EL JESUITA JUAN DE MARIANA Y LA ACTUALIDAD

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Hace tiempo, llegó a mis manos una obra notable: The School of Salamanca de Marjorie Grice-Hutchinson que me las recomendaron tanto Murray Rothbard como Friedrich Hayek quienes por otra parte habían escrito sobre esa muy fértil corriente de pensamiento del siglo xvi. Recuerdo que de esa obra exploré especialmente al Padre Luis de Molina.

 

Por el antedicho motivo me enfrasqué también en otro libro que aludía a la influencia bienhechora en el pensamiento liberal titulado Islam and the Discovery of Freedom de Rose Wilder Lane, obras ambas que me hicieron ver las extraordinarias contribuciones de los musulmanes y los católicos que junto con algunos puritanos de la Escuela Escocesa y las enseñanzas de quienes originalmente provenían del judaísmo como los propios Rothbard y Hayek a los que naturalmente deben agregarse Ludwig von Mises, Milton Friedman, Karl Popper y el judío practicante Israel Kirzner, juntos todos decimos han contribuido decisivamente al espíritu liberal. Y no es desde luego que esta tradición de pensamiento tenga que ver con la religión que más bien adhiere a “la doctrina de la muralla” estadounidense en cuanto a separar tajantemente el poder político de la religión. Es que luego de tantas matanzas, persecuciones y torturas por motivos religiosos, son en verdad paradójicas estas confluencias de religiones distintas.

 

En cualquier caso, en esta oportunidad me detengo en una de las figuras de mayor relieve de la Escuela de Salamanca o Escolástica Tardía: Juan de Mariana a quien indagué especialmente como consecuencia de que en 2017 recibí el Premio Juan de Mariana en Madrid invitado por el presidente del Instituto Juan de Mariana, Gabriel Calzada de quien precisamente leí y me documenté sobre este personaje en un ensayo que publicó en la colección Facetas liberales que coedité con el entonces Rector de la Universidad Francisco Marroquín, Giancarlo Ibárgüen, en homenaje al fundador de esa casa de estudios, Manuel Ayau.

 

Juan de Mariana (1536-1624) estudió en la Compañía de Jesús junto al antes mencionado Luis de Molina, se doctoró en París donde enseñó en la Sorbona, en Italia y en España y antes estudió y se licenció en teología en la Universidad de Alcalá de Henares. Publicó múltiples trabajos muchos de los cuales fueron condenados y hasta quemados por algunos de sus propios colegas y miembros del poder político. Su obra más conocida y apreciada fue su monumental Historia general de España y añadió escritos de gran valía y difusión sobre moneda, impuestos, teoría política, una detallada teoría de los precios y un magnífico adelanto a la Ley de Say. Se opuso con especial énfasis a todo autoritarismo, incluso llegó a patrocinar el tiranicidio en línea con lo establecido por el Obispo John of Salisbury (1120-1180) en su Policracticus donde escribe que “quien usurpa la espada merece morir por la espada”.

 

En general la Escuela de Salamanca se basa en Aristóteles y Sto Tomás de Aquino y redirecciona el énfasis en los marcos institucionales compatibles con la libertad de mercados, subrayaron la trascendencia de la propiedad privada, ridiculizaron las críticas a la denominada usura, combatieron la inflación, desarrollaron una incipiente teoría subjetiva del valor, elaboraron interesantes y bien documentos estudios sobre la ética de los negocios, fulminaron todo intento de controlar los precios por parte de gobiernos y publicaron enjundiosos tratados sobre el derecho natural.

 

Es del caso enfatizar que como Aristóteles fue introducido en Europa por vías judías y musulmanas, los prejuicios, sectarismos y oscurantismos de la Iglesia católica de entonces prohibió su lectura (en 1210 en la Universidad de Paris) y es del caso subrayar que también Santo Tomás de Aquino fue objeto de condena  post mortem de cuarenta tesis, impulsada por el Papa Juan XXI y ejecutadas  por el  Obispo Étienne Tempier, Canciller de la Universidad de Paris. Aquino fue defendido por su profesor San Alberto Magno (que sobrevivió a su discípulo), de quien el Papa Benedicto XVI en Audiencia General el 24 de marzo de 2010 expresó que “uno de los más grandes de la teología medieval es san Alberto Magno. El título de grande (magnus) con el que pasó a la historia indica la vastedad y la profundidad de su doctrina que unió a la santidad de su vida.”

 

Comento  ahora el aludido ensayo de Gabriel Calzada publicado en la colección de marras, me detengo en este trabajo debido a su versación  en la materia que sin bien está centrado en uno de los aspectos de los que se ocupó el doctor Mariana, ilustra maravillosamente las ideas de este esclarecido sacerdote. El ensayo en cuestión se titula  “Solo ante la inflación: Juan de Mariana y su lucha contra los desmanes monetarios”.

 

Manos a la obra entonces. Comienza el escrito Calzada narrando la detención de Mariana en la Compañía de Jesús en Toledo, el 8 de septiembre de 1609, por orden del obispo de Canarias, Francisco de Sosa “a quien el rey había propuesto como juez de la causa contra el incómodo pensador”. Antes de eso la Inquisición lo había conducido a una celda para declarar ante los inquisidores por su último libro.

 

Calzada destaca tres de los libros de Mariana que han tenido una influencia decisiva en amplios círculos: uno sobre los fundamentos de los derechos individuales y los necesarios límites al poder –De rege et regis institutione- y los otros dos sobre moneda –De ponderibus et mensuris y De monetae mutatione– los cuales le trajeron una serie de condenas por parte de algunos de los representantes de su Iglesia y por parte del poder político en ese momento a cargo del príncipe heredero Felipe III, en realidad en manos del Duque de Lerma, Francisco de Sandoval y Rojas quien había dispuesto la disminución del contenido de plata de la moneda pero resellada con el mismo valor nominal como si no hubiera habido esa reducción, lo cual naturalmente produjo grandes distorsiones monetarias que Mariana develó ante la opinión pública, situación que “desató la furia real contra su persona” .

 

A esta altura es del caso reproducir parte de las citas que consigna Calzada de la mencionada obra de Mariana sobre moneda: “Algunos hombres astutos e ingeniosos para atender a las necesidades que continuamente abruman a un imperio, sobre todo cuando es de gran extensión, idearon como un medio útil para superar las dificultades sustraer a la moneda alguna parte de su peso […] ¿Quién habrá que tenga un ingenio tan corrompido que no apruebe la bendición del Estado? […] el príncipe no tiene derecho alguno sobre la propiedad de los bienes muebles e inmuebles de los súbditos” y sostiene que los que afirman lo contrario “son charlatanes y aduladores, que tanto abundan en los palacios de los príncipes”.

 

De ese mismo libro Calzada se detiene a mostrar los rigurosos conocimientos de Mariana en temas monetarios al explicar meticulosamente las consecuencias de la manipulación monetaria por parte de los gobiernos, las enormes dificultades que crea en el comercio al afectar el poder adquisitivo de todos y se anticipa a lo que luego se conocería como la Ley de Gresham, en cuyo contexto describe la subjetividad del valor que mucho después sería desarrollada in extenso por Carl Menger en el origen de la Escuela Austríaca. En resumen, Mariana escribe que su objetivo es “amonestar a los príncipes” por el avasallamiento de los derechos de las personas.

 

Calzada nos dice en su ensayo que “lo primero que debe hacer, según Mariana, el monarca y quienes gobiernan es reducir el gasto, en lugar de centrarse en elevar los ingresos, como forma de solucionar los desfases financieros. La segunda recomendación es reducir los subsidios, las retribuciones, la pensiones y los premios”.

