¿Qué son peores? ¿Gobiernos desbocados, empresarios prebendarios o ladrones de bancos?

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 12/9/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/09/12/que-son-peores-gobiernos-desbocados-empresarios-prebendarios-o-ladrones-de-bancos/

FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el Palacio Presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el Palacio Presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Para una evaluación que responda al interrogante que plantea el título de esta nota periodística, es indispensable remitirnos al significado de la ley. Para ello nada mejor que aludir al texto del decimonónico Frederic Bastiat titulado precisamente La Ley, publicado originalmente en 1850 y traducido por vez primera al castellano de la versión francesa en 1959 por el Centro de Estudios sobre la Libertad de Buenos Aires, antes incluso que la versión inglesa de 1964. Desde entonces se han publicado varias ediciones en distintos idiomas, la última en 2005 en castellano por Alianza Editorial de Madrid.

Bastiat fue un prolífico escritor, fundador de la célebre Asociación Francesa de Libre Comercio, frecuente colaborador del Journal des Economistes, diputado en las cortes francesas, gran amigo del notable polemista inglés Richard Cobden y ferviente estudioso de los clásicos del liberalismo. Sus abultados textos están recopilados en tres obras: Armonías económicasSofismas económicos y Ensayos de política económica. En el prólogo que el premio Nobel en economía Friedrich Hayek escribe para este último libro, concluye que Bastiat “tenía un don especial para ir al corazón de los problemas” y Joseph Schumpeter en su Historia del análisis económico lo considera “el periodista económico más brillante de la historia”. Se han publicado numerosas tesis doctorales sobre este eminente pensador, tal vez la más difundida sea la de Dean Russell presentada y aprobada en el Instituto de Estudios Internacionales para Graduados de la Universidad de Ginebra, en 1959, titulada Frederic Bastiat. Ideas and Influences.

Vamos entonces a un introito sobre significado de la ley que desafortunadamente pocos graduados de abogacía entienden hoy, puesto que la gran mayoría no son abogado -que significa defensores del derecho- y son en cambio estudiantes de legislaciones que pueden recitar sus números, incisos y párrafos pero se desentienden de los mojones o puntos de referencia extramuros de la ley positiva. En este sentido, salvo honrosas excepciones, en nuestra época el positivismo legal ha hecho estragos lo cual, entre otras cosas, no permite ver que la igualdad ante la ley está indisolublemente atada a la noción de Justicia en el contexto clásico de “dar a cada uno lo suyo” y lo suyo remite a la propiedad privada que a su vez está anclada a los procesos de mercado abierto y el consecuente respeto recíproco.

La institución de la propiedad privada existe no solo referida a la personalidad de cada cual y a su vida sino a lo adquirido de modo legítimo. Tal como se ha consignado en otras oportunidades, la asignación de derechos de propiedad se torna indispensable a los efectos de darle el mejor empleo posible a los siempre escasos factores de producción: los que aciertan en las necesidades del prójimo obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos.

En esta línea argumental, el mayor aprovechamiento de esos recursos se traduce en incrementos en los salarios e ingresos en términos reales. En la visión opuesta Marx y Engels en el Manifiesto Comunista sostienen que “todo el programa comunista puede resumirse en la abolición de la propiedad privada”. Ludwig von Mises, al contrario, en Liberalismo explica que “todo el programa del liberalismo se traduce en el respeto a la propiedad privada”. Es del caso recordar que este último autor demostró que como la abolición de la propiedad significa la eliminación de los precios de mercado, en un sistema socialista coherente no hay forma de evaluar proyectos, calcular y llevar contabilidad. Las consideraciones técnicas carecen de sentido sin precios, como explica Mises: puede fabricarse agua sintética desde el punto de vista técnico con dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno pero se necesitan precios para saber si es viable.

Pasado este introito, veamos el análisis magistral de Bastiat en torno al corazón de la ley como sinónimo de derecho y no mera legislación (de paso recordemos que Juan Bautista Alberdi -el autor intelectual de la Constitución fundadora en tierras argentinas- resume la idea al escribir que “saber leyes, pues, no es saber derecho”). Bastiat se pregunta y responde: “¿Qué es la ley? Es la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa”. A continuación escribe: “Tal como la fuerza de un individuo no puede legítimamente atentar contra la persona, la libertad o la propiedad de otro individuo, por la misma razón la fuerza común no puede aplicarse legítimamente para destruir la persona, la libertad o la propiedad de individuos”.

