Coparticipación fiscal y federalismo

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 6/5/23 en: https://www.infobae.com/opinion/2023/05/06/coparticipacion-fiscal-y-federalismo/

A lo largo de buena parte de su historia, en Argentina se declama sobre el federalismo mientras se aplica un férreo unitarismo

Dr. Martin Luther King, Jr

Dr. Martin Luther King, Jr

Vuelvo sobre este tema tal proclamado del federalismo y en la práctica tan renegado. Desde hace largas décadas que en nuestro país no hay vestigio de federalismo, se aplica un unitarismo de la peor calaña al efecto de domesticar a las provincias. En nuestras tierras, ya en el Virreinato la centralización era mayúscula. Luego en la Asamblea del año 13 y el 9 de julio vino aquello de las Provincias Unidas del Río de la Plata pero las constituciones del 19 y del 26 fueron unitarias. Durante la tiranía rosista el unitarismo llegó a extremos inauditos. Recién con la Constitución liberal de 1853/60 cambió el rumbo, para luego caer en las mismas de antaño con el golpes fascistas del 30 y del 43, situación que venimos arrastrando a los tumbos desde entonces a la fecha con agregados en legislaciones del 73 y el 80.

En nuestro caso no se estableció una confederación que otorgaría plena soberanía a las provincias con facultades de escisión pero el sistema federal si bien las concibe como parte de la república en su conjunto se concibieron como instancias autónomas tal como entre otros explica José Manuel Estrada. Pero como queda dicho, en medios argentinos se viene arrastrando un doble discurso digno de mejor causa. En buena parte de su historia y hasta nuestros días se declama sobre el federalismo mientras se aplica un férreo unitarismo.

En Estados Unidos se estableció un sistema federal luego de largos debates constitucionales entre los célebres textos publicados en diarios de New York por Madison, Hamilton y Jay bajo es seudónimo de Polibius y luego con los llamados antifederalistas, paradójicamente más federalistas que los federalistas encabezados por Bryan, Lee, Winthorp, Lansing y Gerry que desconfiaban aún más de las facultades del gobierno central y que tuvieron decisiva influencia en las primeras diez enmiendas constitucionales.

En todo caso como han apuntado juristas de la talla de Joseph Story, John Marshall y entre nosotros autores como Amancio Alcorta, Augusto Montes de Oca y Juan González Calderón, lo que se conoció como Los papeles federalistas inspiraron a los artífices de nuestra Constitución fundadora y fueron la base para el establecimiento de un gobierno con poderes limitados a la protección de derechos en el contexto de la igualdad ante la ley y no mediante ella como ocurrió en nuestro medio a partir del estatismo que nos invadió con los resultados lamentables por todos conocidos vía la destructora guillotina horizontal del absurdo y contra natura igualitarismo. Como se ha señalado la igualdad ante la ley está indisolublemente atada a la idea de Justicia de “dar a cada uno lo suyo” lo cual a su vez inexorablemente implica la propiedad privada como eje central del derecho junto con la vida y la libertad, puesto que aquella igualdad no significa que todos sean iguales para ir a un campo de exterminio, se trata del respeto recíproco a través de la Justicia.

Alexis de Tocqueville en La democracia en América consideraba a Los papeles federalistas como “un libro excelente que debiera ser familiar a los gobernantes de todos los países” y Gottfried Dietze en su formidable tratado The FederalistA Classic on Federalism and Free Government apunta que el trabajo de los federalistas estadounidenses constituyeron un ejemplo notable para el mundo libre, entre los cuales “cabe destacar el caso de la obra magistral de Alberdi en la organización de la República Argentina”.

En esta nota centramos la atención en el régimen federal como factor decisivo para la descentralización del poder, del mismo modo que en el orden internacional desde la perspectiva de la sociedad libre la única razón para la constitución de naciones es la de evitar el riesgo de concentración de poder que significaría un gobierno universal. Ese fraccionamiento del planeta a su vez permite que cada nación libre se fraccione en provincias o estados locales también divididos en municipalidades. No es para tomarse las fronteras en serio al bloquear o dificultar el comercio y los movimientos migratorios, es solo para lo que consignamos. A pesar de los graves avatares por los que atraviesa nuestro mundo, si se concentrara el poder en un gobierno universal tal como sugieren algunos autoritarios y algunas agencias internacionales de factura muy peculiar, la situación sería mucho más peligrosa de la que es.

En este contexto es que debemos cuestionar el fondo del tema de la coparticipación fiscal. Economistas como Ronald Coase, Harlod Demsetz y Douglas North nos han enseñado el valor de los incentivos. No se trata de malas o buenas personas, se trata del andamiaje de incentivos en cada cual. No es lo mismo la forma en que gastamos cuando nos debemos hacer cargo de las cuentas respecto a cuando se obliga a otros a hacerlo con el fruto de sus trabajos.

En este plano del debate se torna imprescindible revertir por completo la manía de los gobiernos centrales de recurrir “al látigo y la billetera” para manipular a las autoridades provinciales al antojo de las centrales. En nuestra propuesta sugerimos reconsiderar toda la legislación en la materia al efecto de hacer que sean las provincias las que coparticipen al aparato estatal de la capital de la República que estrictamente no es federal y va dejando de ser República. En este plano la coparticipación de marras debiera circunscribirse para alimentar las relaciones exteriores, la defensa y la Justicia a nivel nacional.

Como queda dicho, nuestros constituyentes tomaron como modelo la Constitución estadounidense que al aplicarse transformó las colonias originales en la experiencia más extraordinaria en lo que va de la historia de la humanidad, lo cual lamentablemente de un tiempo a esta parte se ha venido revirtiendo a pasos agigantados tal como lo destaco en detalle en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos. En todo caso en ese modelo los estados miembros competían entre sí en un contexto donde incluso se discutió en dos sesiones de la Asamblea Constituyente norteamericana no contar con un gobierno central lo cual no prosperó puesto que ello remite a una confederación y no un régimen federal.

En nuestro caso, dejando de lado inclinaciones feudales de algunos gobernadores en la situación que dejamos planteada cada una de las jurisdicciones estarán interesadas, por una parte, en que no se muden sus habitantes a otra provincia y, por otra, a la necesidad de atraer inversiones con lo que se verían impelidos a contar con impuestos razonables y, por tanto, en un nivel del gasto adecuado a esas circunstancias.

No es cuestión entonces de formular propuestas timoratas al pretender “una coparticipación más justa” sino, como queda expresado, a un cambio de sustancia empujado por incentivos de otra naturaleza al tiempo que se mantiene al gobierno central en brete pero que vía una legislación nacional establezca estricto límite al endeudamiento de las provincias. He aquí el genuino federalismo.

El sistema republicano se basa en cinco preceptos: la igualdad ante la ley, la división de poderes, la alternancia en el poder, la responsabilidad de los actos de gobierno frente a los gobernados y la transparencia de esos actos.

La antes aludida igualdad ante la ley, el respeto a las facultades del Legislativo para promulgar normas compatibles con el derecho, el Ejecutivo para administrar el respeto recíproco y el contrapoder Judicial para controlar la constitucionalidad junto con el cuarto poder de la libertad de prensa, la rotación en los cargos electivos, el sometimiento a la ley de los gobernantes lo cual se traduce en la terminante prohibición de la impunidad y la exposición pública de todos los actos de los representantes del aparato estatal. En algunas constituciones como la estadounidense y la original argentina no se menciona la expresión democracia sino que se alude a la república pues se estimaba que resultaba un término más apropiado e inclusivo respecto a los principios que son anteriores y superiores a la existencia misma del gobierno en cuanto a los derechos individuales. Hoy día lamentablemente en gran medida se ha reemplazado la democracia como forma de gobierno cuyo aspecto medular es el respeto a los derechos de los gobernados mutada por una cleptocracia, en las antípodas de lo reiterado por los Giovanni Sartori de nuestra época en cuanto a la necesaria limitación al poder. La cleptocracia hace caso omiso al aspecto medular de la democracia para circunscribirse a la sumatoria de votos al estilo de lo que hoy se entiende, por ejemplo, en tierras venezolanas, a saber gobiernos de ladrones de sueños de vida, propiedades y libertades.

Es imprescindible trabajar en la educación cuyo eje central es precisamente el respeto recíproco al efecto de sortear estos problemas graves. Es indispensable que cada uno, independientemente de a qué se dedique, contribuya a clarificar las ideas de la libertad y el consiguiente respeto recíproco en nuestro caso comenzando por el espíritu federal para lo cual es pertinente recordar lo dicho por Martin Luther King: “No me asustan los gritos de los violentos, me aterra el silencio de los mansos”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El federalismo tan proclamado y tan poco entendido

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 22/11/2en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-federalismo-tan-proclamado-y-tan-poco-entendido-nid22112022/

En la Argentina se declama un sistema federal mientras se aplica un férreo unitarismo; en ese contexto cabe cuestionar el fondo del tema de la coparticipación fiscal

Como es bien sabido en medios argentinos se viene arrastrando un doble discurso digno de mejor causa. En buena parte de su historia y hasta nuestros días se declama sobre el federalismo mientras se aplica un férreo unitarismo.

