Capital y reforma social «fiscal»

Por Gabriel Boragina. Publicado en: http://www.accionhumana.com/2020/09/capital-y-reforma-social-fiscal.html

«En cuanto al «origen del capital», señala Wagner, este puede originarse en el trabajo o en el ahorro, o puede haberse obtenido gratuitamente sin esfuerzo alguno. En lo que respecta a estos últimos capitales, la imposición es indispensable, pues traduce un propósito fiscal con miras de reforma social.

Relacionado con el «empleo» del capital menciona que puede ser improductivo, es decir, no destinarse a la producción de nuevas riquezas, en cuyo caso debe ser gravado como si fuera una porción de la renta. Por último, referente al «empleo del producto del capital», cuando en lugar de ser destinado a gastos de consumo se destina a gastos de establecimientos, es gravable porque no destruye al capital, sino que transforma el capital «individual» en «capital nacional». Verbigracia: cuando se destina el producto de los impuestos sobre el capital a la construcción de ferrocarriles, caminos, canales, etcétera.»[1]

¿De que «reforma social» habla Wagner? Bastante probablemente de la que tenía en mente él. Su propia «reforma social». Cada socialista -es muy sabido- quiere modelar la sociedad a su gusto, ningún socialista ha escapado a esta tentación. Proudhon, Sismondi, Marx, Engels, Lenin. Stalin, Pol Pot, Castro, etc. todos ellos pretendieron «reformar» la sociedad de acuerdo a sus ideas. Es decir, imponer sus opiniones por sobre la voluntad de los demás mediante la fuerza o la amenaza de aplicarla. Y este autor no es una excepción como se puede apreciar. Obviamente que la fiscalidad es el remedio infalible para que cada ingeniero social de estos pueda amoldar la sociedad a su gusto y placer. Pero ello implica violar las preferencias de todos los demás, es decir, de aquellos a quienes aspiran a dirigir. Hitler y Mussolini, también fueron «reformadores sociales», querían una sociedad aria, libre de impurezas raciales. Lenin, Stalin y sus sucesores en el poder deseaban una sociedad sin burguesía, donde sólo reinara el proletariado. No importa que proyecto tenga en mente el «reformador social», siempre necesitará de acudir a la violencia para ver su sueño plasmado en la realidad social. Y los autores que venimos comentando no son excepciones a ese espíritu totalitario.

En el mercado, cuando el capital es improductivo deja de ser capital, o bien pasa a otras manos por medio del mercado libre que lo empleará productivamente. Si se lo grava se impide la acción productiva del mercado, y una vez en posesión de los burócratas fiscales dejará definitivamente de ser capital, porque el capital -por definición- sólo puede ser privado, nunca estatal. También únicamente el mercado puede decidir y definir qué es y no es riqueza, nunca el burócrata ni el sr. Wagner.

Cuando se grava el beneficio del capital se está gravando al capital indirectamente, por lo que es falso lo que afirma Wagner. El establecimiento forma parte del capital (o Wagner no sabe cómo se conforma el capital). El capital tiene que ser lo suficientemente grande como para que dé sus frutos, el propietario pueda abastecer sus consumos y los de su familia, salarios con los cuales posibilita el consumo de sus empleados y -además- reinvertir los beneficios, para que su capital pueda seguir rindiendo esos frutos y cumpliendo con esas metas.

El impuesto que propone Wagner (y todos aquellos que celebran sus ideas) impide todo este circuito. Parece que Wagner cree que el capital «crece en los árboles”, o que «el árbol» es el capital y que el árbol no nació, ni se formó nunca, sino que siempre estuvo plantado allí. No sabe que del fruto sale la semilla y de esta nace el árbol.

Pero el árbol no siempre estuvo allí, alguien primero debió plantarlo, abonar la tierra, fertilizarla, regarla constantemente. El impuesto es al capital como la sequía y la falta de cuidado del agricultor es al árbol. Terminan destruyéndolo.

