La revancha autocrática

Por Constanza Mazzina. Publicado el 7/6/21 en: https://www.demoamlat.com/la-revancha-autocratica/

La contraola autoritaria: signo y seña del populismo que amenaza con borrar del mapa las conquistas del estado de derecho que supone la democracia, las libertades individuales que plantea el liberalismo político, la separación y autonomía de poderes propia del republicanismo, la transparencia y rendición de cuentas, los límites a los mandatos. Las autocracias instalan un discurso único con que representar la realidad bajo la lógica paranoide de amigo-enemigo y proponen una versión verticalista de construir poder irradiado desde la figura del personalismo que lo centraliza.

La caída del Muro de Berlín trajo aparejada una gran ola de optimismo que nos llevó a creer la ilusión de que, ya al cierre del siglo XX, el mundo había aprendido una lección: si no habíamos llegado al fin de la historia —tal como escribía Fukuyama en aquel entonces —, cuanto menos, parecía el fin de una historia de confrontaciones mundiales entre modelos autoritarios y democráticos. 

Era la culminación de un proceso iniciado a mediados de los setenta, una oleada especialmente fuerte en pro de la democratización en el mundo: la tercera ola. Pensábamos entonces que el oleaje inundaría el planeta y que había llegado para quedarse. Pronto, muy pronto, el optimismo se fue desvaneciendo y comenzamos a hablar de recesión democrática y de la contraola autocrática. La tercera ola en América Latina ha cumplido sus 40 años y parece sumida en la “crisis de los 40”. Repitiendo viejas mañas y consolidando nuevas, las democracias de la región, son, en el mejor de los casos, “democracias con adjetivos”.

El término “democracia con adjetivos” fue desarrollado por Collier y Levitsky a finales de los años noventa, para calificar a las democracias de la tercera ola cuando, pasados unos años, mostraban ya signos preocupantes. Aquellos adjetivos iban al centro de los atributos de las democracias liberales: si el sufragio tenía problemas (las elecciones no eran libres, limpias o competitivas), configuraba una “democracia oligárquica”; si estaban restringidas o cercenadas las libertades civiles: se abrían paso las “democracias iliberales”; si la oposición era perseguida o limitada por diversos medios, entonces se llegaba a una “democracia controlada”.

¿Qué adjetivo ponerle a las democracias latinoamericanas en la actualidad? Patrones estructurales subyacen en la política regional que, combinados, pueden incluirse en todos los tipos de democracias con adjetivos. Es decir, el conjunto de problemas que muestran nuestras democracias atraviesan la historia de todos los Gobiernos de la tercera ola, y convierte a esos “adjetivos” en problemas sistémicos, no ya coyunturales: algunos Gobiernos limitan las libertades (fundamentalmente de prensa y expresión), en otros casos, el sufragio no es libre o no es competitivo; algunos, incluso, persiguen a la oposición. En el extremo, Cuba que, hasta el momento, no inició el proceso de democratización. Los casos de Venezuela y Nicaragua muestran el camino inverso: la desdemocratización y el regreso autoritario están siempre a la orden del día. Estos últimos también han mostrado que en la actualidad las democracias mueren en las manos de líderes electos que hacen uso y abuso del poder para subvertir los mecanismos democráticos a través de los cuales llegaron al poder; una a una van desmantelando instituciones, derechos y libertades. Como señaló el reconocido politólogo Andrés Malamud: “hasta la década de 1980, las democracias morían de golpe (breakdowns). Literalmente. Hoy no: ahora lo hacen de a poco, lentamente. Se desangran entre la indignación del electorado y la acción corrosiva de los demagogos.[1]”

En el año 2020, Latinoamérica se convirtió en una de las regiones más afectadas por la pandemia del virus COVID-19 a nivel internacional, enfrentar este desafío evidenció los grandes problemas sociales, políticos y económicos que,  en mayor o menor grado, todos los países de la región padecen. Era previsible que esta circunstancia pusiera al desnudo las debilidades estructurales de los Estados latinoamericanos: cuales gigantes de pies de barro, los problemas de infraestructura, desarrollo (o su ausencia) y calidad institucional quedaron expuestos y generaron un cóctel cuyas consecuencias aún no han terminado de cristalizarse. 

El Índice de Transparencia que mide la percepción de la corrupción muestra que los Gobiernos de la región tomaron medidas extraordinarias para combatir la pandemia en forma de varios estados de emergencia que restringieron los derechos civiles. Estas restricciones limitaron las libertades de expresión y reunión, debilitaron los controles y equilibrios institucionales y redujeron el espacio para la sociedad civil. Esto produjo una retracción de las instituciones de supervisión y control y, por lo tanto, un aumento en la percepción global de la corrupción. El informe de Transparencia señala: “Con una puntuación media de 43 por quinto año consecutivo, las Américas es un polo de corrupción y mala gestión de fondos siendo una de las regiones más afectadas por la crisis de la COVID-19. Canadá y Uruguay mantienen las puntuaciones más altas, con 77 y 71 puntos respectivamente. Nicaragua, Haití y Venezuela obtienen el peor desempeño, con 22, 18 y 15 puntos respectivamente”.

Pero para 2020, el Índice de Democracia de The Economist Intelligence Unit en su decimotercera edición, registraba el impacto del coronavirus (COVID-19) en la democracia y en la libertad en todo el mundo. Analizaba cómo la pandemia se tradujo en la retirada de las libertades civiles a gran escala y alimentó una tendencia existente de intolerancia y censura de la opinión disidente. Como se registra en el Índice en los últimos años la democracia no ha gozado de buena salud y, en 2020, su fortaleza fue puesta a prueba aún más por el brote de la pandemia de coronavirus. El puntaje global promedio en el Índice de Democracia 2020 cayó de 5.44 en 2019 a 5.37. Esta es por lejos la peor puntuación mundial desde que se elaboró ​​por primera vez el índice en 2006. El resultado de 2020 representa un deterioro y se produjo, en gran medida, pero no únicamente, debido a las restricciones impuestas por los Gobiernos sobre las libertades individuales y las libertades civiles que se produjeron en todo el mundo en respuesta a la pandemia. El deterioro en América Latina muestra la fragilidad de la democracia en tiempos de crisis y la voluntad de los Gobiernos de sacrificar las libertades civiles y el ejercicio de la autoridad sin control en una situación de emergencia.

La literatura sugiere que hay tres elementos que, combinados, dan lugar a una democracia moderna. Primero, el Estado tiene el monopolio del poder coercitivo en un territorio determinado y debe asegurar la paz. Segundo, el rule of law, que refleja valores comunitarios y está por sobre todos los ciudadanos, incluyendo a los propios gobernantes. Por último, la rendición de cuentas, que asegura la responsabilidad Estatal para con los intereses de la comunidad por medio de las elecciones. El error en el que caen las democracias actuales es asegurar solo elecciones mientras que se descuida la capacidad del Estado y el cumplimiento de la ley. Lo cierto es que democracia y liberalismo abordan dos cuestiones diferentes: la democracia es una respuesta a la pregunta de quién gobierna. Requiere que el pueblo sea soberano. Si no gobierna directamente, al menos deben poder elegir a sus representantes en elecciones libres, justas y competitivas. Por su parte, el liberalismo no prescribe cómo se eligen los gobernantes, sino cuáles son los límites de su poder una vez que están en el poder. Estos límites, que en última instancia están diseñados para proteger los derechos del individuo, exigen el Estado de derecho y generalmente se establecen en una constitución escrita e implica que a ella se sujeten gobernantes y gobernados. Los sucesivos cambios en la letra constitucional (las reglas de juego) de varios Gobiernos latinoamericanos en estos años [2] es muestra de la vulnerabilidad del Estado de derecho. La democracia requiere el respeto al Estado de derecho para garantizar los derechos políticos, las libertades civiles y los mecanismos de rendición de cuentas y limite los posibles abusos de poder. 

En esta línea, hacia el año 2013, el Dr. Mario Serrafero ofreció en una conferencia [3] una distinción entre dos formas de concebir, de definir la democracia que resulta pertinente en estos tiempos de tanta confusión y donde todo parece lo mismo y da lo mismo, pero no lo es: por un lado, la democracia liberal republicana, por el otro, la democracia populista. 

La democracia liberal republicana es heredera de las tradiciones que le dan su nombre, y de cada una de ellas recupera y precisa los elementos que la definen. Los elementos fundantes de la primera son el respeto por los derechos de los individuos, entendidos como libertades básicas (reunión, opinión, asociación, prensa), los mecanismos de frenos y contrapesos (check and balances), la temporalidad en el ejercicio del poder y la rotación en cargos públicos, la transparencia y rendición de cuentas (accountability) de los gobernantes. Si el liberalismo desconfía del poder, de allí su necesaria limitación, el republicanismo se define por oposición al cesarismo. En esta concepción de democracia ningún actor tiene jamás en sus manos todo el poder por un período de tiempo indefinido ni tiene la oportunidad de ejercerlo sin control ni contrapesos. En la genética de estas tradiciones está el respeto por quien piensa diferente (libertades) y la tolerancia. El Estado de derecho es la condición necesaria de este andamiaje y el Gobierno (y el gobernante) no puede hacer y deshacer la ley a su antojo, sino que la ley está por encima de aquel. 

La democracia populista, por su parte, precisa el mecanismo electoral para llegar al poder, pero una vez en el poder despliega cierto tipo de comportamientos diferentes. Empecemos por señalar que afecta primero la cultura pluralista (libertades, respeto, tolerancia) y las instituciones que promueven la limitación del poder y la rendición de cuentas. Así, Serrafero señalaba que la práctica de la democracia populista se centra en: la personalización del régimen, el predominio del poder ejecutivo en desmedro de los otros poderes, los que son subordinados, colonizados, redefinidos o cooptados por la centralidad presidencial; hay una permanente descalificación de la oposición y de los medios de comunicación no afines, la aplicación de la ley es desigual por lo que se desdibuja el Estado de derecho y hay un uso de la historia y de la conspiración como formas de relatar la realidad. El objetivo último es la refundación del Estado, del orden económico, político y social. De allí, las necesarias reformas constitucionales que den legitimidad a este nuevo orden. La violencia es una consecuencia de la omnipotencia de la mayoría y de la lógica pueblo-antipueblo. Como decía Serrafero “la lógica de la polarización y el conflicto reemplaza a la lógica de la negociación y la resolución pacífica de controversias entre los distintos sectores e intereses”. La ley política reemplaza el Estado de derecho.  

En este punto podemos entonces reconocer que la región atraviesa varias crisis: la primera, de los partidos políticos, del sistema representativo y del presidencialismo, ligado ello a la escasa cultura de rendición de cuentas. Desde el regreso a la democracia, la región ha vivido situaciones donde el “fusible” es la finalización anticipada del mandato presidencial. Ocurra esto por medio de su renuncia o de un juicio político, una cantidad de presidentes no han finalizado su mandato (desde Alfonsín, Collor de Mello, Abdalá Bucaram, Cubas Grau, Mahuad, Sánchez de Losada hasta Lugo o Dilma Rousseff). De alguna manera, esto destraba el juego y reencauza la institucionalidad política. Aunque es un cimbronazo con fuertes consecuencias políticas. 

Agreguemos a ello la cultura caudillista y personalista que persiste en la región: Dieter Nohlen (1994) entiende que el gen autoritario se encuentra “concebido constitucionalmente en América Latina” producto de un objetivo inicial que consistía en fortalecer, temporalmente, en los textos constitucionales al Poder Ejecutivo para reducir así la influencia de otros poderes, es decir, el gen autoritario se hace presente en la región como un elemento constitucional transitorio y fundamental para transitar  los primeros años de gobierno y conformación de la estatalidad. La tragedia en América Latina radica en que “el gen del autoritarismo que posee el constitucionalismo, ha tomado más fuerza que el propio constitucionalismo”, es decir, tanto el autoritarismo institucional como la presencia de liderazgos fuertes y personalistas en el Ejecutivo se han convertido en las claves políticas para entender el funcionamiento de los presidencialismos latinoamericanos. 

La segunda es la crisis de la democracia a la que hemos hecho referencia: hace años que la democracia no logra satisfacer a los ciudadanos latinoamericanos que están (y así lo expresan) cada vez más insatisfechos. Hasta ahora la insatisfacción se tradujo en apatía, desinterés, en “me da lo mismo”, pero también allana el camino al personalismo caudillista, a subtipos disminuidos de democracia que rayan el autoritarismo o son abiertamente autoritarios a plena luz del día, sin golpes de Estado, aferrándose a una fachada electoral pero con estrategias y prácticas indiscutiblemente autoritarias [4].

Finalmente, la crisis del Estado. El Estado-nación en América latina ha sido un problema desde sus orígenes. Estados truncos, incapaces de transformar un conjunto de instituciones en un proyecto de nación posible. Yace aquí la cuestión: el Estado es parte del problema, pero, para muchos, el Estado es también la solución. La demanda de más Estado en sociedades anómicas resulta en una trampa donde nadie quiere después pagar la cuenta. No debería importar el tamaño del Estado, sino sus capacidades. Un Estado eficaz, un mejor Estado. Este es un reclamo que no ha sido resuelto con las diversas fórmulas que se han intentado y que ha mostrado sus limitaciones a la hora de buscar resultados. La distancia ideológica que persiste en muchos países impide proyectos de largo plazo que involucren una institucionalidad estatal no sujeta a los cambios de partido de Gobierno. 

En todo caso, la pandemia facilitó la tendencia latinoamericana a la concentración del poder alrededor del poder ejecutivo y al excesivamente poco apego a la rendición de cuentas por parte de los gobernantes. Esta experiencia nos deja una pregunta latente: ¿necesita la democracia un conjunto de valores para funcionar? Si es así, ¿cuáles? ¿Qué valores son propios de la democracia y cómo fortalecerlos en nuestras aún muy débiles democracias? La democracia no es solo un ideal, sino que es el sistema de gobierno más adecuado para abordar una crisis de la magnitud y complejidad de la COVID-19. Como señala IDEA en su Llamado para defender la Democracia: en contraste con la propaganda autoritaria “los flujos de información libres y creíbles, el debate basado en hechos sobre las opciones políticas, la autoorganización voluntaria de la sociedad civil y el compromiso abierto entre el Gobierno y la sociedad son activos vitales para combatir la pandemia. Y todos son elementos claves de la democracia liberal. Solo a través de la democracia las sociedades pueden construir la confianza social que les permite perseverar en una crisis, mantener la resiliencia nacional frente a las dificultades, curar las profundas divisiones sociales mediante la participación y el diálogo inclusivos, y mantener la confianza en que el sacrificio será compartido y los  derechos de todos los ciudadanos serán respetados”. 

[1] https://nuso.org/articulo/se-esta-muriendo-la-democracia/

[2] Desde 1978, “para 2009, salvo Costa Rica, México, Panamá, República Dominicana y Uruguay, habían adoptado una nueva constitución, y algunos, como Ecuador, lo habían hecho en más de una ocasión.” (Negretto, G. 2015 La política de cambio constitucional en América Latina, p. 39)

[3] El texto completo puede consultarse en https://www.ancmyp.org.ar/user/files/13-Serrafero.pdf

[4] Según el último informe de Latinobarómetro: el promedio regional de satisfacción con la democracia es de 24%, el resultado más bajo para este indicador desde 1995, cuando comenzó a realizarse el estudio.

