Scruton y la izquierda

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 13/6/21 en: https://www.elcato.org/scruton-y-la-izquierda

Carlos Rodríguez Braun reseña la nueva edición del libro del pensador británico Roger Scruton, “Pensadores de la nueva izquierda”.

El pensador británico Roger Scruton, que murió el año pasado, llamaba a los ideólogos del progresismo por su nombre: “Tontos, fraudes y agitadores”. Tal el título de uno de sus últimos libros, de 2015, que en la traducción española de Rialp fue púdicamente sustituido por su subtítulo: “Pensadores de la nueva izquierda”. Se trata de una muy valiosa revisión y actualización de “Thinkers of the New Left”, publicado en 1985. Scruton realiza un esfuerzo ímprobo de análisis crítico de los popes antiliberales, idolatrados en el mundo político, académico, cultural y periodístico, y con apreciables vacíos teóricos y empíricos, rara vez señalados. Destaca a un solo economista, John Kenneth Galbraith, considerado un sabio sin tacha por todo el mundo (bueno, casi: puede verse “Disentimiento sobre Galbraith” aquí).

Pero Galbraith al menos escribía bien, lo que no se puede decir de todas las demás figuras que desfilan en este volumen: Habermas, Althusser, Lacan, Said, Badiou, Zizek, Sartre, Foucault, Gramsci, Deleuze, Dworkin, Thompson, Hobsbawm y otros.

Roger Scruton detecta hilos comunes, como, precisamente, la oscuridad de muchas de estas supuestas lumbreras: “se pueden plantear mil preguntas y, aunque no tienen respuesta, esto solo incrementa la sensación de su relevancia y profundidad…cabe interpretar la oscuridad como la prueba de una profundidad y originalidad tan grandes que no pueden ser abarcadas mediante un lenguaje normal”.

Otra norma es la insistencia en la utopía maravillosa que nos espera si superamos los obstáculos al progreso: propiedad privadamercado, capitalismotradicionesreligión y moral. Scruton pone el dedo en la terrible llaga que estos pensadores eluden: el horror que la izquierda perpetró en el mundo cuando terminó con esos obstáculos.

Pero la nueva izquierda se niega a reconocer dichos desastres, porque ha invertido la carga de la prueba: no es ella la que tiene que responder, porque los que quieren cambiar el mundo son intelectual y moralmente superiores a los que cuestionan sus idílicos proyectos.

Ningún progresista defiende los campos de concentración. Pero este libro desnuda su falaz argumentación, su negación de la naturaleza humana, su relativismo moral, su mentirosa tolerancia, su odio a la libertad individual, su falso dios igualitario, y su terrible mentalidad colectivista. Y concluye con acierto: “Este esquema mental lleva al Gulag con la misma lógica que la ideología nazi de la raza lleva a Auschwitz”.

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE. Difunde sus ideas como @rodriguezbraun

Dudar es contagiar

Por Jose Benegas. Publicado el 26/3/20 en: https://www.infobae.com/america/opinion/2020/03/26/dudar-es-contagiar/

 

Control policial en el sur de Italia (REUTERS/Alessandro Garofalo)

Control policial en el sur de Italia (REUTERS/Alessandro Garofalo)

El título podría ser parte de los eslóganes de los seguidores del Gran Hermano en la novela de George Orwell 1984 y describe bastante el ambiente de discusión de la crisis del coronavirus. El que duda de las soluciones policiales propuestas es la infección en sí misma.

Lo más peligroso de la forma en que se encara la situación es la fuerte tendencia a la unificación de visionesEso no es ciencia, es religión. Su único resultado está a un nivel primitivo emocional de una gran masa asustada que pide resoluciones firmes. Después vemos si sirven, pero que sean bien firmes. Permite identificar a los infectados de indisciplina y falta de sometimiento, como los que viajan a Europa o pasean al perro, para expiar la infección en el gastado recurso de la autoridad omnipotente.

Tal cosa no está facilitada por la ciencia como método, sino por el ambiente científico y sobre todo su sometimiento no resistido a la burocracia estatal que abusa de las matemáticas para recurrir a modelos que pretenden predecir, pero que se convierten en la trampa de reemplazar la observación de la realidad que es compleja, por un diseño simple en el que todo lo que queda afuera no es modelo y no es “ciencia”. Esto lo vemos desde los inicios de esta crisis cuando se tacha de inmoral el entrar en consideraciones económicas, tara que nos viene de la tradición católica. Cuando los políticos dicen que están decidiendo entre la salud y la economía y están optando por la primera, están suponiendo que ambas cosas no están interconectadas o son en muchos casos la misma cosa; que la enfermera tiene que pagar la cuenta del supermercado y las jeringas requieren una fábrica, el hospital luz eléctrica, etc. La distorsión es el planteamiento de un dilema moral en el que, una vez resuelto, somos los buenos y estamos sanos. Los buenos que nos pueden matar a todos.

Recordemos cuando los judíos en la edad media eran perseguidos por cobrar interés por los préstamos, algo que es el secreto por el cual quien no tiene capital lo puede conseguir con solo una buena idea. La moralización de la cuestión como pecado, o la resistencia a hablar de la economía en una crisis sanitaria, lleva al desastre. Sin el préstamo a interés estaríamos todos viviendo en chozas. Si hubiéramos querido ser santos en esos términos (sin siquiera entender de verdad el aspecto moral) no hubiéramos llegado a este nivel de desarrollo de la actualidad. Sin economía no hay tomografías computadas, ni barbijos, ni respiradores, ni médicos. Todos estaríamos funcionando a niveles de subsistencia en los que cualquier infección nos podría diezmar.

Eso mismo se aplicó a esta pandemia desde el principio. Pensar fuera del modelo matemático meramente sanitario es tachado de inmoral porque es poner al dinero por encima de la salud, así que nos están condenando a una extinción por falta de recursos que, en realidad, se necesitan incluso para hacer funcionar los modelos en las computadoras.

Lo que se debió enfrentar, que es la complejidad, se simplificó por razones de facilidad analítica y se eliminaron del razonamiento las limitantes que están fuera del modelo. Para quienes fuimos formados en la visión de la Escuela Austríaca de Economía eso no es una novedad. Esta tara se viene repitiendo en el campo económico desde hace más de un siglo. La realidad es el cuadro. Pero resulta que fuera del cuadro cuando se produce una intervención de la autoridad en la economía se genera otro problema no previsto porque la complejidad no puede ser abarcada por una autoridad central y entonces viene otro acto de intervención que termina en el Camino de Servidumbre de Hayek. Es bastante asombroso ver que en el ambiente sanitario está tan claro esto de que los remedios pueden ser peores que las enfermedades. Sin embargo, no lo han podido aplicar a la hora de proponer el uso del remedio mitíco universal: la voluntad del poder, a su propuesta de cuarentena obligatoria. Y lo mismo pasa en economía curiosamente: todo problema tiene una solución consistente en dictar una orden o crear un organismo que lleva el nombre del problema. Con lo cual ni la economía ni el santarismo se necesitan, todo puede ser reemplazado por una comisaría.

Esto va mal. La propuesta es parar todo, algo que nunca se ha intentado antes, de lo que no hay “ensayos clínicos” pero tenemos bastante conocimiento sobre cuales pueden ser sus consecuencias.

El valor en la economía no es físico y es subjetivo. Son personas actuando de acuerdo con sus preferencias. La economía no es logística, que es como los místicos de la autoridad quieren verla, es coordinación de intereses. No se puede atacar a los intereses privados sin destruirla. Pero los políticos se entusiasman con que ahora sí podrán ser los directores de orquesta que quisieran ser. Se les van a morir de hambre los músicos.

Nadie siquiera está analizando que el pánico que se esparce tiene un costo de salud también grande, y eso que esto está fuera del paradigma moral de que solo hay que pensar en salud. Decirles a los grupos vulnerables que no es fatal que se mueran relajaría la disciplina que es el gran ídolo que venerar. Así que sí, resignan la salud, pero no en aras de la economía sino del autoritarismo como remedio universal. Nadie está poniendo en tela de juicio cómo se pone en riesgo la subsistencia de muchos millones de personas mientras no se sabe con certeza cómo parar la pandemia. Si aparece el médico francés que tiene una idea sobre cómo proceder, se van a escudriñarlo y las notas en los diarios hablan de su aspecto, mientras los médicos de televisión lo descalifican.