Bastiat conocía bien a los autores de la Escuela Escocesa, Adam Smith, Ferguson y Hume en cuanto a la trascendencia del orden espontáneo y la incipiente idea en cuanto a que el conocimiento está fraccionado y disperso entre millones de personas que se coordinan cada uno persiguiendo su interés personal sin lesionar derechos de terceros y, asimismo, la ignorancia se concentra cuando megalómanos intervienen en el mercado provocando desabastecimientos y desajustes varios que redundan en perjuicio de todos pero muy especialmente en el bolsillo de los más necesitados. Así nuestro autor, siempre en su trabajo sobre la ley, nos dice: “Puede afirmarse aún que gracias a la no intervención del Estado en los asuntos privados, las necesidades y las satisfacciones se desarrollarían en el orden natural”. Pero afirma que desafortunadamente los gobiernos han “procedido en forma contraria a su propia finalidad, han destruido su propia meta: se han aplicado a aniquilar aquella justicia que debían hacer reinar, a borrar, entre los derechos, aquellos límites que era su misión hacer respetar, ha puesto la fuerza colectiva al servicio de quienes quieren explotar” y concluye que se trata de la “completa perversión de la ley” ya que “no podía pues introducirse en la sociedad un cambio más grande y una mayor desgracia que esto: la ley convertida en instrumento de expoliación”. Y cómo reconocer el robo legal, se pregunta Bastiat y responde: “Es muy sencillo. Hay que examinar si la ley quita a alguno lo que le pertenece para dar a otros lo que no les pertenece”.

El pensador francés afirma que toda esta flagrante tergiversación y degradación de la ley coloca a las personas en una encrucijada: “Cuando la ley y la moral se encuentran en contradicción, el ciudadano se encuentra en la cruel disyuntiva de perder la noción de la moral o de perder el respeto a la ley”. Más adelante en su estudio sustancioso sobre la ley señala la fenomenal incomprensión que revela la equivocada noción que cuando se apuntan los desaguisados de los aparatos estatales metidos en áreas que exceden su misión específica de protección de los derechos de todos “que son anteriores y superiores a la existencia de los gobiernos” para nada quiere decir que se está en contra de tal o cual emprendimiento, solo se dice que no le compete al monopolio de la fuerza llevarlo a cabo ya que inexorablemente contradice lo que hubiera hecho o de que modo lo hubiera hecho la gente si hubiera podido utilizar libremente el fruto de su trabajo.

En este sentido, Bastiat subraya en una última cita que hacemos, también muy jugosa: “Hay que decirlo: hay en el mundo exceso de grandes hombres, hay demasiados legisladores, organizadores, instituyentes de sociedades, conductores de pueblos, padres de naciones etc. Demasiada gente que se coloca por encima de la humanidad para regentearla, demasiada gente que hace oficio de ocuparse de la humanidad. Se me dirá: usted que habla, bastante se ocupa de ella. Cierto es. Pero habrá de convenirse que lo hago en un sentido y desde un punto de vista muy diferentes y que si me entrometo con los reformadores, es únicamente con el propósito de que suelten el bocado”.

Recién después de haber marcado estas fundamentalísimas disquisiciones sobre la ley y los engendros que se provocan cuando se aparta del derecho, recién ahora entonces podemos responder y evaluar el interrogante con que titulamos esta nota. Nada cambia por el hecho de que una multitud apruebe un desatino, no por eso deja de ser desatino. Tal como ha escrito Benjamin Constant, que tanto inspiró a Bastiat: “La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”, por otra parte un concepto que viene desde Cicerón, quien destacó: “El imperio de la multitud no es menos tiránico que la de un hombre solo” y, entre nosotros, Juan González Calderón ha dicho que “los demócratas de los números ni de números entienden puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50% más 1%=100% y 50% menos 1%=0%”.

Entonces los gobiernos desbocados traicionan abiertamente el sentido de la ley y la convierten en robo legal, en usurpación y en expoliación al fruto del trabajo ajeno, es decir, le dan la espalda a la misión por la que existen los aparatos estatales de garantía y protección a los derechos. Este es el sentido del derecho a la resistencia a la opresión intolerable desde John Locke en adelante inscripta en muchos declaraciones de independencia comenzando por la estadounidense, es decir la legitimidad de un contragolpe para frenar los golpes extremadísimos y repetidos a las instituciones republicanas, lo cual se hizo en muchos casos, unos con suerte como la antedicha independencia norteamericana y otros con desvíos atroces como el contragolpe de Castro a los reiterados golpes perpetrados por Batista contra las instituciones republicanas en lo que hoy es la isla-cárcel cubana.

La usurpación con apoyo electoral no modifica la usurpación en todos los actos en los que el Leviatán da manotazos vía impuestos insoportables, inflaciones colosales y deudas astronómicas al efecto de financiar gastos gubernamentales elefantiásicos empleados para aplastar a súbitos indefensos.

En cuanto al caso de empresarios prebendarios, las alianzas con el poder de turno para explotar a sus congéneres constituyen también un atraco. Y cuando los privilegios se esgrimen debido a la necesaria protección, debe señalarse que no hay derecho a que endosen sus costos sobre las espaldas del resto de los habitantes puesto que si no contaran con los suficientes recursos para hacer frente a los primeros períodos de sus proyectos deberán vender su idea a otros en el mercado local o internacional, pero si nadie le compra ese proyecto es porque está mal evaluado lo cual tampoco justifica recurrir coactivamente al bolsillo ajeno.

Finalmente, el ladrón de bancos o sus equivalentes siendo a todas luces repudiables por lo menos tienen la idea de que lo que hacen contradice los valores de los asaltados. Por eso se cubren la cara y generalmente operan en la oscuridad de la noche, mientras que los gobernantes desbocados y los empresarios prebendarios asaltan a cara descubierta, de día y con el apoyo del monopolio de la fuerza convertida de contrabando con apariencia de ley disfrazada de derecho. Por eso es que el antes referido Alberdi escribió: “El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado, en nombre de la utilidad pública”. A eso agrega su condena al proteccionismo empresario, que sostiene es “la protección a la estupidez y a la pereza, el más torpe de los privilegios” (Obras Completas, tomo IV, pp.165 y 182 respectivamente).

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Un tributo al periodismo independiente

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 7/3/20 en: https://www.infobae.com/opinion/2020/03/07/un-tributo-al-periodismo-independiente/

 

Hablar de periodismo independiente es una redundancia colosal pero, dadas las sumamente pastosas cuando no desfachatadas circunstancias que tienen lugar en no pocos países, el énfasis amerita puesto que desafortunadamente hay quienes se dicen periodistas pero se han degradado a la condición de apéndices cuando no esbirros del poder de turno, mutando en verdaderos asaltantes y descuartizadores de la decencia.

De todos modos es del caso destacar a quienes hacen honor a su oficio con creces corriendo todo tipo de riesgos y peripecias. A estos personajes todos les debemos mucho. Si no fuera por ellos en gran medida estaríamos en la penumbra para no decir en la total oscuridad. Quienes investigan e informan a la opinión pública son personas de una envergadura moral superlativa. No se francamente si se les debería llamar el cuarto poder o en homenaje a su ejemplo de integridad más bien debiera aludirse al primer poder.

El caso argentino es paradigmático: en los últimos largos años han sido la tabla de salvación para los espíritus libres. Rindo entonces este modesto tributo a estos periodistas de gran valía. Les agradezco muy sentidamente su coraje, constancia y perseverancia. La prensa oral y escrita en todas partes da batallas cotidianas para oponerse al abuso del poder. Estas mujeres y hombres del periodismo saben que su función es la crítica para mantener los aparatos estatales en brete cualquiera sea su color. Saben que ser condescendientes atenta contra su sagrada misión.

En otras oportunidades he escrito sobre la trascendencia de la libertad de prensa, pero en este caso es pertinente volver en parte sobre este aspecto crucial. Para incorporar algo de tierra fértil en el mar de ignorancia en que nos debatimos, se hace necesario recabar el máximo provecho del conocimiento existente, por su naturaleza disperso y fraccionado entre millones de personas. Con razón ha sentenciado Einstein que “todos somos ignorantes, sólo que en temas distintos”. Al efecto de sacar partida de esta valiosa descentralización, es indispensable abrir de par en par puertas y ventanas para permitir la incorporación de la mayor dosis de sapiencia posible. Esto naturalmente requiere libertad de pensamiento y la consiguiente libertad de expresarlo, lo cual se inserta en el azaroso proceso evolutivo de refutaciones y corroboraciones siempre provisorias.

Esta libertad es respetada y cuidada como política de elemental higiene cívica en el contexto de una sociedad abierta, no sólo por lo anteriormente expresado, sino también porque demanda información de todo cuanto ocurre en el seno de los gobiernos, para así velar por el cumplimiento de sus funciones específicas y minimizar los riesgos de extralimitaciones y manotazos a las libertades.

Este es el sentido por el que los Padres Fundadores en Estados Unidos otorgaron tanta importancia a la libertad de prensa y es el motivo por el que se insertó con prioridad en la mención de los derechos de las personas en su carta constitucional, la cual, dicho sea de paso, fue tomada como punto de referencia en la sanción de la argentina.

Resulta especialmente necesaria la indagación por parte del periodismo cuando los aparatos de la fuerza que denominamos Gobierno pretenden ocultar información bajo los mantos de la “seguridad nacional” y los “secretos de Estado”, alegando “traición a la patria” y esperpentos como el “desacato” o las intenciones “destituyentes” por parte de los representantes de la prensa. Debido a su trascendencia y repercusión pública internacional, constituyen ejemplos de acalorados debates sobre estos asuntos los referidos a los llamados Papeles del Pentágono (tema tan bien tratado por Hannah Arendt) y el célebre caso Watergate, que terminó derribando un Gobierno.

Por supuesto que nos estamos refiriendo a la plena libertad sin censura previa, que no es óbice para que se asuman con todo el rigor necesario las correspondientes responsabilidades ante la Justicia por lo expresado en caso de haber lesionado derechos de terceros.

