A pocos años de la Revolución Soviética, Mises plantea el insalvable problema del cálculo económico en el socialismo

Por Martín Krause. Publicado el 20/5/18 en: http://www.libertadyprogresonline.org/2018/05/20/a-pocos-anos-de-la-revolucion-sovietica-mises-plantea-el-insalvable-problema-del-calculo-economico-en-el-socialismo/

 

Recordemos que en ese Sistema no habría “precios” en el sentido económico ya que estos surgen de intercambios libres de derechos de propiedad, eliminados en el socialismo. Habría unos ciertos números definidos por los planificadores. Mises escribía esto a los pocos años de la Revolución Rusa (1922). Así comenta los problemas que enfrentarían:

Mises1

“Tratemos de imaginar la posición de una comunidad socialista. Habrá cientos de miles de establecimientos que trabajan continuamente. Una minoría de éstos producirá bienes listos para el consumo. La mayoría producirá bienes de capital y productos semimanufacturados. Todos estos establecimientos estarán estrechamente relacionados entre sí. Cada bien pasará por una serie de establecimientos antes de estar listo para el consumo. Sin embargo, la administración económica no tendrá realmente una dirección en medio de la presión de tantos procesos diferentes. No tendrá manera de asegurarse si tal o cual parte del trabajo es realmente necesaria, o si no se estará gastando demasiado material para completar su fabricación. ¿Cómo podría descubrir cuál de los dos procesos es más satisfactorio?

Cuando más, podría comparar la cantidad de productos entregados, pero sólo en contados casos podría comparar los gastos incurridos en su producción. Sabría exactamente, o creería saberlo, qué es lo que está tratando de producir. Por lo tanto, tendría que obtener los resultados deseados con el gasto mínimo. Pero para lograrlo tendría que sacar cálculos, y esos cálculos tendrían que ser cálculos del valor. No podrían ser tan sólo “técnicos”, ni podrían ser cálculos sobre el valor-uso de los bienes y servicios. Esto es tan obvio que no necesita pruebas adicionales.

Bajo un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción, la escala de valores es el resultado de las acciones de cada miembro independiente de la sociedad. Todos hacen un doble papel en ella, primero como consumidores y segundo como productores. Como consumidor, el individuo establece el valor de bienes listos para el consumo. Como productor, orienta los bienes de producción hacia aquellos usos que rendirán más. Es así como los bienes de un orden más elevado también se gradúan en forma apropiada a las condiciones existentes de producción y de la demanda dentro de la sociedad.

El juego de estos dos procesos garantiza que el principio económico sea observado tanto en el consumo como en la producción. Y en esta forma surge el sistema exactamente graduado que permite a todos enmarcar su demanda dentro de las líneas económicas.

Bajo el socialismo, todo esto no ocurre. La administración económica puede establecer exactamente qué bienes son más urgentemente necesarios, pero eso es sólo parte del problema. La otra mitad, la evaluación de los medios de producción, no se soluciona. Puede averiguar exactamente el valor de la totalidad de tales instrumentos. Obviamente, ése es igual al valor de las satisfacciones que pueden darse. Si se calcula la pérdida en que se incurriría al retirarlos, también se podría averiguar el valor de instrumentos únicos de producción. Pero no puede asimilarlos a un denominador común de precios, como podría ser bajo un sistema de libertad económica y de precios en dinero.

No es necesario que el socialismo prescinda totalmente del dinero. Es posible concebir arreglos que permitan el empleo del dinero para el intercambio de bienes de consumo. Pero desde el momento en que los diversos factores de producción (incluyendo el trabajo) no pudieran expresarse en dinero, el dinero no jugaría ningún papel en los cálculos económicos

Supongamos, por ejemplo, que la comunidad de países socialistas estuviera planeando un nuevo ferrocarril. ¿Sería ese nuevo ferrocarril realmente conveniente? Si lo fuera, ¿cuánto terreno debería servir? Bajo el sistema de propiedad privada podríamos decidir esas interrogantes por medio de cálculos en dinero. La nueva red de ferrocarril abarataría el transporte de determinados artículos, y en base a ello podríamos calcular si la diferencia en los cargos de transporte justificaría los gastos de construcción y funcionamiento del ferrocarril. Un cálculo así sólo podría hacerse en dinero. No podríamos hacerlo comparando gastos y ahorros en especies. Es absolutamente imposible reducir a unidades corrientes las cantidades de trabajo especializado y no especializado, el hierro, carbón, materiales de construcción, maquinaria y todas las demás cosas que exige el mantenimiento de un ferrocarril, por lo cual es imposible también reducirlos a unidades de cálculo económico. Sólo podremos trazar planes económicos cuando todo aquello que acabamos de enumerar pueda ser asimilado a dinero. Es cierto que los cálculos de dinero no son completos. Es cierto que presentan grandes deficiencias, pero no contamos con nada mejor para reemplazarlos, y, bajo condiciones monetarias seguras, satisfacen todos los objetivos prácticos. Si los dejamos de lado, el cálculo económico se hace absolutamente imposible.

No queremos decir con esto que la comunidad socialista se encontraría totalmente desorientada. Tomaría decisiones a favor o en contra de la empresa propuesta y dictaría una orden. Pero, en el mejor de los casos, esa decisión se basaría tan sólo en vagas evaluaciones. No podría basarse en cálculos exactos de valor.”

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Insoportable desigualdad

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 24/2/17 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/insoportable-desigualdad/

 

Casi diez euros me costó El insoportable coste de la desigualdad, un libro publicado por RBA dentro de una colección titulada “Los retos de la economía”, nada menos. Escrito por el doctor Jordi Guilera Rafecas, de la Universidad de Lisboa, es una sarta de tópicos, con el objetivo de probar que la desigualdad es la fuente de todos los males, incluida las guerras, lo que no se demuestra en absoluto.

Parece que “la riqueza no se distribuyó de forma equitativa”, como si tuviera que hacerlo no se sabe por qué razón. El autor no lo explica. De hecho, ni se pregunta por qué nada se distribuye de forma equitativa, si por ello entendemos…¿qué? Tampoco queda claro, pero si suponemos que eso significa igualitario, pues no hay nada que se reparta de manera igualitaria. Si lo hubiera pensado, habría llegado a la incómoda conclusión de que la riqueza en realidad se distribuye más igualitariamente que el talento o la belleza.

Naturalmente, era malísimo el siglo XIX, porque los niños trabajaban. Naturalmente, el autor no pierde ni un segundo en explicar qué cosa hacían los niños antes. Es decir, la vieja fábula socialista que sitúa en las instituciones de la libertad la única razón de todo lo que no está bien. Antes era el capitalismo, pero desde la caída del Muro de Berlín arremeten con otras fantasías, como el camelo de la desigualdad. De hecho, tiene la osadía de decir que la Revolución Rusa fue producto de…la desigualdad (p. 49).

No se atreve a decir que en el comunismo hubo libertad, eso sería demasiado. Pero, asombrosamente, insiste en que el comunismo, bajo cuyo yugo criminal millones de trabajadores murieron de hambre, tuvo “logros de signo económico…gran crecimiento …la economía soviética creció a gran ritmo”. Al final dice que, bueno, el comunismo no fue un gran éxito, pero se apresura a añadir que el capitalismo tampoco, así que ambos están a la par.

Los disparates no tienen límite: dice seriamente que la inflación es mala para las clases altas (p. 70): podría preguntar en mi Argentina natal. Sugiere que la desigualdad aumenta en el mundo, cuando lo cierto es lo contrario, como probó Xavier Sala-i-Martín. Repite los dogmas al uso, como lo diabólica que es la “austeridad” y la “erosión del Estado de bienestar”. No les preguntó nada a los contribuyentes, por si acaso.

Pretendiendo rigor científico, se hace un verdadero lío: “un fuerte crecimiento económico que dejara la distribución de la renta tal cual no modificaría la magnitud de la pobreza”. O esta perla: “las matemáticas demuestran que es imposible rebajar la pobreza sin reducir la desigualdad”. Las matemáticas, oiga.

Y, como siempre, todo se arregla violando los derechos humanos, pero, eso sí, sólo de una minoría de indeseables: “la pobreza se acabaría si se expropiara a un máximo del 0,45 % de la población”.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE