Repartir lo ajeno no se llama solidaridad, se llama populismo

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 14/1/2020 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/01/14/repartir-lo-ajeno-no-se-llama-solidaridad-se-llama-populismo/

 

El político argentino, en general, piensa más en aumentar la presión tributaria que en preocuparse por la eficiencia del gasto público

El Gobierno ha decidido aplicar mayor carga tributaria sobre los sectores que trabajan en blanco y tienen propiedades con el argumento de que ahora se aplicará la solidaridad en vez de la meritocracia. Más específicamente, el Presidente afirmó: “A la meritocracia y al individualismo les vamos a imponer la solidaridad, somos un movimiento político que nació en la faz de la Tierra para ser solidarios con el prójimo». En otras palabras, se intenta imponer un discurso en el cual el que protesta por la mayor carga tributaria pasaría a ser alguien que no tiene solidaridad.

Por empezar, la solidaridad es un acto voluntario. Alguien hace solidaridad con el fruto de su trabajo, con su tiempo, es decir con algo que le pertenece para ayudar a otro. Ahora, hacer solidaridad con el dinero de otros, lejos está de ser un acto de desprendimiento voluntario.

La dirigencia política trata de hacernos creer que ellos tienen el monopolio de la solidaridad y el resto de los habitantes somos personas con malos sentimientos que solo podemos ser solidarios por la fuerza. Es decir, el Estado cobrándonos más impuestos para repartir entre quienes los políticos consideran que deben recibir el fruto de nuestro trabajo, son solidarios y el resto somos un montón de malas personas.

El primer dato a tener en cuenta es que, en todo caso, la misma dirigencia política podría haber mostrado solidaridad bajando el gasto de la política para distribuir entre los que menos tienen. Se dice que el gasto destinado a la política, es decir el que se asigna a la administración del país, es muy poco y no se solucionaría nada si se los bajara.

El gráfico muestra la evolución del gasto público consolidado destinado a administración general, justicia, defensa y seguridad por parte de la Nación, las provincias y los municipios, y que en 1984, el primer año completo de la vuelta a la democracia, representaba 3,9% del PBI.

En 2017, último dato oficial disponible, ya había escalado al equivalente a 7,3% del PBI. Es decir, 3,4 puntos porcentuales más, que es lo que quieren recaudar ahora con el impuestazo anunciado a través de una ley ómnibus.

Mientras que los gastos de la administración general aumentaron 1,52 puntos del PBI, Justicia incrementó sus gastos en 0,92 puntos del producto y seguridad y defensa se elevó 1,05 puntos del PBI.

Solo con hacer un esfuerzo de austeridad en los tres niveles de gobierno, se podrían haber bajado, mínimo, 2 puntos del PBI y aliviar el impuestazo que se le está aplicando a la gente que produce. Pero además, todo indica que cuánto más gasta el Estado en lo que se denomina gasto social, hay más pobreza, desocupación y problemas de educación.

Nuevamente, en 1984, el gobierno nacional gastaba 7,4% del PBI en lo que se llama Gasto Público Social. En 2018 llegó al 17% del PBI. Es decir, el Estado nacional gasta 10 puntos más del PBI en el rubro social, pero en educación las pruebas PISA dan cada vez peor; los jubilados están en las diez de última y crece la pobreza. Y atención que el llamado gasto social no se dio solo en el período de Cambiemos, también crece en los 90 y a partir del 2008 fundamentalmente.

Si tomamos el gasto público social consolidado, pasó de 13% del PBI en 1984 a 30,6% del PBI en 2017, de acuerdo a datos del Ministerio de Economía, es decir, 17,7 puntos más, con lo cual el gasto público social consolidado más que se duplicó.

Los rubros que más aumentaron fueron: jubilaciones, salud y educación básica. Luego el gasto público social se reparte en otros rubros como vivienda, promoción y asistencia social, trabajo, etc. En definitiva, los datos muestran que a más gasto público social, más problemas sociales, con lo cual es obvio que no es por este camino.

Dos formas de obtener ganancias

Pero, ¿qué tiene de malo el mérito? Hay dos formas de obtener utilidades: 1) ganándose el favor del burócrata de turno y 2) ganándose el favor del consumidor. Obtener ganancias ganándose el favor del burócrata de turno no tiene ningún mérito, es un simple negociado entre el que usa el poder en forma arbitraria y “empresarios” que logran obtener ganancias gracias al proteccionismo, subsidios y demás tipo de privilegios. O sea, obtienen utilidades castigando al consumidor con productos de menor calidad y a precios más altos de los que podría obtener en un mercado competitivo.

Siguiendo a la Real Academia Española, la palabra meritocracia está mal utilizada por el Presidente, porque la RAE la define como: “sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales”. Pero suponiendo que Alberto Fernández quiso usar la palabra mérito, en mi opinión, aquél que obtiene utilidades gracias a su mérito como emprendedor, es una persona que debería tener todo nuestro respeto por lo que le aporta a la sociedad.

El empresario emprendedor que obtiene sus beneficios por mérito, es aquél que gana dinero gracias a que produce lo que la gente necesita logrando la combinación de precios y calidad que la gente demanda. En otras palabras, obtiene sus utilidades porque satisface las necesidades de la gente y le es útil a ella. Además, al obtener utilidades y crecer, crea puestos de trabajo, remunera a sus empleados compitiendo con otros empresarios para captar a los mejores y pagarles más, ofreciéndoles mejores condiciones laborales, etc.

Encuentro del Presidente con empresarios y sindicalistas

Encuentro del Presidente con empresarios y sindicalistas

El empresario emprendedor ayuda más a la sociedad que el burócrata que reparte el fruto del trabajo ajeno estimulando la cultura de la dádiva, cultura que denigra al ser humano. El empresario que da trabajo por el mérito de ser un buen emprendedor es alguien que respeta a la gente. El burócrata repartidor de dinero ajeno, castiga al que crea trabajo y denigra a las personas acostumbrándolas a vivir de lo ajeno y no tener espíritu de progreso. De mejorar. De tener la dignidad de mantener a su familia con el fruto de su trabajo.

Algunos pueden pensar que ese tipo de empresarios no existe en Argentina. En realidad los hay, pero abunda más los que son cortesanos del poder que buscan obtener utilidades de privilegios, que tampoco merecen ser llamados empresarios. Por eso somos un país decadente.

La función de los gobiernos y de sus legisladores es crear las condiciones para que puedan desarrollarse los empresarios que obtienen utilidades ganándose en favor del consumidor en vez de repartir privilegios entre “empresarios” que no podrían sobrevivir en un mercado competitivo.

"La función de los gobiernos y de sus legisladores es crear las condiciones para que puedan desarrollarse los empresarios que obtienen utilidades ganándose en favor del consumidor en vez de repartir privilegios" (Adrian Escandar)

El que obtiene utilidades gracias al mérito, ya sea por ser trabajador, empresario, profesional o cualquier otra actividad, no debería ser despreciado y menos castigado impositivamente. Al contrario debería ser respetado, porque seguramente hace más por la gente humilde ofreciéndoles la posibilidad de trabajar y progresar que el burócrata que reparte dinero ajeno. En definitiva, ganar dinero gracias al mérito es bueno para la sociedad.

Ser solidario con la plata propia es bueno dependiendo de los valores de cada uno y de cómo se haga solidaridad. Ahora, cuando los políticos reparten el dinero ajeno castigando a los que crean trabajo en nombre de la solidaridad, ni la hacen ni permiten que la economía pueda crecer para que la gente pueda vivir del su propio trabajo y progresar. Se castiga de tal manera a la gente productiva, se espantan las inversiones, se reducen los puestos de trabajo, baja la productividad de la economía y se genera más pobreza y desocupación.

Tal vez el Gobierno debería rever las reglas de juego que deberían imperar para salir de nuestra larga decadencia e invertir la ecuación premiando al empresario emprendedor en vez de castigarlo con mayor carga tributaria en nombre de algo que nunca va a ser solidaridad en manos del estado por más que se fuercen el sentido de las palabras. Repartir lo ajeno no se llama solidaridad. Se llama populismo.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky

CÓMO LA LIBERTAD CREA AL MUNDO

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 14/7/19 en: http://gzanotti.blogspot.com/2019/07/como-la-libertad-crea-al-mundo.html

 

En su extraordinario relato histórico sobre los EEUU, Diana Uribe cuenta, en el cap. 11, cómo se produjeron los diversos inventos que dieron rostro al EEUU industrial, desde el s. XIX en adelante, y luego al mundo, en cosas que luego se universalizaron y fueron usadas, desde luego, por los odiadores seriales más profundos de los EEUU.

No sólo nos cuenta que en los EEUU estas cosas se inventaron, transformaron y desarrollaron con una velocidad asombrosa, sino que muchos de estos artefactos ya eran conocidos en la antigüedad. Pero los inmigrantes que llegan a la que era la tierra de la libertad, desde todas partes del mundo, los re-inventan. Así, la máquina de coser, aparentemente, ya se conocía en la Alejandría de la famosa biblioteca, pero el escocés Vatts la recrea. La ojalata ya era conocida en Francia desde hace mucho, pero los franceses que van a los EEUU le dan mil usos y crean el enlatado, la leche deshidratada, la cafetera, el abrelatas. Los cereales formaban parte de la dieta de los quákeros desde hacía también mucho tiempo, pero don Kellog los transforma en una industria alimenticia mundial. Los polacos reintroducen los croissants y un holandés crea las famosas donas con el agujero en el medio. Los inmigrantes alemanes de Hamburgo cocinan la carne de menos calidad de un modo que luego fue llamado hamburguesa. Un señor llamado Adams comercializa un famoso chicozapote usado por los mayas y aztecas llamándolo chicle; hasta inventa una maquinita para venderlo mejor. Los inmigrantes belgas dan origen a una papa muy finita y la comercializan como chips potato. Un señor Gillette se da cuenta de que puede producir y comercializar hojitas de afeitar de modo masivo y lo hace. Un inmigrante judío llamado Singer le agrega un pedal a la máquina de coser y además la vende a plazos. Un señor Scott vende masivamente un papel muy higiénico que antes era exclusivo de los nobles europeos. Otro señor Ottis re-inventa el ascensor que ya usaba Luis XIV, y con la producción y comercialización del concreto, que parece que ya conocían los egipcios, surgen los rascacielos. Entre la higiene masiva, los ascensores y el concreto las ciudades se transforman en gigantes rascacielos. Y al tren con la máquina de vapor un señor llamado Pullman le agrega un coche para dormir las grandes distancias de EEUU, desconocidas en Europa. Y así…

¿Pero por qué? ¿Por qué todo esto? A ver, repasemos la receta: tome usted muchos inmigrantes, un poco de técnica y………. ¡Pum!!!, ¿Tenemos los EEUU que han transformado al mundo, incluso al mundo que los odia?

No. Absolutamente NO. Falta un elemento central, olvidado por todos, sobre todo por Marx, quien suponía que las condiciones materiales de producción determinan la historia, y allí fueron sobre todo mis colegas, los filósofos, a repetirlo. Porque los filósofos creen que Marx fue un gran filósofo mientras que L. von Mises sería un típico economista capitalista ignorante, y que por ende ni vale le pena leer de él ni dos renglones…  Y así se pierden los miles de renglones dedicados por Mises a refutar el materialismo histórico donde todos viven confundidos.

No, no es la máquina de vapor, ni la técnica, ni la brillantes de tales o cuales inmigrantes, los que crearon al capitalismo y su desarrollo, sino la libertad. La máquina de vapor no crea la libertad: la libertad crea la máquina de vapor.

Porque todos los inmigrantes que llegaron a los EEUU se encontraron con condiciones institucionales de libre mercado. Cero inflación, casi sin impuestos, cero regulaciones, cero códigos, reglamentos e inspectores, sólo respetar la vida y la propiedad del otro. Nada más, ni nada menos, y entonces sí, la inteligencia más la libertad desarrollan la alerteness empresarial, la capacidad empresarial, tanto en judíos, protestantes, católicos, alemanes, franceses, italianos, escoceses, vulcanos, venusinos, bayorianos, klingos y terrestres: todos bajo las mismas condiciones jurídicas, todos SIN seguro social, todos a vivir en libertad, todos a producir y comerciar bajo el mismo pacto político. NO un pacto político que era una política económica, sino una declaración de Independencia que afirmaba, oh osadía, que todos los seres humanos son creados iguales por Dios y con los derechos de vida, libertad y búsqueda de la felicidad………….. Y entonces sí, ferrocarril, telégrafo, lamparita de luz, chicles, hamburguesas, ascensores, maquinitas de afeitar y toooooooooooooooodo lo que a usted se le ocurra y se lo compren sin molestar al otro y SIN que el estado lo subsidie y SIN que el estado lo vigile de tal modo que NADA de eso pueda aparecer.

Y sí, muchas de esas cosas y cositas fueron conocidas por egipcios, griegos, babilónicos y etc., pero ninguna de esas sociedades conoció la libertad política. Imperios, reyes, conquistas, dominios, asesinatos, crueldades, guerras, matanzas, gentes oprimidas por los bestias de turno. No había paz ni futuro para crear nada. Aún así bastante quedó, porque el eros, tal vez, resiste frente al tanatos, pero no hubo desarrollo, ni producción a largo plazo, ni consumo masivo, ni seguridad jurídica, ni nada que impidiese legalmente que los sueños fueran asesinados por bestias.

Así lo explica Mises:   (Teoría e historia, 1957, cap. 7, punto 2).