Hasta aquí lo básico del tema, pero es pertinente explorar otros andariveles que ayudan a disponer de elementos de juicio más acabados y permiten exhibir un cuadro de situación algo más completo. En primer lugar, la existencia de ese adefesio que se conoce como “agencia oficial de noticias”. No resulta infrecuente que periodistas bien intencionados y mejor inspirados se quejen amargamente porque sus medios no reciben el mismo trato que los que adhieren al Gobierno o que los que la juegan de periodistas y son directamente megáfonos del poder del momento. Pero en verdad, el problema es aceptar esa repartición estatal en lugar de optar por su disolución, de modo que cuando los Gobiernos deban anunciar algo simplemente tercericen la respectiva publicidad. La constitución de una agencia estatal de noticias es una manifestación autoritaria a la que lamentablemente no pocos se han acostumbrado.

Es también conveniente para proteger la muy preciada libertad a la que nos venimos refiriendo que en este campo se dé por concluida la figura atrabiliaria de la concesión del espectro electromagnético y asignarlo en propiedad para abrir las posibilidades de subsiguientes ventas, puesto que son susceptibles de identificarse del mismo modo que ocurre con un terreno. De más está decir que la concesión implica que el que la otorga es el dueño y, por tanto, tiene el derecho de no renovarla a su vencimiento, además de otras complicaciones y amenazas a la libre expresión de las ideas que aparecen cuando se acepta que las estructuras gubernamentales se arroguen la titularidad, por lo que en mayor o menor medida siempre pende la espada de Damocles.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos, puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado: las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatoris con el que los Papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, intervienen en la producción y distribución de papel, pretenden reglamentar las versiones digitales, todo lo cual al decir del decimonónico Richard Cobden, significa el establecimiento de repugnantes “impuestos al conocimiento”.

La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutemberg no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se les han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud.

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes, que sin vestigio alguno de modestia, y a diferencia de lo sugerido por Einstein, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en verborragias imparables.

Dados los temas controvertidos aquí brevemente expuestos -que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa-, considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el porqué y el para qué de principios aceptados es considerado un elemento pernicioso”.

Por supuesto que se puede discrepar con lo dicho o escrito por periodistas independientes, pero eso no es para nada motivo para siquiera rozar la idea de la infame mordaza, abierta o encubierta. El debate es necesario en todos los ámbitos al efecto de ventilar todas las perspectivas y cada uno saca sus conclusiones en un proceso de constante aprendizaje.

En resumen, es indispensable oponerse con la necesaria energía a cualquier manifestación implícita o explícita que pretenda coartar de una u otra manera la faena de la prensa, tan vital para el oxígeno mismo de los derechos individuales consagrados en todas las constituciones republicanas. Como queda dicho, el centro de la tarea periodística se refiere a la defensa contra las tropelías de los aparatos estatales por lo que son desviados y alejados de esa misión específica aquellos que no solo operan bajo el paraguas del poder del momento sino cuando reclaman avances sobre las libertades por parte de posibles gobiernos venideros o hacen la apología de tiranos anteriores. Estos desconocimientos brutales del tronco principal de la libertad de prensa marcan la decadencia que es contrarrestada por los verdaderos periodistas. En este contexto y por todo esto es que resulta muy pertinente recordar un pensamiento de Thomas Jefferson: “Frente a la posibilidad de un gobierno sin libertad de prensa o libertad de prensa sin gobierno, me inclino por esto último”.

Cierro esta columna con un pensamiento de William Faulkner reflejado en un reportaje que le concedió a Jean Stein en 1956, una reflexión que no solo va para los siempre esmerados periodistas sino para todos los humanos: “Nunca hay que estar satisfecho con lo que se hace. Nunca es tan bueno como podría serlo. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que es posible hacer. No hay que preocuparse simplemente por ser mejor que los contemporáneos o que los predecesores. Hay que tratar de ser mejor que uno mismo”. Esto es lo que pensaba con sabiduría el Nobel de literatura de 1949, el maestro de la narrativa con visos cinematográficos, de los diálogos interiores, de las frases largas y del manejo de los tiempos y los flash-backs.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

BASTIAT, UN ECONOMISTA ACTUAL

Por Alberto Benegas Lynch (h)

A pesar de ser decimonónico, debido al contenido de sus escritos y conferencias es de una notable actualidad. La primera publicación de las obras completas de Frédéric Bastiat fue editada por Paul Paillottet y René V. Fontenay en París, en 1854. Sus libros y sus numerosos ensayos fueron objeto de sucesivas ediciones, la última de las cuales fue realizada en 1980 por la Universidad de París. En 1858 Francisco Pérez Romero tradujo por primera vez al español una de las obras de Bastiat.
Recién en 1964, en Estados Unidos, la editorial Van Nostrand de Princeton tradujo al inglés buena parte de sus obras, a partir de lo cual siguieron traducciones al italiano, al alemán y al chino.

La primera obra traducida al inglés incluye una introducción del premio Nobel en economía Friedrich A. von Hayek. Dicha obra se titula Selected Essays on Political Economy y en la introducción, entre otras cosas, Hayek dice lo siguiente: «Bastiat esgrimió argumentos contra las falacias más importantes de su tiempo… ninguna de estas ideas ha perdido influencia en nuestro tiempo. La única diferencia es que Bastiat, al discutirlas, estaba completamente del lado de los economistas profesionales y en contra de creencias populares explotadas por intereses creados, mientras que, propuestas similares, hoy, son propagadas por algunas escuelas de economistas y envueltas en un lenguaje ininteligible para el hombre común».

