liderásemos América Latina.

En su libro La Economía ArgentinaAlejandro Bunge nos proporciona los siguientes datos. En 1923 el 50% del comercio exterior latinoamericano (exportaciones + importaciones) era realizado por Argentina.

De los 88.000 kilómetros de líneas férreas que tenía Sudamérica, el 43% estaba en territorio argentino, transportando el 60% de la carga total y el 57% del total de pasajeros de Latinoamérica.

Con respecto a las líneas telefónicas, de los 349.000 teléfonos que funcionaban en Sudamérica, 157.000 correspondían a la Argentina. En 1924 circulaban 214.000 automóviles en América del Sur, de ese total el 58% estaban en Argentina. Podría seguir agregando datos, pero lo relevante es que entre 1900 y 1913, un año antes de la Gran Guerra, el saldo entre emigraciones e inmigraciones de y hacia la Argentina fue de 1.564.900 personas.

¿Por qué los europeos venían a la Argentina? Obviamente porque tenían una perspectiva de futuro y esa perspectiva estaba basada en las instituciones que nos transformaron en un país pujante.

Australia es un país que también se construyó en base a inmigrantes y tenía una dotación de recursos naturales parecidos a los de Argentina.

Tomando los datos de Angus Maddison, podemos ver en el GRÁFICO 1 que hasta principios de la década de 1930 el ingreso per capita de ambos países evolucionaba en forma pareja y casi en los mismos niveles.

GRÁFICO 1

Ambas curvas comienzan a separarse a mediados de la década del 30, pero es a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial que es más marcada la separación.

Si asumimos que en 1945 se produce el gran quiebre en Argentina y vemos las tasas de crecimiento del PBI per capita de ambos países observamos que en Australia el ingreso per capita creció a una tasa anual del 2% anual entre 1945 y 2010 y en Argentina creció a una tasa del 1,3% por año.

El derrumbe económico de Argentina se produce a partir del estatismo, el intervencionismo y las políticas de distribución del ingreso en forma compulsiva.

Las regulaciones comienzan en la década del 30 con las juntas reguladoras y demás medidas intervencionistas como consecuencia de la crisis de esos años. Recordemos que en 1935 se crea el BCRA. El estatismo y las políticas redistributivas se consolidan con Perón junto con el aislamiento económico.

El vivir con lo nuestro pasa a ser una forma vida y la cultura de vivir del trabajo ajeno pasa a ser un derecho y ningún gobierno posterior al de Perón se animó a cambiar esa cultura de la dádiva, a diferencia de la cultura que imperó con la vigencia de la Constitución de 1853/60 en que las reglas de juego eran la cultura del trabajo y el esfuerzo personal.

De lo anterior se desprende que las sistemáticas crisis económicas que vivimos son el resultado de una calidad institucional tan baja que dispara el gasto público hasta hacerlo infinanciable y se llega a un punto en que hay que confiscar ahorros, declarar el default o bancarse una hiperinflación. Estas locuras nos muestran como un país cuya institucionalidad es que cada 10 años nos volvemos todos locos y empezamos a confiscar ahorros, «defaultear» la deuda y entrar en procesos inflacionarios agudos o hiperinflaciones.

Cualquiera que mira nuestra historia económica y piensa en invertir en Argentina dice: estos tipos cada 10 años se vuelven todos locos, así que si voy a invertir tengo que tener una tasa de rentabilidad tan alta que me permita recuperar el capital invertido antes de que se vuelvan locos, lo cual significa pedirle a una inversión una tasa de rentabilidad que solo el narcotráfico puede bancarse. El resultado es baja tasa de inversión, alta desocupación y bajos salarios por la mínima productividad.

Si Douglas North viviera y nos asesorara no se concentraría tanto en ver cómo están armados los números del presupuesto 2018 que hoy todos miran. North sabría que lo relevante consiste en cambiar las reglas de juego que rigen en Argentina.

Dicho de otra manera, es imposible resolver el problema de la inflación, la pobreza y la desocupación si no cambiamos la cultura de la dádiva por la cultura del trabajo. La cultura del proteccionismo por la cultura de la competencia. La cultura del estatismo por la cultura de dejar desarrollar la capacidad de innovación de la gente. La cultura de los políticos buscando ganar solo las próximas elecciones por la cultura de los estadistas que gobiernan para 20 años hacia adelante.

En definitiva, nuestro problema económico es el emergente de unas reglas de juego que solo producen un lucha por una distribución de un ingreso cada vez más chico por la falta de inversión. Por eso la política de shock no es, como muchos pretenden vender, despedir a un millón de empleados públicos de un día para otro. La política de shock es marcar un rumbo económico donde no solo se busque el equilibrio fiscal, sino que fundamentalmente se busque reconstruir las instituciones que alguna vez nos hicieron ser uno de los países más prósperos del mundo. Sencillamente volver a los valores que regían en nuestra Constituciónde 1853/60. No hay mucho más para inventar.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

¿DEMOCRACIA O DICTADURA?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

No hay posición intermedia en esta instancia del proceso de evolución cultural: o vota la gente o impone su voluntad sobre los demás un megalómano. Pero se debe estar muy en guardia para que la democracia no  degenere  en cleptocracia en la que una oligarquía liquide los derechos de la minoría. Es decir, que la democracia se convierta en una farsa grotesca como por ejemplo es el caso venezolano hoy.

