¿Deberían Estados Unidos o la ONU intervenir militarmente en Venezuela?

Por Adrián Ravier.  Publicado el 22/2/19 en: https://www.juandemariana.org/comment/7326#comment-7326

 

Alberto Benegas Lynch (h) escribió un libro que ya cumple su primera década en circulación titulado Estados Unidos contra Estados Unidos. El libro es una obra de arte que permite comparar la arquitectura institucional de un país que recibió bajo los principios de propiedad privada, libertad individual, economía de mercado y gobierno limitado millones de inmigrantes y que alcanzó el desarrollo frente a otro país que una vez desarrollado ignoró el legado de sus padres fundadores.

En la materia que aquí nos compete, sobre guerra, fuerzas armadas y política exterior, o más precisamente sobre la pregunta planteada en el título de esta nota, cabe señalar que Estados Unidos durante muchos años fue una nación que respetó el principio de no intervención.

Al respecto, George Washington decía en 1796, en ejercicio de la presidencia de la nación, que “[e]stablecimientos militares desmesurados constituyen malos auspicios para la libertad bajo cualquier forma de gobierno y deben ser considerados como particularmente hostiles a la libertad republicana”. En el mismo sentido, Madison anticipó que “[e]l ejército con un Ejecutivo sobredimensionado no será por mucho un compañero seguro para la libertad” (citados por Benegas Lynch, 2008, pág. 39).

Durante mucho tiempo el Gobierno de Estados Unidos fue reticente a involucrarse en las guerras a las que fue invitado. Robert Lefevre (1954/1972, pág. 17) escribe que entre 1804 y 1815 los franceses y los ingleses insistieron infructuosamente para que Estados Unidos se involucrara en las guerras napoleónicas; lo mismo ocurrió en 1821, cuando los griegos invitaron al Gobierno estadounidense a que enviara fuerzas en las guerras de independencia; en 1828 Estados Unidos se mantuvo fuera de las guerras turcas; lo mismo sucedió a raíz de las trifulcas austríacas de 1848, la guerra de Crimea en 1866, las escaramuzas de Prusia en 1870, la guerra chino-japonesa de 1894, la guerra de los bóeres en 1899, la invasión de Manchuria por parte de los rusos y el conflicto ruso-japonés de 1903, en todos los casos, a pesar de pedidos expresos para tomar cartas en las contiendas.

El abandono del legado de los padres fundadores comienza a darse con el inicio de la Primera Guerra Mundial. No solo comienza un abandono de la política exterior de no intervención, sino que también se observa un Estado creciente, más intervencionista y un paulatino abandono del patrón oro y del federalismo. El poder ejecutivo comenzó a ejercer poco a poco una creciente autonomía, y a pesar de las provisiones constitucionales en contrario opera con una clara preeminencia sobre el resto de los poderes, avasallando las facultades de los Estados miembros.

Lefevre escribe que desde la Primera Guerra Mundial en adelante “la propaganda ha conducido a aceptar que nuestra misión histórica [la estadounidense] en la vida no consiste en retener nuestra integridad y nuestra independencia y, en su lugar, intervenir en todos los conflictos potenciales, de modo que con nuestros dólares y nuestros hijos podemos alinear al mundo (…) La libertad individual sobre la que este país fue fundado y que constituye la parte medular del corazón de cada americano [estadounidense] está en completa oposición con cualquier concepción de un imperio mundial, conquista mundial o incluso intervención mundial (…) En América [del Norte] el individuo es el fundamento y el Gobierno un mero instrumento para preservar la libertad individual y las guerras son algo abominable. (…) ¿Nuestras relaciones con otras naciones serían mejores o peores si repentinamente decidiéramos ocuparnos de lo que nos concierne?” (Lefevre, 1954/1972, págs. 18-19).

A partir de las dos guerras mundiales y la gran depresión de los años treinta se nota un quiebre en la política internacional americana respecto de su política exterior. De ser el máximo opositor a la política imperialista, pasó a crear el imperio más grande del siglo XX. A partir de allí ya no hubo retorno.

