Paréntesis al trajinar diario: testimonio de un liberal sobre Dios

Por Alberto Benegas Lynch (h) Publicado el 22/5/2en: https://www.infobae.com/opinion/2021/05/22/parentesis-al-trajinar-diario-testimonio-de-un-liberal-sobre-dios/

La religiosidad constituye no solamente un recorrido reconfortante en línea con la naturaleza humana en su condición espiritual sino que resulta compatible con la modestia intelectual y el progreso que esa conducta hace posible

Lord Acton

Lord Acton

En la actualidad la religiosidad está en baja debido a razones atendibles, especialmente las referidas a la Iglesia Católica como consecuencia de ciertas resoluciones inaceptables y, sobre todo, a comportamientos y declaraciones absolutamente contrarias y reñidas con la naturaleza humana y a la moral más elemental, en el contexto del desconocimiento más palmario de lo que significa la dignidad del ser humano y el consecuente respeto recíproco. En este contexto, además de su extraordinario y redentor ecumenismo, Juan Pablo II ha pedido perdón por muchas de las aberraciones provocadas y sustentadas por cabezas de la Iglesia y hay sacerdotes, monjas y laicos que trabajan denodadamente en rectificar rumbos desviados.

Albert Einstein ha escrito: “Mi religión consiste en una humilde admiración del ilimitado espíritu superior que se revela en los más mínimos detalles que podemos percibir con nuestras mentes frágiles y endebles. Mi idea de Dios se forma de la profunda emoción que proviene de la convicción respecto de la presencia del poder de una razón superior que se revela en el universo incomprensible.” También el premio Nobel en física Max Planck sostiene que “Donde quiera que miremos, tan lejos como miremos, no encontraremos en ningún sitio la menor contradicción entre religión y ciencia natural; antes al contrario, encontraremos perfecto acuerdo en los puntos decisivos. Religión y ciencia natural no se excluyen […] precisamente los máximos investigadores de todos los tiempos, Kepler, Newton, Leibniz, eran hombres penetrados de profunda religiosidad.”

A su vez, el premio Nobel en neurofisiología John Eccles apunta que se ha “esforzado en mostrar que la filosofía dualista-interaccionista conduce a la primacía de la naturaleza espiritual del hombre, lo que a su vez conduce hacia Dios”. Y en adición al enfático catolicismo del historiador liberal Lord Acton, es pertinente destacar lo estipulado respectivamente por Adam Smith, Alexis de Tocqueville, Edmund Burke y George Steiner: “El Ser Divino cuya benevolencia y sabiduría ha conducido la inmensa máquina del universo desde la eternidad”, “Yo dudo que el hombre pueda alguna vez soportar una completa independencia religiosa y una entera libertad política”, “La religión es la base de la sociedad civil y la fuente de todo el bien y de toda la prosperidad” y “Lo que afirmo es la intuición que donde la presencia de Dios no es una suposición defendible y donde su ausencia no se siente como un peso abrumador, ciertas dimensiones del pensamiento y la creatividad no resultan posibles.”

Es que como se ha señalado, la primera causa es inexorable puesto que si las causas que nos generaron pudieran retrotraerse ad infinitum no podríamos haber existido ya que nunca se hubiera iniciado la causa que permitió nuestra vida. A esta causa original le llamamos Dios, Yahvéh, Alá o lo que fuera. Este es el sentido de la respuesta cuando le preguntaron a Carl Jung si creía en Dios: “No, no creo en Dios, sé que Dios existe.”

Es de una soberbia digna de mejor causa el mirarse el ombligo y considerar que todo lo que nos rodea es fruto del diseño humano o de “la casualidad”. La condición humana exige modestia intelectual y no una absurda petulancia. Nuestro planeta gira en torno a su eje a una velocidad de mil setecientos kilómetros por hora y en torno al sol a treinta kilómetros por segundo (es decir, cien mil kilómetros por hora) y sin piloto a la vista. Si esto fuera el resultado de manipulaciones de la burocracia estatal, la consecuencia sería un esperpento colosal equivalente a cuando los megalómanos pretenden manejar vidas y haciendas ajenas.

