El mutuo respeto de los derechos, esencia de la convicción liberal

Por Enrique Aguilar: Publicado el 1/12/21 en: https://www.lanacion.com.ar/opinion/el-mutuo-respeto-de-los-derechos-esencia-de-la-conviccion-liberal-nid01122021/

El liberalismo no inventa enemigos para definir sus contornos y considera que la política sirve para contener el conflicto, no para azuzarlo; valora el diálogo y el debate de las ideas

El liberalismo y su grieta

El liberalismo y su grieta Alfredo Sábat

Hace unos años, Hugh Brogan escribió que el liberalismo se caracteriza ante todo por su condición paradójica: “Es un credo con libros sagrados, nombres sagrados y una historia sagrada, pero sin una definición universalmente aceptable”. En efecto, entre el liberalismo clásico, que postula un gobierno limitado, y las corrientes que propician una sociedad sin gobierno, un abanico de expresiones se ofrece a la mirada del observador que quiera adentrarse en el estudio de esta tradición intelectual. Quizá por eso, como aconsejó J. G. Merquior, resulta más sencillo “describir” el liberalismo que intentar reducirlo a una definición breve.

Incluso hay quienes rechazan la posibilidad de un consenso liberal fundado en valores universales. Así, John Gray considera que no se requieren valores, sino instituciones comunes para permitir que muchas formas de vida puedan interactuar sin necesidad de conciliar sus respectivas concepciones de lo bueno o correcto. Esta distinción entre “dos caras” del liberalismo lleva a Gray a agrupar a Locke, Kant y Rawls, por un lado, y a Hobbes, Hume y Berlin, por otro, como exponentes de lo que en el fondo serían dos filosofías incompatibles. También se ha dicho (Kukathas) que el liberalismo no propone un acuerdo epistémico, sino práctico: sujetarnos a las normas que toleren el desacuerdo.

¿Qué rasgos caracterizan mi modo de ver el liberalismo? En primer lugar, la desconfianza hacia todo intento de transformar la naturaleza humana. Dado que no somos ángeles, el liberalismo considera que las instituciones se vuelven necesarias. También desconfía de los “proyectistas individuales”, del afán por la simetría y de toda pretensión de ajustar la organización social a las reglas de la lógica. Por eso asigna un rol esencial a la prudencia: circunscribir el lugar de los principios. No se aferra ciegamente a lo establecido y prefiere las innovaciones graduales a los cambios violentos.

Este liberalismo hace suya la tesis del conflicto, entendido como “catalizador del acuerdo” (Rosler). No inventa enemigos para definir mejor sus contornos y considera que la política sirve para contener el conflicto, no para azuzarlo, a partir del reconocimiento de la legitimidad parcial de las opiniones de los demás. Consciente de los aplazamientos y límites que nos impone la realidad, descree de las soluciones mágicas y de los profetas de la salvación que las prometen.

A estas alturas, no resulta concebible otro liberalismo que no sea democrático, esto es, que reconozca plenamente la soberanía popular como única fuente de legitimidad y adhiera al principio mayoritario como criterio rector en la toma de decisiones, cuyo límite son los derechos individuales, debidamente salvaguardados.

El liberalismo valora el diálogo y el debate de las ideas. Ve en el disenso un signo de salud intelectual, y en la crítica, una forma de compromiso. Los considera un insumo fundamental para el progreso del conocimiento y para la convivencia plural. Como decía Madame de Staël, “el despotismo, si no es la causa, es el resultado de la unanimidad”. Por tanto, a un liberal no podría resultarle ajena esta máxima del republicanismo clásico: audi alteram partem, “escuchad a la otra parte”. “Solo el pensamiento puede combatir el pensamiento –escribía Constant–, solo el razonamiento puede rectificar el razonamiento”. Siendo así, el insulto, la “cancelación” u otro medio de sustituir la labor de argumentar por la violencia verbal deberían ser ajenos al ethos liberal. Combatir a “los zurdos” no es una proclama liberal, sino maccarthysta. Por lo demás, un liberalismo cerrado ha sido y será siempre una contradicción en los términos.

A propósito de la república clásica, varios próceres del liberalismo valoraron el lugar de la virtud cívica como precondición de libertad. Para citar solamente a James Madison, “suponer que, sin ninguna virtud por parte del pueblo, cualquier forma de gobierno asegurará la libertad y la felicidad es una idea quimérica”. Por eso Madison apelaba también al espíritu “vigilante” del pueblo norteamericano como un elemento indispensable a los fines de evitar “la elevación de unos pocos sobre la ruina de muchos”.

El liberalismo respeta las formas y los controles horizontales, que contribuyen a preservarnos de la arbitrariedad. No rinde culto a la personalidad de nadie. Prefiere que los individuos hagan valer su independencia en lugar de prestarse a un proselitismo que los mimetiza. Tampoco es condescendiente con el autoritarismo político y la manipulación institucional. No puede avalar gobiernos que actúan por decreto, cooptando la justicia, maniatando al legislativo, o donde se robe para la corona. Ninguna reforma de mercado puede compensar esos excesos. Está de más agregar que nunca podría consentir la violación masiva de derechos humanos, el terrorismo de Estado o la ausencia del debido proceso. Con Montesquieu, sostiene que “si la inocencia de los ciudadanos no está asegurada, tampoco lo está la libertad”.

El liberalismo no puede aliarse con un ideario que conciba a la nación como una realidad irreductible o con voluntad propia. Con relación al populismo, no solo rechaza su macroeconomía, sino también otros elementos diseccionados por una amplia literatura. Por ejemplo, en la “anatomía” expuesta por Rosanvallon: a) la división del pueblo en dos campos antagónicos; b) una teoría de la democracia plebiscitaria, donde la categoría de followers califica el vínculo entre los individuos y el líder; c) un modelo de representación encarnada en ese liderazgo, y d) un régimen de pasiones y emociones que destila rabia, resentimiento y repulsión.

En una entrevista televisiva recogida luego bajo el título Le spectateur engagé, Raymond Aron recordó que fue en la década del 20 (había nacido en 1905) cuando comenzó a sentirse liberal “por temperamento”. Después llegaría el andamiaje teórico. Por su parte, Allan Bloom, al evocar al maestro admirado a ambos lados del océano, calificó de inusual esa suerte de “ascetismo espiritual” que consiste en “creer en el derecho que los demás tienen de pensar como les plazca”. El mutuo respeto de los derechos, agregaba, “es la esencia de la convicción liberal”.

Entre nosotros, el enfrentamiento entre distintas posiciones liberales trasciende el debate académico, pues involucra cuestiones personales, viejos enconos y acaso la pretensión de arrogarse un monopolio interpretativo de las ideas. Esa grieta se ha ahondado últimamente. Como si se tratara de una burla de la historia, el verticalismo, la intolerancia y un nivel de agresividad que pasma se han instalado en el interior del liberalismo.

No obstante, si convenimos en que el liberalismo es una suma de convicciones y también un temperamento, tal vez haya espacio para la búsqueda de diagonales y puntos de encuentro entre los que hoy parecen ser caminos divergentes. A este fin, sería necesario mirarse previamente al espejo para hurgar en los propios extravíos.

Enrique Edmundo Aguilar es Doctor en Ciencias Políticas. Ex Decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Políticas y de la Comunicación de la UCA y Director, en esta misma casa de estudios, del Doctorado en Ciencias Políticas. Profesor titular de teoría política en UCA, UCEMA, Universidad Austral y FLACSO,  es profesor de ESEADE y miembro del consejo editorial y de referato de su revista RIIM. Es autor de libros sobre Ortega y Gasset y Tocqueville, y de artículos sobre actualidad política argentina.

«The Economist» y el liberalismo

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 21/3/20 en: https://younews.larazon.es/the-economist-y-el-liberalismo/

 

Ayer mismo pedía más gasto público por la crisis del coronavirus, pero «The Economist» es considerado una «biblia» del liberalismo. Y hace un par de años publicó una serie sobre la literatura del liberalismo, que revela sus matices en torno a estas ideas.
Esos matices son conocidos por los especialistas, como Ángel Arrese, profesor de la Universidad de Navarra, o Wayne Parson, autor de «The Power of the Financial Press» –una reseña aquí: https://bit.ly/2kIJgxt. El «Economist» se acercó al keynesianismo y aplaudió el papel redistribuidor del Estado.
Repasemos ahora rápidamente sus notas sobre las figuras que deberían a su juicio integrar la literatura del liberalismo: 1) John Stuart Mill: lo trata como el fundador del liberalismo, ignorando a Smith o Hume, y no de la socialdemocracia, que podría legítimamente reivindicarlo; no subraya sus contradicciones (cf. «On Liberty’s Liberty», aquí: https://bit.ly/2kIJgxt). 2) Tocqueville: se refiere a la pérdida de libertad de los tiempos modernos, en la línea del pensador francés, pero la denuncia en China y en los regímenes populistas de EE UU, Europa, Asia y América Latina. No analiza esa pérdida de libertad debida a la democracia misma, que promueve la extensión del Estado, cuyo papel redistribuidor aplaude, si no es populista. 3) Keynes: simpatiza con su intervencionismo, «modestamente planificador». 4) Schumpeter, Popper, Hayek: saluda su liberalismo, pero añade que no debe ser excesivo; llamó antes «pragmático» a Mill, pero ahora llama «fundamentalista del Estado pequeño» a Hayek. 5) Berlin, Rawls, Nozick: claramente defiende a los dos primeros más que al tercero. 6) Rousseau, Marx y Nietzsche: dice que el error de Marx es haber subestimado el poder del capitalismo para eludir la revolución mediante «compromisos» y frenos a sus propios «excesos»; pero acertó por haber señalado el problema de la desigualdad.

En resumen, lo que tenemos en esta supuesta «biblia» del liberalismo es el pensamiento hegemónico de nuestro tiempo. Es un pensamiento contradictorio, porque quiere a la vez más libertad y más Estado. Rechaza el proteccionismo y la autarquía, pero reclama más control sobre las empresas, y más impuestos sobre el patrimonio y la herencia; coquetea con la renta básica y, como hacen también las izquierdas, pide «un nuevo contrato social» y se lamenta porque «muchos liberales se han vuelto conservadores».

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE. Difunde sus ideas como @rodriguezbraun

MI VISIÓN DEL TOMISMO, HOY.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 23/9/18 en: http://gzanotti.blogspot.com/2018/09/mi-vision-del-tomismo-hoy.html

 

 (Cap. 5 de mi libro Judeocristianismo, Civilización Occidental y Libertad, Instituto Acton, Buenos Aires, 2018).

  1. Un problemático intento de recuperación

No hemos llegado aún al problema esencialmente político del magisterio del s. XIX, especialmente Gregorio XVI y Pío IX, cerrados, “casi” sin salida –gracias a Dios, siempre hay un casi– a todo diálogo con el mundo moderno, que no pudieron distinguir del Iluminismo. Pero ello coincidió no de casualidadcon el tomismo de fines del s. XIX y principios del s. XX –podríamos decir, sus primeros 50 años–. No nos estamos refiriendo a la encíclica Aeterni patris de León XIII, pero sí a cierto “espíritu” que rodea a este noble y casi logrado intento de recuperación de Santo Tomás de Aquino y con ello su visión de la ley natural.