 

Hacia el final de su muy documentado ensayo, Gabriel Calzada retoma lo dicho en el comienzo respecto a la detención de Mariana ese fatídico 8 de septiembre de 1609 a los 73 años de edad luego de décadas de estudio, investigación y enseñanza y dice que el estudioso allí aprendió “una de las lecciones más amargas de su vida: si uno está dispuesto a plantarle cara al poder político, en defensa de las libertades individuales y de la propiedad privada, debe contar con la posibilidad de ser abandonado por sus amigos y hasta por las instituciones a las que ha servido toda la vida. Ese fue, por ejemplo, el caso de la Compañía de Jesús a la que Mariana había dedicado, con talento y entrega los últimos 55 años de su vida”.

 

El proceso de condena se llevó a cabo en Madrid bajo la acusación de fiscales respecto de trece cargos cuyo eje central era “negar el derecho del rey a cambiar la moneda”. El Padre Mariana se ocupó personalmente de su propia defensa con argumentos extensos y bien fundados, frente a lo cual la fiscalía agregó nuevas imputaciones referidas a la insolencia de Mariana con el poder y sus superiores. La monarquía intentó una condena por “lesa majestad” y “ordenó a sus embajadores que compraran y se hicieran de todos los ejemplares posibles del libro para quemarlos” pero finalmente tuvieron que liberarlo a Mariana puesto que las documentaciones en su contra se fueron diluyendo junto con las apoyos para mantenerlo en custodia. Con la angustia a cuestas por lo sufrido en soledad, volvió a Toledo sin que escribiera nada más sobre los asuntos que lo habían desvelado respecto a los abusos del poder.

 

Ahora a casi cuatro siglos de la muerte de Juan de Mariana se hace necesario volver sobre sus pasos y considerar los temas que con tanta dedicación estudió en el contexto de una vida espiritual consubstanciada con valores éticos centrales tan necesarios en nuestro mundo moderno, al efecto de nosotros sacar partida de sus enseñanzas. En parte de sus desvelos, es increíble que después de tanto tiempo estemos hoy embretados en problemas parecidos de abuso de poder, no solo en materia monetaria donde la banca central se ha convertido en la vaca sagrada de nuestra época sin percatarse que cualquiera sea el camino que decida emprender estará distorsionando los precios relativos, sea al expandir, contraer o dejar inalterada la base monetaria. No solo se permite la manipulación monetaria por parte de los gobiernos para financiar sus desmanes en perjuicio de la población, sino que se aplauden otros atropellos a las autonomías individuales paradójicamente en nombre de una democracia que ha sustituido su esencia del respeto a las minorías por las mayorías para sustituirla por un mero número, con lo que, a contracorriente de lo sustentado por los Giovanni Sartori contemporáneos, se hacer realidad lo pronosticado por Juan González Calderón en cuanto a que tienen vigencia dos ecuaciones falsas: 50% más 1%=100% y 50% menos 1%=0%.

 

Respecto a ciertos desvíos de la Iglesia católica de su misión pastoral, cierro al recordar un par de ejemplos truculentos de otros tiempos, además de los apuntados sobre las condenas a la línea aristotélica-tomista y a los hechos bochornosos por los que ha pedido perdón en nombre de la Iglesia el admirable Papa Juan Pablo II. En primer lugar, la Carta Pastoral de los Obispos de la Iglesia Católica Alemana reproducida en The New York Times el 24 de septiembre de 1939: “En esta hora decisiva exhortamos a nuestros soldados católicos a obedecer al Führer y a estar preparado para sacrificar su individualidad. Apelamos a que se unan a nuestros rezos para que la Divina Providencia conduzca esta guerra al éxito”. En segundo término, la desfachatada declaración de los editores de la revista jesuita Mensaje a raíz del triunfo electoral del marxista Salvador Allende (No. 194, noviembre de 1970): “Mientras el gobierno de la Unidad Popular avanza hacia el Hombre Nuevo, un cristiano no puede sino avanzar a su lado”. Entre otras cosas, esto va para algunos católicos insoportables por su arrogancia, soberbia y petulancia que aun en pleno sigo XXI se entretienen con críticas inauditas a judíos y musulmanes, a pesar de la promoción del ecumenismo entre las tres religiones monoteístas implantada a los cuatro vientos por el antes mencionado Juan Pablo II y continuada por sus sucesores.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.

MI VISIÓN DEL TOMISMO, HOY.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 23/9/18 en: http://gzanotti.blogspot.com/2018/09/mi-vision-del-tomismo-hoy.html

 

 (Cap. 5 de mi libro Judeocristianismo, Civilización Occidental y Libertad, Instituto Acton, Buenos Aires, 2018).

  1. Un problemático intento de recuperación

No hemos llegado aún al problema esencialmente político del magisterio del s. XIX, especialmente Gregorio XVI y Pío IX, cerrados, “casi” sin salida –gracias a Dios, siempre hay un casi– a todo diálogo con el mundo moderno, que no pudieron distinguir del Iluminismo. Pero ello coincidió no de casualidadcon el tomismo de fines del s. XIX y principios del s. XX –podríamos decir, sus primeros 50 años–. No nos estamos refiriendo a la encíclica Aeterni patris de León XIII, pero sí a cierto “espíritu” que rodea a este noble y casi logrado intento de recuperación de Santo Tomás de Aquino y con ello su visión de la ley natural.

No nombraremos a nadie para no ser injustos con santos varones que merecerán siempre más gratitud que otra cosa. Sin embargo, ahora, a principios del s. XXI, estamos en condiciones de tener una visión retrospectiva sobre lo ocurrido, con cierta distancia crítica, para tratar de mejorar.

Cuando decimos “cierto espíritu” no nos referimos a la letra, tan bien cuidada, de los tecnicismos de Santo Tomás de Aquino y la impresionante ayuda que ello significó para la correcta educación filosófica y teológica de todos los fieles en el s. XX. Nos referimos en cambio a lo siguiente:

  1. a)El tomismo aparece como un caballero medieval con lanza y escudo “contra” la modernidad en general. Sus manuales no son sólo para explicar a Santo Tomás, sino como un recetario “de los errores de los malos” y la forma de contestarles. Especialmente, hay un desprecio y una incomprensión manifiesta para con Duns Escoto, Descartes y Kant. Cuando decimos incomprensión, decimos que sus circunstancias históricas no están bien analizadas y son vistos sólo desde sus defectos y no desde sus salidas: Husserl, en el caso de Descartes, y Kant no es comprendido como un coherente resultado del diálogo Descartes-Hume y, por ende,como enseñanza de lo que hay que cambiar(la relación sujeto-objeto, la diferencia mal planteada entre esencia y existencia, etc.). Husserl tampoco fue comprendido, excepto por Karol Wojtyla y, especialmente, por Edith Stein, quien tiene una visión de San Agustín, Descartes y Husserl en la misma línea (una herejía para muchos tomistas) y una mejor comprensión de la individualidad citando al mismo Escoto (otra herejía para muchos tomistas). A Descartes se le critica casi desesperadamente su realismo “mediato”, en contraposición con el “inmediato” sin comprender que hablar de la “evidencia del mundo externo” es colocarse en el mismo planteo sujeto-objeto que vició el problema del conocimiento. Se lo critica como si fuera un infradotado que no se dio cuenta de que lo real no puede basarse en lo ideal, ignorando que el “yo pienso” cartesiano es de una res (cogitans) que es real, no ideal, o sea, la inteligencia misma. Finalmente, se lo coloca como el origen de Hegel, cuando definitivamente no es así: Hegel es la coherente conclusión de Parménides-Plotino-Spinoza, y no de una metafísica cristiana como la de Descartes. Pero, volvemos a decir, sin Descartes no puede comprenderse a Husserl, y sin Husserl no hay posible unión de Santo Tomás con el giro fenomenológico y hermenéutico de la filosofía contemporánea.
  2. b)Simultáneamente con esto, la presentación que hacen los manuales tomistas de los autores que NO son tomistas es tan estereotipada, tan “hombre de paja”, que son presentados sencillamente como los que “no entienden”. No son presentados hermenéuticamente, en su circunstancia histórica, como hace Ortega en “En torno a Galileo”: son presentados como autores verdaderamente imbéciles. Ello, sumado a una Iglesia enfrentada al mundo moderno en lo político, y que además prohibía leer a dichos autores en sus fuentes, formó generaciones de católicos que pensaban que debían y podían “enfrentarse” a la filosofía moderna y contemporánea sólo muñidos de lo que los manuales les habían enseñado sobre esos “tontos”. Por supuesto, para cualquier estudioso inteligente ese tomismo quedaba sólo como un recuerdo de formación juvenil, pero lo peor era confundirlo con Santo Tomás.
  3. c)Pero lo más grave fue sacar a Santo Tomás de Aquino de su contexto teológico. Esto fue comprensible luego de la lucha de Pío X contra el “modernismo”. Claro, no era cuestión de convertirlo en un autor fideísta.

