Pensemos juntos en el concepto de la deuda pública externa

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 14/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/14/pensemos-juntos-en-el-concepto-de-la-deuda-publica-externa/

 

Adelanto que en el texto que sigue no estoy pensando en determinada circunstancia o en determinado país sino en la formulación de reflexiones que pueden aplicar a todos como un principio general de finanzas públicas circunscriptas al sector externo. Mucho menos estoy pensando en gobernantes que usan como pretexto la dificultad del repago de deudas para al poco tiempo volver a las andadas, siempre para financiar un aparato estatal gigantesco y creciente.

Cuando Thomas Jefferson estaba a cargo de la embajada estadounidense en Francia recibió la flamante Constitución de su país y dijo que si hubiera podido introducir un agregado hubiera sido la prohibición del gobierno de contraer deuda externa, pues eso afecta los patrimonios de futuras generaciones que no han participado en la elección del gobernante que contrajo la deuda.

En épocas contemporáneas el premio Nobel en economía James M. Buchanan ha consignado lo mismo vía sus sugerencias de reforma constitucional para imponer presupuestos equilibrados. Su énfasis sigue la misma línea argumental que Knut Wicksell sobre la inmoralidad de la deuda pública externa, principal aunque no exclusivamente en sus textos Public Principles on Public Debt y, con Robert Wagner, en Democracy in Deficit.

Sobre los privados que contraen deuda adquiriendo títulos públicos de los diferentes estados nada hay que objetar, dadas las alternativas disponibles eligen proceder de esta manera en vista de los intereses y los reembolsos del capital que se prometen y asumen los riesgos correspondientes, especialmente respecto a insolvencias gubernamentales.

El análisis referido a organismos internacionales de carácter estatal tiene sus bemoles en el sentido de que son financiados coactivamente con recursos provenientes de los contribuyentes de diversos países. Es pertinente detenernos un minuto en el caso del Fondo Monetario Internacional al efecto de ilustrar el punto.

Antes he escrito sobre el FMI pero es del caso reiterar lo dicho en este contexto. Esta entidad fue una creación en Breton Woods inspirada por John Dexter White y John Maynard Keynes, primero como banquero de banqueros centrales y luego como prestamista.

Entre otros, al decir de economistas de la talla de Peter Bauer, Doug Bandow, Robert Barro, Karl Brunner, Ronald Vauvel y Raymond Mickesell, esa institución sirve para financiar a gobernantes ineptos que cuando están por renunciar o, empujados por la realidad a revertir sus fracasadas políticas estatistas reciben cuantiosos recursos a bajas tasas de interés con períodos de gracia al efecto de continuar con aparatos estatales sobredimensionados a los que generalmente aconsejan incrementar aun más las cargas impositivas y otras medidas al efecto de equilibrar sus presupuestos, pero no reducir el tamaño del Leviatán.

Sostienen estos profesionales que ese ha sido el caso repetidamente en Argentina, México, Bolivia, Republica Dominicana, Haití, Indonesia, Irak, Pakistán, Tanzania, la ex Camboya, Filipinas, Ghana, Nigeria, Sri Lanka, Zambia, Uganda, El Salvador, Egipto y Etiopía. En este contexto Harry Johnson ha consignado que “el llamado nuevo orden internacional no es nuevo, ni orden ni internacional sino que es una copia del mercantilismo del siglo XVI”.

En su visita a Buenos Aires, Yuri Yarim Agaev, enviado por Vladimir Bukouvsky -uno de los más destacados disidentes de la ex Unión Soviética junto con Alexander Solzhenistin- informó que luego del derrumbe del Muro de la Vergüenza liberales rusos estuvieron a punto de acceder al gobierno “si no fuera por la apresurada irrupción del FMI que dotó de millones de dólares a miembros de la nomenclatura de donde finalmente surgió el actual gobierno”.

Fue muy difundido el caso del general Mobutu Sese Seko, quien usurpó el poder en Zaire, el mayor receptor de ayuda por parte del FMI en relación a su población. El poder de Mobutu fue absoluto condenando a la gente a los suplicios más horripilantes en un contexto de saqueo permanente que permitió que ese sátrapa acumulara una fortuna de ocho mil millones de dólares de esa época.

