BASTIAT, UN ECONOMISTA ACTUAL

Por Alberto Benegas Lynch (h)

A pesar de ser decimonónico, debido al contenido de sus escritos y conferencias es de una notable actualidad. La primera publicación de las obras completas de Frédéric Bastiat fue editada por Paul Paillottet y René V. Fontenay en París, en 1854. Sus libros y sus numerosos ensayos fueron objeto de sucesivas ediciones, la última de las cuales fue realizada en 1980 por la Universidad de París. En 1858 Francisco Pérez Romero tradujo por primera vez al español una de las obras de Bastiat.
Recién en 1964, en Estados Unidos, la editorial Van Nostrand de Princeton tradujo al inglés buena parte de sus obras, a partir de lo cual siguieron traducciones al italiano, al alemán y al chino.

La primera obra traducida al inglés incluye una introducción del premio Nobel en economía Friedrich A. von Hayek. Dicha obra se titula Selected Essays on Political Economy y en la introducción, entre otras cosas, Hayek dice lo siguiente: «Bastiat esgrimió argumentos contra las falacias más importantes de su tiempo… ninguna de estas ideas ha perdido influencia en nuestro tiempo. La única diferencia es que Bastiat, al discutirlas, estaba completamente del lado de los economistas profesionales y en contra de creencias populares explotadas por intereses creados, mientras que, propuestas similares, hoy, son propagadas por algunas escuelas de economistas y envueltas en un lenguaje ininteligible para el hombre común».

La característica central de todos los escritos de Bastiat es su sencillez, su lenguaje directo y, al mismo tiempo, la notable fuerza de sus razonamientos. No pocos son los economistas profesionales que consideran que un trabajo serio debe incluir terminología estrafalaria, confusa y con asombrosa profusión de fórmulas matemáticas. En este sentido, Wilhelm Roepke dice en su obra Más allá de la oferta y la demanda que «Cuando uno trata de leer una revista económica de nuestros días, uno se pregunta si no estará en realidad leyendo una revista académica sobre química o hidráulica. Es tiempo de que hagamos un análisis crítico sobre estos temas. La economía no es una ciencia natural; es una ciencia moral y como tal se vincula al hombre como un ser espiritual y moral». También Popper se refiere a los lenguajes oscuros pretendidamente científicos: «Cualquiera que no sepa expresarse de forma sencilla y con claridad no debería decir nada y seguir trabajando hasta que pudiera hacerlo» (En busca de un mundo mejor).

Charles Gide y Charles Rist en el primer tomo de su Historia de las doctrinas económicas se refieren elogiosamente a la trayectoria de Bastiat quien después de estudiar economía publicó en el Journal des Economistes editado por el prolífico Gustave de Molinari y estableció la Asociación de Librecambio en Bordeaux en 1841 y, poco después, en París, la Asociación Nacional del Librecambio a imitación de la Liga de Manchester fundada por su amigo Richard Cobden. Influyó decisivamente en los acontecimientos de su país y, en Italia, a través de Francesco Ferrara, profesor de la Universidad de Turín; Tulio Martello, profesor de la Universidad de Bolonia y el célebre Maffeo Pantaleoni. En Suecia, Johan August Gripenstedit fue discípulo de Bastiat (profesor de la Universidad de Lud y posteriormente fundador de la Sociedad de Economía en Estocolmo). También en Suecia fueron sus discípulos Axel Pennich y Karl Waern. Incluso en Prusia tuvo una fuerte influencia a través de John P. Smith, hijo de ingleses y profesor de historia económica de la Universidad de Göttingen.

En la aludida historia de Gide y Rist se apunta que, a pesar de los trabajos que escribieron autores socialistas como Proudhon y Lassalle en contra de Bastiat, «su mesura, su buen sentido, su claridad, dejan una impresión inolvidable; y no sé si aún hoy, sus Armonías económicas no es el mejor libro que pueda recomendarse al joven que por primera vez emprende el estudio de la economía política».

Por su parte, John Elliot Cairnes -el economista irlandés, profesor en la Universidad de Londres y autor de El carácter y el método lógico de la economía política– escribió sobre Bastiat un ensayo (recopilado en The Development of Economic Thought: Great Economists in Perspective de Henry W. Spiegel, ed.). Este ensayo es un estudio crítico de aspectos epistemológicos en los trabajos de Bastiat. Crítica en gran medida justificada pero debemos tener presente que el economista francés escribió antes de Carl Menger y mucho antes que Ludwig von Mises. De todos modos Cairnes escribe: «El nombre de Bastiat es de todos los economistas franceses, tal vez, el más familiar en este país [Inglaterra…] y ha sido afortunado de encontrar excelentes traductores de sus obras principales».

Tengamos en cuenta que el primer ensayo de Bastiat fue publicado en 1844 y murió de tuberculosis en 1850. En sólo seis años produjo una obra asombrosamente amplia. En el trabajo mencionado Cairnes pondera un discurso de Bastiat titulado «Los productores de velas» donde con ironía aconseja que los gobernantes promulguen una disposición por la que se obliguen a tapiar de día las ventanas de toda la población «para proteger a los productores de velas de la competencia desleal del sol».

En 1959 Dean Russell se doctoró en la Universidad de Ginebra con una tesis titulada Frédéric Bastiat: Ideas and Influences donde en las primeras líneas del capítulo primero transcribe la siguiente cita de Bastiat «El estado es aquella gran ficción por la que todos tratan de vivir a expensas del resto». La tesis, originalmente escrita en francés, se tradujo al año siguiente al inglés y tuvo una amplia acogida y despertó gran curiosidad entre economistas estadounidenses lo cual, finalmente, despertó el interés para comenzar la antes referida traducción de sus obras en aquel idioma. Leonard E. Read -entonces presidente de la Foundation for Economic Education de New York- ha escrito respecto de Bastiat: «Creo que Bastiat es en realidad un contemporáneo porque, de hecho vive entre nosotros. Los frutos de su mente tan fértil son mejor conocidos hoy en los Estados Unidos por más gente incluso que en la época que escribió sus obras». George Charles Roche escribió en 1971 un libro titulado Frédéric Bastiat, A Man Alone donde dibuja un mapa intelectual muy ajustado a la época y a la atmósfera en que actuó Bastiat y a su coraje para defender sus convicciones liberales.

En su ensayo titulado «Lo que se ve y lo que no se ve» explica uno de los puntos centrales del análisis económico cual es la capacidad de poner en contexto los efectos de las medidas adoptadas. Allí efectúa un pormenorizado análisis de la importancia para el economista de prestar debida atención a los efectos visibles y los que quedan en la trastienda así como lo resultados inmediatos y los mediatos.
Escribe que se suele sostener que si el estado no interviene a través de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas la gente practicará el ateísmo. Si no interviene para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la industrialización. Se piensa que si el estado no subsidia a los artistas quiere decir que se patrocina la barbarie y así sucesivamente.