En Estados Unidos se estableció un sistema federal luego de largos debates constitucionales entre los célebres textos publicados en diarios de Nueva York por Madison, Hamilton y Jay bajo el seudónimo de Polibius, y luego con los llamados antifederalistas, paradójicamente más federalistas que los federalistas encabezados por Bryan, Lee, Winthorp, Lansing y Gerry, que desconfiaban aun más de las facultades del gobierno central y que tuvieron decisiva influencia en las primeras diez enmiendas constitucionales.

En todo caso, como han apuntado juristas de la talla de Joseph Story, John Marshall y entre nosotros autores como Amancio Alcorta, Augusto Montes de Oca y Juan González Calderón, lo que se conoció como Los papeles federalistas inspiró a Alberdi y fue la base para el establecimiento de un gobierno con poderes limitados a la protección de derechos en el contexto de la igualdad ante la ley, y no mediante ella, como ocurrió en nuestro medio a partir del estatismo que nos invadió con los resultados lamentables por todos conocidos.

Aquí centramos la atención en el régimen federal como factor decisivo para la descentralización del poder, del mismo modo que en el orden internacional desde la perspectiva de la sociedad libre la única razón para la constitución de naciones es evitar el riesgo de concentración de poder que significaría un gobierno universal. Ese fraccionamiento del planeta a su vez permite que cada nación libre se fraccione en provincias o estados locales también divididos en municipalidades. No es para tomarse las fronteras en serio al bloquear o dificultar el comercio y los movimientos migratorios, es solo para lo que consignamos. A pesar de los graves avatares que atraviesa nuestro mundo, si se concentrara el poder en un gobierno universal, tal como sugieren algunos autoritarios, la situación sería mucho más peligrosa de lo que es.

En nuestras tierras, ya en el virreinato la centralización era mayúscula. Luego, en la Asamblea del año 13 y el 9 de julio, vino aquello de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero las Constituciones del 19 y del 26 fueron unitarias. Durante la tiranía rosista, el unitarismo llegó a extremos inauditos. Solo con la Constitución liberal de 1853/60 cambió el rumbo, para luego caer en las mismas de antaño con el golpes fascistas del 30 y el 43, situación que venimos arrastrando a los tumbos desde entonces hasta la fecha, con agregados en legislaciones del 73 y el 80.

Es en este contexto que debemos cuestionar el fondo del tema de la coparticipación fiscal. Economistas como Ronald Coase, Harlod Demsetz y Douglas North nos han enseñado el valor de los incentivos. No se trata de malas o buenas personas, se trata del andamiaje de incentivos en cada cual. No es igual la forma en que gastamos cuando nos debemos hacer cargo de las cuentas que cuando se obliga a otros a hacerlo con el fruto de sus trabajos.

En este plano del debate se torna imprescindible revertir por completo la manía de los gobiernos centrales de recurrir “al látigo y la billetera” para domesticar a las autoridades provinciales. En nuestra propuesta sugerimos reconsiderar toda la legislación en la materia al efecto de hacer que sean las provincias las que coparticipen al aparato estatal de la capital de la república, que estrictamente no es federal y va dejando de ser república. En este plano, la coparticipación de marras debiera circunscribirse para alimentar las relaciones exteriores, la defensa y la Justicia a nivel nacional.

Como queda dicho, Alberdi y sus colegas tomaron como modelo la Constitución estadounidense, que, al aplicarse, transformó las colonias originales en la experiencia más extraordinaria en lo que va de la historia de la humanidad, lo cual lamentablemente de un tiempo a esta parte se ha venido revirtiendo a pasos agigantados, tal como lo destaco en mi libro Estados Unidos contra Estados Unidos. En todo caso, en ese modelo los estados miembros competían entre sí en un contexto donde incluso se discutió en dos sesiones de la Asamblea Constituyente norteamericana no contar con un gobierno central, lo cual no prosperó, puesto que ello remite a una confederación y no a un régimen federal.

En nuestro caso, dejando de lado inclinaciones feudales de algunos gobernadores, en la situación que dejamos planteada cada una de las jurisdicciones estará interesada, por una parte, en que no se muden sus habitantes a otra provincia, y por otra, en la necesidad de atraer inversiones, con lo que se verían impelidas a contar con impuestos razonables y, por tanto, a un nivel del gasto adecuado a esas circunstancias.

No es cuestión entonces de formular propuestas timoratas al pretender “una coparticipación más justa”, sino, como queda expresado, un cambio de sustancia empujado por incentivos de otra naturaleza, al tiempo que se mantiene al gobierno central en brete, pero que, vía una legislación nacional, establezca estricto límite al endeudamiento de las provincias. He aquí el genuino federalismo.

El sistema republicano se basa en cinco preceptos: la igualdad ante la ley, la división de poderes, la alternancia en el poder, la responsabilidad de los actos de gobierno frente a los gobernados y la transparencia de esos actos.

La antes aludida igualdad ante la ley está atada a la noción de Justicia, que según la definición clásica de Ulpiano significa “dar a cada uno lo suyo”, y “lo suyo” remite al concepto de propiedad, una institución que viene muy castigada dese hace tiempo en nuestro medio, lo cual desdibuja los precios, que son el reflejo de transacciones de derechos de propiedad, con lo que la asignación de los siempre escasos recursos se transforma en derroche que conduce al empobrecimiento. Además de los horrendos crímenes, esta ha sido una de las razones centrales del derrumbe del Muro de la Vergüenza. No se trata entonces de la igualdad ante la ley escindida de la Justicia, puesto que no sería aceptable que todos fueran iguales ante la ley para marchar a un campo de concentración.

Dado el espectáculo que vivimos cotidianamente, no parece que debamos consumir espacio para referirnos a los otros cuatro elementos. La Constitución estadounidense y la original argentina no mencionaron la expresión democracia, sino que se refirieron a valores republicanos. De cualquier manera, es del caso apuntar que lo que tradicionalmente se ha entendido por democracia, según los escritos de los Giovanni Sartori de nuestra época, en gran medida viene mutando en cleptocracia, a saber, en gobiernos de ladrones de sueños de vida, propiedades y libertades. El aspecto medular de la democracia del respeto a los derechos de las personas se viene dejando de lado para sustituirlo por su aspecto secundario, accesorio, mecánico y formal de la suma de votos. Es imprescindible trabajar en la educación, cuyo eje central es precisamente el respeto recíproco, al efecto de sortear estos problemas graves, por lo que conviene recordar una vez más lo escrito por Ángel Battistessa: “La cultura no es una cosa de minorías porque cuesta cara sino porque cuesta trabajo”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El voto liberal, en la encrucijada

Por Enrique Aguilar: Publicado el 26/7/19 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/columnistas/el-voto-liberal-en-la-encrucijada-nid2271251

 

Es factible que el intento de sacar a José Luis Espert de la competencia electoral haya sido una maniobra artera, pero sin sentido. Con fórmulas presidenciales ya acordadas y listas únicas de candidatos a cargos legislativos, el 11 de agosto no tendremos verdaderas primarias. Solo sabremos quiénes alcanzan el piso del 1,5% de los votos requeridos para los comicios de octubre. De este modo, con Espert fuera de juego, lo único que se hubiera logrado es burlar las preferencias genuinas y la voluntad de no pocos electores, especialmente jóvenes, que, por las razones que fueren, cifraron en el economista liberal sus expectativas hacia el futuro manifestando asimismo su descontento presente.

También resulta cuestionable que el propio Espert, como referente del liberalismo, asimile sin más el gobierno de Macri al de CFK. Por ejemplo, cuando en un programa de televisión abierta afirmó días pasados que «habría que frotar la lámpara» para saber cuál fue peor que otro, como si se tratara de una obra en dos actos. De la misma manera, al ser consultado enseguida sobre un eventual ballottage entre Macri/Pichetto y Fernández/Fernández, prefirió no expedirse escudándose en el carácter secreto del voto. Dos gestos de una gran irresponsabilidad política en estas horas cruciales para la historia de nuestro país.

Todavía cuesta digerir la complicidad de varios liberales latinoamericanos con las dictaduras y los regímenes represivos que asolaron a la región en los sesenta y setenta, o su indiferencia frente a los crímenes perpetrados por el terrorismo de Estado, que ningún apóstol de liberalismo clásico hubiera podido convalidar. Recuperada la democracia, como se recordará, otra generación de liberales volvería a renegar de las fuentes (de Locke, Montesquieu, Smith, Madison, etc.) cuando, en nombre de la apertura económica y una política de privatizaciones que mayormente resultó en un traspaso de monopolios públicos a monopolios privados, consintió durante los noventa el gobierno por decreto, el «robo para la corona», la frivolización del poder, la falta de control legislativo y la existencia de una Justicia cooptada.

Ciertamente, no es este el caso de Espert, un hombre inteligente, valiente y de convicciones firmes (todo lo contrario, pues, de algunos inescrupulosos que cambian de filas como de corbata deshonrando su profesión), quien difícilmente asociaría ninguna de aquellas experiencias con el liberalismo. Sin embargo, retacear una respuesta sobre un posible ballottage entre las dos principales candidaturas supone, quiérase o no, una forma de subestimar la gravedad de lo que vivimos durante la llamada década ganada: la corrupción institucionalizada, la persecución al periodismo independiente, los magistrados comprados, la confrontación fomentada desde la retórica oficial, el servilismo, el escrache y otros tantos hechos oprobiosos que exceden la mala gestión económica y son en un todo incompatibles con los principios más elementales de la filosofía liberal.