 

Porque en última instancia el peligro horrendo de las dictaduras es el ataque a las libertades de las personas, pero no es cuestión que las lesiones a los derechos, en lugar de provocarla una persona y sus secuaces la produzca un grupo de personas. Y tengamos en cuenta que Cicerón advertía que “El imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre de pueblo”.

 

Uno de los canales de la degradación de la democracia se manifiesta a través de la cópula hedionda entre el poder político y los empresarios prebendarios. Puede ilustrare este caso con los “salvatajes” realizados en Estados Unidos, recursos entregados graciosamente a empresarios ineptos, irresponsables o las dos cosas al mismo tiempo con  el fruto del trabajo de la gente  que no tiene poder de lobby.

 

Al efecto de no permitir semejante atraco y para bloquear toda manifestación de atropello a los derechos de quienes no pertenecen a la casta que pertenece a los usurpadores, es menester pensar en variantes que logren el objetivo de minimizar estos problemas graves. No puede pretenderse otros resultados manteniendo las mismas recetas que conducen a un sistema inicuo que amenaza con  terminar con la democracia y usarla como máscara que pretende esconder una dictadura.

 

En este sentido, reitero lo consignado en otra oportunidad y es que al efecto de tener en claro lo antedicho, es pertinente tener grabado a fuego el pensamiento de uno de los preclaros exponentes de la revolución más exitosa de lo que va de la historia de la humanidad. Me refiero a Thomas Jefferson quien consignó en Notes on Virginia (1782) que “Un despotismo electo no es el gobierno por el que luchamos” pero eso es en lo que se ha transformado, no solo en buena parte de la región latinoamericana, sino en países europeos y en la propia tierra de Jefferson.

 

La primera vez que la Corte Suprema de Justicia estadounidense se refirió expresamente a la “tiranía de la mayoría” fue en 1900 en el caso Taylor v. Breknam (178 US, 548, 609) y mucho antes que eso el Juez John Marshall redactó en un célebre fallo de esa Corte (Marbury v. Madison) en 1802 donde se lee que “toda ley incompatible con la Constitución es nula”. Seguramente el fallo más contundente de la Corte Suprema de Estados Unidos es el promulgado en 1943 -prestemos especial atención debido a lo macizo del mensaje- en West Vriginia State Board of Education v. Barnette (319 US 624) que reza de este modo: “El propósito de la Declaración de Derechos fue sustraer ciertos temas de las vicisitudes de controversias políticas, ubicarlos más allá de las mayorías y de burócratas y consignarlos como principios para ser aplicados por las Cortes. Nuestros derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de profesar el culto y la de reunión y otros derechos fundamentales no están sujetos al voto y no dependen de ninguna elección”.

 

Autores contemporáneos como Giovanni Sartori en sus dos volúmenes de la Teoría de la democracia se ha desgañitado explicando que el eje central de la democracia es el respeto por las minorías y Juan A. González Calderón en Curso de derecho constitucional apunta que los demócratas de los números ni de números entienden ya que se basan en dos ecuaciones falsas: 50% más 1% = 100% y 50% menos 1% = 0%. Por su parte, Friedrich Hayek confiesa en Derecho, Legislación y Libertad que “Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata”, porque como había proclamado Benjamin Constant en uno de sus ensayos reunidos en Curso de política constitucional: “La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.

 

Ahora bien, sabemos que la cuestión de fondo es educativa en el sentido de realizar esfuerzos para influir sobre mentes en cuanto a comprender las ventajas de la sociedad abierta, pero entretanto es indispensable pensar en nuevos procedimientos para maniatar al Leviatán antes que sucumban todos los vestigios de libertad y respeto reciproco. En este sentido vuelvo a insistir una vez más en que en un cuadro de federalismo se consideren las reflexiones de Bruno Leoni para el Poder Judicial en La libertad y la ley, se tomen seriamente las propuestas para el Poder Legislativo que efectuó Hayek en el tercer tomo de su obra mencionada y, para el Poder Ejecutivo, se adopten los consejos de Montesquieu en Del espíritu de las leyes  en cuanto a que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”. Esto último -dado que cualquiera puede gobernar- moverá los incentivos de la gente hacia la necesidad de proteger sus vidas y haciendas, es decir, hacia el establecimiento de límites al poder que es precisamente lo que se requiere para sobrevivir a los atropellos de los aparatos estatales. Como ha indicado Popper, la pregunta de Platón sobre quien debe gobernar está mal formulada, el asunto no es de personas sino de instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible” tal como escribe aquel filósofo de la ciencia en La sociedad abierta y sus enemigos.

 

Frente a los graves problemas mencionados es indispensable usar las neuronas para contener los abusos del poder. Al fin y al cabo en el recorrido humano nunca se llegará a un punto final. Estamos siempre en ebullición en el contexto de un proceso evolutivo. Si las soluciones propuestas no son consideradas adecuadas hay que proponer otras pero quedarse de brazos cruzados esperando que ocurra un milagro no es para nada conveniente ya que no pueden esperarse resultados distintos aplicando las mismas recetas.