“…what Marx says is entirely different. In his doctrine the tools and machines are the ultimate thing, a material thing, viz., the material productive forces. Everything else is the necessary superstructure of this material basis. This fundamental thesis is open to three irrefutable objections. First, a technological invention is not something material. It is the product of a mental process, of reasoning and conceiving new ideas. The tools and machines may be called material, but the operation of the mind which created them is certainly spiritual. Marxian materialism does not trace back «superstructural» and «ideological» phenomena to «material» roots. It explains these phenomena as caused by an essentially mental process, viz., invention. It assigns to this mental process, which it falsely labels an original, nature-given, material fact, the exclusive power to beget all other social and intellectual phenomena. But it does not attempt to explain how inventions come to pass. Second, mere invention and designing of technologically new implements are not sufficient to produce them. What is required, in addition to technological knowledge and planning, is capital previously accumulated out of saving. Every step forward on the road toward technological improvement presupposes the requisite capital. The nations today called underdeveloped know what is needed to improve their backward apparatus of production. Plans for the construction of all the machines they want to acquire are ready or could be completed in a very short time. Only lack of capital holds them up. But saving and capital accumulation presuppose a social structure in which it is possible to save and to invest. The production relations are thus not the product of the material productive forces but, on the contrary, the indispensable condition of their coming into existence. Marx, of course, cannot help admitting that capital accumulation is «one of the most indispensable conditions for the evolution of industrial production.» Part of his most voluminous treatise, Das Kapital, provides a history—wholly distorted—of capital accumulation. But as soon as he comes to his doctrine of materialism, he forgets all he said about this subject. Then the tools and machines are created by spontaneous generation, as it were. Furthermore it must be remembered that the utilization of machines presupposes social cooperation under the division of labor. No machine can be constructed and put into use under conditions in which there is no division of labor at all or only a rudimentary stage of it. Division of labor means social cooperation, i.e., social bonds between men, society. How then is it possible to explain the existence of society by tracing it back to the material productive forces which themselves can only appear in the frame of a previously existing social nexus? Marx could not comprehend this problem. He accused Proudhon, who had described the use of machines as a consequence of the division of labor, of ignorance of history. It is a distortion of fact, he shouted, to start with the division of labor and to deal with machines only later. For the machines are «a productive force,» not a «social production relation,» not an «economic category.» Here we are faced with a stubborn dogmatism that does not shrink from any absurdity”

Qué impresionante la libertad. Qué sueño fascinante que la Argentina, un desierto cerrado de enorme extensión, se convirtiera en una tierra abierta y desregulada para millones de inmigrantes que trajeran su creatividad y su empresarialidad: cada uno de ellos sería una solución, no un problema. Pero no. Bajo las palabras solidaridad y justicia social, llenas de regulaciones, subsidios, impuestos, inflación, sindicatos mafiosos y deuda pública, mantenemos expulsados a millones de seres humanos que mueren hacinados en sus propias tierras de esclavitud.

La libertad, gente, crea al mundo. Y los gobiernos lo destruyen.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Síguelo en @gabrielmises 

Argelia, un país paralizado políticamente

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 14/3/19 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/argelia-pais-paralizado-politicamente-nid2228477

 

El próximo 18 de abril Argelia debió haber tenido elecciones presidenciales. Por quinta vez sucesiva y consecutiva, Abdelaziz Bouteflika había anunciado que sería nuevamente candidato a la presidencia que hoy ejerce. A los 82 años de edad y con su salud visiblemente debilitada, Bouteflika se desplaza en silla de ruedas como consecuencia de un accidente vascular cerebral serio, que ocurriera en el 2013 y lo dejara visiblemente disminuido.

Casi ni aparece en público, a lo que suma no hacer prácticamente ninguna declaración a los medios. No presentó, por años, propuestas políticas nuevas. Representa esencialmente al corto pasado independiente de una nación rica en hidrocarburos, que todavía es ciertamente joven.

En rigor, Bouteflika ha pretendido encarnar al poder argelino en su conjunto, dentro de un sistema político opaco. Quienes lo rodean y utilizan son aquellos que -desde el sector público y la actividad privada- controlan efectivamente la renta petrolera del país y viven de ella y en su derredor.

La imagen que Bouteflika transmite a sus 40 millones de compatriotas es demasiado endeble y se sostiene con una «legitimidad» histórica que aún se nutre esencialmente en lo actuado en la guerra por la independencia contra Francia, la ex metrópoli, lo que luce como una epopeya lejana.

El esquema de poder político actual no sólo procura evitar la violencia, sino hacer imposible que Argelia de pronto caiga en manos de los fundamentalistas islámicos. Estos últimos ya no constituyen una amenaza inminente y grave para Argelia. Se trata de grupos hoy bastante menores, a los que se tiene por «residuales». Su presencia política tiene poco que ver con la violencia islámica de la década de los 90.

Por todo esto, los observadores políticos del país del norte de África coinciden en que la presencia de Bouteflika ha sido poco más que una suerte de «seguro contra el caos». Un factor de estabilidad, en última instancia. Pero no mucho más.

Quienes políticamente se agrupan en torno a Bouteflika no tienen -tampoco ellos- propuestas nuevas importantes que los aglutinen. Por todo esto, el escenario político está bastante abierto y pocas figuras en la oposición tienen credibilidad a nivel nacional. También por ello el islamismo es -pese a todo- un peligro, aunque en estado latente.

Argelia es un país joven, pese a lo cual la dirigencia política está curiosamente en manos de líderes relativamente mayores. El manto de inmovilismo prevaleciente en materia política restringe el camino a la juventud y reduce la capacidad de los más jóvenes de poder influir en la determinación del rumbo de la sociedad.

En síntesis, Argelia es un país que parece haber flotado políticamente desde hace por lo menos dos décadas. Sin animarse demasiado a cambiar. Ni sentir la urgencia de hacerlo. Sin debates saludables que sacudan, al menos, la opacidad de la política. Como si estuviera condenada a vegetar en un mismo ambiente. Sin demasiado dinamismo, ni ambición cierta de cambios profundos.

Pero el viento -ante las manifestaciones de protesta masivas- parece haber cambiado. Además de las protestas masivas, nada menos que mil abogados del país norafricano -con sus tradicionales capas negras sobre sus hombros- acaban de manifestar su preocupación al unísono ante la sede del propio Consejo Constitucional de su país.

Mientras tanto, 21 candidaturas presidenciales han sido presentadas, incluyendo la de Bouteflika. Pero es la de este último en particular la que genera la fuerte reacción en su contra. Mientras todo esto sucede, el envejecido Bouteflika estaba en Ginebra, sometido a controles médicos a los que eufemísticamente se denominan «exámenes periódicos».

La aparente estabilidad de Argelia ahora se ha conmovido. La gente está exigiendo ser escuchada y poder participar efectivamente en las decisiones que tienen que ver con el futuro inmediato de un país que, a lo largo de las dos últimas décadas, parece haber estado en manos de una elite política, acompañada en su aventura por los grupos económicos más fuertes del país que se benefician de los subsidios, beneficios tributarios y créditos blandos que las autoridades ponen a su disposición. En un ámbito en el que el fenómeno del «clientelismo» necesariamente crece y la corrupción anida en algunos rincones. La economía está signada por el estatismo, pero hay empresas privadas de alguna dimensión interesante que trabajan en distintos sectores de la economía argelina.

La posición de Bouteflika no ayuda, puesto que pretendió explicar su insistencia en volver a ser candidato presidencial en la necesidad de «organizar unas segundas elecciones presidenciales», de modo que quienes detentaron el poder en Argelia en las últimas dos décadas mantengan por un rato -directa o indirectamente- el control de un país que hoy parece estar despertando políticamente y en el umbral de cambios trascendentes.

Las manifestaciones callejeras generalizadas que explotaron durante dos semanas continuas, culminaron con el anuncio del propio Bouteflika, el lunes pasado, en el sentido de que no procurará un quinto mandato. No habrá entonces elecciones el próximo 18 de abril, las que han quedado postergadas, sin fecha. No obstante, Bouteflika ha dado a entender que pretende continuar en la presidencia luego de la expiración de su actual mandato, el 28 de abril, lo que abre un frente desafiante, que también es peligroso.

