Es falso que sea tarde para que el Gobierno anuncie un plan económico

Por Roberto Cachanosky. Publicado el 3/9/2019 en: https://www.infobae.com/opinion/2019/09/03/es-falso-que-sea-tarde-para-que-el-gobierno-anuncie-un-plan-economico/

 

Primero, el presidente Macri debería hacer un mea culpa del gradualismo adoptado. Es falso que falte más tiempo para seguir por el mismo camino. El camino está equivocado

Hernán Lacunaza, ministro de Hacienda (REUTERS/Agustin Marcarian)

Hernán Lacunaza, ministro de Hacienda (REUTERS/Agustin Marcarian)

No pretendo hacer un ejercicio ilegal de la medicina, pero es bastante claro que si uno toma demasiados analgésicos para disimular una enfermedad sin curar la enfermedad, esos analgésicos en algún momento van a tener algún efecto colateral. Alguna otra complicación le va a genera al paciente.

Por ahora el Gobierno viene insistiendo en tratar la crisis económica como con analgésicos cuando sabemos que la enfermedad de la economía requiere de otro tipo de tratamiento.

La infinidad de veces que se modificó la política cambiaria desde que se llegó a un acuerdo con el FMI, los anuncios de los ministros de Hacienda, del Presidente y funcionarios del BCRA ya no tienen efecto y, en el mejor de los casos, alivian la situación del mercado un par de días o unas horas y luego vuelven los problemas, pero agravados.

Frente a este problema en varias oportunidades he insistido en que el Gobierno tiene que anunciar un plan económico a ser aplicado a partir de diciembre si es reelecto. Cuando formulo esta propuesta me dicen que el Gobierno ya no está a tiempo para anunciar un plan. Error. Mauricio Macri está en campaña electoral y no sólo puede sino que debe anunciar su plan económico para el caso en que sea reelecto. Justamente es en las campañas electorales que se anuncian las propuestas de gobierno. ¿Cuándo van a anunciar un plan, si pierden las elecciones?

Por ahora el Gobierno viene limitándose a estar a la defensiva en lo económico y a decir que tienen que votarlos a ellos porque el PJ-Kirchnerismo no es republicano. Me parece que el miedo a las tendencias autocráticas de ese espacio ya no funciona. Además de decir ellos son malos, yo soy bueno, el Gobierno tiene que formular una propuesta en la cual la gente no solo va a vivir dentro de una república, sino que además se anuncia un plan que enamore a la gente de ese proyecto en el cual también podrá vivir en un país que le ofrece prosperidad. Que llevará tiempo y esfuerzo, pero un plan económico que le ofrezca un futuro a esa clase media agobiada de sostener a 19 millones de personas que todos los meses pasan por la ventanilla del estado a buscar un cheque. Salir de la cultura de la dádiva y volver a la cultura del trabajo es el objetivo.

Mauricio Macri

Mauricio Macri

Cuando Argentina fue un país próspero y admirado por el mundo, fue porque la gente venía a la Argentina a trabajar, no a buscar planes sociales. Argentina se construyó con trabajo y esfuerzo, no con planes sociales y piquetes en la 9 de Julio. Argentina se construyó captando inversiones para exportar, no escondiéndonos del mundo para vivir con lo nuestro.

Por lo comentado más arriba es que, en mi opinión, el presidente Macri debería hacer un mea culpa del gradualismo adoptado. Es falso que falte más tiempo para seguir por el mismo camino. El camino está equivocado. El Presidente debe reconocer que subvaluó la herencia que recibía y le vendieron el humo que con el gradualismo venía una lluvia de inversiones por el solo hecho que él se iba a sentar en el sillón de Rivadavia.

Una vez hecho el mea culpa hay que describir la herencia recibida y como se agravó por el gradualismo. En estos casos no hay mejor cosa que ser sincero ante la población y reconocer los errores cometidos. A renglón seguido anunciar un plan económico de reducción del gasto público, de reforma tributaria, de reforma monetaria, de reforma laboral y de incorporación de la Argentina al mundo.

El corazón del plan es terminar con la cultura de la dádiva y empezar con la cultura del trabajo. Cambiar el discurso y no decir más que el estado tiene que cuidarnos. El estado no me tiene que cuidar, me tiene que sacar el pie de encima de tantos impuestos para dejarme desarrollar la capacidad de innovación.