Alberto Benegas Lynch (h) (2008) es muy gráfico al enumerar las intromisiones militares en el siglo XX en que Estados Unidos se vio envuelto, las que incluye a Nicaragua, Honduras, Guatemala, Colombia, Panamá, República Dominicana, Haití, Irán, Corea, Vietnam, Somalia Bosnia, Serbia-Kosovo, Iraq y Afganistán. Esto generó en todos los casos los efectos exactamente opuestos a los declamados, pero, como queda dicho, durante la administración del segundo Bush, la idea imperial parece haberse exacerbado en grados nunca vistos en ese país, aún tomando en cuenta el establecimiento anterior de bases militares en distintos puntos del planeta, ayuda militar como en los casos de Grecia y Turquía o intromisiones encubiertas a través de la CIA.

En otros términos, Estados Unidos fue copiando el modelo español. Copió su proteccionismo, luego su política imperialista, y ahora hacia comienzos del siglo XXI su Estado de bienestar, el que ya deja al Gobierno norteamericano con un Estado gigantesco, déficits públicos récord y una deuda que supera el 100% del PIB.

Un estudio de William Graham Sumner (1899/1951, págs. 139-173) nos es de suma utilidad al comparar el imperialismo español con el actual norteamericano, aun cuando sorpresivamente su escrito tiene ya varias décadas: “España fue el primero (…) de los imperialismos modernos. Los Estados Unidos, por su origen histórico, y por sus principios constituye el representante mayor de la rebelión y la reacción contra ese tipo de Estado. Intento mostrar que, por la línea de acción que ahora se nos propone, que denominamos de expansión y de imperialismo, estamos tirando por la borda algunos de los elementos más importantes del símbolo de América [del Norte] y estamos adoptando algunos de los elementos más importantes de los símbolos de España. Hemos derrotado a España en el conflicto militar, pero estamos rindiéndonos al conquistado en el terreno de las ideas y políticas. El expansionismo y el imperialismo no son más que la vieja filosofía nacional que ha conducido a España donde ahora se encuentra. Esas filosofías se dirigen a la vanidad nacional y a la codicia nacional. Resultan seductoras, especialmente a primera vista y al juicio más superficial y, por ende, no puede negarse que son muy fuertes en cuanto al efecto popular. Son ilusiones y nos conducirán a la ruina, a menos que tengamos la cabeza fría como para resistirlas”.

Y más adelante agrega (1899/1951, págs. 140-151): “Si creemos en la libertad como un principio americano [estadounidense] ¿por qué no lo adoptamos? ¿Por qué lo vamos a abandonar para aceptar la política española de dominación y regulación?”

Volviendo a la pregunta de esta nota, y debo decir -afortunadamente-, Estados Unidos ha evitado en este tiempo una intervención militar sobre Venezuela. Entiendo el llamado del presidente Trump a la comunidad internacional como una solicitud para reconocer a un nuevo presidente interino que llame a elecciones dado que Maduro no fue elegido legítimamente. Esto no es elegir al nuevo presidente de Venezuela. Esto es muy diferente a las intervenciones militares que ha desarrollado durante gran parte del siglo XX. Esperemos que Estados Unidos se mantenga en línea, esta vez, bajo el principio de no intervención.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín. Es director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE.

El hombre olvidado

Por Adrián Ravier. Publicado el 29/5/13 en http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2013/05/29/el-hombre-olvidado/

Yo, el lápiz de Leonard Read o El uso del conocimiento en la sociedad de Friedrich Hayek se han constituido en clásicos de la literatura económica por su claridad conceptual y su validez universal. “El hombre olvidado” de William Graham Sumner también es un clásico, pero para los lectores de habla hispana es menos conocido. El artículo fue escrito en 1883 y luego publicado por Yale University Press en 1925. Libertas, la revista académica de ESEADE con base en Argentina, lo publicó por primera vez en español en 1997.

