VIKTOR FRANKL: LOGOTERAPIA EN LA VIDA MODERNA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Se conoce como la Tercera Escuela Vienesa de Psicoterapia la contribución de Frankl, siendo la primera la de Freud y la segunda la de Adler. En esta nota periodística intentaré resumir los aspectos centrales de la logoterapia y conexos en base a citas de su fundador tomadas de su Psycotherapy and Existencialism (Londres, Simon and Schuster, 1967) donde se recogen los ensayos de mayor peso de Frankl. Procederé en cuatro capítulos comenzando con citas del autor de la referida obra, seguidas de elaboraciones personales.

 

En primer lugar, el significado de la logoterapia. Escribe Frankl que “Logoterapia se ocupa no solamente de ser sino del significado, no solo con el ontos sino con el logos […] En otras palabras, la logoterapia no solo es análisis sino terapia […] es mi convicción que el hombre no debe, en verdad no puede, apuntar a la identidad de un modo directo, más bien encuentra su identidad en la medida en que se compromete en una causa más grande que su persona. Nadie lo ha puesto de un modo más claro que Karl Jaspers cuando dijo: ´Lo que el hombre es equivale a una causa que la ha convertido en propia´ […] El sentido de la vida no debe coincidir con lo que es, el sentido o significado tiene que estar delante de lo que es. El significado marca el camino para el ser”.

 

Frankl subraya la importancia de contar con ideales (lo cita a Ludwig Binswagner quien sostiene que “los ideales son la verdadera causa de supervivencia”).  Remarca que el actualizar las potencialidades en busca del bien es lo que abre paso a la felicidad. El mal naturalmente hace mal.

 

Tal como se ha señalado en diversas oportunidades, todos actuamos en nuestro interés personal el cual podrá ser sublime o ruin. En definitiva constituye una perogrullada sostener que está en interés del sujeto actuante actuar como actúa. También cabe recalcar que siempre apunta a lo que estima lo hará más feliz, ya se trate de un masoquista, un suicida o un acto corriente de los que se llevan a cabo cotidianamente.

En última instancia entonces todos los actos se basan en la conjetura de que lo realizado proporcionará más felicidad, lo cual no significa que en realidad esto ocurra: la persona en cuestión puede o no percibir el error después de llevada a cabo la acción pero la felicidad no es escindible del bien en el sentido de la incorporación de valores que alimenten el alma. Naturalmente el mal objetivamente considerado aleja de la felicidad por más que se lo pueda malinterpretar subjetivamente puesto que las cosas son independientemente de lo que se opine que son, de lo contrario caeríamos en el relativismo epistemológico (que convierte en relativa la propia afirmación del relativismo), lo cual no contradice el hecho  de la interpretación subjetiva (el prefiero o no prefiero, me gusta o no me gusta).

La vida está conformada por una secuencia de problemas de diversa índole, lo cual naturalmente se desprende de la condición imperfecta del ser humano. La ausencia de problemas es la perfección, situación que, como es bien sabido, no está al alcance de los mortales. Además, si los seres humanos fueran perfectos no existirían ya que la perfección -la suma de todo lo bueno- es posible solo en un ser (la totalidad de los atributos no pueden residir en varios).

De más está decir que el asunto no consiste en buscarse problemas sino en mitigarlos en todo lo que sea posible, al efecto de encaminarse hacia las metas que actualicen las potencialidades de cada uno en busca del bien ya que, como queda dicho, las incorporaciones de lo bueno es lo que proporciona felicidad. De todos modos, el estado de plenitud no es posible en el ser humano, se trata de un tránsito y una búsqueda permanente que exige como condición primera el amor al propio ser, cosa que no solo no se contradice con que ese cuidado personal apunte a la satisfacción de otros sino que es su requisito indispensable puesto que el que se odia a si mismo es incapaz de amar a otro debido a que, de ese modo, renuncia al gozo propio de hacer el bien.

El bien otorga paz interior y tranquilidad de conciencia que permiten rozar destellos de felicidad que es la alegría interior sin límites, pero no se trata solo de no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. En el contexto de la visión de Frankl, se trata de actuar como seres humanos contestes de la enorme e indelegable responsabilidad de la misión de cada uno encaminada a contribuir aunque más no sea milimétricamente a que el mundo sea un poco mejor respecto al momento del nacimiento, siempre en el afán del propio mejoramiento sin darle descanso a renovados proyectos para el logro de nobles propósitos.

Los estados de felicidad siempre parciales por las razones apuntadas, demandan libertad para optimizarse ya que esa condición es la que hace posible que cada uno siga su camino sin que otros bloqueen ese tránsito ni se interpongan en el recorrido personalísimo que se elija, desde luego, sin interferir en idénticas facultades de otros. Como veremos más abajo, en la perspectiva de Frankl los atropellos del Leviatán necesariamente reducen las posibilidades de felicidad, sea cual fuera la invasión a las autonomías individuales y siempre debe tenerse en cuenta que los actos que no vulneran derechos de terceros no deben ser impedidos ya que la responsabilidad es de cada cual. Nadie deber ser usado como medio para los fines de otros.

Voltaire, en uno de sus reflexiones se pregunta si no será más feliz alguien que no se cuestiona nada ni intenta averiguar tema alguno sobre las cosas ni siquiera sobre su propia naturaleza y concluye que esto último es compatible con el estado de satisfacción del animal no racional y no es propio de un ser humano. Esto no desconoce que todos somos muy ignorantes, que desconocemos infinitamente más de lo que conocemos, pero se trata del esfuerzo por mejorar, por la autoperfección según sean las posibilidades y las circunstancias por las que atraviesa cada uno, se trata de la faena de incorporar algo más de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que nos desenvolvemos para así honrar nuestra condición humana.

En resumen,  la imperiosa necesidad de contar con proyectos nobles y de mantener la brújula, no significa tomarse demasiado en serio y perder el sentido del humor, especialmente la saludable capacidad de reírse de uno mismo. En este sentido, conviene tener presente la sentencia de Kim Basinger: “Si lo quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” y también la sabia reflexión de quien fuera mi entrañable y queridísimo amigo José Ignacio García Hamilton en cuanto a que “lo importante no es lo que a uno le sucede, sino como uno administra lo que le sucede”. De cualquier manera, en línea con la conclusión aristotélica, Pascal afirma con razón que “todo hombre tiene a la felicidad como su objetivo; no hay excepción”, el secreto reside en no equivocar el rumbo y distinguir claramente la huella del pantano.

La segunda parte en este resumen que mencionamos en las conclusiones del doctor Frankl alude, como anticipamos, a la sociedad abierta. Escribe este autor en la obra citada que “Prefiero vivir en un mundo en el que el hombre tiene el derecho de elegir, aun si se trata de elecciones equivocadas, mejor que un mundo en el que no le está permitido al hombre elegir […] Prefiero este mundo al mundo de total, o totalitario conformismo y colectivismo en el que el hombre está rebajado y degradado a un mero funcionario del partido o del estado”.

Efectivamente la sociedad libre constituye condición necesaria para las realizaciones personales sin interferencias de mandones que pretenden administrar vidas y haciendas ajenas, lo cual no solo extermina psicológicamente a las personas sino que destruye toda posibilidad de bienestar material. Como es sabido, Frankl vivió la experiencia en campos de concentración nazis de modo que conoce el extremo del espíritu totalitario, pero apunta que no es necesario llegar a esas acciones criminales para producir daños morales y materiales en la medida en que los aparatos estatales se exceden de sus misiones de resguardar y garantizar los derechos individuales.

La tercera parte de lo que estimamos es el eje central de la propuesta de Frankl consiste en su crítica de la mal llamada enfermedad mental. Así escribe en el libro referido que “La búsqueda de significado o sentido a la vida no es patológica, pero más bien un signo inequívoco de la condición humana […] Tradicionalmente el clínico no está preparado en nada que se salga de los términos médicos. Por tanto está forzado a considerar el problema como algo patológico. Más aun, induce a su paciente a interpretar que está enfermo y que debe curarse en lugar de ver que se trata de un desafío que debe encararse”.

En esta misma línea argumental Thomas Szasz explica en The Myth of Mental Illness que la patología enseña que la enfermedad se traduce en lesión de órganos, tejidos o células pero que las ideas y los comportamientos no pueden estar enfermos, lo cual no pretende desconocer problemas químicos, en los neurotrasmisores o en la sinapsis lo cual es muy distinto. Sostiene Szasz que es un abuso inaceptable el considerar enfermos a quienes tienen comportamientos que el resto no aprueba, situación que no descarta la persuasión al efecto de eventualmente modificar conductas o las medicaciones en caso de referirse a problemas físicos pero no mentales. En este contexto es de interés prestar atención al título metafórico de Erich Fromm: La patología de la normalidad.

La cuarta y última sección de nuestro esquema telegráfico se dirige al libre albedrío. En este sentido Viktor Frankl (1905-1997), siempre en el libro de marras, enfatiza que “En realidad hay dos clases de personas que mantienen que su albedrío no es libre: los pacientes esquizofrénicos que sufren de la ilusión que su voluntad es manipulada y que sus pensamientos están controlados por otros y con ellos están los filósofos deterministas”.

Antes he consignado aspectos que hacen a este problema que ahora sintetizo. John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual, lo cual es propio del materialismo, naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck en este contexto quien afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad”.

 

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir en Neurociencia y filosofía del hombre que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´, pues soy yo quien saluda con calor mediante un apretón de manos”. En este sentido junto a otros colegas (como Maxwell Bennett y Peter H. Hacker) se lamenta de que la literatura neurocientífica acuda con demasiada frecuencia a expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´, porque atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc., simplemente no tiene sentido […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

La tesis de esta cuarta y última parte pone en evidencia que una cosa son los estados de conciencia, la mente o la psique y otra el cerebro que aunque están íntimamente vinculados son diferentes tal como lo ilustra el título del libro en coautoría de Karl Popper y el antes mencionado Eccles: El yo y su cerebro.

 

En resumen, Victor Frankl ha revolucionado la ciencia con sus contribuciones de gran valía. Como queda dicho, la obra que comentamos contiene aspectos medulares de lo que han sido sus escritos que son muy numerosos y apreciados por calificados científicos modernos a pesar de ir a cotracorriente de la opinión por el momento dominante.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

LA CLAVE SON LOS INCENTIVOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Autores del calado de Harold Demsetz, Ronald Coase y Douglas North, han insistido en que buena parte del análisis económico y jurídico se basa en la calidad de los incentivos. En un sistema que potencia los buenos incentivos la gente da lo mejor de si, en cambio en un sistema donde los incentivos para mejorar son escasos o nulos la gente revela lo peor de si.

 

Lo realmente interesante de las contribuciones de la Escuela Escocesa es el haber combinado en un sistema de libertad, es decir, de respeto recíproco, el interés personal con el interés del destinatario de la acción. En este contexto cada uno para satisfacer su propio interés deben dirigir su atención a la satisfacción del interés de su prójimo, de lo contrario no pueden prosperar.

 

Este es el sentido de explicar como el comerciante para mejorar su patrimonio está obligado a la atención de las demandas de sus congéneres. Así es que el que da en la tecla obtiene ganancias y el que yerra incurre en quebrantos, “el cliente siempre tiene razón” es la máxima del buen empresario. De más está decir que esto no se aplica a los denominados empresarios prebendarios puesto que obtienen sus fortunas fruto de la explotación a sus semejantes como consecuencia de los privilegios obtenidos a raíz de sus alianzas con el poder político.

 

En el contexto de la libertad de mercados constituye un error aludir al “poder económico” ya que el poder reside en los consumidores. Si “el rey del chocolate” ofrece chocolate amargo cuando la gente reclama chocolate dulce tiene sus días contados como empresario y así sucesivamente en todos los reglones. Solo puede hablarse en rigor de poder económico cuando los mercados no son libres y por ende los patrimonios dependen del poder político de turno.

 

Tomemos un ejemplo pedestre: cuando los departamentos en propiedad horizontal son de cada cual el incentivo es la cooperación social en beneficio de todos, pero cuando es colectiva todos se pelearán hasta por el uso del jabón pues irrumpe “la tragedia de los comunes”. Hasta la forma de agradecerse recíprocamente frente a toda compra-venta es característica de mercados abiertos, mientras que las caras largas y los malos modos son el sello de transacciones coactivas.

