La economía a contracorriente

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 24/11/17 en: https://www.infobae.com/opinion/2017/11/24/la-economia-a-contracorriente/

 

Afortunadamente hay muchos libros de inconformistas, esto es bueno cuando las cosas se tuercen porque es la forma de enderezarlas. Los economistas en general tenemos la manía de tratar nuestra disciplina con un lenguaje que no ayuda a comprender su significado. En el contexto económico se alude a «mecanismos», a «eficiencias crematísticas», a «asignaciones» ajenas a lo humano con descripciones que remiten a «automaticidades», a cuestiones siempre cuantificables, a próximos «ajustes» y equivalentes.

A esto debe agregarse la hipóstasis que se hace del mercado como si operara un ente que habla y dice en lugar de precisar que se trata de un proceso en el que actúan millones de personas para concretar arreglos contractuales explícitos o implícitos en los que el respeto recíproco irrumpe como principio moral, están presentes el valor justicia de dar a cada uno lo suyo y la indispensable confianza, de lo que se desprenden las respectivas reputaciones, todo lo cual constituyen reglas inherentes a cada transacción en la que se intercambian las propiedades de cada cual.

En uno de los libros a que nos referiremos, Don Lavoie y Emily Chamlee-Wright aluden a la economía de modo muy distinto al habitual, obra titulada Culture and Enterprise, donde muestran que lo decisivo de este campo de conocimiento es la cultura, es la ética que determina los marcos institucionales y los procesos de mercado que estrechan relaciones interpersonales, y que la apreciación valorativa establece muy diferentes parámetros para el progreso en el que, por ejemplo, unos valoran una puesta de sol y otros el poseer un automóvil.

Más aun, toda transacción libre y voluntaria está basada a su vez en estructuras jurídicas que aseguran el derecho de propiedad, comenzando por el cuerpo de cada uno y por el consiguiente fruto de su trabajo. Este enfoque retoma, por una parte, la tradición de Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales de 1759 y, por otra, La acción humana. Tratado de economía de Ludwig von Mises, que en 1949 sentó las bases de la economía moderna al apartarse por completo de la visión marxista que circunscribía esa disciplina a lo material, lo cual también tiñó a la economía neoclásica de encerrar los postulados económicos en lo crematístico. A partir de Von Mises las aplicaciones de la economía a terrenos que le eran habitualmente extraños se fue extendiendo, primero, con el análisis económico del derecho, luego con Law & Economics propiamente dicho, y también estudios como los de Gary Becker sobre la familia y tantas otras aplicaciones de la ciencia económica en provechosos andariveles.

Mises mostró que economizar implica elegir, preferir, optar por determinados medios para el logro de específicos fines en los que está presente la idea de costo como la inexorable renuncia a ciertos valores conjeturando que se lograrán otros de mayor valía a criterio del sujeto actuante y así con el resto de los ingredientes que tradicionalmente se circunscribían a lo material para expandirlos a toda acción humana donde en el mercado los precios se expresan en términos monetarios y en el resto los precios aluden a ratios entre el valor que se abandona y el que se incorpora. Como queda dicho, esto va para toda acción, sea el amor, la lectura, el pensamiento o la adquisición de una computadora. Si lo dicho suena mal, es porque todavía se arrastra la concepción marxista de la economía. Toda acción apunta a una ganancia que puede ser psíquica o monetaria y se dirige a eliminar pérdidas desde muy diversas perspectivas, por ejemplo, el que entrega su fortuna a un necesitado es porque para él el acto significa una ganancia psíquica, ya que todo acto libre y voluntario se realiza en interés de quien lo lleva a cabo, ya sea una acción sublime o ruin.

Lavoie y Chamlee-Wright incluso objetan las mediciones del producto bruto que ejemplifican con el incremento en la colocación de alarmas y cerraduras que se computan en ese guarismo como si fueran una mejora pero significan una decadencia en la cultura y en la calidad de vida por los mayores riesgos de asaltos. Todavía más, el aumento en el producto bruto se suele asimilar a la mejora en el bienestar, pero generalmente las mejores cosas de la vida no son susceptibles de referirse en términos monetarios. Entonces se dice que alude a mejoras materiales, a lo cual debe deducirse la intervención gubernamental en la economía que siempre se traduce en reducciones en el nivel de vida debido a la inexorable alteración en las prioridades de la gente.

Finalmente, no se comprende el sentido de compilar esas estadísticas, ya que de ese modo se extrapola la actividad empresaria a la de un país como si los gobernantes fueran su gerente, sin comprender que una vez garantizados los derechos de los gobernados, cualquier resultado en libertad será óptimo. Si la gente prefiere tocar el arpa antes que producir televisores, eso será lo mejor y así sucesivamente. En este sentido es que James M. Buchanan ha escrito: «Como un medio de establecer indirectamente la eficiencia en el proceso de intercambio, mientras se mantenga abierto y mientras el fraude y la fuerza estén excluidos, todo lo que se acuerde es, por definición, aquello que puede clasificarse como eficiente».

Por otra parte, ¿para qué presupuestar tasas de crecimiento del producto? ¿Se opondrá el gobierno si el crecimiento fuera mayor? ¿Y si es menor habrá recriminaciones? ¿Con base en qué parámetro puede el aparato de la fuerza proyectar una tasa? ¿Es acaso que el gobierno interviene para lograr la meta? Si así fuera, habría que objetar la intervención que, fuera de su misión específica de proteger derechos, siempre es en una dirección distinta de lo que hubiera decidido la gente en libertad.

En esta misma línea argumental es que Wilhelm Röpke ha consignado, en Más allá de la oferta y la demanda: «Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si no ha tomado inadvertidamente un journal de química o de hidráulica […]. Los asuntos cruciales en economía son tan matemáticamente abordables como una carta de amor o la celebración de Navidad».

Lavoie y Chamlee-Wright señalan que el economista tradicionalmente ha considerado la cultura, es decir, los valores imperantes, como algo externo a su disciplina en lugar de verlo como algo interno que parte de la estructura axiológica de cada sujeto y que constituye un ingrediente principalísimo de la economía. Además, claro está, que la cultura no es algo estático sino cambiante y en planos multidimencionales en cada persona. Dicen estos autores que nada se gana con el establecimiento de normas que protejan derechos si previamente no existe una cultura liberal suficientemente arraigada, de allí la importancia de la educación. Sin duda que las normas civilizadas ayudan a encauzar conductas consistentes con una sociedad abierta, pero el trabajo en la comprensión de valores básicos es condición necesaria para el respeto recíproco.

El segundo libro a que nos referimos, que también va a contracorriente de lo habitualmente establecido es el de Tyler Cowen, titulado In Praise of Commercial Culture, en el que el autor muestra la conexión estrecha entre la economía y la cultura. En este caso específicamente con el arte, esto es, la pintura, la música y la literatura.

En primer lugar, Cowen subraya la importancia de los procesos de mercado abiertos para mejorar el nivel de vida de la población y de este modo abrir las posibilidades de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, la gente atienda requerimientos artísticos. En segundo término, explica cómo el mercado abre caminos fértiles para las transacciones de obras de arte. Antaño los mecenas eran gobernantes que promovían el arte compulsivamente con el fruto del trabajo ajeno al beneficiar a los de mayores recursos en detrimento de quienes se veían obligados a renunciar al pan para satisfacer los deseos de los poderosos, hasta que el arte se volcó al mercado libre, con lo que las respectivas cotizaciones permitieron incentivar las preferencias del público. Incluso en los muebles fabricados por ebanistas el estilo se bautizaba con el nombre del rey o la dinastía.

Debe hacerse hincapié en el despropósito descomunal de las trabas aduaneras para importar o exportar obras de arte, con lo cual, de cumplirse el bloqueo, no existirían los museos con lo que las personas de menores recursos que no pueden viajar se les estaría vedado disfrutar de obras de arte.

