Mauricio Macri y su segundo tiempo

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 26/11/2en: https://www.infobae.com/opinion/2022/11/26/mauricio-macri-y-su-segundo-tiempo/

Sé que el ex presidente está imbuido de las mejores intenciones y quiere lo mejor para la Argentina, pero resultan una pena sus reiteradas referencias al peronismo

Mauricio Macri (Franco Fafasuli)

Mauricio Macri (Franco Fafasuli)

Como es de público conocimiento tuve tres reuniones muy cordiales por zoom con Javier Milei y Mauricio Macri al efecto de acercar posiciones dado que el primero ha instalado en el nivel político un discurso liberal no visto en los últimos largos tiempos desde la perspectiva moral, institucional, jurídica y económica.

También como es sabido la gestión gubernamental de Macri fracasó no solo debido a su posición minoritaria en el Congreso sino porque, por ejemplo, en el Ejecutivo aumentó ministerios junto al gasto público, entregó planes sociales a los piqueteros, acentuó de modo alarmante la inflación y la deuda estatal, implantó nuevamente el cepo cambiario e intentó designar a dos miembros de la Corte Suprema por decreto, todo lo cual fue inaugurado con un bailecito con la banda presidencial en la Casa de Gobierno absolutamente impropio del sistema republicano. También en tren de inauguraciones el ex presidente lo hizo con el monumento a Perón junto a Hugo Moyano.

Ahora con inmensa tristeza y dolor declaro que me vuelve a desilusionar Macri luego de sus declaraciones en el programa televisivo de Morales Solá que resumió al sostener que “si Perón viviera se afiliaría a Juntos por el Cambio”. Una persona que dice que el populismo debe acabar en nuestro país pero pondera al rey del populismo es debido a uno de dos motivos. O no tiene idea de qué sucede o nos toma el pelo, como sé que Macri no es mala persona concluyo lo primero lo cual no lo habilita para conducir un espacio opositor al chavismo local y mucho menos volver a gobernar. En el mejor de los casos el ex presidente incurre en severas contradicciones.

Desafortunadamente en su espacio hay coincidencias varias respecto a las simpatías por el peronismo y afines, aunque no son por suerte todos, esto resulta cuando menos inquietante frente al monótono estatismo que venimos padeciendo en las últimas largas décadas con los calamitosos resultados por todos conocidos. Lo dicho no es óbice para recibir con los brazos abiertos a ex peronistas, es decir aquellos que han optado por abandonar las recetas que condujeron a la decadencia moral y material de nuestro país otrora el aplauso del mundo cuando se aplicaron los valores alberdianos. Se insinuó el abandono de esos principios primero con Juárez Celman que tuvo que rectificar Pellegrini, luego con quien dejó de lado las recomendaciones liberales de Leandro Alem, es decir Yrigoyen a pesar de contar con resguardos institucionales como el notable ministro de la Corte Suprema Antonio Bermejo, un desbarranque que fue acelerado primero por el golpe fascista del 30 y luego con el levantamiento militar del 43 que dio comienzo al peronismo que como han puntualizado entre muchos otros Jorge Luis Borges y Mario Vargas Llosa fue el comienzo del derrumbe precipitado argentino que continúa hasta nuestros días.

Al efecto de resumir el significado del peronismo, recuerdo parcialmente algunos aspectos centrales sobre los que escribí con anterioridad. Resulta sumamente curioso pero a esta altura del siglo XXI cuesta creer que existan aun personas que con un mínimo de conocimiento se autotitulen peronistas. Se ha probado una y mil veces la corrupción astronómica del régimen (Américo Ghioldi, Ezequiel Martínez Estrada), su fascismo (Joseph Page, Loris Zanatta), su apoyo a los nazis (Uki Goñi, Silvano Santander), su censura a la prensa (Robert Potash, Silvia Mercado), sus mentiras y adoctrinamiento sistemático en los colegios (Juan José Sebreli, Fernando Iglesias), la cooptación de la Justicia y la reforma inconstitucional de la Constitución (Juan A. González Calderón, Nicolás Márquez), su destrucción de la economía (Carlos García Martínez, Roberto Aizcorbe), sus ataques a los estudiantes (Rómulo Zemborain, Roberto Almaraz), las torturas y muertes (Hugo Gambini, Eduardo Augusto García), la imposición del unicato sindical y adicto (Félix Luna, Damonte Taborda) y la destrucción moral y material en gran escala (Ignacio Montes de Oca, María Zaldívar).