Tal como lo han puesto de relieve científicos y filósofos desde tiempo inmemorial, el sentido de trascendencia está presente cuando nos percatamos que no somos solo kilos de protoplasma sino que tenemos psique, mente o estados de conciencia que hacen posible el revisar nuestras propias conclusiones, argumentar, la presencia de proposiciones verdaderas y falsas, ideas autogeneradas, la moralidad de los actos, la responsabilidad individual y la misma libertad. Si estuviéramos condicionados por los nexos causales inherentes a la materia no tendríamos libre albedrío, por ende estaríamos determinados y seríamos más bien loros con apariencias humanas.

En esta línea argumental, resulta de gran interés la lectura de tres obras recientes. En primer lugar, la del neurocirujano, profesor en Harvard y doctor en medicina Eben Alexander que lleva el título de La prueba del cielo: el viaje de un neurocirujano a la vida después de la muerte, en segundo término los dos tomos del también doctor en medicina Raymond Moody titulados Vida después de la vida y luego el trabajo de la médica psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross La muerte: un amanecer. Los tres son textos muy bien documentados que exponen situaciones en los que los pacientes revelaron disminuciones extremas en los signos vitales en estados de coma profundos y que luego se lograron reanimar a través de muy diferentes procedimientos médicos. En todos los casos relatan experiencias similares en cuanto a lo percibido en sus estados previos a su mejoría física, instancias de gran alegría y satisfacción en medio de apreciaciones operadas en otra dimensión que les ha proporcionado impactos de gran calado lo que los ha conducido a reflexiones profundas que en algunos casos no habían siquiera considerado y más bien negado posibilidades de trascendencia de esa magnitud que no es pertinente esbozar en esta nota periodística sino más bien invitar a los lectores interesados a que recurran a las fuentes.

Como es sabido, el sacerdote belga George Lamaitre en 1927 desarrolló por vez primera la hipótesis muy plausible de lo que se denomina el Big-Bang que produce todo lo contingente que nos rodea, lo cual no es óbice para entender y aceptar lo necesario y por tanto inexorablemente anterior que es la antes referida Primera Causa.

Como he escrito en alguna otra oportunidad, en mi caso soy católico por tradición familiar pero podría haber comulgado con otra religión oficial o haber sido Deísta. Asisto a misa como un canal importante para renovar pensamientos y formas al efecto de rendir culto no solo a Dios sino a todas las personas cercanas de gran bondad que ya no están entre nosotros, aunque en no pocas ocasiones debo salir del templo cuando el sacerdote sermonea sobre aspectos que estimo son abiertamente contradictorios con los postulados de esa religión.

Lo dicho es la razón por la cual todos los totalitarismos detestan la religión aunque de un tiempo a esta parte -como hemos dicho al abrir esta nota- los hay quienes pretenden pasar de contrabando el espíritu totalitario con el disfraz de la religión. En ese sentido, siempre recuerdo a mi querido amigo Eudocio Ravines luego converso pero antes Premio Lenin y Premio Mao con la misión del Kremlin de infiltrar con marxismo las iglesias en España y en Chile, en base a la idea que luego advierte con inmensa preocupación el sacerdote polaco con tres doctorados: en teología, en derecho y en sociología, Miguel Poradowski en su obra El marxismo en la teología. Ravines finalmente se dio cuenta de su error mayúsculo que primero creyó que era responsabilidad del mal manejo del comunismo por parte de dirigentes inescrupulosos hasta que cayó en cuenta que el problema grave es el sistema y no quien lo administra y publicó su célebre libro La gran estafa que dio por tierra con sus conclusiones anteriores, a partir de lo cual publicó regularmente en distintos diarios y pronunció conferencias en muy diferentes tribunas sobre las inmensas ventajas de la sociedad abierta hasta que fue asesinado en México por sicarios del régimen al que perteneció y decidió abandonar y contradecir “por tratarse de un camino no solo a todas luces inmoral sino que conduce a la miseria más escandalosa siempre que se lo aplica.”