Sin perjuicio de las notables y generosas donaciones para el enriquecimiento del arte en muy diversos planos, como bien ha dicho Milton Friedman en su célebre ensayo titulado «The Social Responsibility of Business is to Increase its Profits», en The New York Times Magazine, donde expone los beneficios sociales de las ganancias, lo cual significa que los siempre escasos recursos están bien administrados, con lo que las tasas de capitalización se elevan y, por tanto, lo hacen los salarios y los ingresos en términos reales. Esto va para los acomplejados e ignorantes que estiman que deben devolver algo a la comunidad con entregas gratuitas, sin percatarse del papel social de las ganancias. De más está decir que esto no va para los prebendarios que la juegan de empresarios pero obtienen del poder mercados cautivos para explotar a la gente.

Ernst H. Gombrich, en su Historia del arte, describe en detalle el progreso en las artes cuando se colocaron en los mercados, con lo que las obras pasaron a un público más amplio y no destinado sólo para unos pocos y de este modo se abrieron infinitos caminos para nuevas realizaciones una vez que los aparatos de la fuerza fueron dejados de lado en este rubro tan delicado para la evolución cultural.

En otras palabras, tanto Lavoie y Chamlee-Wright como Cowen puntualizan el aspecto espiritual del proceso económico y enfatizan la creatividad inherente a este y ponen en un segundo plano las consecuencias materiales. Seguramente con este enfoque dejará de establecerse un dique entre los estudiosos de la economía y los artistas, y estos últimos dejarán de ver esa disciplina como algo ajeno a sus aspiraciones culturales para integrarla a sus visiones estéticas. De allí es que Michael Novak, en El espíritu del capitalismo democrático, deriva la palabra ‘capitalismo’ de caput, de mente, de creatividad, del espíritu emprendedor que posibilita el progreso en las ciencias, la empresa comercial y las artes.

Frank H. Knight se refiere a lo que venimos sosteniendo en su obra La ética de la sociedad competitiva, una colección que abre con un primer trabajo titulado «Ética e interpretación económica», tomado del Quarterly Journal of Economics, donde, entre otras cosas, anota: «Economía y ética mantienen de modo natural relaciones bastante íntimas, dado que ambas tratan del problema del valor». Como resume Fred Kofman en el tercer tomo de su Metamanagement: «Todo acto de comercio es un acto de servicio mutuo».

Además de todo lo dicho, recordemos, para finalizar esta nota periodística, que Friedrich A. Hayek ha estampado en su conferencia en el Social Science Research Building de la Universidad de Chicago, «The Dilemma of Specialization», respecto a la profesión de economista en un sentido restringido: «Nadie puede ser un buen economista si es sólo un economista, y estoy tentado a decir que el economista que sólo es economista será probablemente una molestia cuando no un peligro manifiesto».

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es Asesor del Institute of Economic Affairs de Londres

UNA HERRAMIENTA PARA LOS NEGOCIOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Desde hace un tiempo se viene trabajando en una visión diferente de la tradicional en el mundo de los negocios. Como es sabido, originalmente la producción era íntegramente artesanal, luego se acoplaron instrumentos para facilitar esa producción, a raíz de la Revolución Industrial comenzaron las fábricas con el tiempo cada vez más dirigidas a la producción masiva, pero podría decirse que hasta recién en la década del cincuenta se mantuvo el muy difundido esquema de Taylor en cuanto a las estructuras verticales y jerárquicas en el contexto de la fabricación en serie.

 

A partir de la mencionada década se empezaron a cuestionar los organigramas que se traducían en la visión de que unos pocos eran los que poseían el monopolio del conocimiento y que su función consistía en impartir ordenes a los demás, incapaces de generar políticas constructivas dentro de la empresa. Muchas fueron las variantes ensayadas pero una de las más exitosas, ahora aplicadas en gran escala, especialmente por algunas petroleras, industrias siderúrgicas, empresas automovilísticas y alimenticias se denomina “market based management”.

 

Este procedimiento se sustenta en una extrapolación parcial del mercado abierto al interior de la empresa. A esta altura de los acontecimientos, a raíz de potentes contribuciones al significado del mercado se ha puesto en evidencia que el problema clave consiste no solo en saber que producir, a que precio y en que cantidades y calidades, sino, sobre todo, como hacerlo del modo más eficiente posible.

 

Para ello se ha demostrado una y otra vez que la institución de la propiedad privada resulta medular al efecto de asignar los siempre escasos recursos en manos de las empresas que mejor atienden las demandas de terceros. El consumidor al votar en el supermercado y afines va asignando sus recursos hacia las áreas y reglones que son de su preferencia, todo lo cual se lleva a cabo a través del sistema de precios que coordina los respectivos procesos.

 

En otra oportunidad he reiterado lo que ha exhibido John Stossel como un ejemplo de lo dicho. Imaginemos un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado y cerremos los ojos y vayamos en regresión lo más lejos que podamos para vislumbrar el proceso en cuestión. Los agrimensores que calculan los lotes en el campo, los alambrados y postes, los tractores y demás maquinaria, el sembrado, los fertilizantes, las fumigaciones, las cosechas, las caballos, las riendas, los rodeos, las mangas, los molinos y bebederos, el personal que trabaja con la hacienda etc. Nadie hasta el último tramo está pensando en la góndola del supermercado y el trozo de carne envuelto en celofán. Cada uno pensando en su interés personal logra una coordinación a través de los precios al realizar sus respectivos arreglos contractuales.

 

Imaginemos la cantidad enorme de empresas en sentido vertical y horizontal que ocuparon sus esfuerzos en base a segmentos de conocimiento siempre disperso y todo coordinado por el sistema de precios. Solo cuando irrumpen los arrogantes que concentran ignorancia al pretender controlarlo todo, surgen los faltantes y las descoordinaciones y desajustes hasta incluso que la góndola queda vacía, cuando no desaparece el propio supermercado.

 

En la media en que se interviene en los precios o se afecte el derecho de propiedad, la contabilidad y la evaluación de proyectos quedan desdibujadas. Cuando se evalúa un proyecto, necesariamente se deben tomar precios presentes y futuros (incluyendo la tasa de interés que es otro precio). Nada se gana con sostener que tal o cual proyecto es mejor por razones meramente técnicas: no tiene sentido la evaluación técnica sin contemplar precios de mercado. Hay muchas cosas que podrían fabricarse en base a la técnica disponible pero  resultan inviables porque son antieconómicas. Y si  los precios no reflejan las valorizaciones cruzadas entre compradores y vendedores se convierten en simples números dictados por los gobernantes del momento que nada significan desde el punto de vista económico. Si el control es total colapsa el sistema y solo puede mantenerse a punta de pistola.

 

Ahora bien, en vista de este proceso para aprovechar el conocimiento siempre disperso y fraccionado en el mercado es que algunos autores al principio y luego muchos se abocaron a la posibilidad de dividir la empresa en unidades de negocios en los que en la medida de lo posible se tiende a atribuir precios internos o precios sombra al efecto de incrementar la eficiencia y aprovechar el conocimiento e incentivar las eventuales iniciativas de todos los participantes.

 

La bibliografía con estas propuestas y similares en esta misma línea argumental referidas al proceso de aprendizaje en la empresa y, asimismo, el detalle de los métodos para implementarlos son al momento descriptas por infinidad de autores, tal vez los más destacados sean Ralph Stacey, David Parker, Jerry Ellig, Tom Peters, Charles Koch, Israel Kirzner, Tyler Cowen, Richard Klein, Peter Senge y Richard Langlois.  No es del caso en esta nota periodística describir los diversos métodos para lograr los antedichos objetivos, pero si es del caso mencionar brevemente la objeción principal referida concretamente a una de las sugerencias -la del “market based management”- que, como decimos, viene aplicándose con éxito.

 

En este sentido se ha dicho que debe diferenciarse lo que es un orden espontáneo como el proceso de mercado donde las múltiples metas son coordinadas por los precios, respecto de una organización que es deliberadamente construida aunque opere en el contexto de un orden espontáneo (el mercado). A esta argumentación se ha respondido que si bien la organización deliberada (la empresa) ha sido inicialmente constituida en base a una planificación expresa y precisa,  la marcha de la misma (su evolución y eventualmente su progreso) no pueden ser dirigidos sino sujetos a las indicaciones cambiantes del mercado y que lo dicho no quita que se busque maximizar internamente el conocimiento de quienes se desempeñan en la empresa.