Pero tampoco era cuestión de convertirlo en manuales racionalistas que partían de la filosofía de la naturaleza, seguían por antropología filosófica y terminaban en una ontología y “teodicea” como preparatorias para una teología. Ontología y teodicea que estaban basadas fundamentalmente en los comentarios de Santo Tomás a Aristóteles. Con lo cual se daba la impresión de que podía haber una sola filosofía que llegara perfectamente a Dios creador, al alma inmortal, al libre albedrío, a la ley natural, sin ningún tipo de contexto teológico.

Lo que se pretendía, en realidad, era, dada la época, poder tener una especie de “filosofía de combate contra el mundo no creyente” al cual se le pudiera decir “yo no parto de ningún dato de Fe”, para poder “enfrentarlo” (no creo que “dialogar”) sin que el otro pudiera alegar una fe que no compartía. Ok, comprensible, pero en 2017 podemos decir que dicha estrategia salió muy mal.

Primero, porque es imposible, y este es el punto fundamental. Olvida el círculo hermenéutico “creo para entender y entiendo para creer” de San Agustín. Presupone que la sola razón puede llegar a la noción de Dios creador, lo cual implica ignorar que es el horizonte judeocristiano el que elevó a la razón humana a su máxima potencialidad, dialogar con la filosofía griega y así poder elaborar una síntesis donde razón y fe fueran las dos piernas de una misma caminata. Gilson se acercó a ello cuando defendió la filosofía cristiana, aunque en realidad más que una filosofía cristiana hay cristianos filósofos, esto es, en diálogo con toda razón que tenga algo de verdad. Mucho más se acercó Gilson en su ya citado libro “Los filósofos y la Teología”, pero fue el único caso.

Segundo, porque se rebajó a Santo Tomás a un mero comentarista de Aristóteles[1]. Nadie niega el impresionante valor del aristotelismo cristiano medieval, de San Alberto Magno y de Santo Tomás de Aquino, pero nadie puede afirmar que las obras principales de Santo Tomás sean sus comentarios a Aristóteles, por más monumentales e importantes que sean. Fueron la obra de un teólogo que usaba a Aristóteles para sus fines, un Aristóteles que ya había sido traducido del Griego (Santo Tomás no leía Griego) al Latín medieval por la pluma cristiana de Guillermo de Moerbeke. Santo Tomás usó la razón de Aristóteles para una teología cristiana que Aristóteles no concibió en absoluto: creación, providencia, conservación, concurso; que fueron los temas principales de Santo Tomás, a los que casi nunca se llegaban porque eran puestos en el último lugar de los referidos manuales. ¿Por qué los comentarios a Aristóteles y no las dos Sumas y las Cuestiones Disputadas eran las obras más importantes de Santo Tomás? ¿Por qué no se podía estudiar a Santo Tomás directamente de la Suma Teológica, donde en su primera cuestión la división entre filosofía y Teología NO estaba? ¿Y por qué para colmo había que leer a los comentarios a Aristóteles de manuales secundarios? ¿De dónde sacó el tomismo de fines del siglo XIX y principios del XX la divina autoridad para ello? ¿Dónde está el reportaje a Santo Tomás que lo acreditara?

¿Por qué se llama a Santo Tomás “filósofo” cuando en realidad era un Teólogo? ¿Por qué se negaron las fuentes esencialmente agustinistas del pensamiento de Santo Tomás, incluso en su teoría del conocimiento? En sus dos sumas, la estructura (Dios, lo que es creado por Dios, el regreso a Dios) es un esquema esencialmente neo-platónico agustinista. Las nociones de participación y de emanación juegan un papel central en su teología. Por supuesto, Santo Tomás agrega la analogía de Aristóteles para sacar toda sombra de panteísmo, pero ello no diluye una metafísica donde la participación juega un papel central. Cornelio Fabro intentó corregir ello a partir de 1960[2] pero lejos estuvo ello de cambiar ya la interpretación canónica de Santo Tomás como un aristotélico.

Tercero: nadie se lo creyó. Ningún católico tomista realmente cree que su fe no tiene nada que ver con su tomismo y menos aún ningún no creyente “cree” que el católico tomista NO tenga que ver con su fe. No fue honesto y toda la metafísica y ética de Santo Tomás siguió encapsulada como una cosa “de los católicos”. No sólo no era hermenéuticamente posible sino que no dio ningún resultado cultural.

Por supuesto, muchas más cosas se podrían seguir diciendo, pero a fines de este libro la pregunta que ahora se abre es: ¿entonces? ¿Qué había que hacer? ¿Qué hay que hacer?

  1. La vuelta a la unidad entre razón y Fe

Dijo Ratzinger en 1996: “Cuando una razón estrictamente autónoma, que nada quiere saber de la fe, intenta salir del pantano de la incerteza «tirándose de los cabellos» – por expresarlo de algún modo–, difícilmente ese intento tendrá éxito. Porque la razón humana no es en absoluto autónoma. Se encuentra siempre en un contexto histórico. El contexto histórico desfigura su visión (como vemos); por eso necesita también una ayuda histórica que le ayude a traspasar sus barreras históricas. Soy de la opinión de que ha naufragado ese racionalismo neo-escolástico que, con una razón totalmente independiente de la fe, intentaba reconstruir con una pura certeza racional los «praeambula fidei»; no pueden acabar de otro modo las tentativas que pretenden lo mismo. Sí: tenía razón Karl Barth al rechazar la filosofía como fundamentación de la fe independiente de la fe; de ser así, nuestra fe se fundaría, al fin y al cabo, sobre las cambiantes teorías filosóficas. Pero Barth se equivocaba cuando, por este motivo, proponía la fe como una pura paradoja que sólo puede existir contra la razón y como totalmente independiente de ella. No es la menor función de la fe ofrecer la curación a la razón como razón; no la violenta, no le es exterior, sino que la hace volver en sí. El instrumento histórico de la fe puede liberar de nuevo a la razón como tal, para que ella –introducida por éste en el camino– pueda de nuevo ver por sí misma. Debemos esforzarnos hacia un nuevo diálogo de este tipo entre fe y filosofía, porque ambas se necesitan recíprocamente. La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana.[3]

O sea, Ratzinger advierte que el cristianismo es fe en diálogo con la razón, pero no una sola razón que prepara para la Fe. Así lo hemos visto a lo largo de todo este libro, pero el punto es: ¿cómo llevar ello a las circunstancias actuales? ¿Cómo afirmar nuevamente a un cristianismo filosófico en medio de un mundo que ya post-moderno, ya neopositivista, rechaza todo diálogo con la Fe? ¿Y qué tiene que ver todo ello con la recuperación de la metafísica racional y una idea dialogable de ley natural?

Para ello, veamos los siguientes puntos.