El orden natural afortunadamente no es consecuencia de lo estipulado por la mente humana y los consecuentes derechos son el resultado de considerar las características inherentes a la persona como anteriores y superiores a todo artificio pergeñado por el hombre. La sociedad libre no hace más que respetar el orden preexistente. El conocimiento constituye un peregrinaje para descubrir verdades para lo cual se requieren debates abiertos al efecto de poder captar algo de tierra fértil en el inmenso mar de ignorancia en que nos desenvolvemos. En este esfuerzo se logran corroboraciones provisorias siempre atentas a posibles refutaciones en el contexto de un proceso evolutivo que no tiene término.

De más está decir, el liberalismo no implica adherir a ninguna religión, son dos planos sustancialmente distintos. En este texto aludo a mi posición personal y a la de autores de envergadura que comparten la religiosidad y la visión liberal y la de otros científicos también religiosos. En cualquier caso, desde esta perspectiva la religiosidad -la religatio- constituye no solamente un recorrido reconfortante en línea con la naturaleza humana en su condición espiritual sino que resulta compatible con la modestia intelectual y el progreso que esa conducta hace posible.

Cierro esta nota con pensamientos muy fértiles de Lecomte du Noüy -doctor en ciencias, doctor en filosofía y fue Director de la Escuela de Estudios Superiores de la Facultad de Ciencias de la Sorbona- al enseñar en El porvenir del espíritu que “Toda doctrina que tienda a restringir el libre desarrollo del individuo espiritual, toda doctrina que pretenda influir sobre el libre albedrío en el interés de un grupo, cualquiera que sea su importancia, se opone al curso de la evolución y es antinatural […] los males generales producidos por el desprecio del derecho de propiedad […] el grado superior de libertad que caracteriza al hombre y lo hace dueño de su destino espiritual […] El espíritu religioso está en nosotros y ha precedido a las religiones oficiales […] El ritual no es sino un pretexto para permitir al hombre que desarrolle en sí esa facultad universal”.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

Un poco de Swedenborg

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 3/1/13 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7614 

Una conferencia de Borges pronunciada el 9 de junio de 1978 despertó mi curiosidad sobre un personaje al que el disertante dijo que “quizá el hombre más extraordinario -si es que admitimos esos superlativos- fue Emanuel Swedenborg” por quien se interesó a raíz de un escrito de Ralph Waldo Emerson y del hecho que el libro más difundido de Swedenborg se encontraba en la biblioteca de su padre, en Ginebra, en 1915 (luego en Buenos Aires volvería a leer esa obra junto a Xul Solar). Personalmente no asistí a esa presentación borgeana pero la leí en una publicación  de 1979 titulada Borges oral de Emecé Editores/Editorial Belgrano.

El personaje de marras nació en Suecia en 1688 y sus estudios y obras publicadas de su primera época se refieren a las matemáticas, a la biología, la anatomía y la física. A partir de 1745 se dedicó por entero a la teología (solamente en esta materia sus escritos ocupan ocho volúmenes) sobre la cual su libro más conocido es El cielo y sus maravillas, y el infierno publicado originalmente en latín en 1758 y traducido al inglés en 1933 y al castellano en 1991. James Joyce sostiene que este escrito “es la obra maestra de Swedenborg”.

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A diferencia de mentes calenturientas de no pocos predicadores religiosos que describen lo que ocurre después de la muerte con lujo de detalles inauditos y aludiendo al cielo y al infierno a través de lecturas bíblicas literales y no referencias metafóricas o alegóricas, a diferencia de estas interpretaciones decimos, el eje central de Swedenborg apunta al acercamiento mayor o menor a la Perfección según hayan sido nuestras conductas. En este sentido, escribe que “al mencionar las acciones y las obras se alude a su contenido y no a su aspecto exterior, ya que como todo el mundo sabe, toda acción y toda obra emanan de la voluntad y el pensamiento del hombre; de no ser así, serían meros movimientos, como los que ejecuta un autómata”. Y antes de esta encendida defensa del libre albedrío y la consiguiente responsabilidad individual por nuestros actos, manifiesta que “a la paz interna se accede solamente a través de la sabiduría y, por ende, solamente a través de la conjunción del bien y la verdad, dado que la sabiduría emana de esa conjunción”. De este modo el autor apunta a la psique, el alma o la mente como lo característico y sobresaliente en el ser humano, cuya alimentación es inexorable para el autoperfeccionamiento y la actualización de las respectivas potencialidades, únicas e irrepetibles en cada uno.