Ahora revisemos qué han hecho las autoridades sanitarias (nótese, son autoridades, no científicos) en el último siglo. Porque una de las cuestiones que siempre se han planteado a la hora de determinar si el Estado debe intervenir en la salud es justamente el caso de las pandemias, donde el costo de enfermarse se distribuye más allá de los individuos portadores. Se ha dicho hasta el cansancio que para algo como lo que estamos viviendo tiene que haber un ordenamiento público. Pero ¿dónde está? ¿Por qué ningún país, mientras todos tienen ministerios de salud, está preparado para aumentar su capacidad de internación ante una pandemia y nos lo dicen los mismos responsables como si fuera fatal? ¿Por qué no hay reservas de barbijos y respiradores como las hay de petróleo? ¿Por qué no tienen planes para tener personal de enfermería también en reserva? Porque hay que decirlo, los encargados en cada país de tener previsiones al respecto son los mismos que están proponiendo la salida autoritaria sobre la población sana como única respuesta y nos muestran que su propia capacidad de responder a la crisis es fija e inamovible.

Es decir, ¿tenemos todos los protocolos sanitarios y cuando llega la pandemia en lugar de apelar al conocimiento y a las previsiones que ellos hayan tomado tenemos que recurrir al comisario? Todos aceptan que en el modelo de las curvas el umbral de atención hospitalario sea fijo, pero normalmente lo que discutimos en salud durante las campañas electorales son los tratamientos para la obesidad, las cirugías estéticas o de cambio de sexo, porque una catarata de propuestas bondadosas sale con forma de ley del Congreso.

¿No se ha formado una autoridad central de todos estos problemas con la OMS? ¿Dónde está el resultado de aquello para lo que se estaban preparando?

El médico francés Didier Raoult que recomendó los remedios contra el paludismo como tratamiento y que hizo que los diarios argentinos se pusieran a comentar sobre su aspecto (menos mal que Einstein no fue argentino), puso en tela de juicio algo más, que es que los médicos están sometidos a la autoridad estatal en lugar de proceder de acuerdo con su conocimiento y experiencia, algo que otro adelantado Thomas Szasz ya había denunciado.

Lo que consideramos un sistema sanitario es en realidad una administración política de la salud, donde todo debe ser autorizado por la burocracia a la que llegan los que no pueden destacarse en su ciencia y son expertos en el codazo. Así tampoco los farmacéuticos tienen ya libertad para hacer recetas y su profesión ha sido convertida en un modo de obtener monopolios para la venta de medicamentos que hacen unos laboratorios que están a la vez controlados como nada en este mundo. Los medicamentos no están sometidos a la ciencia sino a la autoridad central sanitaria. Tanto control y a la primera pandemia importante nada funciona, solo queda paralizar al mundo para que no muera lo que la existencia de estos organismos nos garantizaba que no podría morir. Por eso su solución no es sanitaria, es métanse todos en sus casas a infectar a sus familiares, asusten a todas las personas mayores como si todas fueran a morir, porque al final no hay respuesta del aparato burocrático que se percibe limitado por un umbral infranqueable que nadie previó que se debería mover y que ve a la economía como una actividad de lujo para la gente sana.

La inseguridad que transmiten estas autoridades sanitarias es tan grande que los únicos ejemplos que quieren considerar son los de Italia y España, porque Singapur, Japón o Corea del Sur nos ponen ante la incertidumbre de falta de magia autoritaria. La salud es al final menos importante que creer en la autoridad.

En las exposiciones de los funcionarios no hay indicio de por qué al final de las cuarentenas obligatorias y las prohibiciones de viajes no vamos a estar en el mismo punto en el que estábamos antes de empezarlas. Simplemente la animación nos dice que estaremos en el después del desborde del sistema, como si se tratara de un salto al futuro.

Las autoridades disponen que solo las actividades vitales continúen en la calle, pero no tienen ninguna conciencia de que toda actividad depende de las demás y, al final, si tienen razón los más expuestos al virus de todos serán los previamente definidos como indispensables. Nada de esto está pensado, no se puede. Dudar es contagiar.