No es posible saber si dicha visión socialista es ingenua o realmente malintencionada.

«3. Definición de los impuestos. Depende del contenido que se le asigne al impuesto, del objeto que grava, de su repercusión, la definición que la doctrina le ha dado. Desde la antigua definición de Montesquieu que dice que «las rentas del Estado (comprendiendo en ellas, naturalmente, al impuesto) son las partes de sus bienes que da cada ciudadano para tener seguro el resto o gozar de él agradablemente», con lo que retrata la teoría del seguro, a la que ya nos hemos referido, hasta la novísima, como la de Eheberg que considera al impuesto como «las exacciones del Estado y demás corporaciones de derecho público que se perciben de un modo y en una cuantía unilateralmente determinada por el poder público, con el fin de satisfacer las necesidades colectivas» —hay definiciones de las más variadas y dignas de satisfacer los gustos más exigentes. Así, el español Colmeiro, expresa: «Llámase impuesto o contribución la cuotaparte de su fortuna, que el ciudadano pone en las manos del gobierno para atender a las cargas del Estado». Carreras y González, del mismo origen, establece: «Llámase contribución, pecho, talla, tributo o subsidio aquella parte del haber de los particulares que se destina directamente a satisfacer las necesidades del Estado» y Piernas y Hurtado, define: «El impuesto puede definirse: la participación que legalmente toma la sociedad en los fines del Estado» (*).»[2]

Todas estas definiciones pecan de un mismo defecto. Tratan del «estado» como un ente «real» cuando es mítico y, por consiguiente, los mitos no pueden adolecer de «necesidades»; en segundo lugar ,todas dan por sentado la «necesidad» de que unos individuos (que a sí mismos se atribuyen la condición de «estado» cuando no son más que meros burócratas) violenten la propiedad de terceros (a quienes designan como «contribuyentes») para robarles recursos que usufructuarán esos burócratas bajo la excusa de estar cumpliendo los fines del «estado» que -por lo ya visto- no puede tener «fines» ya que no es un ser real dotado de mente ni voluntad. Ellos usan la palabra «estado» para no tener que utilizar el vocablo «gobierno”, rótulo este que designa al conjunto de burócratas que mediante la potestad de dictar leyes y reglamentaciones persiguen someter al resto de son congéneres a sus dictados para satisfacer los deseos y voluntades de esos burócratas.


[1] Mateo Goldstein. Voz «IMPUESTOS» en Enciclopedia Jurídica OMEBA, TOMO 15 letra I Grupo 05.

[2] Goldstein, M. ibidem.

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE. Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero. Síguelo en  @GBoragina

BASTIAT, UN ECONOMISTA ACTUAL

Por Alberto Benegas Lynch (h)

A pesar de ser decimonónico, debido al contenido de sus escritos y conferencias es de una notable actualidad. La primera publicación de las obras completas de Frédéric Bastiat fue editada por Paul Paillottet y René V. Fontenay en París, en 1854. Sus libros y sus numerosos ensayos fueron objeto de sucesivas ediciones, la última de las cuales fue realizada en 1980 por la Universidad de París. En 1858 Francisco Pérez Romero tradujo por primera vez al español una de las obras de Bastiat.
Recién en 1964, en Estados Unidos, la editorial Van Nostrand de Princeton tradujo al inglés buena parte de sus obras, a partir de lo cual siguieron traducciones al italiano, al alemán y al chino.

La primera obra traducida al inglés incluye una introducción del premio Nobel en economía Friedrich A. von Hayek. Dicha obra se titula Selected Essays on Political Economy y en la introducción, entre otras cosas, Hayek dice lo siguiente: «Bastiat esgrimió argumentos contra las falacias más importantes de su tiempo… ninguna de estas ideas ha perdido influencia en nuestro tiempo. La única diferencia es que Bastiat, al discutirlas, estaba completamente del lado de los economistas profesionales y en contra de creencias populares explotadas por intereses creados, mientras que, propuestas similares, hoy, son propagadas por algunas escuelas de economistas y envueltas en un lenguaje ininteligible para el hombre común».