 

Otro ejemplo tomado al azar, las certificaciones de calidad en la alimentación. Si la lleva a cabo el monopolio de la fuerza y se produce una intoxicación eventualmente se reemplaza a un funcionario por otro y todo sigue igual. Sin embargo, si la calidad la certifica el sector privado en competencia las auditorias cruzadas refuerzan la seguridad y si se produce un percance la marca que garantizaba calidad no solo debe indemnizar a las víctimas sino que desaparece del mercado ese emprendimiento. En esta instancia del proceso de evolución cultural, como faena prioritaria debe fortalecerse la Justicia en las estructuras gubernamentales (lo cual no excluye el soporte de árbitros privados para resolver litigios) pero no expandir las tareas estatales en áreas que no le competen en una sociedad abierta.

 

Por último para las acreditaciones de estudios primarios, secundarios y universitarios se aplica el mismo criterio señalado en cuanto a instituciones especializadas y academias en competencia por niveles de excelencia local e internacional, también en auditorias cruzadas en lugar de ministerios de educación (una función un tanto peculiar, como si educar pudiera imponerse desde el vértice del poder político en lugar de un proceso abierto de prueba y error). La politización queda marginada en el sistema libre y nunca sucederían casos como el argentino donde el ministerio de educación acreditó a la par de otras casas de estudio la llamada Universidad de las Madres de Plaza de Mayo que ha probado ser más bien un campo de entrenamiento de terroristas. Y no se trata de apuntar a tener “mandamases buenos” para la educación, se trata de abrir el sistema, es cuestión de incentivos.

 

Lo primero en este cuadro de situación es entender la naturaleza del interés personal sobre lo que ya he consignado en otra ocasión y ahora reitero parcialmente. Todos los actos se llevan a cabo por interés personal. En el lenguaje coloquial se suele hablar de acciones desinteresadas para subrayar que no hay interés monetario, pero el interés personal queda en pie. En verdad se trata de una perogrullada: si el acto en cuestión no está en interés de quien lo lleva a cabo ¿en interés de quien estará?

Estaba en interés de la Madre Teresa el cuidado de los leprosos, está en interés de quien entrega su fortuna a los pobres el realizar esa transferencia puesto que su estructura axiológica le señala que esa acción es prioritaria, también está en interés del asaltante de un banco que el atraco le salga bien y  también para el masoquista que la goza con el sufrimiento y así sucesivamente. Todas las acciones contienen ese ingrediente ya sean actos sublimes o ruines. Una buena o mala persona se define por sus intereses.

En esta línea argumental,  Erich Fromm escribe en Man for Himslef. An Inquiry into the Psychology of Ethics que “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo, no en la idea de que la virtud moral equivale al interés personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que la gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no están interesados lo suficiente en su yo”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma.

Es curioso pero en la interpretación convencional parecería que uno tiene que abdicar de uno mismolo cual constituye una traición grotesca a la maravilla de haber nacido. La primera obligación es con uno mismo y, además, si no hay amor propio no puede haber ningún tipo de amor hacia el prójimo. La persona que se odia a si misma es incapaz de amar a otro,  puesto que el amar al prójimo necesariamente debe proporcionar satisfacción al sujeto que ama.

Es sumamente interesante detenerse a meditar sobre la reflexión de Sto. Tomás de Aquino en la materia, así en la Suma Teológica afirma que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da, 2da, q. xxvi, art. iv).

En el amarás a tu prójimo como a ti mismo, la clave radica en el adverbio “como”. Hay solo tres posibilidades: que el amor sea igual, mayor o menor. Las dos primeras constituyen inconsistencias lógicas, por ende, se trata de la tercera posibilidad. En el primer caso, si fuera igual no habría acción alguna puesto que para que exista acción debe haber preferencia, la indiferencia,  en este caso la igualdad, no permite ningún acto. Si en un desierto hay una persona muriéndose de sed y tiene una botella de agua a la derecha y otra a la izquierda y se mantiene indiferente,  se muere de sed. Para no sucumbir debe preferir, esto es inclinarse más por una de las alternativas.

En segundo lugar, si se sostuviera que el amor al prójimo es mayor que el amor propio se estaría incurriendo en un sinsentido puesto que, como queda dicho, el motor, la finalidad de la acción, la brújula, el mojón y el punto de referencia es el interés personal lo cual define la acción que, por ende, no puede ser menor que el medio a que se recurre para lograr ese cometido. En consecuencia es siempre menor el amor al prójimo que a uno mismo. Esto incluso se aplica al que da la vida por un amigo: ese arrojo y esa decisión se lleva a cabo porque para quien entrega la vida por un amigo es un acto por él más valorado que cualquier otra acción altrernativa.

A veces se confunden conceptos porque aparecen problemas semánticos de peso. El interés personal no debe ser confundido con el egoísmo ya que esta última expresión significa que el medio que le satisface al sujeto actuante no está nunca fuera de su propio ser. De este modo, no es concebible para el egoísta la satisfacción y el bienestar de otros. El interés personal, sin embargo, abarca acciones cuyos medios para la satisfacción de quien actúa son también otros o incluso principalmente otros. En este sentido es pertinente recordar una reflexión de uno de los más destacados pensadores de la Escuela Escocesa del siglo xviii, Adam Ferguson, quien en su History of Civil Society afirma que “Por su parte, el término benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios; apunta a aquellos cuyos deseos las mueven a provocar el bienestar de otros”.

Otra expresión un tanto confusa y que además se traduce en una contradicción es la de “altruismo” si se la define con el ingrediente que señala el Diccionario de la Real Academia Española en cuanto a que consiste en la “complacencia en el bien ajeno aun a costa del propio”, materia que han explorado filósofos de fuste en distintas ocasiones. Hacer el bien a costa del propio bien hemos visto que resulta en un imposible puesto que quien hace el bien es porque prefiere esa conducta, es porque le hace bien, es porque le interesa proceder en esa dirección.

Desafortunadamente a veces se confunde el concepto de individualismo que significa ni más ni menos el respeto a las autonomías de cada uno y para nada el aislacionismo, por el contrario, suscribe con entusiasmo la cooperación libre y voluntaria entre las personas. En cambio, son los socialismos o los llamados comunitarismos colectivistas los que son aislacionistas al trabar vínculos entre las personas, desde las tarifas aduaneras mal llamadas “proteccionistas” y las infinitas intervenciones de los aparatos estatales entre partes que actúan de modo legítimo.

El interés personal y la autoestima apuntan a la felicidad de cada uno que es el objeto último de todos. Debe estarse muy en guardia de quienes alardean de “amor al prójimo” mientras proponen sistemas autoritarios que prostituyen la misma noción de amor y, en la práctica, fomentan el odio. También, como consigna Tibor Machan en su obra titulada Generosity,“Un acto de generosidad requiere como primer requisito la propiedad privada”, puesto que la beneficencia y la solidaridad demandan la entrega de lo que pertenece al donante, entregar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno es un asalto aunque pueda ser legal.

En cuanto a la generosidad sería interesante que los gobiernos abran una pagina pública en Internet que puede denominarse Registro de Genuina Solidaridad con los nombres de las personas y respectivos documentos de quienes donan voluntariamente en proporción a sus ingresos para ayudar al prójimo y no estar alardeando de “solidario” con recursos arrancados del vecino a través de los aparatos estatales. Todos somos pobres o ricos según con quien nos comparemos. No es coherente vociferar con que siempre son los otros los que tienen que dar.

En resumen, la maximización de incentivos de buena calidad se obtiene allí donde se respetan derechos de propiedad a los efectos de lograr la mejor dosis posible de cooperación social en el contexto de los respectivos intereses de las partes contratantes. Por eso es tan importante prestar debida atención a la tradición de pensamiento liberal. Lo propio se cuida, lo de todos no es de nadie. No se tira basura en el living de la propia casa, mientras que se suele arrojar en lo que es teóricamente de todos, por eso da tanto trabajo mantener limpio lo que se dice es de todos en cambio brillan los centros comerciales y los barrios cerrados o el inmenso territorio de Disney. Es un tema de incentivos y no de propaganda. Hay que despejar telarañas mentales.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid).

PETER PAN Y EL HOMBRE ENJAULADO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Desafortunadamente vivimos la época de la adoración a los aparatos estatales que todo lo abarcan, desde las relaciones comerciales, al deporte, casamientos y divorcios, el arte, los transportes, la comunicación, los sindicatos, los procesos educativos, la recreación y tantos otros ámbitos, mientras descuidan la seguridad y la justicia.

 

A esta altura del siglo xxi es hora de madurar y comprender que los espacios crecientes del adiposo Leviatán se traducen en disminuciones en las libertades de las personas. Peter Pan es un personaje de ficción que nunca creció, fabricado por el escritor escosés James Matthew Barrie en una obra estrenada en Londres en 1904. Esta inmadurez perpetua es lo que mantiene al hombre enjaulado,  es decir, privado de sus libertades.

 

En lugar del principio básico de la presunción de inocencia, se parte del principio de la presunción de sabiduría del gobernante y la ignorancia de la gente. Por el hecho de asumir funciones en el aparato estatal se estima que la persona se ha transformado en sabionda quien subestima a sus congéneres que no ocupan cargos oficiales. Una mutación en verdad asombrosa. Pero aun suponiendo que fuera así, esto en modo alguno justifica que la gente deba ser regenteada por los políticos en cuanto al manejo de sus vidas y sus haciendas. Constituye una falta de respeto, en todo caso si verdaderamente fueran sabiondos que compitan por vender sus servicios en el mercado.

 

En realidad aquel  procedimiento significa la concentración de ignorancia si es que hemos comprendido que el conocimiento,  por su misma naturaleza, está fragmentado y disperso en millones y millones de personas que con sus respectivas informaciones y talentos los transmiten a través de sus múltiples intercambios, lo cual es anulado cuando el planificador impone sus visiones desde el vértice del poder.

 

Lo más importante para entender la mente de los megalómanos es leer y releer un pensamiento clave de C. S. Lewis: “De todas las tiranías una ejercida para el bien de las víctimas suele ser la más opresiva. Puede ser mejor vivir bajo ladrones que hacerlo bajo la moral omnipotente de los otros. Los ladrones a veces descansan pero aquellos que nos tormentan para nuestro bien lo hacen sin descanso.” (God in the Dock).

 

Es realmente  notable los humos de los burócratas que se la creen en el sentido de su superioridad, pero como dice Erich Fromm “son débiles mentales puesto que necesitan del dominado para rellenar su esquelética personalidad” (en Man for Himself). No hay más que verlos como disfrutan de la foto y el micrófono, no por su solvencia moral sino por el apoyo de las botas que siempre están tras el poder político. El desbarranque es grande hoy en día, hasta las izquierdas le han dado la espalda a sus orígenes: el los inicios de la Revolución Francesa -antes de la contrarrevolución jacobina-  los que se sentaron a la izquierda del Rey era para significar que se oponían a los privilegios basados siempre en el uso de la fuerza, ahora resulta que las izquierdas pretenden aplastar con las botas los derechos de la gente a través de cúpulas hediondas.

 

En el entramado político hoy nos retrotraemos a las peores épocas de las monarquías absolutas en las que se consideraba que los derechos eran una gracia concedida por el autócrata del momento y no como la facultad de los seres humanos por el hecho de haber nacido y que constituyen su naturaleza y sus características como especies únicas de las conocidas que poseen libre albedrío y consecuentemente dignidad.

 

Del célebre pensamiento de los Padres Fundadores de Estados Unidos en cuanto a que “el mejor  gobierno es el que menos gobierna” hemos pasado a creer que “el mejor gobierno es el que más legisla” (y cuando un miembro del Parlamento no presenta la suficiente cantidad de leyes se considera que no cumple adecuadamente con su función). En este sentido, sería de interés que los integrantes del Poder Legislativo fueran como en sus inicios  honorarios como en la República de Venecia muchos cargos públicos porque trabajaban ad honorem mientras se dedicaban a su faenas particulares, pero actualmente se pegó lo de honorables mientras cobran dietas y convierten el Congreso en un gran negocio (y, a veces, un aguantadero para cubrir delitos de toda laya). Si se objetara la idea en base a posibles conflictos de intereses, habría que subrayar que no hay tal si se legisla para la generalidad centrado especialmente en el presupuesto y no como hoy se hace en todas direcciones.