Entonces, debido a su antes referida trayectoria y a la fuente de recursos de la que echa mano es que autores como los mencionados al comienzo de esta nota sugieren la liquidación de esa entidad, a los que debe agregarse el jugoso ensayo de Anna Schwartz titulado “Es tiempo de terminar con el FMI y el Departamento de Estabilización del Tesoro” y los suculentos libros, por una parte, de Melvyn Krauss titulado Development Without Aid y, por otra, el de Dambisa Moyo titulado Cuando la ayuda es el problema en los que se detallan innumerables casos patéticos de países que reciben cuantiosos recursos en medio de corrupciones alarmantes y dislates económicos fomentados por la ayuda que, como queda dicho, proviene coercitivamente de bolsillos ajenos.

En esta secuencia que presentamos es importante subrayar que no resulta apropiado establecer un correlato de la deuda pública con la privada en cuanto al retorno sobre la inversión en el sentido de evaluar las ventajas de abstenerse de consumir en el presente para la obtención de beneficios en el futuro. En primer término porque no hay tal cosa como “inversión pública”, ya que la naturaleza de la inversión es necesariamente voluntaria al estimar ventajas futuras en relación al presente por lo que se procede a ahorrar y a colocar esos recursos. El uso de la fuerza en la exacción de fondos nunca puede traducirse en inversión; “inversión forzosa” constituye una contradicción en los términos. De lo que se trata en el ámbito gubernamental es del gasto corriente o el gasto en activos fijos pero, como decimos, no tiene sentido ni rigor alguno la parla de “inversión pública”. Si se le arrancara la billetera al lector y el asaltante dijera que le invertirá el fruto del asalto para beneficio del asaltado, quedaría clara la incoherencia puesto que el titular le hubiera dado otro destino al fruto de su trabajo y aun en el supuesto que le hubiera dado el mismo queda el perjuicio del atropello (por otra parte, la única manera de definir preferencias es dejar que el dueño de los recursos las manifieste).

Viene ahora otro asunto también de gran trascendencia y es que todo compromiso efectuado libre y voluntariamente debe ser honrado por quien lo contrajo. En nuestro caso, todas las promesas de repago por préstamos concedidos deben cumplirse, de lo contrario los incumplidores deben sufrir las sanciones correspondientes sin atenuantes.

Pero el asunto adquiere características diferentes si se compromete por la fuerza el patrimonio de personas que no han dado su consentimiento. La conclusión de marras queda clara en las relaciones particulares pero es pastosa cuando es el gobierno el que asume compromiso en nombre de los gobernados.

A esta altura es pertinente detenerse en lo que se conoce en la ciencia política como “el contrato social”, esto es un acuerdo tácito o implícito por el que los gobernantes proceden en concordancia con el resto de los miembros de la sociedad.

También en otra oportunidad he escrito sobre este tema, pero también se hace necesario reiterar parte de lo dicho. Desde Hobbes en adelante, hay una larga tradición que acepta la existencia de un así llamado “contrato original” para la constitución del monopolio de la fuerza, lo cual ha sido refutado enfáticamente por autores como James Burckhard quien llega a la conclusión que “La hipótesis contractual para explicar la fundación de un Estado es absurda” (en Reflexiones sobre la historia universal), en el mismo sentido John Stuart Mill escribió que “la sociedad no está fundada en un contrato” (en On Liberty) y, por otra parte, Joseph Schumpeter afirma que “La teoría que asimila los impuestos a un club o la adquisición de servicios, por ejemplo, de un médico, solamente prueba lo alejada que está esta parte de las ciencias sociales de la aplicación de métodos científicos” (en Capitalismo, socialismo y democracia).