Con el paso de las semanas todo se hará tan insostenible que la desobediencia será generalizada y, si piensan que aumentando el nivel de amenaza lo van a poder manejar, me permito dudarlo. Pondrán al grueso de la población ante la alternativa imposible de subsistir o estar seguros de no infectarse. Dado que el modelo de restricción no parece contemplar un final o un punto más allá del cual no se puede continuar, el riesgo ahora es encontrarnos al final de las medidas autoritarias agotadas, pero entonces los sanos estarán en una posición mucho más desfavorable y los enfermos probablemente en el pico con un aparato sanitario colapsado de todas maneras.

 

José Benegas es abogado, periodista, consultor político, obtuvo el segundo premio del Concurso Caminos de la Libertad de TV Azteca México y diversas menciones honoríficas. Autor de Seamos Libres, apuntes para volver a vivir en Libertad (Unión Editorial 2013). Conduce Esta Lengua es Mía por FM Identidad, es columnista de Infobae.com. Es graduado del programa Master en economía y ciencias políticas de ESEADE.

 

 

HERMENÉUTICA Y LA UNIÓN ENTRE EL ESTADO Y LA CIENCIA.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 10/2/19 en: https://gzanotti.blogspot.com/2019/02/hermeneutica-y-la-union-entre-el-estado.html

 

Punto 6 del cap. 5 de «La hermenéutica como el humano conocimiento» de próxima aparición.

Este es uno de los frutos más importantes del positivismo y uno de los menos cuestionados. Es el triunfo de Comte.

Feyerabend es el único autor que lo ha denunciado como corresponde. La Ilustracion implicó la separación entre Iglesia y estado. Pero unió, sin embargo, el estado a la ciencia. Los estados weberianamente organizados, con racionalidad instrumental, dividieron la educación y la salud entre legal e ilegal. La educación y la salud fueron organizadas desde entonces “científicamente” y convertidas en públicas y obligatorias, y las instituciones privadas de salud y educación tuvieron que estar adscriptas a la legislación estatal. Es necesaria, según Feyerabend, una nueva Ilustración que separe al estado de la ciencia, de tal modo que las personas tomen sus propias decisiones en esas materias y corran sus respectivos riesgos, como ahora lo hacen con la religión[1].

El “grito” de Feyerabend no se escuchó porque, en nuestra opinión (nuestra hipótesis) la separación entre Iglesia y estado del estado-nacion iluminista (emergente de la Revolución Francesa) fue, como lo dice el término separación, una disociación hostil entre lo religioso y lo estatal. Esto es, lo religioso fue “separado” de lo estatal precisamente porque, para la Ilutsración, lo religioso no importa y-o es perjudicial. O sea, se mantuvo esta ecuación casi constante en casi todas las culturas: importante = coactivo. En la Edad Media lo religioso era importante, tan importante que la unidad religiosa formaba parte de la unidad civil. Ahora lo importante es lo científico y por eso forma parte de lo obligatorio, que debe ser custodiado por los estados-nacion iluministas. Por eso, cuando Feyerabend habla de la separación entre estado y ciencia, la reacción es por qué separar a lo importante del estado…………… Y si se da el ejemplo de lo religioso, la respuesta es que lo religioso ya no es importante, es subjetivo, personal, y por ende haz con ello lo que quieras.

Para responder a ello, Feyerabend tuvo que ir más a fondo. Reconoció que a veces había mezclado dos explicaciones. Una cosa es decir que la ciencia es relativa, “y por ende haz lo que quieras”; una cosa es decir que tanto lo científico como lo religioso son relativos, “y por ende haz lo que quieras”, y otra cosa es decir que lo real es tan profundo que implica enfoques diversos, entre ellos el científico[2], y que todos ellos compiten libremente en una sociedad libre en cuanto a sus reclamos de verdad. Ello implica, como hemos visto, una filosofía donde tanto lo real como el conocimiento humano son análogos.

