La raíz del capitalismo es siempre moral y humana

Por Bertie Benegas Lynch. Publicado el 1/7/21 en: http://www.laprensa.com.ar/503693-La-raiz-del-capitalismo-es-siempre-moral-y-humana.note.aspx

Enrique Shaw, junto a un grupo de empresarios, fundó ACDE en 1952. Shaw fue un exitoso empresario, un ejemplo de filantropía y, entre otras muchas cosas, constituyó una caja previsional propia para sus empleados y una mutual para brindarles asistencia médica en épocas difíciles para esas iniciativas privadas.

Días pasados, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa convocó a sus asociados, a la comunidad empresaria, a emprendedores y a otras personas del sistema productivo al XXIV Encuentro Anual ACDE. Hacia un capitalismo más humano

Referirse a un capitalismo más humano, denota no tener idea acerca de las raíces morales del capitalismo o, en su concepto más amplio, el liberalismo. Nos han inculcado de tal manera el discurso que el rico es rico debido a que el pobre es pobre, que está plagado de empresarios culposos que creen que ganar dinero es pecado. Esto no es de extrañar ya que, el propio Papa Francisco, respecto del fundador de ACDE dijo en una entrevista en 2015; “Estoy llevando adelante la causa de beatificación de un rico empresario argentino, Enrique Shaw, que era rico, pero santo”.

La misión de ACDE, entre otras cosas, es promover la Doctrina Social de la Iglesia. Lamentablemente, buena parte de esa doctrina ha sido influenciada por el socialismo y, dado el peso y la autoridad que tiene la Institución de la Iglesia, el daño que muchos de sus representantes provocan con estos postulados, es enorme.

El XXIV Encuentro Anual ACDE resaltó buenos valores como el del trabajo, destacó a las PyMEs como el motor de la economía, la urgencia de la flexibilización laboral, las virtudes de la tecnología aplicada al trabajo, la pesada carga impositiva y resaltó que, los subsidios, no resuelven los problemas de “contextos macro que desaniman”. No obstante esto, muchos de los mensajes que allí se expusieron, a mi juicio, son sumamente autodestructivos para el empresariado y para la generación de bienestar a todos los niveles.

Se reconoció que es fundamental abrirse al mundo para ser prósperos pero, a su vez, el mismo orador y en la misma frase, resaltó la importancia la vivir con lo nuestro. Validar dos opciones mutuamente excluyentes, no dejan un mensaje claro. Creer en los mercados abiertos, es más simple; implica exponer los beneficios del comercio sin prejuicios geográficos y promover la mejor asignación de recursos y factores productivos en un marco de libre intercambio de bienes y servicios.

Se dijo también que la igualdad de oportunidades es lo opuesto a los privilegios. Sin embargo, si se analiza bien el concepto de igualdad de oportunidades, se llegará a la conclusión que su aplicación significa necesariamente el otorgamiento de prebendas. La única igualdad que nos reconoce a cada uno de nosotros los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, es la igualdad ante la ley. La cultura del igualitarismo pretende quitar a unos lo que les pertenece para darle a otros lo que no les pertenece.

En vez del nocivo redistribucionismo, para que existan más oportunidades para la gente, los esfuerzos deben estar dirigidos a la protección de la propiedad privada y el fomento a la productividad.

La manía de la desigualdad

Lo mismo ocurre con la manía de hablar de la desigualdad, como si la riqueza fuera un juego de suma cero. De lo que se trata es de crear las condiciones de respeto mutuo para maximizar incentivos productivos y los consecuentes aumentos en el nivel de vida y salarios. Es lo que ha funcionado en los últimos doscientos años desde la Revolución Industrial. Antes de eso, la existencia humana era miserable y el promedio de vida era de 25 años. La Revolución Industrial fue la revolución de la propiedad privada y sus fundamentos morales. La máquina a vapor fue solo una de las consecuencias de las ideas de Adam Smith.

Durante la primera jornada del encuentro de ACDE se compartió un mensaje grabado del Papa Francisco en el que apeló a una economía social y más justa. Hablar de “economía social” es en el mejor de los casos redundante y, en el peor, implica la antieconomía. Fredrich von Hayek, hablando de la dialéctica socialista, decía que todo sustantivo seguido del adjetivo “social” resulta en su antónimo. Por otro lado, referirse a una economía justa o precio justo, es lo mismo que hablar de la justicia de caminar o la justicia de estructuras de precios que reflejan preferencias temporales de la gente en transacciones libres.

