¿DONDE ESTÁ EL PRIMER MUNDO?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

No hace tanto tiempo que podía ponerse como ejemplo lo que se denominaba “primer mundo”, el cual esencialmente se basaba en el respeto recíproco. Sus marcos institucionales respetuosos del derecho de cada cual, su economía floreciente sustentada en reglas claras y permanentes, su cultura arraigada en valores y principios compatibles con una sociedad abierta eran un mojón de referencia para los desordenados y patéticos sistemas tercermundistas que, como los definió Cantinflas, eran “un mundo de tercera”. Lo siguen siendo ahora solo que en lugar de tomar como referencia a las naciones civilizadas, resulta que éstas dejaron de ser civilizadas para convertirse en sociedades que han renunciado a sus conductas tradicionales para imitar en una medida creciente a las tribales.

 

Recuerdo del desagrado de muchos cuando hace años escribí que Estados Unidos se estaba “latinoamericanizando” en el peor sentido de la expresión. Pues bien, vean hoy el patoterismo del primer mandatario y su xenofobia que se monta sobre un gasto público gigantesco que anuncia que incrementará exponencialmente, el tamaño del déficit fiscal que se inflará por las nuevas políticas, la deuda gubernamental astronómica que excede el cien por ciento del producto, el militarismo que el novel presidente pregona que intensificará, sus improperios contra la prensa y sus enfados contra la Justicia, su forma prepotente en el que piensa manejar el comercio internacional en el contexto de las trifulcas que provoca con otros países, al tiempo que promueve enfáticamente su buena relación con en régimen mafioso ruso.

 

En Europa aparecen partidos políticos que por el momento son electoralmente minoritarios pero preocupa en grado sumo su influencia en las ideas que prevalecen, cuyos exponentes de mayor significado son en Francia el Frente Nacional, en Inglaterra el Partido Independiente del Reino Unido (que ha influido en gran medida en la opinión nacionalista que condujo al Brexit), en Alemania el Partido Alternativa para Alemania, en Dinamarca el Partido del Pueblo Danés, en Suecia los Demócratas Suecos, en España Podemos, en Austria el Partido de la Libertad, en Grecia el Amanecer Dorado, en Italia la Liga del Norte y en Hungría el Movimiento por una Hungría Mejor. Por su parte, las burocracias y las consiguientes regulaciones de la Unión Europea van a contracorriente de lo inicialmente ideado.

 

A todo esto cabe agregar un Papa que con razón se preocupa por los inmigrantes, sin percatarse que se fugan de sus países en gran medida por las políticas que él mismo recomienda como la antítesis de marcos institucionales compatible con mercados abiertos y competitivos que sacan a las personas de la pobreza (de lo que va quedando poco en el llamado mundo libre, también debido a las recetas estatistas a las que este Papa adhiere).

 

Lejos ha quedado el clima de concordia en el que las personas se ubicaban donde lo consideraban mejor sin permisos, sin pasaportes y sin cargas tributarias espeluznantes que convierten a los ciudadanos en esclavos de gobiernos teóricamente encargados de protegerlos, en un contexto de persecuciones que arrasan con el secreto bancario y que tratan a las personas decentes como delincuentes.

 

Hay sin embargo otros lugares donde florecen aspectos que contrastan con lo dicho como Singapur y los países nórdicos que están abandonando precipitadamente el socialismo y, sobre todo, deben tenerse muy presentes todas las entidades en muy diversas partes del mundo, incluso en las decadentes, que llevan a cabo tareas colosales en defensa de la libertad y la dignidad humanas a través del estudio y la difusión de la corriente de pensamiento liberal. Nunca será suficiente el reconocimiento a estas instituciones donde profesionales se desviven en la antedichas faenas nobles que incluyen la publicación de libros, ensayos y artículos sumamente didácticos y esclarecedores. En esas personas están cifradas las esperanzas de una reacción potente frente a tanto desmán de un Leviatán desbocado que todo lo atropella a su paso.

 

Solo a través del debate abierto de ideas es que puede mejorarse la marca de una vara que por el momento está en el subsuelo. Levantar la vara es tarea de todos los que pretenden que se los respete, no importa a que se dediquen. Como hemos reiterado, no es admisible que las personas actúen como si estuvieran en una enorme platea mirando que sucede en el escenario, todos estamos en el escenario y debemos contribuir a lo que estimamos es mejor.

 

Muchas son las causas de la decadencia, no podemos hablar de todo al mismo tiempo pero tal vez podamos centrar la atención en un aspecto clave. Como ya hemos escrito mucho sobre las falacias grotescas del adefesio nacionalista, esta vez ponemos la mira en otro ángulo que puede aparecer como colateral a primera vista pero que subyace en el equipo de los gobernantes que venimos comentando como la raíz de otros malentendidos. Se trata de la manía de buscar “grandes hombres” o “héroes”.

 

La historia está plagada de actos vandálicos y, lamentablemente, se toma a los inspiradores de semejantes estropicios como benefactores de la humanidad. En las plazas de muchas de las grandes ciudades se fabrican estatuas de guerreros blandiendo sables como ejemplo malsano para las juventudes. No pocos himnos de países variopintos exaltan el tronar de cañones y pretenden convertir en loable al salvajismo mas cavernario, siempre en defensa de una mal entendida libertad, en la práctica, maltrecha, denostada y denigrada por los bufones del momento.

 

Hay obras que encierran el germen de la destrucción de las libertades individuales como el “superhombre” y “la voluntad de poder” de Nietzsche o “el héroe” de Thomas Carlyle. Este último, en su célebre conferencia en Londres del 22 de mayo de 1840 -si bien en conferencias anteriores aludía al mismo tema- estima que “puede reconocerse como el más importante entre los Grandes Hombres aquél a cuya voluntad o voluntades deben someterse los demás […] es resumen de todas las figuras del Heroísmo […] toda dignidad terrena y espiritual que se supone reside para mandar sobre nosotros, enseñarnos continua y prácticamente, indicarnos que tenemos que hacer día tras día, hora tras hora”.

 

Difícil resulta concebir una visión de más troglodita, de más baja estofa y de mayor renunciamiento a la condición humana y de mayor énfasis y vehemencia para que se aniquile y disuelva la propia personalidad en manos de forajidos, energúmenos y megalómanos que, azuzados por poderes omnímodos, se arrogan la facultad de manejar vidas y haciendas ajenas.

 

Este tipo de razonamientos y propuestas inauditas son los que dieron píe a los Hitler de nuestra época. De las ideas de Carlyle, eso dice Ernst Cassirer, el filósofo político, autor de numerosas obras, ex Rector de la Universidad de Hamburgo y profesor en Oxford, Yale y Columbia: “los primeros indicios del misticismo racial”, “una defensa abierta al militarismo prusiano” y “la divinización de los caudillos políticos y una identificación del poder con el derecho”. Por su parte c, consigna en su prólogo a la obra que reúne las seis conferencias de Thomas Carlyle sobre la heroicidad que “los contemporáneos no lo entendieron, pero ahora cabe una sola y muy divulgada palabra: nazismo […] escribió que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan […] abominó de la abolición de la esclavitud […] declaró que un judío torturado era preferible a un judío millonario”.

 

La manía del héroe y el líder indefectiblemente conducen a la prepotencia y al abuso de poder y, finalmente, al cadalso. Por eso resulta tan pernicioso que se les enseñe a estudiantes la historia como una narración bélica con elogios y salvas para la guerra y los guerreros, cuando no deben memorizar los pertrechos de cada bando sin entender el porqué de tanta trifulca. Lamentablemente, es cierto que la historia está colmada de hechos violentos pero enseñarla como algo glorioso, un hito y algo que debe ser venerado y objeto de admiración resulta sumamente destructivo y una buena receta para perpetuar y acentuar el mal.

 

Cada uno debe constituirse en líder de si mismo. Los caudillos y tiranuelos que son aclamados como líderes no hacen más que expropiar lo más preciado que posee el ser humano, cual es el uso de su libre albedrío para la administración de su propio destino al realizar sus potencialidades únicas e irrepetibles. Dice la primera acepción de héroe en el Diccionario de la Real Academia Española: “Entre los antiguos paganos, el que creían haber nacido de un dios o una diosa y de una persona humana, por lo cual le reputaban más que hombre y menos que dios”. Si bien es cierto que hay otras acepciones, la expresión de marras está teñida de un pesado tufillo a guerra, sangre, batalla, violencia y ferocidad.

 

Las inmundicias de los Stalin, Pol Pot, Mao, Hitler y Mussolini de este planeta son consecuencia de las alabanzas al “hombre fuerte” en el poder, para los que se tejen todo tipo de cánticos que rebalsan en referencias a lo heroico y grandioso a cuales les siguen personajes detestables apoyados en el voto popular tales como los Perón, Trujillo, Stroessner, Pérez Jiménez, Somoza y Rojas Pinilla que, si los dejan, se ponen a la altura o incluso superan en saña a sus maestros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, solo hay la opción entre la democracia y la dictadura, no importa de que signo sea y, éstas últimas, están siempre paridas de libros, artículos y conferencias que ensalzan al héroe como el mandamás de las multitudes.