Los estudiantes, que motorizaron las protestas, celebran haber podido de algún modo tumbar pacíficamente a quien califican de «marioneta». Portando banderas argelinas, insisten en la necesidad de cambio, pese a que lo cierto es que la hoja de ruta necesaria aún no ha sido elaborada.

Es muy probable que de la pulseada descripta surja un nuevo esquema político. La explosión del poder actual ha sido vertiginosa e incluye al propio hermano del presidente: Said, que tenía aspiraciones potenciales de sucederlo.

Las manifestaciones en Argelia han estado prohibidas desde el 2001. Pese a ello, una vez que comenzaron y se intensificaron lograron sacudir en paz al esquema de poder.

De la prudencia y espíritu inclusivo real del propio presidente Bouteflika y de los dirigentes de la oposición dependerá que la etapa de transición que se ha abierto sea ordenada y pacífica. Ciertamente ello no es imposible, pero se transita ya un camino nuevo, plagado de peligros latentes, donde no parece haber demasiado espacio para intentar maniobras sólo dilatorias. Entre un escenario con fuertes parecidos, el de Egipto en el 2011, Hosni Mubarak no pudo salir airoso.

El país más grande de África transita un momento complejo. Detrás de los políticos argelinos aparece el general Ahmed Gaid Salah, que -preocupado- no le pierde pisada a lo que sucede.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Fue profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y fue Vice Presidente de ESEADE.

¿A dónde se fue la plata de la deuda?

Por Iván Carrino. Publicado el 27/12/18 en: https://contraeconomia.com/2018/12/a-donde-se-fue-la-plata-de-la-deuda/

 

Llega el fin de año y con él las reuniones del trabajo,  las de los amigos y las de la familia para pasar en conjunto las fiestas.

Es una tradición que se repite a nivel global, casi independientemente de la religión de cada uno. Llega la navidad y todos esperan dar y recibir regalos. Pocos días más tarde, un año nuevo comienza, junto con todos los deseos y las expectativas para los 365 días que vienen.

Otra tradición, tal vez más argentina, a causa de nuestras repetidas y casi inevitables crisis económicas, es la discusión política. En algunas mesas, esto prefiere evitarse, ya que puede dar lugar a grietas. En otras, el tema se lleva mejor.

Este año en mis reuniones hubo una pregunta que se repitió bastante. Ya sea en mi grupo de amigos de la vida o entre la familia, una duda recorría las mentes de todos: ¿qué se hizo con la plata de la deuda?

¿Con toda la deuda que tomó este gobierno, cómo  es posible que sigan igual (o incluso peor) la seguridad, la salud, y el estado de la economía?

A continuación, intentaré responder esta pregunta.

El estado como una empresa

Por más que a algunos les resulte totalmente irritante la comparación entre el gobierno y una empresa, para analizar este tema en particular el recurso es realmente útil.

Así que imaginemos que una empresa tiene gastos anuales por USD 10.000, que cubre con sus ingresos anuales por USD 12.000. A fin de año, la ganancia de la compañía es de USD 2.000.

Los USD 10.000 de gasto están divididos de la siguiente forma:

  • USD 5.000 son salarios.
  • USD 2.000 se llevan los gastos de electricidad, gas y agua.
  • USD 1.000 es decoración de las oficinas.
  • USD 1.000 se van en servicio técnico de las computadoras.
  • USD 1.000 son impuestos a los ingresos brutos.

En este esquema, si la empresa decidiera comprar una nueva computadora de unos USD 3.000, no podría hacerlo con los ingresos corrientes. Dado que de sus USD 12.000 solo le quedan USD 2.000 una vez que se deducen los gastos, si quisiera comprar un bien de capital por USD 3.000, entonces le estarían faltando USD 1.000.

Aquí es donde ingresa el endeudamiento. La empresa podría ir al banco y pedir mil dólares en préstamo, comprometiéndose a pagar intereses y devolver el monto en un plazo futuro.

Frente a este escenario: ¿qué responderíamos a la pregunta de a dónde se fue la plata de la deuda?

Rápidamente, seguro que diríamos que los USD 1000 de deuda fueron a parar a la compra de la nueva computadora. Y eso es parcialmente cierto, pero dado que el dinero es fungible, también podríamos decir que  fueron a pagar la decoración de las oficinas.

Dicho de otra forma, si en el año 2019 la empresa decidiera no decorar nuevamente la oficina, entonces habría tenido los mil dólares disponibles para comprar la máquina,  por lo que no hubiera sido necesario endeudarse.

Pero dado que sí decidió decorar las oficinas, entonces ese préstamo permitió que eso ocurra.

Con esto en mente, analicemos el caso del gobierno durante los años de la “Gestión M”.

El problema es el gasto

En el caso particular del endeudamiento, al estado le ocurre lo mismo que a la empresa privada. Si gasta más de lo que ingresa, entonces tiene que endeudarse.

En 2018, de acuerdo con los datos del presupuesto aprobado recientemente en ambas cámaras del congreso, el cuadro de ingresos y gastos fue el siguiente:

Concepto Monto (en millones de pesos)
Ingresos Totales (Impuestos, rentas, otros) 2.625.000
Gasto Primario Corriente 2.758.000
Gasto de Capital 232.000
Pago de Intereses 400.000
Resultado Total -765.000

 

Aclarando un poco los números, resulta que los ingresos totales del estado nacional, explicados fundamentalmente por la recaudación de impuestos, ascendieron este año a $ 2,6 billones.

Por otro lado, el gasto primario corriente, que incluye jubilaciones, subsidios económicos, gastos de funcionamiento y transferencias a provincias, totalizó $ 2,76 billones. Por su parte, el gasto en obra pública fue de solo $ 232.000 millones, y el pago de intereses de la deuda se llevó $ 400.000 millones.

¿Qué nos dice esto?

En primer lugar, que el resultado fiscal del gobierno fue de menos 765.000 millones. Es decir, USD 19.000 millones de agujero fiscal que alguien tendrá que financiar. No extraña, entonces, que excluyendo Letes y Lecap, las emisiones de deuda de 2018 hayan totalizado USD 30.000 millones.

Es que el gobierno no solo se endeuda para poder solventar su nuevo déficit, sino también para pagar los intereses que le generaron sus déficits pasados. Si sumamos los $ 765.000 millones y los $ 400.000 millones y los dividimos por un tipo de cambio de $ 39, llegamos a una cifra de casi USD 30.000 millones.

Respuesta final

Entonces, al final, ¿a dónde se va la plata de la deuda?

Pues muy sencillo: a pagar el déficit fiscal del gobierno y los intereses de deuda contraída en el pasado, explicados también por el déficit fiscal del gobierno.

O sea que discutir en qué se va el dinero de la deuda es lo mismo que discutir el cómo y cuánto gasta el gobierno. En resumidas cuentas, si se quiere menor deuda, pero no se quieren subir impuestos, entonces la única solución es tener menor gasto.

La deuda es hija del gasto público, y el único motivo de su existencia es todos y cada uno de los rubros del gasto que, una vez que superan a los ingresos, deben necesariamente financiarse con endeudamiento.