En síntesis, el presidente Macri está en campaña electoral y tiene la oportunidad y la obligación de ofrecer una política económica que le devuelva a la gente el sueño de poder prosperar. Es más, de formular esa propuesta forzaría a la oposición a cambiar el eje del debate y definir una política económica que dejaría en evidencia la ausencia de ideas que hay del lado del kirchnerismo.

Si esta propuesta parece demasiado disparatada, entonces que sigan probando con convencer a la gente de que los vote porque Cambiemos es malo, pero los otros son peores. Dudo que lo que resultó en el pasado sirva ahora para revertir el resultado de las PASO.

 

Roberto Cachanosky es Licenciado en Economía, (UCA) y ha sido director del Departamento de Política Económica de ESEADE y profesor de Economía Aplicada en el máster de Economía y Administración de ESEADE. Síguelo en @RCachanosky 

 

La industria ya está grande, que compita sola

Por Iván Carrino. Publicado el 11/6/17 en: http://www.lanacion.com.ar/2032231-la-industria-ya-esta-grande-que-compita-sola

 

Por ser el padre del liberalismo, muchos creen que Adam Smith defendía a capa y espada a los empresarios. Sin embargo, el lúcido pensador escocés advertía, ya en 1776, que «las personas de un mismo ramo comercial rara vez llegan a reunirse sin que la conversación termine en una conspiración contra el público, o en alguna maquinación para elevar los precios».

Los empresarios no son ni buenos ni malos, pero como cualquier otro ser humano, están interesados en maximizar su bienestar individual. Si eso implica vulnerar los intereses de terceros, que así sea. De aquí la importancia que Smith, así como toda la tradición liberal posterior a él, le asignó a la competencia inherente a la economía de mercado.

En nuestro país, sin embargo, la advertencia de Smith sigue vigente. La opinión pública muestra una excesiva preocupación por el desempeño de la «industria nacional». Esto es aprovechado por los industriales, para avanzar en una agenda intervencionista que genera beneficios para ellos, pero a costa de todos los demás.

Las alarmas encendidas por el desempeño de la manufactura son algo contradictorias. En 2014, cuando el sector se contrajo 4,9% (Indec), nadie ponía en duda el carácter industrialista del gobierno de Cristina Kirchner. En 2016, cuando la caída fue de 4,8%, el clamor contra la «desindustrialización» fue ensordecedor.

Hay que tener en cuenta es que la mirada sesgada proindustria no tiene mucho sentido hoy. En su momento se habló de países «industrializados» como sinónimo de «desarrollados», pero hoy los países donde mejor se vive tienen un sector manufacturero inferior al 25% del PBI. Los servicios explican cerca del 70%. En EE.UU. la industria representaba el 29,4% del PBI en 1947 y hoy representa solo el 13,8%. En ese período, la riqueza de los estadounidenses se multiplicó por cuatro.

Lo relevante para que mejore la calidad de vida de la gente, no es el avance de un sector particular, sino de toda la producción. Y para ello no se necesitan «políticas activas» o proteccionismo, sino libertad económica. Es totalmente insignificante si lo que se produce son bienes materiales o servicios. Si la economía crece, la prosperidad aumenta y se reduce la pobreza.

La agenda de los industrialistas implica restringir el comercio, otorgar subsidios y privilegios especiales. Eso lo paga el consumidor, con precios más altos, y toda la economía, con una tasa menor de crecimiento. Si el Gobierno quiere cambiar en serio, tiene que abandonar por completo la idea de defender una industria nacional. La industria ya está grande. Que compita sola, como hacemos todos.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Gobierno y gente

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 14/4/17 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/gobierno-y-gente/

 

Llevo unas tres décadas con la consigna de “a pesar del Gobierno”, que se me ocurrió cuando colaboraba con Iñaki Gabilondo en Hoy por Hoy en la Cadena Ser. Como es natural, no gusta a todo el mundo. En una entrevista reciente, dije: “El empleo, la riqueza y la prosperidad los crea la gente, no un gobierno” (http://goo.gl/wPn5gy). Obtuve varias respuestas interesantes en twitter (@rodriguezbraun), que intentaré responder.

Un amable seguidor subrayó un aparente problema de reciprocidad. Apuntó: “Entonces: el desempleo y la pobreza, ¿también los crea la gente, o se los atribuimos al gobierno?”.