 

Ya hemos consignado antes en línea con el pensamiento de Bruno Leoni (en La libertad y la ley) la propuesta de abrir de par en par la posibilidad de árbitros privados en el ámbito del Poder Judicial sin ninguna restricción ni regulación (incluso no necesitan ser abogados los participantes en las diversas instancias). También hemos subrayado el pasaje poco explorado de Montesquieu (en El espíritu de las leyes) aplicable al Ejecutivo en cuanto a que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” en consonancia con lo que luego destacó Karl Popper (en La sociedad abierta y sus enemigos) en su crítica a la noción del “filósofo rey” expuesta por Platón para poner en un primer plano las instituciones y en un segundo y muy relegado a las personas, al efecto de que “el gobierno haga el menor daño posible”. A lo que cabe agregar la idea debatida en la Asamblea Constituyente estadounidense en cuanto a la relevancia de contar con un Triunvirato en el Ejecutivo “para mitigar la idea presidencialista que se asemeja a los malsanos desvíos de una monarquía sin control”.

 

Si no usamos las neuronas para imaginar nuevos límites al poder político corremos el riesgo de que el planeta Tierra termine en un inmenso Gulag y paradójicamente en nombre de la democracia, una democracia desde luego falseada y convertida hoy en pura cleptocracia, es decir los gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida.

 

Es curiosa y alarmante la actitud pasiva de muchos que endosan la responsabilidad en otros para resolver problemas que a todos competen. Proceden como si estuvieran ubicados en una inmensa platea mirando el escenario donde aparecen personajes supuestamente encargados de solucionar entuertos. Con este procedimiento en gran medida está garantizado el fracaso puesto que de este modo todo el teatro se derrumbará. Para tener éxito cada uno, repito cada uno, debe contribuir con su granito de arena a enderezar las cosas puesto que cada cual está interesado en que se lo respete con total independencia de a que se dedique sea a la música, la literatura, la jardinería, la danza, la albañilería, pintura, la filosofía, el derecho, la economía, la historia, la ingeniería o lo que fuere. De allí es que los Padres Fundadores en Estados Unidos han insistido que “el costo de la libertad es la eterna vigilancia”.

 

Es sumamente peligrosa la actitud de aquellos que sostienen que solo les interesa su familia, su trabajo y la recreación personal. Esto no es original pero para lograrlo es menester que dediquen parte de su tiempo, de sus recursos o ambas cosas a contribuir a que se los respete, lo contrario es un suicidio.

 

Hacer las de Peter Pan conduce indefectiblemente a la jaula. Hoy en día con todas las amenazas a valores y principios de respeto recíproco debido al engrosamiento exponencial de los aparatos estatales, debemos subrayar que si todos los partidarios de la sociedad libre contribuyeran diariamente a rescatarse de la avalancha estatista, si eso fuera así decimos, no estaríamos ni remotamente en la situación en la que nos encontramos.

 

Otra vez sugiero los ateneos de lectura como un modo muy efectivo de contribuir a que se comprendan los fundamentos de la libertad. Reuniones en casas de familias de cinco o seis personas en las que uno expone por vez y los otros, habiendo leído el material propuesto, discuten, critican y elaboran sus propuestas. En base a un buen libro, este mecanismo genera notables efectos multiplicadores en la familia, el trabajo y en reuniones sociales. Sin duda que los medios más fértiles son la cátedra, el libro, el ensayo y el artículo, pero como queda dicho el ateneo de lectura ayuda enormemente a despejar dudas propias y ajenas y eventualmente al año siguiente cada uno de los miembros del ateneo original abren cinco o seis ateneos distintos y así sucesivamente.

 

Esta sugerencia va en línea con un consejo clave del marxista Antonio Gramsci: “tomen la cultura y la educación y el resto se da por añadidura”. Es así para todas las tradiciones de pensamiento. El decir que la educación es una faena a largo plazo demora la solución. Como he consignado en otras oportunidades es del caso citar a Mao Tse Tung en el sentido de que “las batallas más largas siempre comienzan con un primer paso”.

 

Dedicarse a los negocios personales no solo es legítimo sino que es necesario pero, entre otras cosas, precisamente, para preservar el negocio es indispensable asegurar un ámbito de respeto. La libertad de cada uno no es algo automático que viene del aire, procede de esfuerzos cotidianos para alimentarla. De allí es que autores como Benedetto Croce han consignado que la historia “es la hazaña de la libertad”.

 

Incluso hay quienes piensan que no debe criticarse que las cosas se enderezarán solas, que no debe juzgarse sin percibir que esto mismo constituye un juicio y que si los humanos no proceden en consecuencia nadie lo hará por ellos. La tiranía del statu quo, la pereza mental y el espíritu conservador en el peor sentido del término están presentes. Es imperioso el despertar a la realidad y contar con el coraje moral suficiente como para enfrentar los desafíos que las circunstancias nos presentan.

 

Por ahora en lo que va de la pulseada de la civilización los derechos proclamados y reconocidos por los Locke van perdiendo frente a los Russeau. Este último autor no solo es el artífice de la degradación de la democracia a manos de “la voluntad general” ilimitada (en el Contrato social) en contraposición a los Giovanni Sartori, sino que ha escrito que “En una palabra, quiero que la propiedad del Estado sea lo más extendida y poderosa y que la de los ciudadanos sean lo más reducida y débil que sea posible” (en Proyecto de Constitución para Córcega).

 

Anthony de Jasay ha escrito con toda razón que “Amamos la retórica de la libertad y nos abocamos en ese palabrerío más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a una seria duda si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la libertad” (en “The Bitter Medicine of Freedom”). Como es archiconocido, ya Madame Roland antes de ser guillotinada se inclinó frente a la estatua de la libertad de la entonces Plaza de la Revolución (hoy Plaza de la Concordia) y sentenció: “Oh ! libertad cuantos crímenes se cometen en tu nombre”.

 

Solo en una mente liliputense cabe la idea que el hombre ha llegado a una instancia final de perfección. La perfección no está al alcance de los mortales. Estamos en estado de ebullición permanente en un contexto evolutivo. Mientras, siguen los estudios tendientes a refutar los argumentos del dilema del prisionero, de los bienes públicos, de los free riders, de la asimetría de la información, de los errores de comprensión respecto a la tragedia de los comunes y el interés personal smithiano en el denominado equilibro de Nash y los equívocos presentes en el teorema Kaldor-Hicks respecto a los balances sociales tan bien refutados por Robert Nozick. Mientras esto se desarrolla, debemos poner coto a los abusos del poder puesto que como reza el dictum de Acton “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

¿QUÉ ES EL MÉRITO?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Esta nota es para reflexionar con el lector en voz alta, pero antes de ir al tema de fondo me propongo hacer una introducción al efecto de preparar el camino para formular interrogantes un tanto detectivescos que dejamos para la últimas líneas de esta columna donde se expone la tesis que puede o no ser compartida, lo cual  en ningún caso elimina los razonamientos anteriores.

 

Cada uno de nosotros actúa por su interés personal. Esto es en realidad una perogrullada puesto que si no está en el interés personal del sujeto actuante ¿de quien es el interés? El acto puede ser sublime o ruin pero el interés de quien actúa en una u otra dirección está siempre presente, de lo contrario la acción no tendría lugar. Sin duda que en definitiva el resultado del acto podrá o no ser distinto de lo esperado pero eso es materia de otra cuestión.

 

Quien actúa es porque le satisface proceder de esa manera en lugar de hacerlo en otro sentido. Ese es el móvil. Y no es pertinente recurrir a la expresión “egoísmo” en este contexto ya que esto implica que el medio para satisfacerse nunca está fuera del ego, por ello es mejor utilizar el término “interés personal” puesto que es más abarcativo.

 

La Madre Teresa actuaba en su interés al cuidar a los leprosos y también lo hace el asaltante del banco. En un caso podremos decir que se trata de una buena persona puesto que su propósito es noble y en el otro concluimos que nos estamos refiriendo a un rufián.

Este andamiaje conceptual naturalmente se aplica al amor. Como he apuntado en otra ocasión es necesario precisar que el aspecto medular del amor implica trasmitir alimento para el alma que es lo más preciado del ser humano, sin duda que además de ello hay ayudas físicas y otras consideraciones que rodean el bienestar de las personas. Alimento del alma porque es lo que caracteriza la condición humana, esto es estados de conciencia o la mente que permiten el libre albedrío y distinguen a la persona de aspectos puramente materiales y configuran lo de mayor jerarquía. Los kilos de protoplasma no deciden ni hacen posible las ideas autogeneradas, la racionalidad, la argumentación, la existencia de proposiciones verdaderas y falsas, la moralidad de los actos y la misma libertad. Los seres humanos no somos loros. El alma -la traducción de psique en griego- es lo más preciado del hombre y lo que lo separa de todas las otras especies conocidas.

La ayuda al prójimo, la caridad, puede ser material o de apostolado y se define en el contexto de un acto voluntario realizado con recursos propios sean estos crematísticos o de trasmisión de conocimientos para la aludida alimentación espiritual (depende de las circunstancias, se debate si en verdad es mejor “enseñar a pescar en lugar de regalar un pescado”)

En esta línea argumental,  Erich Fromm escribe en Man for Himslef  que “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo ni en la idea de que la virtud moral no equivale al interés personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que la gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no están interesados lo suficiente en su yo”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma.

Es curioso pero en la interpretación convencional parecería que uno tiene que abdicar de uno mismolo cual constituye una traición grotesca a la maravilla de haber nacido. La primera obligación es con uno mismo y, además, si no hay amor propio no puede haber ningún tipo de amor hacia el prójimo. La persona que se odia a si misma es incapaz de amar a otro,  puesto que el amar al prójimo necesariamente debe proporcionar satisfacción al sujeto que ama.

Es sumamente interesante detenerse a meditar sobre la reflexión de Sto. Tomás de Aquino en la materia, así en la Suma Teológica afirma que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo”.

En el amarás a tu prójimo como a ti mismo, la clave radica en el adverbio “como”. Hay solo tres posibilidades: que el amor sea igual, mayor o menor. Las dos primeras constituyen inconsistencias lógicas, por ende, se trata de la tercera posibilidad. En el primer caso, si fuera igual no habría acción alguna puesto que para que exista acción debe haber preferencia, la indiferencia,  en este caso la igualdad de amor, no permite ningún acto. Si en un desierto hay una persona muriéndose de sed y tiene una botella de agua a la derecha y otra a la izquierda y se mantiene indiferente,  se morirá de sed. Para no sucumbir debe preferir, esto es inclinarse más por una de las posibles variantes.

En segundo lugar, si se sostuviera que el amor al prójimo es mayor que el amor propio se estaría incurriendo en un sinsentido puesto que, como queda dicho, el motor, la finalidad de la acción, la brújula, el mojón y el punto de referencia es el interés personal lo cual define la acción que, por ende, no puede ser menor que el medio a que se recurre para lograr ese cometido. En consecuencia es siempre menor el amor al prójimo que a uno mismo. Esto incluso se aplica al que da la vida por un amigo: ese arrojo y esa decisión se lleva a cabo porque para quien entrega la vida por un amigo es un acto por él más valorado que cualquier otra acción altrernativa.

Es pertinente recordar una reflexión de uno de los más destacados pensadores de la Escuela Escocesa del siglo xviii, Adam Ferguson, quien en su History of Civil Society afirma que “Por su parte, el término benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tienen deseos propios; apunta a aquellos cuyos deseos las mueven a provocar el bienestar de otros”. Y esto se aplica también a “dar en caridad hasta que duela” puesto que para quien la lleva a cabo significa que el dolor del caso está en interés de quien entrega, nuevamente sea lo crematístico o el apostolado.