2.1.    La razón pública “cristiana” de Benedicto XVI

Gracias a Dios, Ratzinger no se olvidó de todo esto como Pontífice. En su nunca pronunciado, pero sí escrito, discurso a la Universidad La Sapienza (cuyos incalificables profesores le prohibieron pronunciarlo), del 2008[4], Benedicto XVI desarrolló una noción totalmente compatible con la línea desarrollada en este libro: la de razón pública cristiana, sobre el encuentro de horizontes entre el Cristiano y el no creyente, y en el no abandono por parte del primero de su propio horizonte. Citando a Rawls, le reconoce la importancia de su noción derazón pública, esto es, una racionalidad que todos los ciudadanos puedan compartir en una sociedad liberal. No lo niega, no lo critica, no lo rechaza. Pero agrega: el cristiano puede entrar con todo derecho, como ciudadano, en esa razón pública, sin por qué abandonar su cristianismo, como sí habría afirmado Rawls aunque con matices[5]. ¿Por qué? Porque el cristianismo implica en sí mismo cierta sensibilidad por ciertos temas que un no cristiano puede compartir.

Así lo dice Benedicto XVI: “…la historia de los santos, la historia del humanismo desarrollado sobre la base de la fe cristiana, demuestra la verdad de esta fe en su núcleo esencial, convirtiéndola así también en una instancia para la razón pública. Ciertamente, mucho de lo que dicen la teología y la fe sólo se puede hacer propio dentro de la fe y, por tanto, no puede presentarse como exigencia para aquellos a quienes esta fe sigue siendo inaccesible. Al mismo tiempo, sin embargo, es verdad que el mensaje de la fe cristiana nunca es solamente una «comprehensive religious doctrine» en el sentido de Rawls, sino una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma. El mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser siempre un estímulo hacia la verdad y, así, una fuerza contra la presión del poder y de los intereses”.

Observemos con qué claridad dice Benedicto XVI lo tantas veces afirmado en este libro: la Fe es una fuerza purificadora de la razón misma. Por ende desde la Fe podemos “tener razones” que pueden ser compartidas –con buena voluntad, con diálogo- con no creyentes, porque el pecado original ha herido pero no destruido la naturaleza humana. Entre esas razones, la noción de persona, de dignidad humana, de derechos personales, juegan un papel central. O sea: el ciudadano cristiano, en el debate público con otros ciudadanos, no tiene por qué ocultar su condición de cristiano para poder hablar. Sí, es una gran tentación hacer eso en los tiempos actuales, pero ya hemos visto que esa estrategia no es sincera, ni posible, ni da resultado. Por más rechazos que haya, el ciudadano cristiano puede decir sencillamente “sí, soy cristiano, pero no por ello NO puedo ofrecerte razones que tú NO puedas compartir”. Y, como hemos visto, esas razones han sido precisamente las que han conformado la cultura occidental. Si los tiempos actuales demandan otros debates, hay dos opciones que no corresponden: una, intentar volver a una unidad civil-religiosa que niegue el derecho a la libertad religiosa, dos, intentar abandonar el horizonte cristiano y esconderse en una supuesta “luz natural de la razón”, SIN dicho horizonte. Lo que corresponde es dialogar con el otro desde el propio horizonte. Esa ha sido la misión del cristiano en toda la historia, aunque recién ahora, después de tantos siglos, hemos abandonado totalmente toda pretensión de clericalismo.

Volveremos a todo esto más adelante. Por ahora sigamos con el tema de la ley natural.

2.2.    Un Santo Tomás re-ubicado en su contexto, en diálogo con el mundo actual

Por ende, podemos perfectamente hablar de Santo Tomás sin falsearlo, colocándolo sin problemas como teólogo, en su contexto histórico. Lo que tenemos que agregar, sencillamente, es el diálogo desde ese horizonte con el horizonte actual. ¿Se puede hacer ello? Perfectamente. ¿Por qué? Porque el núcleo central de la metafísica de Santo Tomás de Aquino contiene aportes perennes que en cuanto tales pueden ponerse en diálogo con la cosmología, ética, política, filosofía del lenguaje, hermenéutica, etc., actuales. Aunque en esos ámbitos Santo Tomás no haya salido del horizonte de su época, sin embargo, sus núcleos centrales más esenciales contienen aportes perennes, “dialogables” con el mundo contemporáneo.

Por ejemplo:

  1. a)Su filosofía de la física tiene trabajadas las nociones de azar y contingencia de un modo tal que la vuelve compatible con el indeterminismo actual.
  2. b)Su filosofía de la Física tiene una noción NO temporal de la causalidad divina que la vuelta en sí misma compatible con las teorías del big bang y la evolución.
  3. c)Su metafísica contiene una noción de analogía tal que la vuelve compatible con la noción hermenéutica actual de comunicación de horizontes.
  4. d)Su noción de persona es la clave para la dignidad humana, los derechos individuales y las bases de mundo de la vida de Husserl.
  5. e)Su noción de acción humana intencional es clave para una epistemología actual de la economía.
  6. f)Su noción de unidad sustancial del ser humano es la clave para los debates actuales de mente cerebro, inteligencia artificial, espiritualidad, etc.
  7. g)Su filosofía de las ciencias contiene las bases del método hipotético deductivo actual y la noción de “pregunta que se queda en la misma pregunta”, que es la base para la noción de conjetura.
  8. h)Su noción de persona es la clave para la filosofía del diálogo actual.
  9. i)Su noción del concepto como diferente a la acción subjetiva de concebir es clave para la fenomenología de Husserl.
  10. j)La fundamentación del mundo de la vida de Husserl en la noción de persona de Santo Tomás es clave para fundamentar los “aires de familia” de la filosofía del lenguaje de Wittgnestein.
  11. k)Su noción de Lógica como “secunda intentio” es clave para la fundamentación ontológica de la Lógica-matemática actual.

Y fueron sólo ejemplos…. Por lo tanto, sin convertir a Santo Tomás en algo que no fue (un solamente filósofo), se lo puede poner perfectamente en diálogo con el mundo actual. La clave como siempre es una sencilla intersección de horizontes:

2.3.    La recuperación de la metafísica y la idea de ley natural

2.3.1.   La famosa esencia y la esencia humana: la fenomenología y la estructura dialógica del ser humano

Ante todo, recordemos cómo habíamos planteado el problema: “…Descartes, luego de su duda metódica sobre la existencia del “mundo externo”, quiere probar su existencia, para los escépticos. Para ello, una vez que demuestra la existencia de Dios, afirma que ese Dios, infinitamente bondadoso, no puede permitir que nos engañemos respecto a la existencia de las ideas “claras y distintas”. Pero estas últimas son las geométricas. Luego en el mundo externo, las esencias de las “cosas en sí mismas” son matemáticas y por ello pueden ser enteramente conocidas por la nueva Física-matemática.

Pero luego Hume tira abajo la demostración cartesiana de la existencia de Dios y, por ende, el mundo externo queda sin demostración.

Kant le reconoce a Hume haberlo despertado del “sueño dogmático” en el cual estaría encerrada la escolástica racionalista Descartes-Leibniz-Wolff, pero no se conforma con el escepticismo teórico (no práctico) de Hume. Admite que existe un mundo externo pero no podemos conocer sus esencias como Descartes lo pretendía. La Física-matemática es el fruto de categorías a priori del entendimiento aplicadas a la intuición de lo sensible. Por ello la “cosa en sí” no se conoce, y desde entonces el mundo de las “esencias” es incognoscible. Todos los anti-kantianos en este punto (Brentano, Hussserl, neotomistas)tendrían que reconocer que el planteo de Kant es una perfecta conclusión a partir del problema cartesiano sujeto-objeto. Es ESE planteo el que hay que cambiar si quisiéramos resolver el problema”.

Si somos coherentes con eso, es la misma noción de esencia la que quedó desdibujada en el debate Descartes-Hume-Kant. El problema de Descartes no fue su planteo agustinista en el tema de las esencias, sino la posterior identificación del “mundo externo en sí mismo” con la Física-matemática recién naciente. A su vez, tenía que pasar mucho tiempo para que se re-elaborara la noción de “mundo”, pero eso ya ha sucedido a partir de Husserl, precisamente un neo-cartesiano.