A este prontuario tremebundo cabe agregar apenas como muestra cuatro de los pensamientos de Perón, suficientes como para ilustrar su catadura moral. En correspondencia con su lugarteniente John William Cooke: “Los que tomen una casa de oligarcas y detengan o ejecuten a los dueños se quedarán con ella. Los que tomen una estancia en las mismas condiciones se quedarán con todo, lo mismo que los que ocupen establecimientos de los gorilas y enemigos del Pueblo. Los Suboficiales que maten a sus jefes y oficiales y se hagan cargo de las unidades tomarán el mando de ellas y serán los jefes del futuro. Esto mismo regirá para los simples soldados que realicen una acción militar” (Correspondencia Perón-Cooke, Buenos Aires, Editorial Cultural Argentina, 1956/1972, Vol. I, p. 190). A lo que cabe agregar la vergonzosamente laudatoria carta de Perón a Mao el 15 de julio de 1965 en medio de las horrendas y repetidas masacres de ese nefasto régimen, misiva que comienza con “Mi querido Presidente y amigo”.

También proclamó “Al enemigo, ni justicia” (carta de Perón de su puño y letra dirigida al Secretario de Asuntos Políticos Román Alfredo Subiza). En otra ocasión anunció que “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (discurso de Perón por cadena oficial de radiodifusión el 18 de septiembre de 1947). Por último, para ilustrar las características del peronismo, Perón consignó que “Si la Unión Soviética hubiera estado en condiciones de apoyarnos en 1955, podía haberme convertido en el primer Fidel Castro del continente” (Marcha, Montevideo, febrero 27 de 1970).

Algunos aplaudidores y distraídos han afirmado que “el tercer Perón” era distinto sin considerar la alarmante corrupción de su gobierno realizada principalmente a través de su ministro de economía José Ber Gelbard quien además provocó un grave proceso inflacionario (que denominaba “la inflación cero”) y volvió a los precios máximos de los primeros dos gobiernos peronistas (donde al final no había ni pan blanco en el mercado), el ascenso de cabo a comisario general a su otro ministro (cartera curiosamente denominada de “bienestar social”) para, desde allí, establecer la organización criminal de la Triple A. En ese contexto, Perón después de alentar a los terroristas en sus matanzas y felicitarlos por sus asesinatos, se percató que esos movimientos apuntaban a copar su espacio de poder debido a lo cual optó por combatirlos.

A nuestro juicio la razón por la que se prolonga el mito peronista se basa en la intentona de tapar lo anterior con una interpretación falaz de lo que ha dado en llamarse “la cuestión social” en el contexto de la imposición de un sistema sindical copiado de Mussolini, leyes de alquileres y desalojos que arruinaron los patrimonios de tantas familias de inmigrantes, una inflación galopante que se pretendió disimular con controles de precios para “atacar el agio y la especulación”, con una colosal cerrazón del comercio exterior administrado por el corrupto IAPI, el abrupto aumento de la pobreza y una degradación en todos los niveles gubernamentales.

En este sentido de “lo social”, transcribo una carta del Ministro Consejero de la Embajada de Alemania en Buenos Aires Otto Meynen a su “compañero de partido” en Berlín, Capitán de Navío Dietrich Niebuhr O.K.M, fechada en Buenos Aires, 12 de junio de 1943, en la que se lee que “La señorita Duarte me mostró una carta de su amante en la que se fijan los siguientes lineamientos generales para la obra futura del gobierno revolucionario: ´Los trabajadores argentinos nacieron animales de rebaño y como tales morirán. Para gobernarlos basta darles comida, trabajo y leyes para rebaño que los mantengan en brete´” (copia de la correspondencia mecanografiada la reproduce Silvano Santander en Técnica de una traición. Juan D. Perón y Eva Duarte, agentes del nazismo en la Argentina, Buenos Aires, Edición Argentina, 1955, p.56). La cita de Perón es usada también por Santander como epígrafe de su libro.

Economías alambradas, inflaciones galopantes, regulaciones asfixiantes, endeudamientos públicos colosales, gastos astronómicos de los aparatos estatales, impuestos insoportables y demás parafernalia son las indefectibles recetas de los populismos siempre estatistas y corruptos.

Como también hemos señalado en otras oportunidades, el nivel de vida no se mejora con voluntarismos enfundados en decretos sino en incrementos en las tasas de capitalización (a contracorriente de aquello de “combatiendo al capital”), lo cual, a su vez, solo puede lograrse en el contexto de marcos institucionales civilizados donde se respete el derecho de todos. Tortuosos intervencionismos estatales provocan desempleo, especialmente de la gente que más requiere trabajar, al imponer salarios nominales y equivalentes que no se condicen con el nivel de ahorro interno y externo captados en inversiones productivas. Por eso es que en todos los populismos el nivel de vida se contrae lo cual se agrava con el establecimiento de sistemas de pensiones compulsivas y quebradas por un nefasto procedimiento que cualquier análisis actuarial denuncia.