También el Papa cayó en el error de escindir del ciclo productivo al sistema financiero. Cuando se alude a la transformación de los recursos como “lo concreto” despreciando los procesos del ahorro y del crédito, es no entender que se trata de dos caras de una misma moneda. No escatimó tampoco críticas a quienes preservan su capital de los infiernos fiscales.

Sostener que hay que humanizar la fábrica o humanizar al capitalismo, implica suscribir los postulados del efecto derrame, el cual supone que de la abundante mesa de los ricos, caen las migajas para los pobres. Se cree que la generación de riqueza de unos pocos, tiene consecuencias accidentales y no queridas en favor del resto. Para no caer en este sofisma, es importante repasar los conceptos de la división del trabajo, la cooperación social y el ineludible interés personal que debe ser satisfecho por todos los participantes de cualquier empresa.

El bien común es el bien que nos es común a todos; y esto es, el respeto mutuo. Sin embargo, muchas veces se usa el término “bien común” como subterfugio para la expoliación; tal como representan los conceptos de la justicia social y el de la igualdad de oportunidades.

Las grandes historias empresariales y los casos de superación que se escucharon en ambas jornadas, demuestran que no se necesita una pasión especial para generar trabajo. Para ser una marca reconocida y recordada, no solo es menester servir a los clientes con niveles de excelencia, sino también a sus empleados tanto como a sus accionistas. Las empresas que le dan más relevancia a las rentas de corto plazo por sobre el valor de la verdad y la transparencia, no cuentan la historia. 

Tal como expuso Milton Friedman en The New York Times Magazine de septiembre de 1970, la responsabilidad social del negocio consiste en incrementar sus ganancias ya que, ese logro sustentable y de alto impacto para toda la cadena de valor, implica que se han satisfecho necesidades y se mejoró el nivel de vida de semejantes. “No es la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtenemos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses”, decía Adam Smith.

Activismo medioambiental

He escrito en varias oportunidades sobre el tema del medioambiente, asunto que también se trató en el congreso de ACDE. Muy sintéticamente apunto que hay que estar muy atentos al activismo medioambiental que es otra vestimenta con la que se presentan los enemigos del capitalismo y el ánimo antiindustrial. Si pretendemos contaminación cero, debemos empezar por suicidarnos en masa porque, cuando exhalamos, expulsamos CO₂. La contaminación es el trade off de nuestro aumento en la expectativa de vida y bienestar. Las asignaciones de derechos de propiedad y la innovación privada, son los vehículos que permiten mejorar procesos eficientes y más limpios.

La preocupación por las “brechas de género” en la contratación del valor humano, es un approach riesgoso. La selección de colaboradores, debe apuntar a la búsqueda de talentos, que es lo que mejora el servicio a los clientes y el rendimiento para los accionistas. Fijar objetivos cuantitativos o proporcionales en la contratación de mujeres por el hecho de ser mujeres, es tan torpe como buscar la contratación de hombres por ser hombres o buscar la contratación de pelirrojos. El talento no sabe de sexo. No se trata de seleccionar penes o vaginas sino de valores que hagan una diferencia a los fines empresariales.

Para terminar, creo que se deberían revalorar los escritos papales de Pio XI, Leon XIII y Juan Pablo II. Pio XI, ponía de relieve lo contradictorio que resulta ser socialista y cristiano a la vez. En fuerte contraste con esto, en la actualidad, cuando a Francisco I lo acusan de ser comunista, para el asombro de todos, dice que “son los comunistas los que son cristianos.”

San Juan Pablo II

Como católico, recuerdo con nostalgia a Juan Pablo II. El querido y recordado Pontífice decía que, si una empresa tiene éxito, quiere decir que se han satisfecho necesidades humanas debidamente y que “si por ´capitalismo´ se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta ciertamente es positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de ´economía de empresa´, ´economía de mercado´, o simplemente de ´economía libre´.” Muy a contramano de éste espíritu, el actual Papa, dice que “el dinero es el estiércol del diablo”. Con ello no solo deja al Vaticano en una franca contradicción sino que llena de paradojas y culpas a empresarios con la nobleza y el espíritu de Enrique Shaw.