 

Cuando la empresa estaba dominada por el paradigma del orden jerárquico resulta que no pocos economistas tomaron ese modelo para que políticos lo impongan desde el vértice del poder a los gobernados, sin embargo las contribuciones más recientes han seguido la vía inversa: han tomado la ventajas de la sociedad abierta para aprovechar conocimientos y la han  extrapolado a la empresa sugiriendo organigramas más planos y horizontales respecto a la tradicional estructura vertical y jerárquica que restaba información vital para la toma de decisiones.

 

En realidad las dos versiones de empresas apuntaban a lograr los objetivos de satisfacer la demanda,  el asunto decisivo consiste en saber cual es el camino más eficaz y allí es donde las propuestas relativamente recientes muestran superioridad al tomar en cuenta el conocimiento de los empleados y establecer incentivos y modos internos de operar que pongan en evidencia los mejores resultados posibles.

 

Para poner un ejemplo un tanto trivial de los inconvenientes de subestimar el conocimiento de cada uno de los empleados,  se cuenta que dos arquitectos muy conocidos habían construido un edificio de oficinas en torre y al terminarlos observaron que constantemente se producían cuellos de botella en la zona de los ascensores. El tema no lo podían resolver hasta que prestaron atención a lo que les sugirió uno de los que limpiaban los pisos del edificio que consistió en que colocaran más espejos al costado de la entrada de los ascensores lo cual contribuyó a disipar el problema de la congestión en la referida zona puesto que las personas se demoraban para mirarse en los espejos. En otro plano, es por eso que -para succionar conocimientos y detenerse en otras miradas ya que los que están en el asunto suelen empantanarse en torno a lo conocido- se suelen hacer brain stormings en la empresa con profesionales de las más diversas procedencias (por ejemplo, en bancos con historiadores y así sucesivamente para así despegarse de las miradas rutinarias).

 

La empresa se establece para evitar costos de transacción, lo cual no significa que no sea de gran provecho que unidades dentro de la empresa (sean primarias como la producción del bien o el servicio del caso o de apoyo como los servicios contables) y que se exterioricen  los valores con que contribuyen esas unidades a las metas de la empresa.

 

Este procedimiento siempre en el contexto de la mayor participación  posible dada la estructura horizontal, también hace de apoyo logístico  para minimizar las tensiones entre lo que en economía de la empresa se denomina la relación agente-principal sea del empleado con el empleador o de los directores y ejecutivos con los accionistas (es sabido que una de las armas de los accionistas para alinear los mencionados intereses es vender sus acciones que en  la medida en que se generalicen se reduce el valor de los títulos con lo que se abre la posibilidad de un take over).

 

Por otra parte, destaco que en no pocos estudios de administración  de negocios, sean de grado o posgrado, se excluyen los estudios suficientes de economía lo cual resulta esencial para el futuro empresario a los efectos de compenetrarse en el significado y las consecuencias de lo que inexorablemente lo rodea. Dejar de lado estos estudios y solo concentrarse en las técnicas de administración pasa por  alto el hecho de que esas técnicas carecen de sentido en el vacío.

 

La función empresarial  radica en detectar costos subvaluados en términos de los precios finales al efecto de sacar partida del arbitraje correspondiente, para lo cual la maximización del conocimiento interno a la empresa permitirá desenvolverse con mayor eficacia en el ámbito externo. Incluso el antes mencionado Charles Koch, principal accionista y CEO de una de las empresas de mayor facturación en Estados Unidos con filiales en sesenta países y con más de cien mil empleados, ha constituido una entidad (Charles Koch Institute) dedicada a faenas educativas entre las que se destaca el “market based management” para promover este procedimiento.

 

En resumen, el futuro no se conoce y para contar con los mayores elementos de juicio posibles es menester exprimir al máximo la información que poseen quienes trabajan dentro de la empresa que, como queda consignado, aunque de una  naturaleza diferente del orden espontáneo del mercado en el que opera, los empresarios deben esforzarse en lo dicho, lo cual se traduce en cuestionar todo en lugar de acatar ordenes y comandos desde arriba como era el paradigma tradicional en la empresa.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Politicas de shock y gradualismo

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 5/5/15 en: http://economiaparatodos.net/politicas-de-shock-y-gradualismo/

 

Shock versus gradualismo, es un debate que va ganando presencia entre los candidatos presidenciales.Si bien ningún candidato es explícito sobre este tema, algunos candidatos hablan de, por ejemplo, quitar el cepo y eliminar la inflación rápidamente, otros de tomarse varios meses o toda una gestión presidencial para bajar la inflación a un dígito. Esto no es otra cosa que postura de “shock” por un lado y “gradualismo” por el otro.

 

La oposición a las políticas de shock suelen basarse en que las mismas imponen un costo innecesario a la sociedad. Bajar el gasto público de golpe, por ejemplo, puede generar desempleo y desaceleración de la actividad económica. Por el otro lado, el gradualismo suele quedar a medio camino y las reformas, al quedar incompletas, son inconsistentes y nuevos problemas económicos aparecen en el mediano plazo. El gradualismo, por lo tanto, busca minimizar los costos sociales y económicos durante la transición. La crítica a las reformas en shock, sin embargo, obvian que las mismas también pueden hacerse con un plan de transición que hace justamente del gradualismo una opción innecesaria.

 

Una analogía puede ilustrar el punto. Una muela que causa dolor es retirada en el momento (shock), no de forma gradual. Si el shock no es una mera medida económica aislada, sino que es un plan económico cuidadosamente planeado, entones antes de quitar al muela se aplica anestesia o algún calmante. Si el plan de shock no es cuidadosamente planeado y se hace porque la realidad se lo impone al político, entones es como quitar al muela sin anestesia o calmante. El problema que enfrenta la próxima administración no es sólo encarar las reformas apropiadas para Argentina, sino diseñar un claro plan de transición hasta que las reformas hagan efecto. Esto es distinto al gradualismo donde las reformas se hacen lento, paso a paso, esperando que sus efectos se materialicen gradualmente.

 

Hay, por lo tanto, dos tipos de políticas de shock. Las que posee un plan de transición (plan bien diseñadas) y las que no (plan mal diseñadas.) La crisis del 2001 dejó impregnado en la opinión pública que un ajuste fiscal y cambios fuertes (shocks) implican alto costos económicos y sociales. Sin embargo, el manejo que hizo la política Argentina podría ser ejemplo de haber hecho todo lo importante mal: (1) pesificación asimétrica, (2) corralito y corralón, (3) aumento de impuestos, (4) creación de nuevos impuestos, (5) evitar un ajuste racional del gasto público cayendo en default, (6) congelar tarifas sin un plan de salida subsidiando a la oferta en lugar de la demanda, etc. A su vez, estas medidas fueron impuestas por la realidad; Lopez Murphy tuvo que renunciar por proponer un ajuste fiscal notablemente inferior y más ordenado que el que efectivamente sucedió por persistir en el mismo camino de desequilibrios económicos y fiscales.

 

No todos los casos de reformas son tan mal diseñados e implementados como el de Argentina en el 2001. El caso del Milagro Alemán muestra el resultado opuesto. El resultado fue tal que para el momento en que el Plan Marshall entra en efecto, Alemania ya encontraba su economía en recuperación. Las reformas graduales que Argentina llevo a cabo luego del “shock” del 2001 fueron en el sentido contrario al del Milagro Alemán. En Alemania se desregularon precios y se liberó al economía, en Argentina se controlan cada vez más precios y se incrementaron las regulaciones económicas. En su  manual de principios de macroeconomía, Tyler Cowen y Alex Tabarrok se refieren a Argentina como un “desastre económico”; esos pocos países que tienen todo para ser potencia económica mundial pero persisten en esquivar al desarrollo económico. El otro país que aparee como ejemplo de desastre económico junto a Argentina es Nigeria. Japón y Corea del Sur son los dos ejemplos de milagros económicos.