Por un lado hay que re-planear el tema de las cosas físicas. Como ya hemos dicho en otras oportunidades[6], lo que se conoce es “algo” de la esencia, desde el mundo de vida (humano). Lo que se supera con ello es la dialéctica entre la “cosa en mí” (como si no pudiera conocer más que mis ideas-copia de las cosas) y la “cosa en sí” (como si se pudiera conocer una cosa sin horizontes humanos).

Volviendo a nuestro ejemplo del agua lo que se conoce es “algo” del agua, lo humanamente cognoscible, pero que noniega que lo humanamente cognoscible del agua provenga de aquello que es “en sí”. La esencia humanamente cognoscible del agua es, por ende, aquello que sirve para beber, lavarnos, aquello que sin lo cual hay sequía, con lo cual hay vida, o si hay mucho hay inundaciones, etc., siempre dentro de sus peculiaridades históricas. Pero ello no es una “cosa en mí” que niega la cosa en sí, sino que afirma que el “algo” humanamente cognoscible del agua deriva de lo que el agua en sí misma es, aunque lo que el agua sea sin horizontes humanos sea sólo conocido por Dios (lo que la ciencia diga del agua es otro horizonte humano). Por ello decía Santo Tomás que la esencia de las cosas naturales es la “quidditas rei materialis” (el qué de la cosa material) en estado de unión con el cuerpo, esto es, cuerpo humano, leib, como diría Husserl, o sea, cuerpo viviente ya en la intersubjetividad (mundo).

Pero para el tema de la ley natural en sentido moral, lo más importante es el conocimiento del otro en tanto otro, que también surge del mundo de la vida. Habitar en un mundo de la vida es habitar en la intersubjetividad: es también haber superado la dicotomía sujeto-objeto; el otro no es un objeto del cual pueda dudar, sino el constituyente esencial de mi mundo humano del cual no puedo dudar. Y ello porque lo conocemos “en tanto otro”: “en tanto otro” agrega una dimensión moral, elotro como un tú, como lo que supera lo que es un mero instrumento a nuestro servicio. El eje central de la ley natural surge en nuestra conciencia intelectual y moral precisamente cuando vemos al otro en tanto otro en cualquier acto de virtud. Luego la filosofía podrá sobre ello hacer la teoría correspondiente, pero la vivencia de la ley natural es indubitable en cualquier acto de virtud donde el otro sea respetado en tanto otro. Que “la naturaleza humana no se pueda conocer” es un remanente mal planteado del mal planteado problema entre sujeto y objeto. Claro que se conoce la naturaleza humana, apenas conocemos en el otro un rostro que merece respeto por el sólo hecho de ser otro y por ende no reducible a un mero instrumento “para mí”.

Por lo demás, tenemos aquí un buen ejemplo de lo que decíamos antes, sobre cómo un creyente habla con un no creyente. La ley natural se entiende desde el contexto judeocristiano donde “el otro” es el herido en la parábola del buen samaritano. Y todo no creyente que haya sido o sea el buen samaritano, sabrá por ende qué es la ley natural.

2.3.2.   La “existencia” de Dios

Vayamos ahora al famoso tema de la “existencia” de Dios.Igual que en el caso anterior, recordemos el planteo del problema: “… Como hemos recordado, el argumento ontológico, re-elaborado, es esencial en Descartes (y también en Leibniz) para demostrar la “existencia” de Dios”.

No es este el momento para analizar la validez del argumento ontológico en San Anselmo. Creemos que se lo puede ubicar perfectamente en una línea agustinista, en la vía de la participación. Por lo demás, como está escrito por San Anselmo en el s. XI, está en la línea de una inobjetable teología apologética, dentro del juego de lenguaje de su época.

Como Descartes lo interpreta, se trata de la “idea de Dios en mí”, que como idea es finita, que conduce –vía contingencia– a la idea de que sólo Dios infinito pudo haber puesto en mí la idea de un Dios infinito, o sea, un Dios cuya esencia implique necesariamente la existencia. Luego Dios existe.

Como Kant lo lee, ello implica que a la idea de Dios se le agrega la existencia, cosa que para Kant es imposible porque la existencia de algo sólo puede ser añadida por la experiencia sensible, cosa que en el caso de Dios es imposible.

Y, si se pretende demostrar que Dios existe a partir de la contingencia del mundo, esa demostración tiene implícito el argumento ontológico y por ende hay allí una petición de principio. Así plantadas las cosas, Kant tiene razón.

Lo esencial aquí es cuando decimos “como Kant lo lee”. Kant lo lee con la noción lógica de existencia como ausencia de clase vacía. Seguro lo hizo así por una degeneración de siglos de la distinción esencia y existencia, donde la esencia es como un ente imaginario o como una clase vacía que necesita al menos un caso para pasar a la existencia. Como cuando decimos “existe al menos un x tal que x es perro”. Y, efectivamente, para ello necesitamos una “experiencia de al menos un perro”, incluso aunque sea la experiencia intelectual-sensible del tomismo. O sea, no se puede partir a priori de ninguna existencia en ese sentido, excepto la nuestra, que a su vez es un “a posteriori” de haber puesto en acto segundo nuestra potencia intelectual.

Pero Dios, en la tradición judeocristiana, no tiene que ver con ese tipo de existencia.

En primer lugar, ser, en Santo Tomás, es ser creado. La creación es lo que da sentido al “estar siendo”. Que Juan sea implica que “está siendo sostenido en el ser” o sea creado, por Dios. Cualquiera puede captar que Juan existe en un sentido habitual del término, pero desde el horizonte judeocristiano ello quiere decir que es creado (no que “fue” creado), y ello implica que su ser es finito, que no es el ser de Dios, y ello implica que su esencia como tal no se identifica con su ser. Por ende la diferencia esencia-acto de ser, en Santo Tomás, es un punto de llegada, más que un punto de partida que se pueda utilizar sin suponer el horizonte judeocristiano.

Pero con esto, tenemos otro ejemplo de cómo replantear el tema desde un diálogo del creyente con el no creyente. El creyente no puede pretender partir de una cosa cualquiera existente para demostrar desde allí la existencia de Dios (y nadie crea que Santo Tomás hacía eso en sus vías, porque sus vías eran un debate con San Anselmo[7]). Porque, como hemos visto, cuando el creyente ve a Juan, ya sabe que Juan no es Dios, y lo saben por su horizonte judeocristiano, no por otra cosa.

Tampoco el creyente puede pretender que el no creyente esté interesado en Dios. Primero hay que dialogar sobre el sentido de la vida para, a partir de allí, ir al “tema” Dios.

Pero entonces, el creyente puede decir que sí, que cree en Dios, y que se sabe creado por Dios. Cuando el no creyente pregunte qué significa ello, el creyente puede intersectar horizontes, fusionar horizontes, encontrar una analogía de un propia experiencia de estar creado con la vivencia del no creyente de saberse “no necesariamente existente”, esto es, que podría haber existido o no. Cuando el no creyente toma conciencia de ello, el creyente puede decirle que esa radical contingencia existencial lo puede ayudar a entender su experiencia (la del creyente) de saberse sostenido en el ser (creado). A partir de allí, Santo Tomás cobra sentido. Antes, no.

O sea,

Por lo demás, Dios no es un elemento de una clase no vacía. Las nociones humanas de existencia como elemento de una clase no vacía no tienen sentido en Dios. Si decimos “existe el menos un x tal que x es elefante”, entonces suponemos “la clase de los elefantes”. Pero si decimos “existe el menos un x tal que x es Dios”, ello supone entonces “la clase de los dioses”, lo cual es totalmente incompatible con el monoteísmo no panteísta del creacionismo judeocristiano.

Y cuando Santo Tomás dice “Dios es” No dice “existe”, dice “utrum Deus sit”, lo cual, en el contexto de sus vías, nolleva a una definición de Dios en tanto Dios sino a Dios como causa no-creada de lo creado. Por ende Santo Tomás no parte de la esencia de Dios, sino que Dios queda demostrado como la causa no-finita de lo finito. Pero “no-finito” no es una definición, no es el conocimiento de una esencia, sino que es remitirse a toda la tradición de la teología negativa (especialmente Dionisio) que con razón afirma que de Dios se sabe lo que NO es (NO es creado, finito) pero NO lo que es, aunque luego Santo Tomás, con un juego de lenguaje que supera nuestro modo habitual de hablar, por sujeto, verbo y predicado, se refiera a Dios como “el mismo ser subsistente” dado que precisamente por ser no-creado es aquello “cuyo esencia es ser”, aunque en realidad no podemos intelectualmente concebir qué decimos con ello cuando lo decimos.

Por ende Santo Tomás sí pre-supone al San Anselmo teólogo, apologético, donde Dios no puede no ser, pero no presupone un supuesto argumento ontológico “caído” en la tosca afirmación de que la esencia de Dios implica su existencia, manejando “esencia” como “conocimiento positivo” y “existencia” como ausencia de clase vacía.

2.3.3.   La forma substancial subsistente

Como en los casos anteriores, recordemos el problema: “….Y finalmente lo mismo sucede con respecto a la inmortalidad del alma. Descartes tiene razón en encontrar en la interioridad humana algo no reducible a lo material, pero su modo de plantearlo, dualista –cosa comprensible como reacción contra un aristotelismo no cristiano- produce otro malentendido. La inmortalidad del alma, así planteada, como una sustancia espiritual no dependiente del cuerpo, pre-supone que la misma “categoría” de sustancia –que no correspondería en Kant a un modo de ser real- está unida al atributo de unidad espiritual. O sea que –de vuelta– a la idea de la razón pura llamada “alma espiritual” se le atribuye una existencia que, sin embargo, sólo puede ser predicada luego de una experiencia sensible que, en este caso, es imposible. Nuevamente, así planteadas las cosas, Kant tiene razón.

En efecto, no se puede predicar “a priori” la espiritualidad del “yo” humano pues no toda sustancia es espiritual. Lo que ocurre es que en Descartes sobreviven argumentos emanados de la escolástica según los cuales la inteligencia es inmaterial. Entonces, sobre todo hoy, con el avance de las neurociencias, ello se ve como un dualismo “sin ninguna razón” más que una fe religiosa indiferente ante el avance de las ciencias.

De vuelta, el creyente no negará que cree en una dimensión espiritual del yo más allá de lo material. Pero también le dirá al no creyente que no es “dualista”: el yo no es algo separado del cuerpo, sino que la persona humana es el mismo cuerpo humano, viviente (el leib de Husserl) esencialmente destinado el encuentro intersubjetivo y dialógico con el otro, con el tú.

Pero en el encuentro con el tú hay comunicación y mensajes. Y en el mensaje, en “lo que” el otro dice, se puede encontrar una esencial distinción: el mensaje en sí mismo y el canal físico en el cual el mensaje se graba. O sea, el mundo 3 de Popper en comparación con el mundo 1, que es material. “La” teoría de la relatividad –como dice Popper– NO se identifica con ninguno de los potencialmente infinitos papeles donde hay tinta grabada ni con el silicio de una computadora.Papel y tinta no son “la” teoría de la relatividad: ésta, como tal, es una, tiene un significado en sí que no se reduce a lo material. Santo Tomás ya había hablado de esto cuando dijo que la inteligencia es capaz de captar lo universal.

Ahora bien, para Santo Tomás la inteligencia no es el yo, la sustancia, sino que es una potencialidad de la sustancia humana, del cuerpo humano. Y el cuerpo humano está a su vez ordenado por una forma que le da unidad estructural frente a los millones de elementos atómicos que lo componen y que se renuevan día a día por el proceso metabólico[8].

Quiere decir que de esa forma emergen las potencialidades sensitivas y también la inteligencia humana (en estado de unión con el cuerpo) capaz de captar esos “significados en sí mismos”.

Ahora bien, en Santo Tomás, entre la potencia de conocimiento y su objeto de conocimiento hay una analogía de proporción intrínseca. Ello quiere decir que el modo de ser de la potencia está medido, determinado, por el modo de ser del objeto. Por ende, si el objeto no es reducible a lo material (el mundo 3 no es reducible al mundo 1) entonces la potencialidad en sí misma (la inteligencia) tampoco. Pero la potencia emerge de la forma sustancial que ordena al cuerpo. Y, de vuelta, hay una analogía de proporción entre la potencia y la forma sustancial. Luego, la forma sustancial humana no se reduce a lo material, pero ello no quiere decir que no sea ordenadora de lo material. Por eso concluye Santo Tomás que la forma sustancial humana es subsistente, esto, subsiste más allá de la desaparición del cuerpo, pero no como un espíritu suelto, sino como una sustancia “INcompleta”, porque le falta el cuerpo al cual está ontológicamente destinada. Y por ello no puede ejercer sus funciones intelectuales. Lo que ocurre es que en Santo Tomás todo esto está dicho en el contexto de su teología donde la forma sustancial subsistente entra inmediatamente al juicio particular y por ende a su destino eterno, donde en el juicio final se reencontrará con el cuerpo que esencialmente le pertenece.

Pero todo ofrece, al debate mente-cerebro actual, conclusiones importantes. Santo Tomás nunca negaría las experiencias actuales de la neurociencia donde las potencialidades intelectuales quedan afectadas por un daño neuronal. Porque la inteligencia ejerce su función con con-curso con las potencialidades sensibles, lo cual, en nuestros paradigmas actuales, implica decir: en con-curso con todo el sistema nervioso central y por ende con todo el cuerpo (la “inteligencia sentiente” de Zubiri[9]). Por ende una falla en el sistema nervioso implica que la inteligencia humana no puede “ejercer”, “pasar de la potencia al acto”, pero queda comopotencia en acto primero, o sea, existente, como una capacidad que como tal está allí pero no puede ejercer su función.

Por ende no es cuestión de afirmar un “alma inmortal” que nada tendría que ver con el cuerpo, sino una forma sustancial que organiza al cuerpo –en pleno diálogo con la biología actual– pero que es subsistente a la desaparición del cuerpo. Este es el gran logro de un teólogo cristiano como Santo Tomás que es plenamente compatible con los avances actuales de las neurociencias, por un lado, y con la razonabilidad de las aspiraciones espirituales más profundas del ser humano, por el otro, que se traducen en su mirada, en sus manos, en su rostro, en su arte, en su capacidad de interpretación, en su empatía, en su capacidad de vínculo con “el yo del otro”, en mirar a los ojos y ver al otro y no sólo una pupila, iris y córnea. Por eso las computadoras –por más temor que nos inspire el legendario ojo rojo del “2001”, Hall– no pueden “mirar”. Sólo el ser humano mira. Con odio (Caín) o con amor (Abel), en la lucha permanente entre el bien y el mal (no en la “función y DIS-función”) que queda abierta precisamente por nuestra forma subsistente, hasta el final de la Historia que sólo será con la segunda venida de Cristo.

2.3.4.   Libre albedrío y conciencia crítica

Nuevamente, el libre albedrío ha sido uno de los regalos más preciosos de la revelación judeocristiana a la humanidad. Libre albedrío que convive con la gracia de Dios y la providencia, un misterio que, al tratar de ser explicado por los grandes teólogos[10], no ha hecho más que aclarar la noción misma de libre albedrío, para creyentes y para con no-creyentes.

De vuelta, después del iluminismo, las interpretaciones de diversas cuestiones científicas han puesto la carga de la prueba del lado de los que defienden el libre albedrío. Por un lado, un universo determinista no dejaba lugar para el libre albedrío, excepto que se asumiera una posición dualista donde el yo estaba exento de lo material. Ese fue el gran mérito de Descartes en su momento, y de la ley moral en Kant, que jugaba igual rol. Pero ya hemos visto que esa posición dualista retroalimentaba una posición cientificista donde los avances de las neurociencias mostraban un innegable rol del sistema nervioso central en la inteligencia de la persona. Eso lo hemos respondido en el punto anterior.

O sea: si la forma sustancial subsistente no se reduce a lo material, y por ende la inteligencia tampoco, ésta no puede estar afectada por las causalidades físicas como potencia en acto primero, aunque puede condicionarla a su paso al acto segundo. En ese sentido el libre albedrío se mantendría.

Por lo demás, se puede decir que hoy casi ningún físico sostiene el determinismo newtoniano, dado el indeterminismo de la física cuántica. Sin embargo, la indeterminación onda-partícula es un tema del mundo físico. Si, posiblemente nuestro cerebro sea el lugar donde más fenómenos de la física cuántica tienen lugar, pero no es el indeterminismo cuántico la causa del libre albedrío, precisamente porque, como veremos, el libre albedrío es algo irreductible a lo material.

Yendo al tema, alguien podría objetar que la inteligencia no es libre ante la conclusión que “ve”, si las premisas son verdaderas y la lógica entre ellas es correcta. Volviendo al famoso ejemplo, la conclusión “Sócrates es mortal” no es libre ante sus premisas “Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es hombre”. Pero, precisamente, Santo Tomás afirma que el libre albedrío es el libre juicio de la razón, allí donde las premisas no son suficientes para dar una conclusión necesaria.

“En cambio, el hombre obra con juicio, puesto que, por su facultad cognoscitiva, juzga sobre lo que debe evitar o buscar. Como quiera que este juicio no proviene del instinto natural ante un caso concreto, sino de un análisis racional, se concluye que obra por un juicio libre, pudiendo decidirse por distintas cosas. Cuando se trata de algo contingente, la razón puede tomar direcciones contrarias. Esto es comprobable en los silogismos dialécticos y en las argumentaciones retóricas. Ahora bien, las acciones particulares son contingentes, y, por lo tanto, el juicio de la razón sobre ellas puede seguir diversas direcciones, sin estar determinado a una sola. Por lo tanto, es necesario que el hombre tenga libre albedrío, por lo mismo que es racional[11]”.

La clave aquí es “cuando se trata de algo contingente, la razón puede tomar direcciones contrarias”. Por ejemplo, comprar un lápiz o una lapicera. Tengo razones tanto para una cosa como para la otra. Ninguna de esas razones me llevanecesariamente a la conclusión. Entonces la voluntad, que es el apetito el bien mediado por la inteligencia, es libre. Por ello decidir no es efectuar un razonamiento necesario, porque si hubiera necesidad, no habría decisión. Por eso dice nuevamente Santo Tomás: “… si se le propone (a la voluntad) un objeto que no sea bueno bajo todas las consideraciones, la voluntad no se verá arrastrada por necesidad. Y, porque el defecto de cualquier bien tiene razón de no bien, sólo el bien que es perfecto y no le falta nada, es el bien que la voluntad no puede no querer, y éste es la bienaventuranza. Todos los demás bienes particulares, por cuanto les falta algo de bien, pueden ser considerados como no bienes y, desde esta perspectiva, pueden ser rechazados o aceptados por la voluntad, que puede dirigirse a una misma cosa según diversas consideraciones.”[12]

Y, precisamente, en el mundo de la vida (humano) ninguna de nuestras opciones es perfecta, esto es, ninguna de ellas colma absolutamente las aspiraciones de nuestra naturaleza. Por ello los razonamientos que nos llevan a tomar decisiones no son necesarios, y, por ende, la decisión es libre.

Popper tiene un argumento por el absurdo para demostrar el libre albedrío que se relaciona mucho con lo anterior[13]. Si estuviéramos determinados a decir lo que decimos, no seríamos libres de no decirlo. Pero en un debate, en un diálogo, donde alguien puede convencerme de algo y yo cambiar de parecer, o donde yo puedo darme cuenta de algo que antes no veía, no hay necesidad en las afirmaciones (a las que llego mediante el diálogo). De lo contrario, si el otro estuviera determinado a decirme que yo estoy equivocado, ¿para qué intentar convencerlo de lo contrario? Lo más absurdo sería que mi contra-opinante sostuviera que yo estoy equivocado al decir que el hombre no es libre. ¿No sería contradictorio con mi propio determinismo tratar de convencerlo de lo contrario, para que llegue libremente a la conclusión de que el hombre no es libre?

Lo que Popper sostiene no necesariamente remite a un mundo determinístico que afectara a nuestras neuronas. Es compatible con su propia interpretación de la física cuántica[14], donde la indeterminación onda-partícula depende de propensiones, de tendencias –donde hace entrar la noción de potencialidad de Aristóteles– intrínsecas a una determinada situación física, donde la partícula se comporta a veces como partícula y a veces como onda. Pero ello no depende del control del ser humano. Por ello, aunque en nuestro cerebro hubiera indeterminación cuántica, la demostración de Popper se aplica igual.

  1.       Conclusión: la noción de persona en diálogo con el no creyente

Todo esto implica que se puede volver a poner en diálogo con el no creyente a la noción de persona, única, irrepetible, inteligente, libre, corpórea, con una ley natural intrínseca y por ende con una serie de derechos inalienables que deben siempre ser respetados. Las mejores instituciones que defiendan ello serán siempre temas más opinables. Pero los judeocristianos que nieguen esa conclusión, porque sería algo “liberal”, no advierten que están encerrados en una cuestión terminológica que peligrosamente los aparta de una de las conclusiones más importantes de su propio judeocristianismo. Excepto que estén encerrados, en realidad, en ideologías nazi-fascistas o comunistas.

A los no creyentes que nieguen esa conclusión no hay más que preguntarles: ¿por qué? ¿Por qué es una conclusión derivada del judeocristianismo? Pues sí, pero ya hemos visto que ello no obsta a que desde ese mismo horizonte se denrazones que el no creyente no pueda compartir. Y la cerrazón absoluta a considerarlas sólo puede venir, nuevamente, de ideologías nazi-fascistas y/o comunistas que, renovadas de mil maneras, siguen encerrando a muchos en paradigmas totalitarios, cuya fanática adhesión constituye ya un caso severo de alienación patológica.

Por ende, creyentes sanos y no creyentes sanos, abiertos al diálogo, a compartir horizontes, tienen que unirse hoy, más que nunca, en la defensa de Occidente, esto es, en la defensa de las libertades individuales ante los renovados totalitarismos que hoy ya las están destruyendo. Occidente padece hoy su propio Alzheimer. Que Dios nos ayude a recuperar nuestra memoria e identidad.

 

[1] Véase Sciacca, op.cit., cap. XIII.

[2] Pariticipation et Causalitéop. cit.

[3] Conferencia “Sobre la situación actual de la Fe y la teología” (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/incontri/rc_con_cfaith_19960507_guadalajara-ratzinger_sp.html). Los subrayados son nuestros. La cita nº 20 dice: “El haber descuidado esto y el haber querido buscar un fundamento racional de la fe que fuera presuntamente del todo independiente de la fe (una posición que no convence por su pura racionalidad abstracta) es, en mi opinión, el error esencial, en el plano filosófico, del intento efectuado por H. J. Verweyen, Gottes letztes Wort (Düsseldorf 1991), del cual habla Menke, loc. cit., pp. 111-176, aun cuando lo que él dice contenga muchos elementos importantes y válidos. Considero, en cambio, histórica y objetivamente más fundada la posición de J. Pieper, véase la nueva edición de sus libros: Schriften zum Philosophiebegriff, Hamburg Meiner 1995”.

[4] Véase el capítulo sexto.

[5] Rawls, J., The Law of the Peoples, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1999, pp. 166-174.

[6] En Hacia una hermenéutica realistaop. cit.