Pero entonces hay que ir más a fondo. La cuestión no es una libertad de cultos donde lo religioso es libre porque NO importa, sino una libertad religiosa que consiste en que el ser humano debe estar libre de coacción sobre su conciencia en materia religiosa. Lo cual implica una premisa anterior: la verdad no se impone por la fuerza. Por ende, hay que superar la ecuación “importante = coactivo”, para pasar a la razón dialógica, donde “importante = diálogo”. Con lo cual coincidimos con Habermas: la coacción de la razón instrumental del Iluminismo tiene su salida en la razón dialógica. Lo que Habermas no pudo reconocer, y menos aún sus maestros, es que esa razón dialógica ya se había dado en los EEUU. Los fundadores de los EEUU escribieron la primera enmienda NO porque lo religioso NO fuera importante, sino al contrario, porque era un elemento esencial e importantísimo de su tejido cultural. Por eso el EEUU originario fue una sociedad donde la religión era pública pero no estatal, fórmula inconcebible en la Europa de entonces y menos aún en todo el mundo hoy.

Hasta que no se entiende ese significado de la libertad, esto es, la razón dialógica, donde la verdad importa “y por ende” NO se impone por la fuerza, NO se entenderá el significado de la libertad religiosa y por ende de ninguna libertad. Y por ende tampoco se entenderá el sentido de la “separación entre estado y ciencia” que propone Feyerabend, porque es una razón dialógica donde la persona tiene libertad de conciencia tanto para la filosofía, arte, ciencia y religión. Y la razón dialógica es precisamente la superación de la dialéctica entre razón instrumental y post-modernismo. A lo cual estamos aún muy lejos de llegar culturalmente. O tal vez sea un ideal regulativo que al menos así quede, como un imperativo moral desde el cual juzgar nuestros avances y retrocesos como humanos.

[1] Feyerabend, P.: Adiós a la razón, op.cit.

[2] Feyerabend, Diálogos sobre el conocimiento, op.cit.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

 

 

 

Ya estaban aquí

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 18/8/17 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/ya-estaban-aqui/

 

Ayer jueves por la mañana participé en la tertulia de “Más de Uno” en Onda Cero. Y Toni Bolaño nos comentaba desde nuestra emisora en Barcelona, es decir, desde la propia Rambla, sobre la gran cantidad de turistas que paseaban por ahí desde temprano. Era lógico. Las Ramblas son, junto con la Sagrada Familia, el punto de máxima concentración de visitantes de la Ciudad Condal. Y a mediados de agosto, todavía más.

Mientras charlábamos sobre los problemas de España, y en particular de Cataluña, ya estaban aquí, ya estaban en Barcelona, los asesinos. Ya estaban aquí, mezclados con los catalanes, los barceloneses, los demás españoles, los turistas nacionales y extranjeros, estaban los asesinos. Su objetivo, el de siempre: causar el mayor número de muertos y heridos, el mayor terror, el mayor desconcierto.

España conoce bien, por desgracia, el azote terrorista, y en particular lo conoce Barcelona, donde la ETA perpetró la abominable matanza de Hipercor, hace treinta años. No conocíamos el más reciente “modus operandi” de los criminales, porque matar arrollando viandantes con un vehículo es relativamente reciente en Europa. No en Israel, donde los terroristas palestinos han recurrido a este método para asesinar inocentes desde tiempo atrás. Pero en Europa empezaron hace apenas un año, en Niza. Continuaron después en Estocolmo, Berlín, París y Londres.

Y ahora, Barcelona. España sabe que, si nadie está en verdad completamente a salvo del zarpazo terrorista, nuestro país tampoco. De hecho, el Gobierno elevó la alerta antiterrorista a cuatro sobre cinco a mediados de 2015. Dentro de España, Cataluña podía ser el objetivo. Dentro de Cataluña, Barcelona. Y si pensaban matar en Barcelona con el método del atropello masivo, las Ramblas podían ser un objetivo, aún más en estas fechas veraniegas.

Ayer lo consiguieron. Es importante mantener la mente en calma cuando la ira nos hierve la sangre, o nos la congela el espanto, aunque es difícil no oscilar entre la una y el otro ante crímenes brutales como los de ayer en Las Ramblas de Barcelona.

