Maquiavelo describe la raíz del poder político

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 8/1/2en: https://www.infobae.com/opinion/2022/01/08/maquiavelo-describe-la-raiz-del-poder-politico/

El pensador florentino fue el precursor del pensamiento político moderno. Durante siglos fue colocado del lado de los villanos, aunque el contenido de su obra refleja otra cosa

Nicolás Maquiavelo

Hace tiempo escribí sobre este personaje pero debido a que se vuelve sobre el asunto estimo pertinente recordar lo dicho con algunas variantes. Hay quienes juzgan que este autor revelaba su perversidad en sus dos obras más conocidas, es decir, El Príncipe y Discursos sobre la primera década de Tito Livio, lo cual se configura como “maquiavelismo”, pero lo que hizo en estas obras -especialmente en la primera- es simplemente una descripción del poder y de los politicastros que pululan por doquier, lo cual es señalado, entre otros, por autores como James Burnham, George Sabine o Maurizio Vitroli en sus archiconocidos trabajos sobre la materia.

“Podría citar mil ejemplos modernos y demostrar que muchos tratados de paz, muchas promesas han sido nulas e inútiles por la infidelidad de los Príncipes, de los cuales, el que más ha salido ganando es el que ha logrado imitar mejor a la zorra. Pero es menester respetar bien ese papel; hace falta gran industria para fingir y disimular, porque los hombres son tan sencillos y tan acostumbrados a obedecer las circunstancias, que el que quiera engañar siempre hallará a quien hacerlo”. Este es uno de los pasajes de El Príncipe de Maquiavelo en el que resume su tesis central.

En esa obra célebre se encuentra el verdadero rostro del poder cuando se lee que el gobernante “debe parecer clemente, fiel, humano, religioso e íntegro; más ha de ser muy dueño de sí para que pueda y sepa ser todo lo contrario […] dada la necesidad de conservar el Estado, suele tener que obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religión […], los medios que emplee para conseguirlo siempre parecerán honrados y laudables, porque el vulgo juzga siempre por las apariencias”. Incluso hay quienes ingenuamente interpretan el uso maquiavélico de virtú como si se tratara de virtud cuando en verdad esa expresión en El Príncipe alude a la voluntad de poder que solo se obtiene por el uso de la fuerza. Más aún, escribe Maquiavelo que “El Príncipe que quiera conservar a sus súbditos unidos y con fe, no debe preocuparse de que le tachen de cruel […] es más seguro ser temido que amado […] Los hombres temen menos ofender al que se hace amar que el que se hace temer […] solo han llevado a cabo grandes empresas los que hicieron poco caso de su palabra, que se dieron maña para engañar a los demás”.

Por su parte, en el contexto de los poderes papales, en el otro libro referido Maquiavelo señala que en relación a los abusos del caso “el primer servicio que debemos los italianos a la sede papal es haber llegado a ser irreligiosos y malos” y concluye en un plano más amplio que “Jamás hubo ni habrá un país unido y próspero sin no se somete todo a la obediencia de un gobierno.” Recordemos en otro orden de cosas que de los veinte Concilios hasta el momento -de 325 a 1965- a la mitad de ellos asistió el gobernante político del momento.

Se trata entonces de una muy ajustada observación de lo que en líneas generales significa quién se instala en el trono del monopolio de la fuerza que denominamos gobierno, pero resulta sumamente curiosa la renovada confianza, no solo de los consabidos adulones que sin vestigio alguno de dignidad están en todas partes y anidan en todos los tiempos, sino de gente de apariencia normal que es engañada y saqueada una y otra vez, a pesar de lo cual insiste en la experiencia cuando el próximo candidato promete “cambio, combatir la corrupción y establecer justicia” y otras cantinelas equivalentes.