[7] He analizado esta cuestión en Zanotti, G. J., “La llamada existencia de Dios en Santo Tomás: un replanteo del problema”, Civilizar, nº 10 (18), enero-junio de 2010, pp. 55-64.

[8] Al respecto véase Artigas, M., La inteligibilidad de la naturaleza, Pamplona, Eunsa, 1992, y La mente del universo, Pamplona, Eunsa, 1999.

[9] Zubiri, X., Inteligencia sentiente, 5a ed., Madrid, Alianza, 2006.

[10] Véase al respecto el elogio de Popper a San Agustín en Popper, K., El universo abierto, Madrid, Tecnos, 1986, nota nº 30.

[11] Suma Teológica, I, q. 83.

[12] Suma Teológica, I, q. 2 art 10.

[13] Popper, K., op. cit.

[14] Popper, K., Teoría cuántica y el cisma en física, Madrid, Tecnos, 1985.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

SANTO TOMÁS Y LA INCORPORACIÓN DE CATEGORÍAS ARISTOTÉLICAS.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 12/3/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/03/santo-tomas-y-la-incorporacion-de.html

 

(De mi «Comentario a la Suma Contra Gentiles). punto 4, cap. 16 del libro I, anexo 3).

La incorporación del pensamiento aristotélico, por parte del aristotelismo cristiano medieval de San Alberto Magno, implicó un enorme progreso en la relación razón-fe. Sin embargo, siempre ha generado resistencias. Ya en su momento ST recibe condenaciones episcopales –la historia es conocida- porque al atraverse a manejar la antropología, la física y la metafísica de Aristóteles, es confundido con Averroes. San Alberto mismo tiene que salir en defensa de su genial discípulo en el concilio de Lyon; todo esto es muy conocido y nada tenemos que agregar desde un punto de vista histórico[1].

El problema es que, así como en su momento ST fue confudido con un averroísta, hoy es confundido con un aristotélico. Como ya dijimos, todas las categorías aristotélicas, sea cual haya sido su significado originario, fueron transformadas por el cristianismo agustinista de ST, donde el eje central de su pensamiento es Dios creador, las cosas creadas a Dios y cómo éstas retornan a Dios (que es la estrucura de las dos Sumas), y por ello el núcleo central (en el sentido de Lakatos) de su pensamiento es: creación, conservación, concurso y providencia. Ahora bien, para tratar todo ello según la armonía razón-fe, ST incorpora todo lo necesario: no sólo toda la tradición neoplatónica agustinista, sino Boecio, Avicena, Averroes, Avicebrón, Maimónedes, los Santos Padres y, como gran novedad, el Aristóteles introducido por San Alberto, que fue totalmente traducido de vuelta por Fr. Guillermo de Moerbeke. El trabajo de ST como “comentador” de esas traducciones es ciclópeo y notable, pero el punto es que no es un comentador: es un transformador, un recreador permanente, porque todo es visto desde la creación[2]. Por eso nosotros vamos introduciendo las categorías aristotélicas no a priori, desde un manual aristotélico, sino como el mismo ST las va utilizando en la CG, para que sean vistas en ese contexto.

Pero esto no soluciona las cosas. Primero, aún no hemos comentado el tema del conocimiento en Kant, donde las categorías aristotélicas son también transformadas, y aún no hemos explicado de qué modo podemos mantener hoy lo que retrospectivamente llamamos realismo en ST una vez sucedida la revolución copernicana de Kant. Ese tema lo tocaremos en su momento. Lo que ahora podemos comentar es que hoy el rechazo a este sutil aristotelismo de ST se debe a que muchos, desde la FE, lo ven como una “helenización” del cristianismo, donde este último habría sido reducido “a la razón griega”. Eso es parte de las preocupaciones centrales del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona.

Ante esto, varias cuestiones:

  1. a) la razón humana nunca se da in abstracto de historicidad (en el sentido de Gadamer) sino siempre en un mundo de la vida (cultura), pero ello no implica que la razón humana deje de ser humana y por ende analógicamente comunicable en un margen de intersección de horizontes. De igual modo que lo humano no se reduce a este individuo humano en particular, pero a la vez el individuo humano es totalmente humano, la razón humana no se reduce a una cultura en particular, pero a la vez cada cultura es totalmente racional en tanto participante de una razón que se va auto-explicando, analógicamente, a través de la historia humana.
  2. b) En esa historia, la razón humana, que nunca habría salido de los debates post-aristotélicos de la cultura griega, tiene un acontecimiento único y decisivo: la revelación de Dios, que había comenzado con el judaísmo, y se continúa en el cristianismo que es exotérico, proselitista, comunicante de sí a todos, apologético, y por ello hace un puente con la razón griega anterior, sobre todo neoplatónica. Al hacer eso, las categorías neoplatónicas y aristotélicas (al menos en física y en lógica) dejan de ser sólo lo helénico para ser transformadas por el acontecimiento humano principal, esto es, el Cristianismo, que transforma también a la razón humana, al intentar defenderse de la acusación de absurdo. Esa apologética de sí misma, como no absurda por creer en Dios creador y redentor, eleva a la misma razón a alturas que hubieran sido imposibles sin el acontecimiento cristiano.
  3. c) La razón humana no es por ende reductivamente griega, africana o asiática: todas las culturas son expresiones analógticas de una razón humana que desde el Cristianismo tiene que exigirse a sí misma cómo hacer razonable el misterio, sin que deje de ser misterio, o renunciar a ello, quedándose en el absurdo o en el intento de una razón que no reconoce al Cristianismo como desafío, pero entonces tiene que explicar por qué y de ese modo lo incorpora….
  4. d) Hay que distinguir, cuando se incorpora a algún clásico a otro horizonte, los diversos juegos de lenguaje que se fusionan en ese diálogo. ST sigue de cerca al lenguaje aristotélico, aún cuando a veces ese lenguaje se quede muy chico aplicado al teísmo creacionista. No es el caso, tal vez, de las nociones más básicas de la metafísica de Aristóteles, pero sí de su física, cuestión que aún hoy produce muchas confusiones, sobre todo en la noción de causa eficiente aplicada la creación y en nociones de su física: el caso clásico, que escandaliza a muchos, es la noción de primer motor aplicada a Dios. Allí es claro que Aristóteles estaba pensando en una cosa y ST en otra, comunicadas analógicamente por la noción de causa, pero ST mantiene el lenguaje aristotélico. No es la única vez que lo hace y para hacer las distinciones necesarias no hay reglas claras sino el manejo del contexto, y por ello la hermenéutica de ST no es fácil; nosotros hemos encontrado una clave: en no olvidarnos nunca de que ST está pensando siempre desde la creación.
  5. e) Ciertas nociones básicas aristotélicas, transformadas como ST las utiliza y habiendo asumido el debate con Kant, pueden ser desarrolladas desde la dinámica del yo y el nosotros, con método fenomenológico, como comenzó a hacerlo la ya citada Edith Stein. Ese camino antropológico es lo que termina de sacarlas de su contexto aristotélico-Ptolemaico no-creacionista. Esto se encuentra también, aunque de modo indirecto, en el orden que estamos siguiendo según la CG, porque asumimos una hermenéutica realista[3] donde los horizontes humanos “humanizan” el conocimiento de las cosas no humanas, y al tener en cuenta siempre el contexto creacionista de ST, todo, aún los ejemplos más biológicos en ppio. más adecuados al Aristóteles original, es visto desde lo humano, y en este caso un contexto humano entrecruzado con la auto-revelación de Dios creador y redentor, donde Dios asume el horizonte humano –se hace hombre- pero a la vez demanda a la razón humana su máximo despliegue para comprender al emisor del mensaje.

[1] Ver Weisheipl, J.A., O.P., Tomás de Aquino. Vida, obras y doctrina, EUNSA, Pamplona, 1994.

[2] Ver al respecto Sciacca, Historia de la filosofía, Luis Miracle, 1954, cap. XIII.

[3] Zanotti, G.: op.cit.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.