Las redistribuciones de ingresos operadas desde los aparatos estatales necesariamente van a contramano de las asignaciones realizadas por los consumidores según sean sus prioridades y deseos. El machacar con el igualitarismo de resultados siempre conspira contra mejores ingresos para la población puesto que arrancan el fruto del trabajo de los más eficientes que son precisamente los que permiten el ascenso en la pirámide patrimonial a los que vienen desde la base, situación que es bloqueada y saboteada por impuestos que no permiten la movilidad social según la capacidad de cada cual de servir a sus semejantes. En este cuadro de situación se termina por favorecer a pseudo empresarios que se alían con el poder político para usufructuar de privilegios que permiten explotar miserablemente a sus semejantes.

En el caso que nos ocupa principalmente en esta nota, sería bueno para los argentinos que, como primer paso, nos diéramos cuenta de la importancia de respetar principios republicanos elementales y en esa línea argumental que supiéramos leer adecuadamente nuestra propia historia para no repetir los tumbos. En este sentido, tal como he reiterado antes es del caso tener presente las presidencias ejemplares con notables ministros de hacienda como Nicolás Avellaneda con Bonifacio Lastra, el antes mencionado Carlos Pellegrini con Emilio Hansen, Sarmiento con Luis L. Domínguez y Roca con Juan J. Romero.

Es de interés señalar que el balance neto del caso del menemato en el contexto de reiteradas apologías a la tiranía rosista resultó en incrementos del gasto público, el déficit y la deuda en medio de gran corrupción desde el sonado caso inicial de los guardapolvos hasta el contrabando de armas y la explosión de Río Tercero recurriendo a los fueros para evitar la cárcel. El modelo de tipo de cambio fijo y política monetaria pasiva (llamado “convertibilidad”) propuesto por el entonces ministro de Economía ajeno a la corrupción junto con otras medidas con intención meritoria y buenos resultados finalmente explotaron por los aires por lo dicho, junto con las deficiencias de traspasos de monopolios estatales a manos de monopolios privados en cuya situación naturalmente los incentivos operan en una dirección más fuerte para expoliar a los congéneres.

Por su parte, Winston Churchill el jueves 6 de octubre de 1955 -cinco meses después de haber dejado su cargo como Primer Ministro- condensó ante la prensa internacional la política que comentamos en este registro periodístico de la siguiente manera: “Perón es el único soldado que ha quemado su bandera y el único católico que ha quemado sus iglesias.” Ya somos grandes para incurrir en sandeces de la naturaleza señaladas.

Sé que Mauricio Macri está imbuido de las mejores intenciones y propósitos y quiere lo mejor para nuestro país pero resultan una pena sus reiteradas referencias a lo que nos encaja en lo peor de Argentina puesto que no es la primera vez que alude al peronismo en el contexto expresado. En lo personal apunto que es una desazón ya que tenía esperanzas que rectificara los errores de su primera gestión, modificara algunas declaraciones y marcara un rumbo diferente. Por ello es que con pesar digo que tal vez haya que resignarse a que finalmente y después de todo lo suyo sea el fútbol, aunque despejado de su alarmante y gravísima afirmación sobre “la raza superior” de los alemanes con toda su espantosa y horrenda connotación, sobre la cual afortunadamente reconoció su peligrosísimo e inaceptable bochorno.

Cierro con un pensamiento Juan Bautista Alberdi -el padre de nuestra Constitución- que en las antípodas del peronismo y de todo estatismo resume el rol del aparato de la fuerza en una sociedad libre: “Si los derechos civiles del hombre pudiesen mantenerse por sí mismos al abrigo de todo ataque, es decir, si nadie atentara contra nuestra vida, persona, propiedad, libre acción, el gobierno del Estado sería inútil, su institución no tendría razón de existir” (Buenos Aires, Imprenta La Tribuna Nacional, El Proyecto de Código Civil para la República Argentina, Obras Completas, tomo vii, sección iii, p. 90).

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

¿PONER ORDEN PROVOCA DESEMPLEO?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Muchas veces se dice que cuando un gobierno asume y encuentra un aparato estatal sobredimensionado compuesto por funciones incompatibles con un sistema republicano, el despido de burócratas inútiles traerá aparejada una dosis de desocupación. Entonces, otra vez más tratamos el tema crucial del desempleo pero antes traigo a colación una frase célebre de Winston Churchill que tal como destacó Eduardo J. Padilla habitualmente se le amputa la expresión toil (esfuerzo,  laboriosidad): “I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat”. Esto para que tomen nota políticos que irresponsablemente prometen paraísos en lugar arremangarse para solucionar problemas.

 

Vale la pena escudriñar más en cuanto a poner orden cuando un gobierno asume en medio de aparatos estatales elefantiásicos y organigramas sobrecargados. A veces este intento de poner orden se lo denomina “ajuste”. Reitero que debe considerarse una expresión inadecuada puesto que el verdadero ajuste se sufre con el desorden, no con el orden (si no fuera así no sería conducente el orden ya que bastantes “ajustes” hay en la vida diaria para que se imponga otro). Ajustarse el cinturón es lo que impone el estatismo, esto es, el aumento de la pobreza y el sacrificio. El orden permite liberar recursos esterilizados en áreas gubernamentales a los efectos de engrosar los bolsillos de la gente.

 

También es de interés puntualizar que las medidas que conducen al orden deben ser aplicadas lo antes posible para adelantar las buenas noticias fruto del orden y no aplicar medidas gradualistas puesto que ese goteo desgaste enormemente y mucho más si las medidas resultan fluctuantes, vacilantes y con marchas y contramarchas, en lugar de liberar el mercado laboral de legislación fascista y eliminar los impuestos directos al efecto de dar efectiva protección a los más pobres.

 

No hay magias en estos menesteres, no es posible contar con la torta y comérsela al mismo tiempo. Sin duda que los funcionarios de los que hablamos pueden estar sobrevaluados en el sector público y, por tanto, al pasar al sector privado sus salarios serán menores. Esto no debe corregirse puesto que la corrección significa que se arrancará el fruto del trabajo del vecino para continuar son la sobrevaluación de marras.

 

Vamos entonces una vez más al asunto clave de la desocupación. Bajo ninguna circunstancia hay desempleo involuntario (el voluntario no presenta problema alguno), siempre que los salarios surjan de arreglos contractuales libres y voluntarios. Las necesidades son ilimitadas y los recursos para atenderlas son escasos y el factor clave de esos recursos es precisamente el trabajo manual e intelectual. No se concibe la producción de bienes ni la prestación de servicios sin el concurso del trabajo. Si las necesidades estuvieran cubiertas y hubiera de todo para todos todo el tiempo, no habría necesidad de trabajar puesto que estaríamos en Jauja. Pero la realidad es otra. Cuando se obtiene un bien se desea otro y así sucesivamente. Esa es la historia del progreso desde las necesidades básicas a las culturales y de recreación.

 

Sin embargo, si los salarios se imponen por decreto o por el uso de la violencia, el desempleo es seguro. Los salarios son consecuencia inexorable de las tasas de capitalización, es decir, de maquinarias, instalaciones, equipos y conocimientos relevantes que hacen de apoyo logístico al trabajo para aumentar su rendimiento. Como hemos dicho tantas veces, no  es lo mismo pescar a cascotazos que hacerlo con una red de pescar, no es lo mismo arar con las uñas que hacerlo con un tractor. En otros términos, los equipos de capital resultan  esenciales para incrementar el rendimiento. Los salarios podrán ser altos o bajos según la inversión per capita pero no hay tal cosa como desempleo, a saber, nunca sobre aquel factor que es escaso en relación a las siempre ilimitadas necesidades (al pasar decimos que, por ejemplo, no estará empleado quien se encuentra en estado vegetativo ni aquel que sistemáticamente incendia su puesto de trabajo, pero esto no  hace a la regla del empleo a la que nos estamos refiriendo).

 

Entonces, frente a la situación que dejamos planteada al comienzo de esta nota, si hay que eliminar funciones incompatibles con un sistema republicano y consecuentemente hay que prescindir de los respectivos funcionarios, aparecen dos posibilidades siempre en vista de lo dicho sobre el desempleo. La primera variante es que los burócratas que se dejan cesantes en la administración pública sean absorbidos por el mercado laboral al salario que permita la tasa de capitalización. La segunda posibilidad es que ese mercado se encuentre bloqueado por disposiciones legales como el salario mínimo, descuentos compulsivos que significan impuestos al trabajo y equivalentes. En ese caso, no encontrarán empleo ya que si la tasa de capitalización marca 100 y la legislación laboral impone 200 se barre la posibilidad de trabajar, lo cual naturalmente perjudica muy especialmente a los que más necesitan  el trabajo ya que solo se producirán problemas de desempleo en las escalas más altas si las mal llamadas “conquistas sociales” las alcanzan.