Este artículo no intenta ser original en ningún sentido. Sólo intentamos tentar al lector a leer un artículo que entendemos debiera
ser parte de la formación económica y política de todos los jóvenes profesionales y de los hacedores de políticas públicas. Dice el autor:

“La mayoría de los proyectos filantrópicos o humanitarios se ajustan al siguiente esquema: A y B se reúnen para decidir lo que C debe hacer por el bien de D. Todos los esquemas de este tipo están viciados radicalmente, desde el punto de vista sociológico, por el hecho de que a C no se le permite opinar acerca del asunto, y de que su posición, su carácter y sus intereses, así como los efectos que se producirán sobre la sociedad por su conducto, se pasan totalmente por alto. C es lo que yo llamo el Hombre Olvidado.

Consideremos el caso del salario mínimo. Los sindicatos (A) presionan para elevar el salario. El gobierno (B) accede. Los beneficiarios (D) son algunos trabajadores que verán aumentar sus salarios. Sin embargo, un análisis simple de oferta y demanda del mercado laboral nos permite comprender que algunos trabajadores que en ausencia de la legislación hubieran logrado establecer contratos voluntarios de trabajo con los empresarios, por salarios inferior al mínimo establecido, quedan ahora desempleados. Los hombres olvidados (C) son aquellos empresarios y fundamentalmente aquellos trabajadores que en estas circunstancias quedan al margen del trabajo formal.

Veamos otro ejemplo. A es el gobierno americano. B es la Reserva Federal de los Estados Unidos. D son las decenas de empresas americanas que durante la crisis de 2008 eran “demasiado grandes para caer”. ¿Quién es C? Si tomamos en cuenta que A decidió ayudar a D con los planes de estímulo financiados con los impuestos, C son los contribuyentes americanos. Si tomamos en cuenta que B para ayudar a D decidió duplicar la cantidad de dólares que circulaba en el mundo, y tomamos en cuenta que tal decisión reduce el poder adquisitivo de sus tenedores, C son las millones de personas que creían en el dólar como reserva de valor.

No será difícil para el lector extrapolar el análisis a los cientos de casos que día a día publican los diarios en todo el mundo. Cada nueva
legislación que se aprueba tiene un alto porcentaje de posibilidades de haber olvidado a estos hombres.

Por una vez, siquiera, pensemos en él -el hombre olvidado- y consideremos su caso, ya que todos los médicos sociales tienen la
característica de concentrarse sobre algún hombre, o grupo de hombres, cuya situación despierta simpatía y estimula la imaginación, y planifican sus remedios para tratar ese problema en particular. Ignoran totalmente cuál es la fuente de la que deben extraer la
energía que emplean en sus remedios y pasan por alto todos los efectos que éstos producirán sobre los demás miembros de la sociedad, ya que sólo tienen en cuenta los que les interesan. Están dominados por la superstición del gobierno y, olvidando que éste no produce nada en absoluto, pierden de vista lo primero que deberían recordar al hacer cualquier análisis social: que el Estado no puede obtener un céntimo de ningún hombre sin quitárselo a otro, y este último es quien lo ha producido y ahorrado: el Hombre Olvidado.

El mensaje de William está comprendido en la literatura económica e incluso se han logrado importantes avances sobre la cuestión. La Teoría de la Elección Pública, por ejemplo, ha logrado desarrollar modelos que explican que aun cuando los beneficiarios de las políticas gubernamentales sean pocos, éstos pueden lograr que una legislación sea sancionada porque sus intereses están concentrados, mientras que los hombres olvidados, aun cuando sean muchos, están dispersos. Esto lleva a que los grupos de presión (A) convenzan a los legisladores (B) a sancionar leyes a favor de cierto grupos (D), pero nunca consultan a quienes en definitiva pagan por aquellos gastos y que en definitiva representan la mayoría.

La democracia de las mayorías también se ve vulnerada con el logrolling o intercambio de votos, en el sentido que un legislador puede apoyar el proyecto de otro a cambio de que éste último apoye el del primero. Es así como pequeños grupos de presión van logrando aprovecharse de aquel hombre olvidado, el que “pasa de largo y nadie repara en él, porque se ha comportado bien, ha cumplido sus promesas y no ha pedido nada”.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.