No nombraremos a nadie para no ser injustos con santos varones que merecerán siempre más gratitud que otra cosa. Sin embargo, ahora, a principios del s. XXI, estamos en condiciones de tener una visión retrospectiva sobre lo ocurrido, con cierta distancia crítica, para tratar de mejorar.

Cuando decimos “cierto espíritu” no nos referimos a la letra, tan bien cuidada, de los tecnicismos de Santo Tomás de Aquino y la impresionante ayuda que ello significó para la correcta educación filosófica y teológica de todos los fieles en el s. XX. Nos referimos en cambio a lo siguiente:

  1. a)El tomismo aparece como un caballero medieval con lanza y escudo “contra” la modernidad en general. Sus manuales no son sólo para explicar a Santo Tomás, sino como un recetario “de los errores de los malos” y la forma de contestarles. Especialmente, hay un desprecio y una incomprensión manifiesta para con Duns Escoto, Descartes y Kant. Cuando decimos incomprensión, decimos que sus circunstancias históricas no están bien analizadas y son vistos sólo desde sus defectos y no desde sus salidas: Husserl, en el caso de Descartes, y Kant no es comprendido como un coherente resultado del diálogo Descartes-Hume y, por ende,como enseñanza de lo que hay que cambiar(la relación sujeto-objeto, la diferencia mal planteada entre esencia y existencia, etc.). Husserl tampoco fue comprendido, excepto por Karol Wojtyla y, especialmente, por Edith Stein, quien tiene una visión de San Agustín, Descartes y Husserl en la misma línea (una herejía para muchos tomistas) y una mejor comprensión de la individualidad citando al mismo Escoto (otra herejía para muchos tomistas). A Descartes se le critica casi desesperadamente su realismo “mediato”, en contraposición con el “inmediato” sin comprender que hablar de la “evidencia del mundo externo” es colocarse en el mismo planteo sujeto-objeto que vició el problema del conocimiento. Se lo critica como si fuera un infradotado que no se dio cuenta de que lo real no puede basarse en lo ideal, ignorando que el “yo pienso” cartesiano es de una res (cogitans) que es real, no ideal, o sea, la inteligencia misma. Finalmente, se lo coloca como el origen de Hegel, cuando definitivamente no es así: Hegel es la coherente conclusión de Parménides-Plotino-Spinoza, y no de una metafísica cristiana como la de Descartes. Pero, volvemos a decir, sin Descartes no puede comprenderse a Husserl, y sin Husserl no hay posible unión de Santo Tomás con el giro fenomenológico y hermenéutico de la filosofía contemporánea.
  2. b)Simultáneamente con esto, la presentación que hacen los manuales tomistas de los autores que NO son tomistas es tan estereotipada, tan “hombre de paja”, que son presentados sencillamente como los que “no entienden”. No son presentados hermenéuticamente, en su circunstancia histórica, como hace Ortega en “En torno a Galileo”: son presentados como autores verdaderamente imbéciles. Ello, sumado a una Iglesia enfrentada al mundo moderno en lo político, y que además prohibía leer a dichos autores en sus fuentes, formó generaciones de católicos que pensaban que debían y podían “enfrentarse” a la filosofía moderna y contemporánea sólo muñidos de lo que los manuales les habían enseñado sobre esos “tontos”. Por supuesto, para cualquier estudioso inteligente ese tomismo quedaba sólo como un recuerdo de formación juvenil, pero lo peor era confundirlo con Santo Tomás.
  3. c)Pero lo más grave fue sacar a Santo Tomás de Aquino de su contexto teológico. Esto fue comprensible luego de la lucha de Pío X contra el “modernismo”. Claro, no era cuestión de convertirlo en un autor fideísta.

Pero tampoco era cuestión de convertirlo en manuales racionalistas que partían de la filosofía de la naturaleza, seguían por antropología filosófica y terminaban en una ontología y “teodicea” como preparatorias para una teología. Ontología y teodicea que estaban basadas fundamentalmente en los comentarios de Santo Tomás a Aristóteles. Con lo cual se daba la impresión de que podía haber una sola filosofía que llegara perfectamente a Dios creador, al alma inmortal, al libre albedrío, a la ley natural, sin ningún tipo de contexto teológico.

Lo que se pretendía, en realidad, era, dada la época, poder tener una especie de “filosofía de combate contra el mundo no creyente” al cual se le pudiera decir “yo no parto de ningún dato de Fe”, para poder “enfrentarlo” (no creo que “dialogar”) sin que el otro pudiera alegar una fe que no compartía. Ok, comprensible, pero en 2017 podemos decir que dicha estrategia salió muy mal.

Primero, porque es imposible, y este es el punto fundamental. Olvida el círculo hermenéutico “creo para entender y entiendo para creer” de San Agustín. Presupone que la sola razón puede llegar a la noción de Dios creador, lo cual implica ignorar que es el horizonte judeocristiano el que elevó a la razón humana a su máxima potencialidad, dialogar con la filosofía griega y así poder elaborar una síntesis donde razón y fe fueran las dos piernas de una misma caminata. Gilson se acercó a ello cuando defendió la filosofía cristiana, aunque en realidad más que una filosofía cristiana hay cristianos filósofos, esto es, en diálogo con toda razón que tenga algo de verdad. Mucho más se acercó Gilson en su ya citado libro “Los filósofos y la Teología”, pero fue el único caso.

Segundo, porque se rebajó a Santo Tomás a un mero comentarista de Aristóteles[1]. Nadie niega el impresionante valor del aristotelismo cristiano medieval, de San Alberto Magno y de Santo Tomás de Aquino, pero nadie puede afirmar que las obras principales de Santo Tomás sean sus comentarios a Aristóteles, por más monumentales e importantes que sean. Fueron la obra de un teólogo que usaba a Aristóteles para sus fines, un Aristóteles que ya había sido traducido del Griego (Santo Tomás no leía Griego) al Latín medieval por la pluma cristiana de Guillermo de Moerbeke. Santo Tomás usó la razón de Aristóteles para una teología cristiana que Aristóteles no concibió en absoluto: creación, providencia, conservación, concurso; que fueron los temas principales de Santo Tomás, a los que casi nunca se llegaban porque eran puestos en el último lugar de los referidos manuales. ¿Por qué los comentarios a Aristóteles y no las dos Sumas y las Cuestiones Disputadas eran las obras más importantes de Santo Tomás? ¿Por qué no se podía estudiar a Santo Tomás directamente de la Suma Teológica, donde en su primera cuestión la división entre filosofía y Teología NO estaba? ¿Y por qué para colmo había que leer a los comentarios a Aristóteles de manuales secundarios? ¿De dónde sacó el tomismo de fines del siglo XIX y principios del XX la divina autoridad para ello? ¿Dónde está el reportaje a Santo Tomás que lo acreditara?

¿Por qué se llama a Santo Tomás “filósofo” cuando en realidad era un Teólogo? ¿Por qué se negaron las fuentes esencialmente agustinistas del pensamiento de Santo Tomás, incluso en su teoría del conocimiento? En sus dos sumas, la estructura (Dios, lo que es creado por Dios, el regreso a Dios) es un esquema esencialmente neo-platónico agustinista. Las nociones de participación y de emanación juegan un papel central en su teología. Por supuesto, Santo Tomás agrega la analogía de Aristóteles para sacar toda sombra de panteísmo, pero ello no diluye una metafísica donde la participación juega un papel central. Cornelio Fabro intentó corregir ello a partir de 1960[2] pero lejos estuvo ello de cambiar ya la interpretación canónica de Santo Tomás como un aristotélico.

Tercero: nadie se lo creyó. Ningún católico tomista realmente cree que su fe no tiene nada que ver con su tomismo y menos aún ningún no creyente “cree” que el católico tomista NO tenga que ver con su fe. No fue honesto y toda la metafísica y ética de Santo Tomás siguió encapsulada como una cosa “de los católicos”. No sólo no era hermenéuticamente posible sino que no dio ningún resultado cultural.

Por supuesto, muchas más cosas se podrían seguir diciendo, pero a fines de este libro la pregunta que ahora se abre es: ¿entonces? ¿Qué había que hacer? ¿Qué hay que hacer?

  1. La vuelta a la unidad entre razón y Fe

Dijo Ratzinger en 1996: “Cuando una razón estrictamente autónoma, que nada quiere saber de la fe, intenta salir del pantano de la incerteza «tirándose de los cabellos» – por expresarlo de algún modo–, difícilmente ese intento tendrá éxito. Porque la razón humana no es en absoluto autónoma. Se encuentra siempre en un contexto histórico. El contexto histórico desfigura su visión (como vemos); por eso necesita también una ayuda histórica que le ayude a traspasar sus barreras históricas. Soy de la opinión de que ha naufragado ese racionalismo neo-escolástico que, con una razón totalmente independiente de la fe, intentaba reconstruir con una pura certeza racional los «praeambula fidei»; no pueden acabar de otro modo las tentativas que pretenden lo mismo. Sí: tenía razón Karl Barth al rechazar la filosofía como fundamentación de la fe independiente de la fe; de ser así, nuestra fe se fundaría, al fin y al cabo, sobre las cambiantes teorías filosóficas. Pero Barth se equivocaba cuando, por este motivo, proponía la fe como una pura paradoja que sólo puede existir contra la razón y como totalmente independiente de ella. No es la menor función de la fe ofrecer la curación a la razón como razón; no la violenta, no le es exterior, sino que la hace volver en sí. El instrumento histórico de la fe puede liberar de nuevo a la razón como tal, para que ella –introducida por éste en el camino– pueda de nuevo ver por sí misma. Debemos esforzarnos hacia un nuevo diálogo de este tipo entre fe y filosofía, porque ambas se necesitan recíprocamente. La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana.[3]

O sea, Ratzinger advierte que el cristianismo es fe en diálogo con la razón, pero no una sola razón que prepara para la Fe. Así lo hemos visto a lo largo de todo este libro, pero el punto es: ¿cómo llevar ello a las circunstancias actuales? ¿Cómo afirmar nuevamente a un cristianismo filosófico en medio de un mundo que ya post-moderno, ya neopositivista, rechaza todo diálogo con la Fe? ¿Y qué tiene que ver todo ello con la recuperación de la metafísica racional y una idea dialogable de ley natural?

Para ello, veamos los siguientes puntos.

2.1.    La razón pública “cristiana” de Benedicto XVI

Gracias a Dios, Ratzinger no se olvidó de todo esto como Pontífice. En su nunca pronunciado, pero sí escrito, discurso a la Universidad La Sapienza (cuyos incalificables profesores le prohibieron pronunciarlo), del 2008[4], Benedicto XVI desarrolló una noción totalmente compatible con la línea desarrollada en este libro: la de razón pública cristiana, sobre el encuentro de horizontes entre el Cristiano y el no creyente, y en el no abandono por parte del primero de su propio horizonte. Citando a Rawls, le reconoce la importancia de su noción derazón pública, esto es, una racionalidad que todos los ciudadanos puedan compartir en una sociedad liberal. No lo niega, no lo critica, no lo rechaza. Pero agrega: el cristiano puede entrar con todo derecho, como ciudadano, en esa razón pública, sin por qué abandonar su cristianismo, como sí habría afirmado Rawls aunque con matices[5]. ¿Por qué? Porque el cristianismo implica en sí mismo cierta sensibilidad por ciertos temas que un no cristiano puede compartir.

Así lo dice Benedicto XVI: “…la historia de los santos, la historia del humanismo desarrollado sobre la base de la fe cristiana, demuestra la verdad de esta fe en su núcleo esencial, convirtiéndola así también en una instancia para la razón pública. Ciertamente, mucho de lo que dicen la teología y la fe sólo se puede hacer propio dentro de la fe y, por tanto, no puede presentarse como exigencia para aquellos a quienes esta fe sigue siendo inaccesible. Al mismo tiempo, sin embargo, es verdad que el mensaje de la fe cristiana nunca es solamente una «comprehensive religious doctrine» en el sentido de Rawls, sino una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma. El mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser siempre un estímulo hacia la verdad y, así, una fuerza contra la presión del poder y de los intereses”.

Observemos con qué claridad dice Benedicto XVI lo tantas veces afirmado en este libro: la Fe es una fuerza purificadora de la razón misma. Por ende desde la Fe podemos “tener razones” que pueden ser compartidas –con buena voluntad, con diálogo- con no creyentes, porque el pecado original ha herido pero no destruido la naturaleza humana. Entre esas razones, la noción de persona, de dignidad humana, de derechos personales, juegan un papel central. O sea: el ciudadano cristiano, en el debate público con otros ciudadanos, no tiene por qué ocultar su condición de cristiano para poder hablar. Sí, es una gran tentación hacer eso en los tiempos actuales, pero ya hemos visto que esa estrategia no es sincera, ni posible, ni da resultado. Por más rechazos que haya, el ciudadano cristiano puede decir sencillamente “sí, soy cristiano, pero no por ello NO puedo ofrecerte razones que tú NO puedas compartir”. Y, como hemos visto, esas razones han sido precisamente las que han conformado la cultura occidental. Si los tiempos actuales demandan otros debates, hay dos opciones que no corresponden: una, intentar volver a una unidad civil-religiosa que niegue el derecho a la libertad religiosa, dos, intentar abandonar el horizonte cristiano y esconderse en una supuesta “luz natural de la razón”, SIN dicho horizonte. Lo que corresponde es dialogar con el otro desde el propio horizonte. Esa ha sido la misión del cristiano en toda la historia, aunque recién ahora, después de tantos siglos, hemos abandonado totalmente toda pretensión de clericalismo.

Volveremos a todo esto más adelante. Por ahora sigamos con el tema de la ley natural.

2.2.    Un Santo Tomás re-ubicado en su contexto, en diálogo con el mundo actual

Por ende, podemos perfectamente hablar de Santo Tomás sin falsearlo, colocándolo sin problemas como teólogo, en su contexto histórico. Lo que tenemos que agregar, sencillamente, es el diálogo desde ese horizonte con el horizonte actual. ¿Se puede hacer ello? Perfectamente. ¿Por qué? Porque el núcleo central de la metafísica de Santo Tomás de Aquino contiene aportes perennes que en cuanto tales pueden ponerse en diálogo con la cosmología, ética, política, filosofía del lenguaje, hermenéutica, etc., actuales. Aunque en esos ámbitos Santo Tomás no haya salido del horizonte de su época, sin embargo, sus núcleos centrales más esenciales contienen aportes perennes, “dialogables” con el mundo contemporáneo.

Por ejemplo:

  1. a)Su filosofía de la física tiene trabajadas las nociones de azar y contingencia de un modo tal que la vuelve compatible con el indeterminismo actual.
  2. b)Su filosofía de la Física tiene una noción NO temporal de la causalidad divina que la vuelta en sí misma compatible con las teorías del big bang y la evolución.
  3. c)Su metafísica contiene una noción de analogía tal que la vuelve compatible con la noción hermenéutica actual de comunicación de horizontes.
  4. d)Su noción de persona es la clave para la dignidad humana, los derechos individuales y las bases de mundo de la vida de Husserl.
  5. e)Su noción de acción humana intencional es clave para una epistemología actual de la economía.
  6. f)Su noción de unidad sustancial del ser humano es la clave para los debates actuales de mente cerebro, inteligencia artificial, espiritualidad, etc.
  7. g)Su filosofía de las ciencias contiene las bases del método hipotético deductivo actual y la noción de “pregunta que se queda en la misma pregunta”, que es la base para la noción de conjetura.
  8. h)Su noción de persona es la clave para la filosofía del diálogo actual.
  9. i)Su noción del concepto como diferente a la acción subjetiva de concebir es clave para la fenomenología de Husserl.
  10. j)La fundamentación del mundo de la vida de Husserl en la noción de persona de Santo Tomás es clave para fundamentar los “aires de familia” de la filosofía del lenguaje de Wittgnestein.
  11. k)Su noción de Lógica como “secunda intentio” es clave para la fundamentación ontológica de la Lógica-matemática actual.

Y fueron sólo ejemplos…. Por lo tanto, sin convertir a Santo Tomás en algo que no fue (un solamente filósofo), se lo puede poner perfectamente en diálogo con el mundo actual. La clave como siempre es una sencilla intersección de horizontes:

2.3.    La recuperación de la metafísica y la idea de ley natural

2.3.1.   La famosa esencia y la esencia humana: la fenomenología y la estructura dialógica del ser humano

Ante todo, recordemos cómo habíamos planteado el problema: “…Descartes, luego de su duda metódica sobre la existencia del “mundo externo”, quiere probar su existencia, para los escépticos. Para ello, una vez que demuestra la existencia de Dios, afirma que ese Dios, infinitamente bondadoso, no puede permitir que nos engañemos respecto a la existencia de las ideas “claras y distintas”. Pero estas últimas son las geométricas. Luego en el mundo externo, las esencias de las “cosas en sí mismas” son matemáticas y por ello pueden ser enteramente conocidas por la nueva Física-matemática.

Pero luego Hume tira abajo la demostración cartesiana de la existencia de Dios y, por ende, el mundo externo queda sin demostración.

Kant le reconoce a Hume haberlo despertado del “sueño dogmático” en el cual estaría encerrada la escolástica racionalista Descartes-Leibniz-Wolff, pero no se conforma con el escepticismo teórico (no práctico) de Hume. Admite que existe un mundo externo pero no podemos conocer sus esencias como Descartes lo pretendía. La Física-matemática es el fruto de categorías a priori del entendimiento aplicadas a la intuición de lo sensible. Por ello la “cosa en sí” no se conoce, y desde entonces el mundo de las “esencias” es incognoscible. Todos los anti-kantianos en este punto (Brentano, Hussserl, neotomistas)tendrían que reconocer que el planteo de Kant es una perfecta conclusión a partir del problema cartesiano sujeto-objeto. Es ESE planteo el que hay que cambiar si quisiéramos resolver el problema”.

Si somos coherentes con eso, es la misma noción de esencia la que quedó desdibujada en el debate Descartes-Hume-Kant. El problema de Descartes no fue su planteo agustinista en el tema de las esencias, sino la posterior identificación del “mundo externo en sí mismo” con la Física-matemática recién naciente. A su vez, tenía que pasar mucho tiempo para que se re-elaborara la noción de “mundo”, pero eso ya ha sucedido a partir de Husserl, precisamente un neo-cartesiano.

Por un lado hay que re-planear el tema de las cosas físicas. Como ya hemos dicho en otras oportunidades[6], lo que se conoce es “algo” de la esencia, desde el mundo de vida (humano). Lo que se supera con ello es la dialéctica entre la “cosa en mí” (como si no pudiera conocer más que mis ideas-copia de las cosas) y la “cosa en sí” (como si se pudiera conocer una cosa sin horizontes humanos).

Volviendo a nuestro ejemplo del agua lo que se conoce es “algo” del agua, lo humanamente cognoscible, pero que noniega que lo humanamente cognoscible del agua provenga de aquello que es “en sí”. La esencia humanamente cognoscible del agua es, por ende, aquello que sirve para beber, lavarnos, aquello que sin lo cual hay sequía, con lo cual hay vida, o si hay mucho hay inundaciones, etc., siempre dentro de sus peculiaridades históricas. Pero ello no es una “cosa en mí” que niega la cosa en sí, sino que afirma que el “algo” humanamente cognoscible del agua deriva de lo que el agua en sí misma es, aunque lo que el agua sea sin horizontes humanos sea sólo conocido por Dios (lo que la ciencia diga del agua es otro horizonte humano). Por ello decía Santo Tomás que la esencia de las cosas naturales es la “quidditas rei materialis” (el qué de la cosa material) en estado de unión con el cuerpo, esto es, cuerpo humano, leib, como diría Husserl, o sea, cuerpo viviente ya en la intersubjetividad (mundo).

Pero para el tema de la ley natural en sentido moral, lo más importante es el conocimiento del otro en tanto otro, que también surge del mundo de la vida. Habitar en un mundo de la vida es habitar en la intersubjetividad: es también haber superado la dicotomía sujeto-objeto; el otro no es un objeto del cual pueda dudar, sino el constituyente esencial de mi mundo humano del cual no puedo dudar. Y ello porque lo conocemos “en tanto otro”: “en tanto otro” agrega una dimensión moral, elotro como un tú, como lo que supera lo que es un mero instrumento a nuestro servicio. El eje central de la ley natural surge en nuestra conciencia intelectual y moral precisamente cuando vemos al otro en tanto otro en cualquier acto de virtud. Luego la filosofía podrá sobre ello hacer la teoría correspondiente, pero la vivencia de la ley natural es indubitable en cualquier acto de virtud donde el otro sea respetado en tanto otro. Que “la naturaleza humana no se pueda conocer” es un remanente mal planteado del mal planteado problema entre sujeto y objeto. Claro que se conoce la naturaleza humana, apenas conocemos en el otro un rostro que merece respeto por el sólo hecho de ser otro y por ende no reducible a un mero instrumento “para mí”.

Por lo demás, tenemos aquí un buen ejemplo de lo que decíamos antes, sobre cómo un creyente habla con un no creyente. La ley natural se entiende desde el contexto judeocristiano donde “el otro” es el herido en la parábola del buen samaritano. Y todo no creyente que haya sido o sea el buen samaritano, sabrá por ende qué es la ley natural.

2.3.2.   La “existencia” de Dios

Vayamos ahora al famoso tema de la “existencia” de Dios.Igual que en el caso anterior, recordemos el planteo del problema: “… Como hemos recordado, el argumento ontológico, re-elaborado, es esencial en Descartes (y también en Leibniz) para demostrar la “existencia” de Dios”.

No es este el momento para analizar la validez del argumento ontológico en San Anselmo. Creemos que se lo puede ubicar perfectamente en una línea agustinista, en la vía de la participación. Por lo demás, como está escrito por San Anselmo en el s. XI, está en la línea de una inobjetable teología apologética, dentro del juego de lenguaje de su época.

Como Descartes lo interpreta, se trata de la “idea de Dios en mí”, que como idea es finita, que conduce –vía contingencia– a la idea de que sólo Dios infinito pudo haber puesto en mí la idea de un Dios infinito, o sea, un Dios cuya esencia implique necesariamente la existencia. Luego Dios existe.

Como Kant lo lee, ello implica que a la idea de Dios se le agrega la existencia, cosa que para Kant es imposible porque la existencia de algo sólo puede ser añadida por la experiencia sensible, cosa que en el caso de Dios es imposible.

Y, si se pretende demostrar que Dios existe a partir de la contingencia del mundo, esa demostración tiene implícito el argumento ontológico y por ende hay allí una petición de principio. Así plantadas las cosas, Kant tiene razón.

Lo esencial aquí es cuando decimos “como Kant lo lee”. Kant lo lee con la noción lógica de existencia como ausencia de clase vacía. Seguro lo hizo así por una degeneración de siglos de la distinción esencia y existencia, donde la esencia es como un ente imaginario o como una clase vacía que necesita al menos un caso para pasar a la existencia. Como cuando decimos “existe al menos un x tal que x es perro”. Y, efectivamente, para ello necesitamos una “experiencia de al menos un perro”, incluso aunque sea la experiencia intelectual-sensible del tomismo. O sea, no se puede partir a priori de ninguna existencia en ese sentido, excepto la nuestra, que a su vez es un “a posteriori” de haber puesto en acto segundo nuestra potencia intelectual.

Pero Dios, en la tradición judeocristiana, no tiene que ver con ese tipo de existencia.

En primer lugar, ser, en Santo Tomás, es ser creado. La creación es lo que da sentido al “estar siendo”. Que Juan sea implica que “está siendo sostenido en el ser” o sea creado, por Dios. Cualquiera puede captar que Juan existe en un sentido habitual del término, pero desde el horizonte judeocristiano ello quiere decir que es creado (no que “fue” creado), y ello implica que su ser es finito, que no es el ser de Dios, y ello implica que su esencia como tal no se identifica con su ser. Por ende la diferencia esencia-acto de ser, en Santo Tomás, es un punto de llegada, más que un punto de partida que se pueda utilizar sin suponer el horizonte judeocristiano.

Pero con esto, tenemos otro ejemplo de cómo replantear el tema desde un diálogo del creyente con el no creyente. El creyente no puede pretender partir de una cosa cualquiera existente para demostrar desde allí la existencia de Dios (y nadie crea que Santo Tomás hacía eso en sus vías, porque sus vías eran un debate con San Anselmo[7]). Porque, como hemos visto, cuando el creyente ve a Juan, ya sabe que Juan no es Dios, y lo saben por su horizonte judeocristiano, no por otra cosa.

Tampoco el creyente puede pretender que el no creyente esté interesado en Dios. Primero hay que dialogar sobre el sentido de la vida para, a partir de allí, ir al “tema” Dios.

Pero entonces, el creyente puede decir que sí, que cree en Dios, y que se sabe creado por Dios. Cuando el no creyente pregunte qué significa ello, el creyente puede intersectar horizontes, fusionar horizontes, encontrar una analogía de un propia experiencia de estar creado con la vivencia del no creyente de saberse “no necesariamente existente”, esto es, que podría haber existido o no. Cuando el no creyente toma conciencia de ello, el creyente puede decirle que esa radical contingencia existencial lo puede ayudar a entender su experiencia (la del creyente) de saberse sostenido en el ser (creado). A partir de allí, Santo Tomás cobra sentido. Antes, no.

O sea,

Por lo demás, Dios no es un elemento de una clase no vacía. Las nociones humanas de existencia como elemento de una clase no vacía no tienen sentido en Dios. Si decimos “existe el menos un x tal que x es elefante”, entonces suponemos “la clase de los elefantes”. Pero si decimos “existe el menos un x tal que x es Dios”, ello supone entonces “la clase de los dioses”, lo cual es totalmente incompatible con el monoteísmo no panteísta del creacionismo judeocristiano.

Y cuando Santo Tomás dice “Dios es” No dice “existe”, dice “utrum Deus sit”, lo cual, en el contexto de sus vías, nolleva a una definición de Dios en tanto Dios sino a Dios como causa no-creada de lo creado. Por ende Santo Tomás no parte de la esencia de Dios, sino que Dios queda demostrado como la causa no-finita de lo finito. Pero “no-finito” no es una definición, no es el conocimiento de una esencia, sino que es remitirse a toda la tradición de la teología negativa (especialmente Dionisio) que con razón afirma que de Dios se sabe lo que NO es (NO es creado, finito) pero NO lo que es, aunque luego Santo Tomás, con un juego de lenguaje que supera nuestro modo habitual de hablar, por sujeto, verbo y predicado, se refiera a Dios como “el mismo ser subsistente” dado que precisamente por ser no-creado es aquello “cuyo esencia es ser”, aunque en realidad no podemos intelectualmente concebir qué decimos con ello cuando lo decimos.

Por ende Santo Tomás sí pre-supone al San Anselmo teólogo, apologético, donde Dios no puede no ser, pero no presupone un supuesto argumento ontológico “caído” en la tosca afirmación de que la esencia de Dios implica su existencia, manejando “esencia” como “conocimiento positivo” y “existencia” como ausencia de clase vacía.

2.3.3.   La forma substancial subsistente

Como en los casos anteriores, recordemos el problema: “….Y finalmente lo mismo sucede con respecto a la inmortalidad del alma. Descartes tiene razón en encontrar en la interioridad humana algo no reducible a lo material, pero su modo de plantearlo, dualista –cosa comprensible como reacción contra un aristotelismo no cristiano- produce otro malentendido. La inmortalidad del alma, así planteada, como una sustancia espiritual no dependiente del cuerpo, pre-supone que la misma “categoría” de sustancia –que no correspondería en Kant a un modo de ser real- está unida al atributo de unidad espiritual. O sea que –de vuelta– a la idea de la razón pura llamada “alma espiritual” se le atribuye una existencia que, sin embargo, sólo puede ser predicada luego de una experiencia sensible que, en este caso, es imposible. Nuevamente, así planteadas las cosas, Kant tiene razón.

En efecto, no se puede predicar “a priori” la espiritualidad del “yo” humano pues no toda sustancia es espiritual. Lo que ocurre es que en Descartes sobreviven argumentos emanados de la escolástica según los cuales la inteligencia es inmaterial. Entonces, sobre todo hoy, con el avance de las neurociencias, ello se ve como un dualismo “sin ninguna razón” más que una fe religiosa indiferente ante el avance de las ciencias.

De vuelta, el creyente no negará que cree en una dimensión espiritual del yo más allá de lo material. Pero también le dirá al no creyente que no es “dualista”: el yo no es algo separado del cuerpo, sino que la persona humana es el mismo cuerpo humano, viviente (el leib de Husserl) esencialmente destinado el encuentro intersubjetivo y dialógico con el otro, con el tú.

Pero en el encuentro con el tú hay comunicación y mensajes. Y en el mensaje, en “lo que” el otro dice, se puede encontrar una esencial distinción: el mensaje en sí mismo y el canal físico en el cual el mensaje se graba. O sea, el mundo 3 de Popper en comparación con el mundo 1, que es material. “La” teoría de la relatividad –como dice Popper– NO se identifica con ninguno de los potencialmente infinitos papeles donde hay tinta grabada ni con el silicio de una computadora.Papel y tinta no son “la” teoría de la relatividad: ésta, como tal, es una, tiene un significado en sí que no se reduce a lo material. Santo Tomás ya había hablado de esto cuando dijo que la inteligencia es capaz de captar lo universal.

Ahora bien, para Santo Tomás la inteligencia no es el yo, la sustancia, sino que es una potencialidad de la sustancia humana, del cuerpo humano. Y el cuerpo humano está a su vez ordenado por una forma que le da unidad estructural frente a los millones de elementos atómicos que lo componen y que se renuevan día a día por el proceso metabólico[8].

Quiere decir que de esa forma emergen las potencialidades sensitivas y también la inteligencia humana (en estado de unión con el cuerpo) capaz de captar esos “significados en sí mismos”.

Ahora bien, en Santo Tomás, entre la potencia de conocimiento y su objeto de conocimiento hay una analogía de proporción intrínseca. Ello quiere decir que el modo de ser de la potencia está medido, determinado, por el modo de ser del objeto. Por ende, si el objeto no es reducible a lo material (el mundo 3 no es reducible al mundo 1) entonces la potencialidad en sí misma (la inteligencia) tampoco. Pero la potencia emerge de la forma sustancial que ordena al cuerpo. Y, de vuelta, hay una analogía de proporción entre la potencia y la forma sustancial. Luego, la forma sustancial humana no se reduce a lo material, pero ello no quiere decir que no sea ordenadora de lo material. Por eso concluye Santo Tomás que la forma sustancial humana es subsistente, esto, subsiste más allá de la desaparición del cuerpo, pero no como un espíritu suelto, sino como una sustancia “INcompleta”, porque le falta el cuerpo al cual está ontológicamente destinada. Y por ello no puede ejercer sus funciones intelectuales. Lo que ocurre es que en Santo Tomás todo esto está dicho en el contexto de su teología donde la forma sustancial subsistente entra inmediatamente al juicio particular y por ende a su destino eterno, donde en el juicio final se reencontrará con el cuerpo que esencialmente le pertenece.

Pero todo ofrece, al debate mente-cerebro actual, conclusiones importantes. Santo Tomás nunca negaría las experiencias actuales de la neurociencia donde las potencialidades intelectuales quedan afectadas por un daño neuronal. Porque la inteligencia ejerce su función con con-curso con las potencialidades sensibles, lo cual, en nuestros paradigmas actuales, implica decir: en con-curso con todo el sistema nervioso central y por ende con todo el cuerpo (la “inteligencia sentiente” de Zubiri[9]). Por ende una falla en el sistema nervioso implica que la inteligencia humana no puede “ejercer”, “pasar de la potencia al acto”, pero queda comopotencia en acto primero, o sea, existente, como una capacidad que como tal está allí pero no puede ejercer su función.

Por ende no es cuestión de afirmar un “alma inmortal” que nada tendría que ver con el cuerpo, sino una forma sustancial que organiza al cuerpo –en pleno diálogo con la biología actual– pero que es subsistente a la desaparición del cuerpo. Este es el gran logro de un teólogo cristiano como Santo Tomás que es plenamente compatible con los avances actuales de las neurociencias, por un lado, y con la razonabilidad de las aspiraciones espirituales más profundas del ser humano, por el otro, que se traducen en su mirada, en sus manos, en su rostro, en su arte, en su capacidad de interpretación, en su empatía, en su capacidad de vínculo con “el yo del otro”, en mirar a los ojos y ver al otro y no sólo una pupila, iris y córnea. Por eso las computadoras –por más temor que nos inspire el legendario ojo rojo del “2001”, Hall– no pueden “mirar”. Sólo el ser humano mira. Con odio (Caín) o con amor (Abel), en la lucha permanente entre el bien y el mal (no en la “función y DIS-función”) que queda abierta precisamente por nuestra forma subsistente, hasta el final de la Historia que sólo será con la segunda venida de Cristo.

2.3.4.   Libre albedrío y conciencia crítica

Nuevamente, el libre albedrío ha sido uno de los regalos más preciosos de la revelación judeocristiana a la humanidad. Libre albedrío que convive con la gracia de Dios y la providencia, un misterio que, al tratar de ser explicado por los grandes teólogos[10], no ha hecho más que aclarar la noción misma de libre albedrío, para creyentes y para con no-creyentes.

De vuelta, después del iluminismo, las interpretaciones de diversas cuestiones científicas han puesto la carga de la prueba del lado de los que defienden el libre albedrío. Por un lado, un universo determinista no dejaba lugar para el libre albedrío, excepto que se asumiera una posición dualista donde el yo estaba exento de lo material. Ese fue el gran mérito de Descartes en su momento, y de la ley moral en Kant, que jugaba igual rol. Pero ya hemos visto que esa posición dualista retroalimentaba una posición cientificista donde los avances de las neurociencias mostraban un innegable rol del sistema nervioso central en la inteligencia de la persona. Eso lo hemos respondido en el punto anterior.

O sea: si la forma sustancial subsistente no se reduce a lo material, y por ende la inteligencia tampoco, ésta no puede estar afectada por las causalidades físicas como potencia en acto primero, aunque puede condicionarla a su paso al acto segundo. En ese sentido el libre albedrío se mantendría.

Por lo demás, se puede decir que hoy casi ningún físico sostiene el determinismo newtoniano, dado el indeterminismo de la física cuántica. Sin embargo, la indeterminación onda-partícula es un tema del mundo físico. Si, posiblemente nuestro cerebro sea el lugar donde más fenómenos de la física cuántica tienen lugar, pero no es el indeterminismo cuántico la causa del libre albedrío, precisamente porque, como veremos, el libre albedrío es algo irreductible a lo material.

Yendo al tema, alguien podría objetar que la inteligencia no es libre ante la conclusión que “ve”, si las premisas son verdaderas y la lógica entre ellas es correcta. Volviendo al famoso ejemplo, la conclusión “Sócrates es mortal” no es libre ante sus premisas “Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es hombre”. Pero, precisamente, Santo Tomás afirma que el libre albedrío es el libre juicio de la razón, allí donde las premisas no son suficientes para dar una conclusión necesaria.

“En cambio, el hombre obra con juicio, puesto que, por su facultad cognoscitiva, juzga sobre lo que debe evitar o buscar. Como quiera que este juicio no proviene del instinto natural ante un caso concreto, sino de un análisis racional, se concluye que obra por un juicio libre, pudiendo decidirse por distintas cosas. Cuando se trata de algo contingente, la razón puede tomar direcciones contrarias. Esto es comprobable en los silogismos dialécticos y en las argumentaciones retóricas. Ahora bien, las acciones particulares son contingentes, y, por lo tanto, el juicio de la razón sobre ellas puede seguir diversas direcciones, sin estar determinado a una sola. Por lo tanto, es necesario que el hombre tenga libre albedrío, por lo mismo que es racional[11]”.

La clave aquí es “cuando se trata de algo contingente, la razón puede tomar direcciones contrarias”. Por ejemplo, comprar un lápiz o una lapicera. Tengo razones tanto para una cosa como para la otra. Ninguna de esas razones me llevanecesariamente a la conclusión. Entonces la voluntad, que es el apetito el bien mediado por la inteligencia, es libre. Por ello decidir no es efectuar un razonamiento necesario, porque si hubiera necesidad, no habría decisión. Por eso dice nuevamente Santo Tomás: “… si se le propone (a la voluntad) un objeto que no sea bueno bajo todas las consideraciones, la voluntad no se verá arrastrada por necesidad. Y, porque el defecto de cualquier bien tiene razón de no bien, sólo el bien que es perfecto y no le falta nada, es el bien que la voluntad no puede no querer, y éste es la bienaventuranza. Todos los demás bienes particulares, por cuanto les falta algo de bien, pueden ser considerados como no bienes y, desde esta perspectiva, pueden ser rechazados o aceptados por la voluntad, que puede dirigirse a una misma cosa según diversas consideraciones.”[12]

Y, precisamente, en el mundo de la vida (humano) ninguna de nuestras opciones es perfecta, esto es, ninguna de ellas colma absolutamente las aspiraciones de nuestra naturaleza. Por ello los razonamientos que nos llevan a tomar decisiones no son necesarios, y, por ende, la decisión es libre.

Popper tiene un argumento por el absurdo para demostrar el libre albedrío que se relaciona mucho con lo anterior[13]. Si estuviéramos determinados a decir lo que decimos, no seríamos libres de no decirlo. Pero en un debate, en un diálogo, donde alguien puede convencerme de algo y yo cambiar de parecer, o donde yo puedo darme cuenta de algo que antes no veía, no hay necesidad en las afirmaciones (a las que llego mediante el diálogo). De lo contrario, si el otro estuviera determinado a decirme que yo estoy equivocado, ¿para qué intentar convencerlo de lo contrario? Lo más absurdo sería que mi contra-opinante sostuviera que yo estoy equivocado al decir que el hombre no es libre. ¿No sería contradictorio con mi propio determinismo tratar de convencerlo de lo contrario, para que llegue libremente a la conclusión de que el hombre no es libre?

Lo que Popper sostiene no necesariamente remite a un mundo determinístico que afectara a nuestras neuronas. Es compatible con su propia interpretación de la física cuántica[14], donde la indeterminación onda-partícula depende de propensiones, de tendencias –donde hace entrar la noción de potencialidad de Aristóteles– intrínsecas a una determinada situación física, donde la partícula se comporta a veces como partícula y a veces como onda. Pero ello no depende del control del ser humano. Por ello, aunque en nuestro cerebro hubiera indeterminación cuántica, la demostración de Popper se aplica igual.

  1.       Conclusión: la noción de persona en diálogo con el no creyente

Todo esto implica que se puede volver a poner en diálogo con el no creyente a la noción de persona, única, irrepetible, inteligente, libre, corpórea, con una ley natural intrínseca y por ende con una serie de derechos inalienables que deben siempre ser respetados. Las mejores instituciones que defiendan ello serán siempre temas más opinables. Pero los judeocristianos que nieguen esa conclusión, porque sería algo “liberal”, no advierten que están encerrados en una cuestión terminológica que peligrosamente los aparta de una de las conclusiones más importantes de su propio judeocristianismo. Excepto que estén encerrados, en realidad, en ideologías nazi-fascistas o comunistas.

A los no creyentes que nieguen esa conclusión no hay más que preguntarles: ¿por qué? ¿Por qué es una conclusión derivada del judeocristianismo? Pues sí, pero ya hemos visto que ello no obsta a que desde ese mismo horizonte se denrazones que el no creyente no pueda compartir. Y la cerrazón absoluta a considerarlas sólo puede venir, nuevamente, de ideologías nazi-fascistas y/o comunistas que, renovadas de mil maneras, siguen encerrando a muchos en paradigmas totalitarios, cuya fanática adhesión constituye ya un caso severo de alienación patológica.

Por ende, creyentes sanos y no creyentes sanos, abiertos al diálogo, a compartir horizontes, tienen que unirse hoy, más que nunca, en la defensa de Occidente, esto es, en la defensa de las libertades individuales ante los renovados totalitarismos que hoy ya las están destruyendo. Occidente padece hoy su propio Alzheimer. Que Dios nos ayude a recuperar nuestra memoria e identidad.

 

[1] Véase Sciacca, op.cit., cap. XIII.

[2] Pariticipation et Causalitéop. cit.

[3] Conferencia “Sobre la situación actual de la Fe y la teología” (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/incontri/rc_con_cfaith_19960507_guadalajara-ratzinger_sp.html). Los subrayados son nuestros. La cita nº 20 dice: “El haber descuidado esto y el haber querido buscar un fundamento racional de la fe que fuera presuntamente del todo independiente de la fe (una posición que no convence por su pura racionalidad abstracta) es, en mi opinión, el error esencial, en el plano filosófico, del intento efectuado por H. J. Verweyen, Gottes letztes Wort (Düsseldorf 1991), del cual habla Menke, loc. cit., pp. 111-176, aun cuando lo que él dice contenga muchos elementos importantes y válidos. Considero, en cambio, histórica y objetivamente más fundada la posición de J. Pieper, véase la nueva edición de sus libros: Schriften zum Philosophiebegriff, Hamburg Meiner 1995”.

[4] Véase el capítulo sexto.

[5] Rawls, J., The Law of the Peoples, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1999, pp. 166-174.

[6] En Hacia una hermenéutica realistaop. cit.

[7] He analizado esta cuestión en Zanotti, G. J., “La llamada existencia de Dios en Santo Tomás: un replanteo del problema”, Civilizar, nº 10 (18), enero-junio de 2010, pp. 55-64.

[8] Al respecto véase Artigas, M., La inteligibilidad de la naturaleza, Pamplona, Eunsa, 1992, y La mente del universo, Pamplona, Eunsa, 1999.

[9] Zubiri, X., Inteligencia sentiente, 5a ed., Madrid, Alianza, 2006.

[10] Véase al respecto el elogio de Popper a San Agustín en Popper, K., El universo abierto, Madrid, Tecnos, 1986, nota nº 30.

[11] Suma Teológica, I, q. 83.

[12] Suma Teológica, I, q. 2 art 10.

[13] Popper, K., op. cit.

[14] Popper, K., Teoría cuántica y el cisma en física, Madrid, Tecnos, 1985.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

BENEDICTO XVI: UN PROBLEMA PARA LOS TRADICIONALISTAS

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 17/12/17 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2017/12/benedicto-xvi-un-problema-para-los.html

 

Por supuesto, “tradicionalista” tiene muchos significados en la Iglesia de hoy y por ende no quiero ser injusto. Me refiero a los que desconfían del Vaticano II por considerarlo contrario al Magisterio anterior, y allí hay grados: desde los que lo aceptan con una interpretación conservadora (o sea interpretado siempre desde el Magisterio anterior, como si el Vat II no hubiera aportado nada nuevo) hasta los que lo rechazan totalmente al estilo Lefevbre. Habitualmente son, además, totalmente contrarios al liberalismo político, aunque algunos pocos –con una extraña combinación de Pío IX y Hans Herman Hoppe- son partidarios de la economía de mercado.

Ante el tsunami Francisco, estas posiciones se han radicalizado en la Iglesia de hoy. Pero lo interesante es que habitualmente citan a Benedicto XVI a su favor.

Y allí tienen un problema.

Ante todo Benedicto XVI tiene una interpretación del Vaticano II, que es bastante conservadora, sí, pero porque “se conservó”, como él mismo dice (Informe sobre la Fe) en el auténtico espíritu de 1965, mientras muchos de sus amigos siguieron para adelante, un adelante que él obviamente supo NO seguir. Pero NO es una interpretación “conservadora” en el sentido de que el Concilio NO diga “nada nuevo”. En su famoso discurso del 22-5-2005, Benedicto XVI habla de la hermenéutica de la continuidad y la reforma del Vaticano II: reforma en temas que él considera contingentes, y una de ellas es precisamente lo que muchos tradicionalistas consideran la “tesis” en términos del magisterio anterior en temas como iglesia y estado. Eso NO es compatible con lo que la mayoría de los tradicionalistas piensan, excepto que abandonen la “tesis” donde ciudadanía es = a bautismo y hablen de “tesis” como una confesionalidad formal o sustancial (Amadeo de Fuenmayor) compatible con la libertad religiosa según Vaticano II.

O sea, NO pueden defender su interpretación del Vaticano II CON Benedicto XVI. Un Benedicto XVI que, además, es un liberal clásico en términos anglosajones. Defensor, como Ratzinger y luego como Benedicto XVI, de la tradición de Tocqueville y su defensa de los EEUU. Como teólogo privado hablaba de separación entre Iglesia y estado sin mayores problemas o aclaraciones y luego como Benedicto XVI insistió en la laicidad del estado a diferencia del laicismo. En el 2008 citó a Habermas y a Rawls a favor de su propia noción de “razón pública cristiana”; en ese mismo año dijo palabras muy elogiosas sobre EEUU, ante Mary Ann Glendon, que un tradicionalista jamás diría; en el 2010 habló estrictamente de las libertades individuales y el common law en Inglaterra, elogiosamente, y en el 2011 hizo un impresionante resumen de la evolución del estado liberal de derecho, ante el Parlamento Alemán, casi como si fuera Hayek. Defendió, además, en tres ocasiones, la palabra “liberalismo” en su sentido positivo, COSA QUE SUCEDIÓ POR PRIMERA VEZ EN TODA LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA Y ANTE LA CUAL TODOS -de derecha a izquierda- SE QUEDARON MUY CALLADITOS, y defendió siempre al decreto de Libertad Religiosa y NO precisamente “en hipótesis”.

Por lo tanto Benedicto XVI NO es un tradicionalista.

Todo esto es difícil de desconocer para los tradicionalistas, siempre tan lectores y atentos a todo documento pontificio. ¿Debemos suponer entonces que NO hablan de todo esto, porque NO les conviene?

 

Que ellos respondan……………………………

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

LAS TRES ETAPAS DEL AVANCE DEL ESTADO

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 12/7/15 en: http://gzanotti.blogspot.com.ar/2015/07/las-tres-etapas-del-avance-del-estado.html

 

(De un ensayo de próxima aparición).

  1. Las tres etapas del avance del estado.

El principio de subsidiariedad (PS), la iniciativa privada y las libertades individuales consiguientemente protegidas, sufrieron una negación y una involución progresiva que podríamos señalar en tres etapas.

  1. a) El estado-nación legislador del s. XIX.

Fruto del positivismo, que en lo social Hayek llama constructivismo[1], los estados-nación racionalistas europeos de fines del s. XIX (Francia, Italia), con copias en Latinoamérica (México, Uruguay, Argentina), avanzaron sobre temas de educación, salud pública y matrimonio, con la intención de educar y proteger al ciudadano en tales áreas mediante lo que la ciencia podía proporcionar. La educación pública obligatoria tenía por misión educar en las ciencias y letras básicas el futuro ciudadano ilustrado[2] y secularizado; la medicina se divide en legal e ilegal, y en la primera el estado avanza en la salud pública. En materia de matrimonio y familia los estados avanzan quitando el cuasi-monopolio que las comunidades religiosas mantenían en esas áreas. Comparado con lo que vino después, fue un positivismo ingenuo y un laicismo moderado (laicismo como esencialmente diferente a la sana laicidad)[3]. Los estados educaban en cosas que hoy consideraríamos “buenas” tales como ciencia básica, lecto-escritura, matemáticas, etc., y los hospitales públicos se regían por una medicina científica relativamente des-ideologizada. Las comunidades religiosas toleraron al principio y aceptaron luego esta situación sin sospechar lo que vendría después.

  1. b) El Welfare State.

Como fruto de la crisis del 29 y la progresiva crítica y desconfianza a un liberalismo “individualista”, surge más o menos a mitad del s. XX el convencimiento generalizado de que los gobiernos centrales deben ofrecer bienes públicos en materia de salud, medicina, educación e información, respondiendo ello a lo que serían los derechos de segunda generación (a la salud, la vivienda, la educación, la seguridad social, etc.) muchos de los cuales fueron explícitamente escritos en diversas reformas constitucionales[4]. Luego de la 2da. guerra, este avance del estado convive con formas republicanas en EEUU (el New Deal) y en Europa (el Estado Providencia) o con sistemas más autoritarios, como el primer peronismo en Argentina, de orientación claramente fascista en el sentido técnico del término. Los estados, con toda lógica, proveen salud, educación, seguridad social e información, según los criterios del estado, por supuesto. Pocas voces, como Mises y Hayek, advierten los peligros para los derechos personales[5], pero no son escuchadas. Diversas religiones aceptan de buena gana el sistema, convencidas de la crítica al liberalismo y de la necesaria intervención del estado para proteger a los menos favorecidos por la lotería natural de recursos, como diría Rawls[6]. Claro, esto siempre que los gobiernos no quisieran imponer coactivamente cuestiones que violaran la libertad religiosa, pero al principio, dadas las costumbres de la época, ello no parecía ser un problema. Los católicos argentinos tuvieron una primera advertencia cuando Perón se enfrentó con la Iglesia en su 2do. mandato, pero luego los militares católicos que lo derrotaron utilizaron los mismos instrumentos estatales para imponer la “sana doctrina” y lo que algunos autores llaman “el mito de la nación católica”[7]. Mientras tanto, el PS y las libertades individuales brillaban por su ausencia, ya despreciadas estas últimas como la mera expresión ideológica de un capitalismo supuestamente incompatible con lo religioso.

  1. c) Las nuevas ideologías autoritarias.

El escándalo se produce cuando nuevas ideas, casi inconcebibles mundialmente en los 30 y los 40, amanecen en el horizonte para ser impuestas desde el estado, violentamente enfrentadas con lo religioso, como una nueva etapa de laicismo radical. Ellas son:

  1. Que el sexo es una identidad que el individuo se coloca a sí mismo con total autodeterminación.
  2. Que el aborto y los anticonceptivos son derechos que todo individuo tiene derecho y obligación de recibir.
  3. Que el matrimonio homosexual (y obviamente disoluble) es otro derecho de igual naturaleza que los anteriores.
  4. Que ya no hay derecho a la libertad de expresión, sino derecho a la información objetiva, que el estado debe proveer, contrario a las manipulaciones comunicativas de las corporaciones privadas.
  5. Que los planes y programas de estudios, especialmente los primarios y secundarios, ya privados o púbicos, deben enseñar obligatoriamente 1, 2 y 3;
  6. Que las instituciones de salud, ya privadas o públicas, deben proveer de manera coactiva y obligatoria el punto 2,
  7. Que todo desacuerdo con todos los puntos anteriores es un acto de discriminación que debe ser penalmente prohibida.

¿Por qué hemos llamado a todo lo anterior “ideologías autoritarias”? Porque su problema no radica principalmente en el contenido de lo que proponen. En una sociedad libre, con derecho a la libertad de expresión, enseñanza, asociación e intimidad, los que quieran pensar como el punto 1 y el 2 (el aborto ya es otro tema pues está en juego el derecho a la vida), etc., tienen todo el derecho legal a hacerlo: tienen derecho a la libertad de expresión y derecho a la intimidad personal. El problema radica en su imposición global a través de los instrumentos del estado, instrumentos legales que ya habían quedado perfectamente preparados en las fases a y b. Pero las comunidades religiosas, durante las fases a y b, no advirtieron el problema. Habiendo aceptado muchas de ellas el estado providencia y los derechos de 2da. generación, denigrando al mismo tiempo a las libertades individuales como pertenecientes a un liberalismo individualista y agnóstico, más que como emergentes necesarias del PS, quedaron indefensas ante la tercera fase.Ahora reclaman sus libertades, cuando ya es casi muy tarde. Ahora reclaman la libertad de conciencia pero no tendrían problema en volver a un estado providencia cuando este último vuelva a “portarse bien” en esas materias. Eso las desautoriza ante la opinión pública, por un lado, y las ha vuelvo con-causa de esta nueva oleada de laicismo autoritario que ahora critican con tanto vigor.

 

[1] “Los errores del constructivismo”, en Nuevos Estudios, op.cit.

[2] Zanotti, Luis J.: Etapas históricas de la política educativa, Eudeba, Buenos Aires, 1972.

[3] Nos referimos a la noción de sana laicidad manejada sobre todo por Pío XII y Benedicto XVI. Sobre este tema ver Santiago, A.: La relevancia cultural, política y social de la religión en los albores del s. XXI, Academia Nacional de Ccias. Morales y Políticas, Buenos Aires, 2015.

[4] Sobre este tema ver Bidart Campos, G.J.: Las obligaciones en el derecho constitucional, Ediar, Buenos Aires, 1987.

[5] Mises, en La Acción Humana (Sopec, Madrid, 1968) y Hayek en Camino de servidumbre (Alianza, Madrid, 1977) yLos Fundamentos de la Libertad (Unión Editorial, Madrid, 1975).

[6] Nos referimos a su clásico Theory of Justice, Harvard University Press, 1971.

[7] Irrazábal, G.: Iglesia y Democracia, Ediciones Cooperativas, Biblioteca Instituto Acton, Buenos Aires, 2014.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

El Intervencionismo estatal y la falsificación de las políticas públicas

Por Eduardo Filgueira Lima.

  “Me resulta difícil comprender y explicar como se instalan diversas conductas y pensamientos en el ser humano”. Lord Acton.

Desde el iluminismo continental europeo – del que somos fieles herederos – se consolidó crecientemente la idea de que no era relevante conceder aspectos referidos a las libertades individuales en pos de obtener supuestos réditos por la dilución de los riesgos y esfuerzos personales en el colectivo social.

Las ideas colectivistas ya fueron esbozadas en el S. XVIII, por varios autores[1], partícipes ideológicos del pensamiento instaurado por la Revolución Francesa y profundizado en los años sucesivos.

Desde la social-politik[2] instaurada en la Alemania del Siglo XIX, hasta la delegación de crecientes poderes y facultades a los gobiernos ya entrado el Siglo XX, bajo el supuesto que ellos sabrían cuidar más y mejor los intereses de los ciudadanos, este pensamiento se ha convertido de manera progresiva en predominante en el comportamiento social. Los inmigrantes fueron los importadores de estas ideas – nacientes en Europa – a nuestros países.

Y este pensamiento no ha sido casual, porque se vio reforzado por corrientes ideológicas y pensadores diversos (como J. M. Keynes[3], W. Beveridge[4] y J. Rawls[5], entre otros), quienes desde diferentes aspectos o visiones posibilitaron y dieron sustento para el desarrollo del estado de bienestar (Welfare State).

De hecho las atribuciones del estado fueron crecientes y en mayor o menor grado no solo “todo se convirtió en terreno fértil para la intervención estatal”, sino que a su vez “todo en lo que interviene el Estado se convierte en materia de políticas públicas”.

Este desarrollo no fue igual en todos los países. Algunos comprendieron que la intervención del estado debía tener límites precisos: 1) por razones políticas como el avasallamiento de las libertades individuales, y 2) por razones económicas: ya que el libre intercambio basado una real y abierta economía de mercado, posibilita una creciente generación de bienes y riqueza – sin necesidad de regulaciones excesivas del estado, ni planificaciones centralizadas – con innovación tecnológica, mejora de la accesibilidad, como de la calidad de los productos y que ello conduce a un “orden social espontáneo”, que inevitablemente genera crecimiento económico y subsecuente desarrollo.

Otros por el contrario, fueron enseñados a pensar y aceptaron, que no solo el Estado podía ser eficiente en su desempeño, sino que además podía velar por ellos y resolverles casi todos sus problemas.

Los administradores – entiéndase: gobernantes de turno –fueron complacidos en sus apetencias, pues nada hay más placentero que administrar sin demasiados compromisos (y como sucede en muchos países: sin rendir cuentas), los recursos de terceros para destinarlos según propias conveniencias disfrazadas con el edulcorado discurso del responder al “bien común”, que solo es lo que el gobernante interpreta como tal.

 Es por ello que debemos distinguir entre “el como y el cuanto” de la intervención estatal, ya que diversas formas e intensidad de la misma   generan diferentes efectos.

En los países más intervencionistas y en los que el estado se entromete en toda actividad que está a su alcance, porque además así lo requiere para su financiamiento y sostén, en general se conduce a más estatismo, más populismo y mayor arbitrariedad política.[6]  

Los países desarrollados desde la revolución industrial han logrado escapar de “la trampa malthusiana” (en la que todavía se debaten muchos países “under” del subdesarrollo en especial en África) y el desfase en el nivel de vida entre estos países más ricos y los más pobres, ha pasado de 4 a 1, en el lapso de 100 años, a 50 a 1, y ello fue consecuencia que la libertad en la gente operó para que desarrollaran las conductas necesarias para modernizar sus economías y generar riqueza[7].

Sin dudas que los intervencionistas debieran explicar lo sucedido en apenas los últimos 150 años en los que desde la revolución industrial, el capitalismo dotó a la humanidad de ingentes riquezas, medios de subsistencia, así como mejoras de sus ingresos y condiciones de vida.

En especial los países desarrollados supieron comprender que el Estado no debe intervenir más allá de lo razonable, ya que toda intervención deviene en distorsiones luego difíciles de corregir y que originan crisis cuya génesis se encuentra en las irresponsables decisiones políticas y de política económica de los gobiernos y la banca. 

El Estado solo debiera garantizar la libertad, el derecho de propiedad, reglas claras y estables de funcionamiento, con seguridad jurídica, así como un irrestricto respeto a las leyes para el buen funcionamiento del mercado, es decir: todo lo que permite el crecimiento económico y una mejora sustancial en las condiciones de vida del conjunto de la sociedad.

¿Cómo promover una sana inversión a largo plazo en un territorio que es tóxico y hostil? ¿Cómo crear riqueza en unos países que se dedican principalmente a rapiñarla y consumirla? ¿Cómo lograr una cierta previsibilidad a largo plazo en los cálculos empresariales cuando la nota dominante es la imprevisibilidad?6

¿Qué otra forma existe de generar riqueza?,..¿Es el Estado acaso el que ha demostrado ser eficiente en la asignación de los recursos?,.. Muchos países de nuestra región – otros ya han iniciado su despegue – y el nuestro en especial son un ejemplo de la inoperancia del estado, y no solo porque se considere que han imposibilitado el normal desarrollo del mercado, sino porque la clase política nos ha convencido – y lo hemos aceptado – que ellos: administradores de los recursos del estado, nos pueden ofrecer desde el mismo y por sus acciones, una mejor salvaguarda a nuestras aspiraciones. Y este fue el argumento que justificó una creciente y desmedida intervención estatal, ahogando al acrecentamiento de un mercado que hubiera posibilitado un mayor crecimiento económico y mejor desarrollo social.

Peor aún, estos gobernantes – considerándose a sí mismos portadores del “bien común” y representantes de las aspiraciones de los ciudadanos – que no son más que simples “populistas”, terminan por suponer que ellos mismos resultan indispensables para sostener los programas de gobierno y las políticas públicas aceptadas con cierto consenso y en ese camino degradan las instituciones, se afanan por perpetuarse en el poder a cualquier costo y sus acciones políticas manipulan la opinión pública, intentando que no salga a la luz, que confunden el poder público con sus intereses personales.

También se nos ha convencido que el origen de todos nuestros males son las inhumanas y despiadadas fuerzas egoístas del mercado,.. desconociendo que es precisamente este el que posibilita las relaciones de intercambio y mejora, basado en el interés individual, y que a largo plazo alcanza a todos los miembros de la sociedad: a unos en mayor y a otros en menor medida, ya que no todos somos iguales, no todos tenemos las mismas habilidades, ni todos somos capaces de apropiarnos del conocimiento y de los recursos al mismo tiempo.  

Y es esta condición: “con seguridad a unos más y a otros menos”, la que más ha intervenido para convencernos de falsos igualitarismos.

Al decir de W. Churchill: “…el vicio inherente al capitalismo es el reparto desigual de las bendiciones; mientras que la virtud inherente al socialismo es el reparto inequitativo de las miserias…”

Pero el mercado tiene su propia condición moral, si bien es cierto que no es posible su buen funcionamiento sin alguna regulación que limite los excesos, tampoco es sustentable un estado que funcione sin los recursos que el mercado le provee. Es decir: existen algunos límites necesarios en un mercado libre que se supone necesario para el crecimiento y desarrollo social,.. pero de la misma manera debieran existir límites precisos a la intervención del estado, que no lo puede todo y frecuentemente lo que puede lo hace mal.

Al decir de R. Nozick: “…convengamos que el mercado puede ser ineficiente, pero el Estado lo es siempre mucho más,…”

Lo que resulta confuso e injusto a la mente humana es que percibe que en muchas circunstancias el mercado no puede alcanzar el óptimo paretiano[8] y es por lo mismo que espera de la intervención del estado la resolución de estas denominadas “fallas del mercado”, mediante regulaciones e intervenciones directas, que supone erróneamente más equitativas y eficientes.

Y aunque es cierto que existen quienes quedan rezagados, porque no alcanzan a valerse por sí mismos, es que se entiende que de ellos es de quienes debería ocuparse subsidiariamente el estado. A ellos deberían alcanzar eficientemente las políticas públicas. Porque “…no existe razón alguna para que el Estado no asista a los individuos cuando tratan de precaverse de aquellos azares comunes de la vida contra los cuales, por su incertidumbre, pocas personas están en condiciones de hacerlo por sí mismas (…) como en el caso de la enfermedad y el accidente , (….) Esta demanda de seguridad es, pues, otra forma de la demanda de una remuneración justa, de una remuneración adecuada a los meritos subjetivos y no a los resultados objetivos de los esfuerzos del hombre”.[9]

Es de esta forma – y pocos son los que ya discuten la idea – que se implementan las políticas públicas, con el objetivo que el estado lleve adelante acciones que provean a maximizar el bienestar general.

Difícil es describir el alcance de los términos e inclusive cuales son las acciones mejor costo-efectivas para proveer al bienestar general. Con seguridad lo que es bueno para muchos puede resultar innecesario o incluso perjudicial para otros.

De igual forma se acepta que además de las funciones originarias del estado (representatividad, seguridad, defensa, definición de normas y Justicia), puede intervenir en regular los procedimientos más adecuados para facilitar el acceso a los así denominados “bienes públicos”, cuya definición también resulta difícil más allá de la conocida: “…no exclusión y no rivalidad,…” Y ello en especial por las diferentes características de los así denominados: bienes de interés público, pues depende de cómo se lo analice e interprete, todo puede llegar a ser “de interés público” y eventualmente todo en lo que interviene el estado lo es, pues de una u otra manera afecta nuestras vidas.

Esto significa con claridad que existe aceptación prácticamente universal sobre la intervención del estado en la generación de condiciones que permitan alcanzar a todos determinados bienes de interés común – y que maximizan el bienestar general – como pueden ser salud y educación, así como por lo menos es dudosa su efectiva forma de intervención.

Y otro aspecto que debe mencionarse es que no en todos los casos en los que se espera la intervención del estado, este debe hacerlo de la misma manera dadas las distintivas características de los bienes públicos.

Por ejemplo, la facilitación de los mecanismos para que estos bienes públicos se encuentren al alcance de todos no significa necesariamente que los mismos deban ser provistos por el estado.

La excesiva intervención tiene grandes riesgos, aunque el discurso político nos haya convencido de lo contrario.

Es por ello que – aunque se acepta la idea y necesariamente se la promueve – las salvedades y resguardos también fueron hechos, ya que se advierte que aún siendo menor el intervencionismo estatal siempre se producen importantes transformaciones en la economía, que además tienen importantes ciclos y diversa evolución, porque están ligadas indisolublemente a los cambios demográficos y epidemiológicos (cuando se trata de cubrir las necesidades de previsión en vejez, y enfermedad) y a los ciclos económicos cuando se trata por ejemplo de cubrir el desempleo.

Por otra parte todas estas intermediaciones de los agentes del estado permiten un importante paso facilitador de la corrupción. Porque es así cuando los políticos ponen sus propios intereses por encima de los del público o cuando los oficiales del gobierno exigen dinero y favores de los ciudadanos por servicios que deberían ser libres. La corrupción termina siendo no sólo un “ensobrado” y pagos con dinero, sino también una grave afectación de las instituciones, con toma de decisiones erróneas que afectan nuestras vidas[10]. Sin mencionar además los enormes costos de transacción que se generan – y que paga toda la sociedad – y los costos de oportunidad que origina la distracción de recursos que podrían ser más útiles en satisfacer las necesidades de la gente, que en engrosar los bolsillos de los funcionarios.  

Aunque algunos – afortunadamente escasos – pensadores puedan defender el populismo como una forma de participación ciudadana, en realidad establece una relación de dependencia entre “el cliente” y el administrador (el gobernante y sus funcionarios) de los recursos: la intervención del estado permite discrecionalidad, amiguismo y prebendas, en las transferencias todo lo cual promueve su uso político. Mientras el cliente queda dependiente y subordinado al beneficio que le otorga su benevolente proveedor.

El financiamiento de las acciones prebendarías – y de las otras – por parte del estado requiere recursos crecientes, se trata de una infinita espiral inflacionaria del gasto público, que tiene raigambre en su misma funcionalidad. El gasto público creciente puede financiarse por varias vías: por ejemplo la venta de activos, el endeudamiento, el cobro de impuestos, la venta de servicios y la emisión monetaria.

En nuestro país el gasto público alcanza el 40% del PBI[11], y existe una relación inversa (en el análisis inter-temporal) entre gasto público y crecimiento. Aunque la evidencia empírica no es concluyente, porque ello depende de la orientación final (siempre discrecional y política) que se dé al mismo gasto. Es decir: no solo es importante cuanto se gasta, que sustentable es, sino cómo y en qué.

Un ejemplo claro de lo anterior encontramos en estos momentos en las diferencias existentes entre países de un mismo bloque: aquellos que a pesar de haber intervenido con fuertes políticas públicas (Alemania, Estonia, Suecia, Finlandia, etc.) y teniendo un importante gasto público, se han ocupado de generar condiciones para incrementar su tasa de capitalización, con lo que producen más y pueden sostenerse con baja tasa de desempleo. Mientras que otros (España, Portugal, Italia, Grecia, etc.), a la par que han intervenido de igual forma – pretendiendo dar “todo a todos”, con un exceso en el gasto – no han logrado desarrollar genuinamente un sistema productivo que lo sustente.

Lo incomprensible del tema es que “los indignados” de Europa, requieran ahora lo mismo que – con variantes – los condujo a la situación en la que hoy se encuentran: mayor gasto para responder a mayores demandas,.. sin considerar que “…no hay almuerzo gratis,..” (M. Friedman) y que resulta insostenible un gasto importante, sin un aparato productivo que lo respalde.

La explicación se sustenta a que el gasto público solo puede mantenerse constante (o incremental) en el tiempo si el sistema productivo es suficiente como para generar la riqueza que ese gasto requiere.

De otra forma – incluso este es tema de debate en Europa en este momento – el equilibrio fiscal solo puede mantenerse mediante un recorte en el gasto (cuestión duramente resistida por “los indignados” que verían recortados sus beneficios) o una suba de los impuestos. En cualquier caso se trataría de una transferencia de recursos.

Otra forma podría ser el endeudamiento, pero esto a su vez exige que la deuda un día se pague. Es decir: puede estar hoy en el límite de lo que se puede asumir con perspectivas de pago, o bien comprometer a las generaciones futuras.

Se ve entonces que la única forma de afrontar genuinamente la intervención del estado y el gasto público que ello genera, es que su intervención no llegue a sofocar la actividad productiva del mercado.  

En el discurso político de nuestros gobernantes en la Argentina actuamos sobre el supuesto erróneo de haber logrado el desendeudamiento. Pero ello no es cierto ya que “la reestructuración de deuda de 2005 no habría desendeudado a la economía argentina, en términos del PBI, con respecto a la situación de 2001. Esto ocurre porque, además de que se reestructuró sólo una parte de la deuda que entró en default 2001, el Gobierno Nacional siguió emitiendo deuda en 2002; 2003 y 2004 (entre el default y la reestructuración).

En 2006 y 2011 sucede lo contrario; hay un aumento nominal del nivel de endeudamiento, pero una caída de la relación Deuda/PBI. Entre 2005 (US$128.630 millones) y 2011 (US$178.963 millones), la deuda nominal creció 39.1% (US$50.333 millones), pero su peso cayó 28.9 puntos porcentuales en términos del PBI. En pocas palabras, a pesar de que el peso de la deuda disminuye en relación al Producto, su nivel nominal sigue creciendo, desvirtuando en alguna medida la política de desendeudamiento oficial…”[12].

De esta manera no solo continuamos incrementando la deuda, sino que a su vez la política pomposamente denominada “de desendeudamiento” conduce a mantenernos al margen del sistema financiero internacional, precisamente cuando existen capitales que podrían contribuir mediante inversiones a nuestro desarrollo.

No es por ello llamativo que seamos uno de los países de la región que han tenido la menor inversión externa. Según un informe de la consultora AMF, en 2012 la inversión externa se desplomó nada menos que un 75% respecto al 2011. El año pasado la Argentina sólo recibió el 1,4% de las inversiones que entraron a Latinoamérica y el Caribe[13]. Y ello perpetúa nuestra dependencia del subdesarrollo. De tal forma como contribuyen otros factores, dependientes de políticas económicas distorsivas que responden a medidas de coyuntura y de nefastas consecuencias a largo plazo.

Además de lo expuesto en nuestro país asistimos a su vez asombrados a la implementación de políticas que irresponsablemente agravan nuestra condición: 1) la expansión de la masa monetaria (vía emisión) que alcanza al 40% interanual[14], y que impacta en la economía por ser uno de los factores reconocidos más importantes en la generación de inflación y 2) la presión impositiva vía recaudación que pasó, entre los años 2002 y 2012 del 19,9% al 36,7% del PBI, es decir que bastante más de un tercio del ingreso generado por el país es apropiado por el Estado a través de los impuestos[15].

No se trata de un problema menor: la supervivencia de un estado prebendario e ineficaz, clientelar y corrupto, que ofrece servicios ineficientes, además ahoga a la actividad económica que es la única que puede generar riqueza genuina.

Es por ello que nos encontramos en una situación en que el empleo público crece más que el privado, casi el 45% de estos últimos se encuentran con temor a perder su empleo[16] y más del 40% de todos los empleados se encuentra en condiciones de informalidad.

Otro de los aspectos a tener en cuenta en las intervenciones del estado es que la definición de políticas se deja en manos de supuestos expertos que siempre se encuentran identificados con el poder político de turno y por lo mismo responden a los intereses políticos,.. ¿no es esta acaso una de las circunstancias por las que el estado termina siendo colonizado (casi por asalto),.. por grupos afines,.. por un pensamiento único, que es lo mismo que decir: una única forma de ver las cosas?

Esta distorsión que produce la intervención del estado afecta en su matriz la eficiencia y efectividad lo que de las políticas públicas se espera. Y es por lo que los jubilados terminan siendo más pobres, los servicios que se brindan en salud y educación se ven afectados en su calidad y solo se sostienen por el esfuerzo y dedicación de unos pocos aplicados con esmero.

Es importante considerar que las políticas públicas deberían ser un denominador común en la solución de los problemas que afectan a la gente pero además poniendo razonabilidad en maximizar el bienestar general. Por ejemplo – y aunque parezca un perimido argumento utilitarista – las políticas de salud debieran promover una población más saludable, no solo por razones humanitarias y morales, sino porque es sabido que una población más sana es a su vez más productiva. Y ello es útil al país.

Otro planteo que ha cambiado sustantivamente las condiciones en las políticas de salud y el requerimiento de dilución del riesgo mediante el aseguramiento es que dada la impresionante innovación tecnológica – que indudablemente ha mejorado las perspectivas en lo referido a la disponibilidad de recursos para facilitar procedimientos diagnósticos y terapéuticos – nos ha convertido a la par a todos en “pobres” para afrontar individualmente los costos.

Lo mismo – aunque en otra dimensión – sucede con las políticas educativas, o en áreas como energía, e infraestructura (aunque en todos los casos el estado entiendo que debe ser solo un facilitador y no necesariamente un proveedor), mientras se defina que, cuanto, para qué y en qué medida es necesario y sustentable.

Los planes de asignaciones para los más desfavorecidos deberían poder ser reemplazados – en lo posible – y en el mediano o largo plazo por ingresos genuinos generados en el mercado productivo del país. La prolongación en el tiempo de manera prebendaría solo beneficia al gobernante dadivoso, pero excluye al receptor de un futuro venturoso.

En nuestro país ya existen hasta tres generaciones de receptores de planes que suponen recibir “lo posible”, y se mantienen sin siquiera “lo suficiente”, por debajo de las condiciones mínimas de dignidad y sin posibilidades de acceder a un futuro mejor.

Ello pone en evidencia que nuestro país no produce lo necesario. El aparato productivo ha sido ahogado por el estado, en el que hemos encontrado refugio todos, como si este pudiera darnos cobijo y satisfacer nuestras necesidades sin requerir de nadie que lo sustente.

Y ello incluye a los empresarios – no solo los amigos del poder – que haciendo gala (salvo honrosas excepciones) de una increíble inoperancia han buscado también su propio rédito: ser protegidos arancelariamente y/o ser subsidiados (subsidios directos o indirectos) también por el estado. 

Todos estos desvíos ocurridos por políticas discrecionales nos colocan en situación de desventaja, no solo con los países desarrollados sino incluso con muchos de nuestros propios vecinos, que han comprendido que nada se puede recibir sin desarrollar un aparato productivo suficiente y que además nos permita insertarnos en el mundo.

Solo de ese modo las políticas públicas ascienden el primer escalón que es  hacerse posibles. Pero ello no significa que sean eficientes, o equitativas o que sus resultados sean los deseables, que son escalones superiores.

De esta forma vemos como se desnaturalizan y falsifican desde el poder las políticas públicas, porque el irresponsable accionar de los gobernantes puede hacernos creer que todo lo que hacen es lo que se les ha requerido con la confianza del voto y que es lo que la gente necesita, aunque no sea así. Ya que por un lado las mismas resulten insuficientes, ineficientes e inequitativas y por otro pongan en riesgo de sucesivas y evitables crisis económicas al país, por el dispendio de sus recursos. 

Porque el estado cuando interviene sin límites, tiende a extender sus acciones más allá de lo que debe y como consecuencias:

  • Malgasta el dinero de los contribuyentes,
  • Subsidia discrecionalmente para obtener la mayor cantidad de votos, quitando recursos a los más productivos,
  • Tiende a ser deficitario endeudándose, emitiendo y generando inflación, en lugar de reducir el gasto público,
  • Distribuye privilegios y no alienta al empresariado productivo, generando incentivos inversos,
  • Genera mercados cautivos, en lugar de alentar la mejora de los servicios basados en la competencia,
  • Acrecienta la cantidad de organismos, funcionarios y empleados públicos, lo que conduce a un mega-estado que subsiste a costa del sector productivo,
  • Desalienta los votantes libres de influencia y aumenta los cautivos del presupuesto público.[17]

Entonces: ¿qué es lo que nos diferencia de lo que han logrado otros países ya desarrollados y muchos vecinos ya caminan en el mismo sentido, mientras nosotros quedamos rezagados?

Y en este punto he analizado y acuerdo que juega un importante papel la calidad de nuestras instituciones[18],.. pero considero además que es importante analizar la lógica con que se moviliza la acción colectiva en nuestra sociedad (que por un buen tiempo puede ser manipulada),.. pero más aún es importante la calidad de nuestros gobernantes y su séquito de aduladores que – lealtad partidaria mediante – se juegan su propio destino político.

[1] Rousseau, J. J. “Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes” (1755) y “Du contrat social” (1762)

[2] Owens, P. “From Bismarck to Petraeus: The question of the social and the Social Question in counterinsurgency”. University of Sussex, UK (2013)

[3] Keynes, J. “Teoría General del empleo, el interés y el dinero” (1936).

[4] Beveridge, W. “Report of the Inter-Departmental Committee on Social Insurance and Allied Services” (1942)

[5] Rawls, J. “Theory of Justice” (1971)

[6] Rallo, J. R. “El circo del estatismo europeo” (2013) http://www.libertaddigital.com/opinion/juan-ramon-rallo/el-circo-del-estatismo-europeo-67553/

[7] Clark, G.  “A farewell to alms”. Princeton University Press (2007)

[8] Dada una asignación inicial de bienes entre un conjunto de individuos, un cambio hacia una nueva asignación que al menos mejora la situación de un individuo sin hacer que empeore la situación de los demás.

[9] Hayek, F. “Caminos de servidumbre”. Ed. Alianza, Madrid (1995)

[10] Transparecy International http://www.transparency.org/cpi2012/results

[11] Massot & Monteverde “El gasto público ya es 45% del PBI…” http://cepoliticosysociales-efl.blogspot.com.ar/2012/07/el-gasto-publico-ya-es-45-del-pbi-pero.html (2013)

[12] Economía & Regiones Consultora. http://www.economiayregiones.com.ar/es/index.php (2012)

[13] AMF Consultores http://www.amfeconomia.com/ (2013)

[14] Rossi, R. “El financiamiento de la inflación” http://cepoliticosysociales-efl.blogspot.com.ar/2012/09/el-financiamiento-de-la-inflacion.html (2012)

[15] IDESA (Inf. Nº 487) http://cepoliticosysociales-efl.blogspot.com.ar/2013/04/cargas-sociales-explican-un-tercio-de.html (2013)

[16] Kritz, E. SEL Consultores (2013)

[17] Buchanan, J & Tullock, G. “The calculus of consent: Logical foundations for constitutional democracy” (1962)

[18] http://www.libertadyprogresonline.org/2012/07/12/indice-de-calidad-institucional-2012/

Eduardo Filgueira Lima es Médico, Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social,  Magister en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE y Profesor Universitario.