 

La editorial Simon & Schuster publicó en 1997 The Libertarian Reader: Classic & Contemporary Writings From LauTzu to Milton Friedman de David Boaz donde se destaca especialmente la obra más conocida de Bastiat, La Ley en donde el autor se detiene a desarrollar conceptos básicos de los marcos institucionales como puntos de referencia par los procesos de mercado y, asimismo, destaca los daños del positivismo jurídico y la necesidad de prestar atención a los mojones extramuros de la la ley promulgada por el legislador. Más adelante explica que existe la expoliación extra legal y la expoliación legal. Afirma que esta última resulta la más peligrosa porque se hace con el apoyo de la fuerza institucionalizada. Esta obra ha sido traducida a seis idiomas (fue traducida al español en 1958 por el Centro de Estudios sobre la Libertad de Buenos Aires y ahora hay una de Alianza Editorial de Madrid).

En su ensayo titulado «El balance comercial» nos relata una historia para ilustrar las confusiones que aparecen en relación con el tema. El cuento se refiere a un francés que compra vino en su país por valor de un millón de francos y lo transporta a Inglaterra donde lo vende por dos millones de francos con los que a su vez compra algodón que lleva de vuelta a Francia. Continúa el relato diciendo que otro comerciante francés compró vino por un millón de francos en su país y también lo transportó a Inglaterra pero pudo venderlo sólo por medio millón de francos en ese país, con lo que, según los burócratas de la aduana, el primero produjo un déficit en la balanza comercial mientras que el segundo contribuyó a mejorarla.

En su extenso trabajo titulado Acerca de la competencia Bastiat extiende la explicación de Adam Smith de «la mano invisible». Explica como cada uno al buscar su interés personal va construyendo un orden que está más allá de las posibilidades de mentes individuales. Al mismo tiempo, en las transacciones libres y voluntarias cada uno obtiene beneficios, al contrario de lo que ocurre en sistemas de suma cero (para utilizar la terminología de la teoría de los juegos).
En su opúsculo titulado «Restricción al comercio internacional y desocupación tecnológica» Bastiat explica cómo la máquina y la adquisición de productos más baratos del exterior liberan trabajo humano para que sea aprovechado en áreas que hasta el momento resultaban inconcebibles debido, precisamente, a que estaba destinado a las tareas para las que se introducen nuevos productos y la nueva tecnología.

En enero de 1948 la Asamblea Nacional propuso un descuento provisorio en los salarios del medio por ciento con destino a sindicatos a lo que Bastiat y un grupo de colegas economistas se opusieron con vehemencia. No quiero pensar si vivieran en nuestra época en donde se acepta la inmoral figura de los “agentes de retención” que explotan a los trabajadores para que sindicalismos autoritarios puedan usufructuar de vergonzosos mercados cautivos que devienen en fortunas colosales y contar con escandalosos ingresos para las así llamadas “obras sociales”.

Bastiat resumió sus preocupaciones respecto del auge del nacionalismo en su breve paso por la Asamblea Nacional de su país del siguiente modo: «Si los bienes y servicios no pueden cruzar las fronteras, las cruzarán los ejércitos». En resumen, como se ha visto, Bastiat es un economista de nuestra época. Constituye un buen ejemplo a seguir porque como se ha dicho “Debemos ser protagonistas de lo mejor y no espectadores de lo peor”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

UNA PERLA EN LA BIBLIOTECA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Días pasados buscando un libro me encontré con la grata sorpresa (afortunadamente suele ocurrir con alguna frecuencia) de una obra publicada por seis estudiantes universitarios, en 1974. Se titula The Incredible Bread Machine que, ni bien parió, tuvo los mejores comentarios en la prensa estadounidense y de académicos de peso y, consecuentemente, logró una venta sustancial en varias ediciones consecutivas y traducciones a otros idiomas. Los autores son Susan L. Brown, Karl Keating, David Mellinger, Patrea Post, Suart Smith y Catroiona Tudor, en aquel momento de entre 22 y 26 años de edad.

 

Abordan muchos temas en este libro, pero es del caso resaltar algunos. Tal vez el eje central del trabajo descansa en la explicación sumamente didáctica de la estrecha conexión entre las llamadas libertades civiles y el proceso de mercado. Por ejemplo, muchas personas son las que con toda razón defienden a rajatabla la libertad de expresión como un valor esencial de la democracia. Sin embargo, muchos de ellos desconocen el valor de la libertad comercial al efecto de contar con impresoras y equipos de radio y televisión de la mejor calidad si no existe el necesario respeto a la propiedad privada en las transacciones. Estos autores muestran la flagrante incongruencia.

 

Además, como nos ha enseñado Wilhelm Roepke, la gente está acostumbrada a fijar la mirada en los notables progresos en la tecnología, en la ciencia, en la medicina y en tantos otros campos pero no se percata que tras esos avances se encuentra el fundamento ético, jurídico y económico de la sociedad libre que da lugar a la prosperidad.

 

Este es un punto de gran trascendencia y que amerita que se lo mire con atención. Se ha dicho que los que defienden el mercado libre son “fundamentalistas de mercado”. Si bien la expresión “fundamentalismo” es horrible y se circunscribe a la religión y es del todo incompatible con el espíritu liberal que significa apertura mental en el contexto de procesos evolutivos en los que el conocimiento es siempre provisorio sujeto a refutación, es útil traducir esa imputación al respecto irrestricto a los deseos del prójimo puesto que eso y no otra cosa significa el mercado. Quien lanza esa consideración en tono de insulto es también parte del mercado cuando vende sus servicios, compra su ropa o adquiere su alimentación, su automóvil, su computadora o lo que fuere.

 

El asunto es que en general no se percibe el significado del “orden extendido” para recurrir a terminología hayekiana. Tal como nos dice Michael Polanyi, cuando se mira un jardín bien tenido o cuando se observa una máquina que funciona adecuadamente, se concluye que hay mentes que se ocuparon del diseño respectivo. Eso es evidentemente cierto, pero hay otro tipo de órdenes en lo físico y en la sociedad que no son fruto de diseño humano. Tal es el caso sencillo del agua que se vierte en una jarra que llena el recipiente con una densidad igual hasta el nivel de un plano horizontal. Y, sobre todo, remarca también Polanyi el hecho de que cada persona siguiendo su interés personal (sin conculcar derechos de terceros) produce un orden que excede en mucho lo individual para lograr una coordinación admirable.

 

En otras oportunidades he citado el ejemplo ilustrativo de John Stossel en cuanto a lo que ocurre con un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado. Imaginando el largo y complejo proceso en regresión, constatamos las tareas del agrimensor en el campo, los alambrados, los postes con las múltiples tareas de siembra, tala, transportes, cartas de crédito y contrataciones laborales. Las siembras, los plaguicidas,  las cosechadoras, el ganado, los peones de campo, los caballos, las riendas y monturas, las aguadas y tantas otras faenas que vinculan empresas horizontal y verticalmente. Hasta el último tramo, nadie está pensando en el trozo de carne envuelto en celofán en la góndola del supermercado y sin embargo el producto está disponible. Esto es lo que no conciben los ingenieros sociales que concluyen que “no puede dejarse todo a la anarquía del mercado” e intervienen con lo que generan desajustes mayúsculos y, finalmente, desaparece la carne, el celofán y el propio supermercado.

 

Es que el conocimiento está fraccionado y disperso entre millones de personas que son coordinadas por el sistema de precios que, en cada instancia permite consultarlos al efecto de saber si se está encaminado por la senda correcta o hay que introducir cambios.

 

Los autores del libro que comentamos, se refieren a este proceso cuando conectan la libertad con el mercado abierto, al tiempo que se detienen a considerar los estrepitosos fracasos del estatismo desde la antigüedad. Así recorren la historia de los controles al comercio desde los sumerios dos mil años antes de Cristo, las disposiciones del Código de Hamurabi, el Egipto de los Ptolomeos, China desde cien años antes de Cristo y, sobre todo, Diocleciano de la Roma antigua con sus absurdos edictos estatistas.

 

Los autores también se detienen a objetar severamente el llamado sistema “de seguridad social” ( en realidad de inseguridad anti- social) que denuncian como la estafa más grande, especialmente para los más necesitados,  a través de jubilaciones basadas en los sistemas de reparto. Efectivamente, cualquier investigación que llevemos a cabo con gente de edad de cualquier oficio o profesión comprobaremos lo que significan los aportes mensuales durante toda una vida para recibir mendrugos vergonzosos, ya que puestos esos montos a interés compuesto puede constatarse las diferencias astronómicas respecto a lo que se percibe.

 

Incluso, aunque se tratara de sistemas de capitalización estatal (que no es el caso en ninguna parte) o de sistemas privados forzosos de capitalización (que si hay ejemplos), se traducen en perjuicios para quienes prefieren otros sistemas o empresas para colocar sus ahorros. Al fin y al cabo, los inmigrantes originales en Argentina, compraban terrenos o departamentos como inversión rentable hasta que Perón las destruyó con las inauditas leyes de alquileres y desalojos, perjudicando de este modo a cientos de miles de familias.

 

Por otra parte, las legislaciones que obligan a colocar los ahorros en empresas privadas elegidas por los gobiernos, no solo bloquean la posibilidad de elegir otras (nacionales o extranjeras), sino que esta vinculación con el aparato estatal indefectiblemente termina en su intromisión en esas corporaciones, por ejemplo, en el mandato de adquirir títulos públicos y otras políticas que, a su vez, hacen que los directores pongan de manifiesto que no son responsables de los resultados y así en un efecto cascada sin término.

 

Por supuesto que hay aquí siempre una cuestión de grado: es mejor tener una inflación del veinte por ciento anual que una del doscientos por ciento, pero de lo que se trata es de liberarse del flagelo.

 

En definitiva, haciendo honor al título, la obra comentada ilustra a las mil maravillas la increíble máquina de producir bienes y servicios por parte de los mercados libres. Concluyen afirmando que todo este análisis “no significa que el capitalismo es un elixir que garantiza que se resolverán todos los problemas que confronta el ser humano. El capitalismo no proveerá felicidad para aquellos que no saben que los hace felices […] Lo que hará el capitalismo es proveer al ser humano con los medios para sobrevivir y la libertad para mejorar en concordancia con sus propósitos”. Y, de más está decir, no se trata de un capitalismo inexistente como el que hoy en día tiene lugar donde el Leviatán es inmenso, fruto de impuestos insoportable, deudas y gastos públicos astronómicos y regulaciones asfixiantes.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. En Administración. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.

EL PAPA FRANCISCO Y LOS ECONOMISTAS

Por Alejandro A. Chafuén. Publicado el 8/12/13 en: http://www.elojodigital.com/contenido/12798-el-papa-francisco-y-los-economistas

 