 

Paul Johnson en Commentary de abril de 1984 (pag.34) relata uno de los casos en que se trata como héroe a un canalla “en las Naciones Unidas en ocasión de la visita oficial de Idi Amin, presidente de Uganda, el primero de octubre de 1975. Para esa fecha ya era un notorio asesino serial de una crueldad indescriptible; no solo había liquidado personalmente algunas de sus víctimas sino que las desmembraba y preservaba partes de las anatomías para consumo futuro: el primer caníbal con refrigerador […] A pesar de ello fue electo presidente de la Organización para la Unidad Africana y, en esa capacidad, fue invitado a dirigirse a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Su discurso fue una denuncia a lo que denominó “la conspiración zionista-nortemericana” contra el mundo y demandó no solo la expulsión de Israel de las Naciones Unidas sino su ´extinción´ […] La Asamblea le brindó una ovación de pie cuando llegó, lo aplaudieron periódicamente en el transcurso de su discurso y, nuevamente, se pusieron de píe cuando dejó el recinto. Al día siguiente el Secretario General de la Asamblea [Kurt Waldheim] le ofreció una comida pública en su honor”.

 

¡Que lejos estamos del principio jeffersoniano en cuanto a que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” y que cerca de los megalómanos “constructores de naciones” si nos guiamos por lo que ocurre hoy en Estados Unidos y en Europa que cada vez se parecen más a caudillos latinoamericanos en cuyos discursos incendiarios siempre todo comienza cuando ellos llegan.

 

En resumen, al interrogante que planteamos en el título de esta nota sobre donde está el primer mundo, la respuesta es que no está, se esfumó debido al triunfo de las ideas estatistas, lo cual no significa para nada que esa desaparición resulte permanente, pueden surgir otros países con ideas liberales y/o pueden revertir sus políticas los que hoy se hunden en el marasmo del nacionalismo colectivista…todo depende de lo que seamos capaces de hacer cada uno de nosotros todos los días.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Hipocresía y política

Por Alberto Benegas Lynch. Publicado el 29/11/12 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7570

Nos estamos refiriendo a la carrera electoral y no a la ciencia política tal como lo manifiesta José Nicolás Matienzo en su tratado de derecho constitucional. Este es el sentido del pensamiento de Hannah Arendt cuando escribe que “Nadie ha puesto en duda que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie, que yo sepa, ha contado a la veracidad entre las virtudes políticas”. Incluso el común de los mortales tiende a justificar las mentiras de los políticos cuando se resigna y exclama “y bueno, es político”. No hay ciudad en la que no aparezcan grandes carteles de políticos en campaña afirmando entre amplias sonrisas que ahora todo será distinto, que esta vez “habrá justicia y seguridad y se eliminará la corrupción”. Esto me recuerda una frase que invito a los lectores a que conjeturen quien puede ser el autor antes de que revele el nombre correspondiente: “Donde no se obedece la ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando este país. La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas”. ¿De quien es esto, dicho y escrito en letras de molde? Pues nada menos que de Al Capone en entrevista publicada en la revista Liberty el 17 de octubre de 1931, lo cual pone al descubierto cierto paralelo con lo que venimos diciendo.

Por esto es que toda la tradición liberal desconfía grandemente del poder y apunta al establecimiento de severos límites al Leviatán  “al efecto de que haga el menor daño posible” como nos dice Karl Popper al oponerse a la visión ingenua y sumamente peligrosa del “filósofo rey” de Platón. Por eso, en esta instancia del proceso de evolución cultural, es que el liberal permanentemente propone nuevas vallas al poder que siempre se intentan sortear por parte de los gobernantes. Por todo esto es que Ernst Cassirer sostiene que nunca se llegará a una instancia definitiva en política y que “los politólogos del futuro nos mirarán tal como hoy mira un químico moderno al un alquimista de la antigüedad”. Pero se suele caer en la trampa y confiar en los políticos una y otra vez, es como aconsejaba el periodista inglés Claud Cockburn: “no creas nada hasta que no haya sido oficialmente desmentido”.