 

Tal como nos han enseñado autores como Ronald Coase, Harold Demsetz y Douglas North, debemos centrarnos en los incentivos que producen las diversas normas, y en el caso que nos ocupa está visto que alianzas y coaliciones circunstanciales tienden al atropello de las autonomías individuales y a degradar las metas originales de la democracia, convirtiéndola en una macabra caricatura. Es hora de reflotar la democracia mientras estemos a tiempo. Y, se entiende, no se trata de la ruleta rusa de mayorías ilimitadas, es como ha escrito James M. Buchanan “Resulta de una importancia crucial que recapturemos la sabiduría del siglo dieciocho respecto a la necesidad de contralores y balances y descartemos de una vez por todas la noción de un romanticismo idiota de que mientras los procesos son considerados democráticos todo vale” (en “Constitutional Imperatives for the 1990`s. The Legal Order for a Free and Productive Economy”).

 

En la misma línea argumental, es pertinente en esta columna resumir nuevamente las posibles ventajas de introducir la idea  del Triunvirato en el Poder Ejecutivo. Hay muy pocas personas que no se quejan (algunos están indignados) con los sucesos del momento en diferentes países tradicionalmente considerados del mundo libre. Las demoliciones de las monarquías absolutas ha sido sin duda una conquista colosal pero, como queda dicho, la caricatura de democracia como método de alternancia en el poder sobre la base del respeto a las minorías está haciendo agua por los cuatro costados, es imperioso el pensar sobre posibles diques adicionales al efecto de limitar el poder político por aquello de que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

 

Tres personas votando por mayoría logran aplacar los ímpetus de caudillos y permiten tamizar las decisiones ya que el republicanismo exige que la función de esta rama del gobierno es ejecutar lo resuelto por el Poder Legislativo básicamente respecto a la administración de los fondos públicos, y el Judicial en lo referente al descubrimiento del derecho en un proceso fallos en competencia.

 

Se podrá decir que las decisiones serán más lentas y meditadas en un gobierno tripartito, lo cual se confunde con la ponderación y la mesura que requiere un sistema republicano. De todos modos, para el caso de un conflicto bélico, sería de interés que las tres personas se roten en la responsabilidad de comandantes en jefe.

 

Uno de los antecedentes más fértiles del Triunvirato se encuentra en los debates oficiales y no oficiales conectados a la Asamblea Constituyente de los Estados Unidos. Según la recopilación de los respectivos debates por James Madison que constan en la publicación de sus minuciosos manuscritos, el viernes primero de junio de 1787 Benjamin Franklin sugirió debatir el tema del ejecutivo unipersonal o tripartito. A esto último se opuso el constituyente James Wilson quien fue rebatido por Elbridge Gerry (luego vicepresidente del propio Madison) al explicar las ventajas del triunvirato para “otorgar más peso e inspirar confianza”. Edmund Randolph (gobernador de Virginia, procurador general del estado designado  por Washington y el segundo secretario de estado de la nación) “se opuso vehementemente al ejecutivo unipersonal. Lo consideró el embrión de la monarquía. No tenemos, dijo, motivo para ser gobernados por el gobierno británico como nuestro prototipo […] El genio del pueblo de América [Norteamérica] requiere una forma diferente de gobierno. Estimo que no hay razón para que los requisitos del departamento ejecutivo -vigor, despacho y responsabilidad- no puedan llevarse a cabo con tres hombres del mismo modo que con uno. El ejecutivo debe ser independiente. Por tanto, para sostener su independencia debe consistir en más de una persona”. Luego de la continuación del debate Madison propuso posponer la discusión en cuanto a que el ejecutivo debiera estar formando por un triunvirato (“a three men council”) o debiera ser unipersonal hasta tanto no se hayan definido con precisión las funciones del ejecutivo.

 

Este debate suspendido continuó informalmente fuera del recinto según los antes mencionado constituyentes Wilson y Gerry pero con argumentaciones de tenor equivalente a los manifestados en la Asamblea con el agregado por parte de los partidarios de la tesis de Randolph-Gerry de la conveniencia del triunvirato “al efecto de moderar los peligros de los caudillos”. El historiador Forrest Mc Donald escribe (en E Pluribus Unum. The Formation of the American Republic, 1776-1790) que “Algunos de los delegados más republicanos […] desconfiaban tanto del poder ejecutivo que insistieron en que solamente podía ser establecido con seguridad en una cabeza plural, preferentemente con tres hombres”.

 

El asunto entonces no es limitarse a la queja por lo que ocurre en nombre de la democracia sino en usar la materia gris y proponer soluciones al descalabro del momento antes de llegar a un Gulag con la falsa etiqueta de la democracia. Hay que vencer lo que podríamos denominar “el síndrome del anquilosamiento mental” y revertir con decisión -con éstas u otras propuestas- lo que viene sucediendo  a paso redoblado.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.