La batalla contra los terroristas no es exclusiva de los policías, los soldados y los guardias civiles o, en este caso, los Mossos d’Esquadra. Los ciudadanos también tenemos un papel que cumplir, o más bien varios, desde la solidaridad inmediata con las víctimas y sus familiares hasta la colaboración con las fuerzas de seguridad. Otra cosa importante que podemos hacer es rechazar la segunda pata del totalitarismo criminal, que siempre camina sobre la violencia, por un lado, y sobre la mentira, por otro. Así como rechazamos la primera, no hagamos caso de la segunda; por ejemplo, desmontemos la sistemática mentira que pregonan los asesinos, al culpabilizarnos de sus crímenes. Los asesinos son los culpables, nosotros no. Ni los españoles, ni los turistas. Ni nosotros, ni nuestro país, ni nuestra religión, ni nuestra historia, ni nuestros valores.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

¿QUÉ DIRÍA TOCQUEVILLE HOY SOBRE ESTADOS UNIDOS?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

A veces es de interés embarcarse en un ejercicio contrafactual y esforzarse en una mirada a la historia y al presente muñido de una lente que nos haga pensar que hubiera ocurrido si las cosas hubieran sido distintas de las que fueron. En nuestro caso sugiero una perspectiva para meditar sobre las posibles reflexiones de un gran cientista político sobre el que se conocen sus consideraciones y su filosofía pero extrapoladas al presente.

 

Esta gimnasia no es original puesto que otros la han llevado a cabo. Tal vez el autor más destacado en la historia contrafactual sea Niall Ferguson. En todo caso, en esta nota periodística me refiero al gran estudioso de los Estados Unidos, el decimonónico Alexis de Tocqueville. Como es sabido, el libro más conocido de este pensador de fuste es La democracia en América donde describe los aspectos medulares de la vida estadounidense en su época.

 

Tocqueville destaca la importancia que el pueblo de Estados Unidos le atribuye al esfuerzo y al mérito, la sabia separación entre el poder político y la religión (la “doctrina de la muralla” en palabras de Jefferson), el federalismo y el no ceder poderes al gobierno central por parte de las gobernaciones locales con la defensa de una posible secesión, las instituciones mixtas en la constitución del gobierno y la separación de poderes, la negación de “las mayorías omnipotentes” porque  “por encima de ella en el mundo moral, se encuentra la humanidad, la justicia y la razón” puesto que “en cuanto a mi cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente, poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi frente bajo el yugo porque me lo presentan un millón de brazos” ya que “el despotismo me parece particularmente temible en las edades democráticas. Me figuro que yo habría amado la libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hallamos me inclino a adorarla”.

 

Pero también advierte de los peligros que observa en algunas tendencias en el pueblo norteamericano, especialmente referido  al igualitarismo que “conduce a la esclavitud”, al riesgo de olvidarse de los valores de la libertad cuando se “concentran sólo en los bienes materiales”  y las incipientes intervenciones de los aparatos estatales en los negocios privados sin detenerse a considerar que “en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.

 

Gertrude Hilmmefarb lo cita a Tocqueville con otras de sus preocupaciones y es el asistencialismo estatal que denigra a las personas, las hace dependientes del poder en el contexto electoral y demuele la cultura del trabajo, a diferencia de la ayuda privada que hace el seguimiento de las personas, proceso ajeno a la politización y la busca de votos (en su conferencia de 1835 en la Academia Real de Cherbourg, en Francia). Y en El antiguo régimen y la Revolución Francesa concluye que “el hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”, obra en la que también destaca que generalmente allí donde hay un gran progreso moral y material la gente de por sentado esa situación y no se ocupa de trabajar para sustentar las bases morales de ese progreso (“el costo de la libertad es su eterna  vigilancia” repetían los Padres Fundadores en Estados Unidos).