Para cerrar, la plata de la deuda no va a la fuga de capitales como dicen algunos. Va a pagar subsidios, jubilaciones, salud, educación, seguridad, salarios estatales, Aerolíneas Argentinas, pauta publicitaria oficial, diputados, senadores, etc. etc. etc.

¿Te molesta la deuda? Entonces andá pensando qué rubro del gasto te parece que es mejor reducir.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano. Es Sub Director de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

El gráfico trucho que le encantó al kirchnerismo

Por Iván Carrino. Publicado el 29/4/18 en: http://www.ivancarrino.com/el-grafico-trucho-que-le-encanto-al-kirchnerismo/

 

Grupos kirchneristas y de izquierda difunden un gráfico con información falsa para evitar la reducción de subsidios. Acá abajo te dejo un  hilo de Twitter al respecto.

Anda circulando un gráfico en Twitter que “demostraría” que los países del mundo subsidian la energía eléctrica mucho más de lo que lo hace Argentina.

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Obviamente, quienes no quieren que el estado reduzca un solo peso de su gasto, utilizarán cualquier excusa para impedirlo.

El cuadro en cuestión dice que Estados Unidos, por ejemplo, destina USD 2.177 per cápita del dinero de los contribuyentes para subsidiar la energía eléctrica.

El mismo cuadro muestra que China destina USD 1.652 per cápita para la energía eléctrica.

Lamentablemente, el gráfico está hecho por un ignorante o por un malintencionado.

Es que, en realidad, los datos que muestran son los subsidios totales a la Energía (subsidios energéticos), pero no subsidios a la energía eléctrica.

De hecho, al ir a la fuente original (http://www.imf.org/en/News/Articles/2015/09/28/04/53/sonew070215a) se observa que el subsidio de estos países a la energía eléctrica en 2015 era… ¡CERO!

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Para el tiempo en que se hizo el análisis, Argentina gastaba USD 173,6 per cápita para subsidiar la tarifa de luz, mientras que China y Estados Unidos (y la mayoría de los países “Avanzados”), no destinaban NI UN SOLO PESO.

El trabajo del FMI apunta a reformar el entramado de subsidios energéticos en general, reduciéndolos. Pero lo que se desprende de ahí es que los países grandes subsidian mucho el petróleo y el carbón, pero poco o nada el gas y la electricidad como Argentina.

Una nota final: incluso si Estados Unidos gastara una fortuna en subsidiar la luz de los hogares, no sería motivo para seguir el ejemplo. Las cosas hay que hacerlas bien independientemente de que otro las haga mal.

Ahora bien, en este caso puntual, el gráfico que anda circulando muestra información que – en el mejor de los casos- es incorrecta producto de un error. En el peor, una distorsión y falsedad deliberada.

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Update 1/5/2018: Hay una cuestión adicional de esta pésima y maliciosa utilización de los datos. El informe del FMI hace referencia a un concepto de subsidios llamados “Post-Tax Subsidies”. El análisis divide a los subsidios entre “Pre-Tax” y “Post-Tax”, donde el primer concepto refiere a cuando los consumidores pagan menos por la energía de su costo de producción. La diferencia es un subsidio del gobierno. Simple y claro.

Ahora bien, el subsidio “Post-Tax” es, en realidad, un concepto teórico que surge de considerar cuánto debería costar la energía si se le cobraran los impuestos necesarios para paliar el efecto de las externalidades generadas en la producción y el consumo. (Por ejemplo, dado que producir petróleo contamina, la producción debería estar gravada. Si no lo está, el FMI considera que se está subsidiando esa energía).

O sea que dado que a la producción de Petróleo y Gas, Australia o Estados Unidos no le están cobrando todos los impuestos que deberían, según el FMI, este organismo considera que están siendo subsidiadas dichas producciones.

Conclusión para el debate actual: el subsidio “Post-Tax”no tiene mucho de equiparable a los subsidios energéticos argentinos. Cuando el FMI se refiere a las “ganancias fiscales” que tendrían reducir estos subsidios, se refiere a la mayor recaudación que habría por cobrar estos nuevos impuestos. Es decir, el FMI está pidiendo más impuestos a la energía, lo que redundaría en precios más caros para los consumidores: ¿quieren eso los demagogos de turno locales?

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Sturzenegger y Macri, destruyendo al mercado

Por Alejandro A. Tagliavini. Publicado el 23/4/18 en: https://alejandrotagliavini.com/2018/04/23/sturzenegger-y-macri-destruyendo-al-mercado/

 

Es falso que esta suba de tarifas sea inflacionaria y ni siquiera que aumente el IPC. Las prestadoras están subsidiadas por el Estado, de modo que, los ciudadanos -vía impuestos- pagan los subsidios, pero, además, hay que sumar los sueldos de los intermediarios estatales. Así, eliminados los subsidios, aumentada la tarifa, al mercado debería quedarle más dinero en el bolsillo, bajando el IPC que, si hoy aumenta, es porque el Estado no solo no devuelve los impuestos, sino que -al subir la tarifa- aumenta la recaudación ya que las boletas tienen un componente tributario (IVA; Ingresos Brutos, etc.) de un 37%, según el Iaraf.

Dice el macrismo que “los servicios tienen un costo y hay que pagarlo” demostrando que no entienden al mercado que no se mueve por costos sino por ganancias. Las tarifas -en un mercado libre y competitivo- nunca son determinadas por los costos sino por la oferta y demanda que así regula el uso eficiente de los recursos sociales.

Hoy las prestadoras no son empresas libres y competitivas sino monopolios, oligopolios, y algunas estatales. Así, las tarifas propuestas por la oposición y el gobierno -demasiado altas o bajas, no sabremos mientras el mercado no rija- nada tienen que ver con la tarifa justa, eficiente, es solo una discusión política a espaldas del mercado.

Como recuerda Javier Milei, antes de la creación del BCRA en 1935, la base monetaria crecía a una tasa anual promedio de 6,1%, y la inflación era de 3,4%. Durante los primeros 10 años del BCRA, cuando era mixto, la emisión monetaria pasó a crecer al 13,6% anual, promedio, mientras que la inflación trepó al 6%. Desde 1946, la estatización total del BCRA, hasta 1991 la cantidad de dinero creció a un promedio del 176% anual, y los precios al 225%.

Dejando claro que la inflación es la emisión exagerada de moneda -respecto de la demanda del mercado- en tiempo real. Así, quitar dinero circulante una vez emitido no detiene a la inflación producida. Pero Sturzenegger, dijo estar dispuesto a subir la tasa de interés, insistiendo en una política fracasada. Con tasas altas tipo país africano, la inflación en 2018 superó a la de 2017 y la “núcleo”, promedio mensual, viene subiendo de 1,70% en los últimos 12 meses a 2,07% en el último trimestre.

Queda en evidencia que las altas tasas, lejos de bajar la inflación son inflacionarias porque disminuyen la demanda de dinero en tiempo real aumentando el spread con la oferta. La demanda de M1 cayó 1,0% interanual en términos reales en marzo 2018 según el BCRA.

Además, las tasas artificialmente altas -no establecidas naturalmente por el mercado- retrasan el crédito, ergo, la productividad y así disminuye aún más la demanda de dinero. Y todavía más. El problema de fondo es que el gasto estatal no se solventa con recursos genuinos -aquellos voluntariamente aportados por el mercado como por la venta de propiedades estatales- sino con recursos coactivamente obtenidos como impuestos, inflación y endeudamiento exagerado presionando a otro aumento de las tasas.

Los gastos corrientes son el 93% del gasto de la administración nacional. De acuerdo con un reporte de la Universidad de Belgrano, de este gasto corriente, el 49,5% va a la Administración Central que destina el 32% al pago de intereses de la deuda que sumaron $ 224.907 M en 2017, 71% más que en 2016. En 2016 y 2017, la deuda pública nacional interna y externa, en pesos y moneda extranjera, subió en US$ 80.269 M, un crecimiento de 22%.

Ahora, con este aumento -en 2016 y 2017- de deuda que llega al 15% del PIB la economía creció solo 0,6% en total. Aunque la industria cayó 2,6%, en el bienio con respecto a 2015, y el comercio creció apenas 0,1% y entre ambos representan un tercio del PIB. Por cierto, el PIB per cápita está 0,9% por debajo de 2015. La apertura de las importaciones complicó a los industriales dado que es difícil competir con el exterior dada la presión fiscal (impuestos, inflación, créditos inaccesibles, etc).

Incluso la construcción, apalancada desde el gobierno, en estos dos años bajó 2% y aunque el oficialismo muestra que últimamente ha despegado fuertemente, esto tiene olor a burbuja. De hecho, los créditos UVA podrían estallar. Según un informe del CEPA, por ejemplo, a quién tomó un crédito de US$ 100.000, luego de abonar 24 cuotas, la deuda se le ha incrementado en más $ 620 mil (52%) cuando bajo el sistema de crédito tradicional habría caído unos $ 5.200.

Como colofón, y contra caso, mostrando que el manejo de las tasas por parte del Estado acarrea problemas, dadas las bajas tasas de los Bancos centrales de los países desarrollados, la deuda global asciende a US$ 164 B (billones), según datos de 2016. El 225% del PIB mundial, 12% del PIB más endeudado que en el anterior máximo en 2009. Una bomba de tiempo dado el aumento de tasas que viene.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Ex Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE.

Grises fiscales en el 2017

Por Nicolás Cachanosky. Publicado el 21/1/18 en: https://www.infobae.com/opinion/2018/01/21/grises-fiscales-en-el-2017/

 

Con claro entusiasmo, Cambiemos anunció los resultados fiscales del 2017. El déficit primario de 3,9% del PBI sobrecumplió la meta fiscal para el 2017 de 4,2 por ciento. Estos resultados positivos se acompañan señalando el crecimiento que estaría mostrando la economía argentina. Todo parecería indicar que la economía nacional está en buen camino y que el gradualismo muestra sólidos resultados. Sin embargo, como varios economistas ya vienen señalando, una mirada más cuidadosa de los números fiscales y de la actividad económica no justifica tanto entusiasmo por parte del oficialismo.

La primera cuestión es que el déficit primario es un resultado parcial de la situación fiscal del país. Deja de lado, justamente, los intereses de la deuda. Al elegir financiar el déficit fiscal con deuda no se puede dejar de lado el pago de intereses al momento de evaluar el desempeño fiscal. Es similar a una empresa que toma deuda para iniciar un nuevo proyecto y en su cálculo de costos y beneficios no considera el pago de intereses. Claramente el banco cuestionaría la validez de dicho análisis. El déficit que al final del día importa es el financiero, que tiene en cuenta el pago de intereses. Mientras el déficit primario creció un 17,5%, por debajo de la inflación, el déficit financiero superó a la inflación al crecer un 32,5% y ubicarse en 6,1% del PBI. Ciertamente el entusiasmo del Gobierno no sería el mismo si las metas fuesen sobre el déficit financiero en lugar del primario. El déficit financiero, a su vez, deja de lado el pago de interese intra sector público, como si usted decidiese ignorar de sus cuentas familiares el pago de intereses por la deuda que tiene con su hermano. Al considerar estos intereses, el déficit financiero crece un 34,5% y se ubica en el 6,9 por ciento. Es por este motivo que cada vez más voces indican que el gradualismo tiene más costos fiscales que beneficios.

¿Cómo se obtuvo la mejora en el resultado primario? Principalmente con reducción de subsidios y aumentos de tarifas. Es decir, Cambiemos le endosó el ajuste fiscal al contribuyente. Sin embargo, este ahorro en subsidios al sector privado se vio más que compensado por aumento en prestaciones sociales. Dos componentes, jubilaciones y asignaciones familiares y por hijo aumentaron por encima de la inflación. El aumento de los gastos sociales por encima de la inflación duplica el ahorro en subsidios. El aumento de intereses (sin siquiera contar los pagos intra sector público) es 1,3 veces el ahorro fiscal en subsidios. Las metas de déficit primario no solo son de limitada relevancia, sino que van en contra de la transparencia y confunden al público. La historia que cuentan los números primarios es distinta a la que cuenta el resultado financiero. Sería más transparente y preciso expresar las metas primarias del Gobierno en metas fiscales. Dejar de lado costos que corresponde computar es tan erróneo como incorporar ingresos que no corresponden, como se hacía bajo el kirchnerismo.

El peso de los intereses no debe ignorarse. A fines del 2015, el pago de intereses (teniendo en cuenta intra sector público) representaba el 9% de los ingresos fiscales. En el 2016 aumentaron al 11,5%, en parte debido a la salida del default. En el 2017 el aumento se aceleró, se ubicó en 15,4% de los ingresos fiscales del Tesoro. A modo de referencia y sin querer sugerir que sea un número crítico, el pago de intereses antes de la crisis del 2001, a fin del año 2000, representaba el 17,4% de los ingresos fiscales. Si en el 2018 el peso de los intereses vuelve a aumentar cuatro puntos como lo hizo en el 2017, entonces superaría el valor de fines del 2000.

La segunda cuestión es que del lado de los ingresos también se ven algunos datos sugestivos. El 12% de aumento de los ingresos en el 2017 se explica por rentas de la propiedad, que aumentaron un 158% (especialmente el poco claro componente «resto» de las rentas de la propiedad). Si las rentas de la propiedad hubiesen crecido al mismo ritmo que la inflación, entonces el déficit primario sería del 5,0%, habiéndose incumplido la meta fiscal por 0,8 puntos. Esto ubicaría al déficit financiero en 7,2% del PBI (sin intereses intra sector público) y en 8% del PBI (con intereses intra sector público).

El tercer problema es que el Gobierno parece estar confundiendo genuino crecimiento económico con un proceso de recuperación económica. Las tasas interanuales de crecimiento en torno al 4% que repetidamente se mencionan se obtienen debido a la caída de actividad del 2016. Ya hace algunos meses que la serie desestacionalizada del estimador mensual de actividad económica (EMAE) muestra estancamiento económico. Por ejemplo, la variación anualizada entre julio y octubre (último dato disponible) es de -0,27 por ciento. De hecho, el pico del EMAE bajo el Gobierno de Cambiemos aún no ha superado al máximo valor del kirchnerismo en el 2015. La misma desaceleración se observa en la serie cuatrimestral del PBI real. Si este estancamiento continúa, a la par del relajamiento de las metas de inflación, Argentina podría acercarse nuevamente a un escenario de estanflación. El gradualismo habría entonces vuelto a su punto de partida. Cambiemos estaría descansando en la riesgosa apuesta de que la economía va a crecer a significativa velocidad por un largo período de tiempo, sin fundamentos claros y a pesar de que los datos hoy no acompañan este escenario.