Las recientes expresiones de orden económico emitidas por el Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium representan un llamado a aplicar un sistema de «Tercera Posición» “Tercera Vía” diseñado y administrado por expertos. Eso es lo que implícitamente se desprende de su conclusión: “El crecimiento en equidad exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo.”
El Papa Francisco no llama a la socialización del sistema económico ni nos brinda como ejemplo a naciones totalitarias o populismos irresponsables. El expresa «éste no es un documento social», y recomienda el «Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia» como guía sustancial para el estudio y la reflexión sobre temas de economía. Sin embargo, como el Santo Padre no citó el punto 42 de la encíclica Centessimus Annus de Juan Pablo II, que legitima un sistema de libre empresa basado en el estado de derecho y el respeto de la dignidad humana y, dado que el lenguaje de esta exhortación a veces aparece como hostil hacia los mercados libres, numerosos economistas cristianos se han mostrado alarmados. Muchos se han preguntado si el Papa ha sido influenciado negativamente por la cultura peronista de la Argentina. El peronismo tiene, como uno de sus pilares, un sistema económico situado entre socialismo y capitalismo. Juan Domingo Perón fue un pionero de la «Tercera Posición».
En Evangelii Gaudium, el Sumo Pontífice reafirma que “ni el Papa ni la Iglesia tienen el monopolio en la interpretación de la realidad social o en la propuesta de soluciones para los problemas contemporáneos.” La jerarquía consulta con muchos economistas. Uno de ellos es el Premio Nobel Joseph Stiglitz, quien tiene gran influencia en el Vaticano; muchos le dan crédito por haber vestido a las propuestas de Tercera Posición con un ropaje académico.
Los escritos de Stiglitz han tenido impacto en otro argentino muy influyente en el Vaticano: Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias. Stiglitz fue designado como miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales, “hermana” menor de la Academia de Ciencias, en 2003, (Juán José Llach es miembro de la misma academia). Stiglitz ofició de presidente del Consejo de Consultores Económicos bajo el ex presidente estadounidense Bill ClintonJohn Allen, respetado observador del Vaticano, escribió en 2003 que Stiglitz «desde ese rol, ayudará a guiar las políticas del Vaticano en el terreno de los asuntos económicos». Allen agregó que Stiglitz era el favorito de Sánchez Sorondo. Durante un programa patrocinado por el Acton Institute, tuve el privilegio de sentarme junto a Sánchez Sorondo, y me comentó que Stiglitz era, en efecto, su economista predilecto. John Allen iría aún más lejos, al afirmar: «Stiglitz interpreta que el equipo de Clinton cometió un error al aceptar que el gobierno debía mantenerse al margen de la política económica, permitiendo que el sector financiero dictase las reglas de juego. Por ende, es probable que Stiglitz le dé un mayor empuje a los lineamientos ya prefigurados con firmeza por Juan Pablo II, esto es, que las autoridades públicas deben intervenir en los asuntos económicos para garantizar que los beneficios de la globalización sirvan al bien común».
La mayoría de las sentencias de alcance económico surgidas del Vaticano que perturban a los defensores y promotores del libre mercado se han visto precedidas de expresiones similares de parte de economistas notables. Esto es lo que sucede con la exhortación apostólica de Francisco. El párrafo que se ha ganado un mayor número de críticas entre los liberales es aquel que pone en duda  “las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo.” En inglés, la Exhortación usó el término “trickle-down”. Es difícil hallar economistas que sostengan que no existen excepciones para esta teoría. Es fácil encontrar altas tasas de crecimiento que coexisten con injusticia y falta de inclusión. La República Popular China y la India son buenos ejemplos en este sentido. Pero como señala un nuevo estudio del Fraser Institute, de reconocida reputación en el mundo liberal, hasta en Canadá existen aproximadamente 1.6 millones de personas que no puede cubrir sus necesidades básicas.
El uso de la expresión «trickle-down» -difícil de traducir y generalmente empleada para denigrar al libre mercado, dio lugar a muchas discusiones. Es probable que Evangelii Gaudium haya sido escrita originalmente en español. El Papa utilizó el término «derrame» que en inglés se traduce mejor bajo “spill-over” y resulta ser una palabra mucho menos politizada, pero que proviene de una traducción no tan buena de una de las versiones más populares en español del libro sobre la Riqueza de las Naciones de Adam Smith, supuesto padre de la economía liberal. En esta se tradujo la palabra extend (extender) como derrame. Adam Smith escribió que la gran multiplicación de la producción, que resulta de la división del trabajo “da lugar, en una sociedad bien gobernada, esa opulencia universal que se extiende [derrama] a los estratos más bajos de la población.” Smith jamás defendió la «autonomía absoluta del mercado». Al remarcar la importancia de “una sociedad bien gobernada” daba prueba de no tener una confianza absoluta en las «fuerzas invisibles y la mano invisible del mercado.» 
Una letanía incompleta de otros lamentos en lo relacionado con admoniciones económicas del Papa incluyen: tener “una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”; apoyarse en “el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano”; la existencia de “una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta”; y el “deterioro de las raíces culturales con la invasión de tendencias pertenecientes a otras culturas, económicamente desarrolladas pero éticamente debilitadas.”
Desde la publicación de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, los economistas católicos han estado aportando respuestas y análisis a cada uno de estos puntos. Yo enfatizaría los estudios empíricos que muestran que la libertad económica es el mejor antídoto para la corrupción. Aunque en tiempos de la presidencia de Carlos Saúl Menem parecía que Argentina era una excepción, con mediciones mostrando alta libertad económica y alta corrupción, pronto se volvió a la triste realidad, la menor libertad llevó a mucha más corrupción. También le haría recordar al Vaticano las contribuciones tan valiosas del desaparecido Wilhelm Roepke, que siempre enfatizó una «Economía Humana», respetuosa de la libertad. Cada uno de nosotros ofrecerá distintos estudios y análisis.
La mejor contribución que los campeones de los mercados libres pueden efectuar es convertirse en economistas sobresalientes y convincentes, y captar la atención de los líderes más influyentes con la esperanza que estos incorporen sus verdades económicas a sus admoniciones morales. Un buen ejemplo a seguir es el de Gary Becker, Premio Nobel de la Universidad de Chicago, que ha sido miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias desde 1997, o del español José T. Raga, que es miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales. Al igual que Raga, la calidad de las investigaciones económicas de Becker y su respetuoso comportamiento en el Vaticano lo hicieron acreedor a esa posición. Los escritos de Premios Nobel procedentes de otras escuelas de pensamiento cercanas a la libre empresa, como ser F.A. Hayek y James Buchanan -de la Escuela Austríaca y las escuelas de Elección Pública, respectivamente- también merecen mayor atención de parte del Vaticano.
Juan Carlos de Pablo, uno de los mejores profesores en la Pontificia Universidad Católica (UCA) de Buenos Aires, -en donde he asistido y dado clases- les decía a sus alumnos que «si los economistas no saben de economía, ¿cómo pueden culpar a los obispos por sus conocimientos económicos insuficientes?». El Papa Francisco ha reconocido la labor de los laicos en numerosas áreas, no solo en economía. Aquellos que profesamos la fe católica y estamos convencidos de la superioridad moral y económica del libremercado, tenemos el deber de acercarnos al Vaticano a través de un diálogo respetuoso y educado, única manera para que pueda resultar provechoso.

 

Alejandro A. Chafuén es Dr. En Economía por el International College de California. Licenciado en Economía, (UCA), es miembro del comité de consejeros para The Center for Vision & Values, fideicomisario del Grove City College, y presidente de la Atlas Economic Research Foundation. Se ha desempeñado como fideicomisario del Fraser Institute desde 1991. Fue profesor de ESEADE.

Frédéric Bastiat (1801-1850)

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 28/5/13 en http://independent.typepad.com/elindependent/2013/05/fr%C3%A9d%C3%A9ric-bastiat-1801-1850.html

 La primera publicación de las obras completas de Frédéric Bastiat fue editada por Paul Paillottet y René V. Fontenay en París, en 1854. Sus libros y sus numerosos ensayos fueron objeto de sucesivas ediciones, la última de las cuales fue realizada en 1980 por la Universidad de París. En 1858 el profesor Francisco Pérez Romero (abogado del Colegio de Madrid) tradujo por primera vez al español una de las obras de Bastiat. En el prólogo a esta primera edición española, el profesor Pérez Romero dice que «La reputación del eminente economista F. Bastiat es demasiado conocida para que nos detengamos a hacer extensos elogios de la presente obra con objeto de recomendar su lectura… Tal es el grandioso pensamiento del autor que desenvuelve con una claridad, originalidad y elocuencia que cautivan el ánimo del lector, al iniciarlo en los verdaderos principios de la ciencia económica».

En Estados Unidos, la editorial Van Nostrand de Princeton tradujo en 1964 al inglés buena parte de sus obras, a partir de lo cual siguieron traducciones al italiano, al alemán y al chino. La primera obra traducida al inglés incluye una introducción del premio Nobel en economía Friedrich A. von Hayek. Dicha obra se titula «Selected Essays on Political Economy» y en la introducción, entre otras cosas, Hayek dice lo siguiente: «Bastiat esgrimió argumentos contra las falacias más importantes de su tiempo (…) ninguna de estas ideas ha perdido influencia en nuestro tiempo. La única diferencia es que Bastiat, al discutirlas, estaba completamente del lado de los economistas profesionales y en contra de creencias populares explotadas por intereses creados, mientras que, propuestas similares, hoy, son propagadas por algunas escuelas de economistas y envueltas en un lenguaje ininteligible para el hombre común».

La característica central de todos los escritos de Bastiat es su sencillez, su lenguaje directo y, al mismo tiempo, la notable fuerza de sus razonamientos. No pocos son los economistas profesionales que consideran que un trabajo serio debe incluir terminología estrafalaria, confusa y con asombrosa profusión de fórmulas matemáticas. En este sentido, Wilhelm Roepke dice en su obra «La economía humana: el marco social del mercado libre» que «Cuando uno trata de leer una revista económica de nuestros días, uno se pregunta si no estará en realidad leyendo una revista académica sobre química o hidráulica. Es tiempo de que hagamos un análisis crítico sobre estos temas. La economía no es una ciencia natural; es una ciencia moral y como tal se vincula al hombre como un ser espiritual y moral» (p. 247). También Popper se refiere a los lenguajes oscuros pretendidamente científicos: «Cualquiera que no sepa expresarse de forma sencilla y con claridad no debería decir nada y seguir trabajando hasta que pudiera hacerlo» («En busca de un mundo mejor», Paidós,1994).

Antes de aludir al contenido de los trabajos de Bastiat, conviene poner sus obras en contexto. En este sentido, es de gran utilidad la documentación que proporciona el profesor Murray Rothbard en el segundo volumen de su historia económica y la información que exhiben Charles Gide y Charles Rist en el primer tomo de su «Historia de las doctrinas económicas». En 1815 un grupo de jóvenes economistas inspirados por Jean-Baptiste Say establecieron en París la Sociedad de Economía Política que primero presidió Charles Dunoyer (autor de una obra publicada en tres volúmenes titulada «De la libertad de trabajo») y cuyo Secretario fue Joseph Garnier (autor de un conocido texto titulado «Elementos de economía política»). Esta sociedad comenzó a publicar el Journal des Économistes (actualmente se llama Journal des Économistes et des Etudes Humaines). Say se inspiró principalmente en Cantilion y de Adam Smith y elaboró muchos aspectos que pueden considerarse como pre-austríacos, es decir precursores de la Escuela Austríaca que recién comenzaría a desarrollarse en 1870.

El tratado de economía de Say fue ampliamente difundido en su país natal y en el exterior. Como queda dicho, sus discípulos, al fundar la mencionada Sociedad de Economía Política, abrieron un cauce para realizar notables aportes a la ciencia económica. Este grupo de economistas también se conoció como «el grupo laissez-faire». Esta expresión francesa, tomada de los fisiócratas del siglo XVI, significa un pedido de la gente dirigido al gobierno: dejar hacer, en el sentido de no intervenir, no reglamentar y no distorsionar los procesos de mercado. Lamentablemente hoy se entiende la expresión «laissez-faire» como la apología del desorden y el caos: una interpretación peyorativa y distorsionada de su significado original. Como todos estos economistas y sus discípulos posteriores sostuvieron, el orden emerge cuando se permite que arreglos libres y voluntarios operen y que el mecanismo de precios resulte en un sistema para recabar información dispersa, en lugar de pretender dirigir la economía a través de la ignorancia concentrada que necesariamente se sucede en los «comités de expertos».

Los miembros más destacados de aquella Sociedad de Economía Política fueron luego Gilbert Guillaumin, quien editó la primera enciclopedia de economía; Gerome-Adolphe Blanqui, quien escribió el primer texto de historia económica de Europa (en 1837); Michel Chevallier (originalmente socialista), autor del «Curso de economía política» escrito en 1842 y su discípulo Henri Gandrillart, quien escribió posteriormente el célebre «Manual de economía política» en 1857. Atraídos por estos estudios vinieron economistas de otros lugares como Louis Wolowski de Polonia y Gustave de Molinari de Bélgica (este último editó durante algún tiempo el Journal des Économistes).

En este clima intelectual aparece la figura de Bastiat quien, después de estudiar economía, participó en la mencionada sociedad y publicó en su Journal y en otros medios con una elocuencia y una fundamentación que despertaba admiración en colegas y lectores en general (escribía en francés, inglés e italiano). Trató con los académicos más destacados de su época, estable ció la Asociación de Librecambio en Bordeaux en 1841 y, poco después, en París, la Asociación Nacional del Librecambio a imitación de la Liga de Manchester fundada por su amigo Richard Cobden. Influyó decisivamente en los acontecimientos de su país y, en Italia, a través de Francesco Ferrara, profesor de la Universidad de Turín; Tulio Martello, profesor de la Universidad de Bolonia y el célebre Maffeo Pantaleoni. En Suecia, Johan August Gripenstedit fue discípulo de Bastiat (profesor de la Universidad de Lud y posteriormente fundador de la Sociedad de Economía en Estocolmo).

También en Suecia fueron sus discípulos Axel Pennich y Karl Waern. Incluso en Prusia tuvo una fuerte influencia a través de John P. Smith, hijo de ingleses y profesor de historia económica de la Universidad de Göttingen.

Murray Rothbard dice que sin duda Bastiat «contribuyó a los argumentos más notables y la demolición más devastadora del proteccionismo y de todas las formas de subsidio y control gubernamental» (vol. II, p. 445).

En la aludida «Historia de las doctrinas económicas» de Gide y Rist se apunta que, a pesar de los trabajos que escribieron autores socialistas como Proudhon y Lassalle en contra de Bastiat, «su mesura, su buen sentido, su claridad, dejan una impresión inolvidable; y no sé si aún hoy, sus ‘Armonías económicas’ no son el mejor libro que pueda recomendarse al joven que por primera vez emprende el estudio de la economía política. Ya veremos, por lo demás, que su contribución, aún desde el punto de vista puramente científico, dista mucho de ser desdeñable» (p. 451, vol. I).

Por su parte, John Elliot Cairnes -el economista irlandés, profesor en la Universidad de Londres y autor de «El carácter y el método lógico de la economía política»- escribió sobre Bastiat un ensayo (recopilado en «The Development of Economic Thought: Great Economists in Perspective» de Henry W. Spiegel). Este ensayo es un estudio crítico de aspectos epistemológicos en los trabajos de Bastiat. Crítica en gran medida justificada pero debemos tener presente que el economista francés escribió antes de Carl Menger y mucho antes que Ludwig von Mises. De todos modos Cairnes escribe: «El nombre de Bastiat es de todos los economistas franceses, tal vez, el más familiar en este país [Inglaterra…] y ha sido afortunado por encontrar excelentes traductores de sus obras principales… Lamentablemente, Bastiat no vivió para completar su obra, pero lo suficiente para haber logrado transmitir claramente el carácter y la concepción general de sus contribuciones». Tengamos en cuenta que el primer ensayo de Bastiat fue publicado en 1844 y murió de tuberculosis en 1850. En sólo seis años produjo una obra asombrosamente amplia. En el trabajo mencionado, Cairnes pondera un discurso de Bastiat titulado «Los productores de velas» donde con ironía aconseja que los gobernantes promulguen una disposición por la que se obliguen a tapiar de día las ventanas de las casa de toda la población «para proteger a los productores de velas de la competencia desleal del sol».

En 1959 el profesor Dean Russell se doctoró en la Universidad de Ginebra con una tesis titulada «Frédéric Bastiat: sus ideas y su influencia» y en las primeras líneas del capítulo primero transcribe la siguiente cita de Bastiat «El estado es aquella gran ficción por la que todos tratan de vivir a expensas del resto». La tesis, originalmente escrita en francés, se tradujo al año siguiente al inglés y tuvo una amplia acogida y despertó gran curiosidad entre economistas estadounidenses lo cual, finalmente, despertó el interés para comenzar la antes referida traducción de sus obras en aquel idioma. Leonard E. Read -entonces presidente de la Foundation for Economic Education de New York- ha escrito respecto de Bastiat: «No conozco nadie que haya visto con mayor claridad a través de la bruma política que este autor que con tanta brillantez y versatilidad nos transmitió sus conocimientos… Creo que Bastiat es en realidad un contemporáneo porque, de hecho vive entre nosotros. Los frutos de su mente tan fértil son mejor conocidos hoy en los Estados Unidos por más gente incluso que en la época que escribió sus obras». El actual rector de la Universidad de Hillsdale, en Michigan, George Charles Roche escribió en 1971 un libro titulado «Frédéric Bastiat: A Man Alone» donde dibuja un mapa intelectual muy ajustado a la época y a la atmósfera en que actuó Bastiat y a su coraje para defender sus convicciones.

Después de sus estudios, Frédéric Bastiat, comenzó a enseñar y debatir en diversos círculos, asociaciones e institutos, algunos de los cuales fueron fundados por él. Su producción escrita es notable a pesar de que, como queda dicho, transcurre en un período muy corto que comienza con su primer ensayo en el Journal des Économistes en 1844. Escribió libros y cientos de ensayos recopilados en sus obras completas. A continuación vamos a exponer las ideas de Bastiat con referencia al trabajo correspondiente.

En su ensayo «Lo que se ve y lo que no se ve» explica uno de los puntos centrales del análisis económico cual es la capacidad de poner en contexto los efectos de las medidas adoptadas. Es común, por ejemplo, que se alaben las características de un edificio estatal, su arquitectura, lo imponente de sus materiales, la cantidad de pisos, mármoles, espejos, el panorama que ofrece, etc. Sin embargo, queda fuera del análisis lo que no se ve: los bienes y servicios que hubieran existido si no se hubieran esterilizado recursos coactivamente en el mencionado edificio. Bastiat pone un ejemplo que ya resulta clásico y es el de la vidriera rota. Cuenta que un individuo destroza la vidriera de un sastre lo cual, dadas las teorías en boga en aquella época, algunos considerarían que, en última instancia, esta destrucción tiene su lado positivo. Verían que, debido a esa destrucción, el vidriero verá aumentar sus ingresos con lo cual, a su vez, podrá comprarle al panadero y este comprará otro bien o servicio y así sucesivamente. Aparece así una especie de efecto multiplicador de consecuencias bienhechoras a pesar de que el acto original fue uno de destrucción.

Sin embargo, Bastiat explica que si no se hubiera roto ese vidrio el sastre no hubiera tenido que destinar sus recursos para reponerlo, recursos que hubiera podido utilizar para comprar a otros proveedores y estos a su vez a otros. En definitiva, señala, que de no haberse producido la destrucción existiría en la sociedad el vidrio más otras cosas, con la destrucción, en cambio, hay una pérdida neta del vidrio. Esto que parece un razonamiento trivial tiene consecuencias de gran importancia ya que se han destinado ríos de tinta tratando de mostrar seriamente la reactivación de la economía que se produce a raíz de fenómenos de destrucción, incluso en el caso extremo de la guerra.

Recurriendo a un procedimiento socrático, Bastiat preguntaba a sus interlocutores dónde se encontraba la falacia de tales o cuales razonamientos que, como en el ejemplo expuesto, ayuda a ejercitar el espíritu crítico y el razonamiento. Este análisis lo extendía al caso de las empresas estatales que pueden no ser monopólicas, no ser deficitarias e incluso la gente puede considerar que prestan buenos servicios, pero Bastiat se pregunta sobre el significado de «buenos servicios» ya que ¿cuántos libros, zapatos y cinturones se hubieran producido si no se hubieran esterilizado coactivamente los recursos para la creación de la empresa estatal? En realidad la intención de este autor al poner ejemplos sencillos y aparentemente absurdos era la de brindar un andamiaje analítico para visualizar «lo que no se ve».

En este mismo trabajo, Bastiat se pregunta si deben subsidiarse las artes. Dice que «en favor del sistema de subsidios uno puede decir que las artes ensanchan, elevan y poetizan el alma de un pueblo, asimismo, alejan las preocupaciones materiales y da un sentido de la belleza y facilita la reacción favorable en los modales y las costumbres… Uno puede incluso preguntarse si no hubiera existido el subsidio a las artes cómo se hubiera desarrollado el gusto exquisito y el sentido estético en Francia. Debido a estos resultados, uno se pregunta si no será una demostración de imprudencia eliminar estos subsidios que en último análisis ha logrado una preeminencia de Francia en Europa».

Bastiat explica que aquellos razonamientos e interrogantes están basados en fundamentos falaces. Señala que la civilización debe proceder de lo más necesario a lo menos necesario. Si se alteran las prioridades -que voluntariamente debe establecer la gente con el fruto de su trabajo- se desperdician recursos con lo cual se obstaculiza el logro de los ideales más refinados: «El gobierno no debe intervenir en este proceso ya que cualquiera sea la riqueza de un país no puede estimular actividades de una mayor sofisticación a través de los impuestos ya que esto implica el dañar actividades más esenciales y, por lo tanto, se revierte el avance de la civilización… Se dice que si el estado no interviene a través de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas es que se es ateo. Si no interviene a través de impuestos para las escuelas, se está en contra de la educación. Si el estado no entrega recursos a través de impuestos para establecer un valor artificial a la tierra o para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la agricultura y del trabajo. Por último, se piensa que si el estado no subsidia a los artistas quiere decir que se patrocina la barbarie. Protesto con toda mi fuerza contra estas interferencias. Muy lejos está de mi ánimo el proponer la abolición de la religión, la educación, la agricultura, la industria, el trabajo o las artes. Por el contrario sostenemos que la libertad en todas estas áreas, sin que se opere a costa del fruto del trabajo de otros, fortalecerá el desarrollo armónico y el progreso de estas áreas. Nuestros adversarios creen ingenuamente que la actividad que no está subsidiada será abolida. Nosotros creemos lo contrario. Ellos tienen fe en el legislador no en el ser humano. Nosotros tenemos fe en el ser humano, no en el legislador». La editorial Simon & Schuster publicó en 1997 «The Libertarian Reader: Classic & Contemporary Writings From Lau-Tzu to Milton Friedman» del profesor David Boaz. En la quinta parte de esta obra se reproduce el ensayo que acabamos de comentar (p. 265 y ss.).

En «La Ley», Bastiat desarrolla el concepto del derecho como marco institucional para los procesos de mercado y, asimismo, señala la posible divergencia entre el orden natural y la ley positiva. En este sentido dice «por tanto, del mismo modo que un individuo no puede legítimamente usar la fuerza contra otra persona, contra su libertad o propiedad, por las mismas razones, la fuerza colectiva no puede legítimamente aplicarse para destrozar la libertad, la propiedad y la integridad personal de otros… La ley es la organización de derecho natural para legitimar la defensa propia; sustituye la fuerza individual por la colectiva para actuar en una esfera en la que tiene derecho a actuar, esto es, para garantizar la seguridad de las personas, la libertad y los derechos de propiedad… Lamentablemente, la ley positiva no se ha circunscrito a su rol específico. No solamente se ha excedido en su función legítima en temas discutibles, ha procedido en modos absolutamente contrarios a sus fines específicos, ha destruido sus propios objetivos: se ha empleado para abolir la justicia la cual estaba supuestamente debía mantener. Al transgredir ese límite ha puesto la fuerza colectiva al servicio de la explotación de las personas, libertades y propiedades y lo ha hecho sin ningún escrúpulo, intentando convertir la expoliación en un derecho… Ninguna sociedad puede sobrevivir si no se respeta la ley pero la manera más segura de que la ley se respete es hacerla respetable».

Más adelante explica que existe la expoliación extra legal y la expoliación legal. Afirma que esta última resulta la más peligrosa porque se hace con el apoyo de la fuerza institucionalizada. Esta obra ha sido traducida a seis idiomas (fue traducida al español en 1958 por el Centro de Estudios sobre la Libertad de Buenos Aires). Siempre en este libro, dice Bastiat que existe un método simple para saber cuándo la ley abroga la justicia: «Todo lo que tenemos que hacer es ver si a través de la ley se arranca a unos lo que les pertenece para entregarle a otros lo que no les pertenece». Dice Bastiat que este afán redistribucionista se basa en «la ilusión prevalente de nuestra era, la cual consiste en pretender que resulta posible el enriquecimiento de unos a expensas de otros… Me sitúo en conflicto con el mayor de los prejuicios populares de nuestro tiempo. Aparentemente la gente no quiere que la ley sea justa, pretenden que sea ‘filantrópica’. No están satisfechos en que la justicia garantice a cada uno su libertad siempre y cuando no afecte derechos de otros, que cada uno pueda usar sus facultades físicas intelectuales y morales. Demandan que también la ley se ocupe de la ‘beneficencia’, la educación y la moralidad del país… Pero, repito, estos dos campos se contradicen entre sí. Debemos elegir entre ellos. Un ciudadano no puede ser al mismo tiempo libre y no libre… Es inconcebible obtener la fraternidad a través de la ley sin que al mismo tiempo se destroce la libertad y la justicia a través de la ley… No nos olvidemos que la ley es la fuerza y, consecuentemente, el dominio de la ley no puede legítimamente exceder el ámbito legítimo del dominio de la fuerza». A través de este trabajo Bastiat ha reforzado la tesis que comenzó con John Locke y ha mostrado que el derecho es un proceso de descubrimiento en un contexto evolutivo y que no procede del invento o el diseño del legislador. Asimismo, ha vinculado estrechamente aspectos ético-institucionales con el mercado abierto.

En su ensayo titulado «El balance comercial» nos relata un cuento para ilustrar las confusiones que aparecen en relación con el tema. El cuento se refiere a un francés que compra vino en su país por valor de un millón de francos y lo transporta a Inglaterra donde lo vende por dos millones de francos con los que a su vez compra algodón que lleva de vuelta a Francia. Al salir de la aduana francesa el gobierno registra exportaciones por un millón de francos y al ingresar con el algodón el gobierno registra importaciones por dos millones de francos, con lo cual este personaje habría contribuido a que Francia tenga «un balance comercial desfavorable por valor de un millón de francos». Bastiat continúa el cuento diciendo que otro comerciante francés compró vino por un millón de francos en su país y también lo transportó a Inglaterra pero no le dio el cuidado que requería el vino en el transcurso del viaje, debido a lo cual pudo venderlo sólo por medio millón de francos en ese país. Con el producido de esta venta también compró algodón y ingresó en Francia. Esta vez en la aduana el gobierno contabilizó una exportación por un millón de francos y una importación de medio millón de francos, con lo que este mal comerciante contribuyó a que Francia tenga un «balance comercial favorable por quinientos mil francos». Con esta ridiculización el autor pretende mostrar las falacias tejidas en torno al balance comercial, tema que, entre otros, continuó desarrollando otro eminente francés, el economista Jacques Rueff (especialmente en su libro «Balance of Payments»).

En su extenso libro titulado «Acerca de la competencia» Bastiat extiende la explicación de Adam Smith de «la mano invisible». Explica como cada uno al buscar su interés personal va construyendo un orden que está más allá de las posibilidades de mentes individuales. Al mismo tiempo, en las transacciones libres y voluntarias cada uno obtiene beneficios, al contrario de lo que ocurre en sistemas de suma cero (para utilizar la terminología de la teoría de los juegos). Explica en este trabajo que competencia es otra forma de aludir a la libertad: significa que la fuerza no debe intervenir en arreglos contractuales libres y voluntarios que no afecten derechos de terceros. Señala que la competencia se opone al establecimiento de monopolios y oligopolios artificiales, es decir, aquellas situaciones por las que el gobierno otorga mercados cautivos, lo cual redunda necesariamente en mayores precios, menor calidad o ambas cosas a la vez.

Competencia implica la libertad de elegir. Bastiat pone especial énfasis en señalar que la competencia no se limita a elegir dentro de cierta jurisdicción territorial sino que se extiende más allá de las fronteras. En este sentido muestra los graves perjuicios económicos que crean las tarifas aduaneras y muestra como redundan necesariamente en una mala asignación de los siempre escasos factores productivos y, por ende, en una disminución de los salarios e ingresos en términos reales. En este sentido explica las inconsistencias que existen tras el llamado «argumento de la industria incipiente» con el que, a la postre, costos que deberían absorber empresarios son transladados sobre las espaldas de los consumidores, con lo que, en definitiva, el llamado «proteccionismo» termina protegiendo privilegios de pseudoempresarios. Observa que muchos son los pseudoempresarios que cuando hablan de competencia lo que en verdad quieren decir es competencia para otros pero no para ellos.

Un artículo de Bastiat titulado «Post Hoc, Ergo Propter Hoc» ha tenido gran difusión en diversos países, allí explica con ilustraciones muy simples las características de esta falacia que consiste en atribuir nexos causales a distintos sucesos por el solo hecho de observar la ocurrencia de sucesos en una secuencia cercana en el tiempo, en otros términos, se sostiene que como B ocurre después de A, por tanto, B es una consecuencia de A. Ilustra esta falacia con temas monetarios y de comercio exterior, por ejemplo, cuando a mediados del siglo XIX se restringió el consumo en Inglaterra debido a accidentes climáticos y, por tanto, se obtuvieron cosechas precarias. Sin embargo, como estos fenómenos ocurrieron en el mismo período en que se redujeron aranceles aduaneros, las restricciones al consumo se atribuyeron a la política arancelaria.