La característica central de todos los escritos de Bastiat es su sencillez, su lenguaje directo y, al mismo tiempo, la notable fuerza de sus razonamientos. No pocos son los economistas profesionales que consideran que un trabajo serio debe incluir terminología estrafalaria, confusa y con asombrosa profusión de fórmulas matemáticas. En este sentido, Wilhelm Roepke dice en su obra Más allá de la oferta y la demanda que «Cuando uno trata de leer una revista económica de nuestros días, uno se pregunta si no estará en realidad leyendo una revista académica sobre química o hidráulica. Es tiempo de que hagamos un análisis crítico sobre estos temas. La economía no es una ciencia natural; es una ciencia moral y como tal se vincula al hombre como un ser espiritual y moral». También Popper se refiere a los lenguajes oscuros pretendidamente científicos: «Cualquiera que no sepa expresarse de forma sencilla y con claridad no debería decir nada y seguir trabajando hasta que pudiera hacerlo» (En busca de un mundo mejor).

Charles Gide y Charles Rist en el primer tomo de su Historia de las doctrinas económicas se refieren elogiosamente a la trayectoria de Bastiat quien después de estudiar economía publicó en el Journal des Economistes editado por el prolífico Gustave de Molinari y estableció la Asociación de Librecambio en Bordeaux en 1841 y, poco después, en París, la Asociación Nacional del Librecambio a imitación de la Liga de Manchester fundada por su amigo Richard Cobden. Influyó decisivamente en los acontecimientos de su país y, en Italia, a través de Francesco Ferrara, profesor de la Universidad de Turín; Tulio Martello, profesor de la Universidad de Bolonia y el célebre Maffeo Pantaleoni. En Suecia, Johan August Gripenstedit fue discípulo de Bastiat (profesor de la Universidad de Lud y posteriormente fundador de la Sociedad de Economía en Estocolmo). También en Suecia fueron sus discípulos Axel Pennich y Karl Waern. Incluso en Prusia tuvo una fuerte influencia a través de John P. Smith, hijo de ingleses y profesor de historia económica de la Universidad de Göttingen.

En la aludida historia de Gide y Rist se apunta que, a pesar de los trabajos que escribieron autores socialistas como Proudhon y Lassalle en contra de Bastiat, «su mesura, su buen sentido, su claridad, dejan una impresión inolvidable; y no sé si aún hoy, sus Armonías económicas no es el mejor libro que pueda recomendarse al joven que por primera vez emprende el estudio de la economía política».

Por su parte, John Elliot Cairnes -el economista irlandés, profesor en la Universidad de Londres y autor de El carácter y el método lógico de la economía política– escribió sobre Bastiat un ensayo (recopilado en The Development of Economic Thought: Great Economists in Perspective de Henry W. Spiegel, ed.). Este ensayo es un estudio crítico de aspectos epistemológicos en los trabajos de Bastiat. Crítica en gran medida justificada pero debemos tener presente que el economista francés escribió antes de Carl Menger y mucho antes que Ludwig von Mises. De todos modos Cairnes escribe: «El nombre de Bastiat es de todos los economistas franceses, tal vez, el más familiar en este país [Inglaterra…] y ha sido afortunado de encontrar excelentes traductores de sus obras principales».

Tengamos en cuenta que el primer ensayo de Bastiat fue publicado en 1844 y murió de tuberculosis en 1850. En sólo seis años produjo una obra asombrosamente amplia. En el trabajo mencionado Cairnes pondera un discurso de Bastiat titulado «Los productores de velas» donde con ironía aconseja que los gobernantes promulguen una disposición por la que se obliguen a tapiar de día las ventanas de toda la población «para proteger a los productores de velas de la competencia desleal del sol».