 

Nicolás Cachanosky es Doctor en Economía, (Suffolk University), Lic. en Economía, (UCA), Master en Economía y Ciencias Políticas, (ESEADE). Fué profesor de Finanzas Públicas en UCA y es Assistant Professor of Economics en Metropolitan State University of Denver.

¿Por qué apoyamos la redistribución de ingresos…, pero no toda?

Por Martín Krause. Publicado el 20/12/17 en: https://www.cronista.com/columnistas/Por-que-apoyamos-la-redistribucion-de-ingresos%E2%80%A6-pero-no-toda-20171220-0040.html

 

¿Por qué apoyamos la redistribución de ingresos..., pero no toda?

En períodos electorales, los políticos multiplican sus propuestas para redistribuir ingresos, ofreciendo subsidios por aquí y por allá. Siendo emprendedores de su especialidad, si lo hacen es porque suponen que eso vende. Y, ¿Por qué vende?

En primer lugar, todos tenemos un sentimiento de simpatía (que hoy llamaríamos empatía) respecto a los demás, comenzando con las personas más cercanas y disminuyendo a medida que nos alejamos del entorno personal. Esto lo señaló nada menos que Adam Smith en su otro gran libro, Teoría de los Sentimientos Morales.

Sin embargo, en esa época, no existía el Estado benefactor. Eso no quiere decir que la gente no se preocupara por los demás, sólo que lo hacía directamente o a través de la iglesia.

Las ideologías del siglo XIX introdujeron la idea de que esto era ahora responsabilidad del Estado y la gente dejó la tarea en manos de los políticos, con la inocente creencia que éstos iban a redistribuir solamente de ricos a pobres.

Y una vez que le dieron el poder de redistribuir éstos lo usaron para hacerlo en toda dirección posible, quedándose en muchos casos con el vuelto. El Estado benefactor se convirtió en una piñata sobre la cual todos nos zambullimos y con la que pretendemos vivir de los demás, o al menos cumplir con esa sensación de que estamos ayudando a quienes lo necesitan.

Pero la gente no apoya todo tipo de redistribución. Por ejemplo, repudia la redistribución de bolsos hacia los conventos, y también la que termina generando grupos empresarios de amigos del poder. Tampoco apoya planes sociales politizados o incluso aquellos que no generan ninguna responsabilidad a cambio, ya sea de trabajo o capacitación para el empleo.

Hasta ahora nada que no sea evidente a primera vista. Pero he aquí que parece que estas conductas tienen una raíz mucho más profunda.

Un grupo de científicos, y entre ellos un par de argentinos, expertos en el nuevo y prometedor campo de la psicología evolutiva plantean una respuesta. Los argentinos son Daniel Sznycer, de la Universidad de California Santa Bárbara y la Universidad de Arizona, y María Florencia López Seal, de la Universidad Nacional de Córdoba. Investigan y escriben con los padres fundadores de esta nueva disciplina, Leda Cosmides y John Tooby, creadores del Center for Evolutionary Psychology.

Según ellos el apoyo a la redistribución se basa en emociones, en particular la compasión, la envidia y el interés propio, no por alguna convicción general de justicia social. Esas emociones son el resultado de largos procesos evolutivos durante los miles de años que fuimos cazadores-recolectores.

El crecimiento de la psicología evolutiva se ha basado en presentar crecientes evidencias de que el cerebro o mente humana contiene una cantidad de programas neuro-computacionales que fueron construidos por la selección natural porque resolvían problemas de adaptación al mundo ancestral.

En ese entorno se desarrollaron dos conductas con respecto a la distribución de bienes y servicios y sus correspondientes emociones para guiarlas. Los cazadores-recolectores compartían riesgos en actividades sujetas al azar (por ejemplo, la caza de algunos animales grandes) pero estaban menos dispuestos a compartir resultados de actividades más regulares que dependieran del esfuerzo personal (caza de animales menores y más abundantes o recolección de frutos más comunes). Aun hoy, entonces, el apoyo o rechazo por la redistribución se explicaría por estas emociones al considerar, por ejemplo, si los beneficiarios no han tenido suerte en conseguir empleo o su situación se debe a la falta de esfuerzo personal. Apoyarían la primera y rechazarían la segunda.

En los últimos años parece que tuvimos políticos que se guiaban por las emociones…, por sus emociones, las que les generaban ver sus cajas fuertes llenas.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Empobrece este gasto público excesivo

Por Enrique Blasco Garma. Publicado el 23/6/17 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2017/06/23/empobrece-este-gasto-publico-excesivo/

 

El trabajo productivo genera riqueza. Que se disfruta con el salario y ganancias percibidos. En bruto contraste, cuando se hacen pagos desvinculados de la creación de bienes y servicios se retacean los ingresos de quienes trabajan productivamente. No es entonces sorpresivo que resulte tan cuesta arriba crecer y encontrar actividades productivas realmente atractivas. Una sociedad que entrega una significativa parte del PBI a quienes no producen, automáticamente castiga a los que trabajan creativamente. En esa sociedad, los salarios son bajos, y los precios elevados, necesariamente. Y las oportunidades de trabajo e inversión escasas.

La Argentina encontró un atajo a esta disyuntiva. Para mantener pagos a quienes no contribuyen produciendo bienes y servicios, y para no castigar demasiado al trabajo efectivo, el Estado se endeuda en el exterior. Y, con esos fondos, les paga a las personas que no engendran los bienes y servicios necesarios para su sustento. Y todos contentos, engañados por un tiempo. Pero ya aprendimos. En algún momento, el pago de los bonos correspondientes nos empobrecerá a todos.

La producción se incentiva realmente favoreciendo que los ingresos los perciban quienes producen, en vez de los que reclaman subsidios. Adam Smith, en “La Riqueza de las Naciones”, obra fundacional de la economía, explica que obtenemos nuestros alimentos, vestimenta y demás bienes no de la buena voluntad de los proveedores si no de su codicia por nuestro pago. No es la misericordia si no la remuneración el propulsor principal de la prosperidad.

El actual elevadísimo nivel de gasto del Estado refleja demasiados pagos para sostener a personas que no contribuyen en la creación y provisión de los bienes y servicios que demanda nuestra gente. Por eso, este gasto exagerado es destructivo de la riqueza. Empobrece al conjunto. Y no constituye un programa solidario. Todo lo contrario. Mientras se mantenga, es un programa político que destruye, reduce, los ingresos conjuntos de los argentinos. No puede sorprender el menguado nivel de consumo e ingreso.

La Argentina fue un país enormemente solidario en su época de gloria, cuando encabezaba los primeros puestos en ingreso por habitante del mundo. En ese tiempo de bonanza los pagos se dirigían concentradamente a quienes creaban riqueza trabajando productivamente. En ese proceso, la Argentina incorporó millones de pobres, ineducados, de Europa y otras regiones, conformando un país de emprendedores motivados que construyeron nuestra nueva y gloriosa Nación. En tiempos más recientes quisimos torcer las enseñanzas bien fundadas, desviando ingresos a quienes no producen, empobreciendo a todos, hasta registrar porcentajes de pobreza vergonzantes.

La redistribución de los pagos, para premiar a quienes crean riqueza trabajando productivamente, y disminuyendo la exigencia de pagar a quienes obstruyen la producción, es la receta para superar la pobreza. No se puede demorar, justificando gastos estatales a quienes impiden producir, circular, aprender.

 

Enrique Blasco Garma es Ph.D (cand) y MA in Economics University of Chicago. Licenciado en Economia, Universidad de Buenos Aires. Es Economista del Centro de Investigaciones Institucionales y de Mercado de Argentina CIIMA/ESEADE. Profesor visitante a cargo del curso Sist. y Org. Financieros Internacionales, en la Maestria de Economia y C. Politicas, ESEADE.

Salario mínimo, inflación y gasto público

Por Gabriel Boragina Publicado  el 10/6/17 en: 
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El escolástico Juan de Mariana tenía ideas sumamente claras, concretas y acertadas sobre la relación entre los impuestos, la inflación y el gasto público:
«El déficit gubernamental es causa de impuestos mayores a los necesarios. Además, es causa de la alteración del valor del dinero. El gobernante con un presupuesto deficitario sucumbe con facilidad a ese medio para cubrir faltantes. Alterar el valor de la moneda, por ejemplo, reduciendo la cantidad de oro o plata que contiene, permite emitir más monedas. Se piensa que con esa medida nadie sufrirá, puesto que el valor legal de la moneda queda igual, aunque disminuya su valor intrínseco. Falso. En la realidad, la alteración del valor de la moneda es un latrocinio, según Mariana. El dinero es un medio general de intercambio y lo es, porque su valor se considera sujeto a muy pequeñas variaciones. El remedio a esos daños es la reducción del gasto público. Los activos de la nación no deben ser usados con la misma libertad del propietario particular. Los subsidios deben reducirse. Los gobernantes no deben iniciar guerras innecesarias.»1
Ya en ese entonces, se explicaba de esta manera aquella vinculación. En realidad, el déficit se produce porque se han calculado mal los gastos y se han previsto partidas superiores a los ingresos disponibles, o bien porque los impuestos son tan altos que -conforme nos enseña la curva de Laffer- la recaudación nunca será suficiente para sufragar los gastos. Pero, hay una tercera causa: es posible que el presupuesto este bien calculado, y que se hayan previsto los impuestos necesarios como para poder cubrirlo, y que estos sean razonables al punto que todos los contribuyentes estén en condiciones de poder afrontarlos. Pero, imprevistamente el gobierno -o alguna de sus áreas- decida incrementar los gastos por encima de lo aprobado por la ley de presupuesto. En esta coyuntura, será un factor no ponderado por la ley de presupuesto lo que hace aparecer el déficit, excepto que se legislen nuevos impuestos, y que la población esté en condiciones de poder seguirlos abonando. La cruda realidad nos muestra que es el tercer supuesto el que se da con mayor frecuencia. Aunque también ocurre que se establecen impuestos excesivos, que superan las salidas previstas. Lo común es que se combinen dichos dos elementos: lo corriente es que los gobiernos aumenten sin cesar sus gastos, y también sus gravámenes. No obstante, cuando opera la curva de Laffer, deben apelar a inflación o deuda.
          Otro caso digno de examen es el de la relación entre salarios mínimos y gasto público, que también es un fenómeno de antigua data, en particular cuando los gobiernos entran en su cruzada de «ayudar a los pobres», como se expone seguidamente:
«En 1798, se dio un paso importante que agravó considerablemente el problema de este tipo de ayuda benéfica. Los jueces de Berkshire, […] decidieron que los salarios inferiores a lo que ellos consideraban como el mínimo absoluto deberían ser completados con la ayuda parroquial de acuerdo con el precio del pan y el número de personas que dependían del cabeza de familia. Tal decisión fue confirmada por el Parlamento al año siguiente. Durante los treinta años que siguieron, este sistema (aparentemente el primero «que garantizaba un mínimo de ingresos») acarreó innumerables problemas.
La primera consecuencia lógica para los contribuyentes fue un incremento en proporción geométrica de los costes de la beneficencia. En 1785, el coste total de los gastos que supuso la ley de pobres fue casi de dos millones de libras. En 1803 se superaron los cuatro millones, y en 1817 casi se llegó ya a los ocho millones. Esta última cifra venía a representar casi una sexta parte del gasto público total. Algunas parroquias se vieron sumidas en grandes dificultades. Un pueblo de Buckinghamshire informaba en 1832 que sus gastos por ayuda benéfica habían sido ocho veces superiores a los de 1795, y que habían superado a los ingresos totales de la parroquia durante aquel año. Otra población, Cholesbury, llegó a la bancarrota, y otras estuvieron muy cerca de ello. A pesar de su gravedad, este gasto público no fue el peor de los males. Mucho más grave fue la creciente desmoralización en el aspecto laboral, que culminó con los desórdenes e incendios de 1830 y 1831.»2
Se trató de la tristemente célebre «ley de pobres». En el caso, la iniciativa es tomada por lo que hoy llamaríamos el poder judicial. Mediante sendas sentencias, los jueces británicos habían decidido que las diferentes regiones (parroquias) -se entiende que por intermedio de sus gobiernos locales (municipales)- habrían de arbitrar los mecanismos para lo que ellos (los jueces) habían determinado como lo que «debería» ser un «salario mínimo». Los parámetros para la fijación del nuevo salario mínimo fueron dos, a saber: el precio del pan y la cantidad de miembros de la familia. Los gobiernos locales debían «compensar» la diferencia entre los ingresos familiares y el precio del referido producto. La sentencia dictada por los jueces recibió rápida confirmación legal por parte del Parlamento británico al cabo de un año, de manera que, lo que en principio fue una medida que afectaba sólo a determinadas localidades de Inglaterra, rápidamente se convirtió en una ley de alcance nacional.
No es difícil imaginar que, siguiendo los delineamientos que hemos dado, tal incremento del salario debía ser financiado por vía de mayores impuestos, deuda o emisión monetaria, que son las tres únicas «herramientas» por las cuales los gobiernos del mundo (no solamente el británico desde luego) pueden solventar cualquier erogación que sea decretada mediante una ley, tal como ha sido el caso en análisis, si bien esta ley no fue originada en una iniciativa parlamentaria, sino judicial. Ejemplo que -de paso- demuestra que no siempre la justicia «hace justicia», sino que -a menudo- produce grandes injusticias, máxime si tenemos en cuenta las nefastas consecuencias que se derivaron de la extensión y generalización de dichas políticas.
En esa línea, no son de extrañar las consecuencias nocivas que estos salarios mínimos (financiados con gasto público) tuvieron históricamente para los afectados. Como se ve en la cita, apareció el fenómeno del déficit fiscal.
1 Eduardo García Gaspar. Ideas en Economía, Política, Cultura. Parte I: Economía. Contrapeso.info 2007. Alejandro A. Chafuén. «Impuestos y finanzas públicas», pág. 56/57
2 Henry Hazlitt. La conquista de la pobreza. Unión Editorial, S. A. Pág. pág. 80/81

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.