La característica central de todos los escritos de Bastiat es su sencillez, su lenguaje directo y, al mismo tiempo, la notable fuerza de sus razonamientos. No pocos son los economistas profesionales que consideran que un trabajo serio debe incluir terminología estrafalaria, confusa y con asombrosa profusión de fórmulas matemáticas. En este sentido, Wilhelm Roepke dice en su obra Más allá de la oferta y la demanda que «Cuando uno trata de leer una revista económica de nuestros días, uno se pregunta si no estará en realidad leyendo una revista académica sobre química o hidráulica. Es tiempo de que hagamos un análisis crítico sobre estos temas. La economía no es una ciencia natural; es una ciencia moral y como tal se vincula al hombre como un ser espiritual y moral». También Popper se refiere a los lenguajes oscuros pretendidamente científicos: «Cualquiera que no sepa expresarse de forma sencilla y con claridad no debería decir nada y seguir trabajando hasta que pudiera hacerlo» (En busca de un mundo mejor).

Charles Gide y Charles Rist en el primer tomo de su Historia de las doctrinas económicas se refieren elogiosamente a la trayectoria de Bastiat quien después de estudiar economía publicó en el Journal des Economistes editado por el prolífico Gustave de Molinari y estableció la Asociación de Librecambio en Bordeaux en 1841 y, poco después, en París, la Asociación Nacional del Librecambio a imitación de la Liga de Manchester fundada por su amigo Richard Cobden. Influyó decisivamente en los acontecimientos de su país y, en Italia, a través de Francesco Ferrara, profesor de la Universidad de Turín; Tulio Martello, profesor de la Universidad de Bolonia y el célebre Maffeo Pantaleoni. En Suecia, Johan August Gripenstedit fue discípulo de Bastiat (profesor de la Universidad de Lud y posteriormente fundador de la Sociedad de Economía en Estocolmo). También en Suecia fueron sus discípulos Axel Pennich y Karl Waern. Incluso en Prusia tuvo una fuerte influencia a través de John P. Smith, hijo de ingleses y profesor de historia económica de la Universidad de Göttingen.

En la aludida historia de Gide y Rist se apunta que, a pesar de los trabajos que escribieron autores socialistas como Proudhon y Lassalle en contra de Bastiat, «su mesura, su buen sentido, su claridad, dejan una impresión inolvidable; y no sé si aún hoy, sus Armonías económicas no es el mejor libro que pueda recomendarse al joven que por primera vez emprende el estudio de la economía política».

Por su parte, John Elliot Cairnes -el economista irlandés, profesor en la Universidad de Londres y autor de El carácter y el método lógico de la economía política– escribió sobre Bastiat un ensayo (recopilado en The Development of Economic Thought: Great Economists in Perspective de Henry W. Spiegel, ed.). Este ensayo es un estudio crítico de aspectos epistemológicos en los trabajos de Bastiat. Crítica en gran medida justificada pero debemos tener presente que el economista francés escribió antes de Carl Menger y mucho antes que Ludwig von Mises. De todos modos Cairnes escribe: «El nombre de Bastiat es de todos los economistas franceses, tal vez, el más familiar en este país [Inglaterra…] y ha sido afortunado de encontrar excelentes traductores de sus obras principales».

Tengamos en cuenta que el primer ensayo de Bastiat fue publicado en 1844 y murió de tuberculosis en 1850. En sólo seis años produjo una obra asombrosamente amplia. En el trabajo mencionado Cairnes pondera un discurso de Bastiat titulado «Los productores de velas» donde con ironía aconseja que los gobernantes promulguen una disposición por la que se obliguen a tapiar de día las ventanas de toda la población «para proteger a los productores de velas de la competencia desleal del sol».

En 1959 Dean Russell se doctoró en la Universidad de Ginebra con una tesis titulada Frédéric Bastiat: Ideas and Influences donde en las primeras líneas del capítulo primero transcribe la siguiente cita de Bastiat «El estado es aquella gran ficción por la que todos tratan de vivir a expensas del resto». La tesis, originalmente escrita en francés, se tradujo al año siguiente al inglés y tuvo una amplia acogida y despertó gran curiosidad entre economistas estadounidenses lo cual, finalmente, despertó el interés para comenzar la antes referida traducción de sus obras en aquel idioma. Leonard E. Read -entonces presidente de la Foundation for Economic Education de New York- ha escrito respecto de Bastiat: «Creo que Bastiat es en realidad un contemporáneo porque, de hecho vive entre nosotros. Los frutos de su mente tan fértil son mejor conocidos hoy en los Estados Unidos por más gente incluso que en la época que escribió sus obras». George Charles Roche escribió en 1971 un libro titulado Frédéric Bastiat, A Man Alone donde dibuja un mapa intelectual muy ajustado a la época y a la atmósfera en que actuó Bastiat y a su coraje para defender sus convicciones liberales.

En su ensayo titulado «Lo que se ve y lo que no se ve» explica uno de los puntos centrales del análisis económico cual es la capacidad de poner en contexto los efectos de las medidas adoptadas. Allí efectúa un pormenorizado análisis de la importancia para el economista de prestar debida atención a los efectos visibles y los que quedan en la trastienda así como lo resultados inmediatos y los mediatos.
Escribe que se suele sostener que si el estado no interviene a través de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas la gente practicará el ateísmo. Si no interviene para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la industrialización. Se piensa que si el estado no subsidia a los artistas quiere decir que se patrocina la barbarie y así sucesivamente.

 

La editorial Simon & Schuster publicó en 1997 The Libertarian Reader: Classic & Contemporary Writings From LauTzu to Milton Friedman de David Boaz donde se destaca especialmente la obra más conocida de Bastiat, La Ley en donde el autor se detiene a desarrollar conceptos básicos de los marcos institucionales como puntos de referencia par los procesos de mercado y, asimismo, destaca los daños del positivismo jurídico y la necesidad de prestar atención a los mojones extramuros de la la ley promulgada por el legislador. Más adelante explica que existe la expoliación extra legal y la expoliación legal. Afirma que esta última resulta la más peligrosa porque se hace con el apoyo de la fuerza institucionalizada. Esta obra ha sido traducida a seis idiomas (fue traducida al español en 1958 por el Centro de Estudios sobre la Libertad de Buenos Aires y ahora hay una de Alianza Editorial de Madrid).

En su ensayo titulado «El balance comercial» nos relata una historia para ilustrar las confusiones que aparecen en relación con el tema. El cuento se refiere a un francés que compra vino en su país por valor de un millón de francos y lo transporta a Inglaterra donde lo vende por dos millones de francos con los que a su vez compra algodón que lleva de vuelta a Francia. Continúa el relato diciendo que otro comerciante francés compró vino por un millón de francos en su país y también lo transportó a Inglaterra pero pudo venderlo sólo por medio millón de francos en ese país, con lo que, según los burócratas de la aduana, el primero produjo un déficit en la balanza comercial mientras que el segundo contribuyó a mejorarla.

En su extenso trabajo titulado Acerca de la competencia Bastiat extiende la explicación de Adam Smith de «la mano invisible». Explica como cada uno al buscar su interés personal va construyendo un orden que está más allá de las posibilidades de mentes individuales. Al mismo tiempo, en las transacciones libres y voluntarias cada uno obtiene beneficios, al contrario de lo que ocurre en sistemas de suma cero (para utilizar la terminología de la teoría de los juegos).
En su opúsculo titulado «Restricción al comercio internacional y desocupación tecnológica» Bastiat explica cómo la máquina y la adquisición de productos más baratos del exterior liberan trabajo humano para que sea aprovechado en áreas que hasta el momento resultaban inconcebibles debido, precisamente, a que estaba destinado a las tareas para las que se introducen nuevos productos y la nueva tecnología.

En enero de 1948 la Asamblea Nacional propuso un descuento provisorio en los salarios del medio por ciento con destino a sindicatos a lo que Bastiat y un grupo de colegas economistas se opusieron con vehemencia. No quiero pensar si vivieran en nuestra época en donde se acepta la inmoral figura de los “agentes de retención” que explotan a los trabajadores para que sindicalismos autoritarios puedan usufructuar de vergonzosos mercados cautivos que devienen en fortunas colosales y contar con escandalosos ingresos para las así llamadas “obras sociales”.

Bastiat resumió sus preocupaciones respecto del auge del nacionalismo en su breve paso por la Asamblea Nacional de su país del siguiente modo: «Si los bienes y servicios no pueden cruzar las fronteras, las cruzarán los ejércitos». En resumen, como se ha visto, Bastiat es un economista de nuestra época. Constituye un buen ejemplo a seguir porque como se ha dicho “Debemos ser protagonistas de lo mejor y no espectadores de lo peor”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

AMENAZA A LA LIBERTAD DE PRENSA

Por Alberto Benegas Lynch (h). 

 

Ya hemos consignado que el gobierno de Donald Trump ha comenzado su gestión insultando a periodistas y echando algunos de conferencias de prensa de la Casa Blanca como si fuera dueño del lugar. En vez de señalar sus desacuerdos ha optado por sostener que son deshonestos y otros improperios . Ahora el gobierno anuncia que se está estudiando la posibilidad de citar a periodistas que hagan públicas informaciones que los gobernantes consideran  reservadas, lo cual contradice principios elementales de la libertad de prensa.

 

Dada la trascendencia del tema, nunca es suficiente insistir una y otra vez sobre la importancia de resguardar  lo que consigna el cuarto poder al efecto de hacer posible el debate abierto de ideas para avanzar en el conocimiento y limitar los abusos del poder. Jefferson sostenía que “frente a la alternativa de contar con un gobierno sin libertad de prensa y libertad de prensa sin gobierno, me inclino por los segundo”.