En realidad todo el problema surge porque se piensa que es más fácil que los gobernantes dirijan las vidas y manejen las haciendas de los gobernados en lugar de dejar que cada uno lo haga por si mismo en un proceso de coordinación espontánea en el que se respeta el conocimiento fraccionado y disperso en lugar de concentra ignorancia en ampulosas juntas de planificación estatal. Salvando las distancias, también resulta contraintuitivo lo que asevera Meiklejohn en su tratado de literatura inglesa de 1928 cuando explica que es más fácil escribir poesía que hacerlo en prosa, a pesar de que al lego le parezca que es como decir que es posible correr antes de aprender a caminar. El verso es lo primero que apareció en la historia de la literatura puesto que no solo es más sencillo de retener al efecto de trasmitir de boca en boca sino que era lo que primero servía para animar fiestas y alegrar las calles, además de lo que señala Borges en cuanto a que es más fácil debido a que se coloca el texto en una métrica y no se larga al vacío en una cadencia sin reglas fijas (mil años antes de Cristo los escritos atribuidos a Homero están estampados en forma de poesía, incluso antes de que la Biblia comenzara a componerse después del cautiverio de Babilonia).

A pesar de que se repiten los estrepitosos fracasos del socialismo, sigue en pie la triada Antonio Gramsci (sobre educación), Edward Bernstein (sobre los procesos electorales) y Rosa Luxemburg (sobre la aplicación a nivel internacional). A pesar de ello, sigue vigente la influencia de Sorel con su sindicalismo intimidatorio y violento y de Jacques Maritain con su cristianismo crítico de la institución de la propiedad privada y sus denuestos al capitalismo y a la tradición de pensamiento liberal.

Tal vez pueda ilustrarse la hipocresía a la que aludimos con un par de ejemplos de estos tiempos y referidos a un mismo asunto para no abundar en otros casos también de resonancia mundial. Acaba de salir a la luz que el general de la policía Mauricio Santoyo Velazco era narcotraficante mientras actuaba como jefe de seguridad de Álvaro Uribe quien, como presidente colombiano, se enfrentó en encarnizadas trifulcas con las mafias de las drogas, y el general Hugo Banzer, mientras ejercía la presidencia de Bolivia y recibía cuantiosos fondos del gobierno estadounidense para combatir las drogas, era narcotraficante junto a su hermano e hijastro.

El problema de las hipocresías políticas es que se intentan disimular por medio de las reiteradas e incondicionales alabanzas de los cortesanos que suelen rodear al poder. En este sentido, es oportuno citar a Erasmo quien se preguntaba “¿Qué os puedo decir que ya no sepaís de los cortesanos? Los más sumisos, serviles, estúpidos y abyectos de los hombres y, sin embargo, quieren aparecer en el candelero”. No resulta tarea sencilla el penetrar en las espesas capas de los alcahuetes que adulan a los gobernantes debido a la prédica autoritaria que acepta que los políticos en campaña halagan a los votantes potenciales pero cuando asumen tratan a los gobernados como si fueran sus empleados en lugar de comprender que el asunto es exactamente al revés, situación que abre las puertas a la hipocresía y al engaño permanente.

En el teatro, la música, la literatura y el cine hay infinidad de ilustraciones sobre este problema. Mozart expresó los abusos del poder en Las bodas de Fígaro de Beaumarchais (puesto preso por el rey y censurada su obra) y Hernich Böll describió magníficamente el doble discurso en Opiniones de un payaso. Es bueno repasar el eje central de la producción cinematográfica de Woody Allen titulada Zelig al efecto de comprobar la técnica genuflexa de adaptarse a todas las circunstancias con un abandono total de valores y principios. Pero es que en esta instancia del proceso de evolución cultural la política debe sustentarse en los cambiantes gustos de las mayorías circunstanciales, por eso es que Ortega y Gasset consignó en el sexto tomo de El espectador que “No hay salud política cuando el gobierno no gobierna con la adhesión de las mayorías sociales. Tal vez por esto la política me parece siempre una faena de segunda clase”. Y es que el consiguiente y persistente zigzagueo de los políticos hace que autores como Guillermo Cabrera Infante escriba que “la política es una de las formas de amnesia”.

Y como apunta Murray Rothbard, resulta por lo menos ingenuo -en verdad muy tonto- el afirmar que “el gobierno somos todos, en cuyo caso deberíamos sostener que los judíos no fueron asesinados por los nazis sino que se suicidaron en masa”. Por su parte, en su magnífica obra El mediterráneo Emil Ludwig escribe que “Las obras de la mente y del arte sobreviven a sus creadores, pero las acciones de los reyes y estadistas, papas, presidentes y generales cuyos nombres llenan algunos períodos de la historia, perecen con sus autores o poco después de ellos”.