El gobierno de Macri cometió demasiados yerros como para que el enojo de amplios sectores de la población no resulte comprensible y justificado. A la vista están las promesas incumplidas, la inflación, el aumento de la pobreza, el desempleo, la voracidad fiscal y el endeudamiento mayúsculo que afrontamos. Y por supuesto la actitud sectaria de algunos funcionarios que, a fuerza de voluntarismo y arrogancia («fatal arrogancia», la llamaría Hayek), subestimaron la realidad dejándonos a las puertas de un fracaso histórico.

Así y todo, aunque debamos resignar la potestad de hacer valer nuestra independencia para votar en una dirección que no nos complace, la perspectiva de una segunda vuelta no deja lugar para las vacilaciones ni para frotar ninguna lámpara. «A ellos les dejamos el silencio», dijo una vez la expresidenta. Es de prever que ni eso nos dejarán esta vez. La reforma judicial y la Conadep del periodismo parecen por ahora aspiraciones delirantes. Pero no seamos ingenuos, pues todo cabe en la imaginación K. Fueron por todo, se quedaron con mucho y vendrán probablemente por más. El voto liberal tiene la oportunidad de contribuir a evitar ese desenlace.

 

Enrique Edmundo Aguilar es Doctor en Ciencias Políticas. Ex Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la UCA y Director, en esta misma casa de estudios, del Doctorado en Ciencias Políticas. Profesor titular de teoría política en UCA, UCEMA, Universidad Austral y FLACSO,  es profesor de ESEADE y miembro del consejo editorial y de referato de su revista RIIM. Es autor de libros sobre Ortega y Gasset y Tocqueville, y de artículos sobre actualidad política argentina.

¿Deberían Estados Unidos o la ONU intervenir militarmente en Venezuela?

Por Adrián Ravier.  Publicado el 22/2/19 en: https://www.juandemariana.org/comment/7326#comment-7326

 

Alberto Benegas Lynch (h) escribió un libro que ya cumple su primera década en circulación titulado Estados Unidos contra Estados Unidos. El libro es una obra de arte que permite comparar la arquitectura institucional de un país que recibió bajo los principios de propiedad privada, libertad individual, economía de mercado y gobierno limitado millones de inmigrantes y que alcanzó el desarrollo frente a otro país que una vez desarrollado ignoró el legado de sus padres fundadores.

En la materia que aquí nos compete, sobre guerra, fuerzas armadas y política exterior, o más precisamente sobre la pregunta planteada en el título de esta nota, cabe señalar que Estados Unidos durante muchos años fue una nación que respetó el principio de no intervención.

Al respecto, George Washington decía en 1796, en ejercicio de la presidencia de la nación, que “[e]stablecimientos militares desmesurados constituyen malos auspicios para la libertad bajo cualquier forma de gobierno y deben ser considerados como particularmente hostiles a la libertad republicana”. En el mismo sentido, Madison anticipó que “[e]l ejército con un Ejecutivo sobredimensionado no será por mucho un compañero seguro para la libertad” (citados por Benegas Lynch, 2008, pág. 39).

Durante mucho tiempo el Gobierno de Estados Unidos fue reticente a involucrarse en las guerras a las que fue invitado. Robert Lefevre (1954/1972, pág. 17) escribe que entre 1804 y 1815 los franceses y los ingleses insistieron infructuosamente para que Estados Unidos se involucrara en las guerras napoleónicas; lo mismo ocurrió en 1821, cuando los griegos invitaron al Gobierno estadounidense a que enviara fuerzas en las guerras de independencia; en 1828 Estados Unidos se mantuvo fuera de las guerras turcas; lo mismo sucedió a raíz de las trifulcas austríacas de 1848, la guerra de Crimea en 1866, las escaramuzas de Prusia en 1870, la guerra chino-japonesa de 1894, la guerra de los bóeres en 1899, la invasión de Manchuria por parte de los rusos y el conflicto ruso-japonés de 1903, en todos los casos, a pesar de pedidos expresos para tomar cartas en las contiendas.

El abandono del legado de los padres fundadores comienza a darse con el inicio de la Primera Guerra Mundial. No solo comienza un abandono de la política exterior de no intervención, sino que también se observa un Estado creciente, más intervencionista y un paulatino abandono del patrón oro y del federalismo. El poder ejecutivo comenzó a ejercer poco a poco una creciente autonomía, y a pesar de las provisiones constitucionales en contrario opera con una clara preeminencia sobre el resto de los poderes, avasallando las facultades de los Estados miembros.

Lefevre escribe que desde la Primera Guerra Mundial en adelante “la propaganda ha conducido a aceptar que nuestra misión histórica [la estadounidense] en la vida no consiste en retener nuestra integridad y nuestra independencia y, en su lugar, intervenir en todos los conflictos potenciales, de modo que con nuestros dólares y nuestros hijos podemos alinear al mundo (…) La libertad individual sobre la que este país fue fundado y que constituye la parte medular del corazón de cada americano [estadounidense] está en completa oposición con cualquier concepción de un imperio mundial, conquista mundial o incluso intervención mundial (…) En América [del Norte] el individuo es el fundamento y el Gobierno un mero instrumento para preservar la libertad individual y las guerras son algo abominable. (…) ¿Nuestras relaciones con otras naciones serían mejores o peores si repentinamente decidiéramos ocuparnos de lo que nos concierne?” (Lefevre, 1954/1972, págs. 18-19).

A partir de las dos guerras mundiales y la gran depresión de los años treinta se nota un quiebre en la política internacional americana respecto de su política exterior. De ser el máximo opositor a la política imperialista, pasó a crear el imperio más grande del siglo XX. A partir de allí ya no hubo retorno.

Alberto Benegas Lynch (h) (2008) es muy gráfico al enumerar las intromisiones militares en el siglo XX en que Estados Unidos se vio envuelto, las que incluye a Nicaragua, Honduras, Guatemala, Colombia, Panamá, República Dominicana, Haití, Irán, Corea, Vietnam, Somalia Bosnia, Serbia-Kosovo, Iraq y Afganistán. Esto generó en todos los casos los efectos exactamente opuestos a los declamados, pero, como queda dicho, durante la administración del segundo Bush, la idea imperial parece haberse exacerbado en grados nunca vistos en ese país, aún tomando en cuenta el establecimiento anterior de bases militares en distintos puntos del planeta, ayuda militar como en los casos de Grecia y Turquía o intromisiones encubiertas a través de la CIA.

En otros términos, Estados Unidos fue copiando el modelo español. Copió su proteccionismo, luego su política imperialista, y ahora hacia comienzos del siglo XXI su Estado de bienestar, el que ya deja al Gobierno norteamericano con un Estado gigantesco, déficits públicos récord y una deuda que supera el 100% del PIB.

Un estudio de William Graham Sumner (1899/1951, págs. 139-173) nos es de suma utilidad al comparar el imperialismo español con el actual norteamericano, aun cuando sorpresivamente su escrito tiene ya varias décadas: “España fue el primero (…) de los imperialismos modernos. Los Estados Unidos, por su origen histórico, y por sus principios constituye el representante mayor de la rebelión y la reacción contra ese tipo de Estado. Intento mostrar que, por la línea de acción que ahora se nos propone, que denominamos de expansión y de imperialismo, estamos tirando por la borda algunos de los elementos más importantes del símbolo de América [del Norte] y estamos adoptando algunos de los elementos más importantes de los símbolos de España. Hemos derrotado a España en el conflicto militar, pero estamos rindiéndonos al conquistado en el terreno de las ideas y políticas. El expansionismo y el imperialismo no son más que la vieja filosofía nacional que ha conducido a España donde ahora se encuentra. Esas filosofías se dirigen a la vanidad nacional y a la codicia nacional. Resultan seductoras, especialmente a primera vista y al juicio más superficial y, por ende, no puede negarse que son muy fuertes en cuanto al efecto popular. Son ilusiones y nos conducirán a la ruina, a menos que tengamos la cabeza fría como para resistirlas”.

Y más adelante agrega (1899/1951, págs. 140-151): “Si creemos en la libertad como un principio americano [estadounidense] ¿por qué no lo adoptamos? ¿Por qué lo vamos a abandonar para aceptar la política española de dominación y regulación?”

Volviendo a la pregunta de esta nota, y debo decir -afortunadamente-, Estados Unidos ha evitado en este tiempo una intervención militar sobre Venezuela. Entiendo el llamado del presidente Trump a la comunidad internacional como una solicitud para reconocer a un nuevo presidente interino que llame a elecciones dado que Maduro no fue elegido legítimamente. Esto no es elegir al nuevo presidente de Venezuela. Esto es muy diferente a las intervenciones militares que ha desarrollado durante gran parte del siglo XX. Esperemos que Estados Unidos se mantenga en línea, esta vez, bajo el principio de no intervención.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín. Es director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.

EL CASO DE JUDAS EXTENDIDO

Por Alberto Benegas Lynch (h).

 

Tal vez la traición más denostada, conocida y escandalosa sea el caso de la llevada a cabo contra Jesús. Mateo relata que “Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote fue donde los sumos sacerdotes y les dijo ´Qué me quereís dar y yo os lo entregaré?´ Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle”. Como es bien sabido, Jesús anticipó el hecho según consigna el mismo Mateo: “Al atardecer, se puso a la mesa con los doce. Y mientras comían dijo: ´Yo os aseguro que me entregará uno de vosotros´ ”.

 

Judas fue el traidor más famoso pero por cierto no el único y también debe destacarse la patraña más vergonzosa al imputar de traidor a Dreyfus por la tristemente célebre judeofobia denunciada por el gran Zola en ese caso y por tantos otros en muchas otras de esas infames y espantosas persecuciones.

 

Originalmente en la historia romana la traición se refería a conceptos militares de entrega al enemigo (perduellio) y en la historia inglesa y estadounidense también hay signos de lo mismo que en el primer caso aludía a la lealtad al rey. Así hubieron debates sobre el Treason Act de 1695 en Inglaterra y sobre la Sección 3 de la Constitución estadounidense junto a las reflexiones de Madison en el número 43 de los Papeles Federalistas y las medidas precautorias al efecto de evitar abusos contra las libertades individuales en nombre de la “traición a la patria”.

 

En cualquier caso, en este escrito apunto en otra dirección. Es común la traición, esto es la deslealtad a valores convenidos, la entrega al enemigo, el darle la espalda a lo acordado, pero hay otra forma de traición a la que me refiero en esta nota periodística, y es la traición a uno mismo que esta presente en toda traición pero ahora la circunscribo a lo interindividual, a no ser fiel a las propias convicciones. Igual que la traición en general, a veces se lleva a cabo de modo conciente como cuando se dice o hace algo que pretende desconocer lo que está bien y otras de modo inconciente. En el fuero interno ocurre lo mismo, muchas veces se procede de modo deliberado y conciente y otras sin detenerse a analizar lo que se piensa o lo que se hace.

 

Como queda dicho, en el caso de este escrito apunto a un aspecto clave de lo que hacemos con nosotros mismos independientemente de cómo procedemos con quienes nos rodean. Sabemos que para la convivencia civilizada es menester que exista el respeto recíproco, sin embargo hay quienes, por una parte, proceden de un modo que no conduce al referido respeto y, por otra, hay quienes sin participar activamente en esa dirección son pasivos frente a los desmanes. Actúan como observadores de hechos como si fueran ajenos a lo ocurrido y solo se quejan cuando directamente les faltan el respeto a ellos mismos, lo cual hace que resulte tarde para reaccionar puesto que se dejó que la falta de respeto a otros avanzara demasiado y se enquistara en las costumbres y se naturalizaran los atropellos.

 

La traición  a uno mismo es seguramente la peor de las traiciones pues es un abandono a la propia dignidad. La genealogía de lo digno proviene de merecer un trato lo cual aplicado al ser humano remite a su libre albedrío, a su libertad, consecuentemente a sus derechos. Entonces todas las actitudes tendientes a coartar o enmudecer las autonomías individuales son contrarias a la dignidad humana.

 

No pocos espíritus autoritarios la emprenden contra la dignidad en provecho propio y concientes de su atropello, pero otros reclaman medidas contra la dignidad sin saberlo pensando que están por el buen camino. Los primeros se traicionan  a sabiendas, los segundos lo hacen inconcientemente pero en todo caso se trata de traidores a la naturaleza humana, con lo que por añadidura se empobrecen no solo moralmente sino materialmente puesto que obstruyen y aplastan la energía creadora y destrozan los mecanismos de cooperación social al atacar el derecho de propiedad.

 

Pero en todo esto hay cortocircuitos que hay que tratar  de evitar. Por ejemplo, el tema del Fondo Monetario Internacional. Los liberales y las izquierdas coinciden en que es una institución nefasta. Los liberales se oponen a esa entidad, en primer lugar, porque se financia coactivamente con recursos detraídos de los contribuyentes de distintos países y, en segundo lugar, porque el FMI es para ofrecerles apoyos a gobiernos fallidos. En los momentos que están por renunciar o corregir sus desatinos en cuanto al estatismo rampante, resulta que llegan carradas de dólares con tasas de interés inferiores a las del mercado y con períodos de gracia extendidos.

 

Las izquierdas se oponen porque estiman que se trata de una organización capitalista, pero como han señalado innumerables autores es una entidad que nada tiene que ver con el capitalismo y que habría que liquidar cuanto antes. Una concepción bastante retorcida, purulenta y absurda del significado del capitalismo. En verdad, el FMI en última instancia hace de apoyo logístico para mantener y alimentar a los antedichos gobiernos fallidos que son tales precisamente por adherir al estatismo (además de haber pasado por alto tremendas corrupciones como lo atestiguan países africanos y casos como el de Rusia y Turquía).

 

Todas las personas de buena fe quieren el bienestar de sus semejantes pero lo relevante consiste en centrar la atención en los medios idóneos para lograr ese cometido. No da lo mismo proceder en cualquier dirección. Se trata en primer lugar de contar con marcos institucionales civilizados al efecto de permitir la mayor dosis posible de ahorro interno y externo para que los salarios e ingresos en términos reales resulten lo más altos posibles. El rol del empresario es clave en este proceso: en un mercado libre está obligado a atender los reclamos de sus congéneres si desea prosperar y si no atiende satisfactoriamente a su prójimo incurre en quebrantos. Esto debe ser claramente separado de los prebendarios que se alían con el poder político para explotar a la gente a través de mercados cautivos.

 

En realidad el Judas moderno es el que traiciona los valores y principios de la moral y la responsabilidad individual para entregarse a las fauces del Leviatán que termina por crucificar la libertad. Antes he citado un pasaje de Aldous Huxley de su libro Ends and Means que estimo es la mejor descripción de lo que nos ocurre en el mundo de hoy: “En mayor o menor medida, entonces, todas las comunidades civilizadas del mundo moderno están constituidas por una cantidad reducida de gobernantes, corruptos por demasiado poder y por una cantidad grande de súbditos, corruptos por demasiada obediencia pasiva e irresponsable”.

 

Así es, por una parte la corrupción que significa el abuso del poder. A veces se circunscribe la corrupción al robo de dinero pero las corruptelas pueden ser de muy diversas maneras y tal vez la más ponzoñosa y generalizada sea precisamente el atropello a los derechos de otros de la entidad supuestamente encargada de proteger y garantizar esos derechos. En el otro caso a que apunta Huxley aparecen los timoratos que se dejan manosear de la manera más ofensiva.

 

En este sentido también lo he citado a Leonard Read que en su obra Government an Ideal Concept señala lo que a su juicio ha sido un error del comienzo al consignar que “nosotros en Estados Unidos nos equivocamos al recurrir a la expresión ´gobierno´ puesto que significa mandar y dirigir lo cual debemos hacer cada uno de nosotros con nosotros mismos pero no con el prójimo. Usar esta palabra es lo mismo que referirse al guardián de una fábrica como gerente general”. Exactamente eso, la idea original alude en verdad a una agencia de protección y no al gobernar, mandar o administrar las vidas y haciendas ajenas. Es en este contexto que Etienne de la Boétie ha escrito con razón que “Son, pues, los propios pueblos lo que se dejan, o mejor dicho, se hacen encadenar que con solo dejar de servir romperían sus cadenas”. Si nadie hace caso a los disparates gubernamentales el gobierno no se sostiene.

 

Ese es el sentido de la recomendación de Thomas Jefferson en su correspondencia a James Madison el 30 de enero de 1787 en el sentido de que “Sostengo que una pequeña rebelión aquí y allá es una buena cosa, tan necesario en el mundo político como lo son las tormentas en el físico” y agrega que un gobierno republicano “no debería desalentarlas demasiado. Es una medicina necesaria para la firme salud del gobierno” al efecto de mantenerlo en brete. Más aún, Jefferson, en la misma carta, afirma que una de las formas de la sociedad es “sin gobierno como entre los indios” lo cual dice que “no está claro en mi mente si esa condición no es la mejor”. Esto es para mostrar el espíritu presente en los Padres Fundadores, muy lejos de las bellaquerías del presente, un espíritu que hizo de los Estados Unidos la tierra de la libertad y el respeto recíproco. Lamentablemente de un tiempo a esta parte ese coloso del Norte ha terminado por copiar la adoración al aparato estatal y a subestimar el valor primordial de las autonomías individuales. Se han traicionado esos valores y, pero aun, muchos son los que piden con sus votos que los traicionen. Muchos se han convertido en animalitos que demandan un dueño.

 

El sentido de autoestima se ha perdido en gran medida. Y para los que miran la debacle pasivamente, hay que recordar lo apuntado por  José Ortega y Gasset  en La rebelión de las masas “Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted por sostener la civilización, se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. Un descuido y cuando mira usted en derredor todo se ha volatilizado”.

 

Es indispensable retomar en rumbo perdido y tener el coraje moral (en el hombre siempre es moral, pero dados los sucesos del momento vale el énfasis) y asumir la condición humana  y la propia responsabilidad y no traicionarse, humillarse y rebajarse al nivel de las bestias. No podemos convertirnos en Judas de nuestro propio ser por más cantos de sirenas gritadas por las mentes autoritarias para imponer sus nefastos designios.

 

En todos lados ha habido gente digna que da voces de alarma  e intenta contribuir a que se pongan las cosas en su lugar. En el caso argentino es del caso repasar con mucha atención los trabajos de Juan Bautista Alberdi, el autor intelectual de la Constitución liberal argentina de 1853, quien dicho sea al pasar siguió los consejos de autores dedicados a sentar las bases de la sociedad abierta como el filósofo moral y economista Adam Smith. Debemos cifrar las esperanzas en los que no aceptan ser dominados por los Judas de nuestra época que renuncian a los valores insustituibles del respeto recíproco.

 

Termino con un pasaje shakeaspeareano de Hamlet en su idioma original y que resulta de una contundencia didáctica notable: This above all, to thine own self be true.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

La izquierda recalentada

Por Armando Ribas. Publicado el 9/11/17 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2017/11/09/la-izquierda-recalentada/

 

Los principios incluidos en la Constitución liberal clásica no son aquellos que operan solamente en esta o aquella era. Ellos son principios para las eras.

                                                  Ricchard A. Epstein

Voy a insistir en un tema que considero de la mayor relevancia y que es la persistente descalificación del liberalismo como el capitalismo que genera la desigualdad económica y ahora el recalentamiento global. Persiste pues la ignorancia al respecto de esa ignorancia colectiva y descalificación ética que surge desde la izquierda. Recordemos a Ramón de Campoamor: “En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Y a mi juicio el cristal prevaleciente es rojo, a través del cual se miente contra el liberalismo a favor del pueblo o de la Nación. Nacionalismo y socialismo son hermanos de la historia.

Esa vertiente del ámbito político, a mi juicio ha sido superada con el advenimiento del recalentamiento global. Por supuesto cada vez más percibo la aparente insistencia de que es el hombre liberal el causante de ese desastre de la naturaleza. Perdón pero voy a recordar otro pensador Griego  Protágoras que dijo: “El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en cuanto que son, y de las que no son, en cuanto a que no son”. Es decir de los aciertos y los errores; y comparto ese pensamiento que se ha comprobado a través de la historia.

No me cabe la menor duda de que a través de la historia en la acción de los hombres han prevalecido las que no son. La guerra fue el orden nacional y ético de las sociedades. Como reconoció Hegel: “La guerra es el momento ético de la sociedad”. En la Guerra de los Treinta Años entre 1618 y 1648 murió la mitad de la población de Europa. Previamente entre 1337 y 1453 prevaleció la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra.

Y llegó el siglo XX y Europa nos llevó a las dos guerras mundiales, que afortundamente ganaron los Estados Unidos. Al respecto Jean François Revel en su obra la Obsesión Antiamericana escribió: “Son los europeos que yo sepa, quienes hicieron del siglo XX el más negro de la Historia, en las eferas política y moral, se entiende. Ellos fueron los que provocaron los dos cataclismos de una amplitud sin precedentes que fueron las dos guerras mundiales; ellos fueron los que inventaron y realizaron los dos regímenes criminales jamás infligidos a la especie humana”. No obstante insistimos en la falacia de la civilizacion Occidental y Cristiana.

Pero llegó John Locke y su pensamiento determinó la Glorious Revolution de 1688 en Inglaterra, a partir de la cual se desarrolló el sistema ético, político y jurídico que cambió la historia del mundo y permitió la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Revolución que no es reconocida pues nos han enseñado lo contrario y que fue la Revolución Francesa la determinante de la libertad, cuando fue el inicio del totalitarismo, como la racionalización del despotismo. Al respecto dice Peter Drucker: “Tan difundida y tan falaz como la creencia de que el Iluminimo engendró la libertad en el siglo XIX, es la creencia de que la Revolución Americana se basó en los mismos principios que la Revolución Francesa, y que fue su precursora”.

Ese sistema político se basó en el reconocimiento de la naturaleza humana, y por ello dice Locke: Los monarcas también son hombres por ello se necesita limitar las prerrogativas del rey. Como bien reconoce William Bernstein en su The Birth of Plenty, el mundo hasta hace doscientos años vivia como vivía Jesucristo. Pero creo que tampoco podemos ignorar los daños generados por la naturaleza desde tiempo inmemorial. Y así reconoce Bernstein que hasta la era moderna prevalecía, el hambre, las enfermedades y la guerra.

Siguiendo con el recalentamiento recordemos el terremoto de Lisboa en 1775, cuando murieron más de 60.000 personas. Allí comenzó una discusión que está pendiente entre Voltaire y Rousseau. Rousseau le escribió una carta a Voltaire al respecto en la que dijo: “El terremoto de Lisboa fue justamente un castigo al hombre por abandonar la vida natural y vivir en ciudades”: A la misma Voltaire contestó: ¿Qué culpa tenían los niños que estaban en la iglesias?

Ya Rousseau que me parece está presente había dicho: Nuestras almas han sido corrompidas en proporción a que nuestras ciencias y artes han avanzado hacia la perfección”.Y por supuesto había asimismo desvirtuado el derecho de propiedad: “No importa en la forma que que esa adquerencia fue hecha, cada derecho individual sobre su propia tierra está, sigue subordinada al derecho de la comunidad sobre toda la tierra”.

En virtud de estos pensamientos tengo la impresión de que Rousseau está presente en todo el análisis valorativo que percibo del recalentamiento global. Todo parece indicar que ha sido el hombre en el sistema liberal capitalista el causante de los deshechos de la naturaleza. En otras palabras es la descalificación del sistema que permitió la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Yo no soy científico, pero me pregunto ¿Cual es la relación científica del recalentamiento con los terremotos que existieron por siempre y con los ciclones, las inundaciones y las sequías prevalecientes?

Entonces la izquierda monopolizadora de la ética de la igualdad en el ámbito político, el recalentamiento global parece haberla recalentado para justificar la destrucción del sistema que cambió al mundo. Por ello como antes dije respecto a Locke el reconocimiento de la naturaleza humana determinaba la limitación del poder político. Asimismo reconoció el derecho de propiedad y el derecho a la búsqueda de la propia felicidad.  Ese derecho que Locke reconocía como el principio fundamental de la libertad, implica el reconocimiento de que los intereses privados no son per se contrarios al interés general.

Cuando los intereses privados son contrarios al interés general, la consecuencia es el interés privado de los que forman los gobiernos. Por ello voy a insistir que el sistema es ético, político y jurídico y la economía es la consecuencia y no su determinante. Por tanto prevaleció la mano invisible de Adam Smith que la definió: “Persiguiendo su propio interés el frecuentemente promueve el de la sociedad más efectivamente que   cuando el realmente pretende promoverlo”.

Esos principios fueron llevados a sus últimas consecuencias en Estados unidos por los Founding Fathers, y no por ser anglosajones ni protestantes. Por ello Madison reconoció que si los hombres fueran angeles no sería necesario el gobierno y si fueran a ser gobernados por ángeles no sería necesario ningún control al gobierno. Pero el gobierno es una administración de hombres sobre hombres, y la gran dificultad yace primero en capacitar al gobierno para controlar a los gobernados y en segundo lugar a controlarse a si mismo.

A los efectos de controlar al gobierno se creó el concepto del judicial review, que fue reconocido por el Juez Marshall en el caso Marbury vs. Madison en el cual tomó la siguiente decisión: “Todos los gobiernos que han formado una Constitución, la consideran la ley fundamental y toda ley contraria a la Constitución es nula. Es enfáticamente la competencia y el deber del poder judicial decir que es la ley”.

Pasando entonce al momento político que vivimos, repito la izquierda se ha apoderado de la ética en nombre de la falacia de la igualdad. Pienso que surgiendo de Rousseau, Marx está presente vía Eduard Bernstein que en su obra Las Precondiciones del Socialismo en disputa con Lenin escribió que al socialimo se puede llegar democráticamente y no por revolución. Y esa es la realidad que se vive en Europa vía la Social Democracia, que si bien no nacionalizando la propiedad privada, sino aumentando el nivel del gasto público fácticamente viola los derechos de la propiedad, y es determinante de la caída en la tasa de crecimiento económico. Recordando a Aristóteles que ya nos había advertido, cuidado que los pobres siempre iban a ser más que los ricos.

Así el liberalismo que es la fuente filosófica del sistema del Rule of Law y no el sistema capitalista parece descalificado políticamente y la consecuencia es la crisis que se vive en el llamado mundo Occidental. Cuando el gasto público alcanza o supera el 50% del PBI, de facto se está violando el derecho de propiedad, y al respecto reconoció Milton Friedman: “El peso total de los impuestos es lo que los gobiernos gastan, no esos recibos denominados impuestos. Y cualquier déficit es soportado por el público en la forma de impuestos escondidos. Se paga con los intereses de la deuda y con inflación, Sin reducir el gasto, la rebaja en los impuestos solo disimula mas que reduce la carga.

Esperemos que aprendamos y que decidamos discutir con la izquierda los principios éticos y políticos que determinaron la libertad y la riqueza por primera vez en la historia. Librémonos de la demagogia implícita en el socialismo y reconozcamos que la democracia mayoritaria perse no es determinante ni de la libertad ni de la creación de riqueza. Así no olvidemos que Hitler, Mussolini y Perón llegaron al poder con votos. Lo trascendente es la limitación del poder político y el respeto por los derechos individuales. Cuidado con el recalentamiento no solo en el ámbito tecnológico sino profundamente en el político.

 

Armando P. Ribas, se graduó en Derecho en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, en La Habana. Obtuvo un master en Derecho Comparado en la Southern Methodist University en Dallas, Texas. Es abogado, profesor de Filosofía Política, periodista, escritor e investigador y fue profesor en ESEADE.

Vincento Ostrom sobre el federalismo, la dispersión del poder y los órdenes policéntricos

Por Martín Krause. Publicada el 31/5/17 en: http://bazar.ufm.edu/vincento-ostrom-federalismo-la-dispersion-del-poder-los-ordenes-policentricos/

 

Con los alumnos de la materia Public Choice, vemos a Vincent Ostrom, quien fuera profesor de ciencias políticas y también marido de Elinor Ostrom, la única mujer galardonada con el premio Nobel en Economía, sobre un tema en el cual se especializara: el federalismo. Aquí, de su artículo “Consideraciones Constitucionales con particular referencia a los Sistemas Federales”, Revista Libertas IV: 7 (Octubre 1987):

“Madison (sin fecha: 337-338) resumió los principios constitucionales que se aplican a un sistema republicano de gobierno:

“Al constituir un gobierno que ha de ser administrado por hombres que regirán los destinos de otros hombres, la gran dificultad reside en que debemos darle la posibilidad de controlar a los gobernados y, en segundo lugar, obligarlo a controlarse a sí mismo. No hay duda de que el principal control depende del pueblo, pero la experiencia ha enseñado a los hombres la necesidad de tomar precauciones auxiliares.

Esta política de suplir, por medio de intereses opuestos y rivales, la falta de mejores motivos, podría rastrearse a lo largo de todo el manejo de los asuntos humanos, tanto públicos como privados. Tal política puede observarse particularmente en las distribuciones subordinadas del poder, cuyo objetivo consiste siempre en dividir y disponer los diversos cargos de manera que cada uno de ellos pueda controlar a los demás; en otras palabras, que los intereses privados de cada individuo vigilen y controlen los derechos públicos. Estas prudentes disposiciones son requisitos importantes para la distribución de los supremos poderes del Estado”.

Los intereses opuestos y rivales de Madison se basan en el mismo presupuesto enunciado por Montesquieu (1966: Libro XI) cuando afirma que el poder debe ser usado para controlar al poder.

De acuerdo con esta concepción, ningún individuo o grupo de individuos gobierna la sociedad. Por el contrario, el gobierno depende de la concurrencia de diversos grupos que toman las decisiones. Pueden establecerse normas, y éstas pueden ser puestas en vigor, pero nadie ejerce privilegios ilimitados. Todo el mundo tiene acceso a prerrogativas que pueden utilizarse para recusar el inadecuado ejercicio de la autoridad por parte de cualquier funcionario o grupo de funcionarios. Este sistema, organizado sobre la base de intereses opuestos y rivales, depende decisivamente del conocimiento compartido que pueda tener el pueblo acerca de los estándares de valor fundamentales que se utilizan para establecer distinciones esenciales respecto del adecuado ejercicio de las funciones gubernamentales. Cuando surgen conflictos, las diversas estructuras de decisión proveen múltiples remedios para solucionarlos y transformarlos en relaciones mutuamente fecundas y productivas. La estructuración de esos intereses opuestos y rivales puede ser el preludio de un estancamiento o de un desacuerdo insuperable, a menos que se utilicen métodos de resolución de conflictos destinados a crear o restablecer comunidades de relaciones mutuamente fecundas. La implantación de un gobierno de este tipo debe tener necesariamente un alto costo. La utilización de intereses opuestos y rivales como principio básico de organización implica la aparición de altos niveles de conflicto; la retórica asociada con éstos dará una engañosa idea de desorden. Sin embargo, el conflicto se va diluyendo cuando los individuos se esfuerzan por encontrar los remedios que están disponibles en las diversas estructuras de decisión. Proporcionalmente, mucho tiempo y esfuerzo se dedicarán a la deliberación y a la toma de decisiones pública. El secreto será difícil de lograr incluso en áreas esenciales relacionadas con la seguridad nacional. El ejercicio de las prerrogativas de la función pública estará sujeto al escrutinio de la ciudadanía. Los procesos de gobierno deberán subordinarse a la dirección y al control de aquellos que se comprometen a ajustarse a los estándares de comportamiento y desempeño inherentes a un sistema de gobierno constitucional. La ciudadanía podría considerarse, entonces, como una suerte de unión compartida de asociaciones cívicas moralmente obligadas a defender y respetar los estándares de corrección, justicia y libertad en comunidades de relaciones mutuamente productivas. Los métodos basados en las Eidgenossenschaften podrían considerarse entonces como una alternativa de los métodos de Herrschaft, donde la Herrschaft es monopolizada por un centro único de autoridad o soberanía.”

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

En Venezuela hay que empezar desde los principios más básicos, como respetar la división de poderes

Por Martín Krause. Publicada el 15/11/16 en: http://bazar.ufm.edu/en-venezuela-hay-que-empezar-desde-los-principios-mas-basicos-como-respetar-la-division-de-poderes/

 

Lamentablemente, nuestra querida Venezuela tiene que lograr cumplir ciertos elementos básicos del funcionamiento de una democracia. En este video, CEDICE explica las atribuciones y el funcionamiento del poder legislativo: https://www.youtube.com/watch?v=-rvjuT73Kjk

 

Y en el libro, esto se dice al respecto. Comencemos con un par de citas:

. Comenta Madison: “Se escuchan quejas por doquier de nuestros ciudadanos más virtuosos y considerados, que nuestros gobiernos son muy poco estables; que el bien público no es considerado en los conflictos entre partidos rivales; y que se toman a menudo medidas, no según las reglas de justicia y los derechos del partido minoritario, sino por la fuerza superior de una abrumadora e interesada mayoría”. (2001).

 

. La visión clásica en la materia es desarrollada inicialmente por John Locke (1988) que, refiriéndose a la monarquía absoluta, señalaba: “… que la Monarquía siendo simple, y muy obvia a los Hombres…., no es en absoluto extraño que no se ocuparan mucho en pensar métodos para limitar cualquier exorbitancia de aquellos a quienes le había delegado autoridad sobre sí mismos, y de balancear en Poder del Gobierno, colocando diversas partes en diferentes manos” (p. 338).

 

Hemos visto que los mercados son imperfectos, lo mismo que la política, en cuanto instrumento que puede no solamente no solucionar los problemas que el mercado vaya presentando, sino empeorarlos incluso. Hay una forma de controlar cualquier abuso de poder en el mercado: la competencia. Si algún producto o servicio no resulta como se promete, o simplemente si pensamos que hay otro mejor, podemos cambiar de proveedor. Ninguno nos tiene atrapados, a menos que tuviera el monopolio y no contáramos con otros productos o servicios sustitutos.

Pero el Estado es, por definición, un monopolio. ¿Cómo controlamos el poder que le hemos otorgado? . La respuesta clásica y, en parte, vigente en muchas repúblicas modernas, es la que desarrollaran Locke , Montesquieu y otros: limitación y división del poder. La división del poder tiene en objeto que ningún individuo o grupo en particular lo concentre. Esta división se produce por medio de la división “horizontal” de los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), como también una división “vertical” del poder, sobre todo a través del federalismo y la descentralización, tema que veremos en el capítulo 14.

La limitación se busca por vía de la existencia de normas constitucionales de protección de los derechos individuales que los excluyen de eventuales decisiones mayoritarias (Bill of Rights), la revisión judicial de los actos gubernamentales, la renovación de mandatos y otros.

La separación de poderes ha sido un tema desarrollado especialmente por la ciencia política. ¿Cuál es la visión de la economía al respecto? Pues se asocia al concepto de competencia, por un lado, y al de costos de transacción por otro. En relación con el primero, la división del poder sujeta a los distintos actores a un cierto grado de competencia entre unos y otros, tanto por recursos —este es típicamente el caso de la competencia entre gobiernos nacionales con provincias o estados subnacionales— como por áreas y poder de decisión. Esta competencia puede actuar como un freno, aunque también si termina en un “cartel” como un motor del crecimiento del gasto público y el endeudamiento. Por otro lado, la democracia, como un mecanismo para la selección y renovación pacífica de los gobernantes con base en la preferencia de cierta mayoría, contiene también elementos de competencia, aunque se trata de la competencia para obtener cierto grado de monopolio.

En cuanto a los costos de transacción, cuando se trata de transacciones voluntarias, se ven favorecidas si esos costos son bajos. Pero si se trata de transacciones que tienen como objetivo obtener algún tipo de privilegio, entonces es mejor que los costos de esa transacción sean altos. La separación y división de poderes aumenta los costos de hacer lobby. En una sociedad donde todo el poder está concentrado en una persona, sea un rey, un dictador o un gobernante electo con poder absoluto, tan solo hace falta “convencer” o “sobornar” a esa persona, teniendo en cuenta que puede haber dos clases de acciones para buscar influencias: legales e ilegales. Pero en una sociedad donde el poder se encuentra dividido y disperso, el costo del lobby es mucho mayor: puede ser necesario convencer a funcionarios o agentes del Ejecutivo, a legisladores, y eventualmente enfrentar el cuestionamiento judicial de la norma.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

SOBRE EL TRIUNFO DE TRUMP.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 13/11/16 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/11/sobre-el-triunfo-de-trump.html

 

Si han leído mi entrada anterior a las elecciones(1), podrán advertir que ni Trump, ni Hilary, ni Johnson, eran mis opciones. En realidad con esa entrada podría considerar el asunto por concluido. Pero ante los cosas que se están diciendo y las reacciones que ha producido el triunfo de Trump, consideré prudente agregar algo más de confusión al asunto J. 🙂

  1. ¿Por qué ganó Trump?

En primer lugar, por la falta de liderazgo de los propios republicanos. No tuvieron alguien que supiera combinar la espontaneidad de Trump con posturas y una historia personal más seria y menos caricaturezca. Cualquiera que haya visto los debates republicanos se podía dar cuenta que una Carly Fiorina, un Cruz, un Rubio o un Rand Paul eran candidatos ideológicamente más sólidos y personalmente más presentables. Pero su estilo –igual que los demócratas- es ese estilo que, para que me entiendan bien los libertarios y liberales clásicos, podríamos llamar “racionalismo constructivista en política”. Una excesiva profesionalización y planificación de cada discurso, gesto, actitud, que lleva a la inautenticidad y a la falta de espontaneidad. O sea, un liderazgo inauténtico como la existencia inauténtica de Heidegger. Hay un electorado que está demandando un mayor orden espontáneo –orden, no caos- ese orden que espontáneamente surge, sin tanta planificación, cuando hay un ser-sí-mismo muy profundo y un apasionamiento del corazón que se traduce en el discurso. Lo que tuvieron un Reagan, un Kennedy, un Mandela o un Gandhi. No es que ahora no lo tengan porque son figuras casi imposibles de encontrar. En parte no lo tienen porque confían en ese racionalismo constructivista político aunque lean a Hayek y a su orden espontáneo. Trump jugó el papel de la espontaneidad, dio al electorado lo que muchos deseaban: alguien que, precisamente, no fuera ese político profesional que tanto los decepcionó.

Claro, ojalá no hubiera sido despectivo con las mujeres, casi racista con los mejicanos, grosero con McCain, con periodistas y hasta con bebés. Pero la gente está –y no sólo en los EEUU- muy asustada, y el miedo produce a Hobbes. Y los intelectualoides demócratas y europeos no parecen estar dando frente a ISIS “y el desconocido” las respuestas necesarias. EEUU se forjó precisamente de inmigrantes que huían de tiranías, diferentes pero iguales en su búsqueda de la libertad. Pero los tiempos han cambiado y luego de la 2da guerra los líderes liberales clásicos y libertarios no han sabido educar al votante en una fórmula que una, nuevamente, el espíritu inmigratorio y pacífico con una sólida defensa en política exterior. Por ende, muchos callaron pero decidieron perdonarle a Trump sus excentricidades políticamente incorrectas y secretamente decidieron votarlo, con sistemas de comunicación que aún no han comprendido los analistas y encuestadores tradicionales: con redes informales que van más allá del llamado “dato” que, por lo demás, nunca existió.

Por lo demás, los republicanos no supieron explicar al votante los beneficios del libre mercado, de las fronteras abiertas, para el aumento del empleo a nivel local. No supieron tampoco educar ese miedo ni se atrevieron a presentar francamente –con ese nuevo liderazgo que no tenían- la eliminación del welfare state. Trump, que no entiende mucho de economía, afirmó una relación inversa entre empleo local e inmigración que muchos soñaban escuchar, encerrados en la misma confusión de Trump. No sé si el muro –que por lo demás ya existe, se llama aduana, se llama visado, etc– se llegará a construir o no, pero allí también Trump apeló al inconfesable miedo al extranjero y obtuvo su masiva cantidad de votos inconfesables. Y, de vuelta, le perdonaron sus rarezas y lo votaron. Dejando de lado a todos los que verdaderamente siempre fueron medio misóginos y racistas y lo votaron felices.

Por otra parte, los que critican a Trump por el muro, ¿qué autoridad moral tienen? ¿Acaso no están de acuerdo con pasaportes, visas, aduanas y controles para sus propios países? ¿Qué, todo ello no es un muro porque NO sea una pared de cemento? Sólo los liberales clásicos, que hemos sido ridiculizados por nuestras propuestas de eliminación de fronteras, tenemos la autoridad moral para estar en desacuerdo con Trump. Qué graciosos, especialmente, los estatistas argentinos, tan “anti-muros”, ahora…………….

Tres, Trump ganó porque Hilary es un desastre. Jamás hubiera sucedido esto con un Obama II que, obviamente, no existió. Hilary –no juzgo su conciencia- tiene (no digo “es”) niveles de corrupción espantosos para el electorado norteamericano. Los chanchullos de la Fundación Clinton son infinitos. Por lo demás, su política exterior fue muy equivocada. No identificaron bien al terrorismo islámico, dejaron solo a Irak, comenzaron a pelearse con el genio hobbesiano –dije hobbesiano- de Putin y prácticamente ella y Obama dejaron morir de la peor forma al embajador norteamericano en Libia. Hilary es antipática, no conecta con el electorado, sus sonrisas son más dibujadas que las de Jack Nicholson en Batman y representó por ende ese político ultra-profesional que muchos demócratas también estaban cansados de ver, o estaban muy acostumbrados al charming de Obama.

  1. Las reacciones ante el triunfo de Trump.

Pero lo más interesante es la histeria de la izquierda mundial ante lo que para ellos simboliza Trump, que raya en el paroxismo, en el ataque psicótico de explosión de todos sus más profundos prejuicios, en sus más profundas iras autoritarias y en sus más bochornosas hipocresías y dobles estándares.

Lo más tragicómico es: ¿pero quién miércoles se creían que era Hilary Clinton? ¿La hija de Gandhi y la Madre Teresa? La calma que todos tenían ante un eventual triunfo de Hilary represente la confusión ideológica mundial. ¿Qué es lo que tenía a todos tan tranquilos? ¿Su mayor intervencionismo económico, que iba a acelerar la baja en la productividad norteamericana? ¿Sus mayores impuestos, que por supuesto iba a afectar a los más carenciados? ¿Su mayor gasto público, que iba a llevar la deuda pública de EEUU hasta el paroxismo y a lo que mejor no quiero ni explicar? ¿Su persecución enfermiza a los católicos y a su libertad religiosa? ¿Su alianza total y completa con Planned Parenthood, su abortismo cruel, capaz de matar a un niño completo si era necesario? ¿Ante eso estaban todos tan tranquilos? La pura verdad es que si: como una ideología propagandística y una cruel espiral del silencio, todo ello se ha impuesto como lo políticamente correcto y el paraíso en la Tierra. Mayores controles, mayor gasto, más estado, más impuestos, menor libertad religiosa, aborto para todos, salud reproductiva e ideología del género para todos y obligatoria, nazifeminismo inquisitorial, homosexualismo inquisitorial, ecologismo unido a estatismo, y todos felices y contentos. ¡Felicitaciones mundo entero! Con razón no iba a haber marchas anti-Clinton, con razón todos los tiranuelos y todas las izquierdas europeas se iban a levantar el Miércoles tan relejados.

Por lo demás, muy interesante escuchar el latiguillo de la dialéctica de los brutos pro-Trump y los ilustrados pro-Hilary. Conozco perfectamente el mundillo intelectual de la izquierda. Leen a Marx, a Hegel, a la Escuela de Frankfurt, a los postmodernos, a Keynes, a John Rawls. Si, son muy cultos, leen todos esos autores, en su lengua original si es necesario, mientras asisten a la Opera y van a las librerías en el New York de Manhatan. Pero, ¿de qué te sirve ganar el mundo si pierdes tu alma? ¿De qué te sirven tantas letras si luego conduces al mundo al infierno? No quiero nombrar a grandes filósofos cuyas posiciones políticas eran peores que las del mismo Maduro –sí, así- para no ofender a sus seguidores, pero creo que habría que distinguir entre la soberbia del saber humano y la sabiduría humilde que, con universidad o sin ella, conoce –por con-naturalidad, dice Santo Tomás- la verdadera virtud. Así que, si alguien votó a Trump porque compartía su misoginia y sus tosquedades, ok, sí, mal, pero muchos lo votaron sin tanto John Rawls y con más sentido común –sobre todo, el rechazo a Hilary-. Ni qué hablar de quienes lo votaron sopesando males menores, con tanta o más formación que los soberbios demócratas: snobs bien vestidos, con Inglés bostoniano, que no tienen inconvenientes en apoyar las aberraciones morales más terribles.

Además, en ese desprecio izquierdoso al votante promedio norteamericano no se advierte cuál fue la verdadera sabiduría de la revolución de 1776. Por un lado sus intelectuales –un Jefferson, un Paine, etc- no eran Hegel, precisamente, pero gracias a Dios que no lo fueron. Jay, Madison y Hamilton eran gente de derecho, no de utopías platónicas que se terminan vendiendo al tirano de Siracusa de turno. Los europeos no logran entender, aùn, la superioridad norteamericana sobre su supuestamente gran Europa. Esa Europa de grandes filósofos que la terminaron hundiendo en los totalitarismos más deleznables de la historia, de los cuales sólo los salvaron los tanques norteamericanos y la valentía de un Reagan, que, gracias a Dios, no leía a los postmodernos franceses. Pero no es sólo cuestión del seguro medianamente inteligente Jefferson versus el seguramente genio Hegel. Lo que casi nadie entiende es que la revolución norteamericana fue –con un fue que es- la revolución de granjeros, comerciantes, dueños de barcos, de granos y de plantaciones de té que vivían sencillamente en los derechos individuales del common law británico, que, cuando Jorge III los conculcó, a la miércoles con Jorge III. Así de simple y sabio. No fue una utopía pensada in abstracto y luego aplicada a la fuerza. Fue el derecho a la resistencia a la opresión. Eso aún existe en EEUU y los “intelectuales” que, precisamente, se pasan la vida atacando al liberalismo clásico, jamás lo van a entender, y se pasarán la vida despreciando e insultando a ese sabio comerciante que habla en sujeto, verbo y predicado y que gracias a Dios NO entiende la expresión “espíritu absoluto”.

 

Finalmente, las reacciones histéricas de muchos, desde los que saquean y destruyen hasta los que orinan en la vía pública sobre la foto de Trump, no muestra más que la auténtica violencia explosiva que tienen dentro los supuestos demócratas, pacifistas e “ilustrados”, sí, cuando ganan. Una violencia terrible  porque, para ellos, Trump es el símbolo de todo lo que odian: el capitalismo, el libre comercio, la verdadera libertad. Curiosamente, Trump no es eso. Es un líder intuitivo y autoritario que hará alianza con Putin y se dividirán el mundo. El mundo sigue lejos del liberalismo clásico, y con Hilary hubiera sido peor. Mientras tanto, Trump sigue teniendo en esa izquierda histérica su mejor aliado. Trump es GORT. Lo dejaron plantado los Clinton.

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(1) http://gzanotti.blogspot.com.ar/2016/10/reflexiones-sobre-la-actual-politica.html

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

¿Para proteger derechos se necesita un poder central fuerte o uno débil? Estados Unidos y Suiza

Por Martín Krause. Publicada el 23/2/16 en: http://bazar.ufm.edu/para-proteger-derechos-se-necesita-un-poder-central-fuerte-o-uno-debil-estados-unidos-y-suiza/

 

Como vemos se presentan dos opiniones distintas: ¿es necesario un poder central fuerte para evitar el abuso hacia los derechos de los individuos por parte de los gobiernos locales o, por el contrario, es necesario un poder central débil para evitar el abuso de éste sobre los derechos de los estados y, por ende, de  los individuos? ¿Existirá alguna salida para este dilema?

La evidencia empírica no parece brindarnos una respuesta clara al respecto. Entre todos los países del mundo podemos encontrar dos con una estabilidad institucional prolongada que nos permita realizar una comparación: Estados Unidos, como el de una federación y Suiza, como ejemplo de una confederación. No obstante el ejemplo de Suiza como una confederación se remonta desde 1291 con la firma del pacto entre los cantones de Schwyz, Uri y Unterwalden hasta la constitución de 1848, a partir de la cual se convierte en una federación.

La supervivencia de esa confederación durante cinco siglos y medio muestra que dicha configuración es posible. En cuanto al argumento “federalista” de la necesidad de un poder central fuerte para evitar el abuso de los gobiernos locales, la historia de Suiza muestra un ejemplo que refuta esta tesis. Los cantones suizos mantuvieron una profunda convicción y práctica democrática, si bien los de las ciudades fueron centralizados y poco democráticos (Kendall & Louw, 1989, p. 12). Uno de las principales pruebas a las que la libertad individual fue sometida fueron los conflictos religiosos entre católicos y protestantes con motivo de la Reforma.

Estos conflictos fueron similares a los ocurridos en otros países de Europa, pero su solución fue claramente diferente. En 1526 se realizó un debate público en Baden, en el cual se resolvió que los cantones decidirían si permanecían con la Iglesia de Roma o adoptaban la Reforma. Luego de algunos disturbios e intentos de forzar una u otra salida, la Paz de Kappeler fue firmada dando a cada comunidad local, por voto mayoritario, el poder de decidir sobre el asunto. En el cantón de Thurgau, por ejemplo, catorce distritos decidieron ser católicos, 18 protestantes y 30 eligieron la igualdad religiosa, Appenzell se dividió en dos en el año 1595, y en el borde entre uno u otro los propietarios de tierras pudieron elegir a cuál pertenecerían. Por cierto que la religión es un tema de decisión individual y no colectiva, pero el proceso mencionado es un ejemplo en una época donde lo que predominaba no era precisamente la libertad religiosa. En estos años, los poderes centrales no garantizaban libertad sino que la eliminaban. Es decir, para seguir el debate de los federalistas, es cierto que un gobierno local puede someter a una minoría, pero no lo es que un gobierno central sea garante perfecto de la libertad, ya que puede ser todo lo contrario.

En cuanto al grado de centralización/descentralización de los gastos del estado, es necesario tener en cuenta que el tamaño de los mismos fue muy pequeño durante siglos y que cuando se inicia su expansión en el siglo XX ya ambos países contaban con un modelo similar, lo que impide la comparación entre federación y confederación en ese sentido. En la actualidad, ambos se encuentran entre los países más libres y con calificaciones similares en los estudios comparativos de libertad.

Según Vaubel (1996, p. 79), pese a que Madison en El Federalista Nº 45 (p. 197) afirmaba que el número de empleados del gobierno federal iba a ser mucho más pequeño que el de los empleados por los gobiernos estaduales, doscientos años después, los primeros son más que todos los empleados estaduales juntos y en casi todos los países federales, el gasto del gobierno central (incluyendo la seguridad social) supera la mitad del gasto público total siendo la única excepción Canadá. En los Estados Unidos la participación del gobierno federal en el total del gasto público era del 34% en 1902, creció hasta alcanzar un máximo del 69% en 1952 y luego descender hasta el 58% en 1992 (Oates, 1998, p. xviii)[1].

Según el estudio de Vaubel, realizado con datos del período 1989-91, los países menos centralizados serían las Antillas Holandesas (donde un 44,8% del gasto total está en manos del gobierno central), Canadá (49,4%) y Suiza (53,8%). En promedio, los estados federales serían más descentralizados que los unitarios y los países industriales más que los países en desarrollo. El promedio de gasto del gobierno central sobre gasto total en los países industriales federales en el mencionado período sería de 65,9% y en los industriales unitarios del 84,7%. El mismo promedio en los países federales en desarrollo sería de 78,8% y en los unitarios en desarrollo 98,7%. El promedio de todos los países federales (industriales y en desarrollo) sería de 71,8%. Bird & Vaillancourt (1997, p. 12) comparan ocho países en desarrollo (Argentina, China, Colombia, India, Indonesia, Marruecos, Pakistán y Túnez) con cinco países desarrollados (Australia, Canadá, Alemania, Suiza y Estados Unidos) y constatan que el promedio de gastos locales en el total del gasto público es de 35% para los países en desarrollo y del 47% para los desarrollados siendo la variación mucho más grande en el primer caso que en el segundo (ya que no diferencian entre países federales o unitarios). Para Mochida & Lotz (1998, p. 3) en el caso de Japón el gasto local sería del 30,8% y el del gobierno central del 69,2%.

En definitiva, la evidencia empírica nos muestra que los países federales son más descentralizados que los unitarios, y que los países desarrollados lo son más que los en desarrollo. Pero no es éste un análisis que nos permita arribar a algún tipo de conclusión más allá de la que muestra que un país federal resulta levemente más descentralizado y que esta circunstancia, “ceteris paribus”, permitiría alcanzar un mayor grado de control sobre el poder político y un grado de alineamiento mayor entre las preferencias de los ciudadanos y los bienes  y servicios públicos que reciben.

[1] Stigler [(1957) 1998] afirma que: “En 1900, virtualmente todas las cuestiones relacionadas con la vivienda, salud pública, crimen y transporte local eran tratadas por los estados o los gobiernos locales, y el papel del gobierno federal en la educación, la regulación de prácticas comerciales, el control de los recursos naturales y la redistribución del ingreso era mínima. Hoy, el gobierno federal es muy activo en todas estas áreas, y su grado de participación crece gradualmente.”

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).