En la misma línea argumental, subraya que “en el mundo espiritual, la distancia [con la Perfección o Dios] está determinada exclusivamente por los estados de interioridad […] los que son más perfectos, es decir, los que sobresalen por su bondad, su amor, sabiduría e inteligencia, están en el centro: los menos destacados se ubican alrededor, a una distancia que varía según el grado decreciente de su perfección. Su orden de ubicación, es semejante al de una luz que va disminuyendo del centro a la periferia” y, más adelante, reafirma que “el mal en el hombre es el infierno dentro suyo, puesto que el decir mal o el infierno viene a ser la misma cosa. Y como el hombre es la causa de su propia maldad, es el mismo quien se conduce al infierno”.

Estas reflexiones se condicen con la lógica y presentan correlatos bastante estrechos con lo consignado por el médico Raymond Moody en su obra en dos tomos titulada Vida después de la vida que reproduce relatos de personas que han sido declaradas clínicamente muertas pero pudieron ser reanimadas, lo cual reitera la también facultativa Elisabeth Kubler-Ross quien prologa este libro. También ahora es revelador en la misma dirección el testimonio de Ebon Alexander (profesor de neurofisiología en la Medical School de Harvard) quien estuvo en coma siete días como consecuencia de una meningitis bacteriana que mantuvo su corteza cortical inactivada.

En realidad hay solo dos pilares que son posibles de abordarse de modo racional: la existencia de una Primera Causa y la inmortalidad de los estados de conciencia o del alma. Lo primero debido a que no resulta posible una regresión ad infinitum en nuestra existencia, de lo contrario, si nunca comenzaron las causas que nos dieron origen no existiríamos, lo cual no es incompatible con el Big Bang como fenómeno necesariamente subordinado a la Primera Causa o Dios ya que se trata de lo contingente, no de lo necesario. En segundo lugar, la mente, la psique, el alma o los estados de conciencia (lo inmaterial, lo que no se deteriora, aquello que nos distingue de ser solo kilos de protoplasma) son inexorables para que tengan sentido las proposiciones verdaderas o falsas, la argumentación, las ideas autogeneradas, la revisión de nuestro propios juicios, la responsabilidad individual y la moralidad de los actos. Entre otros muchos autores, Richard Swinburne -profesor emérito de la Universidad de Oxford- explica en Free Will and Modern Science la relación cuerpo/mente con gran elocuencia y fundamentación. Si fuéramos loros, ni siquiera podríamos debatir sobre lo que ahora estamos tratando ya que entre autómatas no hay razonamientos propiamente dichos (escribí un largo ensayo sobre este tema titulado “Positivismo metodológico y determinismo físico” originalmente para el Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Buenos Aires y que ahora está en Internet).

Pero como siempre ocurre con todo escrito de cierta extensión, hay en esta obra de Swedenborg puntos en los que estoy en desacuerdo. Uno de ellos es sobre su absurda condena al amor propio, el cual constituye la razón por la cual pensamos y actuamos: todo está en nuestro interés personal ya sea lo bueno como lo malo (si no está en interés del sujeto actuante no hay acción). Este tema fue motivo de discusión con el editor del referido trabajo de Swedenborg en castellano, Christian Wildner quien tuvo la amabilidad de visitarme en mi oficina en Buenos Aires al poco de publicarse el libro, oportunidad en la que  nos embarcamos en un debate sobre el tema en cuestión.