Este comentario yerra porque identifica a la política con la sociedad civil. Si todos somos iguales en acciones, recursos y poder, si el Estado equivale a la sociedad, entonces, cuando creamos riqueza, lo hacemos todos, y cuando la destruimos, también. Pero el Estado no es la sociedad, porque esta se basa en la libertad y los contratos voluntarios, y por eso crea riqueza. En cambio, el Estado se basa en la coacción y la imposición a la comunidad de normas arbitradas y generadas desde el poder.

Dirá usted: entonces, si las normas protegen y amparan la libertad y los contratos voluntarios, entonces la política coopera con y contribuye a la prosperidad social. Eso es verdad, si fuera así. Pero como casi nunca lo es, como casi siempre la política conspira contra la libertad y los contratos libres de los ciudadanos, cabe concluir que la riqueza y el empleo son mérito de la gente, mientras que la pobreza y el paro son impulsados o fomentados por los gobiernos.

Otra persona apuntó: “el gobierno, diputados, senadores… ¿los cambiamos por maniquies?”. Pero puede haber gobiernos de Estados pequeños: el Estado actual tiene apenas unas pocas décadas de vida, con lo cual no hay por qué suponer que es una necesidad.

Un tercer seguidor observó: “el gobierno ha de colaborar con las leyes”. El problema de esta observación, que es de puro sentido común, es que el Gobierno hace las leyes, y las hace a un ritmo frenético al mismo tiempo que crece sin cesar gracias a esas mismas leyes que hace. Esto se debe a que la noción de “derecho” ha cambiado radicalmente, y ya no surge de manera evolutiva a partir de los tratos y contratos de los ciudadanos, sino que es algo propio del poder y que este confiere graciosamente, al tiempo que, de manera poco graciosa, viola los derechos del pueblo para satisfacer los derechos que el poder crea.

Y un cuarto: “sin Gobierno el trabajador sería un esclavo y habría más desigualdad”. Empecemos por el final: la desigualdad no sería el resultado de la ausencia de la política, puesto que la tenemos ahora con su presencia. Y la idea de que el mercado o el capitalismo darían lugar a la esclavitud es un error, puesto que fue el propio capitalismo el que promovió la abolición de la esclavitud. Es verdad, asimismo, que fue reintroducida en el siglo XX por el comunismo, mientras que en el mundo no comunista el enorme peso de los Estados hace que haya sido identificados con regímenes feudales, con los contribuyentes como siervos.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE

Para crecer hay que bajar los impuestos

Por Iván Carrino. Publicado el 2/6/16 en: http://www.ivancarrino.com/para-crecer-hay-que-bajar-los-impuestos/

 

Al revés de lo que los políticos nos quieren hacer creer, bajar los impuestos es un requisito para que la economía avance, y no una consecuencia del crecimiento.

Imaginemos que estamos viendo una maratón. No se trata de una maratón convencional. Si bien el objetivo es llegar a la meta en el menor tiempo posible, la característica distintiva de esta competición es que los corredores van cargados de una pesada mochila. Cada competidor está asesorado por un entrenador, quien puede decirle en qué momento ir quitando cosas de esa mochila y, por tanto, reducir la carga a transportar.

En nuestra competencia, uno de los entrenadores le indicó al concursante que se liberara del peso tan pronto como le fuera posible. A los pocos segundos, el maratonista abandonó su mochila y comenzó a correr más rápido.

En la misma carrera, otro entrenador proponía una estrategia diferente. A los gritos, le decía al maratonista que sólo cuando corriera un poco más rápido, iba a permitirle sacarse de encima el peso de la mochila.

Si quedó claro el ejemplo, no hace falta pensar mucho para darse cuenta que, finalmente, el primer corredor fue quien ganó la carrera, mientras que el segundo quedó relegado, en un cómodo pero último lugar.

Puede que resulte extraño, pero nuestro Ministro de Hacienda tiene muchas similitudes con el segundo entrenador de nuestra historia. De gira por Europa para atraer inversiones, afirmó que le gustaría bajar los impuestos, pero que esto no será posible hasta que la economía “no crezca fuertemente”.

La afirmación no podría haber sido más desafortunada. Después de todo, los impuestos son como la mochila para nuestro maratonista. Representan una carga para la economía y, por tanto, son el obstáculo principal para que podamos crecer fuertemente.

Por otro lado, si para bajar impuestos fuera necesario que la economía crezca previamente, debería ser cierto lo contrario. Es decir, tendríamos que pensar en subir los impuestos cada vez que se entra en recesión, algo que no recomendaría ningún economista de ninguna escuela de pensamiento.