Otra expresión un tanto confusa y que además se traduce en una contradicción es la de “altruismo” si se la define con el ingrediente que señala el Diccionario de la Real Academia Española en cuanto a que consiste en la “complacencia en el bien ajeno aun a costa del propio”, materia que han explorado filósofos de fuste en distintas ocasiones. Hacer el bien a costa del propio bien hemos visto que resulta en un imposible puesto que quien hace el bien es porque prefiere esa conducta, es porque le hace bien, es porque le interesa proceder en esa dirección.

También es de gran importancia no confundir la autoestima con el narcisismo. Lo primero es esencial para actualizar las potencialidades de cada uno, es fundamental para construir la personalidad y para saber enfrentar a lo que puedan hacer o decir los demás, es vital para tener el valor de escuchar la propia conciencia y, consecuentemente, para la honestidad intelectual. En otros términos para evitar lo que escribió Alexis de Tocqueville en  La democracia en América: “El poder moral de la mayoría hace que internamente individuos se avergüencen de contradecirla que, en efecto, los silencian y ese silencio culmina con la paralización del pensamiento”.

Por su parte, el narcisismo bloquea por completo la posibilidad de prestar atención a reflexiones y consideraciones que no sean las propias, lo cual no toma en cuenta que el conocimiento conlleva la característica de la provisionalidad abierta a posibles refutaciones. Desafortunadamente a veces se confunde el narcisismo con el individualismo ya que este último término significa ni más ni menos el respeto a las autonomías de cada uno y para nada el aislacionismo, por el contrario, suscribe con entusiasmo la cooperación libre y voluntaria entre las personas. En cambio, son los socialismos o los llamados comunitarismos colectivistas los que son aislacionistas al trabar cada vínculo entre las personas, desde las tarifas aduaneras mal llamadas “proteccionistas” y las infinitas intervenciones de los aparatos estatales entre partes que actúan de modo legítimo.

El interés personal y la autoestima apuntan a la felicidad de cada uno que es el objeto último de todos. Nathaniel Branden en su notable libro titulado Honoring the Self  mantiene que “La barrera más grande a la felicidad es el sinsentido de sostener que la felicidad no constituye nuestro destino”. Bertrand Russell, en La conquista de la felicidad, explica que  “Es esencial para la felicidad que nuestra manera de vivir surja de nuestros impulsos más profundos y no de los gustos y deseos accidentales de los que son, por casualidad, nuestros vecinos o nuestros amigos”.

El bien otorga paz interior y tranquilidad de conciencia que permiten rozar destellos de felicidad que es la alegría interior, pero no se trata solo de no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. Se trata de actuar como seres humanos contestes de la enorme e indelegable responsabilidad de la misión de cada uno encaminada a contribuir aunque más no sea milimétricamente a que el mundo sea un poco mejor respecto al momento del nacimiento, siempre en el afán del propio mejoramiento sin darle descanso a renovados proyectos para el logro del noble propósito de que prime el respeto recíproco.

En resumen, no hay nada más sublime que el amor que tiene distintos grados de acercamiento y profundidad según sea el tipo de relación desde la establecida con los progenitores, la conyugal, la prole, alumnos, amigos y el vínculo con quienes necesitan ayuda en diversos planos, pero debe estarse muy en guardia de quienes alardean de “amor al prójimo” mientras proponen sistemas autoritarios que prostituyen la misma noción de amor y, en la práctica, fomentan el odio. También, como consigna Tibor Machan en su obra titulada Generosity,“Un acto de generosidad requiere como primer requisito la propiedad privada”, puesto que la beneficencia y la solidaridad requiere la entrega de lo que pertenece al donante, entregar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno es un asalto aunque pueda ser legal.

Ahora bien, dicho todo esto nos preguntamos ¿tiene realmente mérito aquél que procede de acuerdo a su interés personal? ¿aquél que en otros términos necesita y le hace bien actuar como actúa? ¿O el mérito consiste en la etapa anterior al acto -y mucho mérito, meditaciones que, además, en paralelo, hay que mantener y renovar en el tiempo- cuando el sujeto actuante se preocupó y ocupó de formarse en valores nobles al efecto de proceder en consecuencia? No quiero sobresimplificar, pero si alguien quiere comerse una papa no parece que hubiera mérito en que se la engulla o, si se quiere zafar de la disyuntiva fisiología-mente, si alguien quiere jugar al ajedrez y juega, ese hecho no aparenta ser meritorio. Y esto nada tiene que ver con el determinismo físico (sobre lo que he escrito en otras oportunidades): el ser humano decide su curso de acción al hacer uso de su libre albedrío, el cual debe ratificar o rectificar en cada acto. Pensemos críticamente con el lector en los interrogantes planteados al efecto de despejar dudas.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Un cuento mapuche para el presidente

Por Carlos Alberto Salguero. Publicado el 1/12/16 en: http://www.rionegro.com.ar/columnistas/un-cuento-mapuche-para-el-presidente-DC1721612

 

El cuento mapuche Treng-Treng y Kai-Kai es un relato muy importante de la mitología precolombina. Esta alegoría se caracteriza por la presencia de dos serpientes enormes que simbolizan la pugna o dicotomía entre el bien y el mal: Kai-Kai, la serpiente maligna, que se enfrenta con Treng-Treng, la bondadosa.

Las dicotomías del presidente son el signo que más ha caracterizado a Mauricio Macri, al menos, a poco de cumplir un año de su mandato, desde los primeros tiempos de su candidatura y hasta el lapso en que ha ejercido la primera magistratura del país. Y esto es así, créase o no, tanto en las cuestiones esenciales de gobierno como en las consideradas más pedestres.

Como se recordará, uno de los principales spots de campaña del entonces candidato presidencial, expuesto en el coloquio de IDEA del año pasado, destacaba: “Espero que mi presidencia se juzgue por una Argentina con pobreza cero”. Sin embargo, cuando fueron publicadas las cifras de pobreza a finales de septiembre, del corriente año, el ahora presidente manifestaba: “Es obvio que el cumplimiento de la pobreza cero en cuatro años no es posible”, “Pero no vamos a faltarle el respeto a la gente diciéndole que hay menos pobres en la Argentina que en Alemania.”

Al mismo tiempo, el excandidato aseveraba “soy católico” y continuaba diciendo pero “el budismo me ha ayudado mucho”. Monseñor Aguer, arzobispo de La Plata, oportunamente, fue muy crítico con las expresiones de Mauricio Macri. “Han aparecido en escena las ‘armonizadoras espirituales budistas’. Esto me ha extrañado mucho, y lo digo con todo respeto por la filosofía zen. Pienso que si el candidato que recurre a una ‘armonizadora’ es bautizado, católico, le resultaría más fácil y más barato ir a ver a un sacerdote, confesarse, y así poner en claro su propia conciencia delante de Dios”. Además, hacia fines del 2009, el líder del Pro decidió no apelar un fallo judicial que habilitó el casamiento de personas del mismo sexo, lo que generó gran tensión con la Iglesia, en general, y con el entonces cardenal Jorge Bergoglio, en particular. Tensión que volvió a sentirse en septiembre de 2012, cuando el gobierno porteño decidió reglamentar el protocolo habilitante para los abortos no punibles en el ámbito de la Ciudad.

Si bien la supremacía de los argumentos de orden teórico es diferente y de más jerarquía que quienes actúan a la luz de la gente, el origen del conflicto al que refiero trata de las fuerzas contrapuestas que provocan el desarrollo de posturas contrarias, y pueden manifestarse en forma explícita o implícita en otras situaciones. Aquello que Erich Fromm llamó “Las dicotomías históricas”, las contradicciones en la organización consciente de la vida que dependen de la disposición del hombre para el logro de sus objetivos. Éste es el caso del ideario de los miembros del gabinete de Macri que ejecutan sinfonías diferentes: Sturzenegger y Prat Gay. Si la pieza es buena no hay mucho por mejorarla ni afectarla, pero si es mala, entonces, sobrevendrá la caída.

Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, en tierras mapuches se levantó del mar una enorme serpiente que comenzó a gritar “kai, kai, kai”, con cada vez mayor intensidad y agudeza. Esta serpiente provocó primero una lluvia, que se transformó en tormenta, y luego un diluvio que inundó toda la tierra.

Los nativos, ante el estupor y para salvarse, subieron a la punta de los cerros, pero cuando ya no podían subir más se oyó otra voz que venía desde el fondo de la tierra y decía: “Treng, treng, treng”. Era la serpiente bondadosa que venía en auxilio. Así comenzó una batalla entre Kai-Kai y Treng-Treng, mientras Kai-Kai chillaba cada vez más fuerte, Treng-Treng hacía temblar la tierra y la levantaba más y más. Luego de una feroz contienda, finalmente, Kai-Kai se cansó de pelear y derrotada se hundió en las profundidades del mar, no se la volvió a ver.

Tal vez la sabiduría del pueblo originario mapuche esclarezca al presidente Macri y le ayude a sacar conclusiones. Al menos para poder determinar con justeza quién es Treng-Treng y quién Kai-Kai, en el fuero íntimo de su gabinete. Sólo así Treng-Treng podrá “salvar a los buenos, a los que saben ser valientes, pero también pacientes”.

 

Carlos Alberto Salguero es Doctor en Economía y Máster en Economía y Administración de Empresas (ESEADE), Lic. en Economía (UCALP), profesor titular e investigador en la Universidad Católica de La Plata y egresado de la Escuela Naval Militar.

 

 

LA CULTURA DE LA INMEDIATEZ

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

En cierto sentido este artículo es una continuación de un par de mis columnas anteriores que de un modo u otro tocan el tema del igualitarismo aunque en este caso todavía desde otro ángulo más. Dicho ángulo o perspectiva se conecta con el hecho que de un tiempo a esta parte se observa en casi todos lados la manía por la velocidad. Tal vez deberíamos decir la angustia y la imperiosa necesidad de la gran mayoría de la gente por convertirse en balines que patinan sobre los acontecimientos sin nunca considerar la profundidad.

 

Todo tiene que ser resuelto de inmediato aunque no sea en verdad resuelto sino sobrevolado. En este contexto, ante ninguna circunstancia hay reflexión, digestión y conclusiones pausadas. La vorágine todo lo consume. El stress genera desgaste que se combina con estimulantes durante la vigilia y pastillas para conciliar el sueño durante la noche.

 

La somera atención a cada tema no permite escarbar ni meditar sino tomar decisiones apresuradas porque las cosas tienen que ser administradas en el acto. La aceleración no deja resquicio para mirar para atrás, ni siquiera para recordar.

 

Desaparece entre tanto vértigo del hombre-balín la posibilidad de disfrutar lo que se hace. La mirada rápida debe ser sobre un cúmulo y una secuencia de acontecimientos que en definitiva exige que lo sea sobre todo, lo cual se traduce que en realidad lo sea sobre nada.

 

La comida debe ser rápida y el amor también lo cual no da lugar al deleite gastronómico ni al placer del enamoramiento que por ese motivo empuja a la rotación constante igual que ocurre con el trabajo que ni bien se logra se está enviando datos curriculares a un próximo destino.

 

La comunicación debe ser instantánea y en varias direcciones simultáneas lo cual no hace posible la auténtica comunicación. Idéntico fenómeno sucede con la información: es de tal magnitud y sobre tantos acontecimientos que no resulta posible masticarla y mucho menos digerirla y opinar con algún grado de seriedad sobre la cuestión tratada.

 

Sin duda que hay capítulos en la vida de la gente que convierte en razonable el deseo de inmediatez como, por ejemplo, cuando hay una dolencia física se pretende que la medicina acuda para una solución lo más pronta que los adelantos científicos permitan. Pero a lo que apuntamos es a las dolencias del alma, a la necesidad del reposo y la serenidad para poder captar muchos de los interrogantes que plantea el universo y la capacidad de conocer los recovecos del alma de otras personas queridas. Incluso para maravillarse frente a una puesta de sol, lo diferente que es cada una en muy distintos atardeceres que abren paso a pensamientos sobre nuestros orígenes y nuestros destinos en medio de la música que ofrece el concierto de la naturaleza.

 

A lo dicho se agrega la escalada de violencia junto a la consecuente pérdida de sensibilidad. Episodios de violencia que curiosamente se emplean como entretenimiento incrustado en el marco general de la aludida velocidad.

 

Y no se endose la responsabilidad de tamaños desvíos a la tecnología ya que todas las herramientas de las que disponemos pueden ser bien o mal empleadas. Los avances tecnológicos sin duda ayudan al progreso y al mismo tiempo son una manifestación del progreso. Pero, igual que un martillo puede ser empleado para clavar un clavo o para romperle la nuca al vecino, todos los instrumentos de que disponemos pueden ser mal o bien usados.

 

Hasta aquí lo que estimamos es el problema que puede ser compartido por personas preocupadas y ocupadas por lo que sucede. Ahora hay que detenerse en considerar las causas que son múltiples pero hay una que nos parece de peso. Se trata del achicamiento de la condición humana y hasta podríamos decir su desprecio que es parido por la constante propaganda de la imperiosa necesidad del igualitarismo, es decir, de la guillotina horizontal.

 

En lugar de comprender la maravilla que significa el nacimiento de una persona que es única, irrepetible en la historia de la humanidad,  el colectivismo reinante se esfuerza por achatarlo y amputarlo para que calce en un promedio. Se machaca con los beneficios de la igualdad, no de derechos lo cual resulta esencial sino de resultados y hasta de personalidad. No se comprende que el igualitarismo destroza la división del trabajo con lo que se desploma la posibilidad de cooperación social. Si fuéramos iguales no solo todos quisiéramos tener la misma profesión y nos gustaría la misma mujer, sino que la conversación misma sería tan aburrida como hablar con el espejo.

 

En otros términos, en lugar de festejar la aparición de un ser distinto en el universo y estimular sus potencialidades, se lo trata de amputar, achatar y subestimar con lo que se pierde el sentido de vivir y solo quedan en pie los que se rebelan frente al igualitarismo y apuntan a vivir en otro tipo de sociedad donde el respeto recíproco sea sagrado. El creciente estatismo potencia en grado sumo la manía del igualitarismo sobre la que no nos detendremos ya que hemos abundado en el tema en otras ocasiones.

 

Pero a esta situación se agrega una equivocada visión del significado del amor al prójimo que antaño era bien comprendida en el contexto del mensaje bíblico de la pobreza de espíritu y no como algunos predicadores de hoy en día que la entienden referida a la contradictoria alabanza a la pobreza material al tiempo que enfáticamente se la condena y, simultáneamente, para completar el galimatías, aconsejan recetas que la extienden.

 

A esta situación se acopla todavía otra cuestión y es el desafortunadamente mal entendido consejo de renunciar a si mismo y al amor propio. Como dice bien el Padre Ismael Quiles en Como ser si mismo  “Ser para no ser es una contradicción sin significado alguno” y Santo Tomás de Aquino sostiene en la Suma Teológica que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da, 2da, q. xxvi, art. iv).

 

Los mal entendidos que señalamos pueden parecer inocentes a primera vista pero son enormemente destructivos en la formación, especialmente de los jóvenes que si los aceptan se desvían hacia otras actividades que tapen sus frustraciones o, de lo contrario, como queda dicho, se rebelan e intentan corregir esas visiones contrarias a la naturaleza humana para subrayar la trascendencia del respeto recíproco.

 

Machacar con lo anterior sobre la necesidad de renunciar al ser propio y la entrega al otro conduce a la autoaniquilación y esa perspectiva aterradora y contraria a la naturaleza humana conduce en parte y muchas veces inconcientemente a una vida superficial y veloz que no de lugar a la vida propiamente vivida. Es del todo irrelevante que quienes propugnan esa amputación lo hagan con la mejor de las intenciones o que pretendan darle interpretaciones tortuosas y contradictorias, el hecho es que inflingen un daño muchas veces irreparable a la formación de la persona.

 

Antes he escrito sobre el significado del amor al prójimo pero en esta oportunidad es pertinente su reiteración. La ayuda al prójimo, la caridad, puede ser material o de apostolado y se define en el contexto de un acto voluntario realizado con recursos propios sean estos crematísticos o de trasmisión de conocimientos para la aludida alimentación espiritual (depende de las circunstancias, se debate si en verdad es mejor “regalar un pescado en lugar de ensañar a pescar”).

 

Ahora viene un asunto de la mayor importancia y es el concepto de interés personal. Todos los actos se llevan a cabo por interés personal. En el lenguaje coloquial se suele hablar de acciones desinteresadas para subrayar que no hay interés monetario, pero el interés personal queda en pie. En verdad se trata de una perogrullada: si el acto en cuestión no está en interés de quien lo lleva a cabo ¿en interés de quien estará?

 

Estaba en interés de la Madre Teresa el cuidado de los leprosos, está en interés de quien entrega su fortuna a los pobres el realizar esa transferencia puesto que su estructura axiológica le señala que esa acción es prioritaria, también está en interés del asaltante de un banco que el atraco le salga bien y  también para el masoquista que la goza con el sufrimiento y así sucesivamente. Todas las acciones contienen ese ingrediente ya sean actos sublimes o ruines. Una buena o mala persona se define por sus intereses.

 

En esta línea argumental,  Erich Fromm escribe en Man for Himslef. An Inquiry into the Psychology of Ethics que “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo; no en el hecho de que la gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no están interesados lo suficiente en su yo”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma.

 

El bien otorga paz interior y tranquilidad de conciencia que permiten rozar destellos de felicidad que es la alegría interior, pero no se trata solo de no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. Se trata de actuar como seres humanos contestes de la enorme e indelegable responsabilidad de la misión de cada uno encaminada a contribuir aunque más no sea milimétricamente a que el mundo sea un poco mejor respecto al momento del nacimiento.

 

No hay nada más sublime que el amor que tiene distintos grados de acercamiento y profundidad según sea el tipo de relación desde la establecida con los progenitores, la conyugal, la prole, alumnos, amigos y el vínculo con quienes necesitan ayuda en diversos planos, pero debe estarse muy en guardia de quienes alardean de “amor al prójimo” mientras proponen sistemas autoritarios que prostituyen la misma noción de amor y, en la práctica, fomentan el odio.

 

Por último, como hemos apuntado, en el campo crematístico el igualitarista insiste en la redistribución de ingresos que contradice la previa distribución que hace la gente en el supermercado y afines con lo que se desperdician recursos que naturalmente reducen salarios e ingresos en términos reales.

 

En resumen, el fenómeno del hombre-balín con que hemos bautizado la situación de velocidad y aturdimiento de nuestra época seguramente se debe a muchas causas, pero pensamos que los puntos que marcamos en esta nota deben ser revertidos si queremos evitar el escapismo de una cultura que propone el autoaniquilamiento. Y tengamos en cuenta que todo depende del esqueleto político que se derrumba si se acepta el voto mayoritario ilimitado, cuyo primer ejemplo ha sido la condena a Sócrates “por corromper a la juventud al no creer en los dioses del Estado”, que según nos relata Platón fue decidida por un tribunal de 556 miembros por una diferencia de 6 votos. El segundo caso resonante fue la condena de Jesús por una multitud convocada por Pilatos que prefirió soltarlo a Barrabás y contemporáneamente el caso de Hitler y otros imitadores de nuestro tiempo que sin llegar a la monstruosidad de las cámaras de gas convierten a los gobernados en siervos de los aparatos estatales.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Las dos caras de Pokémon Go

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 1/8/16 en http://www.lanacion.com.ar/1923534-las-dos-caras-de-pokemon-go

 

 

Al tiempo que provoca adicción, el juego que hoy causa furor en el mundo permite apreciar lo que en economía se llama «el orden espontáneo», es decir, un sistema que se sostiene por el respeto recíproco de sus integrantes

 

En el Pokémon Go, el juego de realidad virtual móvil que tanto éxito tiene a nivel global, aparecen dos caras complementarias. Un primer aspecto del juego, que ha batido récords comerciales desde su irrupción en el mercado y que no hace distinción de edades, ocupaciones y niveles de ingresos, hace referencia a un asunto psicológico. Una segunda perspectiva, por su parte, alude a lo que en economía y ciencia política se denomina «el orden espontáneo».

Debido al tiempo que insume y al furor que provoca, el Pokémon Go arrastra a los usuarios a un uso muy prolongado y en ciertos casos, parecería, resulta difícil desviar la atención del juego. Días pasados, el vocero del Departamento de Estado de Estados Unidos, John Kirby, tuvo que interrumpir una conferencia de prensa sobre las acciones de la coalición internacional contra Estado Islámico porque un periodista estaba jugando al Pokémon Go.

Estas desproporciones en la diversión, y la consecuente postergación de lo importante (aquello que tiende al autoperfeccionamiento en las faenas humanas que apuntan a la excelencia y la responsabilidad para hacer que las cosas mejoren), convierten este tipo de juegos en un instrumento de la banalización y frivolización de la vida. Constituyen un escapismo de los deberes para con la civilización y la necesidad de mantener los valores que la sustentan.

El tiempo desmesurado que se dedica a este nuevo juego se acopla a la cultura de la inmediatez y a la velocidad con que se pretenden sobrevolar los problemas. Así, se encoge la posibilidad de reflexión y también la de llegar a conclusiones debidamente sopesadas. La comunicación instantánea y en varias direcciones simultáneas que imponen estos entretenimientos virtuales no permite la auténtica comunicación.

Varias son las causas de este fenómeno, pero entre ellas sobresale el bombardeo que se recibe desde muy diversos ángulos y sectores respecto de la necesidad de renunciar a uno mismo, en lugar de atender, alimentar y cuidar la propia alma. «La falla de la cultura moderna no reside en que la gente está demasiado preocupada en su interés personal, sino en que no está lo suficientemente preocupada por su yo», escribió Erich Fromm en Man for himself.

Esta cita se complementa con otra de Santo Tomás de Aquino de la Suma Teológica: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo».

A todo lo dicho se agrega la tendencia de aplicar la guillotina horizontal en el contexto de la manía por el igualitarismo, que pretende eliminar las potencialidades de cada persona como ser único e irrepetible en la historia de la humanidad.

A este cuadro habría que adicionar la peligrosa escalada de violencia que se registra a nivel mundial, que exacerba las emociones y provoca una pérdida de sensibilidad. Incluso hay episodios de violencia que luego se emplean como entretenimiento, en juegos virtuales que simulan matanzas.

La segunda perspectiva del Pokémon Go que queremos enfatizar, en cambio, muestra un aspecto de mucho interés para ilustrar un fenómeno social muy poco comprendido, aunque, vale aclarar, no elimina para nada la preocupación que despierta el primer aspecto, puesto que toda desmesura constituye siempre un problema, por más que cada uno puede hacer lo que le venga en gana siempre y cuando no lesione derechos de terceros.

Por «orden espontáneo» se entiende que el conocimiento disperso y fraccionado se coordina en economía a través de las señales de los precios, sin que intervengan los aparatos estatales. Más aún, esta intervención estatal, al distorsionar precios, provoca severos desajustes y derroches de capital, al tiempo que obstaculiza la evaluación de proyectos y la contabilidad, lo que reduce salarios e ingresos en términos reales.

La tradición de la Escuela Escocesa del siglo XVIII fue la primera que fundamentó el proceso de orden abierto sobre la base del respeto recíproco, en cuyo contexto cada uno, al seguir su interés personal, beneficia al prójimo, puesto que en las relaciones interpersonales de una sociedad libre para prosperar es necesario servir a otros. Este orden natural en el que no media diseño ni ingeniería social alguna por parte del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno es lo que se bautizó «la mano invisible», en contraposición a «la metida de pata visible del Estado».

Esta tradición de pensamiento fue retomada por la contemporánea Escuela Austríaca, de modo muy especial por el premio Nobel en Economía Friedrich Hayek, quien desarrolló el concepto del orden espontáneo en alguna medida sobre la base de estudios de Michael Polanyi. Ahora, vía el juego del Pokémon Go se ilustra este proceso en un contexto evolutivo, en ausencia de planificación central y sin que resulten para nada relevantes la religión, la etnia, la nacionalidad ni la inclinación política de cada uno de los participantes.

El juego comenzó con unos jóvenes japoneses en los años 90, malos estudiantes en el colegio. En su formato final apareció primero en Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos, con un éxito resonante. A la aplicación debe añadirse el GPS del celular. Tras registrarse, el jugador se dedica a la caza de pokemones y a la adquisición de pokeballs, para hacer más certeros sus lanzamientos. La caza se realiza en muy diversos lugares, con el acompañamiento de muchas otras personas en el mismo trance. La naturaleza del juego requiere intercambios de pokemones entre los participantes para lograr los objetivos recíprocos, lo que acerca a las partes de la transacción.

Todo este desplazamiento se lleva a cabo sin un director general, puesto que toda la movida se realiza espontáneamente, al tiempo que se celebra y aplaude el ejercicio físico que esta faena demanda.

Lo importante de este juego es que un proceso natural y espontáneo facilita el encuentro de vecinos y desconocidos con los que se traban nuevas relaciones, proyectos y amistades en medio de una distracción con objetivos comunes. Todo a raíz de iniciativas individuales que no surgen de planes de gobierno donde están siempre presentes la coacción y, habitualmente, la corrupción.

Esta segunda parte de nuestro análisis se conecta con la primera, en el sentido de que si se juega con equilibrio y en una medida justa se pueden obtener atractivas ventajas, como conocer nuevas personas y entablar provechosos contactos y aprender recíprocamente de otras experiencias de vida, tal como lo demuestran varios bien documentados case-studies de universidades estadounidenses. Es decir, en un paréntesis voluntario en las tareas diarias se adquieren elementos de juicio para proseguir en el autoperfeccionamiento y en la contribución -aunque más no sea milimétrica- para fortalecer valores y principios que conducen al respeto recíproco característico del liberalismo.

En algunos colegios estadounidenses los directores no permiten que sus alumnos jueguen al Pokémon y sugieren que no lo hagan en sus hogares, porque lo consideran adictivo y muy perturbador para sus estudios. Por su parte, entre otros, dos médicos australianos y un psicoterapeuta de la misma nacionalidad sostienen que la adicción también involucra a mayores, puesto que no son pocos los que abdican de responsabilidades en la vida familiar y laboral.

En definitiva, cualquier juego o actividad puede llevarse a cabo sin moderación, pero el asunto consiste en que el Pokémon Go en particular presenta características que deben tomarse con la debida precaución. Como escribió en la antigüedad Ovidio: «Nada más poderoso que un hábito mal administrado».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Lo más dañino: los celos y la envidia

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hay por cierto muchos elementos corrosivos que obstaculizan y atentan contra el buen desempeño y las armónicas relaciones entre las personas. Esto es desafortunado puesto que, objetivamente considerado, de no existir esas barreras la situación de todos mejoraría. Pero sin duda los mayores daños -demoliciones podríamos decir con justeza- son provocados por los celos y la envidia que todo lo destrozan a su paso y cuanto más cercanas las relaciones más venenosos los dardos y la ponzoña de las tribulaciones y los consecuentes embates solapados. Contemporáneamente nadie tiene celos y envidia por los despliegues de la magnífica oratoria de Cicerón ni por sus formidables escritos, pero en cambio se descargan con furia contra los allegados siendo el blanco más preciado la propia familia que es donde habitualmente se producen los mayores estragos.

Celos y envidia son actitudes fronterizas y muchas veces difíciles de distinguir. Lo primero hace referencia a una relación triangular donde está en juego el celoso, la persona a quien se cela y un tercer participante o terceros a manos de quienes el celoso estima que corre el riesgo de salir perdidoso. Hay aquí un proceso de suma cero: el celoso considera que lo que él pierde otro u otros ganarán. Mientras que la envidia implica una relación bilateral, es el fastidio porque otro cuente con una situación mejor. En ambos casos hay un complejo de inferioridad que afecta grandemente la autoestima y significa un alto grado de inseguridad. De todos modos, como decimos, no es siempre fácil distinguir uno de otro sentimiento donde el resentimiento juega un rol decisivo.

Es realmente increíble pero estos elementos perniciosos, por ejemplo, aparecen con fuerza cuando se forma un equipo en el contexto de las relaciones laborales y deportivas. En lugar de percatarse del hecho de que cuanto mayores sean los talentos que se reúnan mejores serán los resultados para todos, irrumpe la obtusa idea de que se corre el riesgo de que los más destacados “le harán sombra” a los demás.

Ríos de tinta se han utilizado para describir los fenómenos de los celos y la envidia, desde Aristóteles en adelante. H. L. Menken ha puntualizado con gran acierto en el contexto de aquellos dos fenómenos que “La injusticia es relativamente fácil de sobrellevar pero lo que les duele es la justicia”, es decir, el que cada uno tenga lo suyo en cuanto a talentos y el resultado de los mismos que se torna insoportable para el celoso y el envidioso. En realidad para estos individuos la vida misma se hace difícil de digerir porque le encuentran poco sentido de equidad a todo, la vida los irrita en línea con lo que apunta Thomas Sowell cuando se explaya en criticas a la llamada “búsqueda de una justicia cósmica”, pero por lo que sabemos las obras de mayor calado en esta materia son La envidia. Una teoría de la sociedad de Helmut Schoeck y los doce formidables ensayos recopilados por Peter Salovey en The Psychology of Jealousy & Envy .

Estos sentimientos son peligrosos también porque frecuentemente se deslizan al odio. Como ha consignado Lord Chesterfield “Estas personas odian a quienes les hacen sentir su propia inferioridad”. Por supuesto que lo dicho no tiene relación alguna con la sana inclinación a emular al mejor, más aun este sentimiento ayuda enormemente a mejorar al tomar como punto de referencia y guía toda manifestación de excelencia. Constituye un incentivo clave para el autoperfeccionamiento. La admiración al mejor constituye un rasgo de honestidad intelectual y sabiduría.

Schoeck escribe que “la historia de la civilización es el resultado de innumerables derrotas de la envidia, es decir, de los envidiosos” y en un plano más abierto a la sociedad en su conjunto señala que el colectivismo socialista se basa en la envida a pesar de que fuera diseñado para eliminar de cuajo la envidia a través de la manía igualitaria. Es como sostuvo el célebre juez estadounidense Wendel Oliver Holmes “no tengo respeto alguno por la pasión del igualitarismo, la que me parece simplemente envidia idealizada”.

En general los celosos y envidiosos se oponen a las innovaciones por temor a perder posiciones, aunque lo hacen  de modo disimulado, esto es,  tiran la piedra y esconden la mano (en ningún caso estos personajes reconocen su fragilidad). Desde luego que cuando la innovación se ubica en la buena dirección, esta oposición atenta contra el progreso lo cual, a su vez, deteriora salarios e ingresos en términos reales.

El celo y la envida son unos de los motivos por los cuales hay quienes recomiendan seriamente la pobreza como meta de sus recetas sociales. Con todos chapoteando en la miseria no parece haber motivo importante para el celo o la envidia, aunque muchos de estos predicadores son contradictorios ya que simultáneamente a sus alabanzas a la pobreza material la condenan pero siempre recurriendo a sugerencias que en verdad empobrecen. Es un galimatías difícil de entender pero curiosamente los consejos son aceptados por más de un incauto.

El celoso y el envidioso revelan una marcada tendencia a endosar la responsabilidad de todo lo que les sucede a otros, habitualmente a los que son objeto de celo o envidia. No asumen su propia vida y no absorben los costos por sus actos desacertados. Es como si la desgracia pudiera aliviarse al echar la culpa a otros. Se vuelcan al diván del psicoterapeuta al efecto de descargar sus enojos con terceros y su vacío existencial a la espera de alguna pastilla salvadora, pero pocas veces toman las riendas de sus propias vidas.

Hay aquí un asunto bastante escabroso, pero los sujetos a los que nos estamos refiriendo habitualmente piensan que contrarrestan a las personas a quienes celan o le tienen envidia si brindan apoyo al caudillo político del momento en sus abusos de poder para aplastar al más eficiente y al exitoso. Se siente satisfecho con ese atropello que aplaca su sed de venganza. Son muy llamativos estos procesos, en una oportunidad un cubano relató como la dictadura castrista lo había perjudicado y acto seguido espetó que “pero por lo menos lo expropiaron a Goar Mestre de sus propiedades”, es decir, se confesaba lesionado en sus derechos pero le compensó el hecho de que a otra persona muy destacada por el éxito de sus emprendimientos en la isla, le habían confiscado sus bienes.

Erich Fromm desarrolla la tesis de la frustración que opera en los celosos y envidiosos, concluye que, como no existen argumentos, esa situación suele conducir a la violencia verbal y a veces física con un estado de agresividad que pone en peligro no solo la estabilidad emocional del sujeto en cuestión sino la convivencia civilizada de quienes lo rodean.

Adam Smith se refiere a los inmensos daños de estas personas que se molestan grandemente por el éxito ajeno y sostiene que la institución de la propiedad tan necesaria para el progreso – especialmente para los más necesitados- debe ser cuidadosamente protegida de la envidia, la malicia y el resentimiento: “Solo la protección de la autoridad civil hará que el propietario de bienes valiosos, adquiridos con el trabajo de muchos años o acaso con el esfuerzo de muchas generaciones, pueda dormir una sola noche seguro”. Precisamente Smith puntualizó el proceso por el cual cada uno siguiendo su interés particular mejora la condición de su prójimo puesto que en una sociedad libre debe servirlo para prosperar con lo que el resultado trasmite fortaleza a los más débiles vía el mejor aprovechamiento de los factores de producción, todo lo cual es saboteado por el celo, la envidia y el deseo de apoderarse del fruto del trabajo del vecino.

Kant también alude a estas degradaciones que califica como “la detestable familia de la ingratitud y de la alegría por el mal ajeno” y agrega que este vicio “no es franco sino secreto” y elabora en el sentido de subrayar que el bienestar de los demás en última instancia lo beneficia. Sin embargo, en esta línea argumental, es del caso señalar que frecuentemente el celoso y el envidioso concluyen que la riqueza es estática y que, por lo tanto, lo que tiene uno no lo tiene otro sin percibir que es dinámica y que el crecimiento de valor se produce en cada transacción libre y voluntaria para ambas partes (de lo contrario no hubiera habido transacción).

Schopenhauer, por su parte nos dice que en el reino animal no se ve placer por atormentar a otras bestias, solo ocurre esto con los humanos y que “el rasgo más perverso de la naturaleza humana sigue siendo la alegría por el mal ajeno, ya que ella se halla en estrecho parentesco con la crueldad” y concluye que la envidia “es el alma de la unión de todos los mediocres” y al igual que Max Scheler apunta a la sensación de impotencia que embarga y consume a los especímenes a que nos referimos.

El quinceavo capítulo de la magistral obra de Schoeck se titula “El pecado de ser diferente” donde en consonancia con el resto de su libro y con lo escrito por otros destacados autores, enfatiza la importancia de que cada persona es única e irrepetible por una sola vez en la historia de la humanidad y que esas diferencias resultan indispensables para el progreso moral y material, diferencias tan irresponsablemente saboteadas por los socialistas que, sustentados en la envidia y en el equívoco, propugnan la guillotina horizontal en nombre del así denominado progresismo.

En uno de mis libros pretendí tratar el problema desde diversos ángulos y matices, tituladoVivir y dejar vivir. De todos modos, es en verdad una pena que a veces amistades, relaciones familiares y grupos sociales queden descuartizados por sujetos que les resulta difícil ocultar y controlar sus complejos de inferioridad y sus severas limitaciones de carácter. Se cuenta que un psiquiatra no muy atinado le replicó de este modo a su paciente cuando se quejó amargamente de estar dominado por aquel complejo: “es que en realidad mi estimado amigo, usted es inferior”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

AMAR AL PRÓJIMO

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Antes de entrar al fondo del asunto que ahora nos convoca, es de interés precisar que el aspecto medular del amor implica trasmitir alimento para el alma que es lo más preciado del ser humano, sin duda que además de ello hay ayudas físicas y otras consideraciones que rodean el bienestar de las personas. Alimento del alma porque es lo que caracteriza la condición humana, esto es estados de conciencia o la mente que permiten el libre albedrío y distinguen a la persona de aspectos puramente materiales y configuran lo de mayor jerarquía. Los kilos de protoplasma no deciden ni hacen posible las ideas autogeneradas, la racionalidad, la argumentación, la existencia de proposiciones verdaderas y falsas, la moralidad de los actos y la misma libertad. Los seres humanos no somos loros. El alma, la traducción de psique en griego, es lo más preciado del hombre y lo que lo separa de todas las otras especies conocidas.

 

La ayuda al prójimo, la caridad, puede ser material o de apostolado y se define en el contexto de un acto voluntario realizado con recursos propios sean estos crematísticos o de trasmisión de conocimientos para la aludida alimentación espiritual (depende de las circunstancias, se debate si en verdad es mejor “regalar un pescado en lugar de ensañar a pescar”).

 

Ahora viene un asunto de la mayor importancia y es el concepto de interés personal. Todos los actos se llevan a cabo por interés personal. En el lenguaje coloquial se suele hablar de acciones desinteresadas para subrayar que no hay interés monetario, pero el interés personal queda en pie. En verdad se trata de una perogrullada: si el acto en cuestión no está en interés de quien lo lleva a cabo ¿en interés de quien estará?

 

Estaba en interés de la Madre Teresa el cuidado de los leprosos, está en interés de quien entrega su fortuna a los pobres el realizar esa transferencia puesto que su estructura axiológica le señala que esa acción es prioritaria, también está en interés del asaltante de un banco que el atraco le salga bien y  también para el masoquista que la goza con el sufrimiento y así sucesivamente. Todas las acciones contienen ese ingrediente ya sean actos sublimes o ruines. Una buena o mala persona se define por sus intereses.

 

En esta línea argumental,  Erich Fromm escribe en Man for Himslef. An Inquiry into the Psychology of Ethics que “La falla de la cultura moderna no estriba en el principio del individualismo, no en la idea de que la virtud moral equivale al interés personal, sino en el deterioro del significado del interés personal; no en el hecho de que la gente está demasiado interesada en su interés personal, sino en que no están interesados lo suficiente en su yo”. Es decir, el problema radica en que la gente no se ocupa lo suficiente de cuidar su alma.

 

Es curioso pero en la interpretación convencional parecería que uno tiene que abdicar de uno mismo, lo cual constituye una traición grotesca a la maravilla de haber nacido. La primera obligación es con uno mismo y, además, si no hay amor propio no puede haber ningún tipo de amor hacia el prójimo. La persona que se odia a si misma es incapaz de amar a otro,  puesto que el amar al prójimo necesariamente debe proporcionar satisfacción al sujeto que ama.

 

Es sumamente interesante detenerse a meditar sobre la reflexión de Sto. Tomás de Aquino en la materia, así en la Suma Teológica afirma que “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, por lo que se ve que el amor del hombre para consigo mismo es como un modelo del amor que se tiene a otro. Pero el modelo es mejor que lo modelado. Luego el hombre por caridad debe amarse más a si mismo que al prójimo” (2da, 2da, q. xxvi, art. iv).

 

En el amarás a tu prójimo como a ti mismo, la clave radica en el adverbio “como”. Hay solo tres posibilidades: que el amor sea igual, mayor o menor. Las dos primeras constituyen inconsistencias lógicas, por ende, se trata de la tercera posibilidad. En el primer caso, si fuera igual no habría acción alguna puesto que para que exista acción debe haber preferencia, la indiferencia,  en este caso la igualdad, no permite ningún acto. Si en un desierto hay una persona muriéndose de sed y tiene una botella de agua a la derecha y otra a la izquierda y se mantiene indiferente,  se muere de sed. Para no sucumbir debe preferir, esto es inclinarse más por una de las alternativas. Cuando alguien entra a un bar y manifiesta que quiere una bebida y el mozo le informa que tiene Coca y Pepsi y le pregunta que prefiere, si la respuesta es que le da lo mismo, de hecho estará frente a tres variantes: elegir Coca,  elegir Pepsi o delegar la decisión en el mozo pero si se mantiene indiferente e indeciso frente a uno de los tres caminos, no beberá nada.

 

En segundo lugar, si se sostuviera que el amor al prójimo es mayor que el amor propio se estaría incurriendo en un sinsentido puesto que, como queda dicho, el motor, la finalidad de la acción, la brújula, el mojón y el punto de referencia es el interés personal lo cual define la acción que, por ende, no puede ser menor que el medio a que se recurre para lograr ese cometido. En consecuencia es siempre menor el amor al prójimo que a uno mismo. Esto incluso se aplica al que da la vida por un amigo: ese arrojo y esa decisión se lleva a cabo porque para quien entrega la vida por un amigo es un acto por él más valorado que cualquier otra acción altrernativa.

 

A veces se confunden conceptos porque aparecen problemas semánticos de peso. El interés personal no debe ser confundido con el egoísmo ya que esta última expresión significa que el medio que le satisface al sujeto actuante no está nunca fuera de su propio ser. De este modo, no es concebible para el egoísta la satisfacción y el bienestar de otros. El interés personal, sin embargo, abarca acciones cuyos medios para la satisfacción de quien actúa son también otros o incluso principalmente otros. En este sentido es pertinente recordar una reflexión de uno de los más destacados pensadores de la Escuela Escocesa del siglo xviii, Adam Ferguson, quien en su History of Civil Society afirma que “Por su parte, el término benevolencia no es empleado para caracterizar a las personas que no tiene deseos propios; apunta a aquellos cuyos deseos las mueven a provocar el bienestar de otros”. Y esto se aplica también a “dar en caridad hasta que duela” puesto que para quien la lleva a cabo significa que el dolor del caso está en interés de quien entrega, nuevamente sea lo crematístico o el apostolado.

 

Otra expresión un tanto confusa y que además se traduce en una contradicción es la de “altruismo” si se la define con el ingrediente que señala el Diccionario de la Real Academia Española en cuanto a que consiste en la “complacencia en el bien ajeno aun a costa del propio”, materia que han explorado filósofos de fuste en distintas ocasiones. Hacer el bien a costa del propio bien hemos visto que resulta en un imposible puesto que quien hace el bien es porque prefiere esa conducta, es porque le hace bien, es porque le interesa proceder en esa dirección.

 

También es de gran importancia no confundir la autoestima con el narcisismo. Lo primero es esencial para actualizar las potencialidades de cada uno, es fundamental para construir la personalidad y para saber enfrentar a lo que puedan hacer o decir los demás, es vital para tener el valor de escuchar la propia conciencia y, consecuentemente, para la honestidad intelectual. En otros términos para evitar lo que escribió Alexis de Tocqueville en La democracia en América: “El poder moral de la mayoría hace que internamente individuos se avergüencen de contradecirla que, en efecto, los silencian y ese silencio culmina con la paralización del pensamiento”.

 

Por su parte, el narcisismo bloquea por completo la posibilidad de prestar atención a reflexiones y consideraciones que no sean las propias, lo cual no toma en cuenta que el conocimiento conlleva la característica de la provisionalidad abierta a posibles refutaciones. Desafortunadamente a veces se confunde el narcisismo con el individualismo ya que este último término significa ni más ni menos el respeto a las autonomías de cada uno y para nada el aislacionismo, por el contrario, suscribe con entusiasmo la cooperación libre y voluntaria entre las personas. En cambio, son los socialismos o los llamados comunitarismos colectivistas los que son aislacionistas al trabar cada vínculo entre las personas, desde las tarifas aduaneras mal llamadas “proteccionistas” y las infinitas intervenciones de los aparatos estatales entre partes que actúan de modo legítimo.

 

El interés personal y la autoestima apuntan a la felicidad de cada uno que es el objeto último de todos. Nathaniel Branden en su notable libro titulado Honoring the Self  mantiene que “La barrera más grande a la felicidad es el sinsentido de sostener que la felicidad no constituye nuestro destino”. Bertrand Russell, en La conquista de la felicidad, explica que “Un hombre que se preocupara de que comieran los demás olvidándose de comer el mismo, moriría […Por otro lado] es imposible adquirir la libertad espiritual, en que la verdadera felicidad consiste, porque es esencial para la felicidad que nuestra manera de vivir surja de nuestros impulsos más profundos y no de los gustos y deseos accidentales de los que son, por casualidad, nuestros vecinos o nuestros amigos”.

 

El bien otorga paz interior y tranquilidad de conciencia que permiten rozar destellos de felicidad que es la alegría interior, pero no se trata solo de no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. Se trata de actuar como seres humanos contestes de la enorme e indelegable responsabilidad de la misión de cada uno encaminada a contribuir aunque más no sea milimétricamente a que el mundo sea un poco mejor respecto al momento del nacimiento, siempre en el afán del propio mejoramiento sin darle descanso a renovados proyectos para el logro del noble propósito de que prime el respeto recíproco. Edward de Bono en La felicidad como objetivo nos dice que “El marxismo sugirió que el hombre debería mirar la felicidad del Estado antes que la suya personal; y si el Estado parecía requerir su sufrimiento, éste era entonces necesario para la felicidad del Estado […en otras palabras] la entrega del yo a algún poder externo”.

 

En resumen, no hay nada más sublime que el amor que tiene distintos grados de acercamiento y profundidad según sea el tipo de relación desde la establecida con los progenitores, la conyugal, la prole, alumnos, amigos y el vínculo con quienes necesitan ayuda en diversos planos, pero debe estarse muy en guardia de quienes alardean de “amor al prójimo” mientras proponen sistemas autoritarios que prostituyen la misma noción de amor y, en la práctica, fomentan el odio. También, como consigna Tibor Machan en su obra titulada Generosity, “Un acto de generosidad requiere como primer requisito la propiedad privada”, puesto que la beneficencia y la solidaridad requiere la entrega de lo que pertenece al donante, entregar por la fuerza el fruto del trabajo ajeno es un asalto aunque pueda ser legal. En no pocos casos hay que estar en guardia con los que declaman a los cuatro vientos el amor porque habitualmente son narcisistas que en definitiva no lo practican con nadie, cuando no proponen políticas que conducen a graves confrontaciones.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

REFLEXIONES SOBRE EL SUICIDIO

Por Alberto Benegas Lynch (h).

Es en verdad triste y muy lamentable que alguien decida voluntariamente quitarse la vida puesto que el haber nacido constituye un privilegio y brinda la posibilidad de realizar contribuciones para que el mundo sea un poco mejor aunque resulte en una dosis milimétrica y, sin desconocer los costos inherentes a la vida misma, permite sacar partida de la extraordinaria experiencia vital. Una secuencia sin solución de continuidad de nuevos y renovados proyectos que dan color y sentido a la vida tal como, entre otros, ha explicado reiteradamente Viktor Frankl, lo cual la convierte en una aventura que abre muy fértiles avenidas.

 Si nos abstenemos de una arrogancia superlativa e impropia, frente a un acontecimiento de tamaña proporción como el suicidio solo queda inclinar la cabeza en señal de respeto a las autonomías individuales y rezar, lo cual para nada implica adherir a una religión oficial sino la religatio con el inexorable momento primero -no como algo contingente como el Big-Bang sino como algo necesario que nos excede- ya que si las causas que nos engendraron fueran para atrás ad infinitum, no existiríamos puesto que significaría que dichas causas nunca comenzaron.

 No es comprensible la actitud que encierra una soberbia ilimitada de quienes condenan el hecho como si fueran parte de una especie de Tribunal Supremo sobrehumano, infalible e inapelable (en lo personal esa gente me infunde miedo). Habitualmente son los mismos que concluyen la sandez mayúscula de que “no debemos juzgar” sin percatarse que eso mismo constituye un juicio y que todos los actos necesariamente implican uno. En el caso que nos ocupa, sin embargo, no podemos abrir un juicio por razones operativas puesto que nuestras facultades mentales no nos permiten traspasar el umbral de la interioridad de quien ha tomado una decisión de esa envergadura (o si se prefiere, juzgar que no es posible juzgar en este caso sin caer en una formidable presunción de conocimiento).