Produce asombro y verdadera perplejidad que se suela considerar como normal que el político mienta en campaña para engatusar a la incauta clientela, incluso livianamente se lo justifica y perdona al candidato diciendo que “es político”. Es que como ha escrito Hannah Arendt, “nadie ha puesto en duda que la verdad y la política están más bien en malos términos y nadie, que yo sepa, ha contado a la veracidad entre las virtudes políticas”. Por ello es que Alfred Whitehead ha enfatizado que “el intercambio entre individuos y entre grupos sociales es de una de dos formas, la fuerza o la persuasión. El comercio es el gran ejemplo del intercambio a la manera de la persuasión. La guerra, la esclavitud y la compulsión gubernamental es el reino de la fuerza”. Por su lado Ortega y Gasset ha escrito: “La política se apoderó de mí y he tenido que dedicar más de dos años de mi vida al analfabetismo (la política es analfabetismo)”. Como nos ha enseñado Gaetano Mosca, la historia no debe interpretarse con lentes monistas o unidireccionales, pero en el caso que nos ocupa se juega nada menos que la libertad que es lo que precisamente permite abrir ríos que se bifurcan en muy distintas direcciones y que permiten naves de diverso calado y volumen.

Después de tantas matanzas, guerras, torturas y estropicios mayúsculos patrocinados por los aparatos estatales de todas las latitudes, es menester derribar telarañas mentales y explorar otras avenidas fértiles. Para los que quieren ver la realidad del poder hay por lo menos dos etapas que, a su debido tiempo, es aconsejable se transiten. Si lo que se presenta a continuación no es aceptado hay que pensar en otros procedimientos pero no quedarse inmóvil esperando las próximas elecciones pues de este modo se corre el riesgo de convertir al planeta tierra en un inmenso Gulag en nombre de una democracia degradada.

Debe percatarse que la democracia como ha sido concebida en una manifestación de igualdad ante la ley y la protección de los derechos de las minorías, no ha funcionado debido a los incentivos perversos que se desatan muy a disgusto de los Giovanni Sartori de todos los tiempos. En el camino el sistema ha mutado en cleptocracia, a saber, el gobierno de los ladrones de libertades, propiedades y sueños de vida de cada uno de los que llevan a cabo actividades que no lesionan derechos de terceros.

En una primera etapa, por ejemplo, debería contemplarse el establecimiento de tres pilares aplicables a los tres poderes. Un triunvirato para el Ejecutivo al efecto de diluir la idea del líder y similares tal como se propuso en los debates constitucionales estadounidenses y, agregamos, elegido por sorteo tal como lo propuso Montesquieu en el segundo capítulo del Segundo Libro de El espíritu de las leyes y tal como ocurrió en las repúblicas de Florencia y Venecia, situación en la que las personas dejan de contarse anécdotas más o menos irrelevantes sobre candidatos para concentrarse en los límites al poder, esto es en la fortaleza de marcos institucionales puesto que cualquiera podría acceder. En el Judicial, Bruno Leoni sugiere que debería permitirse que en los conflictos que surjan en las relaciones contractuales, las partes deberían establecer quienes han de oficiar de árbitros en todas las instancias que se estipulen sin regulación de ninguna naturaleza, con lo que se volverá a lo ocurrido durante el primer tramo del common law y durante la República romana. Por último, debería adoptarse lo que Hayek bautizó como “demarquía” en el tercer tomo de su Law, Legislation and Liberty al efecto de introducir reformas al Legislativo.

En la segunda etapa, que es en la que ahora nos detendremos a resumir pero con la brevedad que exige una nota periodística, debería prestarse atención a lo que han venido sugiriendo autores tales como Anthony de Jasay, Bruce Benson, Randy Barnett, David Friedman, Murray Rothbard, Jan Narvenson, Gustave de Molinari, Leslie Green, Walter Block, Morris y Linda Tanehill y tantos otros (sistema que he bautizado como “autogobierno”, que a falta de una definición lexicográfica hago una estipulativa en mi libro y en mis tres ensayos académicos sobre la materia publicados respectivamente en Buenos Aires, Londres, Madrid y Santiago de Chile). Debates sobre estos temas están demorados y poco explorados debido a que estamos inundados de medidas infantiles que atrasan y demoran toda posibilidad de progreso como la machacona y absurda idea del control de precios, la inflación monetaria, el embrollo de impuestos astronómicos, deudas siderales, legislaciones contrarias a los derechos más elementales, cerrazón al comercio internacional y normas en el ámbito laboral que perjudican enormemente a quienes desean trabajar.

Es del caso destacar que una de las obras del referido de Jasay titulada Against Politics donde se objeta el monopolio de la fuerza y se explica la manera evolutiva de producir normas en libertad, el premio Nobel en economía James Buchanan escribe sobre ese trabajo que “Aquí se encuentra la filosofía política como debiera ser: temas serios discutidos con verba, agudeza, coraje y genuino entendimiento”. Lo peor son los conservadores en el peor sentido de la expresión, esto es, no los que pretenden conservar la vida, la libertad y la propiedad, sino los que no pueden zafar de las tinieblas mentales y son incapaces de discutir otros paradigmas dentro de la tradición liberal que como es sabido no es un puerto sino una travesía permanente en un contexto evolutivo. Por ello la sabiduría del lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, a saber, no hay palabras finales.

No me quiero poner demasiado técnico en esta columna periodística pero el debate por el momento se centra y gira en torno a la cerrazón al comercio internacional y el llamado equilibrio Nash.

Es de interés tener en cuenta los casos en los que las sociedades que operaron sin el monopolio de la fuerza como el de Islandia desde el año 900 al 1200 de nuestra era al que se refiere David Friedman en “Private Creation and Enforcement of Law: A Historical Case” y David Miller en su libro Bloodtaking and PeacemakingFeud, Law and Society in Saga Island, el de Irlanda desde principios del siglo VI a mediados del XVII, caso al que alude Joseph E. Penden en “Stateless Societies: Ancient Ireland” y el caso de los hebreos, tal como lo relata la Biblia antes del período de los Jueces (Samuel, II, 8), mencionado sucintamente por Lord Acton en su Essays on Freedom and Power.

Nada de lo dicho puede adoptarse a la manera de un tajo abrupto en la historia, es indispensable el debate en un proceso de discusiones paulatinas en el que exista la debida comprensión de las ventajas de un sistema abierto sin monopolios impuestos. El antes aludido Barnett en Restoring The Lost Constitution nos dice que en nuestro sistemas políticos resulta curioso la insistencia que están consentidos por los ciudadanos cuando no hay manera de expresar el no-consentimiento en cuyo contexto se interpreta como que el aparato estatal fuera el dueño del lugar donde uno vive: “Cara, usted consiente, seca también consciente, no tira la moneda ¿adivine que? Usted también consiente. Esto simplemente no es consentir”. Por último, resulta atingente recordar que Joseph Schumpeter ha señalado en Capitalismo, socialismo y democracia que “La teoría que asimila los impuestos a cuotas de club o a la adquisición de los servicios, por ejemplo, de un médico, solamente prueba lo alejada que está esta parte de las ciencias sociales la aplicación de métodos científicos”.

No es posible vaticinar cuánto tiempo demandará el antedicho debate ni siquiera si se concretará a niveles suficientes, pero en todo caso es absolutamente necesario ponerle bridas al abuso del poder si queremos vivir una vida digna. Es cierto que ha habido y hay políticos con los mejores propósitos y deseos de libertad, pero el tema es revisar con atención y el debido tiempo los incentivos y las consecuencias implícitas en el monopolio de la fuerza.

En línea con lo dicho en esta nota, es pertinente concluir con un pronóstico de Jorge Luis Borges. En el libro titulado El otro Borges en el que Fernando Mateo recopila dieciséis entrevistas de diversos medios al célebre escritor, se reproduce una en la que Borges reitera lo que ha dicho y escrito en muchas otras oportunidades, a saber, que la meta debiera ser la abolición de los aparatos estatales en línea con lo estipulado por el decimonónico Herbert Spencer, ocasión en la que el periodista inquiere: “¿Piensa seriamente que tal estado es factible?” A lo que el entrevistado responde: “Por supuesto. Eso sí, es cuestión de esperar doscientos o trescientos años”. A continuación, como última pregunta, el entrevistador formula el siguiente interrogante: “¿Y mientras tanto?” A lo que Borges contesta: “Mientras tanto, jodernos”.

Agrego un pensamiento de Chesterton antes de un final con un par de pensamientos brutales: “Toda ciencia incluso la ciencia divina es una sublime novela policial. Solo que no está destinada a descubrir por qué ha muerto un hombre, sino el más oscuro secreto de por qué está vivo.” Así es, resulta clave preguntarnos para qué vivimos, no simplemente transcurrir. Y los dos pensamientos brutales llevan al extremo lo consignado por Maquiavelo, uno es el disfraz de politicastros que resumió Trotsky en su discurso en el Parque Sokolniki el 6 de junio de 1918 donde vocifera que “Nos proponemos construir un paraíso terrenal”, el otro mucho más sincero y que pone al descubierto la tentación de los aparatos estatales sin límites pertenece a Stalin en el Catorceavo Congreso del Partido el 18 de diciembre de 1921 en el sentido de sostener que “Quien se oponga a nuestra causa con actos, palabras o pensamientos -si, bastan los pensamientos- será totalmente aniquilado”…lo cual mandó hacer con el propio Trotsky.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

EL LIBERALISMO, ESA NOSTALGIA.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 5/4/20 en: http://gzanotti.blogspot.com/2020/04/el-liberalismo-esa-nostalgia.html

 

El debate sobre la cuarentena obligatoria tiene tantos aspectos que creo que escapan a lo que una sola persona pueda conocer.

Hay temas biológicos, estadísticos, psicológicos, políticos, económicos, comunicativos, religiosos, etc.

Hay un tema, sin embargo, no tan popular, que quisiera, otra vez como una quijotada inútil, escribir.

Hay un terrible aspecto de la humanidad que me ha convertido en un liberal triste. La libertad es un valor importante, por el cual vale la pena perder todo, pero es extraño al ser humano después del pecado original. Hace tiempo que vengo repitiendo, con tristeza, que la historia de la humanidad es la historia de Caín. Es la historia de la crueldad, de una crueldad que va de la mano con la masificación casi absoluta de casi todos los seres humanos. En medio de eso, el surgimiento del liberalismo político y económico (no voy a aclarar de vuelta de qué liberalismo hablo) ha sido un cuasi-milagro, una excepción en la historia de la esclavitud. Una excepción por la cual vale la pena seguir luchando, sí, pero como un deber moral, que habitualmente no tiene ningún éxito hacia afuera, más allá de la conjetura de que esa quijotesca batalla es lo único que tal vez impide que el reino de Caín sea absoluto.

Ese ideal liberal tuvo sólo un imperfecto momento de “haberse convertido en horizonte” (esto es, cultura). Fue el surgimiento de los EEUU, muy imperfecto, por supuesto, del cual no participaron al principio ni afroamericanos, ni indígenas ni mujeres, pero algo misterioso guio la pluma de Jefferson cuando escribió “all men…”, dejando en la historia de Caín una espina clavada de Abel, para siempre, al menos como norte, como deber, como ideal regulativo.

Pero muy rápido entró en declinación. No sé si necesariamente, pero casi al ritmo de los temores de los anti-federalistas, la República se convirtió paulatinamente en un imperio. Fue un horror cuando después del 2001 se sanciona la Patriot Act, la cual suspende al arbitrio del Poder Ejecutivo cuanto Rule of Law se pudiera haber concebido. La Declaración de la Independencia fue guiada por el misterio. La Patriot Act, por el pánico.

En todas partes del mundo fue siempre así. Los EEUU –de la mano del Common Law británico- son los únicos que tienen una Declaración de Independencia cultural a la cual “no es imposible” (pero las excepciones no abundan) volver. En cualquier otro lado, no hay nada a donde volver. Hay que siempre comenzar.

Todo esto es así hace mucho tiempo. El mundo ya era cerrado antes de este virus. El mundo ya había renunciado a la libertad. El temor, la masificación, las ideologías autoritarias –racionalizaciones, tal vez, de la pulsión de agresión- ya lo dominaban todo. Ante eso, ya los quijotes decíamos: no se puede, nunca, violar los derechos esenciales de la persona. El fin no justificaba los medios. Las guerras no son excusas. El terrorismo tampoco. No se debe, nunca. Nada autoriza a asesinar. A robar. A encarcelar. A perseguir. A delatar. Nada, nunca. Nunca.

Pero era inútil, ¿no? Era inútil decirlo. El reino de Caín siguió avanzando, casi inexorable. La libertad ya se vivía, sólo, en la secreta resistencia de los voluntariamente débiles frente a las fuerzas de Caín.

Ante ese panorama, que la lucha contra un virus, por peligroso que fuere, justifique moralmente la Unión Soviética Universal, el encarcelamiento de todos, la voz única por los nuevos altoparlantes, la delación, la persecución al disidente y, dentro de muy poco, los disparos al disidente, no debe sorprendernos.

El mundo ya ha caído en la etapa más negra de su historia luego de la Segunda Guerra. Cuando salga la famosa vacuna puede ser que algunos se calmen, pero la pregunta será, ¿what´s next?

Todos los años planteo a mis alumnos qué harían ante una situación donde el único modo de salvar a 30.000 personas en un estadio deportivo es torturar al que puso la bomba. Se podrán imaginar la respuesta (era la respuesta de los militares del 76). Yo casi no digo nada. A veces digo “una vez que cruzas la línea, ya no hay vuelta atrás”.

Ya no hay vuelta atrás. El virus se hará masivo, habrá llegado la vacuna, los creyentes en la ciencia saldrán de vuelta a las calles y sus sacerdotes lo permitirán, pero el mundo habrá dado un nuevo salto hacia la esclavitud.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación. Publica como @gabrielmises

Pobreza, moral y religión

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2018/11/pobreza-moral-y-religion.html

En el debate sobre la pobreza existen muchos ángulos de opinión que enfrentan a distintos sectores sociales. No obstante, suele existir un consenso generalizado sobre que la pobreza es un estado indeseable de cosas que debe ser suprimido, eliminado o al menos reducido, a cualquier costo y mediante la implementación de medidas de cualquier género. Hay, con todo, posturas que no son del todo claras como sería de querer y, en ese marco, podemos encuadrar la posición de políticos, periodistas, analistas sociales, religiosos y teólogos. Veamos seguidamente un punto de vista católico sobre el tema, que por supuesto, no lo agota:

«Al igual que sucede con la idea de “justicia social”, la expresión “opción preferencial por los pobres” es parte del lexicon católico. Algunos utilizan la frase para insistir en la aplicación de políticas económicas de corte intervencionista. El Magisterio Social de la Iglesia católica, sin embargo, conduce a conclusiones más matizadas –tanto a nivel económico como teológico.»[1]

Lo expuesto en el párrafo anterior podría llevar a la apresurada suposición de algún lector de que la Iglesia católica no ha sido o no es partidaria de adoptar «políticas económicas de corte intervencionista», pero quien esto concluyera de la cita del autor comentado estaría cayendo en un gran error. La Iglesia ha sido y lo sigue siendo en alguna medida favorable a la adopción de tales políticas como instrumento para suprimir o -al menos- reducir la pobreza, lo que la conduce a posiciones más que ambiguas en torno a la cuestión. La Iglesia a menudo ha exhortado (y aun lo hace) con mucho mayor énfasis a que los estados-nación patrocinen políticas intervencionistas en favor de los pobres.

«La expresión «opción por los pobres» cobró fuerza en el pensamiento católico hacia finales de la década del ‘60 y durante los ‘70. El término sirvió de inspiración para varias formas de teología de la liberación durante esa época, pero afirmaciones de este tipo tienden a restar importancia al hecho de que la Iglesia siempre ha mantenido una especial predilección por los pobres.»[2]

Esto ha hecho pensar en muchos que la Iglesia ha presentado a la pobreza como una virtud, como un ejemplo de conducta, como algo a seguir, a imitar, una preferencia o forma de vida. Y ciertamente no han sido pocos los representantes de la Iglesia católica que se han manifestado en tal sentido y han condenado la riqueza como pecaminosa y merecedora del infierno, fuente de toda culpabilidad y el peor de los pecados. Esa predilección se ha interpretado como una preferencia por una forma de vida querible. Cuanto más miserable la condición económica de las personas más elevados se encuentran espiritualmente ante los ojos de la Iglesia. Naturalmente no compartimos esa exégesis. Solo la exponemos.