Ahora volviendo al tema de la relación entre los impuestos y el crecimiento, podemos observar lo que los expertos afirman sobre el tema. De acuerdo al análisis de la Tax Foundation, una ONG estadounidense dedicada a monitorear la carga impositiva de los países de la OCDE, existe una relación negativa entre la carga tributaria y el crecimiento económico. Según su último Índice de Competitividad Impositiva:

Un sistema impositivo competitivo es aquél que limita los gravámenes sobre las empresas y las inversiones. En el mundo globalizado de hoy, el capital puede moverse con facilidad. Las empresas pueden elegir invertir en un gran número de países, buscando los mejores retornos. Eso implica que buscarán países donde las tasas impositivas sean más bajas, de manera de maximizar sus beneficios después del pago de impuestos. Si los impuestos en un país son muy elevados, la inversión se irá a otra parte, generando menor crecimiento económico.

Un código impositivo competitivo y neutral promueve el crecimiento económico sostenible y la inversión. Como resultado, esto lleva a más puestos de trabajo, mejores salaries, mayor recaudación tributaria y a una mayor calidad de vida

Según la ONG, los países con mejores sistemas impositivos en la OCDE son Estonia, Nueva Zelanda y Suiza. Argentina no es parte de la OCDE, pero podemos hacernos una idea de cuán pesada es la mochila tributaria si miramos el indicador de la Tasa Total de Impuestos que calcula el Banco Mundial. Según los últimos datos, el nuestro es el segundo país en el mundo que más impuestos le cobra a las empresas, llegando éstos a representar nada menos que el 137,4% de sus beneficios.

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Si trasladáramos este análisis al corredor de la maratón, veríamos que el nuestro es el que tiene la segunda mochila más pesada de toda la competencia. Para colmo de males, nuestro entrenador nos dice que antes de reducir ese peso, tenemos que correr más rápido. Algo claramente imposible dado el colosal lastre.

El problema es el gasto

El problema de Prat-Gay, en realidad, pasa por otro lado. No es que no quiera reducir los impuestos porque necesita que crezca la economía. Es que no puede reducir los impuestos porque el kirchnerismo le ha dejado un déficit fiscal de proporciones gigantescas y bajar la carga tributaria, en este contexto, sólo incrementaría ese agujero.

A la postre, éste es el verdadero problema de la economía argentina: el elevado nivel de gasto público, que hace imposible reducir el peso de los impuestos sobre el sector privado sin incrementar aún más el déficit. En conclusión, es el gasto lo que hay que reducir en primer lugar, para luego poder dar lugar a una menor carga tributaria.

Pero los políticos raramente toman ese camino. En definitiva, se trata de la billetera personal – fondeada por los contribuyentes- que les sirve para hacer política y cosechar la máxima cantidad de votos en las elecciones. Y nadie va en contra de sus propios intereses.

Esperemos que esto cambie. De lo contrario, seguiremos ocupando los últimos lugares en la carrera del crecimiento económico y la prosperidad de la gente.

 

Iván Carrino es Licenciado en Administración por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es editor de El Diario del Lunes, el informe económico de Inversor Global. Además, es profesor asistente de Comercio Internacional en el Instituto Universitario ESEADE y de Economía en la Universidad de Belgrano.

Juan Bautista Alberdi: Muchachos, no era ‘combatiendo al capital’, sino ‘promoviendo al capital’

Por Martín Krause. Publicado el 16/10/15 en: http://bazar.ufm.edu/juan-bautista-alberdi-muchachos-no-era-combatiendo-al-capital-sino-promoviendo-al-capital/

 

Con los alumnos de la UBA Derecho vemos a Alberdi, Sistema Económico y Rentístico, en referencia a los capitales:

AlberdiLos capitales no son el dinero precisamente; son los valores aplicados a la producción, sea cual fuere el objeto en que consistan. Para pasar de una mano a otra, se con vierten ordinariamente en dinero, en cuyo caso el dinero sólo hace de instrumento del cambio o traslación de los capitales, pero no constituye el capital propiamente dicho.

Los capitales pueden trasformarse y convertirse en muelles, en buques de vapor, en ferrocarriles, puentes, pozos artesianos, canales, fábricas, máquinas de vapor y de todo género para beneficiar metales y acelerar la producción agrícola, así como pueden consistir en dinero y mantenerse ocupados en hacer circular otros capitales por su intermedio.

