¿Coronavirus? ¿Y el hambre, causado por el Estado?

Por Alejandro Tagliavini. Publicado el 3/2/20 en: https://www.elheraldo.hn/opinion/columnas/1354813-469/coronavirus-y-el-hambre-causado-por-el-estado?fbclid=IwAR35a15qnxMpUHcmNlp1P3KR-Zl89Pz3Q4NQAaJ4q-a3Z_05ttl1lqtVfLc

 

Después de semanas con este nuevo virus, los muertos no llegan a mil. Es una gran pena y ojalá encuentren una solución rápidamente. Pero el hambre es la mayor pandemia global. Mueren unas 24,000 personas ¡cada día! por causas relacionadas con la falta de alimentos.
Por suerte, ha disminuido desde las 41,000 personas al día que morían hace
veinte años. Algo no cierra. La naturaleza es sabia y sobreabundante y, de hecho, permite que se produzca un 60% más de lo que la humanidad necesita para alimentarse. Insólitamente, en la producción de alimentos que no se comerán, a nivel global se utilizan 1,400 millones de hectáreas, y así se pierden anualmente 1,300 millones de toneladas métricas.
Ahora, ¿por qué no llegan a los desnutridos? Son varias las causas, pero las
definitorias son los obstáculos que ponen los Estados. Después de todo, son el monopolio de la violencia -su poder de policía- y la violencia siempre destruye.
Para empezar, los impuestos que cobran empobrecen ya que son derivados hacia abajo subiendo precios o bajando salarios. Otra de las malas políticas de los gobiernos es la interferencia en el sistema de precios -con subsidios, precios mínimos y máximos- que provoca que los alimentos se desvíen a otros usos, como los biocombustibles, cuando paliar el hambre es más urgente. A menudo se necesitan sencillos recursos para que la gente pobre pueda cultivar los alimentos necesarios y ser autosuficientes, pero hoy el alimento medio recorre en España, por caso, entre 2,500 y 4,000 km. ¿Por qué no se cultiva más cerca? Entre otras cosas, debido a regulaciones estatales sobre el uso de la tierra. Además, las legislaciones sobre “propiedad intelectual” deberían ser derogadas -para todos
los sectores y temas- porque son la mayor fuente moderna de monopolios. La propiedad debe quedar establecida exclusivamente por el mercado -el pueblo- y nunca por los Estados. Algunas leyes impiden que el agricultor siembre, intercambie o venda sus propias semillas porque, por caso, existen normativas dentro de los acuerdos de “libre comercio” (!?) sobre derechos de propiedad intelectual y comercio que establecen que la semilla para ser vendida, intercambiada o comercializada debe ser uniforme y estable y las semillas de los agricultores no han sido nunca uniformes ni estables. Y las patentes obligan, al agricultor que quiere cultivar esas variedades, a pagar royalties como ocurre en países africanos que han sido obligados a firmar estas leyes de propiedad intelectual dentro del marco de los tratados de “cooperación”.

Finalmente, un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia y gran parte termina en la basura. Ahora, los políticos nos han hecho creer que la recolección y tratamiento de la basura es un “servicio público” que ellos, el Estado, debe proveer. Y llegan al colmo de cobrarnos cuando deberían pagarnos porque hasta la peor basura tiene valor. Si el servicio de recolección estuviera en manos del mercado, en manos privadas eficientes, se nos pagaría por nuestra basura y, muy probablemente, se distribuiría la comida desechada a precios mucho más bajos entre los más necesitados.

 

Alejandro A. Tagliavini es ingeniero graduado de la Universidad de Buenos Aires. Asesor Senior de The Cedar Portfolio, Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California y fue miembro del Departamento de Política Económica de ESEADE. Síguelo como @alextagliavini

La Escuela Austríaca de Economía (9° parte)

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/09/la-escuela-austriaca-de-economia-9-parte.html

 

«La intrincada organización del capital para producir distintos bienes de consumo es gobernada por el sistema de precios (price signals) y el cuidadoso cálculo económico que hacen los inversores. Si se distorsiona el sistema de precios, los inversores cometerán errores en la organización de los bienes de capital. Una vez que el error se hace manifiesto, los agentes económicos reordenarán sus inversiones, pero en el ínterin se habrán perdido recursos muy valiosos [9]»[1]

Es lo que se ha llamado despilfarro de capital, porque al intervenir en el mercado a través de diferentes mecanismos el gobierno altera los indicadores económicos. Uno de esos medios de interferir en el mercado es la inflación, pero no es el único. Hay otras injerencias, como la fijación de precios políticos a bienes (entre los cuales está la moneda) y servicios. Los errores vendrán dados porque los inversores calcularán sobre precios previamente falseados.  En otros términos, sobre precios políticos y no de mercado. De alguna manera, cabria incluir en términos generales aquellos precios (que son resultado de distorsiones creadas por la inflación) dentro de la categoría de precios políticos de momento que la inflación sólo puede ser generada políticamente. Si bien los tradicionales precios políticos son los máximos y mínimos, por medio de los cuales los gobiernos pretenden fijar deliberadamente nuevos sistemas de precios, la inflación al distorsionar los precios de mercado produce un efecto similar, a veces involuntario por parte del funcionario a cargo de la máquina de imprimir dinero, otras veces voluntario. Pero si nos atenemos a los resultados, los precios resueltamente siempre sufrirán distorsión por motivos de origen político.

«Proposición 10: Las instituciones sociales suelen ser el resultado de la acción humana, pero no del designio humano. Muchas de las instituciones y de las prácticas sociales más importantes no son el resultado del diseño directo sino que son un subproducto de acciones que se realizaron para alcanzar otros fines. Un estudiante en el Medio Oeste (Midwest) de los Estados Unidos, que intenta llegar rápido a clase durante el mes de enero (invierno boreal), a fin de evitar el frío decide tomar un atajo a través de un jardín en lugar de seguir el camino más largo alrededor del mismo. Al haber acortado su trayecto caminando por el jardín, el estudiante ha dejado algunas huellas en la nieve; en la medida en que otros estudiantes sigan estas huellas, harán que las marcas en el camino queden cada vez más definidas. Aunque el objetivo de cada uno de estos estudiantes es simplemente llegar a clase tan pronto como sea posible, y evitar así las frías temperaturas, en el proceso han creado un sendero en la nieve que, de hecho, sirve a otros estudiantes, que arribarán más tarde, para alcanzar su objetivo más fácilmente. La historia del “sendero en la nieve” viene a ser un ejemplo gráfico de lo que es un “producto de la acción humana, que no es resultado del designio humano” (Hayek, 1948, p. 7).»[2]

El propósito no fue crear un camino, sino llegar más rápido al lugar de destino. De la misma manera y siguiendo lo que dijimos antes, cuando los gobiernos emiten moneda, muchas veces su intención no es causar inflación, sino que, vía de doctrinas económicas erróneas y creyendo que el dinero es riqueza en sí mismo, quieren dotar a la gente de mayor poder de compra, cuando en realidad están ocasionando el efecto inverso. Este fenómeno que también se denomina de las consecuencias no intentadas o no queridas, sucede en muchos ámbitos de la vida, no sólo en el económico como ese ejemplo de la cita comentada lo ilustra bien.

Friedrich A. von Hayek ha trabajado mucho sobre esta idea y la ciencia económica le debe grandiosas contribuciones. Pero su precursor fue -sin lugar a dudas- Adam Smith, quien ya en 1776 introduce la teoría en su obra magna «La riqueza a de las naciones» a través de su célebre metáfora (tantas veces tan malinterpretada) de «la mano invisible». Por ella, no es la beneficencia lo que anima a la gente a intercambiar sus productos con los de otras personas, sino que lo son motivaciones egoístas, entendido este término como de interés propio, y no con el sentido estrecho que normalmente se le da. En el caso, no está en el designio de los hombres trabajar y producir para beneficiar a otros, por ejemplo, el objetivo primordial del empleado en su empleo no es laborar para favorecer a su patrón, sino hacerlo para recibir una paga por ello. Y a la inversa, muchas veces la solidaridad en lugar de ayudar a su destinatario lo perjudica.

Pero las injerencias estatales en el perímetro de la economía son los ejemplos más claros donde ello sucede. Así, el llamado «estado de bienestar» o «benefactor» está inspirado en la proposición de que el gobierno debe dotar a la gente de recursos para su felicidad y abundancia.

«La economía de mercado y su sistema de precios son ejemplos de un proceso similar. Las personas no se proponen crear el complejo entramado de intercambios y señales de precios que constituyen una moderna economía de mercado. Su intención, simplemente, es mejorar la propia situación vital, pero sin embargo su comportamiento da como resultado el sistema de mercado. El dinero, el derecho, el lenguaje, la ciencia, entre otros, constituyen fenómenos sociales cuyo origen no obedece al designio humano, sino a las personas que se esfuerzan en lograr su propio progreso, y que durante ese proceso generan un resultado que beneficia al todo social [10] «[3]

Este es -como también ha explicado F. v. Hayek- un mecanismo espontáneo o -en sus propias palabras- un orden espontáneo, expresión que, a primera vista, resultaría contradictoria pero que, sin embargo, lejos está de serlo como la menor experiencia puede comprobar. Por ejemplo, «El dinero, el derecho, el lenguaje, la ciencia» y otras instituciones sociales no fueron fruto de la premeditada decisión, ni de una persona, ni de un grupo de ellas, sino consecuencia de la acción humana, que, si bien indudablemente siempre es intencional en mira de resultados individuales, en sus consecuencias sociales no lo es.

[1] Peter J. Boettke. *Hacia una Robusta Antropología de la Economía**La Economía Austriaca en 10 Principios* Instituto Acton Argentina. Trad: Mario Šilar.

[2] Boettke, P. ibidem

[3] Boettke, P. ibidem

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

 

La Escuela Austríaca de Economía (5° parte)

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/04/la-escuela-austriaca-de-economia-5-parte.html

 

«Proposición 5: El sistema de precios es un medio de economizar la información que la gente necesita procesar para la toma de decisiones. Los precios sintetizan los términos de intercambio en el mercado. El sistema de precios transmite a los participantes en el mercado la información relevante, ayudándoles a obtener ganancias mutuas mediante el intercambio.»[1]

El sistema de precios es una especie de filtro que depura todo tipo de información, descartando lo que podríamos llamar la «información basura», es decir, la que no es relevante para la toma de elecciones, de los datos que si resultan de verdadera importancia y claves para que los operadores del mercado tomen sus arbitrajes finales. Si este sistema se adultera enviando señales distorsionadas, por factores ya sean endógenos o exógenos, es como un tablero de señales (como lo denominara Friedrich A. von Hayek) empieza a fallar y emitirá indicaciones falsas o -al menos- deformadas que impedirá que los agentes económicos adopten las mejores y más oportunas determinaciones.

«De acuerdo con el famoso ejemplo de Hayek, cuando la gente se da cuenta que el precio de la hojalata ha subido, no necesita saber si la causa está en el aumento de la demanda de hojalata o en la disminución de la oferta. En cualquier caso, el aumento en el precio de la hojalata hace que la gente tienda a economizar su uso.»[2]

Esta economización del uso de la hojalata operará como en sentido contrario, es decir, bajará la demanda por hojalata, lo que hará que el precio de la misma también tienda a bajar. Es la señal que el precio trasmite al público enviando el mensaje de que el precio está demasiado alto a lo que estaba en algún momento anterior, lo que combinado por la comunicación contraria que el mismo precio envía a los productores y comerciantes del producto, los incentiva a estos últimos a invertir en el sector, con lo que la oferta aumentará y el precio se reducirá hasta el punto en que confluyan oferta y demanda y -al precio del mercado- toda la producción efectiva será vendida.

«Los precios en el mercado cambian rápidamente cuando varían las condiciones subyacentes, lo que conduce a que las personas se ajusten rápidamente a las nuevas circunstancias.»[3]

De no haber precios la gente debería invertir una cantidad de tiempo y esfuerzo muy considerable para averiguar cuál sería, y el costo de lo que necesita, y donde encontrarlo, tal y como sucedía en la lejana época del trueque, y en los países comunistas y socialistas en donde los precios no existían o estaban fuertemente desfigurados. Para que el sistema funcione es necesario que preexista propiedad privada de los bienes de producción y de consumo, y la presencia de un mercado libre de regulaciones estatales. Sin estas dos condiciones los precios no aparecen o se falsean, al extremo tal que ya no cumplen su función orientadora.

«Proposición 6: La propiedad privada en los medios de producción es una condición necesaria para la racionalidad del cálculo económico. Los economistas y los científicos sociales han reconocido desde hace largo tiempo que la propiedad privada provee de poderosos incentivos para la asignación eficiente de los recursos escasos. Pero los simpatizantes del socialismo pensaron que el sistema socialista podía superar los problemas de incentivos mediante la transformación de la naturaleza humana. Ludwig von Mises demostró que incluso si se asumiera que la transformación de la naturaleza humana fuera posible, el socialismo fracasaría debido a la incapacidad de los planificadores económicos de calcular racionalmente el uso alternativo que se les otorgue a los recursos [5]»[4]

Como hemos explicado tantas veces, la propiedad privada es un hecho de la naturaleza, surge de la evidencia que los recursos son escasos frente a las necesidades humanas que son ilimitadas. Esta circunstancia insoslayable, que brota de la más pura realidad de la observación del mundo natural en el que vivimos, impone a los seres vivos la necesidad de economizar los recursos habidos, al punto de evitar su consumo irracional. A diferencia de los animales (exceptuando algunas variedades que tienen la extraña propensión a economizar recursos como el hombre) el género humano no sólo debe economizar, sino también debe reponer lo que consume y provisionar para el consumo futuro, lo que -en un mundo de escasez- sólo es posible mediante la apropiación de ciertos recursos, que pueden más tarde ser intercambiados por otros más elaborados y que -a su vez- sean útiles, tanto para el consumo inminente como para el futuro a través del adecuado aprovisionamiento. Sólo mediante la propiedad privada ello puede ser posible, y pese a que se han ensayado (unas mil veces) sistemas alternativos de propiedad común, estos han demostrado recurrentemente su más completo fracaso.

«Sin propiedad privada en los medios de producción, sostuvo Mises, no habría mercado para los medios de producción y, por lo tanto, no habría precios monetarios para los medios de producción. Sin precios monetarios que reflejaran la escasez relativa de los medios de producción, los planificadores económicos serían incapaces de calcular racionalmente el uso alternativo de los medios de producción.»[5]

En un célebre ejemplo -que da el profesor Alberto Benegas Lynch (h)- los directores comunistas y socialistas no sabrían si es más económico pavimentar los caminos con oro o con cemento, ya que no les sería posible conocer sus escaseces relativas por obra de la falta de precios. Pero los precios son una consecuencia no una causa, dado que dependen de la efectividad de los mercados que, a su turno y en escala ascendente, son accesorios de la precedencia de propiedad privada de los medios de producción.

La teoría de la imputación -por su lado- demuestra que de nada vale sostener que, conservando la propiedad privada de los bienes de consumo puede eliminarse la de los medios de producción, porque los precios están determinados en cada eslabón de la cadena productiva y de comercialización, desde el producto final y en forma empinada, hasta el bien de producción originario.

[1] Peter J. Boettke. *Hacia una Robusta Antropología de la Economía**La Economía Austriaca en 10 Principios* Instituto Acton Argentina. Trad: Mario Šilar

[2] Boettke, P. ibidem

[3] Boettke, P. ibidem

[4] Boettke, P. ibidem

[5] Boettke, P. ibidem

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

La Escuela Austríaca de Economía (2° parte)

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2019/03/la-escuela-austriaca-de-economia.html

 

«Muchas de las ideas de los principales economistas austriacos de mediados del siglo XX, tales como Ludwig von Mises y F.A. Hayek están fundadas en las ideas de economistas clásicos tales como Adam Smith y David Hume, o en las de algunas figuras de principios del siglo XX como Knut Wicksell, además de Menger, Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser.»[1]

Confluyen en las vertientes de la Escuela la de los autores clásicos de los cuales aquí solo se dan algunos pocos nombres. Habría que agregar a Edmund Burke, Adam Ferguson, John Locke, Herbert Spencer y varios otros más que, desde posturas más o menos afines, confluyeron en un núcleo de ideas que daría punto inicial a la Escuela Austríaca de Economía. No obstante, se pueden encontrar algunos denominadores comunes en la diversidad de los nombres citados. Y esos puntos coincidentes son la coincidencia de todos ellos en la necesidad de la libertad y la propiedad privada como basamentos de toda economía sin las cuales ninguna economía podría llegar a merecer ese nombre. De todos ellos, Ludwig von Mises es quizás el más enfático a este último respecto.

«Esta diversidad de tradiciones intelectuales en la ciencia económica es todavía más evidente entre los economistas de la Escuela Austriaca en la actualidad, quienes han recibido la influencia de algunas de las figuras más relevantes de la economía contemporánea. Estos incluyen a Armen Alchian, James Buchanan, Ronald Coase, Harold Demsetz, Axel Leijonhufvud, Douglass North, Mancur Olson, Vernon Smith, Gordon Tullock, Leland Yeager y Oliver Williamson, además de Israel Kirzner y Murray Rothbard. Mientras que algunos pueden afirmar que una única Escuela Austriaca de economía opera dentro de la profesión económica en la actualidad, también se podría argumentar con cierta sensatez que el rótulo “austriaco” ya no posee ningún significado sustantivo.»[2]

Ciertamente el rótulo «austríaco» ha perdido todo su significado como para designar con precisión los postulados de la escuela, pero resulta ser que ha alcanzado su arraigo a través de una tradición que se mantiene en nuestros días y resulta bastante difícil de erradicar. Maxime si se tiene en cuenta -como bien dice el párrafo – la multiplicidad de aportes que han realizado a la escuela intelectuales que -en principio- son ajenos a la misma o empezaron siéndolo y finalmente terminaron adhiriéndose a sus proposiciones. Algunos autores, como el profesor Alberto Mansueti, han preferido -con acierto a nuestro juicio- utilizar las palabras «escuela austriana» y referirse a sus miembros como «austrianos». De todas maneras, más que de las etiquetas, nos interesa ocuparnos de los contenidos, y en este sentido las contribuciones de todos los mencionados (faltan muchos nombres más, por cierto) son de una importancia y relevancia fundamental.

Veamos seguidamente algunas de las propuestas más relevantes de nuestra escuela:

«Proposición 1: Sólo los individuos eligen.  El hombre, con sus propósitos y planes, es el principio de todo análisis económico. Sólo los individuos eligen; las entidades colectivas no hacen elecciones. La tarea principal del análisis económico es hacer inteligible el fenómeno económico, apoyándolo en los propósitos y planes de los individuos. La tarea secundaria de la economía consiste en indagar las consecuencias no intentadas o no previstas que pueden surgir como consecuencia de las elecciones individuales.»[3]

Toda acción es individual y toda acción es fruto de una decisión, mucho o poco meditada, pero, siempre deliberada que es lo que va a desembocar en una acción, la cual -por definición- solo puede ser individual y humana. No hay actos no deliberados ni automáticos en el campo de la acción humana. Aun las conductas más impulsivas han sido fruto de un cierto grado de deliberación sobre la misma. De tal suerte que, no cabe sino metafóricamente hablar de acciones «colectivas» lo cual no es más que una impropiedad, tal como cuando de ordinario se alude a «decisiones» de países, naciones, gobiernos, sociedades, grupos, etc.». Sólo pueden concebirse estas últimas expresiones en un sentido puramente figurado, pero nunca literal. La acción siempre es humana y siempre es individual, no colectiva.

«Proposición 2: El estudio del orden del mercado versa fundamentalmente sobre el comportamiento de intercambio y las instituciones dentro de las cuales tiene lugar el intercambio. El sistema de precios y la economía de mercado se entienden mejor bajo el término “catalaxia”, y la ciencia que estudia el orden de mercado cae bajo el dominio de la “cataláctica”. Estos términos se derivan de la palabra griega katalaxia –que significaba la acción de intercambiar y convertir a un extraño en amigo, como consecuencia del intercambio. La cataláctica centra el análisis en las relaciones de intercambio que surgen en el mercado, la negociación que caracteriza el proceso de intercambio, y el contexto institucional en el que estos intercambios tienen lugar.»[4]

En un campo más amplio aún, toda relación social implica acciones de intercambio de todo tipo, pero esos intercambios (que pueden ser, incluso, de ejemplo, afectivo o familiares) adquieren interés para la cataláctica cuando se realizan por un precio, entendido como síntesis del entrecruzamiento de valores dispares que son, en suma, los que motivan a los agentes económicos a intercambiar. Es cuando alcanza sentido entonces esta última locución «agentes económicos». Para que exista cataláctica, entonces, han de haber relaciones de intercambio dentro de un proceso que se denomina de mercado. Los elementos de este proceso se distinguen como de oferta y demanda. Friedrich A. von Hayek ha caracterizado el sistema de precios como un tablero de señales que ofician de guía pare indicar -tanto a compradores como a vendedores- dónde existen escaseces relativas que son -en definitiva- los renglones a los cuales se orientarán los recursos, dando lugar a un mecanismo más: el de inversión.

Sin precios, sin propiedad privada y sin moneda, sencillamente, no hay mercado, y sin mercado no hay economía. Por eso, se dice que constituyen tres pilares fundamentales para la existencia de un verdadero sistema económico.

[1] Peter J. Boettke. *Hacia una Robusta Antropología de la Economía**La Economía Austriaca en 10 Principios* Instituto Acton Argentina. Trad: Mario Šilar

[2] Peter J. Boettke , Ibidem.

[3]Peter J. Boettke, Ibidem.

[4] Peter J. Boettke, Ibidem.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Gran riesgo de la política monetaria

Por Enrique Blasco Garma. Publicado el 6/3/19 en:  http://www.libertadyprogresonline.org/2019/03/06/gran-riesgo-de-la-politica-monetaria/

 

Los bancos emisores de monedas que son unidad de cuenta apuntan a una inflación mínima, tipo 2% anual. Es el caso de la Fed, BCE, y otros principales.

Las transacciones comerciales requieren una unidad de cuenta que mida valores y opere a lo largo del tiempo. Igual que necesitan al metro para medir longitudes y el gramo para pesos. La gran ventaja de las medidas fijas, impuestas con el sistema métrico decimal, es su constancia en el tiempo. Con esa finalidad, las monedas con menor inflación suelen ser unidades de cuenta, caso del dólar, euro, y un puñado de otras. En cambio, las monedas con elevada inflación (fuerte pérdida de valor) no sirven como unidad de cuenta. Con los 13 ceros suprimidos a las cinco monedas sucesivas, entre 1970 y 1992, el peso no es, ni puede ser, unidad de cuenta. Que siguió perdiendo. 100 pesos de hoy ya valen menos que 3 pesos de 2001.

Dinero electrónico y billetes argentinos

Explico en el libro Fin de la Pobreza, la esencia de un patrón de medida es su constancia. Por eso usamos al dólar. Contratamos en pesos sólo cuando lo imponen regulaciones estatales. En transacciones libres de esas limitaciones usamos al dólar, operaciones inmobiliarias, financieras y comercio exterior. Hasta BCRA reconoce al dólar como unidad de cuenta al medir reservas y comercio internacional. No siempre fue así. Antes del proceso inflacionario, BCRA publicaba las reservas y comercio internacionales en pesos.

Las autoridades y FMI debieran ser realistas y aceptar que el peso no es unidad de cuenta. Por eso los activos financieros en pesos son poco significativos mientras los activos financieros en divisas superan al 75% del total y el endeudamiento de los gobiernos y particulares argentinos en moneda extranjera es considerable. También los precios del comercio exterior, los combustibles y muchos bienes se determinan en dólares, aún los de producción local. Buena parte de los servicios públicos tienen costos dolarizados. Una sociedad que desespera por progresar está trabada por carecer de un sistema de precios firmes a lo largo del tiempo. Nos quieren imponer una moneda perdedora de valor y sujetarnos al vasallaje de la incertidumbre política.

Las variaciones cambiarias impactan la inflación, las tasas de interés, expectativas y los patrimonios. En esta realidad, la flotación cambiaria es suicida, pues precios internos, activos y empleos son alterados violentamente, comprobamos una vez más en 2018. Bastó un aumento reducido de compras privadas para derrumbar la estantería de proyecciones.

¿Qué hacer? BCRA y FMI han acordado una forma tosca de encarar esta cuestión. Desde el 1/10/2018 el BCRA no emite pesos para financiar al Tesoro ni a otros deudores. Y para evitar generar una excesiva restricción monetaria establece un valor mínimo para la cotización diaria del dólar, que se va actualizando a un ritmo del 2% mensual en el primer trimestre de 2019. Una cotización del dólar inferior a la mínima de la banda de intervención señala una indeseable contracción monetaria. Para paliarla, BCRA compraría dólares, emitiendo pesos, hasta el límite de la cantidad diaria establecida. Y seguiría comprando dólares y emitiendo pesos hasta tanto la cotización alcance el mínimo de la banda.

Si la cantidad de dinero circulante excediese en mucho a la demanda, un sobrante monetario tan descomunal que empujara al dólar por encima del límite superior de intervención, BCRA vendería dólares, hasta la cantidad diaria establecida, retirando pesos sobrantes. Eventualmente, la circulación se contraería hasta disminuir parte del exceso.  Una aproximación costosa, lenta, al voleo, al equilibrio monetario.

Esas reglas condenan a una insoportable volatilidad, saltos cambiarios, e inestabilidad monetaria. No puede sorprender sea imposible bajar la inflación, cuando las bandas de intervención suben a un ritmo del 2% mensual, alentando alzas de precios.

Si bien este programa mejora al anterior, las bandas para la intervención son excesivamente anchas y los límites en las cantidades autorizadas de compra y venta demasiado reducidas y tan rígidas que incluso tienen topes diarios.

Una sociedad con nuestras experiencias inflacionarias y sustantiva incertidumbre no puede aspirar a una demanda de base monetaria estable. La coyuntura conlleva variaciones significativas de las cantidades monetarias deseadas. Una forma de acotar esa incertidumbre sería angostar las bandas y aumentar las cantidades de intervención. Ventanas de compra y venta más estrechas y una sustancial ampliación de las cantidades diarias contempladas de intervención ayudarían a paliar la volatilidad del mercado monetario y las perspectivas económicas de manera más contundente. Los argentinos agradecidos.

 

Enrique Blasco Garma es Ph.D (cand) y MA in Economics University of Chicago. Licenciado en Economia, Universidad de Buenos Aires. Fue Economista del Centro de Investigaciones Institucionales y de Mercado de Argentina CIIMA/ESEADE. Profesor visitante a cargo del curso Sist. y Org. Financieros Internacionales, en la Maestria de Economia y C. Politicas, ESEADE.

Se abre una esperanza en la situación argentina

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 2/7/18 en: https://www.infobae.com/opinion/2018/07/02/se-abre-una-esperanza-en-la-situacion-argentina/

 

Como es de público conocimiento, este Gobierno viene a los tumbos en los temas medulares desde hace casi tres años. Puedo sintetizar que estos asuntos se refieren al gasto público elefantiásico, las regulaciones asfixiantes, impuestos insoportables, déficit total creciente, deuda estatal galopante y desbarajuste monetario y cambiario.

Este último tema puede estar en vías de solución. Por el hecho de repetir que la inflación monetaria hace estragos y que la pagan con especial contundencia los más débiles no cambia la validez de la afirmación que debe ser reiterada.

Como tantas veces he escrito, el problema radica en la misma existencia de la banca central, puesto que, aun con los funcionarios más probos y honestos, solo pueden decidir entre tres caminos: a qué tasa expandir la base monetaria, a qué tasa contraerla o dejarla inalterada. Cualquiera de los tres caminos alteran los precios relativos: serán distintos respecto a lo que hubieran sido de no haber mediado la intervención de la llamada autoridad monetaria. Si se supone que los funcionarios colocaran la base monetaria en los mismos niveles que la gente hubiera preferido, no tiene sentido la intervención para hacer lo mismo con ahorros de gastos administrativos y, además, el único modo de saber qué quiere la gente es dejarla actuar.

Y debe destacarse que el sistema de precios constituye la única forma de establecer señales para los operadores económicos al efecto de conocer dónde es más eficiente asignar los siempre escasos recursos. Desfigurar las señales deteriora la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general. Para resumir, la inflación genera pobreza.

La primara vez que escribí un ensayo extenso sobre la materia fue para el congreso anual de la Mont Pelerin Society, en Sydney, en agosto de 1986, titulado «¿Autoridad monetaria, regla monetaria o moneda de mercado?», ensayo que también presenté el mismo año en la reunión anual, en Mendoza, de la Asociación Argentina de Economía Política, que se publicó en sus anales. Por otra parte, mi discurso de incorporación a la Academia Nacional de Ciencias Económicos también versó sobre el mismo asunto: «Dolarización, banca central y curso forzoso».

De eso se trata ahora, según una noticia esperanzadora publicada por Infobae que alude a un contacto entre el actual gobierno y Steve Hanke, destacado profesor en Johns Hopkins University a quien conocí en los noventa, primero en México y luego en Buenos Aires. En aquellas oportunidades tuvimos muchas coincidencias y también mantuvimos algunas discusiones sobre la mal llamada convertibilidad, debido a la implementación sin reducir el gasto público, en un contexto de creciente deuda estatal interna y externa (mal llamada porque en la literatura económica alude al intercambio entre moneda-mercancía y el correspondiente recibo representado por el billete bancario y no un billete de un color por otro de color diferente, más bien política monetaria pasiva con tipo fijo). De todos modos, fuera de cuestiones semánticas, continuamos con nuestra correspondencia con Hanke referida a otras cuestiones de gran interés económico-financiero.

Puede decirse que no es el momento ideal para dolarizar, puesto que el futuro del dólar presenta ciertos nubarrones, pero es una manera de zafar del embrollo en que estamos y, además, si se eliminara el curso forzoso, queda abierta la posibilidad de encarar otros caminos, sea con una canasta de monedas u otra variantes más sólidas, eliminando simultáneamente el sistema nefasto de reserva fraccional en los bancos.

Hay otras experiencias de dolarizar en nuestra región como Panamá y Ecuador, ambos países con problemas de distinta índole, pero por lo menos se sacaron de encima el cáncer inflacionario. El contrafáctico es importante: aquellos problemas se hubieran agudizado de no haber mediado la dolarización.

Es de esperar que por lo menos en este caso se muestre algo de imaginación y coraje para enfrentar un flagelo que amenaza con arrastrar todo si no estamos atentos. El profesor Hanke cuenta con sobradas antecedentes exitosos en asesoramiento de gobiernos. No dejemos pasar esta nueva oportunidad que, en su caso, será un primer paso para salir del atolladero.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

UNA HERRAMIENTA PARA LOS NEGOCIOS

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Desde hace un tiempo se viene trabajando en una visión diferente de la tradicional en el mundo de los negocios. Como es sabido, originalmente la producción era íntegramente artesanal, luego se acoplaron instrumentos para facilitar esa producción, a raíz de la Revolución Industrial comenzaron las fábricas con el tiempo cada vez más dirigidas a la producción masiva, pero podría decirse que hasta recién en la década del cincuenta se mantuvo el muy difundido esquema de Taylor en cuanto a las estructuras verticales y jerárquicas en el contexto de la fabricación en serie.

 

A partir de la mencionada década se empezaron a cuestionar los organigramas que se traducían en la visión de que unos pocos eran los que poseían el monopolio del conocimiento y que su función consistía en impartir ordenes a los demás, incapaces de generar políticas constructivas dentro de la empresa. Muchas fueron las variantes ensayadas pero una de las más exitosas, ahora aplicadas en gran escala, especialmente por algunas petroleras, industrias siderúrgicas, empresas automovilísticas y alimenticias se denomina “market based management”.

 

Este procedimiento se sustenta en una extrapolación parcial del mercado abierto al interior de la empresa. A esta altura de los acontecimientos, a raíz de potentes contribuciones al significado del mercado se ha puesto en evidencia que el problema clave consiste no solo en saber que producir, a que precio y en que cantidades y calidades, sino, sobre todo, como hacerlo del modo más eficiente posible.

 

Para ello se ha demostrado una y otra vez que la institución de la propiedad privada resulta medular al efecto de asignar los siempre escasos recursos en manos de las empresas que mejor atienden las demandas de terceros. El consumidor al votar en el supermercado y afines va asignando sus recursos hacia las áreas y reglones que son de su preferencia, todo lo cual se lleva a cabo a través del sistema de precios que coordina los respectivos procesos.

 

En otra oportunidad he reiterado lo que ha exhibido John Stossel como un ejemplo de lo dicho. Imaginemos un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado y cerremos los ojos y vayamos en regresión lo más lejos que podamos para vislumbrar el proceso en cuestión. Los agrimensores que calculan los lotes en el campo, los alambrados y postes, los tractores y demás maquinaria, el sembrado, los fertilizantes, las fumigaciones, las cosechas, las caballos, las riendas, los rodeos, las mangas, los molinos y bebederos, el personal que trabaja con la hacienda etc. Nadie hasta el último tramo está pensando en la góndola del supermercado y el trozo de carne envuelto en celofán. Cada uno pensando en su interés personal logra una coordinación a través de los precios al realizar sus respectivos arreglos contractuales.

 

Imaginemos la cantidad enorme de empresas en sentido vertical y horizontal que ocuparon sus esfuerzos en base a segmentos de conocimiento siempre disperso y todo coordinado por el sistema de precios. Solo cuando irrumpen los arrogantes que concentran ignorancia al pretender controlarlo todo, surgen los faltantes y las descoordinaciones y desajustes hasta incluso que la góndola queda vacía, cuando no desaparece el propio supermercado.

 

En la media en que se interviene en los precios o se afecte el derecho de propiedad, la contabilidad y la evaluación de proyectos quedan desdibujadas. Cuando se evalúa un proyecto, necesariamente se deben tomar precios presentes y futuros (incluyendo la tasa de interés que es otro precio). Nada se gana con sostener que tal o cual proyecto es mejor por razones meramente técnicas: no tiene sentido la evaluación técnica sin contemplar precios de mercado. Hay muchas cosas que podrían fabricarse en base a la técnica disponible pero  resultan inviables porque son antieconómicas. Y si  los precios no reflejan las valorizaciones cruzadas entre compradores y vendedores se convierten en simples números dictados por los gobernantes del momento que nada significan desde el punto de vista económico. Si el control es total colapsa el sistema y solo puede mantenerse a punta de pistola.

 

Ahora bien, en vista de este proceso para aprovechar el conocimiento siempre disperso y fraccionado en el mercado es que algunos autores al principio y luego muchos se abocaron a la posibilidad de dividir la empresa en unidades de negocios en los que en la medida de lo posible se tiende a atribuir precios internos o precios sombra al efecto de incrementar la eficiencia y aprovechar el conocimiento e incentivar las eventuales iniciativas de todos los participantes.

 

La bibliografía con estas propuestas y similares en esta misma línea argumental referidas al proceso de aprendizaje en la empresa y, asimismo, el detalle de los métodos para implementarlos son al momento descriptas por infinidad de autores, tal vez los más destacados sean Ralph Stacey, David Parker, Jerry Ellig, Tom Peters, Charles Koch, Israel Kirzner, Tyler Cowen, Richard Klein, Peter Senge y Richard Langlois.  No es del caso en esta nota periodística describir los diversos métodos para lograr los antedichos objetivos, pero si es del caso mencionar brevemente la objeción principal referida concretamente a una de las sugerencias -la del “market based management”- que, como decimos, viene aplicándose con éxito.

 

En este sentido se ha dicho que debe diferenciarse lo que es un orden espontáneo como el proceso de mercado donde las múltiples metas son coordinadas por los precios, respecto de una organización que es deliberadamente construida aunque opere en el contexto de un orden espontáneo (el mercado). A esta argumentación se ha respondido que si bien la organización deliberada (la empresa) ha sido inicialmente constituida en base a una planificación expresa y precisa,  la marcha de la misma (su evolución y eventualmente su progreso) no pueden ser dirigidos sino sujetos a las indicaciones cambiantes del mercado y que lo dicho no quita que se busque maximizar internamente el conocimiento de quienes se desempeñan en la empresa.

 

Cuando la empresa estaba dominada por el paradigma del orden jerárquico resulta que no pocos economistas tomaron ese modelo para que políticos lo impongan desde el vértice del poder a los gobernados, sin embargo las contribuciones más recientes han seguido la vía inversa: han tomado la ventajas de la sociedad abierta para aprovechar conocimientos y la han  extrapolado a la empresa sugiriendo organigramas más planos y horizontales respecto a la tradicional estructura vertical y jerárquica que restaba información vital para la toma de decisiones.

 

En realidad las dos versiones de empresas apuntaban a lograr los objetivos de satisfacer la demanda,  el asunto decisivo consiste en saber cual es el camino más eficaz y allí es donde las propuestas relativamente recientes muestran superioridad al tomar en cuenta el conocimiento de los empleados y establecer incentivos y modos internos de operar que pongan en evidencia los mejores resultados posibles.

 

Para poner un ejemplo un tanto trivial de los inconvenientes de subestimar el conocimiento de cada uno de los empleados,  se cuenta que dos arquitectos muy conocidos habían construido un edificio de oficinas en torre y al terminarlos observaron que constantemente se producían cuellos de botella en la zona de los ascensores. El tema no lo podían resolver hasta que prestaron atención a lo que les sugirió uno de los que limpiaban los pisos del edificio que consistió en que colocaran más espejos al costado de la entrada de los ascensores lo cual contribuyó a disipar el problema de la congestión en la referida zona puesto que las personas se demoraban para mirarse en los espejos. En otro plano, es por eso que -para succionar conocimientos y detenerse en otras miradas ya que los que están en el asunto suelen empantanarse en torno a lo conocido- se suelen hacer brain stormings en la empresa con profesionales de las más diversas procedencias (por ejemplo, en bancos con historiadores y así sucesivamente para así despegarse de las miradas rutinarias).

 

La empresa se establece para evitar costos de transacción, lo cual no significa que no sea de gran provecho que unidades dentro de la empresa (sean primarias como la producción del bien o el servicio del caso o de apoyo como los servicios contables) y que se exterioricen  los valores con que contribuyen esas unidades a las metas de la empresa.

 

Este procedimiento siempre en el contexto de la mayor participación  posible dada la estructura horizontal, también hace de apoyo logístico  para minimizar las tensiones entre lo que en economía de la empresa se denomina la relación agente-principal sea del empleado con el empleador o de los directores y ejecutivos con los accionistas (es sabido que una de las armas de los accionistas para alinear los mencionados intereses es vender sus acciones que en  la medida en que se generalicen se reduce el valor de los títulos con lo que se abre la posibilidad de un take over).

 

Por otra parte, destaco que en no pocos estudios de administración  de negocios, sean de grado o posgrado, se excluyen los estudios suficientes de economía lo cual resulta esencial para el futuro empresario a los efectos de compenetrarse en el significado y las consecuencias de lo que inexorablemente lo rodea. Dejar de lado estos estudios y solo concentrarse en las técnicas de administración pasa por  alto el hecho de que esas técnicas carecen de sentido en el vacío.

 

La función empresarial  radica en detectar costos subvaluados en términos de los precios finales al efecto de sacar partida del arbitraje correspondiente, para lo cual la maximización del conocimiento interno a la empresa permitirá desenvolverse con mayor eficacia en el ámbito externo. Incluso el antes mencionado Charles Koch, principal accionista y CEO de una de las empresas de mayor facturación en Estados Unidos con filiales en sesenta países y con más de cien mil empleados, ha constituido una entidad (Charles Koch Institute) dedicada a faenas educativas entre las que se destaca el “market based management” para promover este procedimiento.

 

En resumen, el futuro no se conoce y para contar con los mayores elementos de juicio posibles es menester exprimir al máximo la información que poseen quienes trabajan dentro de la empresa que, como queda consignado, aunque de una  naturaleza diferente del orden espontáneo del mercado en el que opera, los empresarios deben esforzarse en lo dicho, lo cual se traduce en cuestionar todo en lugar de acatar ordenes y comandos desde arriba como era el paradigma tradicional en la empresa.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

El cálculo económico y el surgimiento del sistema de precios

Por Martín Krause. Publicado el 7/7/14 en: http://bazar.ufm.edu/el-calculo-economico-y-el-surgimiento-del-sistema-de-precios/

 

Los alumnos de Historia del Pensamiento Económico de la UBA leyeron a Ludwig von Mises, “El cálculo económico en el socialismo”y a F. A. von Hayek, “EL uso del conocimiento en la sociedad”. . Va un el comentario de un alumno, y luego preguntas de varios:

Hayek

“El artículo de Ludwig von Mises hace hincapié en los erróneos enfoques del “socialismo”y al fracaso de su proposición en cuanto al cálculo de los medios de producción. Está claro sin más, que no existe mundo donde puedan existir el capitalismo y el socialismo juntos. La historia nos ha enseñado que el capitalismo, mal o bien, nos marca un modo de vida o de pensar. Para la comunidad socialista el órgano de control deber ser unitario y esto no es positivo bajo ninguna esfera. Cada individuo deber ser quien decida a quien confiarle su capital y no que tomen la decisión por nosotros. El comportamiento socialista termina siendo un comportamiento anárquico más que la búsqueda del interés general.”

Aquí van sus preguntas, y las respuestas:

  1. Si el “fin” es el que domina la economía. ¿Cuál es el fin último de ésta?

Respuesta: Ninguno en particular, sólo que las personas alcancen los fines que se planteen.

  1. ¿El sistema de precios siempre nos da información perfecta? ¿Qué sucede con la información imperfecta que hay, por ejemplo, en el mercado de autos usados?

Respuesta: No, nada es perfecto, como dice Hayek, el conocimiento es incompleto y está disperso. Para resolver problemas de información imperfecta se desarrollan “instituciones” como la reputación, las marcas, las garantías, etc.

  1. Muchos modelos económicos tiene como supuesto el conocimiento perfecto por parte de los agentes. ¿Debería eliminarse este supuesto y partirse de un conocimiento imperfecto aunque ello implique que los modelos adquieran una considerable complejidad?

Respuesta: Claro, lo que importa es que el modelo permite entender la realidad.

  1. ¿No se podría decir que muchas veces el conocimiento que brinda el sistema de precios se ve dominado por especulaciones y variaciones en los mismos?

Respuesta: Sí, pero si se equivocan pierden por lo que tienen fuertes incentivos a que esa información sea correcta y al actuar, la revelan.

  1. ¿Es tan natural la creación del sistema de precios, o en verdad es el mismo hombre el que decide crearlo para simplificar el intercambio y así brindar un mejor conocimiento general para los individuos?Respuesta: Nadie pensó en eso, simplemente comenzaron a realizar intercambios. Es decir, no quiere decir que sucedió sin que nadie haga nada, sino que sucedió porque hacían intercambios pero sin que su objetivo fuera crear un “sistema de precios».

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Hay un modelo, y ése es el problema:

Por Martín Krause. Publicado el 26/6/13 en http://www.lanacion.com.ar/1595459-hay-un-modelo-y-ese-es-el-problema

Algunos critican al Gobierno diciendo que no tiene un «modelo» y que los problemas se originan en la impericia de los funcionarios. Discrepo: el «modelo productivo de matriz diversificada e inclusión social» existe y tiene en la Argentina una larga tradición intelectual que, incluso, abarca parcialmente a la oposición. Éste es el problema. ¿En qué consiste? Todo modelo es una construcción imaginaria basada en teorías que nos permiten, mejor o peor, interpretar la realidad. En el caso del modelo, estas teorías son las siguientes:

Mano visible contra mano invisible. Cuentan que el recién nombrado embajador soviético en Londres entró en una panadería y, asombrado por la variedad de panes y confites, pidió conocer al responsable de la distribución de esos productos en el Reino Unido. Se quedaron mirándolo sin poder contestar: no había nadie responsable, era la «mano invisible». Adam Smith presentó con esa metáfora la contribución más importante que hayan realizado las ciencias sociales: la existencia de «órdenes espontáneos» que coordinan las acciones de las personas sin que nadie lo dirija en particular. Incluso hizo referencia precisa a los panaderos: sostuvo que «no es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero de lo que esperamos nuestra cena, sino de sus miras al interés propio, y nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas».

El «modelo» cree que esos órdenes espontáneos pueden ser disciplinados con leyes, regulaciones o simples llamadas telefónicas. Así, por ejemplo, se ordena la realización de operaciones inmobiliarias en pesos cuando el uso generalizado de dólares es resultado de un orden espontáneo de quienes, hace décadas, buscaron proteger su capital contra la caída, generada por el mismo Estado, del poder adquisitivo del peso o de otras monedas que supimos tener.

El modelo cree en la mano visible y descree de las acciones libres de productores y consumidores. Por eso, ante la parálisis del mercado inmobiliario inventa un blanqueo y bonos en lugar de reconocer los dólares.

El precio del dólar es una orden . Un precio no es el resultado del acuerdo entre un comprador y un vendedor. El modelo cree que los vendedores ponen el precio que quieren. Por cierto, todos quisiéramos vender (productos o nuestro trabajo) al precio más alto posible; si no lo hacemos, es por la competencia.

Igualmente, el Gobierno cree que fija sus propios precios como le place, y siempre con buenas consecuencias. Ha fijado los precios de la energía por diez años y la consecuencia son millonarias importaciones de combustibles. Y qué decir del dólar. No es un precio, sino un «instrumento» de la política económica a ser fijado como estime Marcó del Pont (para el oficial) o Moreno (para el paralelo). Uno genera la caída de las reservas, el otro paraliza las inversiones. La oposición discrepa, pero del precio. Quisiera otro, más que un mercado donde el vendedor vea a qué precio consigue un comprador, y el comprador a qué precio consigue un vendedor.

La demanda empuja a la oferta . Pensemos qué le diríamos a alguien que nos sugiere, para consolidar nuestra situación económica y aumentar nuestros ingresos, ir al shopping y exprimir la tarjeta hasta el límite. Al menos, nos parecería raro. La visión tradicional, recibida en las familias de generación en generación, es que mejor tratamos de producir algo, de generar algún ingreso, de trabajar, y luego vamos a poder consumir, tanto más cuanto más hayamos producido.

Esta teoría tiene una larga tradición en la economía. Se la conoce como ley de Say (1767-1832), expresada así: «Toda oferta crea su propia demanda». Así expuesta parece ridícula, porque producir algo no quiere decir que su venta esté asegurada. Esta teoría fue ridiculizada por Keynes por otra razón, ya que si en el agregado la oferta y la demanda de bienes son iguales no se podría explicar aquellas situaciones en los que hay más de una o de la otra. Aunque luego se convirtió en un dogma: siempre hay que impulsar la demanda, con gasto público y emisión monetaria, la oferta ya la seguirá.

Por cierto, toda producción tiene como fin el consumo, pero su constante subsidio genera inflación, y cuando la gente decide que ya consumió suficiente o está muy endeudada y quiere ahorrar, llega la crisis. La ley de Say lleva a remover las barreras a la producción, sabiendo que esos mayores ingresos son la demanda que tan desesperadamente estamos buscando. Incluso desde el lado de la demanda, el mismo Keynes sugería que una forma de alentarla era reduciendo impuestos, no subiendo el gasto, algo que el keynesianismo luego olvidó.

Inflación y puja redistributiva . La inflación es resultado de la puja de distintos sectores para obtener una mayor porción del ingreso. Se responde a esto con «políticas de ingresos», es decir, control de precios y «moderación» de salarios. Según el modelo, la emisión de moneda no es causa de la inflación, sino su consecuencia: la autoridad monetaria expande la cantidad acompañando esta puja. Los empresarios, más que los sindicatos, son los responsables. Curiosamente, otros aspectos del modelo cierran las importaciones permitiendo que ese poder sea más fácil de ejercer.

Con menos regulaciones y barreras, la competencia entre los empresarios sería mayor, y buscarían bajar los precios y no subirlos. Con menos regulaciones laborales tampoco tendrían poder los sindicatos para esta puja. Todos estaríamos restringiendo nuestras conductas por la competencia.

Esta visión debería sostener que esa puja se convirtió en «híper-puja distributiva» a fines de los 80 y luego por alguna razón desapareció durante los 90. La explicación monetaria señala que la fuerte emisión y caída de la demanda de dinero nos llevaron a la hiperinflación y, al cortar ese chorro, la demanda se compuso y la inflación cayó.

El drama actual es que la visión «distributiva» lleva a la política monetaria como el Titanic directo al iceberg, y a la vieja puja, ésa sí, entre dólar y tasas de interés.

Enfermedad holandesa . Explica los tipos de cambio diferenciales y las retenciones a las exportaciones. Su nombre surge de la experiencia en Holanda con el descubrimiento repentino de gas natural en el Mar del Norte, que generó un fuerte ingreso de dólares, revaluando la moneda local y perjudicando otras producciones, que no podían competir a ese tipo de cambio. En el caso argentino, la soja cumple esa función, por eso se castiga a sus eficientes productores con retenciones y se protege a la industria con un tipo de cambio real más alto (difícil de sostener en el tiempo).

Holanda nunca aplicó retenciones o tipos de cambio múltiples; al poco tiempo aumentaba la productividad de los otros sectores y recuperaba su competitividad. Hoy gran parte de los países latinoamericanos están sujetos al mismo fenómeno, pero ninguno responde con esas medidas, salvo Venezuela. Si la moneda se revalúa hay actividades que sufren, pero también tienen la oportunidad de importar tecnología y mejorar su productividad para superar el trance. En vez de castigar a los eficientes (sojeros), ¿por qué no ayudar a los otros a que lo sean? El Estado debería resignar recursos y reducirles impuestos y cargas regulatorias. Así podrían competir. Pero el Estado se niega, nunca se reduce, a menos que colapse.

Muchos se preguntan por qué el Gobierno insiste en estas políticas cuando los datos de la economía develan su fracaso. La respuesta es que el Gobierno interpreta la realidad a través de estas teorías. De ellas se derivan luego los congelamientos de precios, la prohibición de comprar dólares para ahorrar o viajar, el blanqueo, el aumento del gasto público y la emisión monetaria.

Algunas de estas teorías son compartidas por dirigentes de la oposición, quienes en algunos aspectos incluso buscan ser «más papistas que el Papa». En consecuencia, un cambio de gobierno en 2015 no garantiza que se vayan a evitar la crisis del «modelo», a menos que ésta ocurra antes o su amenaza sea tan obvia que decidan dejar estas medidas de lado.

Lo que se requiere es un cambio de este modelo por uno que reconozca la importancia de las instituciones que encauzan los órdenes espontáneos hacia el progreso general, limitan la discrecionalidad y el abuso de la «mano visible» de los funcionarios, promueven la competencia y no los privilegios de los grupos de interés, avanzan en la descentralización, permiten contar con una moneda estable que facilita el comercio, la inversión y la disciplina fiscal. Se trata de cambiar las teorías, no sólo a las personas que las implementan.

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

La defensa de las libertades desde la política partidaria

Por Pablo Guido. Publicado el 12/12/12 en http://chh.ufm.edu/blogchh/

 Hace ya un año y medio que trabajo junto a un diputado nacional, Julián Obiglio. En la negociación para establecer las condiciones laborales le manifesté a Obiglio cuál era el criterio para asistirlo en los proyectos de ley o propuestas de políticas públicas: no ir en contra de las libertades individuales. Sabiendo que en política uno debe negociar y no seguir una estrategia de “todo o nada”. A veces los cambios marginales hacia el objetivo mayor, que las personas logren la mayor libertad posible, es la única alternativa dado el contexto. Mis consejos y sugerencias a Obiglio siempre fueron alumbrados por las ideas de la libertad, sabiendo que ella es un derecho fundamental por el cual vale la pena pelear.

Hace unos días se debatió en el Congreso el proyecto de ley de regulación del mercado de capitales, mediante el cual el gobierno logró imponer un marco legal que restringe aún más la libertad. Sin embargo, algunos pocos diputados como Obiglio fundamentaron, de manera simple y contundente, su rechazo al proyecto. Dicho rechazo se basó en la pérdida de libertades, en la necesidad que una economía tiene de mantener un sistema de precios, y puso en el debate la necesidad de hablar sin tapujos ni vergüenza del proceso de mercado.

En la situación actual de la Argentina, donde las libertades han sido restringidas ampliamente por el gobierno y por muchos partidos de “oposición”, la existencia de personas que se dedican a la política enarbolando la defensa de las libertades individuales es una ventana de esperanza. Acá, la intervención de Obiglio al momento de rechazar el proyecto de ley mencionado. A medida que pasa el tiempo confirmo que mi decisión de trabajar junto a Obiglio no fue equivocada.

Para terminar unas líneas de Hayek respecto a cuál debería ser el objetivo al que un liberal debería aspirar en el plano de la contienda política: “La tarea de una política de la libertad debe, por tanto, consistir en minimizar la coacción o sus dañosos efectos e incluso eliminarlos completamente, si es posible”. Julián Obiglio hace honor a esta tarea.

Pablo Guido se graduó en la Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Doctor en Economía (Universidad Rey Juan Carlos-Madrid), profesor de Economía Superior (ESEADE) y profesor visitante de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Investigador Fundación Nuevas Generaciones (Argentina). Director académico de la Fundación Progreso y Libertad.