Maravillosas enseñanzas nos dejó también León XIII cuando se refería a aceptar las naturales desigualdades: “Afánense en verdad, los socialistas; pero vano es este afán, y contra la naturaleza misma de las cosas. Porque ha puesto en los hombres la naturaleza misma grandísimas y muchísimas desigualdades. No son iguales los talentos de todos, ni igual el ingenio, ni la salud ni la fuerza; y a la necesaria desigualdad de estas cosas le sigue espontáneamente la desigualdad en la fortuna, lo cual es por cierto conveniente a la utilidad, así de los particulares como de la comunidad…” 

También León XIII, respecto del camino hacia la prosperidad, afirmaba que la condición para aliviar a los pueblos, era la inviolabilidad de la propiedad privada. Sin embargo, sobre esto, el Papa Francisco, no pierde oportunidad para pasar mensajes hostiles al espíritu empresarial y a cualquiera que tenga un mínimo ánimo de superación. “No compartir con los pobres nuestros bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros bienes que tenemos, sino suyos”, dice Francisco I con su insistente prédica acerca del “destino común de los bienes creados” y la “subordinación de la propiedad privada en el destino universal de los bienes”

Es de esperar que desde instituciones influyentes y de respetables trayectorias, se reconozca claramente la importancia de la inviolabilidad de la propiedad privada, los valores morales del capitalismo y las autonomías individuales para el pleno desarrollo del ser humano y de su bienestar.

Bertie Benegas Lynch. Licenciado en Comercialización en UADE, Posgrado en Negociación en UP y Maestría en Economía y Administración de Empresas en ESEADE. Síguelo en @nygbertie

Planes sociales e industria del juicio laboral

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 3/7/17 en: http://economiaparatodos.net/planes-sociales-e-industria-del-juicio-laboral/

 

La legislación laboral argentina está hecha para que las empresas tengan pánico de contratar personal

El presidente Macri insiste, a mi juicio correctamente, en luchar contra la industria del juicio laboral. Es cierto lo que dice Macri cuando afirma que un juicio laboral puede llevar a la quiebra a un pequeño empresario. Es que no tiene las espaldas económicas y financieras para aguantar un juicio laboral que, aunque tenga razón, seguro la justicia le va a fallar en contra porque el empleado siempre tiene razón para el fuero laboral. La legislación laboral argentina está hecha para que las empresas tengan pánico de contratar personal.

De acuerdo a un interesante trabajo del Ministerio de Producción, en Argentina hay 605.000 empresas privadas de las cuales el 99% son PYMES, considerando PYMES aquellas empresas que emplean hasta 200 empleados. Ese 99%, que son 602.079 empresas emplean al 64% del empleo formal en Argentina. Las grandes empresas, que representan el 0,6% del total, emplean el 36% del personal formal.

De lo anterior no se desprende que tiene que haber una legislación laboral para las pequeñas empresas y otra para las grandes empresas. En primer lugar porque se rompería el principio de igualdad ante la ley y en segundo lugar porque lo que debe buscar la legislación laboral es crear las condiciones para que las empresas, PYMES y grandes empresas, estén estimuladas a contratar personal. Para eso hace falta que el costo de salida, si el proyecto de inversión no funciona, no sea tan elevado que las empresas tengan pánico de contratar personal. Hoy la legislación laboral es como el cepo cambiario. Nadie quiere contratar gente porque después no puede salir si las ventas se caen, y si sale se funde pagando indemnizaciones. Esta legislación laboral desprotege al trabajador porque desestimula la demanda de trabajo. En nombre de la justicia social millones de personas están condenadas a no tener trabajo o a tener trabajo en negro.

Si a los costos de salida en caso que no funcione la empresa se le suman los impuestos al trabajo, la mano de obra es artificialmente cara en Argentina y hay pocos estímulos para contratar personal.

Pero hay un tercer elemento que influye para disminuir la oferta de trabajo. Hay personas que cobran varios planes sociales y, por lo tanto, no tienen estímulo para trabajar y mucho menos para trabajar en blanco. Cada vez que viajo a dar una charla al interior del país, también ocurre en Buenos Aires y en CABA, pregunto si se consigue mano de obra para trabajar en los campos. La respuesta sistemática es: sí, pero en negro. Nadie quiere trabajar en blanco porque pierde el plan social y como hay personas que cobran más de un plan social, que encima no tienen vencimiento en el tiempo, prefieren hacer algunas changas en negro a tener un trabajo formal.

Sin duda que Argentina necesita un verdadero tsunami de inversiones para poder absorber los 250.000 jóvenes que se incorporan al mercado laboral por año y además absorber los empleados públicos que sobran en el estado y los que viven de un plan social. Eso requiere de un plan económico completo (reforma tributaria, del estado, eliminar regulaciones absurdas, etc.) que incluye una reforma laboral.

De todas maneras, el primer paso para bajar el gasto público y reestablecer la cultura del trabajo consistiría en ponerle un límite a los llamados subsidios sociales. Primero hay que reempadronar a todos los beneficiarios. Segundo hay que establecer un solo plan social al desempleo y nada más, con un límite de tiempo. En el mientras tanto, para aquellas personas que no tienen habilidades laborales, el gobierno puede reestablecer las viejas escuelas de artes y oficios. Hay infinidad de oficios que tienen salida laboral: gasista, plomeros, carpinteros, electricistas, pintores, repostería, cocina y tantos oficios que se han perdido. Y atención que hay trabajo para esos oficios. Cualquier persona habrá tenido que suplicar para que vaya a su casa un plomero o un electricista para hacer un trabajo de reparación. La idea es que el contribuyente, vía el estado, financie estos cursos de oficios que pueden dictare en escuelas municipales, templos religiosos que pueden ser católicos, evangelistas, etc. El contribuyente paga el costo de los profesores y los materiales para aprender, los municipios e iglesias proporcionan el lugar físico y quien recibe un plan social está obligado a realizar alguno de estos cursos. Si quiere ser ingeniero nuclear que se consiga un trabajo y vaya a la universidad de Buenos Aires. El contribuyente ayuda a financiar solo una salida laboral. Una vez matriculado, quien recibe un plan social sale a buscar clientes como los buscamos cada uno de nosotros todos los días. No se le pide nada extraordinario. Solo que haga lo que hacemos el común de los mortales. Mientras va construyendo su clientela, el estado sigue pagando el subsidio por desempleo pero con una reducción en el monto a medida que va pasando el tiempo. Por ejemplo, un 20% menos cada 2 meses hasta que se extingue el subsidio.

Se sabe que los llamados planes sociales se han convertido en gran medida en el financiamiento de fuerzas de choque de grupos kirchneristas y de izquierda que cortan las calles todo el tiempo perjudicando a las personas que van a trabajar y son los que, encima, pagan los subsidios que reciben los piqueteros. Por eso, otra de las medidas debería ser: piquetero que corta una calle, piquetero que pierde el subsidio. Y, finalmente, cada persona que recibe un plan social, hasta que se termine, va a recibir directamente el dinero en una cuenta personal en una caja de ahorro. No hay puntero que decida sobre el subsidio de esa persona. Lo recibe directamente del estado por el aporte del contribuyente. Quiero ver cuántos piqueteros van a conseguir para cortar calles si la policía detiene a uno y el estado le quita el plan social.

En síntesis, el tema laboral es mucho más complejo que solo los juicios laborales, que por cierto son muy importantes a la hora de desestimular la contratación de personal. Pero hay todo un mundo de subsidios sin límite de tiempo que hace que los beneficiarios no tengan estímulos para ir a trabajar.

La combinación ideal es un plan económico consistente para atraer inversiones y crear puestos de trabajo con un plan que vaya desactivando estos nefastos planes sociales que se han transformado en una fuente de clientelismo político y cultura de la dádiva.

 

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE.

Recuperar la igualdad ante la ley y el mercado

Por Adrián Ravier: Publicado el 14/9/15 en: http://opinion.infobae.com/adrian-ravier/2015/09/14/recuperar-la-igualdad-ante-la-ley-y-el-mercado/

 

“Si se aplica un plan liberal, ninguna pyme va a sobrevivir”, dijo el ministro de Economía Axel Kicillof mientras anunciaba la creación de un consejo de defensa a las pequeñas y medianas empresas. Luego sentenció: “En el mercado, si no está el Estado, rige la ley de la selva”.

La frase del ministro deja mucha tela para cortar, como cada una de sus reflexiones. ¿Qué parte es cierta y qué parte no lo es?

Lo cierto es que liberales y socialistas llegan a pocos consensos en la política económica, pero en la medida en que haya buenas intenciones, coincidirán en terminar con la corrupción y también con el favor político que el Estado ofrece a algunos empresarios. En este sentido, el pensamiento del ministro de Economía no encaja en ninguna escuela económica de pensamiento. Su política económica consiste en reemplazar al mercado y ofrecer privilegios o sanciones arbitrarias a quienes él cree que lo merecen. La igualdad ante la ley lógicamente brilla por su ausencia.

Siempre insisto en dejar de llamar Unión “Industrial” Argentina a ese grupo de seudoempresarios y seudoindustriales que se reúnen tras la Presidente para las fotos de sus discursos. ¿Qué empresario puede estar a favor de este modelo? Solo aquellos que reciben la “protección” del Estado. Pero ha sido tan gigantesco el entramado de regulaciones, favores, autorizaciones para compra de divisas, permisos de importación o exportación, subsidios, aranceles y protecciones que se extendieron en los últimos doce años, que engloba a una importante proporción de la estructura productiva.

En este sentido, el mensaje que ofrece el ministro de Economía tiene algo de cierto. Una política liberal que integre a la Argentina al mundo, que reduzca el gasto público, que elimine cepos, que termine o al menos reduzca los subsidios, que encuentre una solución a la inflación, sin duda hará caer a muchos seudoempresarios que jamás compitieron bajo reglas de mercado y más bien aprovecharon mercados cautivos, sin la competencia internacional -y en muchos casos ni siquiera la competencia local-, lo que se ha desarrollado en estos doce años a través del entramado de políticas kirchneristas que el liberal suele criticar.

¿Puede entonces haber “continuidad” en el modelo económico para preservar “la industria que supimos conseguir”? Es lo que el ministro de Economía ha intentado en toda su gestión, multiplicando controles, subsidios e intervenciones, pero sin éxito. Basta recordar la lenta pero continua caída de la industria mes tras mes a lo largo de toda su gestión para demostrar que el plan es un fracaso.

El dilema al que nos expone el ministro de Economía es claro. La “industria” no puede sostenerse, porque el modelo requiere día a día más controles y regulaciones, los que inevitablemente tienen costos que sufre la misma estructura productiva sobre la cual descansa el peso del Estado. El modelo es entonces inconsistente e inviable. Lo curioso, sin embargo, es que el ministro de Economía desea hacerle creer a la opinión pública que la culpa de esa necesaria reestructuración es del mercado y no de su propio modelo.

Una política liberal conduciría necesariamente a un ajuste inmediato de la estructura productiva, obligando a algunas empresas a una reestructuración acorde a lo que requiere la economía para reinsertarse en el mundo. Y hay dos formas de tomar este camino. De manera planificada, con políticas concretas que busquen recuperar cierta normalidad en los equilibrios fiscal, monetario y cambiario, o caer en una nueva crisis cuando la olla hirviendo, que es hoy la economía argentina, estalle por los aires y conduzca a una -ya no gradual, ni necesariamente lenta- reestructuración económica, donde numerosas pymes irán quebrando y el desempleo se irá extendiendo a toda la estructura productiva.

No podemos seguir juzgando la política económica por sus buenas intenciones. Lo cierto es que el modelo está agotado y la alta inflación y la ya extensa recesión -precisamente de la industria- son muestras del caso. La “industria que supimos conseguir” es muy débil y mantenerla en pie tiene sus costos.

En lugar de seguir creando organismos como este Consejo de Defensa a las Pequeñas y Medianas Empresas, parece mucho más rentable recuperar la igualdad ante la ley y la economía de mercado. Ningún contexto es más justo para los verdaderos empresarios que la sana competencia. El debate que nos debemos plantear es qué empresario queremos en el centro de nuestra estructura productiva.

 

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, Master en Economía y Administración de Empresas por ESEADE. Es profesor de Economía en la Facultad de Ciencias Económicas y Jurídicas de la Universidad Nacional de La Pampa y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.