 

Hay autores que se pronuncian sobre diversos temas de interés general pero sus manifestaciones se reducen a un ámbito más o menos parroquial, sin embargo hay otros que emiten declaraciones, pronuncian conferencias o publican ensayos y sus palabras recorren casi instantáneamente el planeta. Este es el caso, por ejemplo, de Umberto Eco.

Son muchos los aspectos de gran interés que ha abordado Eco a través de su vida, pero destaco una conferencia en el Senado romano ante los miembros de ese cuerpo legislativo y directores de los periódicos más importantes de Italia sobre la función crítica del periodista. Este filósofo de la lengua apuntó que “La función del cuarto poder es, sin duda, la de controlar y criticar a los otros tres poderes” y también que “es garantía de salud para un país democrático que la prensa pueda cuestionarse a sí misma”.

A partir de esta premisa apuntada por Umberto Eco elaboraré en otras ocasiones sobre aspectos que estimo relevantes y que ahora vuelvo a resumir. Antes que nada es del caso subrayar que asistimos con alarma y gran preocupación al espectáculo lamentable en el que los dictadores electos y los de facto indefectiblemente la emprenden contra los medios y periodistas independientes, en verdad un pleonasmo ya que el “periodismo oficialista” deja de ser periodismo pero, dada la situación imperante, se hace necesario el adjetivo…a veces el antiperiodismo se autodenomina “periodismo militante”, una figura bochornosa pero que pone al descubierto la naturaleza vertical y militar del fenómeno.

La libertad de expresión es la manifestación de la libertad de pensamiento lo cual se torna indispensable para la vida del ser humano cuya característica sobresaliente es precisamente la de pensar y, consecuentemente, para el progreso puesto que éste se basa en un proceso evolutivo que demanda debates abiertos, todo lo cual solo tiene lugar en libertad. Esa es la razón por la  que las Constituciones de las sociedades abiertas le atribuyen primordial importancia a la libertad de prensa y por la que los megalómanos tanto le temen a las voces que difieren con el discurso oficial.

Habiendo dicho esto, conviene precisar que hay reparticiones gubernamentales que muchas veces se dan por sentadas en regímenes democráticos pero que llevan la semilla de la destrucción del sistema, léase las agencias de noticias oficiales que sientan las bases para la manipulación de las pautas publicitarias, propaganda gubernamental y otras tropelías. En una sociedad abierta la publicidad oficial se terceriza sin necesidad de contar con una repartición estatal y les está vedado a los gobernantes participar en nada que esté relacionado con la prensa, tal como empresas de papel, el establecimiento de medios estatales, el mantenimiento de figuras inquisitoriales como la del “desacato” o la asignación de frecuencias radiales y televisivas puesto que el espectro electromagnético es susceptible de asignarse en propiedad y así liberarse de la fatídica figura de la concesión que siempre significan una peligrosa espada de Damocles.

Sin duda que la libertad de expresión para nada deshecha la posibilidad de que la Justicia proceda con las penas que estime necesario si se han vulnerado derechos, pero esto en ningún caso admite la censura previa. Solo los totalitarios y los brutos morales (que son sinónimos) pueden patrocinar la clausura de debates abiertos sobre todos los temas concebibles.

La función primordial del periodismo es la crítica al poder para así contribuir a mantener en brete a lo que siempre está en potencia de convertirse el un Leviatán que todo lo aplasta y engulle a su paso. Como nada al alcance de los mortales es perfecto, es deber del periodismo hurgar, escudriñar y poner al descubierto lo que se estima son desvíos de los gobiernos de su misión específica de garantizar y proteger los derechos de todos, así como también cualquier noticia referida a otros ámbitos que se estime pertinente comentar .

Esta plena libertad incluye el debate de ideas con quienes implícita o explícitamente proponen modificar el sistema, de lo contrario se provocaría un peligroso efecto boomerang (la noción opuesta llevaría a la siguiente pregunta, por cierto inquietante ¿en que momento se debiera prohibir la difusión de las ideas comunistas de Platón, en el aula, en la plaza pública o cuando se incluye parcial o totalmente en una plataforma partidaria?). Las únicas defensas de la sociedad abierta radican en la educación y las normas que surgen del consiguiente aprendizaje y discusión de valores y principios.

De la libertad de expresión se sigue la de asociación y de petición que deben minimizar las tensiones que eventualmente generen batifondos extremos y altos decibeles que afectan los derechos del vecino, lo cual en un sistema abierto se resuelve a través de fallos en competencia como mecanismo de descubrimiento del derecho y no como ingeniería legislativa y diseño arrogante.

