LA LIBERTAD NO ES AUTOMÁTICA: EL CASO GALEANO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

 

En general la gente se ocupa de sus quehaceres en agitado ritmo en una rutina que dan por sentado siempre se mantendrá. Hay quienes se las pasan con una calculadora en la mano conjeturando nuevos arbitrajes al efecto de amasar dinero, lo cual es del todo legítimo pero la faena no está en modo alguno garantizada. El respeto no es gratis ni viene de la estratósfera, es el resultado del esfuerzo cotidiano. Bien ha dicho Jefferson que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”.

 

Los hay quienes se dedican a la jardinería, a la música, a cultivar verdura, a la carpintería o a lo que sea en la infinita gama de tareas posibles pero todos están interesados en que se los respete, por tanto todos deben contribuir a ese interés vital. No es posible la actitud cómoda e irresponsable de delegar la faena sobre los hombros de terceros.

 

Es frecuente que se sostenga que no hay la capacitación para dedicarse a defender los principios de la sociedad abierta, que deben ser otros los que se esfuercen en estudiar y difundir dichos valores. Una pretendida coartada para poder dedicarse a lo suyo en un sentido muy limitado y amputado como si lo suyo no necesitara que se lo respete.

 

No hay actividad posible si no tiene vigencia el respeto recíproco. Nada queda en pie si esto no se toma en serio y, sobre todo, se procede en consecuencia. Cada uno debe estudiar los fundamentos o por lo menos los aspectos elementales de la convivencia civilizada. No vale decir que no tienen tiempo porque por ese camino, tarde o temprano, se quedarán sin lo suyo que les será arrancado por la  fuerza.

 

Como muchas veces hemos señalado, la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo constituyen los canales más fértiles para lograr el objetivo pero no son ni remotamente los únicos. Las reuniones en casas de familia en grupos pequeños para leer y discutir libros de provecho, es una forma muy productiva de aprender y difundir las bases de una sociedad libre con gran efecto multiplicador no solo en las familias y en reuniones sociales sino también en lugares de trabajo.

 

Es típico de los haraganes decir que solo hay preocuparse y ocuparse de la familia, el trabajo, el deporte y la recreación en paz. Esto no es nada original por cierto, todos quieren lo mismo el asunto es comprender que esto no resulta posible si no se defiende la libertad para lo cual hay que destinar tiempo a quemarse la cejas, estudiar y mantenerse actualizado en las defensas.

 

Los irresponsables de marras amenazan con irse del país en que viven si las cosas se ponen feas, sin percatarse que el ubicarse en otros lares más pacíficos es consecuencia directa del esfuerzo que han hecho otros en esos otros países para mantener la situación en brete. Si todos procedieran como aquellos comodones solo quedaría flotar en el mar a merced de los tiburones.

 

Más aun, si cada uno pusiera su granito de arena, como decimos, independientemente de a que se dedica, el mundo mostraría otra fisonomía completamente distinta a la decadencia que se observa. No resulta posible limitarse a criticar a la hora del almuerzo y terminado de engullir alimentos cada cual se concentra en sus intereses personales desentendiéndose por completo del reaseguro que a todos concierne.

 

En épocas de bonanza se estimula la distracción de lo que venimos diciendo y en épocas de malaria hay la tendencia a emigrar o esconderse en las propias cuevas hasta que son asaltadas y vejadas por los enemigos de la sociedad abierta, siempre al acecho de nuevas presas desprevenidas.

 

Cada uno debiera preguntarse que ha hecho durante el día para que se lo respete. Si la respuesta es nada, no hay derecho al pataleo. Estimo que ilustra esta situación a las mil maravillas el cuento de Cortázar “Casa tomada”. Seguramente el autor no estaría de acuerdo que se recurra a su célebre narración a los efectos de defender la tradición de pensamiento liberal, pero sirve a estos propósitos. Una trama en la que los moradores van cediendo espacios de la casa hasta que en la práctica son expulsados de la misma. Esta es la situación literal de lo que ocurre, somos echados de nuestras pertenencias por bandas que ocupan ilegítimamente nuestras moradas.

 

Y esto sucede debido a nuestra incapacidad de defender lo que nos pertenece, nuestras libertades, nuestras propiedades y nuestros sueños de vida que son arrebatadas por un Leviatán desbocado. Aparatos estatales que supuestamente se constituyeron para proteger nuestros derechos pero que los conculcan permanentemente. Dejamos espacios que son ocupados por facinerosos y personas de buena fe pero que con sus procederes arruinan la vida de otros.

 

Lo dicho no quiere decir que personas honestas intelectualmente se abstengan de cambiar de parecer cuando se les demuestran sus errores. Hay casos muy sonados que he recogido en oportunidades anteriores, algunos ahora muy amigos y que antes abrazaban la postura socialista. Hace tiempo escribí sobre Eduardo Galeano que puede resultar de interés reiterar parcialmente en esta nota periodística solo para enfatizar, tal como relatan algunos de sus allegados, que fue grande su costo al cambiar de opinión puesto que la libertad no es un proceso automático.

 

Subrayo su talento realmente formidable para administrar una pluma que produce resultados que encandilan de admiración al lector. Una especie de hechizo superlativo de un prestidigitador que juega con las formas del idioma y que exhibe una gimnasia gramatical que se asimila a estar escribiendo poemas permanentes con una cadencia notable, por más que se trate del género del ensayo.

Habiendo dicho esto, destaco lo que es evidente: su contribución a la demolición de la sociedad abierta, o mejor dicho, a lo que queda de ella puesto que durante las últimas largas décadas los gobiernos se han propuesto el estrangulamiento de las libertades de las personas que gobierna. Astronómicos incrementos en el gasto público, impuestos insoportables, regulaciones asfixiantes en el contexto de marcos institucionales degradados hacen que el Leviatán avance sobre los espacios privados de la gente dejando a su paso pobreza para todos, muy especialmente para los más necesitados.

Aquellas medidas las propone Eduardo Galeano con entusiasmo. Flota en sus trabajos la presencia de la suma cero de la teoría de los juegos, es decir, lo que gana uno lo pierde el otro retrotrayéndonos a la época mercantilista. Nada original por cierto. En Las venas abiertas de América latina -luego impugnada por el autor- concluye que “cuanto más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios”, con lo cual le da la espalda al hecho de que en toda transacción libre y voluntaria ambas partes se benefician.

Allí no distinguía para nada el empresario que para mejorar su situación patrimonial debe servir a sus semejantes: si acierta gana y si yerra incurre en quebrantos. No diferenciaba esta situación con el pseudoempresario que se enriquece debido al privilegio que le otorga su alianza con el poder político de turno, con lo que explota miserablemente a sus congéneres.

La emprendía contra un capitalismo prácticamente inexistente, incluso en el otrora baluarte del mundo libre, Estados Unidos,  donde de un largo tiempo a esta parte los gobiernos han traicionado los sabios consejos de los Padres Fundadores para, en su lugar, abrazar la latinoamericanización en el peor sentido de la expresión, lo cual incluye “salvatajes” para negociantes irresponsables, ineptos e indecentes, claro está con los recursos de los que trabajan honestamente. Embestía contra el mercado como si no se percatara que se trata de millones de arreglos contractuales entre los que estaba el mismo Galeano, no solo para su vivienda, su vestido, su alimentación y su recreación sino de modo muy especial para vender su antedicho libro (y muchos otros, también de su autoría) que va por la edición sesenta y ocho con jugosos derechos de autor.

Sobre ese libro su autor, en la Bienal del libro y la lectura, en Brasilia, en abril de 2014, dijo sobre las venas abiertas que renegaba de esa obra porque “no tenía los suficientes conocimientos de economía ni de política” y si lo tuviera que leer ahora “me desmayaría”.

Sus recetas eran anacrónicas, son las que aplicaron y aplican todos los países atrasados del planeta pero están vestidas con un ropaje nuevo y adornados con una prosa elegante, por más que ataque por las razones equivocadas a las nefastas instituciones internacionales como el FMI que sin duda habría que disolver por el daño mayúsculo que infringe financiando situaciones de quiebra y despilfarro con recursos coactivamente detraídos del fruto del trabajo ajeno (en este sentido es muy pertinente recomendar el libro de la doctora en economía de Oxford Dambisa Moyo, titulado Cuando la ayuda es el problema).

Hace más de treinta años, en la revista mexicana Perfiles, publiqué un artículo titulado “El mundo al revés de Eduardo Galeano” donde criticaba uno de los libros del mencionado autor (Patas arriba. La escuela del mundo al revés) donde intenté mostrar que lo que está al revés es en gran medida debido a la absorción de lo dicho por autores como Galeano y que, en consecuencia,  el mundo al revés estaba, entre otras, en la cabeza de este escritor. Abría aquella nota con una cita que hacía este autor en la que se leía lo siguiente: “Donde no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas”. ¿A quien pertenece esta cita?: a Al Capone en una entrevista publicada en Liberty el 17 de octubre de 1931.