 

Este es el pensamiento de Tocqueville sobre el país del Norte puesto en una apretada cápsula pero ¿qué hubiera dicho si observara lo que ocurre hoy en el otrora baluarte del mundo libre? Estimo que se hubiera espantado junto a los Padres Fundadores al constatar la decadencia de ese país por el cercenamiento de libertades debido a regulaciones inauditas, por el endeudamiento público que excede el cien por cien del producto bruto interno. Por la maraña fiscal, por las guerras en  las que se ha involucrado, por los llamados “salvatajes” a empresas irresponsables o incompetentes o las dos cosas al mismo tiempo. Por el centralismo, por la eliminación de la privacidad al espiar a los ciudadanos,  por un sistema de “seguridad” social quebrado, por la intromisión gubernamental en  la educación, por la sangría al financiar a gobiernos extranjeros en base a succiones coactivas de recursos. Y ahora debido a candidatos a la presidencia impresentables por parte de los dos partidos tradicionales debido a razones diferentes, aunque en su programa televisivo “Liberty Report”, el tres veces candidato presidencial Ron Paul señala que, dejando de lado las apariencias, los dos coinciden en muchos temas cruciales, a su juicio muy mal tratados.

 

La manía de la igualdad que preocupaba tanto a Tocqueville no  permite ver que una de las cosas más atractivas de los seres humanos es que somos diferentes, lo cual, entre otras cosas, hace posible la división  del trabajo y la consiguiente cooperación social y, por ende, la mayor satisfacción de las necesidades culturales y materiales. Esto último debido a que asigna los siempre escasos recursos para que estén ubicados en las manos de quienes la gente considera mejor para satisfacer sus demandas, sin ser posiciones irrevocables sino cambiantes en relación a la capacidad de cada cual para ajustarse a las  preferencias de la gente.  Seguramente también Tocqueville hubiera rechazado con vehemencia a los llamados empresarios que se alían con el poder para obtener favores y privilegios a expensas de los ciudadanos.

 

Incluso Paul Johnson en A History of the American People reproduce una cita de las Obras Completas del  escritor francés quien ilustra la trascendencia de la responsabilidad individual. Así escribió Tocqueville «Una de las consecuencias mas felices de la ausencia de gobierno (cuando la gente tiene la suerte de poder operar sin el, lo cual es raro) consiste en el desarrollo de la fuerza individual que inevitablemente se sigue de ello. De este modo, cada hombre aprende a pensar, a actuar por si mismo. El hombre acostumbrado a lograr su bienestar a través de sus propios esfuerzos, se eleva ante la opinión de los demás y de la suya propia, su alma es así mas grande y mas fuerte al mismo tiempo».

 

¡Que lejos se encuentra este pensamiento de lo que hoy ocurre en Estados Unidos donde el aparato estatal es omnipresente! Y ¡que lejos se encuentra del reiterado pensamiento fundacional de que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” al efecto de concentrarse en la protección de los derechos de todos y no convertir año tras año el balance presidencial de la gestión ante el Congreso en una minuta empresaria como si el Ejecutivo fuera el gerente, en lugar de permitir que cada uno se ocupe de sus pertenencias.

 

¡Que lejos se encuentra Estados Unidos del pensamiento del General Washington en el sentido de que “mi ardiente deseo es, y siempre ha sido cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a los Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”! En esta línea argumental es también de interés lo dicho por John Quincy Adams quien escribió que “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia de todos. Es el campeón solamente de las suyas […] Alistándose bajo otras banderas podrá ser la directriz del mundo pero ya no será más la directriz de su propio espíritu”

 

En otra oportunidad hemos escrito sobre hechos sobresalientes de la pasada administración estadounidense que abren serios interrogantes respecto del futuro de aquel país como baluarte del mundo libre, como es el caso de la patraña que justificó la invasión “preventiva”  a Irak, conclusión ampliamente difundida con mucha antelación en el libro Against all Enemies, de Richard A. Clarke, asesor en temas de seguridad para cuatro presidentes incluyendo el gabinete del propio George W. Bush.
James Madison escribió: «De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es lo que más debe ser temido porque compromete y desarrolla el germen para todo lo demás» (“Political Observations”, abril 20, 1795). Recordemos además que EEUU intervino en Somalia para poner orden y dejó caos, en Haití para establecer la democracia y dejó tiranía, en Vietnam para liberar al país que finalmente quedó en manos comunistas.