 

Discutir políticas de shock versus gradualismo es útil en la medida que esto implique un plan de transición para navegar las reformas que tarde o temprano van a tener que hacerse, especialmente en lo que respecta desequilibrios fiscales. Y si en lugar de medidas, lo que hay es un plan completo de reforma, entonces correr el riesgo de dejar las reformas a medio camino al elegir el camino del gradualismo parece ser un riesgo innecesario. Es decir, si su dentista es un estadista y la aplica un calmante, ¿para qué quitar al muela gradualmente un lugar de hacerlo en el momento?

 

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE) y Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver.

Una crítica al monetarismo de mercado.

Por Adrián Ravier: Publicado el 24/10/14 en: http://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2014/10/24/una-critica-al-monetarismo-de-mercado/

 

Ivo Sarjanovic nos ofreció hace un tiempo una síntesis de un nuevo movimiento llamado “Monetarismo de Mercado“, el que intenta generar una segunda contrarrevolución en el ámbito científico. Hoy queremos compartir una nota crítica de Shawn Riteneour a esta teoría, con el objeto de impulsar o abrir el debate. A continuación copiamos una traducción al español que tenemos gracias al esfuerzo del Instituto Mises Hispano.

Si el lector no ha leído antes la nota de Sarjanovic, sugerimos comience leyendo aquella, para luego estudiar esta nota crítica.

Objetivo de PIB nominal: Monetarios de nuevo cuño o keynesianismo al viejo estilo

Al inicio del pánico financiero y la recesión económica de 2008, se revisaron múltiples políticas macroeconómicas. Algunos economistas argumentan que la crisis demuestra una necesidad de alejarse de una política monetaria discrecional al estilo de la de Ben Bernanke y por el contrario adoptar alguna norma de política monetaria. Una de las normas propuestas es el objetivo de PIB nominal (PIBN), popularizado por un grupo de economistas que han recibido el alias de “monetaristas de mercado”.

El monetarismo de mercado es sobre todo un fenómeno de la blogosfera, siendo los blogs más prominentes The Money Illusion, de Scott Sumner, The Market Monetarist, de Lars Christensen y Macro and other Market Musings, de David Beckworth. El más conocido del grupo, Scott Sumner (2012; 2011) ha escrito dos obras de investigación que explican su visión de la política monetaria y Christensen (2011) ha escrito un papel de trabajo que resume el trabajo del grupo.

Pero el monetarismo de mercado y el objetivo de PIBN han empezado a abrirse paso en los medios de comunicación, think tanks y también en el mundo político. El economista Tyler Cowen calificó al día en que la Reserva Federal anunció la QE3 como “día de Scott Sumner”, atribuyendo parcialmente a la influencia de los blogs de Scott Sumner el movimiento expansionista de la Fed. El experto de la CNBC, Larry Kudlow, ha alertado contra el objetivo de PINB y por tanto cambiado su tono previamente crítico sobre Bernanke. James Pethokoukis, un columnista del enormemente influyente American Enterprise Institute, ha estado utilizando el monetarismo de mercado para tratar de convencer al Partido Republicano para aprender a dejar de preocuparse y amar el helicóptero.

Por desgracia, a pesar de la reciente popularidad del monetarismo de mercado, el objetivo de PIB nominal no consigue el fin de ayudar a la coordinación macroeconómica. La teoría y política monetarista de mercado son insatisfactorias principalmente porque los monetaristas de mercado usan un marco teórico defectuoso al analizar la actividad económica, entienden mal cómo entran las expectativas en la toma de decisiones económicas y no reconocen las consecuencias reales de la política monetaria necesaria para estabilizar las expectativas de PIBN.

Los monetaristas de mercado ven lo que llaman “desorden monetario” como la causa del desplome financiero de 2008 y la consiguiente recesión (Christensen 2011, pp. 2-3). Al hacerlo, rechazan explícitamente la idea de inversión de capital como origen del ciclo económico (Sumner 2012, p. 132). También afirman creer en los mercados, suponiéndolos “eficientes y enfocados al futuro” (Christensen 2011, p. 29).

Destacan la naturaleza del enfoque al futuro de los mercados porque, para los monetaristas de mercado, las expectativas parecen prevalecer sobre todas las demás consideraciones. Así, ven el crecimiento esperado del PIBN como un mejor indicador de la política monetaria que los tipos de interés o la oferta monetaria real (Sumner 2012, pp. 143-151). Ven los tipos de interés como el precio de los fondos prestables, pero no reconocen que el tipo de interés es realmente una relación entre los precios de los bienes presentes respecto de los precios de bienes futuros o que la transacción no se produce solo en el mercado de los fondos prestables, sino de manera más importante a lo largo de toda la estructura de producción.

Al mismo tiempo, se argumenta que el actual nivel de precios y PIBN son mucho más dependientes de las expectativas actuales acerca de la oferta monetaria futura de lo que son de la oferta monetaria actual (Sumner 2012, p. 144). Como los mercados se enfocan al futuro, una política monetaria exitosa sería una que estabilice el PIBN esperado, porque los cambios repentinos en el PIBN esperado son los que causan perturbaciones macroeconómicas (Sumner 2012, p. 130).

La supremacía de las expectativas en su análisis puede verse en su explicación de la Gran Recesión. Se afirma que el origen del desplome financiero de 2008 fue contraccionista para la política de la Reserva Federal lo que hizo que los inversores se dieran cuenta de que la Fed no podría impedir o impediría una caída en el PIBN. El objetivo de PIBN supuestamente atemperaría las recesiones cuando la economía afronte sacudidas negativas en la oferta sosteniendo la demanda agregada cuando caiga la producción real (Christensen 2011, pp. 20-22; Sumner 2012, p. 147).

Dado el enfoque sobre el gasto agregado, no sorprende que los monetaristas de mercado hayan sido criticados por adoptar una visión keynesiana de la macroeconomía. No aceptan esas afirmaciones en absoluto. Su defensa de un estímulo monetario, dicen, no se debe a ningún deseo de políticas discrecionales, sino a su creencia en que la política monetaria ha sido demasiado rígida (Christensen 2011, p. 28).

Al mismo tiempo, rechazan volver a un patrón oro riguroso, pensando que contribuiría a problemas macroeconómicos porque muchos precios, se alega, son rígidos. Además, un patrón oro no puede evitar que  gobiernos irresponsables generen inestabilidad monetaria (Sumner 2012, pp. 161-62).

Problemas con el objetivo de PIBN

Hay varios problemas con el monetarismo de mercado que pueden clasificarse bajo tres categorías principales: su marco teórico y visión de la actividad económica, la forma de las expectativas y el grado en que entran en la toma de decisiones económicas y las consecuencias reales de su política monetaria sugerida.

Marco analítico defectuoso y visiones de la actividad económica

La razón fundamental por la que el objetivo de PIBN no está bien dirigido se debe a un marco analítico en general defectuoso que conlleva una compresión insatisfactoria de la actividad económica. Entiende mal la naturaleza de la coordinación de precios y deja a la estructura intertemporal del capital fuera del análisis.

Aunque los monetaristas de mercado rechazan categóricamente las afirmaciones de que son keynesianos, es comprensible que la gente lo piense. Afirman que las recesiones se deben a una insuficiente Demanda Agregada. Si piensa que la renta se crea por los flujos monetarios en lugar de por provisión de servicios productivos justificados en precios monetarios. Ignoran, rechazan u olvidan la importancia de la estructura de capital. Las inversiones están solamente dirigidas por las expectativas (o la sabiduría convencional) acerca del gasto nominal. Un colapso en la inversión lleva a la recesión y el desempleo debido a la rigidez de los precios (Sumner 2012, p. 161). La disminución de la demanda agregada y los precios y salarios rígidos se combinan para generar factores ociosos de producción y desempleo. Sin embargo, la política monetaria puede servir como remedio universal para los persistentes desequilibrios en los precios. Todo esto suena bastante keynesiano.[1]

De hecho todo su análisis se fundamenta en la aceptación del marco neokeynesiano de la oferta agregada-demanda agregada. Incluso en sus propios términos, hay problemas analíticos con el análisis OA/DA (Colander 1995; Garrison 1996). Lo más relevante y problemático para evaluar el objetivo de PIBN es que no existe una demanda agregada que se iguale con la oferta agregada a un solo nivel de precios.