En 1959 Dean Russell se doctoró en la Universidad de Ginebra con una tesis titulada Frédéric Bastiat: Ideas and Influences donde en las primeras líneas del capítulo primero transcribe la siguiente cita de Bastiat «El estado es aquella gran ficción por la que todos tratan de vivir a expensas del resto». La tesis, originalmente escrita en francés, se tradujo al año siguiente al inglés y tuvo una amplia acogida y despertó gran curiosidad entre economistas estadounidenses lo cual, finalmente, despertó el interés para comenzar la antes referida traducción de sus obras en aquel idioma. Leonard E. Read -entonces presidente de la Foundation for Economic Education de New York- ha escrito respecto de Bastiat: «Creo que Bastiat es en realidad un contemporáneo porque, de hecho vive entre nosotros. Los frutos de su mente tan fértil son mejor conocidos hoy en los Estados Unidos por más gente incluso que en la época que escribió sus obras». George Charles Roche escribió en 1971 un libro titulado Frédéric Bastiat, A Man Alone donde dibuja un mapa intelectual muy ajustado a la época y a la atmósfera en que actuó Bastiat y a su coraje para defender sus convicciones liberales.

En su ensayo titulado «Lo que se ve y lo que no se ve» explica uno de los puntos centrales del análisis económico cual es la capacidad de poner en contexto los efectos de las medidas adoptadas. Allí efectúa un pormenorizado análisis de la importancia para el economista de prestar debida atención a los efectos visibles y los que quedan en la trastienda así como lo resultados inmediatos y los mediatos.
Escribe que se suele sostener que si el estado no interviene a través de impuestos para destinar recursos a las actividades religiosas la gente practicará el ateísmo. Si no interviene para subsidiar alguna rama de la industria, esto quiere decir que se es enemigo de la industrialización. Se piensa que si el estado no subsidia a los artistas quiere decir que se patrocina la barbarie y así sucesivamente.

 

La editorial Simon & Schuster publicó en 1997 The Libertarian Reader: Classic & Contemporary Writings From LauTzu to Milton Friedman de David Boaz donde se destaca especialmente la obra más conocida de Bastiat, La Ley en donde el autor se detiene a desarrollar conceptos básicos de los marcos institucionales como puntos de referencia par los procesos de mercado y, asimismo, destaca los daños del positivismo jurídico y la necesidad de prestar atención a los mojones extramuros de la la ley promulgada por el legislador. Más adelante explica que existe la expoliación extra legal y la expoliación legal. Afirma que esta última resulta la más peligrosa porque se hace con el apoyo de la fuerza institucionalizada. Esta obra ha sido traducida a seis idiomas (fue traducida al español en 1958 por el Centro de Estudios sobre la Libertad de Buenos Aires y ahora hay una de Alianza Editorial de Madrid).

En su ensayo titulado «El balance comercial» nos relata una historia para ilustrar las confusiones que aparecen en relación con el tema. El cuento se refiere a un francés que compra vino en su país por valor de un millón de francos y lo transporta a Inglaterra donde lo vende por dos millones de francos con los que a su vez compra algodón que lleva de vuelta a Francia. Continúa el relato diciendo que otro comerciante francés compró vino por un millón de francos en su país y también lo transportó a Inglaterra pero pudo venderlo sólo por medio millón de francos en ese país, con lo que, según los burócratas de la aduana, el primero produjo un déficit en la balanza comercial mientras que el segundo contribuyó a mejorarla.

En su extenso trabajo titulado Acerca de la competencia Bastiat extiende la explicación de Adam Smith de «la mano invisible». Explica como cada uno al buscar su interés personal va construyendo un orden que está más allá de las posibilidades de mentes individuales. Al mismo tiempo, en las transacciones libres y voluntarias cada uno obtiene beneficios, al contrario de lo que ocurre en sistemas de suma cero (para utilizar la terminología de la teoría de los juegos).
En su opúsculo titulado «Restricción al comercio internacional y desocupación tecnológica» Bastiat explica cómo la máquina y la adquisición de productos más baratos del exterior liberan trabajo humano para que sea aprovechado en áreas que hasta el momento resultaban inconcebibles debido, precisamente, a que estaba destinado a las tareas para las que se introducen nuevos productos y la nueva tecnología.

En enero de 1948 la Asamblea Nacional propuso un descuento provisorio en los salarios del medio por ciento con destino a sindicatos a lo que Bastiat y un grupo de colegas economistas se opusieron con vehemencia. No quiero pensar si vivieran en nuestra época en donde se acepta la inmoral figura de los “agentes de retención” que explotan a los trabajadores para que sindicalismos autoritarios puedan usufructuar de vergonzosos mercados cautivos que devienen en fortunas colosales y contar con escandalosos ingresos para las así llamadas “obras sociales”.

Bastiat resumió sus preocupaciones respecto del auge del nacionalismo en su breve paso por la Asamblea Nacional de su país del siguiente modo: «Si los bienes y servicios no pueden cruzar las fronteras, las cruzarán los ejércitos». En resumen, como se ha visto, Bastiat es un economista de nuestra época. Constituye un buen ejemplo a seguir porque como se ha dicho “Debemos ser protagonistas de lo mejor y no espectadores de lo peor”.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa.

Igualdad: ¿derecho individual o social?

Por Gabriel Boragina: Publicado el 20/11/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/11/igualdad-derecho-individual-o-social.html

 

«1. La igualdad en la doctrina del derecho individual. El vocablo «igualdad» puede tener diversos significados y, relacionado con el hombre variados sentidos, ya sea si se atiende a las condiciones naturales, como criatura humana, o a sus características o cualidades como integrante de una sociedad organizada. «Así -dice R. H. Tawney— puede o implicar la formulación de un hecho o comportar la expresión de un juicio ético. En el primer caso puede afirmar que los hombres son, en conjunto, muy parecidos en sus dotes naturales de carácter e inteligencia. En el otro, puede aseverar que, aunque como individuos difieren profundamente en capacidad y en carácter, en cuanto seres humanos tienen los mismos títulos para la consideración y el respeto, y que es probable que aumente el bienestar de una sociedad si ésta planea su organización de tal manera que, lo mismo si son grandes o pequeñas sus pretensiones, todos sus miembros pueden estar igualmente capacitados para sacar el mejor provecho de los que aquélla posea».[1]

Por nuestra parte, pensamos que es indudable -a nuestro juicio- que los seres humanos no son iguales, excepto en su condición de seres humanos, lo cual no es más que una mera abstracción conceptual y no una realidad fáctica. Por otro lado, también es evidente que las personas no «tienen los mismos títulos para la consideración y el respeto» que se mencionan arriba, porque -de hecho- los hombres no se otorgan mutuamente tal identidad. Si se admite la diferencia entre los individuos, también habrá que hacerlo respecto a «la consideración y el respeto» que se atribuyan unos a otros. Quien haya recibido una mala educación -va de suyo- que no dispensará un trato mejor al que se le ha instruido durante su etapa de formación y aprendizaje, ya sea familiar, escoliar, o social en general. Por ende, no reconocerá ningún título diferente al que ha aceptado conceder en su relación con los demás. Más allá de que estamos convencidos que es precisamente la educación el vehículo indicado para inculcar el respeto al prójimo, no se nos escapa que -de hecho- no siempre, o frecuentemente más bien, se lo logra. Por lo demás, lo que puede ser estimado respetuoso por una persona puede -al mismo tiempo- implicar una falta de respeto para otra. Existen diferencias educativas, culturales y religiosas (a nivel histórico y mundial) que pueden servir de ejemplo de esto último. La Biblia y los libros de historia están repletos de casos tales. Pero –y sin ir tan lejos- hoy en día podemos observar el común trato disvalioso que, en determinadas culturas como las medio y extremo orientales, se le confieren a mujeres y niños.

«Es evidente que desde el primer punto de vista no puede afirmarse la existencia de la igualdad humana, comprobada por las experiencias realizadas en el campo de la biología y aun de la psicología, y sería ocioso entrar aquí a analizar los estudios realizados en este aspecto, o desde el punto de vista doctrinario, analizando, por ejemplo, las teorías de Helvecio y Adam Smith o de Mill y Proudhon, que no apreciaron el sentido de las cualidades heredadas, dándole mayor importancia a la variabilidad de la naturaleza del hombre (2).«[2]

Afortunadamente, el autor en examen admite –y concordamos con él- la desigualdad biológica y psicológica entre los seres humanos. Pero vamos más allá, y derivamos de esta desigualdad -que podríamos llamar primaria- un segundo nivel de desigualdad, que es la que comúnmente se suele rotular con el nombre de «social». Y así, concluimos con un razonamiento que nos parece de pura lógica: y es que, ante el reconocimiento de la desigualdad biológica y psicológica no cabe más que admitir -como una consecuencia necesaria- cualquier ulterior desigualdad social, ya que esta dependerá enteramente de las primeras, habida cuenta que la aplicación del adjetivo «social» no puede modificar la estructura morfológica de las personas, ni -obviamente tampoco- su naturaleza humana.

«La consideración de la igualdad en la naturaleza humana llevaría a estudiar al hombre natural y se caería en el interrogante formulado por Rousseau, salvando los siglos transcurridos: «Qué experiencias serían necesarias para llegar al conocimiento del hombre natural, y cuáles son los medios de hacer estas experiencias en el seno de la sociedad» (3). Y, si bien es aceptado que el individuo posee características propias y diferenciadas: sexo, edad, constitución física, cualidades intelectuales, psíquicas, etc., y nadie osó imponer-un principio igualitario en la naturaleza humana con respecto, claro está, a sus cualidades individuales— se hizo difícil imponer la otra especie de igualdad, al considerar al hombre en la sociedad, organizada, es decir, la igualdad política o la igualdad social.»[3]

Es que no se quiso admitir al respecto que la naturaleza no ha hecho nada igual, por eso tales estudios irremediablemente fallaron, y seguirán fracasando en cuanto a la indagación o búsqueda de cualquier «patrón» igualitario humano. No es el caso de la igualdad ante la ley, que no es más que una ficción convencional, absolutamente útil y necesaria, precisamente para paliar y tratar de corregir -en la medida de las posibilidades terrenales- la inherente desigualdad natural entre los hombres. Rousseau, ignorante de la esencia humana que él pretendía «descubrir», procuraba hacerlo mediante mecanismos empíricos, como si se pudieran ensayar en un imaginario laboratorio social, y por eso se preguntaba con total desparpajo y casi inocencia «cuáles son los medios de hacer estas experiencias en el seno de la sociedad».

Sin ninguna duda, Rousseau fue uno de los precursores de lo que se ha dado en llamar ingeniería social, y de la que se ocuparon críticamente autores de renombre, como el Premio Nobel en economía Friedrich A. von Hayek, con sus medulosos estudios sobre el constructivismo social y el orden espontáneo.

Como hemos expresado antes, resulta carente de todo sentido común tratar de imponer cualquier clase de igualdad, llámesela «política» o «social», ya que tal pretensión desconoce la inexistencia de igualdad de ninguna especie ni índole, dado que la igualdad -como ha felizmente expresado con frecuencia el Dr. Alberto Benegas Lynch (h)- no es más que una abstracción de las matemáticas.

[1] Dr. Antonio Caetagno. Enciclopedia Jurídica OMEBA Tomo 14 letra I Grupo 02. Voz «igualdad».

[2] Caetagno, A. Enciclopedia….Ob. cit. Voz «igualdad».

[3] Caetagno A. Enciclopedia…ob. cit. Voz «igualdad».

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.