En este sentido, viene muy a cuento una cita de una nota periodística de Gary Hull sobre el interés personal en el amor, la cual es totalmente independiente de la noción que este autor tenga sobre la idea de religión. Hull abre su nota periodística del siguiente modo: “Cada año en el día de San Valentín, se comete un crimen filosófico. De hecho, se comete durante todo el año, pero su destructividad se ve aumentada en esta fecha. Este crimen es la propagación de una falsedad ampliamente aceptada: la idea de que el amor es desinteresado. El amor, se nos repite constantemente, consiste de auto-sacrificio. El amor basado en interés personal, se nos advierte, es barato y sórdido. El amor verdadero, nos dicen, es altruista. ¿Lo es? Imaginen una tarjeta de San Valentín que se tome esta idea en serio. Imaginen el recibir una tarjeta con el siguiente mensaje: No obtengo ninguna satisfacción de tu existencia. No recibo ningún disfrute personal de la forma en que te ves, te vistes, te mueves, actúas o piensas. Nuestra relación no me beneficia. No satisfaces ninguna necesidad sexual, emocional o intelectual mía. Eres sujeto de caridad para mí y estoy contigo sólo por lástima. Besos, XX.”

El libro de Swedenborg, además de un breve reportaje a Borges realizado por el mencionado Wildner, lleva como introducción un escrito de Hellen Keller que se titula “Mi religión” donde consigna que a través del sistema Braille leyó el prefacio que anota una mujer ciega “cuya oscuridad había sido iluminada por las bellas verdades de las escritura de Swedenborg” y confiesa que “mientras iba dándome cuenta del significado de lo que leía [en el libro], mi alma parecía expandirse […] por primera vez la inmortalidad se hizo inteligible para mí […] Swedenborg hace que la vida futura no sólo sea concebible sino deseable”.

Agrego a lo dicho una consideración de Swedenborg sobre la pobreza y la riqueza generalmente muy mal tratadas en las comunidades religiosas tradicionales. Así se pronuncia nuestro autor sobre el tema: “los ricos entran al cielo con la misma facilidad que los pobres y que ningún hombre queda excluido del cielo a causa de su riqueza, ni se lo admite en el cielo a causa de su pobreza […] En primer lugar es conveniente aclarar que el hombre puede adquirir bienes y acumular riquezas si se le presenta la oportunidad, siempre y cuando no recurra a artificios o fraudes para lograr su cometido, que puede disfrutar de la exquisitez de la comida y la bebida siempre y cuando no viva nada más que para ello, disponer de una residencia palaciega […] tampoco es menester que ceda sus bienes a los pobres, salvo en el caso en que su afecto se lo dicte […] Los pobres no van al cielo en virtud de su pobreza, sino en virtud de la vida que llevaron. No hay una misericordia que sea privativa de unos o de otros; el que llevó una buena vida es admitido, el que se entregó a la mala vida es rechazado”.

Como es bien sabido, el soporte de la existencia de Dios está muy extendido en estudiosos y científicos de muy diversas ramas del conocimiento, pero estimo que la tesis sustentada por George Steiner en Real Presences presenta un magnífico resumen en el contexto del mundo de los escritores y artistas: “donde la presencia de Dios no es una suposición defendible y donde Su ausencia no es sentida con un peso sobrecogedor, ciertas dimensiones del pensamiento y la creatividad no resultan asequibles”. Es que la arrogancia y el abuso de la razón no permiten aceptar que el origen del universo se debe a causas que están más allá de nuestras fuerzas y por ende hay un empecinamiento en atribuirlas a situaciones meramente contingentes en lugar de sobrenaturales. Esta presunción del conocimiento es lo que se detecta en el recién aparecido libro de Thomas Nagel titulado Mind and Cosmos, que si bien constituye una muy fértil reacción desde el mainstream en dirección opuesta al tan generalizado materialismo, el autor no se resigna a que el origen del universo esté situado más allá de lo humano. Y, desde la perspectiva liberal, no cabe la extrapolación ilegítima del orden espontáneo en las relaciones sociales sin dirección deliberada a la Causa Primera de esa naturaleza.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.