Constanza Mazzina es doctora en Ciencias Políticas (UCA), master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE). Fue investigadora de ESEADE, Fundación F. A. von Hayek y UADE. Fue docente de la Universidad del Salvador en grado y postgrado y en el postgrado en desarme y no proliferación de NPSGlobal. Es profesora de ciencia política en la Fundación UADE. Síguela en @CMazzina

Palabras, acción, educación y respeto

Por Gabriel Boragina Publicado el 15/4/18 en: http://www.accionhumana.com/2018/04/palabras-accion-educacion-y-respeto.html

 

«No me preocupan los gritos de los deshonestos, de la gente sin escrúpulos y de los delincuentes, más me preocupa, el silencio de los buenos».
Esta frase se la vi atribuida a muchas personas diferentes. Cuando tuve la primera noticia de ella, quien me la envió se la endilgó a Mandela (ex presidente de Sudáfrica), otros se la otorgaron a Einstein, o Luther King, y la lista sigue. En fin. No importa mucho quien fue realmente el primero que la dijo, ni cuándo, ni cómo la dijo. Sea quien fuera su autor, la frase revela una semi-verdad. Semi-verdad porque, a mí no me preocupan, ni los gritos, ni los silencios de unos o de otros, lo que si me preocupan son las acciones, reacciones e inacciones, que son las que realmente valen. Porque, como dice el refrán célebre respecto de los «dichos» podría aplicarse aquel que expresa «perro que ladra no muerde». O el otro en latín, «res non verba», o este otro «las palabras se las lleva el viento».
Vivo en un medio donde se les da una excesiva importancia a las palabras. Me refiero a las palabras que connotan acciones. Por ejemplo, aquellos que manifiestan «Voy a …» es decir, indican la voluntad de emprender un curso de acción determinado o determinable. Lo relevante es el contenido de ese curso de acción. Si es bueno o si es malo. Y, fundamentalmente, si quien emite el enunciado está en condiciones de realizarlo o no y, lo más importante de todo, si es su voluntad llevarlo a cabo o no hacerlo. Y ello, con independencia del fin que se persiga.
Nada de lo que se diga reviste ningún tipo de importancia si no va seguido de una acción en consecuencia y concordancia con lo previamente dicho. El discurso que no se traduce en acción es completamente inocuo.
No obstante, las palabras ejercen tal tipo de fascinación sobre las masas, que tienen el poder de movilizarlas aun cuando quien las pronuncie no las acompañe con ningún tipo de acción. Este truco es bien conocido por aquellos que dominan el arte de la persuasión oral, resultado este último que generalmente se consigue aun cuando quien lo intente no posea esa habilidad ni maneje acabadamente las reglas básicas de la oratoria. Tal es el influjo que la palabra ejerce sobre el ser humano.
Es curioso el fenómeno por el cual un discurso genera credibilidad (mayor o menor) en quienes lo escuchan, aun antes de verificar si lo dicho se concretiza en la práctica.
Los hechos sirven para confirmar la verdad o falsedad de las palabras.
Hay veces que con lo único que contamos para conocer algo no son los sucesos, sino las palabras. Pasa con la historia, cuando no hemos sido protagonistas de los acontecimientos que se narran como ocurridos en épocas remotas.
En otras ocasiones, aunque las coyunturas sean contemporáneas, la única forma que tenemos de conocerlas es mediante las palabras que las narran, ya sean en periódicos, libros, revistas o por radio, TV, Internet, cine, etc.
En suma, lo que nos queda al final, cuando los casos suceden lejos de nosotros, o se nos dicen acaecidos en épocas remotas, son las palabras que nos dan cuenta de ellos.
El problema surge cuando con las palabras se busca desmentir lo ocurrido, o cuando no se es consecuente el decir con el hacer, comportándose de manera contraria a la que se proclama. De esto tenemos -en nuestros días- ejemplos a granel, casi constantes en nuestra vida diaria. Promesas incumplidas, mentiras, generación de falsas expectativas, etc. Parece que estas conductas se esparcen como reguero de pólvora a una velocidad inusitada. La falta de compromiso se ha vuelto algo persistente. Esto, que normalmente se le critica a los políticos es, sin embargo, una experiencia constatable, día a día, con la gente (al menos en mi rutina lo es), tanto sea afirmar una falsedad o negar una verdad en momentos diferentes y -a menudo- sobre una misma cuestión.
¿A qué atribuirlo? Estimo que la pregunta es tan compleja como las respuestas que puedan dársele. Pero más allá de hablar de una «crisis de valores», hay que entender que estos se inculcan en la educación, y que es en este ámbito donde hay que buscar la verdadera génesis de la tan vapuleada frase «crisis de valores». Esta es consecuencia de aquella y no su causa. Y por carácter transitivo, de toda crisis de cualquier naturaleza que sea (política económica, etc..).
Nada, ningún fenómeno, se da en el «vacío» (en el caso, un vacío sociocultural), y una «crisis de valores» no viene a ser otra cosa que un proceso educativo por el cual una serie de valores son reemplazados por otra cadena de contra-valores.
Vivimos en crisis por esta causa fundamental, a mi modo de ver. Pero, esta crisis educativa, a su vez ¿a qué se debe? Estimo que, a repetidos procesos de deseducación que terminan resultando en una mala educación, lo que -al final del camino- da una pléyade de ciudadanos mal educados. Y no solamente me refiero a la mal-educación en las formas, sino en las esencias de las relaciones humanas. No me parece tan importante que se omitan gestos de cortesía, como los saludos o agradecimientos, como de ordinario parece estar sucediendo en casi todas partes (aunque no le quito toda importancia) sino mucho más que se incumplan contratos, compromisos, palabras dadas (que ya no «empeñadas») expectativas generadas por el promitente, etc. Tenemos un problema de mala educación, por no enseñarse el valor del respeto al prójimo. Al semejante. En otros casos, habrá que hablar de desenseñarse, y en su lugar «enseñarse» su contravalor: el irrespeto o falta de respeto.
Pero en este caso -como en los anteriores- las palabras (por si mismas) tienen poca fuerza si no son seguidas del ejemplo que las avala y las acompaña. Es aquí cuando el problema comienza a ser preocupante en el marco de un proceso de degradación cultural.
El respeto consiste -resumidamente- en no interferir con el proyecto de vida ajeno, en tanto este no nos ocasione un daño personal (real o potencial) a nuestro propio proyecto de vida, en una relación reciproca, y en idéntico sentido con todos los demás. 

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

Un año de Cambiemos

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 4/12/16 en: http://economiaparatodos.net/un-ano-de-cambiemos/

 

Falta que el gobierno comience a cambiar el discurso populista por un discurso que hizo grande a Argentina: me refiero al discurso de la cultura del trabajo

A punto de cumplirse un año desde que asumió Macri la presidencia, en mi opinión se observan cambios muy relevantes y estancamiento en otros.

Basta con recordar los discursos de violencia verbal de Cristina Fernández buscando enfrentar a la sociedad y compararlos con los actuales discursos de Macri en que prima la buena educación, el respeto hacia el que piensa diferente, como para reconocer un cambio de ambiente que tiende a pacificar los espíritus. Se podrá disentir con muchas de las cosas que dice Macri, pero eso no pasa de visiones diferentes sobre cómo recuperar la prosperidad de la Argentina. Francamente no recuerdo, en todo este año, una sola palabra descalificadora de Macri hacia nadie como solía hacer CF con su famoso abuelito amarrete, el empleado de la inmobiliaria escrachado en cadena y mil cosas más.

Tampoco los discursos de Macri están montados en una escenografía en la que se convoca a los aplaudidores de siempre como hacía CF. Necesitaba de los aplausos para satisfacer su inmenso ego. Para algunos estos puntos podrán resultar indiferentes o superficiales, para mí hacen a la convivencia de un pueblo civilizado y respetuoso. A la buena educación de sus gobernantes, punto de partida para construir un país. Y el ejemplo de convivencia y respeto ahora parte del presidente de la nación, cuando antes partía de la boca de CF el resentimiento, la agresión y la descalificación.

Otra cosa valiosa para mí es haber recuperado los actos patrios como actos patrios no como actos partidarios en los que solo había banderas de La Cámpora, imágenes del Che y fotos de NK, uno de los corruptos más grandes de la historia argentina.

Aún con las fuertes diferencias que tengo con el gobierno en materia de política económica, no puedo dejar de reconocer que el gobierno de Macri nos ha devuelto el sentido de Argentina para todos los argentinos y no para una fracción de fanáticos al estilo fascista.

No es tema menor que Argentina haya recompuesto relaciones con los países que respetan los derechos individuales. Hoy tenemos una mejor relación con el mundo civilizado. Nuestros funcionarios ya no se juntan con genocidas como Fidel Castro o el tirano Maduro y su corrupto régimen chavista.

El punto más débil del gobierno está en la política económica y en su discurso al respecto. Por el momento ha sido incapaz de avanzar en reformas estructurales del sector público, en materia impositiva, reforma laboral y otros puntos clave. Por el contrario, se ha limitado a cambiar la forma de financiar un déficit fiscal descomunal. El kirchnerismo lo financiaba con expropiaciones y emisión monetaria y el macrismo recurre al endeudamiento para cubrir el bache. Cambió la forma de financiar el déficit pero no se intentó disminuirlo, por el contrario, aumentó. Además sigue usando el tipo de cambio como ancla contra la inflación al igual que la mayoría de los gobiernos anteriores, incluido el kirchnerismo.

El gasto público no se anima a bajarlo y hacen recaer todo el peso del ajuste de la economía sobre el sector privado, que continúa perdiendo puestos de trabajo mientras que en el sector público y su legión de ñoquis heredada parece intocable. Es como si hubiese ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda. Los empleados estatales, en sus tres niveles, son intocables y no pueden perder sus puestos de trabajo porque hay que evitar el conflicto social. Pero que el sector privado pierda 105.000 puestos de trabajo entre diciembre pasado y agosto, parece no importarle a nadie del gobierno.

Uno comprende que décadas de populismo y el destrozo heredado de los últimos 12 años no permiten solucionar todo de un día para otro. Ni siquiera pasa por mi mente creer que el déficit fiscal heredado pueda eliminarse en un año. Lo que me preocupa es el discurso económico del gobierno por el cual el “asistencialismo” sigue siendo un derecho en vez de un apoyo transitorio que el contribuyente, no el gobierno ni el estado, le otorga a determinadas personas. Se insiste con que son derechos adquiridos y eso hace que el macrismo contribuya a consolidar los valores que destrozaron la Argentina. En vez de defender la cultura del trabajo, insisten con defender la cultura de la dádiva.

Por otro lado, la política impositiva sigue tratando a los que trabajamos en blanco como esclavos que tenemos que mantener a una legión de planeros, empleados públicos y demás gastos inútiles del estado. Gastos que se solventan con el trabajo de gente decente que es saqueada impositivamente para sostener un estado sobredimensionado propio de los sistemas fascistas y populistas.

De nuevo, no digo que de un día para otro se solucione el monumental problema fiscal heredado, pero sí esperaba que de un día para otro el gobierno empezara a tener un discurso diferente al populismo que nos viene hundiendo desde hace décadas.

En síntesis, en estos 12 meses se ha logrado frenar las políticas de confrontación del kirchnerismo y tenemos un comportamiento mucho más educado y presentable ante el mundo y ante nosotros mismos.

Falta que el gobierno comience a cambiar el discurso populista por un discurso que hizo grande a Argentina: me refiero al discurso de la cultura del trabajo, de respetar la propiedad privada y, particularmente, dejar de tratarnos a quienes pagamos impuestos como esclavos a los que hay que humillar impositivamente para que el gobierno mantenga el poder y otros vivan a costa de nuestro trabajo.

Veremos si al comenzar el segundo año de mandato el gobierno cambia el rumbo de su discurso que todavía está impregnado de populismo o mantiene el rumbo decadente de la cultura de la dádiva.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE

Macri y Arruabarrena en la misma trampa

Por Gustavo Lazzari. Publicado el 16/2/16 en: http://opinion.infobae.com/gustavo-lazzari/2016/02/16/macri-y-arruabarrena-en-la-misma-trampa/

 

En estos tiempos las similitudes entre Boca y la Argentina son llamativas. Okey, hay distancias, pero análogamente están en situaciones parecidas. Y sus gestores están cometiendo el mismo error. En el caso de Rodolfo Arruabarrena, el director técnico de Boca Juniors, está gestionando una crisis futbolística pensando en la gente, en los dirigentes, en los jugadores y posiblemente en los representantes. No está pensando en cómo tomar las posibles decisiones impopulares que sean necesarias. ¿Colgar a Agustín Orión?, ¿al Cata Díaz?, ¿a Fernando Gago?, ¿bajarle los humitos a Carlos Tévez mandándolo a banco para que vea que también es mortal? U otras decisiones fuertes.

Arruabarrena está respetando a esa vaca sagrada llamada hincha que paga su entrada, que sufre el trabajo de la semana, que necesita descargar sus frustraciones y otros credos religiosos que nos impusieron durante años. Humo en estado puro y de la más alta toxicidad.

En rigor, el hincha no es más que un asistente (muchas veces ignorante) sin derecho a formar o parar un equipo. No tiene tal derecho. No es cierto que su opinión es sagrada. Debe ser respetada, como todo, por supuesto, pero no tiene derecho a que su injuria sea una verdad religiosa ni su escupitajo un decreto. Es más, el gestor ni debería escuchar el aplauso o la reprimenda. Es nada más que un espectador. Si le gusta, que pague la entrada y si no, que mire en televisión programas de cocina los domingos a la tarde. Pagar la entrada, comprar el abono a un palco o una platea no dan títulos de nobleza. No convierten la pasión en razón, ni dan derecho a veto a nada.

En la gestión pública de la Argentina actual, sucede algo parecido, obviamente salvando las distancias. El Gobierno de Mauricio Macri parece gobernando para los focus groups y las encuestas, lo que limita las soluciones reales que se deben llevar a cabo.

La Argentina tiene, desde hace décadas, un Estado gigante, inútil y parasitario. No puede desde cortar el pasto en una autopista hasta ofrecer los más mínimos servicios públicos. Funciona mediocremente entre 15 y 25 grados. Fuera de ese rango, todo es un caos. Podríamos enumerar más de un indicador por cada función pública (seguridad, salud, educación) para graficar el grado de deterioro irreversible.  Ni es eficiente para los trámites absurdos que impone. Que nos hayamos acostumbrado y que hayamos “bajado la vara” es otro asunto. Que nos guste es otro aún peor.

El Estado no da más. La estructura fiscal es inviable y en cada rincón del gasto público hay desidia, corrupción y una inutilidad alarmante.

No son las personas. Agradeceré no entorpecer el razonamiento con comentarios sentimentales. La cuestión no es de los empleados públicos en cuanto a personas. Es el sistema. Un sistema que inutiliza al más talentoso. A Bill Gates en la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) se le colgaría el sistema. Un Estado colapsado, lleno de funciones, sin responsabilidad. Partido liquidado.

Esto lo saben todos los actores políticos y económicos. Pero nadie se anima ni siquiera a plantearlo por temor a la gente. Los riesgos de la impopularidad. “Las elecciones son en dos años”. Políticos tribuneros.

Al igual que el Vasco Arruabarrena, Macri también está enfrascado en no atacar las soluciones de fondo. No es culpa de Macri, ni del macrismo, ni de Cambiemos. Si me corrés, hasta Cristina, en su delirio, cayó en la misma trampa. La sociedad tiene los patos desordenados. Por eso las encuestas no sirven para nada. La sociedad quiere fiestas y no pagarlas. Detesta al Estado, pero desea fervientemente un puestito para robar y salvarse.

El ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay, fue clarísimo: “Si pretendemos bajar la inflación en dos meses, tendríamos que hacer un ajuste inaceptable”. El Gobierno optó por la vía gradual. Hacer de a poco para que la gente no se dé cuenta. Y cuando se da cuenta, salir con disparates como los siempre populares y nacionales controles de precios o sistemas de información. Todo encuestado previamente. Ahora maquillados por la web (Nota aparte: Muchas veces me pregunto si los que inventaron internet, pensaron alguna vez las boludeces que hacen los Gobiernos con tan maravilloso invento. La AFIP a la cabeza).

Para ayudar a Macri y también, quizás, al Vasquito Arruabarrena tenemos que tratar, desde la sociedad civil, de acomodar los patitos. Tenemos que sembrar ideas que nos permitan asignar las prioridades públicas correctas (el fútbol gratis no puede ser más importante que la calidad educativa, por ejemplo). Tenemos, por sobre todo, que tratar de revalorizar palabras tales como respeto, propiedad, libertad, individualidad, paz.

En mi opinión personal, éste debe ser el rol del liberalismo en la Argentina. Los tan vilipendiados ateneos liberales tienen un rol importantísimo. Sembrar ideas correctas en la sociedad, a través del debate, la razón, el ejemplo y el diálogo. Para que los gestores de la cosa pública puedan aplicar las soluciones que el enfermo necesita y no lo que los parientes del enfermo quieren escuchar. Por suerte, por ahora, solamente por ahora, todavía existen médicos que operan conforme a la biología y no hacen una encuesta en el hall del hospital.

Respetar la democracia es una cosa. Incuestionable. Que dos más dos sea cuatro también es incuestionable.

Pasarán muchos años para que un Gobierno pueda racionalizar el Estado. Quizás tantos como los que necesita un director técnico para tomar decisiones racionales frente a una tribuna humíferamente emocional.

 

 

Gustavo Lazzari es Licenciado en Economía, (UCA), Fue Director de Políticas Públicas de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre, y fue investigador del Proyecto de Políticas Públicas de ESEADE entre 1991-92, y profesor de Principios de Economía de 1993 a 1998 y en 2002. Es empresario.

El Modelo es Victoria Xipolitakis

Por Gabriela Pousa: Publicado el 15/7/15 en: http://economiaparatodos.net/el-modelo-es-victoria-xipolitakis/

 

Argentina es un país sin casualidades. El lugar donde desde hace una semana se habla de Vicky Xipolitakis es el país de Cristina. Es coherente que lo sea. Los Kirchner han consagrado la vulgaridad. Lograron que los artistas ya nada tengan que ver con el arte. Los iconos populares están a la altura de la dirigencia, no desentonan. Ambos buscan el protagonismo a cualquier precio, ambos son capaces de negar a la madre y hacen de la mentira una patología.

El kirchnerismo ha institucionalizado un relato muy distante de la realidad que experimentan los ciudadanos. Lo mediático y lo cultural no escapan a ello, son fiel reflejo de los modelos que vemos a diario. Una jefe de Estado capaz de derribar una estatua porque no le gusta verla cuando abre la ventana, no difiere sustancialmente de una vedette capaz de entrar a la cabina de mando aéreo-comercial.

Ambas rompen los cánones de la civilidad. El respeto les es anticuado, el Cambalache de Discépolo se ha hecho carne en lo cotidiano. Todo vale y nada es sancionado. 

De ese modo, la política irradia inverosímiles y los medios se nutren del espanto. Del otro lado está la gente consumiendo un espectáculo burdo y grotesco sin significado pero con intencionalidad. La polémica acerca de qué apareció primero, si el huevo o la gallina, se traslada al tejido social, y no hay respuesta que sacie a la hora de preguntar si la oferta que brindan es lo que el pueblo quiere ver y comprar, o se lo consume porque no hay opción a algo más.

Las alternativas son en extremo débiles y fugaces pero cuando están, muestran que todavía hay gente que las elige como si en esa elección recobraran algo de la dignidad mancillada por la vulgaridad. Esa es la dialéctica de la vida cultural que impuso el kirchnerismo en Argentina. Como sostuviera en uno de sus ensayos Alain Finlielkraut, la “cultura zombie” ha venido a reemplazar el acto intelectual.

Véase que incluso el militante es entendido como un autómata que responde a estímulos de un jefe. No crea, no razona, gracias si empatiza. Hay una necesidad de masificarlo todo de modo que nada sobresalga, nada que escape a lo llano distraiga. De esa forma se unifican las conductas y se manipula con más facilidad a una sociedad.

Desde lo aparentemente cultural impulsan a la rebelión como lo muestran claramente las letras que vociferan las murgas oficiales: una rebelión falsa pues refiere a la impuesta desde Balcarce 50. No deja espacio a interrogantes, acepta solo respuestas. 

El modo de “conquistar” es desacralizando aquello que nos confirma como seres únicos, irrepetibles y desiguales. La cultura fue siempre diferencial. El afán nacionalista apunta muchas veces a ese fin cerrando las opciones a una cultura cosmopolita e imponiendo un “arte” prefabricado, local, vulgar y chato. Se creó una industria del espectáculo donde solo se demanda lo que la autoridad ofrece, y en esa oferta encontramos saciedad. Aspirar a más es una actitud que discrimina.  

La barbarie se ha apoderado tanto de la política como de lo mediático. A la sombra de esa realidad, crece la intolerancia al mismo tiempo que el infantilismo. La mandataria obra como infante imponiendo su voluntad más allá de cualquier norma o pauta social. Y esa es la conducta que pretenden sea imitada. Un pueblo infantil, sin capacidad de raciocinio, sin discernimiento, distraído solo con lo que le dan, es la aspiración kirchnerista de máxima.

La “década ganada” no es la época del burgués sino la del ciudadano-niño. El primero sacrificaba el placer de vivir a la acumulación de riquezas y situaba, según la fórmula de Stefan Zweig, “la apariencia moral por encima del ser humano demostrando una impaciencia equivalente ante las exigencias del orden moral y del pensamiento”. El segundo quiere, ante todo, divertirse, relajarse, escapar a los rigores por vía del ocio, y ésta es la razón por la cual el gobierno se apodera de la industria cultura, la genera o degenera, en verdad.

Se vacían las cabezas para llenar los ojos, y todo es circo, show que iguala y logra transformar al espectador en un “fan”. Una categoría sin otra reglas que las del enceguecido, cerrado a todo lo demás, capaz de morir y matar por una iconografía azarosa y furtiva, por héroes de barro sobre un falso pedestal. “Néstor no se murió , Néstor vive en el pueblo….”, basta un ejemplo.  Así, la cultura del videoclip domina a la conversación y lo razonable: nada se soluciona ya con discursos, con razón, sino con vértigo, música, masas y efecto de shock. 

Los recitales han reemplazado a las palabras a la hora de emprender ciertas causas. Un alimento no perecedero a cambio de rock es la manera de ayudar. Adiós a la cultura del sacrificio y del trabajo. Todo es de una liviandad que asusta, todo es rápido, coyuntural. La cultura, en cambio, siempre es perenne, lo culturoso es lo fugaz, no perdura más allá de un presente que quiere prolongarse incansablemente. 

Por todo esto, en Argentina nada es casual. Ha habido y hay una domesticación de la voluntad individual para sustituirla por una voluntad colectiva. Los modelos y referentes que se nos da tienen esas características: el desparpajo, lo irrespetuoso, lo amoral. La pretensión de igualdad a su vez, se impuso venciendo las diferencias inherentes a los seres humanos. Un pueblo así domesticado aceptará con mayor facilidad a un Aníbal Fernández gobernando que un pueblo ilustrado.

La ignorancia y la vulgaridad son ya políticas de Estado. Las desventuras de Xipolitakis, en este contexto, no son sino el resultado de un proceso que ha pugnado por idiotizar al ciudadano. La vedette es el modelo de ciudadano pretendido por la jefe de Estado: sumido en la frivolidad que no exige, no involucra. Es justamente eso lo que se quiere: un pueblo no involucrado, que acepte desde la mansedumbre, que no diga demasiado. En síntesis, que esté distraído para que el gobierno mientras tanto pueda hacer y deshacer sin sentirse custodiado.

Asimismo, se impone la creencia de que lo serio es aburrido y lo solemne queda descartado. ¿Por qué sino una Presidente puede bailar el Himno Nacional sin siquiera sonrojarse? Todo sirve al show, aún lo que alguna vez fue sagrado. Las fechas patrias se convirtieron en fines de semana largos, los actos en los colegios se reemplazaron por feriados. El despojo es total: somos un árbol sin raíces y consecuentemente, sin posibilidad de ramificar. 

Entretenidos, olvidamos las responsabilidades, dejamos que todo lo resuelvan los demás. Lástima que “los demás” son precisamente, los que gobiernan, es decir los kirchneristas: los propulsores de la bajeza y la falta de ética.

El gobierno ya no determina apenas un modelo económico, más o menos ortodoxo para administrarnos, sino que irrumpe estableciendo el modo de vida que debemos llevar, los gustos que debemos saciar... Imponen de alguna manera, a Xipolitakis y su escandaloso actuar como parámetro, y dejan apenas tres opciones al ciudadano: la de ser un zombie, la de ser un frívolo o un fanático.

 

Gabriela Pousa es Licenciada en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y Máster en Economía y Ciencias Politicas por ESEADE. Es investigadora asociada a la Fundación Atlas, miembro del Centro Alexis de Tocqueville y del Foro Latinoamericano de Intelectuales.

No es de patriota destruir la credibilidad de la Argentina:

Por Roberto H. Cachanosky. Publicado el 23/8/14 en: http://www.laprensapopular.com.ar/14414/no-es-de-patriota-destruir-la-credibilidad-de-la-argentina-por-roberto-cachanosky?utm_medium=Email&utm_source=Newsmaker&utm_campaign=Newsmaker+-+lesa+-+25-08-2014+-

 

Estamos en default, a punto de caer en desacato y la OMC falló contra Argentina. Más papelones imposible

Al momento de redactar esta nota, Argentina está en default, fue sancionada por la OMC por las trabas a las importaciones. En total 43 países denunciaron ante la Organización Mundial del Comercio las genialidades de Moreno y Kicillof para frenar las importaciones y ahora habrá que ver qué ocurre, porque si a la caída de las exportaciones que ya estamos teniendo le sumamos represalias de otros países, ni con el cepo multiplicado por 5 frenan la escalada del blue. Finalmente en poco tiempo más, seguramente, caeremos en desacato y terminaremos de hacer el gran papelón a nivel internacional. Realmente como argentinos dan ganas de salir con un megáfono por todo el mundo gritando: ¡no todos los argentinos somos como los k! Porque lejos de actuar en forma patriótica, el kircherismo está mancillando el nombre de nuestro país con este comportamiento propio de maleducados, desubicados, soberbios y estafadores.

Claro, la apuesta del kirchnerismo es transformar este tema de la deuda externa en la típica jugada que siempre hacen. Nosotros los k defendemos la patria y a los argentinos y todos los que opinan diferente son traidores a la patria, trabajan para los fondos buitres y estupideces por el estilo.

Por otro lado, los argumentos que esgrime el gobierno para no acordar con los holdouts y desconocer el fallo de la justicia americana no tienen lógica, porque recordemos que no fue Griesa el que falló contra la Argentina sino toda la justicia americana dado que también en segunda instancia el kirchnerismo perdió el juicio y la Corte Suprema de Justicia le dio la razón a Griesa. Por un lado el gobierno argumenta que no puede ser que solo un 7% de los acreedores pueda tener derecho a reclamar que le paguen lo que decía el contrato original. Un disparate conceptual que ya lo ha utilizado en el campo político. Para el kirchnerismo las personas no tienen derechos por ser personas, sino que tienen derechos solo aquellos que pertenecen a una determinada mayoría, sea ésta por votos o por cualquier otra razón. Cuántas veces le hemos escuchado a CFK decir: si no les gusta hagan un partido político y ganen las elecciones. Como si ganar elecciones otorgara el derecho a hacer lo que quiere al que obtuvo una mayoría circunstancial. Y hacer lo que quiere incluye usar el monopolio de la fuerza para establecer una dictadura. Si este fuera el sistema democrático personalmente me declararía definitivamente antidemocrático, porque, en ese caso la democracia se limitaría a ser un sistema por el cual en las urnas elegimos a nuestro dictador.

Bien, el mismo criterio utiliza con los holdouts. Como no aceptaron entrar al canje y son una minoría. no tienen derechos, aún ganando un juicio en todas sus instancias. CFK sabe muy bien, habiéndose dedicado ella su marido a los negocios, que siempre están los que buscan comprar al precio más bajo y vender al precio más alto. ¿O ellos no lo hicieron?

Pero justamente, hablando de precios, dicen al unísono CFK y Kicillof: los fondos buitres compraron por centavos la deuda y quieren ganar el 1.600%. En primer lugar, si los fondos de inversión ganaron tanto es porque fueron más astutos que los kirchner. En vez de estar dilapidando la plata en populismo, Néstor Kirchner y ella podría haber recomprado la deuda a precio muy bajo en el mercado, en vez es esperar a que otro les ganara de mano, la comprara y luego ganara un juicio para cobrar el 100% de la deuda más las costas del juicio y los punitorios.

La idea de Patria o Buitres es una burda copia del Braden o Perón o el si quieren venir que vengan… por Malvinas. Es un falso planteo de patriotismo, al punto tal que no es patriota aquel que destruye la credibilidad de la nación por buscar una ventaja política, más bien su desmedida ambición de poder político los transforma en traidores a la patria. De manera que el kirchnerismo no va a corrernos con el argumento de Patria o Buitres.

Personalmente considero que el Estado no debe endeudarse para financiar el gasto público. Si el Estado gasta más de lo que recauda, tiene que optar entre emitir moneda y cobrar el impuesto inflacionario o endeudarse. Eso es lo que ha hecho un gobierno atrás de otro, incluyendo al kirchnerismo, porque también es falso que se haya desendeudado. Por el contrario aumentó la deuda. La diferencia es que cambió de acreedor y de moneda, pero eso no quiere decir que esa deuda no constituya una pesada carga para el contribuyente o que en algún momento no haya que pagarla.

Pero la mejor vara para medir si el kirchnerismo, en este raid de papelones que nos viene haciendo pasar por el mundo con su comportamiento frente a los fondos de inversión y el comercio internacional, es analizar si contribuye a mejorar o a empeorar las condiciones de vida de la población.

Y aquí la respuesta es muy sencilla, solo logrando confianza, credibilidad, respeto por el derecho de propiedad, respetando los contratos firmados y cumpliendo con la palabra dada es que se consiguen más inversiones. Son las inversiones las que incrementan la demanda de mano de obra y la productividad de la economía mejorando la calidad de vida de la población.

Sin duda, con su comportamiento el kirchnerismo está espantando inversiones, con lo cual deteriora el nivel de vida de la población. Ahora bien, supongamos por un momento que todos aplaudimos el comportamiento patotero del kirchnerismo de no pagarle a los fondos de inversión que ganaron los juicios y nos ahorramos U$S 1.500 millones y nos reímos en la cara de Griesa no acatando los fallos de la justicia. Pregunta: ¿acaso no perdemos muchos más millones de dólares en inversiones que no se hacen por esta falta de cumplimiento de las normas que los U$S 1.500 millones que el kirchnersimo no le quiere pagar a los fondos de inversión?

En definitiva, lo que busca el kirchnerismo es maximizar en el corto plazo su beneficio político recurriendo a un falso nacionalismo a cambio de un costo que se traduce en menos inversiones, puestos de trabajo y calidad de vida de la población. Dado que el costo es mucho mayor al beneficio de ahorrarse U$S 1.500 millones, el discurso político será que ese costo que tiene que pagar la población es culpa de los fondos buitres, el neoliberalismo y estupideces por el estilo que, reconozco, en algunos casos prende bastante bien en una parte de la población.

El gran interrogante es hasta qué punto la gente seguirá comprando el discurso del falso nacionalismo y aceptando pasivamente seguir perdiendo su nivel de vida.

En otras palabras, no vaya a ser cosa que, llegado un punto, la gente diga: muy lindo el discurso Patria versus Buitres, pero la plata no me alcanza y con el kirchnerismo vivo cada vez peor. Ahí se cae el relato y el beneficio político de corto plazo se diluye.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

SOBRE LA ENSEÑANZA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 19/5/13. En http://gzanotti.blogspot.com.ar/2013/05/sobre-la-ensenanza.html?m=1

–         El enseñar no surge (como sí la creación de Dios) de la nada. Nace del apasionamiento por la verdad, por haberla buscado a fondo y seguirla buscando, nace de leer con ese espíritu, con un programa de investigación in mente. De allí surge el querer conversarlo con los demás, y ese acto de conversación es enseñar.

–         La seguridad del educador no nace, pues, de su soberbia, sino de la tranquilidad que tiene el que ha buscado la verdad y la sigue buscando. Ello, sencillamente, se nota, se expande como la luz.

–         Querer enseñar surge no sólo del propio entusiasmo, sino del amor a los demás, y no en forma abstracta, sino concreta, personal: amor a cada uno de los alumnos que tenemos delante. Amor que se expresa en todas las enseñanzas que sobre él nos dejó San Pablo.

–         Cuando entres al aula, entra entonces con esa seguridad, con ese entusiasmo, en ese afecto. No se adquieren por ningún método. O lo has vivido, o no.

–         Di tu nombre, y aclara que todos pueden estar en desacuerdo contigo, incluso, con eso último. Ello, para que todos se sientan invitados a expresar su propio pensamiento.

–         No se sabe para opinar, se opina para saber, esto es, esa libre expresión del pensamiento es la que el educador tiene que ir dirigiendo socráticamente hacia la verdad. Nunca digas no: reconduce, observa la parte de verdad, fíjate desde dónde el alumno habla, y desde allí sigues.

–         Si hay algún desacuerdo que no se soluciona, no forcejees. Déjalo como un tema que hay que seguir meditando entre todos.

–         No preguntes “alguien sabe qué es”, o “alguien sabe cómo se llama”, o “alguien sabe cómo se dice”………….. Etc. Porque cuando escuches las respuestas, tendrás que corregir, decir no, y entonces los demás tendrán miedo de equivocarse. Y lo peor es que el primer equivocado puedes ser tú.

–         Expone, sencillamente, tu posición sobre el tema, dejando claro que todos te pueden preguntar y disentir. Así el diálogo surge solo. La verdad os hará libres, sí, pero en este caso la libertad conducirá hacia la verdad. Si no admites desacuerdos, si sólo buscas que el otro repita lo que tú dices, y si lo repite bien lo premias y si no lo castigas, vivirás, tú y los demás, en una gran ilusión óptica. La verdad no emerge del que repite lo tuyo por premio o castigo. Solamente el propio convencimiento conduce a hacer propia la verdad. Y ese convencimiento surge sólo de argumentos.

–         Que tu apertura al diálogo sea verdadera. No es sólo un método, es un convencimiento de que no lo sabes todo y te puedes llevar una sorpresa.

–         No te preocupes por exponer “todo”. Siempre es algo. Es más, lo habitual es que una clase sea como abrir el ropero que conduce a narnias infinitas. Tú muestra con el entusiasmo del viajero los mundos que ya recorriste. Pero no los metas por la fuerza. Muestra las puertas abiertas del fascinante ropero, y deja que la única magia genuina, el entusiasmo del alumno, se introduzca. Y haces eso para que, precisamente, ellos recorran más que tú.

–         Si alguien, al ejercer el derecho al disenso que tú le respetas, te agrede, te insulta, se burla de ti o de los demás o sólo escupe su soberbia, deja pasar todo ello como el agua deja pasar la hoja del cuchillo. Haz como que nada pasa, protege, sí, a los demás, y sigue adelante. La humildad, por lo demás, también se transmite. En general si estás calmo, obtendrás calma. Como dice un proverbio oriental: si tocas suavemente un tambor, sonará suave, si lo golpeas con violencia, responderá con estruendo.

–         La única autoridad que tienes es la moral: la que surja de tu bondad y camino recorrido. No tienes otra. La tentación de obtenerla merced a premios, castigos y etc. es muy fuerte pero por favor no cedas, porque en ese mismo instante dejarás de ser educador para pasar a ser entrenador de animales.

–         Si “el sistema” ya “es” así, cuidado con entrar. Y si entras, mantén la fortaleza de ser educador o vete.

–         Tu “mundo” es tu aula. Eso es lo que puedes cambiar. Toda palabra que surja de ti es performativa: la palabra es tu herramienta fundamental. Las palabras construyen los imperios o los destruyen; las palabras forman personas o las destrozan.

–         Nada es fácil o difícil, todo es, sencillamente, fascinante, todo es algo que debe hacerte erizar el cabello, sea un poema de Borges, un texto de Santo Tomás de Aquino o un artículo de Plank sobre la física cuántica. Que sea fácil o difícil es una cuestión de hábito.

–         No los dejes solos con textos que no entiendan. Lee con ellos, y si no puedes, de vuelta, no los dejes solos.

–         Si alguien se siente demasiado cuidado por ti, y es partidario de otra filosofía de vida, donde hay que entrenarse para este mundo cruel, dile que tiene razón, pero que TU mundo no es cruel. Y que el mundo es lo que nosotros hacemos, pensamos, decimos.

–         Por lo demás, cada alumno es él mismo. Conócelo y singulariza lo que él necesita.

–         Tú no hablas sólo con tus palabras. Tú hablas, emites mensajes, desde que apareces, caminas y en el modo en que te diriges a ellos por primera vez. Tú hablas con tus miradas y gestos, con tus manos y con el tono de tu voz. Nada de ello se puede añadir artificialmente: los alumnos se dan cuenta en una milésima de segundo. Si algo de ello falla, es que algo de ti mismo está fallando.

–         Por lo demás, ¿quién dijo que tienes que ser Dios? Admite con sinceridad tus falencias, pide perdón si alguna de ellas daña a alguien; nunca hables de caminos que no has recorrido y que todo saber sea el fruto de tu vida, porque entonces tu saber será tan auténtico, limitado y falible como es tu vida misma, que es una luz finita, que ilumina no por su finitud sino por haber sido vivida con sinceridad y pasión.

–         Habría tanto más…………………………… Pero la enseñanza no es un método que se enchufa a un circuito de cualquier cerebro. La enseñanza es simplemente la irradiación de tu vida. Vive apasionado por la verdad y por tus alumnos, confía más en la misericordia que en la humana justicia, y todo lo demás se dará por añadidura.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Esprofesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.

¿Es la moral algo gaseoso y resbaladizo?

Por Alberto Benegas Lynch. Publicado el 28/3/13 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7731

 A veces se considera el criterio moral como algo alejado de la razón y envuelto en una nebulosa difícil de desentrañar o, de lo contrario, se la mira como un campo solo ligado a la religión o al sexo. Las tres nociones están fuera de foco. Las ideas básicas del bien y el mal son inherentes al individuo y pueden ser cultivadas y perfeccionadas en el transcurso del tiempo, en paralelo con el carácter evolutivo de esa concepción que permite ensanchar el campo moral a medida que se amplía el conocimiento.

Lo bueno o malo es lo que hace bien o mal a las personas para su acercamiento o alejamiento de la autoperfección en su condición humana, para actualizar las potencialidades en busca del bien o para renegar y desconocer esas potencias del ser humano. Lo moral es inseparable del concepto de respeto: a si mismo en el vínculo intrapersonal o a terceros en las relaciones interpersonales.

La moral alude a lo normativo, es un ámbito prescriptivo no descriptivo, no se refiere a lo que fue o a lo que es sino a lo que debe ser. Algunas religiones (la mayoría, desde las más antiguas) adoptan principios morales que son anteriores al ejercicio de su culto, pero la condición moral no está atada a determinada religión (un agnóstico puede ser tan moral como un religioso consistente con su credo).

Como queda dicho, en no pocas ocasiones se circunscribe la moral a cuestiones sexuales y equivalentes, pero el territorio abarca áreas muy vastas hasta comprender toda la conducta humana (solo los humanos pueden ser catalogados bajo la vara moral debido a su libre albedrío y, consecuentemente, a su responsabilidad individual). Como se ha señalado, el respeto a la propia persona es un aspecto de la moral, el respeto a otros lo completa y enriquece.

Esto último -el respeto a otros- se refiere a la necesidad de abstenerse de recurrir a la fuerza agresiva: todos los actos que invaden autonomías individuales son inmorales. Todas las acciones que agreden a otros, sea atacando la propiedad, la vida o la libertad de nuestro prójimo son inmorales y, desde luego, no hay diferencia que cometa la agresión una persona, una institución o un gobierno (la inmoralidad puede ser, y frecuentemente es, legal o sea apoyada por el aparato de la fuerza).

Hoy en día todos los gobiernos en mayor o menor medida le faltan el respeto a los gobernados. Podemos decir que el siglo de oro del respeto se ubica entre el Congreso de Viena al finalizar las guerras napoleónicas hasta la Primera Guerra Mundial, período en el que la participación promedio de los gobiernos en los países civilizados era del seis por ciento de la renta total, donde no existían pasaportes, en un régimen de patrón oro, donde los contratos eran palabra sagrada, prácticamente sin aduanas, sin sistemas de la mal llamada “seguridad social”, en un clima de progreso moral y material, donde el contacto con el aparato gubernamental era (eventualmente) con el policía de la esquina si se cometía una infracción.

Hoy parece que solo se hace patente la inmoralidad de los sistemas autoritarios cuando se observan en documentales los rostros desencajados de andrajos humanos con sus bolsitos al hombro escapando de las fauces del Leviatán que ha cometido todo tipo de atropellos inimaginables en el sangriento y despiadado siglo veinte.

Más tenebrosa que la antiutopía de Orwell del Gran Hermano se torna más cercana la de Huxley en la que la gente pide ser esclavizada para desgracia de quienes conservan su autoestima y dignidad. Se ha descuidado a Tocqueville cuando sentenció que “Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar una sin poseer la otra” y, antes que eso, el grito de varios de los Padres Fundadores en Estados Unidos en el sentido que “el costo de la libertad es su eterna vigilancia”.

Por momentos, con todo el bien que han hecho las religiones oficiales cuando abandonan la exterminación recíproca (en nombre de la bondad y la misericordia) y aceptan el ecumenismo, parecería que a algunos les hace mal a la cabeza cuando -en un alarde de hipócrita doble discurso- justificadamente critican el ataque al corazón de la propiedad con el nombre de “redistribución de ingresos” si está en boca de demagogos, pero les parece una receta aceptable en boca de sus sacerdotes. Enceguecidos, no se percatan del nexo causal entre una idea malsana y la ejecución de una política destructiva para la moral.

El parto contemporáneo de la idea liberal, es decir la idea del respeto irrestricto a los proyectos de vida del prójimo, se sitúa en las decimonónicas Cortes de Cádiz, donde por vez primera el liberalismo pasó de ser un adjetivo a ser un sustantivo para oponerse a los denominados “serviles” a contracorriente de José (Pepe Botella) Bonaparte y Fernando VII que ni bien reasumió abrogó la Constitución del 12. Como es sabido, el liberalismo no es una línea política sino una forma de vida social con la esperanza de ubicarse, en esta instancia del proceso de evolución cultural, en dosis diversas, en todos los partidos de una sociedad abierta en el contexto pluralista puesto que, como ha insistido Popper, las corroboraciones son siempre provisorias y sujetas a refutaciones por lo que se requiere debate abierto en ausencia de las siempre cavernarias ideologías que pretenden un sistema inexpugnable y terminado (me referí con algún detenimiento a esto en mi artículo de La Nación “El liberalismo como anti-ideología”, Buenos Aires, mayo 31 de 1991). Por ello es tan ilustrativo el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales en un clima de permanente evolución.

No pocos han sido los autores que han anunciado la muerte del bien y el mal en un contexto transvalorativo pero la distinción prevalece en el hombre civilizado (e incluso se intuía en el primitivo), por ello es que históricamente los códigos de mayor difusión han rescatado el bien y condenado el mal. Sin duda que en las relaciones sociales no cabe dictaminar sobre el fuero íntimo de cada uno que está reservado a la conciencia de cada cual, de lo que se trata es del respeto recíproco.

Resulta por cierto alarmante la indiferencia al avasallamiento de los derechos de terceros, y cuando toca lo propio es más desconcertante aún que el damnificado explica como se adaptará a la nueva norma salvaje, hasta que los espacios de libertad se reducen a la respiración y a algún movimiento irrelevante. Quienes pretenden dar la voz de alarma en esta situación es como si lo hicieran desde el fondo de un pozo sin buena acústica y en la oscuridad y abandono más absolutos (por ejemplo, para ilustrar con lo de hoy, cuando advierten de otro doble discurso superlativo: los bailouts a Chipre que se acaban de cerrar con el apoyo del FMI por la principal razón de que más de la mitad de los depósitos del sistema bancario pertenecen a capitostes vinculados al gobierno ruso).

El doble discurso y la indiferencia moral anestesian la mente frente al peligro. Es una especie de jujitsu al revés: como se sabe, se trata de una técnica marcial iniciada por los samurai del Japón feudal por la que en el combate cuerpo a cuerpo se utiliza la fuerza del contrario para vencerlo. Pues bien, no pocas personas de nuestro mundo moderno, al abandonar valores morales, paradójicamente están recurriendo a su propia fuerza para autoaniquilarse.

La contracara de tanta hipocresía consiste en que, de un tiempo a esta parte, han surgido jóvenes entusiastas que han decidido dar batalla en los frentes intelectuales para establecer un sistema de tolerancia y respeto recíproco que constituye la base de un sistema ético. Hay que celebrar con alegría estos acontecimientos que tienen lugar en muy diversos rincones del planeta…y, desde luego, sería un acto de imperdonable cobardía el dejarlos solos.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.