 

En esta segunda variante solo queda que el mercado informal absorba a todos los que desean trabajar. Esto es, por ejemplo, lo que ocurre con los inmigrantes ilegales principalmente en el Oeste de Estados Unidos, donde se trabaja a salario de mercado, mientras que muchos de sus colegas en el Este se encuentran desempleados debido a las antedichas “conquistas sociales”.

 

Aunque no hace al objeto de esta nota referida a la necesidad de poner coto a la sobredimensión del Leviatán, es del caso apuntar que, por otro lado, la tecnología libera recursos humanos y materiales para emplearlos en áreas que hasta el momento no podía concebirse su producción. La respectiva capacitación está también en el interés de los emprendedores que ven las ventajas del nuevo negocio.

 

Otro tema de interés en este contexto es que los gobiernos que trabajan para poner orden faciliten el contar con entidades en las que se consignen los nombres de las personas que donan de su peculio para ayudar a quienes dicen hay que ayudar y que la nómina aparezca con los respectivos montos entregados. De este modo, se evitarían los discursos vacíos de quienes alardean de que “debemos ayudar” a tales o cuales personas, siempre recurriendo a la tercera persona del plural y nunca a la primera del singular asumiendo la propia responsabilidad en lugar de endosarla por la fuerza al vecino indefenso.

 

Por supuesto que el esfuerzo de la base cero y similares en el presupuesto nacional no se queda en la reducción del gasto sino que apunta a disminuir impuestos y simplificar sus características, al tiempo que debe reconsiderarse la posibilidad de prohibir la deuda pública tal como la sugirió en su momento Thomas Jefferson respecto a la Constitución estadounidense, con el argumento de que comprometía patrimonios de futuras generaciones que no han participado en el proceso electoral para elegir al gobierno que contrajo la deuda, sin dejarse convencer por las falacias de las supuestas  “ventajas intergeneracionales” ni de la mal llamada “inversión pública”.

 

Tanto la evaluación de las ventajas intergeneracionales como la inversión surgen de las apreciaciones subjetivas de la gente. Carece de sentido comprometer en el presente el fruto del trabajo futuro a través del endeudamiento  público con el argumento que en su momento lo sabrán apreciar o el arrancar recursos a unos con el argumento que esa compulsión se debe a que “le invirtieron” sus fondos.  En el primer caso se está extrapolando lo que ocurre en el sector privado -por definición actos voluntarios- para ilegítimamente trasladarlo al sector público y en el segundo se pasa por alto el significado preciso del proceso de abstención de consumo, ahorro e inversión. En los presupuestos públicos debiera consignarse, además del rubro de gastos corrientes, el rubro de gastos en activos fijos pero de ningún modo “inversión pública”.

 

En todos estos asuntos estimo clave la comprensión del nexo causal entre las políticas que engrosan los aparatos estatales y el sufrimiento de los más pobres. Toda política que derrocha recursos necesariamente implica que se contraen las tasas de capitalización, lo cual, como queda dicho, reduce salarios e ingresos en términos reales y, naturalmente, los marginales sufren en mayor medida el impacto puesto que una unidad monetaria para ellos tiene más peso que el que tiene lugar sobre ingresos más elevados.

 

Es bastante ridículo que la gente acepte que la inversión es decisiva para el crecimiento de un país y luego acepta livianamente que se castigue de todas las maneras posibles la inversión, especialmente vía fiscal con la peregrina idea de que eso no afectará los bolsillos de todos. No habrá progreso sostenido mientras no se perciba la relación directa inversión-salarios. Como se ha puntualizado, los ingresos son mayores en Canadá que en Uganda porque la inversión es mayor y, a su vez, la inversión es mayor debido a marcos institucionales respetuosos de la propiedad de cada cual.

 

En el tema que tratamos cuando los gobiernos intentan poner orden, habitualmente aparece montado sobre la pretensión de introducir políticas “de excepción” como si las transiciones no fueran algo cotidiano. Cada persona en su oficina todos los días cuando propone mejorar la situación de su empresa o emprendimiento está de hecho generando cambios, está provocando transiciones de la situación anterior a la nueva. Y, a su vez, estos cambios implican reasignaciones laborales y reasignaciones de recursos materiales. La vida es una transición. Desde luego que hay en el medio capacitaciones y nuevos desafíos que deben contemplarse y está en interés de los inversionistas hacerlo. Pero esto no es exclusivo de lo que ocurre cuando los gobiernos apuntan a poner orden después de un período de despilfarro. Como decimos es un proceso cotidiano.

 

En resumen, si un gobierno enfrenta una situación difícil y se propone corregirla debe tomar las medidas en concordancia puesto que las demoras comprometen la solución de los problemas. Ya se sabe que el tema medular es la educación, los políticos no pueden ir más allá de lo que la opinión pública puede digerir, por eso es que resulta tan importante la faena de los que no son funcionarios públicos a los efectos de correr el eje del debate y abrir plafones para que puedan resolverse los problemas. De nada valen los aplaudidores y los que todo lo justifican, debe dejarse testimonio en la buena dirección en la esperanza de corregir los desvaríos populistas.

 

Cierro con un pasaje del Acto iii, Escena iii de Hamlet respecto a la necesidad de encarar los problemas de fondo con medidas de fondo: “Las enfermedades graves que aparecen se resuelven con medias graves, o no lo hacen de ninguna manera”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Caps 4 y 5: las fallas de la política comienzan a verse al cuestionar el supuesto del dictador benevolente

Por Martín Krause. Publicada el 6/6/16 en: http://bazar.ufm.edu/caps-4-y-5-las-fallas-de-la-politica-comienzan-a-verse-al-cuestionar-el-supuesto-del-dictador-benevolente/

 

En toda sociedad hacen falta un mecanismo para permitir que se expresen las preferencias de los individuos y señales que guíen a los productores a satisfacerlas. En el caso de los bienes privados, hemos visto cómo el mercado cumple ese papel. También vimos que se presentan problemas para cumplirlo. En el caso de los bienes públicos, es la política: es decir, los ciudadanos expresan sus preferencias por bienes colectivos y hay un mecanismo que las unifica, resuelve sus diferencias (Buchanan 2009) y envía una señal a los oferentes —en este caso las distintas agencias estatales— para satisfacerlas. Como veremos, este también se enfrenta a sus propios problemas.

El siguiente análisis de las fallas de la política se basa en el espíritu de aquellas famosas palabras de Winston Churchill (1874-1965): “Muchas formas de gobierno han sido ensayadas y lo serán en este mundo de vicios e infortunios. Nadie pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. En verdad, se ha dicho que es la peor forma de gobierno, excepto por todas las otras que han sido ensayadas de tiempo en tiempo”.

Churchill nos dice que no hemos ensayado un sistema mejor, por el momento, pero que este no puede ser considerado perfecto. Por ello, cuando se ponen demasiadas esperanzas en él, pueden frustrarse, ya que la democracia no garantiza ningún resultado en particular —mejor salud, educación o nivel de vida—, aunque ciertas democracias lo hacen bastante mejor que las monarquías o las dictaduras.

Durante mucho tiempo, buena parte de los economistas se concentraron en analizar y comprender el funcionamiento de los mercados, y olvidaron el papel que cumplen los marcos institucionales y jurídicos de los Gobiernos. Analizaban los mercados suponiendo que funcionaban bajo un “gobernante benevolente”, definiendo como tal a quien persigue el “bien común”, sin consideración por el beneficio propio, y coincidiendo en esto con buena parte de las ciencias políticas y jurídicas[1]. Tal como define al Estado la ciencia política, tiene aquel el monopolio de la coerción, pero lo ejerce en beneficio de los gobernados.

Por cierto, hubo claras excepciones a este olvido. Inspirados en ellas, autores como Anthony Downs o James Buchanan y Gordon Tullock iniciaron lo que se ha dado en llamar “análisis económico de la política”, en el contexto de gobiernos democráticos, originando una abundante literatura. Su intención era aplicar las herramientas del análisis económico a la política y el funcionamiento del Estado, pues la teoría política predominante no lograba explicar la realidad de manera satisfactoria.

Uno de los primeros pasos fue cuestionar el supuesto del “gobernante benevolente” que persigue el bien común; porque, ¿cómo explicaba esto los numerosos casos en que los Gobiernos implementan medidas que favorecen a unos pocos? O más aún: ¿cómo explicar entonces que los gobernantes apliquen políticas que los favorecen a ellos mismos, en detrimento de los votantes/contribuyentes? Por último, ¿cómo definir el “bien común”[2]? Dadas las diferencias en las preferencias y valores individuales, ¿cómo se podría llegar a una escala común a todos? Esto implicaría estar de acuerdo y compartir dicha escala, pero el acuerdo que pueda alcanzarse tiene que ser necesariamente vago y muy general, y en cuanto alguien quiera traducir eso en propuestas específicas surgirán las diferencias. Por eso vemos interminables discusiones sobre la necesidad de contar con un “perfil de país” o una “estrategia nacional” que nos lleve a alcanzar ese bien común, pero, cuando se consideran los detalles, los “perfiles de país” terminan siendo más relacionados con algún sector específico o difieren claramente entre sí.

