Por Emilio Cárdenas. Publicado el 26/6/15 en: http://www.lanacion.com.ar/1805218-un-enorme-drama-humano-en-pleno-siglo-xxi
Cada vez con mayor frecuencia, las noticias dan cuenta de los constantes movimientos migratorios de personas que, desesperadas, huyen de la violencia o de la miseria o de ambas cosas a la vez, en procura de una vida digna para ellos y sus familias. Con costos humanos altísimos. Sabemos que muchos hasta pierden la vida en ese esfuerzo.
Pero pocas veces nos detenemos a pensar, concretamente, en el nivel de horror -y en los peligros- que, para muchos, ese tránsito cruel supone. Por eso que, de pronto, las Naciones Unidas, a través de sus organismos especializados, nos golpeen con los datos de la realidad es no sólo oportuno, sino indispensable.
Las cifras que se acaban de dar a conocer dan cuenta de que, a fines del año pasado, 60 millones de personas tenían el carácter de desplazados en nuestro mundo. Esa cifra, por lo demás, incluye solo a quienes escapan por razones que tienen que ver con los conflictos armados y las persecuciones violentas. No con la pobreza, ni la miseria. La cifra es similar a las poblaciones totales de Argentina y Chile, sumadas. A lo que cabe agregar que, de esa terrible cifra, la mitad son niños.
A esos 60 millones de seres humanos, en 2014 se agregaron 14 millones de personas, según señala el Alto Comisionado para los Refugiados. Más de 38.000 individuos por día. Para peor, debido a los múltiples conflictos armados internos, hay 11 millones de personas que, desplazadas, en rigor no han salido siquiera de su propio país, en cuyo interior viven huyendo.
Cabe apuntar que, siempre en 2014, tan sólo unas 127.000 personas regresaron a sus lugares de origen. Esa es la cifra anual de retornos más baja de las últimas tres décadas.
Hay dos millones y medio de desplazados en Sudán, en la región de Darfur y un millón y medio de afganos viviendo en territorio de Paquistán. Turquía e Irán son otros dos países sometidos a tremendas presiones y esfuerzos, desde que también ellos son hoy precario refugio de millones de seres humanos extranjeros que escapan del horror y de las represiones en países como Siria o Eritrea.
Uno de cada cuatro de esos refugiados se afinca, cabe destacar, en los países pobres. Por eso ocurre que países como Kenya paradójicamente alojan más refugiados que Francia o Gran Bretaña.
Países cuyas instituciones han colapsado, como es el caso de Libia, sirven de trampolín para la dolorosa carrera de los desplazados hacia la vida. Y de ámbito ideal de acción para las organizaciones criminales que, en la opacidad, lucran perversamente con este desgraciado tráfico humano. Quienes circunstancialmente pasan algún tiempo en los distintos campamentos de refugiados suelen tener que enfrentar el hambre y la violencia sexual. Y quedar sumergidos, por largo rato, en la pobreza.
La guerra civil siria es hoy ciertamente la mayor generadora de desplazados. Hay nada menos que unos siete millones y medio de sirios que están desplazados en el interior de ese devastado país. A los que se agregan casi cuatro millones más de sirios que ya se han refugiado en el exterior, diseminados por el mundo. Esa es la tremenda dimensión humana de una tragedia que pareciera no tener fin a la vista.
La situación bélica en Yemen y ahora la crisis nuevamente desatada en Burundi representan otros dos grandes conflictos violentos que empujan a millones de almas a escapar precipitadamente de lugares que se han transformado en infiernos altamente peligrosos.
Las cifras antes aludidas debieran hacernos reflexionar a todos. Nuestro país, por sus características particulares, puede hacer mucho más para contribuir a paliar el drama de los refugiados y desplazados en el mundo. Pero, como siempre, hay que querer hacerlo. Lo que supone actuar por nuestros semejantes más allá de la enfermiza retórica vacía que nos caracteriza y de los cálculos electorales. O, peor, de las grotescas búsquedas de notoriedad.
Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California. Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.