El «fundamento» económico del impuesto

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2020/05/el-fundamento-economico-del-impuesto.html

 

El impuesto es siempre una confiscación mal que les pese a los juristas y -en particular- a los tributaristas, porque viola la propiedad privada, pero no sólo esta, sino que -además y por, sobre todo- la libre voluntad del obligado al pago.

No existe tampoco ningún «mandato de la colectividad ejercitado por medio de sus representantes legales y que importa la decisión colectiva de hacer entrega al Estado de la parte alícuota del patrimonio particular» salvo en un sentido romántico e idealista de la democracia. Pero, en su significado realista ese mandato es el de una mayoría sobre una minoría que es, en esencia, lo que constituye la base del sistema democrático (el gobierno de una mayoría sobre una minoría) excepto en el raro caso de un resultado por unanimidad.

Pero aun en caso de unanimidad hay derechos que no son votables. El derecho a la vida no puede ser objeto de votación y nadie -ni en democracia o fuera de ella- puede desconocerlo. Si una unanimidad parlamentaria decidiera que los blancos pueden -de aquí en más- esclavizar a los negros (o viceversa) tal ley seria nula por violar el derecho natural. De la misma manera, ninguna unanimidad democrática puede arrogarse derechos sobre lo que es propiedad de otros. Estas cosas no son fruto de elección colectiva, ni de decisión siquiera. La propiedad privada es un hecho que el derecho simplemente se limita a reconocer protegiéndolo. Si democráticamente se decidiera suprimirlo sería imposible, porque implicaría que lo que es de todos no es de nadie, apareciendo «la tragedia de los comunes» explicada por Garret Hardin. Involucraría volver a «la ley de la selva» del «todos contra todos», disputándose todos, la propiedad exclusiva de las cosas. La civilización es posible gracias al reconocimiento del derecho de propiedad. La barbarie es el resultado de su desconocimiento. Estos derechos -entonces- están mucho más allá de las elecciones y votaciones parlamentarias.

Si el gobierno fuera una necesidad real de la gente no sería necesaria compulsión alguna contra ella para crearlo y sostenerlo económicamente. Lo seria voluntariamente.

«En punto al fundamento económico del impuesto, no existe razón más valedera que la necesidad de mantener al Estado, y la consiguiente exigencia de que todo el mundo brinde su aporte al respecto. De otro modo, probablemente ocurriría el dramático vaticinio de Stuart Mill: «En ausencia de todo gobierno, los fuertes, los ricos, veríanse obligados a protegerse recíprocamente; pero los débiles, los pobres, no podrían escapar a la esclavitud».»[1]

Sucede que el vaticinio de Stuart Mill se cumplió con los gobiernos incluidos, con los cuales todos, ricos y pobres se han visto reducidos a la esclavitud gubernamental. No era algo difícil de vaticinar: ya estaba ocurriendo en su época, y había sucedido antes de la suya. La fortaleza de los ricos pasó a los gobiernos, volviéndose ricos estos y reduciendo a los antes ricos a la debilidad de la pobreza, excepto en aquellos casos en la que los ricos entraron en alianzas espurias con los gobiernos para obtener ventajas de parte de este. Hoy en día, ricos y pobres se encuentran obligados a protegerse del gobierno cuando tendría que ser al revés. La cita anterior no tuvo en cuenta que basta una ley del gobierno que decrete que los ricos deben entregar su fortuna al poder de turno para que su antigua riqueza pase a ser solo un melancólico recuerdo y su despojo una triste realidad presente. La fuerza la tiene el que hace la ley y la ejecuta. Y eso solo lo pueden hacer los gobiernos, no los ricos.

Véase la contradicción del autor analizado cuando cita a Mill (con quien acuerda) comparado con sus primeras reflexiones sobre los gobiernos de la antigüedad (Egipto, Grecia, Roma, etc..) de los que decía que reducían a la miseria a sus pueblos sin distinción de fortunas. Egipcios, griegos, romanos, etc. no eran pueblos sin gobiernos. Lo que dice Mill era lo que ocurría con los gobiernos antiguos y modernos. Los gobiernos no evitan la esclavitud, sino que esclavizan a sus súbditos apenas tienen la oportunidad de hacerlo. La esclavitud no aparece por la ausencia de gobierno sino por su exceso. En realidad, la esclavitud sólo ha aparecido en aquellos lugares donde primero brotaron los gobiernos.

En consecuencia, el «fundamento económico del impuesto» que da el autor no es tal.

«Es verdad que, a través de los tiempos, varió el carácter de la gravitación del impuesto sobre los diversos factores que incluyen a la sociedad: los magnates, los poderosos, los ricos, los pobres, los totalmente desheredados de fortuna. Es obvio que en los casos de pobres y desamparados, no se debían construir doctrinas jurídico-filosóficas para justificar su exoneración de impuestos. Los hechos de su propia impotencia para hacer frente a cualquier carga fiscal, los colocaban al margen. Pero existían modos muy violentos para hacer que tampoco los absolutamente despojados de bienes materiales se excluyeran de la obligación de contribuir al sostén del Estado y entre ellos, el más conocido, fue la reducción a la esclavitud, al trabajo forzoso, para que, de esta manera, solventara sus deberes.»[2]

En realidad, raro es encontrar alguna época en el curso de la historia en que los gobiernos de cualquier signo que fueran excluyesen a alguien de la obligación de tributar en función de su escasa o amplia fortuna. Mas allá de las elucubraciones jurídicas que hace la cita, en el mundo real todos los gobernantes sometían a todos sus súbditos a la obligación de tributar. Recordemos que el mismo autor que estamos comentando comenzó su artículo exponiendo varios casos de lo dicho. Es más, los pobres eran el resultado directo del impuesto, que reduce la capitalización y -por lo tanto- la riqueza existente. No eran pobres por algún infortunio natural, sino que la causa de su pobreza era el impuesto, aspecto que los juristas -en general- desconocen por su falta de formación económica, lo que es palmario en el autor que analizamos ahora.

Si bien la pobreza es la condición natural del hombre, la riqueza en el pasado reconoce una historia de desfalcos y apropiaciones, cuyos autores eran los fuertes que eran -coincidentemente- los que ejercían el gobierno. Y es por esto que eran ricos, no porque compitieran en un mercado libre de regulaciones estatales, cosa que en no existió hasta bien entrado el siglo XVIII, y en forma germinal. Los ricos del pasado -como hoy- eran los gobernantes, sólo que actualmente se enriquecen de manera algo más sofisticada y menos brutal.

[1] Mateo Goldstein. Voz «IMPUESTOS» en Enciclopedia Jurídica OMEBA, TOMO 15 letra I Grupo 05.

[2] Goldstein, M. ibidem. Op. Cit.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

¿DE QUÉ PLANETA VINO MI PADRE?

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 1/7/18 en: http://gzanotti.blogspot.com/2018/07/de-que-planeta-vino-mi-padre.html

 

Siempre me he hecho esta pregunta. Siempre juego con que yo soy un marciano, pero claro, hay que ver los orígenes.

No sé por qué, a medida que pasan los años –murió en 1991- la imagen que más recuerdo es la de los días en los cuales volvía temprano de La Nación –eso era más o menos 9 de la noche-, se dejaba la corbata puesta, se ponía su “saco fumar” y se sentaba a leer a Pirandello, a Chejov, a Collete, a Unamuno,  mientras mamá –una pianista eximia, una coreuta con oído absoluto- terminaba de preparar la cena. Entretanto él seguía con su libro y con sus discos 33 de música clásica, la única que escuchaba, preferentemente pianistas como Rubinstein, Gulda o Horowitz. Luego así, imperturbable, con la misma corbata y el mismo saco, se sentaba a cenar en la cabecera. Era muy afectuoso, sí, tenía una sonrisa pícara que compensaba su solemnidad, pero era como sentarse a cenar con Churchill.

¿De dónde salió ese caballero inglés en la Argentina? ¿De dónde salió esta combinación de Unamuno, Marías, Scciaca y C.S. Lewis? Mi padre superaba al chiste. No es que era un argentino que era italiano, hablaba Español y se creía inglés. Era inglés. Cómo, no lo sé. ¿Alguna nave extraterrestre abdujo a mi abuela en 1927?

Conocía perfectamente a la literatura española y argentina, había leído de primera fuente a constructores de países como Mitre o Sarmiento, pero cómo llegó él solo, a enamorarse de los EEUU, no lo sé.

El asunto es que nuestra familia era un mundo cultural propio que giraba entre Roma, Philadelphia y Buenos Aires. En la primera estaban tres hermanas de mamá, en la segunda dos hermanas de mi abuelo materno, que fundaron toda la rama norteamericana, y en ese otro extraño lugar del mundo, exiliados, estábamos nosotros.

El marco de referencia eran EEUU e Italia. Cuando mataron a Robert Kennedy yo tenía ocho años y mis padres lloraban amargamente. Yo subí al micro escolar, en un lejanísimo lugar llamado Ituzaingó, diciendo “mataron a Kennedy, mataron a Kennedy”, y comencé a descubrir entonces qué significaba vivir en otro planeta.

No levantaba nunca la voz. No pronunciaba regionalismos. No tenía los juegos del lenguaje del porteño. No usaba el che. Hablaba el Español de Ortega y Gasset  y de Unamuno.  Escribía un Español impecable sin corregir una sola vez, de primera mano, en tiempos donde no había Word ni nada por el estilo. Caminaba con un paso parecido al de Patton o de Gaulle.  Era un aristócrata. Una vez el hijo medio loco, yo, le dije que Chejov era el piloto de Viaje a las Estrellas. Ni siquiera respondió. Mi miró con afecto, pero como quien mira a un irredimible.

La casa, para él, era su castillo, y él su señor. En la casa no entraba el exterior. No entraba lo mundano. “Afuera vas a escuchar muchas cosas”, me dijo una vez. “Pero en esta casa, no”. El no lo sabía, pero al entrar nos teníamos que sacar el mundo, como los japoneses los zapatos. La casa era su templo, y la intimidad de su hogar, su sagrario.

Era inmune a otras influencias. Guiraldes, Hernández, Estrada, sí entraban a casa. Nos llevó dos veces, a Pablo y a mí, a San Antonio de Areco a ver la estancia de Guiraldes. Fue mi máximo contacto con Argentina. Pero la televisión de los 70, no, y menos el cine argentino de entonces. Olmedo y Porcel eran para él el ejemplo máximo de la decadencia cultural. La chabacanería era para él una perversión inconcebible.  Y los pobres Les Luthiers  le parecían algo tan terrible como reírse de la liturgia un Viernes Santo.

Era un liberal orteguiano, un severo crítico al nacionalismo, un admirador de las formas republicanas: en el fondo, era un iluminista. Fue maestro normal nacional 10 años y verdaderamente fue para él un sacerdocio. Sólo desde allí pudo criticar luego al positivismo pedagógico.  El peronismo y el sindicalismo argentino eran para él peor que cualquier pecado mortal. Propuso seriamente eliminar la obligatoriedad de los planes estatales de enseñanza, en la Argentina de los 80. Malvinas le pareció un horror. Alfonsín era para él la izquierda absoluta. No sé si hubiera resistido ser testigo de la Argentina posterior.

Era católico, pero la izquierda de los “sacerdotes para el tercer mundo” sencillamente lo destrozó.

De dónde, de dónde salió. ¿Será la Argentina sólo un caos informe del cual puede salir tanto mi padre como un Moyano? ¿Será eso o nada más que la infinita combinatoria casual del humano devenir?

Se quedó muy solo. Los católicos, aferrados al sistema de incorporación por gestión propia, no lo entendieron nunca. La izquierda le agradeció poniéndole una bomba en su (nuestra) casa de Ituzaingó. Los militares pensaron que por eso era uno de ellos, hasta que se dieron cuenta que tampoco. Los liberales de la Escuela Austríaca lo conocieron muy tarde. Tuvo muchos amigos y discípulos, pero su Instituto de Investigaciones Educativas fue discontinuado después de su muerte.

 

De dónde, de dónde salió. Y yo, recién ahora estoy sólo a la altura de sus zapatos. Y recién ahora podría hablar realmente con él.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.