De hecho, la economía social está constituida por una vasta red de mercados distintos que se integran en una compleja división del trabajo a través de la estructura intemporal de producción y el uso de un medio general de intercambio. Por tanto, la actividad productiva es el resultado de un enorme número de decisiones descentralizadas realizadas por una multitud de empresarios diferentes en lugares diferentes en la estructura de producción. El capital no es una masa informe homogénea (Foss y Klein 2012, pp. 105-130), así que la inversión no es un “yo” homogéneo (Garrison 2001). Un análisis sólido de la descoordinación macroeconómica debe tener en cuenta estos hechos.

Es posible que la gente disminuya su demanda de bienes de consumo y producción si aumenta su demanda de retener dinero. Esto, sin embargo, solo llevaría al desperdicio de recursos ociosos si los precios de estos recursos permanecieran por encima de los niveles de liquidación del mercado. Por supuesto, esto no persistirá si se permite que los precios se ajusten (Hutt 1979, pp. 138-139).

Si cae la demanda de un producto, el incentivo para obtener beneficios y evitar pérdidas llevará tanto a empresarios como a trabajadores a reducir los precios de venta. Salvo que se vean frustrados por decretos del gobierno o el miedo a la amenaza de huelga, los empresarios buscarán ajustar sus precios de venta a los niveles de liquidación del mercado. Esas reducciones de precios y recortes en el gasto estimulan la venta y el empleo continuos. Las ganancias reales de las empresas afectadas se estabilizarán, permitiéndolas continuar produciendo y, por tanto, demandando tierra, trabajo y bienes de capital de orden superior de otras empresas en la estructura de producción (Hutt 1979, pp. 53-56).

En lugar de permitir que los mercados se liquiden a través de los ajustes de precios de acuerdo con preferencias subjetivas, los monetaristas de mercado defienden que las autoridades monetarias produzcan estabilidad en el mercado aumentando la oferta monetaria. Sin embargo, esa inflación no equilibrará necesariamente la demanda y oferta específica  del dinero por parte de las personas que estén experimentando el exceso de demanda. Si precios y salarios son tan rígidos, necesitarán un aumento significativamente grande en el PIBN para mantener el equilibrio.

Sin embargo esto plantea todo el problema de los salarios rígidos. Existen varios problemas teóricos con la teoría de los salarios rígidos (Bellante 1995; Hulsmann 2003; Rothbard 2004, pp. 780-785). Por un lado, si hay solo una o un puñado de empresas usando, por ejemplo, salarios de eficiencia superior, entonces el empleo se restringirá solo en esos sectores y se expandirá en otros. Esto no llevaría a un aumento general del desempleo. Por otro lado, si todas las empresas pagaran los llamados salarios de eficiencia, ¿por qué este salario superior no se considera el salario de mercado?

Más importante es que centrarse en “salarios o precios rígidos” es de nuevo centrarse en algo equivocado. En el mejor de los casos, los precios rígidos no explican por qué empieza una recesión. Solo explicarían por qué se prolonga una recesión. Además, si los mercados no se equilibran debido al salario mínimo y otros controles de precios, difícilmente será un mercado libre. La solución sería eliminar la intervención del gobierno, no intervenir aún más arbitrariamente aumentando la oferta monetaria. Por otro lado, si los mercados laborales no se equilibran debido a contratos laborales a largo plazo (incluidos los sindicados), esto genera una oferta excesiva voluntaria de mano de obra.

De hecho, la historia revela que precios y salarios sí se ajustan a la baja si se les permite. Incluso en el caso de contratos a largo plazo, trabajadores y empresarios pueden negociar nuevos salarios de liquidación del mercado y lo hacen. Por ejemplo, los sindicatos de actores trabajaron junto a las empresas y músicos de las producciones de Broadway acordando un recorte salarial del 25% durante el periodo de siguió a los ataques terroristas del 11-S en Nueva York, que hicieron que cayera el negocio turístico (Daniels y Vann 2003). Varios sindicatos hicieron lo mismo en respuesta a la Gran Recesión (Uchitelle 2010). El sindicato de trabajadores del automóvil reconocía que a veces uno tiene que acordar un salario más bajo para mantener su trabajo cuando cae la demanda de mano de obra. Hace dos años, los músicos de la orquesta sinfónica de Pittsburgh acordar un recorte no menor del 9,7% en la paga. En respuesta a sus acciones, el director de la sinfónica, Manfred Honneck, se rebajó voluntariamente un 10% en el sueldo (Druckenbrod 2011).

Adicionalmente, las disminuciones en la demanda se experimentan siempre en mercados concretos. Cuando haya una disminución en la demanda o una disminución en la oferta a la vista de una demanda elástica, caerán los gastos totales. Advirtamos sin embargo que el gasto es el efecto de los cambios en las preferencias de compradores y vendedores,  no la causa de la disminución en la demanda u oferta. Salerno (2006) demuestra cómo esto se aplica a la economía social en sentido amplio. Los precios (y cantidades) de liquidación del mercado están determinados en todo mercado por la interacción de las escalas de valores de los individuos en las que los bienes se valoran en su relación entre sí y con el dinero. Solo después de que se hayan determinado ya los precios y cantidades de equilibrio en el mercado y, por tanto, el valor del dinero, se produce ese “gasto”.

Comprensión defectuosa del papel de las expectativas

Una manifestación concreta del insatisfactorio marco económico de los monetaristas de mercado es su comprensión de la forma y grado en que las expectativas entran en su análisis. Indudablemente, nadie debería discutir que las expectativas desempeñan un papel importante en el presente, ya que los resultados de la acción se cosecharán en algún momento del futuro. Por consiguiente, toda acción, incluyendo la producción, mira al futuro. Toda acción debe por tanto basarse en especulaciones acerca de los resultados esperados de varias acciones potenciales (Rothbard 2004, pp. 4-7; Ritenour 2010, pp. 33-36). Sin embargo, para entender la naturaleza de las fluctuaciones macroeconómicas, es esencial que tengamos una comprensión adecuada de la naturaleza de las expectativas que afectan a las decisiones de inversión.

Como se ha indicado antes, los monetaristas de mercado parecen creer que las acciones de los inversores están determinadas casi exclusivamente por las expectativas de futuro gasto nominal (o PIBN). El problema con esa perspectiva es doble.

Aunque una teoría económica sólida reconoce que las expectativas de producción en el futuro son un requisito previo de la acción en el presente, la economía no puede proporcionar una idea del contenido de estas expectativas o de cómo pueden cambiar con el tiempo. Las expectativas no son entidades autónomas, sino que están ligadas al objetivo de una persona, a su experiencia pasada en tratar de alcanzar su objetivo y a su capacidad emprendedora. Por tanto las expectativas no son monolíticas y por eso los empresarios deben incorporar la timología a su toma de decisiones (Salerno 2010, pp. 215, 220). Tratar a las expectativas como universales y monolíticas abre la puerta a graves errores en teoría económica.

Por ejemplo, los monetaristas de mercado afirman que son las expectativas del PIBN futuro las únicas que determinan las decisiones presentes de inversión y por tanto la dirección de la economía. Esta afirmación no reconoce que las recesiones no son meramente el resultado de disminuciones en el gasto agregado que sigan a un auge. Son el resultado del error empresarial (Hulsmann 1998; Rothbard 2000, pp. 8-9). Por ejemplo, es posible que los empresarios consigan ganancias incluso en un entorno de gasto total en disminución. Lo que importa no es el gasto agregado, sino la diferencia entre el precio de los productos y la suma de los precios de los factores de producción. Si la cantidad total de todo el gasto en la economía social cae y caen los precios generales, las empresas siguen pudiendo obtener beneficios mientras identifiquen aquellos proyectos en los que los factores estén infravalorados con respecto al precio futuro del producto que pueden utilizarse para producir.

Adicionalmente, la forma de expectativas supuesta es el origen de una incoherencia concreta en la literatura monetarista de mercado. Esta incoherencia, a su vez, también está relacionada con su fracaso en comprender las recesiones como consecuencia de una serie de errores empresariales. Los monetaristas de mercado suponen que los mercados son eficientes y miran al futuro. Al mismo tiempo, las recesiones se deben a disminuciones en el PIBN esperado. Si los mercados son eficientes mirando al futuro, ¿cómo puede haber una serie de errores empresariales? Parece que si los participantes del mercado hacen ajustes eficientes mientras miran adelante, no debería haber errores extendidos realizados por los empresarios. Si es así, ¿cómo puede haber recesiones?  Tal vez la respuesta podría ser, como implica Christensen (2011, p. 5), que aunque la gente tenga expectativas que son realmente racionales, no son perfectas. Aun así, si los participantes en el mercado prevén adecuadamente que la Fed no continuará o no podrá continuar aumentando el PIBN en 2008, ¿por qué debería haber una recesión? Si su previsión fue correcta, deberían haber actuado adecuadamente y liquidarse los mercados y como mínimo no habría habido un desempleo persistente y extendido.

Consecuencias de la política monetaria

El afecto de los monetaristas de mercado por el objetivo de PIBN demuestra una vez más que un marco teórico poco sólido a menudo lleva a políticas económicas poco sólidas. Uno de los mayores problemas de tratar de reducir las fluctuaciones económicas por medio del objetivo de PIBN son los efectos reales de la inflación monetaria necesaria para estabilizar el PIBN real o esperado. Es necesariamente cierto que el dinero recién creado entrará en la economía en puntos concretos. Por tanto, la inflación monetaria afectará a las demandas de ciertos bienes primero y luego a demandas de bienes diferentes al extenderse el dinero en la economía. El proceso de ajuste paso a paso durante el cual se absorbe el nuevo dinero genera necesariamente cambios reales en precios relativos y una redistribución real de la riqueza (Mises 1929, pp. 85-88; Mises 1938; Salerno 2010, pp. 202-203).

La expansión del crédito estimula necesariamente las malas inversiones al estimular los procesos de producción que son demasiado indirectos en relación con las preferencias temporales sociales (Strigl 1934, pp. 120-133; Mises 1949, pp. 547-562; Garrison 2001; Rothbard 2004, pp. 994-1004; Hayek 2008, pp. 189-329; Huerta de Soto 2006, pp. 347-384; Salerno 2012). Sin un aumento en los ahorros voluntarios, los procesos más largos de producción no pueden completarse. Este es el centro del problema de las malas inversiones.

Los defensores del objetivo de PIBN acaban potenciando la ilusión monetaria de que puede superarse la escasez y lograrse la prosperidad mediante inflación monetaria. DE hecho, emitir dinero fiduciario mediante expansión del crédito promueve una actividad insostenible de auge porque proporciona tanto el incentivo como los medios para que los empresarios asuman proyectos para los que no hay recursos reales suficientes. La consecuencia necesaria de la inflación monetaria (incluso si se desea estabilizar el crecimiento del PIBN real o esperado) es el ciclo de auge/declive, en el que se desperdician recursos, se consume capital y la sociedad se empobrece en términos relativos. Ese resultado es exactamente el opuesto de los deseos de los que defienden el objetivo de PIBN.


Bibliografía

Bellante, D., 1995. “Sticky Wages, Efficiency Wages, and Market Process”. Review of Austrian Economics, 8(1), pp. 21-34.

Christensen, L., 2011. Market Monetarism: The Second Monetarist Counter-revolution, s.l.: s.n.

Colander, D., 1995. “The Stories We Tell: A Reconsideration of AS/AD Analysis”. Journal of Economic Perspectives, 9(3), pp. 169-188.

Daniels, P., y Vann, B., 2003. Broadway Musicians End Strike on “Minimums.”World Socialist Web Site, 13 de marzo.

Druckenbrod, A., 2011. PSO’s Honeck Takes Pay Cut in Solidarity with Musicians. [Online] [Accedido el 18  de marzo de 2013].

Foss, N. J., y Klein, P. G., 2012. Organizing Entrepreneurial Judgment. Cambridge: Cambridge University Press.

Garrison, R., 1996. ASAD: A Sad Development in Macroeconomic Pedagogy. [Online] [Accedido el 26 de enero de 2013].

Garrison, R., 2001. Time and Money: The Macroeconomics of Capital Structure. London: Routledge.

Huerta de Soto, J., 2006. Money, Bank Credit, and Economic Cycles. 2ª ed. Auburn, Ala.: The Ludwig von Mises Institute. [Dinero, crédito bancario y ciclos económicos].

Hülsmann, J. G., 1998. “Toward a General Theory of Error Cycles”. The Quarterly Journal of Austrian Economics, 1(4), pp. 1-23.

Hülsmann, J. G., 2003. “Optimal Money Policy”. The Quarterly Journal of Austrian Economics, 6(4), pp. 37-59.

Hutt, W. H., 1979. The Keynesian Episode: A Reassessment. Indianapolis, Ind.: Liberty Press.

Mises, L. v., [1929] 2006. “Monetary Stabilization and Cyclical Policy”. En: P. L. Greaves, Jr., ed. The Causes of the Economic Crisis and Other Essays Before and After the Great Depression. Auburn, Ala.: The Ludwig von MisesInstitute, pp. 53-153.

Mises, L. v., [1938] 1990. “The Non-Neutrality of Money”. En: R. M. Ebeling, ed. Money, Method, and the Market Process. Norwell, Mass.: Klewer Academic Publishers, pp. 69-77.

Mises, L. v., [1949] 1998. Human Action. Scholar’s Edition. Auburn, Ala.: TheLudwig von Mises Institute. [La acción humana]

Ritenour, S., 2010. Foundations of Economics: A Christian View. Eugene. Oreg.: Wipf and Stock.

Rothbard, M. N., 2000. America’s Great Depression. 5ª ed. Auburn, Ala.: TheLudwig von Mises Institute.

Rothbard, M. N., 2004. Man, Economy, and State with Power and Market. Auburn, Ala.: The Ludwig von Mises Institute.

Salerno, J. T., 2006. “A Simple Model of the Theory of Money Prices”. The Quarterly Journal of Austrian Economics, 9(4), pp. 39-55.

Salerno, J. T., 2010. “Ludwig Mises on Inflation and Expectations”. En Money Sound and Unsound. Auburn, Ala.: The Ludwig von Mises Institute, pp. 199-236.

Salerno, J. T., 2012. “A Reformulation of Austrian Business Cycle Theory in Light of the Financial Crisis”. The Quarterly Journal of Austrian Economics, 15(1), pp. 3-44.

Strigl, R. v., [1934] 2000. Capital and Production. Auburn, Ala.: The Ludwig von Mises Institute.

Sumner, S., 2011. The Case for NGDP Targeting : Lessons from the Great Recession. Londres: Adam Smith Research Trust.

Sumner, S., 2012. “How Nominal GDP Targeting Could Have Prevented the Crash of 2008”. En D. Beckworth, ed. Boom and Bust: The Causes and Curse of the Great Recession. Oakland, Calif.: The Independent Institute, pp. 129-164.

Uchitelle, L., 2010. “Unions Yield on Wage Scales to Preserve Jobs”. The New York Times, 20 de noviembre, p. A1.


[1] Ver Hutt, W. (1979) y Huerta de Soto, J. (2006) sobre las mentiras de la economía keynesiana. La misma crítica de la economía keynesiana en esta literatura se aplica también al monetarismo de mercado.


Publicado el 12 de abril de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.

Entendiendo al Nobel de Economía.

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 14/10/14 en: http://opinion.infobae.com/nicolas-cachanosky/2014/10/14/entendiendo-al-nobel-de-economia/

 

El Nobel de Economía fue este año para Jean Tirole (Toulouse School of Economics.) Posiblemente un nombre desconocido fuera del ambiente económico a pesar de que su trabajo ronda las 80.000 citas. Si bien el comité otorgó el premio por sus contribuciones a las regulaciones de empresas bajo poder de mercado, su trabajo es más amplio como bien señala el afamado economista norteamericano Tyler Cowen.

El tecnicismo de los trabajos de Tirole (creciente matematización en el área de organización industrial con uso de teoría de juegos) hacen que sus contribuciones sean esquivas  a la opinión pública, pero su trabajo ha sido influyente en el marco regulatorio de servicios y utilidades en varios países de Europa. En resumen, el trabajo de Tirole muestra que no se puede aplicar el mismo marco regulatorio a diversas industrias y que regular los mercados es sumamente complicado.

Entre otros avances, el trabajo de Tirole (junto a varios co-autores a lo largo de su carrera) contribuyó a modernizar los modelos de regulación. En lugar de aplicar modelos con un contexto estático, Tirole admite que el contexto bajo el cual se toman decisiones cambie al incorporar teoría de juegos. Si ante la decisión de una gran firma con poder de mercado los clientes o el estado van a reaccionar, entonces la firma (y el regulador) deben tener esto en cuenta al momento de tomar sus decisiones.

El blog Marginal Revolucion del propio Tyler Cowen y Alex Tabarrok ofrece algunos ejemplos de las implicancias de su trabajo. En especial, por qué precios que a primera vista parecen ineficientes o discriminatorios, de hecho no lo son. A continuación tres casos que ilustran el trabajo que le mereció el Nobel al economista francés.

Renegociación de contratos

Si un gobierno contrata a un monopolista para que le provea bienes o servicios, al menos una de las partes tiene incentivos a romper el contrato para obtener mayores beneficios. Supongamos que el contratista, sabiendo que es el único oferente, decide apartarse del contrato y cobrar extra al gobierno, por ejemplo, por entregar el producto a tiempo. El contratista sabe que el gobierno, al no poder recurrir a otro proveedor, preferirá pagar el costo extra. De este modo el contratista gana terreno sobre el beneficio de su cliente.  Si en cambio el contrato resulta en grandes beneficios para el contratista, puede ser el estado quien luego de haber firmado el contrato retacee el pago. Dado que  el contratista no puede conseguir otro cliente, bien puede elegir reducir sus ganancias que abandonar el acuerdo por completo. Como diseñar estos contratos es uno de los casos en los que el trabajo de Tirole arroja luz. Por ejemplo, esto ayuda a entender por qué en algunas ocasiones el contratista recibe un acuerdo notablemente beneficioso. El miedo a perder la renta lo lleva a no apartarse del contrato pidiendo desembolsos extra o argumentando que han subido los costos.

Plataformas de mercado

Un mercado de plataforma es aquel donde una firma (Firma 1) diseña una “plataforma” sobre la cual tiene que hacer converger dos agentes económicos. Imaginemos el dueño de un bar (Firma 1) que ofrece la plataforma donde solteros y solteras pueden encontrarse. Dado que el proveedor obtiene beneficios de la participación de dos grupos, ¿cómo debe cobrar los servicios a cada uno de ellos? ¿Es discriminación cuando un bar no cobra entrada a las mujeres pero sí a los varones, o es una decisión de “eficiencia económica” donde por un motivo u otro se cobra más a un cliente que al otro? El problema es que el precio que el proveedor de la plataforma pide a uno de los participantes puede afectar la participación del otro participante por lo que la estrategia de precio al cliente A depende de la estrategia de precio al cliente B (y viceversa). Si los clientes masculinos del bar están dispuestos a pagar una entrada para buscar pareja, el dueño del bar puede maximizar sus ingresos cobrando entradas sólo a un grupo.

Otro ejemplo puede ser el de un centro comercial (plataforma) donde las grandes marcas pagan menores alquileres que las marcas menos conocidas. El objetivo de esto no es discriminar a favor de unas en contra de otras, es la capitalización que la marca conocida hace de atraer clientes al centro comercial beneficiando a las firmas menos conocidas. Lo que la marca conocida atrae es justamente el negocio al traer sus clientes. El proveedor de la plataforma se beneficia de este capital de la marca conocida al ofrecer un espacio común a las marcas menos conocidas, que pagan un premium por tener acceso a una población de potenciales clientes mayor. Un diario (plataforma), tiene dos clientes, los lectores y la venta de publicidad. Es factible que el diario maximize sus ingresos vendiendo el mismo a pérdida a los lectores para maximizar su llegada y obtener mayores beneficios por la venta de publicidad. Lo que a los ojos del regulador puede ser una actitud discriminatoria por parte del proveedor de la plataforma no es otra cosa que el resultado de capturar en los diferenciales de precios maximización de ganancias y diversas cualidades (como la capacidad de atraer clientes al centro comercial.)

Motivación Intrínseca y Extrínseca

En economía se sostiene que los incentivos definen el comportamiento de los agentes económicos. Pero en uno de sus papers más conocidos, Tirole sostiene que puede haber asimetría entre el incentivo esperado de quien impone una regla y quien la recibe. Un padre puede intentar incentivar a su hijo a obtener altas calificaciones en matemática ofreciendo un premio monetario. La intención de la regla es incentivar el estudio, pero la interpretación del hijo puede ser diferente. El hijo puede interpretar que él no tiene las cualidades para obtener una alta calificación por lo que intentará obtener el premio pero no volverá a tomar un curso de matemáticas, puede interpretar que el padre no confía en su juicio o hasta que está intentando controlarlo monetariamente. Si bien el incentivo está presente, la interpretación de la regla depende del contexto y es susceptible de variar según como sea subjetivamente interpretada por cada agente económico. El problema, por lo tanto, ya no es sólo de incentivos, sino de cómo garantizar que el mismo será interpretado de acuerdo a la intención original.

Los avances de Tirole no se limitaron al ámbito puramente teórico, sino que han influenciado en el marco regulatorio de diversos países. En un contexto donde la excesiva regulación en Argentina sólo tiene fracasos para mostrar, el trabajo de Tirole puede servir de recordatorio de los complicado que es regular mercados que a primera vista parecen cometer injusticias o discriminaciones.

 

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE) y Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver. 

¿Es posible un retorno al patrón oro?

Por Adrián Ravier. Publicado el 23/7/13 en http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2013/07/23/es-posible-un-retorno-al-patron-oro/

Analistas económicos y políticos de posiciones diversas han coincidido en aseverar que la crisis financiera internacional encuentra su causa en la política monetaria que maneja la Reserva Federal de los Estados Unidos. Éstos no apuntan sólo a la mala política monetaria que creó la burbuja inmobiliaria, sino también al modo en que se ha administrado el dinero desde 2008 en adelante, depreciando el dólar y exportando con ello algunos problemas internos de Estados Unidos al resto del mundo.

Analistas de Estados Unidos, Europa y Asia empezaron a preguntarse entonces si es posible crear una alternativa a este inestable patrón dólar, y la primera respuesta que surgió no fue el euro, la libra, el marco suizo, el yen japonés o el yuan chino, sino un posible retorno al oro. El Congreso de Estados Unidos incluso creó una comisión a la que distintos teóricos e historiadores de la moneda y la banca han sido invitados para exponer sus posiciones.

Lo que aquí nos proponemos -siguiendo a Lawrence H. White– es responder a los diez argumentos centrales que la literatura presenta en contra de un retorno al patrón oro, incluyendo argumentos de presidentes de la Reserva Federal como Alan Greenspan Ben Bernanke, economistas de renombre como Tyler Cowen y Paul Krugman, y analistas como Eduardo Porter y Jesús Fernández Villaverde. Al respecto, un especialista en temas monetarios como Friedrich Hayek reflexionaba en 1943: “El patrón oro, como sabemos, tuvo indudablemente grandes defectos, pero corremos el gran peligro de que su condena, hoy día de moda, pueda oscurecer el hecho de que también tuvo grandes virtudes, ausentes en la mayoría de sus alternativas”.

Analicemos entonces los diez argumentos centrales que expone la literatura:

   1. El patrón oro deja que la cantidad de dinero sea determinada por fuerzas accidentales

Hay un germen de verdad en este punto, puesto que el patrón oro permite que la cantidad de dinero en circulación sea determinado por las fuerzas de la oferta y la demanda en el mercado del oro. Sin embargo, en el sistema vigente de Banca Central y dinero fiat la oferta de dinero es controlada por las decisiones de un comité de expertos de la Reserva Federal. La pregunta que queda es bajo cuál sistema se comporta mejor la cantidad de dinero y su poder adquisitivo.

La experiencia dicta que el stock de oro nunca fue estable. Sin embargo, durante el mayor descubrimiento de oro en California, en 1848, la caída del poder adquisitivo del dinero fue ínfima. En el intervalo de mayor inflación, el índice general de precios para los Estados Unidos subió de 5.71 en 1849 a 6.42 en 1857, un incremento de 12.4 % en un período de ocho años. La literatura es clara en este respecto, en expertos de historia monetaria como Hugh Rockoff o Rolnich y Weber.

   2. El patrón oro produciría una deflación dañina

Si bien el patrón oro ofreció bastante estabilidad mientras operó, es cierto que en ciertos momentos hubo deflación de precios. Por ejemplo, entre 1880 y 1900, Estados Unidos evidenció un prolongado período de deflación récord. Sin embargo, dicho período no fue para nada desastroso en la economía real. El producto real per cápita comenzó dicho período en $3.379 y terminó en $4.943 (ambos medidos en dólares de 2000). El crecimiento real per cápita fue más que saludable con un 46 %, lo que implica que el producto real más que se duplicó.

Es así que, como explica George Selgin, los economistas debemos aprender a distinguir un proceso de deflación benigna y saludable, de otro dañino, como el que en efecto ocurrió entre 1929-1933 en la conocida Gran Depresión. La deflación benigna sería aquella que viene acompañada por aumentos de productividad, donde la caída de precios sólo redunda en un aumento del salario real.

   3. El patrón oro fue responsable de los pánicos bancarios del siglo XIX y de la contracción monetaria de 1929-33, con la consecuente gran depresión

La contracción monetaria de 1929-33 es precisamente el ejemplo clásico de la deflación dañina. Pero hay que notar que ésta no se generó bajo la existencia de un sistema de patrón oro, sino precisamente bajo la atenta mirada de la Reserva Federal. Uno podría observar el caso de Canadá en el período 1929-33 y ver que efectivamente bajo patrón oro no hubo pánico. Tampoco encontramos pánicos en Canadá en el siglo XIX. Fue el sistema de Banca Central en definitiva el que debilitó al sistema bancario.

   4. El beneficio del patrón oro (controlar la inflación) se podría alcanzar con un costo menor, simplemente controlando la cantidad de dinero fiat

Si bien este condicional es cierto, en la práctica no ocurrió tal cosa. El propio Alan Greenspan ha explicado que lo mejor que la Reserva Federal puede hacer en política monetaria es intentar replicar exactamente lo que un sistema de patrón oro habría hecho en cada caso. Greenspan incluso ha reconocido que en los años ’70 la Reserva Federal generó una inflación acelerada porque el patrón oro no limitó la política monetaria. Y es que en ausencia de competencia las autoridades monetarias no tienen conocimiento ni incentivos para administrar bien el dinero.

Además, aun reconociendo que en los últimos 30 años la inflación ha sido más baja que en el período de posguerra, aun estos niveles de inflación actuales son mayores que los que evidenció el sistema de patrón oro. Por otro lado, el costo del sistema de patrón oro ha sido exagerado por los economistas, incluso por Milton Friedman, al asumir que el 100 % de la oferta monetaria (M2) debía estar respaldada en oro. Pero Lawrence H. White ha demostrado bajo su estudio de la historia monetaria que un sistema de banca libre con reserva fraccionaria puede operar con sólo un 2 % de los billetes respaldados en oro, lo cual reduce drásticamente la cantidad de oro necesaria para retornar a dicho sistema. Finalmente, debemos señalar que dicho costo es realmente muy bajo en relación con los daños que el sistema de Banca Central ha generado en la sociedad en el último siglo.

   5. El patrón oro no implica ningún límite, porque el gobierno podría devaluar o simplemente suspender la obligación de respaldar sus billetes en cualquier momento que lo desee

Objeciones como ésta podrían presentarse a otras normas o reglas, como es el caso de la Constitución. Pero aun así, las reglas constitucionales resultan útiles. Kydland Prescott han señalado exitosamente la necesidad de fijar reglas para la política monetaria, lo cual redunda en un compromiso de parte de las autoridades monetarias, al mismo tiempo que ofrecen previsibilidad.

De más está decir que el patrón oro no es la única regla. El propio Milton Friedman ha ofrecido su regla de una tasa de crecimiento monetario fija para cada período, o los objetivos de inflación regulan hoy la política monetaria de varios bancos centrales. Pero el patrón oro tiene una historia mucha más extensa y exitosa que estas reglas alternativas y es la única alternativa que no requiere de un banco central. Dejar la política monetaria en manos de banqueros privados bajo competencia, en lugar de la institución gubernamental, como era el caso de Estados Unidos antes de 1913, elimina la posibilidad de las dañinas sorpresas monetarias. También es cierto que el gobierno puede suspender el patrón oro en situaciones de emergencia como fue el caso en la Guerra Civil, pero el espíritu del patrón oro presiona para retornar al sistema y a la paridad, como de hecho ocurrió en Estados Unidos, según han demostrado Bordo y Kydland.

   6. El patrón oro, como cualquier sistema de tipo de cambio fijo, es vulnerable a la especulación

Nicolás Cachanosky ha explicado que en un sistema de patrón oro no hay tipos de cambio, por lo que no puede haber especulación sobre ellos. Lo que sí tenemos es paridad, pero la aclaración es necesaria. Lo que abre la puerta a la especulación es la debilidad de la paridad que ofrece un sistema monetario, sea el sistema de patrón oro o cualquier otra moneda de reserva. Un Banco Central puede ser débil, y ése es precisamente cuando combinamos un sistema de Banca Central con el patrón oro. Afortunadamente, el patrón oro no requiere de un Banco Central. White y Selgin muestran que con un sistema de emisores privados de dinero descentralizado, no hay institución capaz de devaluar, por lo que no hay razones para esperar la peligrosa especulación.

   7. El dinero fiat es necesario para que un prestamista de última instancia responda a las necesidades de liquidez del sistema bancario

La historia muestra que un prestamista de última instancia prácticamente no sería necesario bajo un sistema monetario sólido y estable. Nuevamente vale la pena comparar el caso de Estados Unidos y Canadá en el siglo XIX. En los casos excepcionales donde tal cosa fuera necesaria, Richard H. Timberlake enseña que las cámaras de compensación pueden resolver el problema.

   8. El cambio a un sistema de patrón oro involucra costos masivos de transición

El costo de transición para retornar al patrón oro sería muy bajo. A diferencia del caso europeo con la transición al euro, no sería necesario redenominar los precios, porque la denominación del dólar se mantendría. A la tasa adecuada entre dólar y oro, los precios no necesitarían pegar un salto.

   9. Abandonamos el patrón oro en primer lugar por buenas razones

Como bien explica Juan Carlos Cachanosky, en 1933 el presidente Roosevelt devaluó el dólar de $20.67 a $35 por onza de oro, pero el problema no era el patrón oro, sino la debilidad del sistema de la Reserva Federal. La deflación se podría haber resuelto con una mejor política monetaria y reforma bancaria, pero sin abandonar el patrón oro.

En 1971 Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar con el oro porque la propia Reserva Federal había expandido la oferta monetaria demasiado como para mantener la paridad del dólar en $35 la onza. Se hubiera evitado esto si la Reserva Federal no hubiera aplicado políticas monetarias tan agresivas en los años 1960.

Benjamin Anderson o Murray Rothbard explican que no fueron las reglas del patrón oro las que fallaron. Fue, más bien, la Reserva Federal la que falló.

   10. No hay oro suficiente y Estados Unidos no puede recrear el sistema de Patrón Oro internacional por sí mismo

Sí hay oro suficiente para retornar al patrón oro “si definimos correctamente el precio del dólar en términos de oro”. Pero la segunda parte de este argumento ha quedado para el final porque representa la objeción más fuerte presentada contra el retorno a este sistema. Un retorno unilateral de Estados Unidos al patrón oro privaría a su economía de los beneficios de un sistema de patrón oro internacional. Es por ello que un acuerdo global resulta necesario. Esto, sin embargo, no parece ser un gran obstáculo. En tiempos tan inestable como los actuales, la búsqueda de un sistema monetario sólido está a la orden del día. Un retorno global al oro puede ser la solución real a la crisis financiera global de los últimos años.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.