Los autores antes mencionados decidieron, entonces, asumir que en la política sucede lo mismo que en el mercado, donde el individuo persigue su propio interés, no el de otros. En el mercado, esa famosa “mano invisible” de Adam Smith conduce a que dicha conducta de los individuos termine beneficiando a todos. ¿Sucede igual en el Estado? Se piensa en particular en el Estado democrático, porque se supone que los Gobiernos tiránicos o autoritarios no le dan prioridad a los intereses de los gobernados.

Algunos economistas intentaron definir ese “bien común” en forma científica, como una “función de bienestar social”, pero sin éxito (Arrow 1951). Además, si hubiese alguna forma de definir específicamente ese bien común o bienestar general como una función objetiva, no importaría si es el resultado de una decisión democrática, de una decisión judicial o simplemente un decreto autoritario que lo imponga.

Como veremos, al cambiar ese supuesto básico, la visión que se tiene de la política es muy distinta: el político persigue, como todos los demás y como él mismo fuera de ese ámbito, su interés personal. No se puede definir algo como un “bien común”, un resultado particular que sea el mejor, pero sí se puede evaluar un proceso, en el que el resultado “bueno” sea aquél que es fruto de las elecciones libres de las personas. ¿Existe entonces un mecanismo similar a la “mano invisible” en el mercado, que guíe las decisiones de los votantes y las acciones de los políticos a conseguir los fines que persiguen los ciudadanos? Este enfoque, llamado en general “Teoría de la Elección Pública” (Public Choice) se centra en los incentivos. De ahí que también se le conozca como “análisis económico de la política”.

[1]. Esta visión, por supuesto, no es sorprendente. Madison (2001), por ejemplo, mostraba una posición clásica aun hoy muy popular, según la cual la búsqueda del “bien común” depende de la delegación del poder a los representantes correctos, no de la información y los incentivos existentes: “… un cuerpo de ciudadanos elegidos, cuya sabiduría pueda discernir mejor el verdadero interés de su país, y cuyo patriotismo y amor por la justicia harán muy poco probable que lo sacrifiquen a consideraciones parciales o temporales. Bajo tal regulación, puede bien suceder que la voz pública, pronunciada por los representantes del pueblo sea más consonante con el bien público que si fuera pronunciada por el pueblo mismo, reunido para tal propósito. Por otro lado, el efecto puede invertirse. Hombres de temperamento faccioso, prejuicios locales, o designios siniestros, pueden por intriga, corrupción u otros medios, primero obtener votos, y luego traicionar los intereses del pueblo”.

 

[2]. Muchos filósofos políticos han cuestionado este concepto. Entre los economistas, Hayek (1976 [1944]): “El ‘objetivo social’ o el ‘designio común’, para el que ha de organizarse la sociedad, se describe frecuentemente de modo vago, como el ‘bien común’, o el ‘bienestar general’, o el ‘interés general’. No se necesita mucha reflexión para comprender que estas expresiones carecen de un significado suficientemente definido para determinar una vía de acción cierta. El bienestar y la felicidad de millones de gentes no pueden medirse con una  sola escala de menos y más” (p. 89).

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Si no se aprende de la historia, se paga: en control de precios en Alemania e Inglaterra (II)

Por Martín Krause. Publicado el 14/9/15 en: http://bazar.ufm.edu/si-no-se-aprende-de-la-historia-se-paga-en-control-de-precios-en-alemania-e-inglaterra-ii/

 

En Junio de 1959, Ludwig von Mises dictó seis conferencias en Buenos Aires. Éstas fueron luego publicadas y las consideramos con los alumnos de la UBA en Derecho. Su tercera conferencia se tituló “Intervencionismo” y trata el control de precios presentando el caso de los precios de la leche. Mises comenta:

Mises1

“En la Alemania de Hitler existía un sistema de socialismo que difería del sistema de Rusia solamente en que todavía se mantenían la terminología y las etiquetas de un sistema de libertad económica. Existían todavía ‘empresas privadas’, tal como se las denominaba. Pero el propietario no era más un empresario, al propietario se le denominaba ‘gerente de negocio’ (Betriebsführer)

Toda Alemania estaba organizada como una jerarquía de führers; estaba el Supremo Führer, Hitler desde ya, y había führers hacia abajo hasta las muchas jerarquías de pequeños führers. Y la cabeza de una empresa era el Betriebsführer. Y los trabajadores de una empresa eran designados por una palabra que, en la Edad Media, se usaba para designar la comitiva de un señor feudal: Gefolgschaft. Y toda esta gente debía obedecer las órdenes emitidas por una entidad que tenía un nombre terriblemente largo: Reichsführerwirtschaftsministerium  a cuya cabeza estaba el bien conocido gordo, llamado Goering, adornado con joyas y medallas.