Esto mismo es dicho y repetido por los políticos estatistas con deslumbrante hipocresía luciendo unas sonrisas bastante estúpidas de un cinismo dignas de mejor causa. Pero henos aquí que Galeano no lo veía así, según él el problema radicaba en los privados que usan y disponen de lo adquirido lícitamente como consecuencia de lo intercambiado con otros. Es por eso que en su momento alababa enfáticamente el experimento oprobioso de la isla-cárcel cubana.

Pero después de eso, según algunas de las últimas declaraciones de Galeano muy comentadas y discutidas por cierto, reveló estar disgustado con las recetas que había propuesto. Sin embargo, no se decidió que sistema abrazar. En un escrito corto de su autoría consigna que se cayó del mundo y no sabe por que puerta entrar, al tiempo que se queja de la decadencia de valores.

Lo mismo va para la tilinguería de mucho de lo que se trasmite por televisión y así sucesivamente, para lo cual bajo ningún concepto es aceptable el recurrir a comisarios sino que se requiere respeto para que cada uno siga su camino siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros.

En resumen, aunque este ejercicio contrafactual resulta difícil, estimo  que, debido a sus últimas declaraciones, si Galeano hubiera vivido hubiera retomado el mundo después de su salida más o menos vertiginosa y hubiera entrado raudamente por la puerta de la libertad y denunciado con el vigor que lo caracteriza todo lo que signifique el uso de la violencia para con personas que no se entrometen en los derechos de otros.

Muy bienvenido hubiera sido Galeano a las filas liberales, como lo es Mario Vargas Llosa y lo fue Octavio Paz, Arthur Koestler y tantos otros distinguidos intelectuales lo cual significa el respeto irrestricto para los proyectos de vida de otros.  Filas donde no hay popes sino intercambios de ideas con plena conciencia que es una tradición de pensamiento que está y estará en permanente ebullición porque en la vida terrenal no hay un punto final que no sea susceptible de mejorar.

En todo caso, sea como hubiera sido el futuro de Galeano es de interés subrayar tantas otras conversiones de peso que ayudan a frenar el desbarranque del poder político, y nuevamente insistimos en que todos debieran tomar ejemplos de honestidad intelectual y perseverancia para acoplarse a las filas de la libertad en beneficio propio y de sus seres queridos.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Salario, empleo y pobreza

Por Gabriel Boragina Publicado  el 26/11/17 en: http://www.accionhumana.com/2017/11/salario-empleo-y-pobreza.html

 

Aunque la economía es una ciencia que requiere mucho estudio, análisis y reflexión, sus principios no son -en el fondo- complejos. Debe si, para poder aprehenderlos, aplicarse la más rigurosa lógica, y esto, a veces, representa una dificultad para muchos, sobre todo en los tiempos que corren.

A continuación, vamos a comentar el excelente resumen que hace un no menos importante profesor mexicano de algunas de las máximas económicas más relevantes que nadie debería perder de vista para mejorar el propio nivel de vida y el de todos los demás:

«Única vía para aumentar salarios reales: apoyar leyes que faciliten más inversión y capacitación en empresas, lo demás es politiquería.»[1]

Mucha gente y economistas creen de buena fe (aunque profundamente errados) que los salarios e ingresos en términos reales pueden subirse por decreto o voluntad gubernamental. Otros opinan que son los sindicatos los que cumplen un papel fundamental para que los ingresos de los asalariados mejoren. No obstante, todos los que así piensan están hondamente equivocados, ya que solo existe una manera genuina, real y sostenida para que los salarios e ingresos de todo el mundo mejoren, y este medio es la libre incorporación de capital en el lugar donde se quieran ver esos beneficios concretarse. Lo mismo ha de decirse para las empresas, que serán las primeras interesadas en invertir en capacitación allí donde sea necesario para optimizar el rendimiento de su personal. Ello, también redunda en sensibles mejoras para la remuneración de sus empleados.

«Ni en Brasil, Argentina, Uruguay, ni en México en los 80, aumentos de salarios mínimos incre­mentaron salarios reales.»[2]

Y no solamente no subieron los salarios reales, sino que -como es sabido- aumentaron el desempleo, ya que es el efecto directo (aunque a veces no sea tan inmediato) que producen tanto las políticas de salarios mínimos como todas aquellas que de manera artificiosa incrementen los costos laborales.

«Políticas de controles de precios y salarios no reducen pobreza, la agravan. Demagogos las proponen, ignorantes las aceptan.»[3]

Otra máxima de fundamental importancia. La idea popular es evitar que los precios suban. Hay, no obstante, que aclarar aquí cierta ambigüedad en la terminología que puede llamar a confusión. Los salarios también son precios. Es otra forma de designar al ingreso del empleado. Con el vocablo «salario» simplemente se distingue la entrada monetaria del empleado de la que obtiene su empleador. La diferenciación es útil también a los fines académicos, ya que otra discrepancia en lo netamente económico es los disímiles tipos de controles que ambos sufren. La política popular (y muchos economistas) determina que debe evitarse que los ingresos de los empleadores crezcan, porque creen que si así sucede los salarios de los trabajadores bajarían. Ya hemos aclarado muchas veces que esta idea es un gravísimo error.

“Dos vías para crear empleos, la falsa: más gas­to público, la verdadera: menos impuestos y regulaciones. Trabajo infantil no se reduce por decreto ni pro­hibición, sino con más inversión y mejores em­pleos a los padres.»[4]

Y debe agregarse, por supuesto como ya se lo hizo antes, la inversión en capital. Sin estas herramientas fundamentales el nivel de empleo de ninguna manera puede aumentar, si es que estamos hablando del empleo real. En otro caso, el empleo puede crecer artificialmente en alguno que otro sector. Pero, utilizando políticas económicas ajenas a las recomendadas, el aumento del empleo será sectorizado, y siempre a costa de un mayor desempleo en otros ámbitos de la economía. En distintas palabras, en el campo laboral también debe regir libremente la ley de la oferta y la demanda.

«Entre más programas gubernamentales para ayudar a los pobres, aparecen más pobres. Pobreza no se reduce con programas guberna­mentales ni con más impuestos sino con más inversión, que florece con bajos impuestos.»[5]

Esos programas, en Argentina conocidos como «planes sociales» u otras denominaciones análogas, tienen los mismos efectos que los descriptos en la cita. El dinero para otorgar esos «planes» sale del peculio de los contribuyentes -ya sean estos de hecho o de derecho- lo que significa que, incluso aquellos que serán los destinatarios finales del «plan» también son expoliados por el gobierno vía menor nivel de bienes a su disposición. Es decir, se termina perjudicando a quienes se quisieron «ayudar». Además de los otros efectos nocivos, como el incentivo al parasitismo por parte de los «beneficiados» supuestos.

«La mejor forma de ayudar a los pobres es difun­dir políticas económicas que reducen su núme­ro y denunciar las que los aumentan.»[6]

Lo que sucede es que, sobre todo, en lugares donde campea la ignorancia sobre la sana economía, suele creerse (a veces de buena fe) que la «mejor» forma de ayudar a los pobres es dándoles simplemente lo que necesitan. Es aquí donde son muy necesarias las recetes del autor en comentario sobre la buena educación económica que les permita a todos poder distar entre la sana economía y la malsana.

«Gasto social que no incentiva creación de em­presas que generen empleos productivos, no reduce pobreza ni desempleo.»[7]

Posiblemente se trate de un caso de ambigüedad en la redacción, por el cual podría entenderse que habría «algún» gasto social que pudiera incentivar la «creación de empresas». No es así. El gasto social no solamente no puede estimular la creación de empresas sino el efecto exactamente contrario. Lo más probable es que el autor hubiera querido decir esto: que ningún gasto social puede ni podrá jamás alentar el nivel de empleo productivo, pero si el improductivo, lo cual es más exacto de expresar.

«El círculo perverso de la miseria: pobreza, popu­lismo para combatirla, más votos de pobres a populistas, más pobreza, más populismo.»[8]

Este círculo se rompe solamente con mayor y mejor educación económica. Muchos autores suelen enfatizar solamente la palabra «mayor» olvidándose lo de «mejor. Por “mejor» emitiendo aquella parte de la economía que enseña el camino correcto de la prosperidad y de la baja de la pobreza. Esto es lo que precisamente hace la Escuela Austríaca de Economía, cuya divulgación me parece fundamental.

[1] Luis Pazos. Educación económica contra demagogia electorera, Centro de Investigaciones Sobre la Libre Empre­sa, A.C. (CISLE) (Del libro Políticas Económicas). pág. 8

[2] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 8

[3] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 9

[4] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 9

[5] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 9

[6] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 9

[7] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 9

[8] Luis Pazos. Educación económica…ob. cit. Pag. 9

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.