En su ensayo «El productor y el consumidor», señala que aparece como un espejismo un conflicto entre productor y consumidor ya que tienen intereses distintos. Señala, por ejemplo, que en el caso del trigo el consumidor o comprador desearía una sobreabundancia mientras que el productor desearía la escasez de ese bien. Bastiat explica que todos somos productores y consumidores y que al actuar en uno u otro rol, aun interesados en cosas diversas, habiendo libertad, hay armonía de intereses. El productor ofrece utilidades, el comprador consume utilidades y los intercambios se realizan por bienes distintos. El comprador ofrece dinero y demanda bienes y el vendedor demanda dinero y ofrece bienes. Ambos tienen valorizaciones cruzadas respecto del bien en cuestión y del dinero. Esas valoraciones cruzadas hacen que haya interés en lo que posee la otra parte y así se realicen los intercambios con provecho para las dos partes. Pero por el contrario, también nos explica el autor que cuando el estado interviene para regular y coartar transacciones comerciales, por lo menos una de las dos partes se ve afectada.

En este último caso, no es posible la armonía de intereses lo cual, como se ha dicho, no implica intereses idénticos sino intereses que no sólo no presentan conflictos irreconciliables sino que resultan armónicos. En este ensayo Bastiat adjunta extensos cuadros y gráficos para ilustrar esta tesis central de la armonía de intereses a lo cual agrega largas disquisiciones sobre la teoría del valor. Temas similares trata en un voluminoso libro (596 páginas según la primera edición inglesa de la ya mencionada editorial Van Nostrand de Princeton) que lleva prólogo del propio Bastiat bajo el título de «A la juventud de Francia». En ese prólogo dice en letra cursiva que «los impulsos del hombre cuando están motivados por legítimos intereses personales conducen a una estructura social armónica. Esta es la idea central de este libro».

En dos trabajos publicados simultáneamente, uno titulado «Equivalencia en las condiciones de producción» y el otro «Sobre los impuestos a los productos locales», Bastiat, a través de las herramientas que brinda la teoría de las ventajas comparativas, combate dos argumentos muy difundidos. Por una parte se refiere a la idea que propone la necesidad de establecer tarifas aduaneras a un nivel tal que compense la diferencia de costos netos del bien producido en el país y el bien importado. De lo que se trata según esta propuesta, es de hacer equivalentes los costos locales y los costos externos. Aquí explica que, precisamente, la ventaja del comercio consiste en intercambiar entre partes desiguales. La aludida desigualdad se puede deber a talentos, habilidades, recursos naturales diversos, climas mejores, tecnología más adecuada o lo que fuere. En todo caso, muestra que la ventaja del comercio sea local o internacional se basa en costos diferentes y si estos se pretenden igualar, desaparece la razón del comercio.

Del mismo modo, en su segundo ensayo Bastiat combate el argumento por el que se sostiene que las tarifas aduaneras deben implantarse como justificativo por la alta presión tributaria local. Según esta postura, los aranceles deberían mitigar las desventajas artificiales de la producción local debido a los altos impuestos. Refuta esta argumentación sosteniendo que, sin perjuicio de hacer lo posible por abrogar impuestos innecesarios, precisamente, debido a la preocupación de altas presiones tributarias no deben establecerse impuestos adicionales como son los aranceles aduaneros. Así dice que: «La gente reclama tarifas aduaneras sobre los productos que vienen del exterior al efecto de neutralizar las consecuencias de los impuestos locales… pero esta argumentación puede analizarse del mismo modo que lo hacíamos respecto de la pretendida equivalencia en los costos de producción. Los impuestos son uno de los elementos que influyen en que los costos sean dispares… No resulta un silogismo aceptable el sostener que debido a que los impuestos son muy altos deben establecerse nuevos impuestos… Los impuestos bajan la productividad y elevan los precios pero no tiene sentido afirmar que, como el estado saca una parte importante del ingreso de la gente, debemos ceder una parte adicional a alguien que tenga un mercado cautivo debido a la llamada protección en el sector externo».

Uno de sus opúsculos lo publicó bajo el titulo de «Teoría y práctica» donde concluye que toda práctica se basa en una teoría, si la teoría es incorrecta, en la práctica será defectuosa, si es acertada, es decir, si se interpretan correctamente los nexos causales subyacentes en la realidad, la realización práctica conducirá a buen puerto ya que se habrá establecido la adecuada relación entre medios y fines. Este trabajo contiene una profusión de citas que pone de manifiesto la versación de Bastiat, aunque, en este caso, el eje central de su análisis se basa en las enseñanzas de Jean-Baptiste Say.

En la sección «documentos» del volumen XXV de la revista académica de la institución de posgrado ESEADE se tradujo y se publicó un ensayo de Bastiat titulado «Restricción al comercio internacional y desocupación tecnológica» (p. 293 y siguientes) en el que el autor explica cómo la máquina libera trabajo humano para que sea aprovechado en áreas que hasta el momento resultaban inconcebibles debido, precisamente, a que estaba destinado a las tareas para las que se introduce la nueva tecnología.

En el capítulo doce de la tesis doctoral de Dean Russell mencionada al comienzo, el autor dice que «Después de la muerte de Bastiat sus trabajos empezaron a aparecer en varias de las revistas académicas y profesionales más conocidas, incluyendo muchos de sus ensayos inéditos. En 1905 muchos de los trabajos y muchos de los aspectos de la vida de Bastiat aparecieron nuevamente debido a un concurso que patrocinó la Cámara de Comercio de Bordeaux. Desde entonces también se han publicado interesantes tesis doctorales sobre diversos aspectos de la obra de Bastiat… En 1954, el profesor Daniel Villey, de la Universidad de París, escribió lo siguiente en su conocido libro sobre las doctrinas económicas ‘Aun hoy no existe una introducción a la economía política que resulte más atractiva y fértil que la obra Bastiat’… Quien fue Papa León XIII, en una carta pastoral (cuando era el Cardenal Pecci en 1877) rindió tributo al concepto de Bastiat sobre la armonía de intereses en una sociedad libre». Por último Russell reproduce lo escrito por Henry Hazlitt -uno de los fundadores de la Mont Pelerin Society en 1947- en su obra «La economía en una lección» (Harper Pub., 1946), allí señaló su «gran deuda intelectual con Bastiat, autor que en prácticamente todos sus trabajos vinculaba la armonía y la paz con la sociedad abierta y el librecambio». En este último sentido, Bastiat resumió sus preocupaciones respecto del auge del nacionalismo en su breve paso por la Asamblea Nacional de su país del siguiente modo: «Si los bienes y servicios no pueden cruzar las fronteras, las cruzarán los ejércitos».

A modo de colofón, ilustra magníficamente toda la preocupación de este distinguido pensador, una frase que incluyó en uno de sus ensayos, en 1850, antes de morir: «Hay que decirlo, hay en el mundo exceso de ‘grandes’ hombres; hay demasiados legisladores, organizadores, instituyentes de sociedades, conductores de pueblos, padres de naciones etc. Demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regentearla, demasiada gente que hace oficio de ocuparse de la humanidad. Se me dirá: usted que habla, bastante se ocupa de ella. Cierto es. Pero habrá de convenirse que lo hago en un sentido y desde un punto de vista muy diferente y que si me entrometo con los reformadores es únicamente con el propósito de que suelten el bocado». 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.