Estimamos que lo primero para mitigar y atenuar el problema de los políticos consiste en abandonar el absurdo y rastrero trato de “excelentismo” y “reverendísimo” a quienes ocupan circunstancialmente el gobierno lo cual tiende a invertir los roles de empleado-empleador y, en segundo lugar, ejercitar las neuronas al efecto de introducir nuevos y renovados límites para evitar los atropellos del Leviatán y exigir transparencia en los actos de gobierno y auditoría de su gestión en el contexto de marcos institucionales que aseguren y garanticen las autonomías individuales de los gobernados. Se trata de una faena permanente puesto que como han dicho y repetido los Padres Fundadores en Estados Unidos “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”. Todo esto mientras continúan los debates sobre otros paradigmas referidos a la pretendida refutación de los argumentos convencionales sobre los bienes públicos, el dilema del prisionero y el significado de la asimetría de la información, puesto que nunca se llegará a una meta final en lo que es un intrincado proceso de corroboraciones siempre provisorias.

En todo caso debe subrayarse que en esta instancia del proceso de evolución cultural los ejes centrales de la República son la protección al derecho (más conocida como igualdad ante la ley) y la alternancia en el gobierno, puesto que la llamada división horizontal de poderes se torna en algo sumamente gelatinoso cuando ha avanzado lo suficiente el espíritu autoritario: los tres poderes tiene iniciativa propia en cuanto a la liquidación de la sociedad abierta y las informaciones y trasparencia de los actos de los integrantes del aparato estatal se convierten en una mera contienda de estadísticas y hechos falsos.

Es de esperar que las verdades sobre los abusos de poder surjan sin tapujos pues como reza el dicho popular “no se puede tapar el sol con la mano”, que para decirlo en forma mucho más poética lo cito a Pablo Neruda (aunque no es mi referente favorito, especialmente por sus cantos de admiración al asesino Stalin): “se podrán cortar todas las flores, pero no se podrá detener la primavera”.

A diferencia de Neruda y Bertolt Brecht que abdicaron de su dignidad para rendirle pleitesía al criminal de marras, Ossop Mandelstam murió en cautiverio en un campo de concentración soviético por haberse plantado con un poema que en parte reza así: “Una chusma de jefes de cuellos flacos lo rodea/infrahombres con los que él se divierte y juega/Uno silva, otro maulla, otro gime/Solo él parlotea y disctamina/Forja ukase tras ukase como herraduras/A uno en la ingle golpea, a otro en la frente, en el ojo, en la ceja”. Desde este pequeño rincón le rindo sentido homenaje a este poeta de ejemplar coraje moral que puso en evidencia una de las tantas hipocresías que rodean a los tristemente célebres megalómanos de todos los rincones del planeta.

Que gran paradoja (por no decir que gran estupidez) resulta -dice Spencer en El exceso de legislación- que se siga confiando en los aparatos de la fuerza cuando, por un lado, son deficientes en la administración de la justicia y más bien atacan a las personas eficientes y, por otro, se observa que los privados y no los burócratas son los responsables de todas las innovaciones en la agricultura, en la industria, en los seguros, de haber surcado mares, de haber comunicado lugares remotos, de la electricidad, de la refrigeración, de las artes, de la música, de las arquitecturas colosales, de los avances en la medicina, la alimentación y tantas otras maravillas. Tiene razón Alberdi cuando escribe sobre el gran empresario William Wheelwright que las estatuas, los nombres de calles y similares no deberían estar dedicados a militares y gobernantes que poner palos en la rueda y, en su lugar, instalar las estampas de pioneros-empresarios, es decir, creadores de riqueza (y combatir a los que se disfrazan de empresarios pero, por ser amigos del poder, amasan fortunas fruto del privilegio y la explotación de consumidores incautos).

Solo las ideas compatibles con una sociedad abierta permiten el progreso moral y material, de allí la importancia de la educación. Por eso resulta tan ilustrativo (y conmovedor) lo dicho por Paul Groussac refiriéndose al destacado argentino José Manuel Estrada: “Lo que él ha sido y ha querido ser, por excelencia, es un profesor, un conductor de almas y excitador de espíritus”. Por otra parte, en la época de la masiva carnicería humana parida en tierras stalinistas y copiada con entusiasmo en Alemania, Sophie Scholl, a los 22 años de edad, cuando iba en camino al patíbulo para ser decapitada por haber establecido el movimiento anti-nazi Rosa Blanca, se preguntaba en voz alta “¿cómo puede esperarse que el bien prevalezca cuando prácticamente nadie se entrega al bien?”

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.