Otra cuestión también controversial se refiere a la financiación de las campañas políticas. En esta materia, se ha dicho y repetido que deben limitarse las entregas de fondos a candidatos y partidos puesto que esos recursos pueden apuntar a que se les “devuelva favores” por parte de los vencedores en la contienda electoral. Esto así está mal planteado, las limitaciones a esas cópulas hediondas entre ladrones de guante blanco mal llamados empresarios y el poder, deben eliminarse vía marcos institucionales civilizados que no faculten a los gobiernos a encarar actividades más allá de la protección a los derechos y el establecimiento de justicia. La referida limitación es una restricción solapada a la libertad de prensa, del mismo modo que lo sería si se restringiera la publicidad de bienes y servicios en diversos medios orales y escritos.

También viene muy al caso mencionar el muy difundido caso de quien grita “¡fuego!” en un teatro colmado de gente cuando en verdad no hay tal incendio. Habitualmente se esgrime este ejemplo para concluir que hay límites a la libertad de expresión. Esto así está mal concebido si no se precisa el tema contractual vinculado a los derechos de propiedad que subyacen. En otros términos, el dueño del teatro y los espectadores se han comprometido, uno a ofrecer la función respectiva y los otros a presenciarlas lo cual no autoriza a ninguna de las dos partes a gritar nada ni a ninguna otra cosa como no sea el cumplir con lo contratado. En cambio, si en realidad hubiera un incendio cualquiera de las partes puede expresar la alarma que protege las vidas de los contratantes. No se trata entonces de una limitación al derecho la falsa alarma sino una obligación a ceñirse a lo estipulado.

De más está decir que la libertad de investigación periodística no puede lesionar derechos (nadie lo puede hacer en una sociedad civilizada) lo cual implica respetar el derecho a la intimidad. Este derecho consagrado en todas las Constituciones liberales, fue explicitado de modo detallado en 1890 por Samuel Warren y Louis Brandeis en un ensayo titulado “The Right to Privacy” (Harvard Law Review) y más adelante el célebre libro de Vance Pakard que bajo el título de La sociedad desnuda alude a todos los mecanismos y tecnologías gubernamentales y privadas que pueden utilizarse como invasivas (rayos láser, potentes máquinas fotográficas, telescopios y eventualmente aparatos que puedan captar ondas sonoras de la voz a grandes distancias) y las preguntas insolentes, formularios improcedentes y regulaciones invasivas por parte del Leviatán. Por razones de seguridad, la instalación de cámaras televisivas deben ser anunciadas por el instalador para dar la posibilidad de no transitar o visitar los lugares así vigilados. Por su parte, las llamadas cámaras ocultas en la mayor parte de las normativas penales no se aceptan como pruebas de un delito al ser recabadas por medio de otro delito.

Tal como escribe Milán Kundera en La insoportable levedad del ser “la persona que pierde su intimidad, lo pierde todo”. El derecho a la privacidad significa el resguardo a lo más caro del individuo, como consigna Santos Cifuentes en El derecho a la vida privada, constituye una extensión del derecho de propiedad. En la sociedad abierta, el sentido básico de resguardar ese sagrado derecho está dirigido principalmente aunque no exclusivamente contra los gobiernos.

Las personas tienen el derecho a resguardar sus personas, sus papeles, sus archivos en sus computadoras, sus correos electrónicos, sus casas y en general sus efectos contra requisitorias y revisaciones y que ninguna orden de Juez puede librarse sin causa probable de delito sustentada en el debido juramento y con la expresa descripción del lugar específico, los objetos y las personas a ser requisadas.

Afortunadamente han pasado los tiempos del Index Expurgatoris en el que papas pretendían restringir lecturas de libros, pero irrumpen en la escena comisarios que limitan o prohíben la importación de libros, dan manotazos a la producción y distribución de papel, interrumpen programas televisivos o, al decir del decimonónico Richard Cobden, establecen exorbitantes “impuestos al conocimiento”. La formidable invención de la imprenta por Pi Sheng en China y más adelante la contribución extraordinaria de Gutemberg, no han sido del todo aprovechadas, sino que a través de los tiempos se han interpuesto cortapisas de diverso tenor y magnitud pero en estos momentos han florecido (si esa fuera la palabra adecuada) megalómanos que arremeten con fuerza contra el periodismo.

Esto ocurre debido a la presunción del conocimiento de gobernantes que sin vestigio alguno de modestia, se autoproclaman sabedores de todo cuanto ocurre en el planeta, y se explayan en vehementes consejos a obligados y obsecuentes escuchas en imparables verborragias.

Dados los temas aquí brevemente expuestos —y que no pretenden agotar los vinculados a la libertad de prensa— considero que viene muy al caso reproducir una cita de la obra clásica de John Bury titulada Historia de la libertad de pensamiento: “El mundo mental del hombre corriente se compone de creencias aceptadas sin crítica y a las cuales se aferra firmemente […] Una nueva idea contradictoria respecto a las creencias que sustenta, significa la necesidad de ajustar su mente […] Las opiniones nuevas son consideradas tan peligrosas como molestas, y cualquiera que hace preguntas inconvenientes sobre el por qué y el para qué de principios aceptados, es considerado un elemento pernicioso”.

 

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.