«Los profetas del Antiguo Testamento se expresaron rotundamente contra la opresión de los pobres, por no mencionar las palabras de Cristo, donde Él mismo enseña que se le puede reconocer entre los pobres y los que sufren persecución. Más aún, el amor por los pobres y los marginados se puso en práctica desde los mismos inicios de la Iglesia. En tiempos del Imperio Romano, por ejemplo, los paganos –griegos y romanos– quedaban asombrados ante el afán que manifestaban los católicos por ayudar a los enfermos y discapacitados, los ancianos y los abandonados, independientemente de que estos fueran cristianos o no.»[3]

Aquí se mezclan varias cuestiones diferentes. Una es la opresión de los pobres, y otra distinta el amor por ellos. Serían opuestos. Se podría decir que la distinción es obvia, pero no es clara entonces cual sería la opción o preferencia. La lógica indica que la opción será optar por la no opresión de los pobres, pero ¿Qué tipo de opresión debería evitarse contra ellos? Suponemos que la económica. Esto definiría, pues, la opción o predilección como aquella conducta que no oprima a los pobres y amarlos. Ese amor se expresaría con no oprimirlos. Pero hay una cuestión que se omite en todo lo visto hasta aquí y lo que queda por verse del tema y de la que nos hemos ocupado en otras partes. Y es aquella que muchos pobres optan voluntariamente por su estado de pobreza y se niegan a salir del mismo. Ergo, desde nuestro propio punto de vista, la opción debería ser, no por no oprimir a los pobres sino por la de la libertad de estos ¿Qué tipo de libertad? La libertad de permitirles ejercer su propia opción por permanecer pobres o por salir de su pobreza. Este último análisis suele estar ausente en textos como el que ahora nos encontramos examinando. No obstante, a nosotros esta última cuestión nos parece de mayor importancia que la primera.

«La comprensión católica de la pobreza, sin embargo, no comete el error de imaginar que la pobreza se reduce al problema de la privación de bienes materiales. Durante los años ‘80, en medio de la más aguda crítica a la Iglesia hecha por la teología de la liberación, bajo influencia del marxismo, la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) recordó a los católicos que la pobreza tiene un significado bastante más amplio en el contexto de la fe, el pensamiento y la praxis cristianas.»

La principal dificultad reside -a nuestro juicio- en no haber entendido que el Señor Jesús exaltó la pobreza en espíritu (conforme enseña Mateo) y no la pobreza material. Textualmente: «Mat 5:3 Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos«No hay pues una referencia concreta y directa a la pobreza material:

«los pobres en espíritu. La frase en espíritu modifica a pobres, que normalmente se refiere a los que no tienen posesiones materiales ni para las necesidades de la vida. Aquí los pobres, lo que no tienen es el egoísmo y la arrogancia de los fariseos que creían que sus esfuerzos y méritos les habían concedido una posición especial delante de Dios (cp. Lc 18:9–14).»[4]

En suma, la palabra «pobres» ha de aplicárseles a los humildes de corazón y no a los carentes de recursos materiales. La pobreza material no es pues una virtud, ni un estado óptimo para los seres humanos como se ha querido interpretar. Sino que lo ambicionado es la pobreza entendida como actitud como disposición de ánimo.

[1]Samuel Gregg. «LA EMPRESA Y LA OPCIÓN POR LOS POBRES». Fuente: Legatus Magazinehttp://www.legatusmagazine.org/business-and-the-option-for-the-poor 1 de febrero de 2014

[2] Gregg S. ibidem

[3] Gregg S. ibidem

[4] LA BIBLIA DE LAS AMÉRICASCopyright © 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation. Comentario a Mateo 5:3

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.