Como explica David Hume, se trata de una ficción por la que nada obliga a los miembros de la comunidad a atender un andamiaje inventado que pretende justificar cierta estructura institucional, así dice: “Es evidente que ningún contrato o acuerdo fue expresamente establecido […este supuesto] no está justificado por la historia ni por la experiencia de ningún país del mundo […] Se dice que al vivir bajo el dominio de un príncipe, todos los individuos han dado un consentimiento tácito a su autoridad por el que prometen obediencia” (en su ensayo titulado “On the Social Contract”). Y en otra obra, el mismo autor concluye: “Si se preguntara a la mayor parte de la gente de una nación si han consentido a la autoridad de sus gobernantes o si han prometido obedecerles, estarán inclinados a pensar de un modo extraño de quien formula la pregunta” (en A Treatise on Human Nature).

En una dirección similar y con mayor extensión, R. E. Barnett apunta que “aquellos que justifican el deber de obedecer la ley en base al ´consentimiento de los gobernados´ deben explicar exactamente como y donde we the people -usted y yo y todos los demás- consentimos en obedecer las leyes [de la jurisdicción en la que vivimos]” (en The Righs Retained by the People) y a continuación en la misma obra afirma que no puede argumentarse seriamente que uno está representado cuando es derrotado el candidato que hemos votado ya que no estamos representados por los actos del gobierno del oponente, justamente el candidato que votamos en contra. Y continúa diciendo que incluso si ganara el candidato que hemos votado, no quiere decir que adhiramos al sistema puesto que eventualmente podemos solo intentar la minimización del mal, para no decir nada de los que no votan o votan en blanco, precisamente como señal de protesta o simplemente porque la legislación hace obligatorio el voto.

Seguidamente escribe Barnett que cuando se hace referencia a un sistema en el que se consiente algo, esto quiere decir que se puede no consentir, de lo contrario pierde por competo el sentido de “consentir o acordar”. Sigue diciendo el mismo autor que en nuestros sistemas políticos resulta muy curioso que se repita que los ciudadanos están “consintiendo” cuando no hay manera de expresar el no consentimiento: “Cara, usted consiente, seca también consiente, no se tira la moneda, ¿adivine qué? Usted también consiente. Esto no es consentir”. Por último Barnett pone de manifiesto el pseudoargumento de que se “consiente” por el mero hecho de haber nacido en tal o cual país, lo cual presupone que el gobierno es el dueño del país en cuestión y del lugar donde uno vive, razonamiento que pretende un correlato del todo improcedente “como si se estuviera viviendo en la casa de otro”. Además, como marcan Michell y Simmons, “los votantes no pueden discriminar entre promesas específicas y deben descansar en promesas generales que no pueden legalmente hacerse cumplir” (en Beyond Politics. Markets, Welfare and the Failure of Buracracy).

Pero a los efectos del argumento supongamos que la ficción del contrato original no fuera tal, ¿el atropello gubernamental no tiene límite? Supongamos que el gobierno decide con apoyo del voto popular decapitar a los rubios. ¿Ellos tiene que ofrecer mansamente sus cabezas? En el caso que nos ocupa en esta nota periodística, cierro con varias preguntas que giran en torno al mismo asunto crucial para que pensemos juntos en posibles respuestas con los lectores: ¿La gente debe aceptar hacerse cargo de cualquier volumen de deuda contraída por su gobierno? ¿No hay límite alguno? ¿Incluso si proyecciones razonables muestran que los pagadores del futuro quedarán literalmente exhaustos sin recursos por ser exprimidos por sus gobiernos para “honrar la deuda”? Siempre hay pensamientos iniciales que pueden eventualmente cambiar paradigmas; esto viene ocurriendo desde el arco y la flecha, que si no se hubiera aceptado estaríamos aun solo con el garrote.

La última vez que lo invité a Buchanan a Buenos Aires se pronunció en los medios por repudiar la deuda pública externa contraída por gobiernos de facto; ahora nos preguntamos si hay limitaciones para el volumen de la deuda gubernamental también en gobiernos considerados de jure. Soy consciente de que estos interrogantes alarmarán al espíritu conservador atado al statu quo. De todos modos, el asunto amerita ser tratado. Es para pensar y también para debatir con colegas. Suele ocurrir que de estos intercambios surgen criterios prudenciales de gran fertilidad.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

El «ogro» monopólico

Por Gabriel Boragina. Publicado el 6/3/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/03/el-ogro-monopolico.html

 

En materia económica existe un «fantasma» que continuamente es esgrimido por todos aquellos que se declaran «defensores» de la intervención del gobierno en la economía, y que -en consecuencia- propician posiciones socialistas como las ideales para liberar a la gente de tan «pavoroso espectro». Ese «monstruo» económico constantemente blandido en los discursos de políticos, comentarios periodísticos, aulas universitarias, y hasta en reuniones familiares y de amigos, no es otro que el «malvado» monopolio. Sin embargo, el monopolio está lejos de ser aquel «ogro feroz que se devora a los niños», si es que se hacen las distinciones adecuadas acerca de lo que se quiere significar con dicho vocablo.

«Respecto de las situaciones de monopolio mencionadas debe señalarse que hay dos tipos de monopolios. El artificial y el natural. El primero opera en base a dádivas que recibe de los gobiernos y, por tanto, explota a los consumidores. El segundo significa que, dadas las circunstancias imperantes en todo el planeta, al momento, el oferente en cuestión es el mejor. Es importante subrayar que el progreso está muy ligado a este tipo de monopolio: cada invento y descubrimiento es una situación de monopolio. Si, en éste sentido, se impusiera una ley antimonopólica, significará una prohibición para progresar puesto que nadie podría instalar una nueva empresa en un nuevo rubro a menos que exista una segunda (?). Por último, nadie en el mercado cobra el precio que quiere, se tenderá a cobrar el más alto que se pueda, lo cual es sustancialmente distinto. El precio del monopolista natural será siempre el de mercado, los precios máximos, la fijación de márgenes operativos o el establecimiento de cuotas compulsivas produce los mismos efectos nocivos que los que se producen cuando hay varios compitiendo en el mercado. Cuando se alude al mercado abierto no se afirma que debe haber varios, uno o ninguno operando. Simplemente se afirma que el mercado debe estar abierto.»[1]

Bien visto, toda circunstancia comienza siendo monopólica. Los actos más triviales de la vida comenzaron siendo únicos y exclusivos de alguien. Todo tuvo y sigue teniendo una primera vez y un actor único e irrepetible que fuera su autor. El monopolio es un escenario cotidiano que se da en la vida diaria con mucha más frecuencia que con la que lo imaginamos, y está lejos, muy lejos de ser algo perverso, excepto en el caso de que se trate de un monopolio artificial, ya que el principio que inspira a todo monopolio artificial es el de encontrarse respaldado por el uso de la fuerza, lo que lo hace particularmente dañino. No es pues, la mera condición de «monopólico» lo que hace de un acto o producto algo bueno o malo en sí mismo, sino que lo que determina la «bondad» o «maldad» de cualquier monopolio es su mismo origen, esto es si es fruto espontáneo del mercado (o sea de la libre elección y determinación de la gente) o si bien –en contrario- es obra de una imposición, ya sea de un particular amparado por el uso del poderío gubernamental, o bien de la autoridad estatal misma constituida en monopolio o concediendo licencias para el uso, la detentación o explotación de determinado bien o servicio. Esto es, en rigor, lo único que ha de tomarse en consideración en cuanto a este tema.

Socialistas e intervencionistas, en general, suelen «alegar» contra el monopolio ciertos falsos remedios como los nominados el de «la industria incipiente», el dumping, y otras muchas falacias de ese tipo. Pero:

«En resumen, en el análisis económico no tienen asidero los argumentos de la industria incipiente, el dumping y las derivaciones como las del monopolio esgrimidas para imponer restricciones al comercio. Jacques Rueff no considera pertinente que los gobiernos lleven las estadísticas del comercio exterior porque mantiene que esto se traduce en una tentación para intervenir. Esta sugerencia refuerza la posibilidad que «el sector externo» se trate igual que el interno donde nunca se producen problemas de balance comercial ni balance de pagos debido, precisamente, a la ausencia de aduanas interiores y controles de cambios. Un río, una montaña o una frontera política no modifican las relaciones causales de la economía.»[2]

Por lo que el «argumento» del combate a los monopolios mediante políticas de comercio exterior también deviene falaz. La mejor defensa hacia los monopolios de cualquier tipo es el libre mercado, que opera sus propios mecanismos contra los monopolios naturales (que en sí mismos nada tienen de malo, ni moral ni económicamente hablando, ya que son monopolios nacidos de la voluntad y del deseo de todos aquellos consumidores que -mediante sus compras y abstenciones de comprar- elevaron -probablemente sin proponérselo- a determinado producto, comercio y empresa a la condición de un monopolio). Lamentablemente, el mercado cuando es obstruido, obstaculizado o directamente anulado por parte de los gobiernos, nada puede hacer frente a los monopolios genuinamente dañinos, esto es los monopolios gubernamentales (o como los llama el autor citado, artificiales) dado que estos últimos monopolios -que constituyen la mayor parte de los monopolios existentes en el mundo- están legalmente blindados frente de los mecanismos saneadoras del mercado. En consecuencia, esta clase de monopolios tiene a sus anchas el campo abierto para perjudicar a todos los consumidores en su conjunto, y no solamente a aquellos que necesitan el producto o servicio monopolizado.

«En la década que ahora termina han estado de moda las llamadas “privatizaciones”. Prima facie esto daría la impresión que la gente pueda elegir el proveedor de su agrado. Pero no es así. Estas peculiares “privatizaciones” se han traducido las más de las veces en traspasos de monopolios estatales a monopolios privados con lo que, en muchos casos, la explotación ha sido mayor, especialmente a la gente más necesitada: tarifas más elevadas y, simultáneamente, impuestos y endeudamiento creciente, déficit fiscal en aumento y manipulaciones monetarias de diversa índole.»[3]

El autor se refiere a la década de los años 90. En la actualidad –debemos apuntar- la situación no es muy diferente a la señalada en la cita que comentamos.

[1] Alberto Benegas Lynch (h) Entre albas y crepúsculos: peregrinaje en busca de conocimiento. Edición de Fundación Alberdi. Mendoza. Argentina. Marzo de 2001. pág. 453

[2] A. Benegas Lynch (h) Entre albas y….. ob. Cit. Pág. 454

[3] Alberto Benegas Lynch (h) «Economía, libertad y globalización». Especial para la Fundación Adenauer. pág. 2

 

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

¿PARA QUE SIRVEN LOS ARANCELES?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Es por cierto increíble que después de más de tres siglos en los que a partir de Adam Smith se ha probado una y mil veces la inconveniencia mayúscula de los recargos y trabas aduaneras, parece mentira decimos que se siga porfiando en la introducción de aranceles.

 

Vamos a dividir nuestro análisis en diez puntos ya que el decálogo tiene buena prensa y al efecto de intentar hacer el asunto lo más didáctico posible.

 

  1. Todo arancel o tarifa aduanera significa mayor erogación por unidad de producto, es decir, de los siempre escasos recursos habrá que destinar un monto mayor para adquirir un bien o un servicio que puede comprarse más barato y de mejor calidad. Esto significa necesariamente que se reduce el nivel de vida de los habitantes del país cuyo gobierno procede a instalar las referidas trabas al comercio puesto que, como queda dicho, deben destinar una mayor porción del fruto de sus trabajos, a diferencia de lo que ocurriría si no existieran esas trabas en cuyo caso no solo podría adquirir el producto en cuestión sino que liberarían fondos adicionales para comprar otros bienes y servicios con lo que mejorarían su nivel de vida.

 

  1. Los nexos causales y principios que rigen en comercio dentro de las fronteras son los mismos que se aplican a relaciones comerciales entre personas y empresas ubicadas a distancias mayores y en otros países. Los ríos, las montañas, los mares y las fronteras -siempre consecuencia de acciones bélicas o accidentes geográficos- no modifican las verdades económicas.

En realidad, desde la perspectiva liberal, las fronteras son al solo efecto de evitar la concentración de poder que sucedería en el contexto de un gobierno universal, pero de allí a pretender valores para lo local y desvalores para lo foráneo constituye un despropósito superlativo ya que los beneficios comerciales y la cultura en general proviene de un mestizaje permanente de donaciones y entregas.

 

  1. Debe tenerse muy presente que, igual que los progresos tecnológicos, la eliminación de aranceles permite liberar recursos humanos y materiales para darles destino a nuevos bienes y servicios antes imposibles de concebir puesto que los recursos estaban esterilizados en áreas anteriores, mientras que la liberación arancelaria hace posible encarar otros proyectos que redundan en el estiramiento del stock de bienes y servicios. Y no cabe detenerse en las transiciones como se fueran excepcionales puesto que la vida es una transición permanente ya que cada persona en cada actividad intentará mejorar la productividad con lo cual invariablemente produce cambios y reubicaciones. El progreso es cambio, si se frena el cambio se frena el progreso que se traslada en incrementos en salarios e ingresos en términos reales que son el resultado exclusivo de las tasas de capitalización.

 

  1. No cabe aducir el reiterado argumento de “la industria incipiente” en el sentido de introducir aranceles mientras los empresarios se ejercitan en el ramo para no sufrir los embates de la competencia de quienes mejor fabrican el producto de que se trate (generalmente el argumento apunta a la competencia exterior pero el punto es igual si la mayora eficiencia aparece en el interior de las fronteras). Si fuera cierta la argumentación en el sentido que se necesita un período de entrenamiento antes de eliminar los aranceles, es el empresario en cuestión quien debe afrontar y financiar ese tiempo de ejercicio (con recursos propios o ajenos atraídos por el negocio de marras) y no endosar el peso fiscal sobre los hombros de los contribuyentes). Si no pueden financiar el proyecto y si nadie acepta invertir en esa idea, es porque el proyecto no es en verdad rentable luego de los períodos de aprendizaje o siendo rentable se considera que hay otros que resultan más atractivos, y como todo no puede hacerse al mismo tiempo con recursos escasos, debe dejarse de lado el proyecto.

 

5.En un mercado abierto el balance de pagos está siempre equilibrado aunque el balance comercial no lo esté puesto que lo que se importa es el resultado de lo que se exporta más los correspondientes movimientos de capital.

 

  1. Del mismo modo que el objetivo de las ventas son las compras, en el comercio internacional el objetivo de las exportaciones son las importaciones. Lo ideal para una persona es comprar y comprar lo que se necesita sin necesidad de vender bienes o servicios pero eso significaría que el resto está obsequiando sus productos lo cual no resulta posible. Lo mismo ocurre con los habitantes dentro de un país en relación con los ubicados en otros: no hay más remedio que exportar para poder importar o que ingresen capitales.

 

  1. El mercado cambiario opera como consecuencia de la oferta y la demanda. Cuando se exporta entran divisas que reducen su cotización con lo que se estimulan las importaciones y cuando se importa aumenta la cotización de la divisa lo cual, a su turno, estimula las exportaciones y así sucesivamente. Si no se cuenta con un mercado cambiario libre y se deciden “devaluaciones”, a saber, tipos de cambio decididos políticamente, inexorablemente se desajustan los brazos del sector externo con todos los efectos negativos del caso.

 

  1. Resulta del todo contraproducente el establecimiento de “políticas de represalia aduanera” puesto que si otro país incrementa sus recargos a la entrada de productos de nuestro país sería calamitoso duplicar los inconvenientes, es decir, “en represalia” introducir gravámenes aduaneros provenientes del país que inició la aplicación de trabas. En este caso no solo se perjudicarán los vendedores locales sino que también se perjudicarán los consumidores de ese mismo país que verán aumentar los precios de los productos procedentes del que primero estableció los aranceles.

 

  1. Se ha dicho que las integraciones regionales constituyen un primer paso para el comercio mundial libre pero es llamativo que, como decíamos al principio, después de más de tres siglos de debate todavía estemos en un primer paso que en verdad no es tal porque en la aplicación de los respectivos tratados (cuando se cumplen) se recurre a terminología que pone en evidencia la incomprensión del tema como cuando se alude a la “invasión” de productos extranjeros como si se tratara de una acción bélica en lugar de tratarse de la introducción de bienes y servicios más baratos y de mejor calidad, la “sustitución de importaciones” y otras sandeces que influyen en que en las aduanas los agentes correspondientes formulen a los transeúntes preguntas y requerimientos insolentes.

 

  1. Por último en esta secuencia telegráfica, es de interés señalar que la eliminación de trabas al comercio no debe ejecutarse de modo gradual sino de una vez puesto que no es aceptable que se aleguen “derechos” contra el derecho al efecto de continuar con las mal llamadas “protecciones” (desprotecciones para la gente, protecciones para empresarios prebendarios), del mismo modo y salvando las distancias que no tendría el menor sentido el haberles permitido a los administradores de los criminales hornos crematorios en la época nazi a que “gradualmente” fueran reduciendo esa faena horrorosa. Sin llegar a este extremo, la reducción gradual de trabas y perjuicios severos al bienestar de la gente mantiene la lesión al derecho de la población, pérdida que no resulta factible recuperar.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer rector de ESEADE.

Argentina: ¿Tiene sentido desdoblar el mercado de cambios?

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 29/10/13 en: http://www.eldiarioexterior.com/argentina-tiene-sentido-desdoblar-el-43079.htm

Antes las presiones que se observan en el blue, en mi opinión el dólar verdadero de acuerdo al contexto institucional y económico imperante, y la sangría de reservas que viene teniendo el BCRA, algunos sostienen que sería conveniente desdoblar el mercado de cambios. No queda muy claro en qué consistiría ese desdoblamiento cambiario, pero imagino que habría un dólar comercial y otro libre o administrado (aunque no creo que el Central tenga capacidad de poder administrar un dólar libre con la sangría de reservas que está sufriendo). Pero imaginemos que por un mercado se cursan las exportaciones e importaciones y por otro las divisas para turismo. También podría darse el caso que se permita atesorar dólares en un mercado “libre”. ¿Es esta una solución al problema de fondo? Creo que no.

Mientras el Central siga emitiendo a la marcha forzada que lo viene haciendo, la inflación seguirá incentivando a la gente a buscar refugio en el dólar. Así que el dólar libre se ubicaría en un nivel cercano al actual blue.

Sí podría cambiar el flujo de turismo. Haría más caro viajar al exterior y estimularía el turismo receptivo ya que volvería a hacer barata en dólares a la Argentina como destino turístico.

Pero el problema está en el saldo de balance comercial de mercancías. Con este tipo de cambio real, que ya está en niveles similares a los del último mes de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz (enero de 1981), las exportaciones seguirán creciendo lentamente y las importaciones tenderán a crecer, salvo que Moreno apriete más las trabas y termine de desabastecer a los productores locales de insumos para la producción. Con lo cual enfrían la actividad interna por falta de insumos y tampoco mejoran las exportaciones.

La solución al problema es, a mi entender, la que escribía la semana pasada en este portal. Hacer profundas reformas estructurales en materia impositiva, de gasto público, legislación laboral, etc. para darle competitividad a la economía. Es decir, mejorar el tipo de cambio real por mejor productividad de la economía. En última instancia un país no exporta más porque tenga un dólar más caro, en todo caso importa menos mercaderías, sino que exporta más cuando es competitivo estructuralmente. Las devaluaciones suelen sustituir importaciones y no tanto estimular las exportaciones. Claro que para poder hacer estas reformas se requeriría de un giro de 180 grados en el llamado modelo, algo que luce más a una utopía que a una posibilidad. Además, el gobierno debería ganar en credibilidad para que ingresen capitales dispuestos a invertir en Argentina y ese es el punto más débil que hoy tenemos.

Si no se está dispuesto a mejorar el tipo de cambio real girando 180 grados en la política económica, y eso implica asumir el costo político de corregir las distorsionadas tarifas de los servicios públicos y bajar el gasto público, el tipo de cambio real para las exportaciones e importaciones seguirá siendo bajo y como los únicos dólares que ingresan al país son los que provienen de las exportaciones, el estrangulamiento del sector externo continuará. Será un estrangulamiento lento y de largo sufrimiento, pero seguirá.

Lo que trato de transmitir es que con este contexto institucional de falta de credibilidad y las enormes distorsiones económicas, desdoblar el mercado de cambios dejando un dólar comercial atrasado en términos reales no resuelve ningún problema. Será un parche para el tema de los dólares que salen por turismo y, si lo permiten, una forma de que la gente pueda refugiarse de la inflación acudiendo a un mercado de cambios formal, con un dólar más alto, pero un refugio al fin ante la continua depreciación del peso.

En definitiva, desdoblar el mercado de cambios es tratar de estirar la agonía para no asumir el costo político de una devaluación, que tampoco resolvería nada sin reformas estructurales, con lo cual el problema de la falta de dólares continuará, tal vez un poco atenuado si se estableciera un dólar turista, pero lejos se estará de evitar una crisis del sector externo. Antes del 2015 o luego, eso no lo sabemos. Pero si sabemos que si seguimos este rumbo la crisis del sector externo llegará y para evitar la crisis habrá que, como decía recién, pagar el costo político de terminar con la fiesta populista.

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Los “elásticos” chinos

Por Pablo Guido. Publicado el 30/10/12 en http://chh.ufm.edu/blogchh/

 Leemos en la nota periodística que los chinos ricos no compran productos fabricados en su país. ¿Qué está pasando, se preguntarán? El concepto que nos puede ayudar a comprender el hecho anterior es el de “elasticidad-ingreso”, la cual mide el impacto que genera la variación en el ingreso de los consumidores sobre la cantidad demandada de un producto. Es así que podemos separar en dos grupos a los tipos de productos:

1) bienes inferiores, son aquellos cuya cantidad demandada disminuye a medida que los ingresos de los clientes aumentan.

2) Bienes normales, aquellos cuya cantidad demandada se incrementa cuando los ingresos de los clientes también aumentan.

 Entonces, observamos que este concepto es sumamente importante para el empresario, que debería investigar qué tipo de producto está él comercializando en el mercado, si es un bien inferior o normal. Poder estimar con mayor precisión en qué situación se encuentra frente a los clientes le permitirá al empresario prever un cambio en la cantidad demandada del producto que vende ante cambios en los ingresos de sus clientes.

 Podemos ya responder la pregunta del primer párrafo respecto a lo que sucede en China: a medida que las personas incrementan su nivel de ingresos tienden a demandar menos bienes y servicios con ciertas características (bienes inferiores) y a demandar más de otros (bienes normales). Cuando, por ejemplo, nos encontramos en países super pobres donde se generan cambios positivos en los ingresos de sus residentes probablemente se incremente la cantidad demandada de los alimentos que ya están consumiendo. Pero si continúa incrementándose el ingreso de estas personas los mismos alimentos que eran más demandados previamente por un aumento de los ingresos ahora comienzan a ser menos demandados. Es probable que la gente ya no consuma los mismos alimentos y pase a consumir otros a los cuales antes no podía acceder o eran relativamente caros. Es así que podemos explicar por qué los chinos ricos prefieren consumir otro tipo de bienes que antes no consumían: porque consideran a cierto tipo de bienes y/o servicios fabricados en su país como de menor calidad y/o con menores prestaciones que los importados. Es así que el concepto de elasticidad-ingreso se vuelve clave en la toma de decisiones empresarial, para conocer qué podría llegar a pasarle a mi demanda si mi cliente mejorara  o empeorara su nivel de ingresos.

Pablo Guido se graduó en la Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Es Doctor en Economía (Universidad Rey Juan Carlos-Madrid), profesor de Economía Superior (ESEADE) y profesor visitante de la Escuela de Negocios de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Investigador Fundación Nuevas Generaciones (Argentina). Director académico de la Fundación Progreso y Libertad.