Y de este cuerpo de ministros con el largo nombre venían todas las órdenes para cada empresa: qué producir, en qué cantidad, dónde obtener las materias primas, cuánto pagar por ellas, a quién vender los productos y a qué precios debían ser vendidos. Los trabajadores recibían órdenes de trabajar en una determinada fábrica y recibían los sueldos que el gobierno decretaba. Todo el sistema económico era ahora regulado en cada detalle por el gobierno.

El Betriebsführer no tenía derecho a quedarse con las ganancias; recibía lo que ascendía a un salario, y si deseaba obtener más debía, por ejemplo, decir: ‘Estoy muy enfermo, necesito una operación inmediatamente, y la operación costará 500 Marcos’ Entonces debía pedir al Führer del distrito (el Gauführer o Gauleiter) si tenía derecho a retirar más del Ministerio de Economía del Reich, esto es del Imperio que el salario que se le daba. Los precios no eran más precios, los salarios no eran más salarios, todos eran términos cuantitativos en un sistema de socialismo.

Permítanme ahora decirles cómo este sistema se destrozó. Un día, después de años de guerrear, los ejércitos extranjeros llegaron a Alemania. Trataron de preservar este sistema económico dirigido por el gobierno, pero habría sido necesaria la brutalidad de Hitler para preservarlo, y sin ella no funcionaba.

Y mientras esto ocurría en Alemania, Gran Bretaña – durante la Segunda Guerra Mundial – hizo precisamente lo mismo que había hecho Alemania. Comenzando con el control de precios de solamente algunos productos, el gobierno Británico empezó paso a paso (de la misma manera en que Hitler lo había hecho durante el tiempo de paz, aún antes del comienzo de la guerra) a controlar más y más de la economía hasta que, en el momento en que la guerra terminó, habían llegado a algo que era casi puro socialismo.

Gran Bretaña no fue llevada al socialismo por el gobierno Laborista establecido en 1945. Gran Bretaña se convirtió en socialista durante la guerra, por medio del gobierno del cual Sir Winston Churchill era el primer ministro. El gobierno Laborista solamente retuvo el sistema de socialismo que el gobierno de Sir Winston Churchill ya había introducido. Y esto, a pesar de la gran resistencia de la gente.

Las nacionalizaciones en Gran Bretaña no significaron mucho; la nacionalización del Banco de Inglaterra fue meramente nominal ya que el Banco se encontraba ya bajo el total control del gobierno. Y fue lo mismo con la nacionalización de los ferrocarriles de la industria del acero. El ‘socialismo de guerra’, como fue llamado – significando el sistema de intervencionismo que procedía paso a paso – ya había virtualmente nacionalizado el sistema.

La diferencia entre los sistemas de Alemania y de Gran Bretaña no era importante ya que la gente que los operaba había sido designada por el gobierno y en ambos casos debían obedecer las órdenes del gobierno en todos los aspectos. Como he dicho antes, el sistema de los nazis alemanes retuvieron las etiquetas y la terminología de una economía capitalista de libre mercado. Pero significaban algo bastante diferente: ahora eran solamente decretos del gobierno.

Esto era también cierto para el sistema Británico. Cuando el Partido Conservador retornó al poder en Gran Bretaña, algunos de dichos controles fueron eliminados. Tenemos ahora en Gran Bretaña intentos de un lado para retener esos controles, y del otro lado para abolirlos (No debe olvidarse que, en Inglaterra, las condiciones eran muy diferentes de las condiciones en Rusia) Lo mismo es cierto para otros países que dependen de la importación de alimentos y materias primas y por lo tanto deben exportar productos manufacturados. Para países que dependen marcadamente del comercio de exportación, un sistema de control gubernamental simplemente no funciona.

Así, en tanto exista un resto de libertad económica (y hay todavía una substancial libertad económica en algunos países, tal como Noruega, Inglaterra, Suecia), existe por la necesidad de mantener el comercio de exportación. Antes, elegí el ejemplo de la leche, no porque tenga una especial preferencia por ese alimento sino porque prácticamente todos los gobiernos – o un buen número de ellos – en las décadas recientes han regulado el precio de la leche, de los huevos o de la manteca.

 

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).