Recordemos también, por otra parte, que Ben Laden y Saddam Hussein eran lugartenientes preferidos de los Estados Unidos, uno en Afganistán con motivo de la invasión rusa y el otro con motivo de la guerra con Irán. Fueron entrenados y financiados con el fruto del trabajo de estadounidenses. También recordemos que en su discurso de despedida de la presidencia, el General Dwight Eisenhower declaró que “nada es más peligroso para las libertades individuales que el complejo militar-industrial”.

Todavía hay otro asunto más en este complicado tejido de denuncias. Se trata de la cuestión religiosa . En estas trifulcas con el terrorismo hay quienes pretenden endosar la responsabilidad a los musulmanes (por ejemplo, el hoy candidato a la presidencia por parte del Partido Republicano). En el mundo hay más de 1500 millones de musulmanes. Es muy injusto imputar estas tropelías a quienes adhieren al Corán en el que, entre otras cosas, leemos que «Quien mata, excepto para castigar el asesinato, será tratado como si hubiera matado a la humanidad y quien salva a uno será estimado como si salvara a la humanidad» (5:31). La misma expresión jihad que ha sido tan tergiversada, como explica Houston Smith, significa guerra interior contra el pecado. Ya bastante ha sufrido la humanidad por la intolerancia religiosa. En nombre de Dios, la misericordia y la bondad se ha quemado y mutilado. Identificar el Islam con el terrorismo es tan impropio y desatinado como asimilar el cristianismo a la Inquisición o la «guerra santa» aplicada en América en tiempo de la conquista. Hay, sin duda, quienes pretenden ese tipo de identificaciones y extrapolaciones clandestinas al efecto de enmascarar e inculcar el crimen con fervor religioso fundamentalista, pero caer en esa trampa no haría más que desviar la atención del ojo de la tormenta y agregar complicaciones a un cuadro de situación ya de por sí muy sombrío.

Estados Unidos, en consonancia con las célebres palabra de  Emma Lazarus inscriptas al pie de la Estatua de la Libertad, ha recibido con los brazos abiertos a inmigrantes de todas las latitudes. Hace algún tiempo que se observan síntomas que tienden a revertir aquellos valores y principios esenciales que hoy cuestionan quienes adhieren a la siempre cavernaria xenofobia.

 

En resumen, con estos pocos ejemplos al correr de la pluma pensamos que, después de todo, ha sido mejor que Tocqueville no haya sido contemporáneo puesto que sus ilusiones se hubieran desvanecido, aunque advirtió de algunos peligros en el horizonte que desafortunadamente se cumplieron.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

MÁS VALE LOCO EN MANO QUE DIPLOMÁTICO VOLANDO (sobre la visita de Benedicto XVI a Cuba)

Por Gabriel Zanotti: Publicado el 20/3/11 en http://www.gzanotti.blogspot.com.ar/

Yo no voy a decir a Benedicto XVI lo que tiene que decir ni seré de aquellos que se regodean criticando lo que dijo.

Pero sí me voy a permitir un sencillo razonamiento.

Cuando un Pontífice viaje a un lugar donde todos los seres humanos son vilmente perseguidos, donde los cristianos son especialmente perseguidos, donde los disidentes son cruelmente encarcelados, en medio de la desidia y complicidad internacional, no quedan sino dos opciones.

La primera, denunciarlo, como corresponde a la denuncia profética de la tradición judeo-cristiana.

La segunda, callarlo, para que la situación de los perseguidos no empeore.

Pero esta última opción es muy delicada. ¿Quién lo entenderá así?

¿Cómo combinar la diplomacia con el cristianismo? ¿Se corresponden?

El cristiano no es diplomático, es loco, lo cual es muy distinto.

Por lo tanto, si no va a haber denuncia profética, como corresponde a la locura de la cruz, ¿para qué ir a Cuba?

¿Para qué?

Luego comienzan las comparaciones.

¿Por qué Juan Pablo II pidió por la liberación de los presos políticos en Chile pero no en Cuba?

En el mundo actual no vale la diplomacia para un cristiano. Vale ser loco, vale estar loco.

Como yo.

Gabriel J. Zanotti es Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA).  Es profesor full time de la Universidad Austral y en ESEADE es Es Profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE.