Por Emilio Cárdenas. Publicado el 30/6/16 en: http://www.lanacion.com.ar/1913999-gran-bretana-despues-de-la-tormenta
Los británicos eligieron claramente salir de la Unión Europea . Parecía una opción indeseable, pero los votos finalmente dijeron lo contrario. Los ciudadanos mayores impusieron a la juventud británica un camino que ella no quería, empujándola hacia un futuro de encierro que las encuestas demuestran no es precisamente el que los jóvenes pretendían.
Esa es la realidad, innegable por otra parte. A partir de ahora cabe esperar un proceso de pérdida creciente de influencia británica en todos los escenarios del mundo. Y un momento, quizás prolongado, de fuerte inestabilidad y de intensa fragilidad política doméstica.
El costo de la decisión británica ha sido -para todos- inmenso en términos de destrucción de valor. Más allá de la propia Gran Bretaña. El gran responsable político de lo sucedido, el primer ministro conservador, David Cameron , ya ha renunciado. Ha pasado claramente a la historia como el inepto causante de esta tremenda tormenta, cuyos efectos serán de largo plazo.
El orden europeo se ha fracturado y sus cimientos están conmovidos. Los dos principales partidos políticos británicos quedaron sumidos en las naturales luchas por atribución de responsabilidades y las pretensiones de inmediatos nuevos liderazgos. Tanto el conservador David Cameron, como el laborista Jeremy Corbyn, están hoy en la mira de sus propios correligionarios, con una baja capacidad de supervivencia. El ascenso del conservador Boris Johnson, que pretende reemplazar a David Cameron puede no ser nada simple. Sucede que hay muchos, entre los conservadores, que le asignan buena parte de la responsabilidad central por lo acontecido, desde que Johnson estuvo entre los partidarios encendidos de alejarse de la Unión Europea.
El Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, anunció rápidamente una visita a Bruselas y Londres para evaluar las opciones de su país en el futuro inmediato. Mientras desde la OTAN se pronunciaba la primera verdad: «Gran Bretaña será, en más, un socio menos efectivo y menos confiable en el escenario del mundo». Por decisión propia, curiosamente. Se ha dado entonces un paso más en lo que es un lento proceso británico de decadencia.
Londres, como centro financiero, será sensiblemente menos atractivo. Muchas de sus operaciones y actividades están siendo ya presurosamente transferidas a Dublin, Frankfurt o Berlín. Por ahora, al menos. La libra está en su nivel más bajo de los últimos treinta años, perjudicando a sus tenedores, que han visto evaporarse velozmente buena parte de su poder adquisitivo. Las acciones de los bancos europeos cayeron de inicio un fuerte dieciocho por ciento. La sombra de la crisis del 2008 ha vuelto a aparecer.
Como en todo divorcio, los términos de la separación de bienes entre la Unión Europea y los británicos comenzarán pronto a ser discutidos, con un horizonte de no más de dos años de conversaciones y tratativas. Hablamos de un proceso que hasta ahora no ha sido recorrido sustancialmente por nadie. Lleno de incertidumbre, en consecuencia, que proyecta todo lo contrario a las sensaciones de claridad, previsibilidad, confiabilidad y certeza que los empresarios, con razón, siempre priorizan. Hasta que aclare, la actitud general está ya a la vista: las empresas congelan el empleo y postergan sus inversiones. Así de simple.
Como consecuencia de lo sucedido, es también bastante previsible que la propia Unión Europea se transforme en una organización algo más proteccionista. Especialmente en el sector agrícola, al impulso de sus voces menos librecambistas: las de Francia e Italia. Lo que puede afectar las lentas conversaciones que apuntan a un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos. Gran Bretaña, ahora en libertad de acción, podría quizás lograrlo bilateralmente.
En materia de tecnología, propiedad industrial y telecomunicaciones, las voces que propugnan mayor regulación y menor libertad de acción seguramente aumentarán su impacto y su sonoridad. Algo parecido podría ocurrir en lo que tiene que ver con las normas que aseguran la libre competencia, que previsiblemente serán interpretadas más flexiblemente, debilitando en paralelo a los respectivos organismos reguladores.
La dosis de apoyo a la libertad económica y a los mecanismos de mercado que ha prevalecido en la Unión Europea puede disminuir, mientras -en contrapartida- las voces proteccionistas, intervencionistas y hasta simplemente dirigistas previsiblemente se entonarán.
En paralelo, en la propia Unión Europea crecerán presumiblemente las propuestas populistas y nacionalistas que han infectado ya a muchos de los Estados miembros. Y probablemente las propuestas de expansión del número de Estados miembros, incluida la tan delicada que tiene que ver con Turquía, deberán seguramente esperar.
Ocurre que la utopía de una Europa sin Estados-nación y sin conflictos, dirigida por unaelite que nadie eligió en las urnas no tiene el respaldo de la gente. Por lejana, opaca y hasta por arrogante.
Además, porque en esencia esa utopía no es, ni pretende ser, democrática. Por eso el aumento del escepticismo, primero, y el creciente deseo de cambio, ahora.
El sueño de una indefinida federación europea ha dejado de cautivar. Muchos quieren menos y no más Europa. La voluntad política requerida para profundizar la integración en cuestiones en curso, tales como la unión monetaria, un mercado común de capitales, un esquema conjunto de garantía de los depósitos cambiarios, la emisión de bonos europeos como mecanismo de financiamiento común, un esquema conjunto de defensa y seguridad, quedarán demoradas. Por un buen rato, presumiblemente.
Una organización creada en su momento para evitar las guerras entre sus miembros ha caminado ya por casi seis décadas, pero su ciclo está hoy en una fase que ahora transmite la necesidad de generar ordenadamente alguna desintegración. De devolver alguna soberanía a sus Estados miembros, en temas concretos.
Hay escepticismo, es cierto, pero además se advierte nativismo, populismo y nacionalismo, tendencias que no son precisamente el alimento requerido para una aceleración de la integración. Sino, todo lo contrario. Mal momento para la Unión Europea. No necesariamente terminal, pero desilusionante por cierto. Y peligroso para la marcha en común, ahora amenazada, que ya no será acompañada por una Gran Bretaña que eligió el portazo.
A manera de reflexión final, cabe señalar que, pese al resultado específico del reciente referendo británico, hay quienes creen que el mismo no es necesariamente definitivo. Esto quiere decir que, podría eventualmente haber una nueva convocatoria a un segundo referendo para tratar de revertir el resultado del primero.
Para ello recuerdan que tanto Dinamarca, como Irlanda, tuvieron primeros referendos con resultados adversos a la Unión Europea, que luego se corrigieron mediante un segundo referendo sobre el mismo tema que no convalidó la primera decisión.
En el caso de Dinamarca cuando, en 1992, sus ciudadanos votaron por el rechazo del Tratado de Maastricht. En el de Irlanda cuando, en 2001, los irlandeses no aceptaron el Tratado de Niza y, otra vez, cundo en 2008, se pronunciaron en contra de ratificar el Tratado de Lisboa.
¿Qué habría que hacer para lograr, esta vez, una nueva convocatoria? Primero, desde la Unión Europea, emitir alguna señal de que hay disposición para permitir -provisoriamente- poner algún límite o cuota anual al derecho de los ciudadanos de los demás países que integran la Unión Europea de residir en Gran Bretaña. En rigor, en cualquiera de los Estados miembros. Segundo, que los dirigentes británicos interpreten que ello permitiría una nueva consulta popular. ¿Es posible? Casi todo lo es, pero en este caso la alternativa no luce nada probable.
Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California. Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.