 Cuando un acto lesiona derechos de terceros es nuestro deber y obligación juzgarlo y condenarlo si pretendemos vivir en una sociedad abierta, pero cuando no invade ese campo el territorio es otro: en todos los casos debe ser tolerada la conducta independientemente si coincide o no con nuestra forma de vida (no se si la palabra tolerancia es la adecuada ya que encierra cierto tufillo inquisitorial como perdonando al prójimo por su error, más bien decimos que, en este contexto, debe respetarse la conducta ajena). En algunos casos concluimos que no compartimos las acciones y formas y, en otro, nos declaramos incompetentes para juzgarlos.

 Siempre tengo presente las consideraciones del Padre Domingo Basso en Nacer y morir con dignidad. Estudios de bioética contemporánea: “En el mismo Antiguo Testamento aparecen casos de suicidio que, al menos en apariencia, son aprobados por la Biblia; los casos más citados son los de Sansón (Jueces, 16, 22-3) alabado por el autor de Hebreos (11, 32 ss) y el sumamente impresionante anciano Razis, descrito en el II libro de los Macabeos (14, 37-46). Más también se cuentan casos, en la historia de la Iglesia, de mujeres, veneradas luego como santas, que prefirieron el suicidio a ser objeto de violación […], la ética, incluso católica, ha venido modificando paulatinamente su visión del suicidio. No en el sentido de haber modificado las normas objetivas por las que se ha de juzgar el fenómeno, sino porque existen serias dudas sobre la imputabilidad moral de la acción suicida”.

 Se ha pretendido enmascarar el acto suicida con el estigma de “enfermedad mental” pero como bien explica Thomas Szasz en El mito de la enfermedad mental y en Insanity: The Idea and its Consequences, desde el punto de vista de la patología una enfermedad significa una lesión física a través de un funcionamiento anormal de órganos, tejidos o células por lo que resulta inaceptable aludir a la enfermedad mental del mismo modo que es impropio hacer referencia a la enfermedad de las ideas. El asimilar la llamada “enfermedad mental” a la tuberculosis, la viruela o la simple gripe se traduce en el desconocimiento de principios elementales de la medicina y la separación entre cerebro y mente. Consecuentemente decimos nosotros, aquello significa identificar al ser humano con meros kilos de protoplasma, visión materialista que no da lugar a la existencia de proposiciones verdaderas o falsas y niega la posibilidad de ideas autogenradas, la revisión de los propios juicios, estados de conciencia, la moral, la responsabilidad individual y la libertad. Todo lo cual no quita que no se puedan presentar problemas químicos en el cerebro, lo cual, de más está decir, no puede en modo alguno extenderse a todos los suicidas.

 Diana Cohen Agrest en su obra titulada Por mano propia desmenuza de modo magistral y con una pluma de gran calado todos los aspectos más relevantes del suicidio, desde las perspectivas filosóficas, históricas y algunos aspectos jurídicos. Allí plantea y en gran medida resuelve los interrogantes de mayor peso, y surgen de ese trabajo cuestionamientos interesantes como ciertos cambios semánticos -a veces de contrabando- para describir situaciones como las de pacientes que se niegan a seguir tratamientos adecuados a su estado de salud, a personas que se maltratan en cuanto a su dieta alimenticia, a los deportistas que asumen enormes riesgos de muerte, los excesos de alcohol y drogas y equivalentes que constituyen manifestaciones de autoaniquilamiento o, en su caso, el involucrarse de modo voluntario en claros riesgos de muerte (es un tanto pastoso decir que en algunos ejemplos no se busca la muerte como objetivo puesto que los medios preexisten en los fines: la muerte es de una alta probabilidad aunque sea provocada en cuotas).

 También esta autora aborda con gran solvencia y erudición el tema de la eutanasia, en especial la denominada pasiva, es decir, el incuestionable derecho de un enfermo terminal a decidir que no le sigan proporcionando fármacos y otros apoyos logísticos que brinda la moderna tecnología médica.

 Más controvertida resulta la eutanasia activa que significa provocar la muerte de otro a su expreso pedido (por más que se trate de un arreglo contractual libre y voluntario entre adultos), también en el caso de pacientes terminales, ya sea en el momento en que se presenta la situación o habiendo el titular manifestado con anterioridad este requerimiento si se produjeran los hechos del caso. 

 Otro punto debatido en relación al suicidio es la racionalidad de ese acto tildando de “irracional” a lo equivocado lo cual conduciría a sostener que toda la medicina antigua era irracional puesto que ha sido sustituida por nuevos procedimientos, fármacos y tecnología moderna. Un salto lógico es un error pero no es irracional si parte de un ser racional, es decir, de un ser humano. Mantener que la tierra es cuadrada o que el oxígeno es veneno para los humanos constituyen falsedades pero no irracionalidades. Tal como explica Ludwig von Mises en La acción humana, no debe asimilarse la coherencia o ausencia de contradicción con la racionalidad, o la irracionalidad con la adopción de medios inadecuados ni la formulación de tesis que pueden considerarse disparatadas (como la que exponen habitualmente la mayor parte de los gobernantes). Por otra parte, no han sido pocos los casos de teorías que han sido juzgadas como ridículas, absurdas, fantasiosas y contradictorias pero que terminaron por ser incorporadas al acerbo cultural (Robert Nozick en Invariances. The Structure of the Objective World lo cita a John Stuart Mill quien escribió que “toda buena idea atraviesa indefectiblemente por tres etapas: ridiculización, discusión y adopción”). De lo contrario, dado que el conocimiento está formado por corroboraciones provisorias sujetas a refutaciones, buena parte de lo que hoy damos por sentado mañana será considerado irracional. Entonces, las manifestaciones pueden ser inválidas desde el punto de vista lógico o falsas en la proposición correspondiente, pero no “irracionales” si provienen de un animal racional como es el caso de los humanos.

En cuanto a la normalidad de los actos (los del hombre promedio), debemos tener en cuenta que todos somos distintos, únicos e irrepetibles en un contexto multidimensional. No hay tal cosa como la persona normal (el que no se sale de una supuesta media estadística), en este sentido remito al título muy ilustrativo de uno de los trabajos de Erich Fromm: La patología de la normalidad.

 El caso freudiano resulta tortuoso y contradictorio. Tanto en “el primer Freud” como en su tesis posterior de “la pulsión de muerte” el análisis carece de validez desde que adhiere al antes referido determinismo físico (para recurrir a una expresión popperiana). Así, Sigmund Freud en su Introducción al psicoanálisis subraya que “la ilusión de tal cosa como la libertad psíquica […] esto es anticientífico y debe rendirse a la demanda del determinismo cuyo gobierno se extiende sobre la vida mental”. Y en su correspondencia que se incluye en el volumen quince de The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud, nuevamente se lee que constituye “un ilusión tal cosa como la libertad psíquica […] Ya otra vez le dije que usted cultiva una fe profunda en que los sucesos psíquicos son indeterminados y en el libre albedrío, pero esto no es científico y debe ceder a la demanda del determinismo cuyas leyes gobiernan la vida de la mente”.

 Por otro lado, independientemente de las coincidencias o disidencias que se tengan con el análisis que efectúa David Hume (es imposible concordar en todo con un autor, en no pocas ocasiones al reconsiderar escritos de uno mismo nos percatamos que podíamos haber mejorado la marca…recordemos el aserto borgeano en cuanto a que no hay tal cosa como el texto perfecto), en sus Essays, Moral, Political and Literary en la sección dedicada al suicidio remarca con énfasis que no es en modo alguno reprobable cuando el suicida estima que su vida se ha tornado espantosamente miserable e insoportable y sin esperanza alguna de ser revertida (y argumenta que la condena al suicidio también condenaría a muchos mártires). En aquel sentido, posiblemente asomaría algún eventual sustento en lo escrito por Shakespeare en Othello: “Es tonto vivir cuando la vida es un tormento”.

 Otro de los libros de Thomas Szasz, en este caso La libertad última, se convierte en un formidable alegato a favor del respeto irrestricto a las autonomías individuales, por más que, nuevamente, todo lo dicho en esa obra no satisfaga al lector. Cada uno sabe cuales son los límites de su resistencia a los diversos avatares. Los aparatos estatales nada tienen que hacer cuando no hay lesión de derechos, de lo contario es como ha dicho irónicamente John Hospers en La conducta humana en cuanto a que los fanáticos del Leviatán tienden a que se le aplique la pena capital al intento de suicidio.

 Toda acción humana apunta al interés personal del sujeto actuante sea el acto sublime o ruin: la madre que cuida al hijo es por su interés personal del mismo modo que, en otro plano,  el interés del ladrón de bancos es salir airoso de su delito. En realidad sostener que todos los actos proceden en interés personal de quien lo lleva a cabo resulta en una perogrullada puesto que actúa precisamente porque está en su interés y no de otro (por más que aparezca redundante, si toma en consideración los intereses de otros es debido a que le interesan). Hay aquí un estrecho correlato con la especulación (una expresión tan frecuentemente incomprendida) que sencillamente significa conjeturar que se pasará de una situación menos satisfactoria a una que le proporcione mayor satisfacción al sujeto actuante según su personal estructura axiológica. Nadie actúa para estar en una situación peor después de haber llevado a cabo el acto (lo cual no quita que la conjetura sea finalmente errada). El que da la vida por otro es porque según sus particulares valores es eso lo que le asigna prioridad. En este contexto entonces, el suicida también procede según estima son sus intereses y especula con que eso es lo mejor dadas las circunstancias imperantes. Un tercero podrá opinar lo contrario pero sus creencias son irrelevantes ya que tiene prelación lo que concibe la persona que actúa y debe tomar la decisión.

 En una nota periodística no es pertinente escarbar demasiado, pero viene al caso mencionar a vuelapluma que no deben tomarse como sinónimos el interés personal y el egoísmo ya que este caso deshecha como motivo del interés todo lo que se vincule con el prójimo. También es del caso advertir que el altruismo es un imposible conceptual puesto que sería hacer el bien a costa del propio bien, cuando en verdad la ayuda al prójimo es porque le interesa al que proporciona la filantropía tal como lo muestra Adam Smith en las primeras líneas con que abre su Theory of Moral Sentiments.

 Tal vez resulte superfluo comentar que la vida no es un patinar idílico sobre un lecho de rosas, esa no es la condición humana. Los problemas son una implicación lógica de la acción humana puesto que ésta significa optar, elegir y seleccionar entre diversos medios para la consecución de específicos fines. Estas decisiones implican esfuerzos, es decir problemas y éstos son costos en el sentido más específico del término ya que como no podemos hacer todo al mismo tiempo debemos renunciar a ciertos valores para obtener otros que consideramos de mayor jerarquía (costo de oportunidad, según decimos los economistas). “No pain, no gain” reza el conocido y muy ilustrativo aforismo inglés. Los problemas permiten el crecimiento personal ya que lo contrario significa que nunca se resolvió nada ni se sorteó ningún obstáculo lo cual no es vivir sino vegetar. Quien tiene proyectos necesariamente deberá enfrentar problemas y quien no cuenta con proyectos se estanca o retrocede. El ensanchamiento del alma a través del conocimiento acarrea faenas difíciles e intrincadas que deben estudiarse y resolverse a cada paso. La buena vida consiste en una buena actitud frente a los problemas que se presentan, lo cual naturalmente requiere del espíritu adecuado para enfrentarlos.

 Por último y para cerrar, en otro orden de cosas y en otro plano, debido a los crímenes aberrantes que se vienen sucediendo en diversos lares como consecuencia de la apatía de gobiernos para cumplir con su misión específica de proteger y garantizar los derechos de las personas, es de interés recordar un pensamiento de Juan Pablo II respecto a la legítima defensa  que señala “no solo es un derecho sino un deber”, afirma en la Sección 55 de su Encíclica Evangelium Vitae del 29 de marzo de 1995: “Por desgracia sucede que la necesidad de evitar que el agresor cause daño conlleva a veces a su eliminación, en esta hipótesis el resultado mortal se ha de atribuir al mismo agresor que se ha expuesto con su acción incluso en el caso que no fuese moralmente responsable por falta del uso de razón”. Es pertinente apuntar lo dicho debido al sonado y estremecedor caso de quien se suicidó a raíz de la condena que sufrió por haberse defendido de un intento de homicidio.

 Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.