Bajo cualquiera de estas formas o trasformaciones que se consideren los capitales en la Confederación Argentina, ellos constituyen la vida, el progreso y la civilización material de ese país.

La Constitución federal argentina es la primera en Sud-América que, habiendo comprendido el rol económico de ese agente de prosperidad en la civilización de estos países, ha consagrado principios dirigidos a proteger directamente el ingreso y establecimiento de capitales extranjeros.

Esa mira alta y sabia está expresada por el art. 64, inciso 16 de la Constitución Federal, que atribuye al Congreso el poder obligatorio en cierto modo de: “Proveer lo conducente a la prosperidad del país, al adelanto y bienestar de todas las provincias, y al progreso de la ilustración del país, dictando planes de instrucción general y universitaria, y promoviendo la industria, la inmigración, la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la colonización de tierras de propiedad nacional, la introducción y establecimiento de nuevas industrias, la importación de capitales extranjeros y la exploración de los ríos interiores, por leyes protectoras de estos fines y por concesiones temporales de privilegios y recompensas de estímulo”.

El art. 104 de la Constitución, comprendiendo que los capitales son una necesidad de cada provincia, al paso que de toda la Confederación, atribuye aquellas mismas facultades a los gobiernos de provincia, sirviéndose de las mismas expresiones.

Se ve que la Constitución considera como cosas conducentes a la prosperidad del país la industria, la inmigración, los ferrocarriles y canales, la colonización de tierras nacionales. Y como todas estas cosas conducentes a la prosperidad no son más que trasformaciones del capital, la Constitución cuida de colocar a la cabeza de esas cosas y al frente de los medios de promover las la importación de capitales extranjeros.

Ella señala como medio de provocar esta importación de capitales, la sanción de leyes protectoras de este fin y las concesiones temporales’ de privilegios y recompensas de estímulo.

Toca a las leyes orgánicas, de la Constitución satisfacer y servir su pensamiento de atraer capitales extranjeros, empleando para ello los medios de protección y de estímulo más eficaces que reconozca la ciencia económica, y que la Constitución misma haga admisibles por sus principios fundamentales de derecho económico.

 

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Justicia social.

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 28/9/14 en: http://www.libremercado.com/2014-09-28/carlos-rodriguez-braun-justicia-social-73587/

 

Leí este titular sobre el presidente francés: «Hollande reclama a su Gobierno que concilie crecimiento y justicia social». Y el famoso actor mexicano Gael García Bernal declaró: «La falta de justicia social es el mayor lastre que carga México y el resto de Latinoamérica. Sin paz social no hay justicia. Hay una cantidad absurda de millonarios, y una cantidad absurda de pobres».

Es llamativo que prosperidad y justicia sean consideradas antónimas. Obviamente, nunca lo son, salvo en el caso de que algunas personas prosperen estafando o robando, en cuyo caso su riqueza es injusta, y es un juego de suma cero, donde lo que gana uno lo pierde otro. En todas las demás circunstancias, cualquier mejoría en la condición de las personas es justa, precisamente porque se ha conseguido sin violar derechos ajenos.

Más aún, la justicia es condición de la prosperidad, puesto que su preservación anima los esfuerzos de todo ciudadano en mejorar su propia condición. Ausente la seguridad jurídica, esos esfuerzos no rinden fruto o los rinden para el poder y quienes a su socaire medran.

¡El poder! Ese gran impostor es lo que el presidente Hollande y el pensamiento único convocan, porque «concilia» crecimiento y justicia, lo que, como hemos visto, es un disparate: dicha conciliación reclama la libertad, no la coacción. En cambio, la corrección política actúa como si el poder tuviera la magia de lograr algo que en realidad se logra con su abstención.

La explicación de esta falacia estriba en la desvirtuación de la noción de justicia, a la que se hace aparecer como la igualdad forzada mediante la ley, es decir, la igualdad hostil a la libertad, que considera que la propia prosperidad de algunos es por definición injusta, y que reclama por tanto la reparación a cargo del poder político y legislativo.

Curiosamente, la acción de ese mismo poder drena la prosperidad a partir de la equívoca noción de «justicia social», que sólo puede significar injusticia perpetrada por los poderosos para hacernos iguales, identificando mentirosamente prosperidad con injusticia, es decir, precisamente lo que la propia intervención de los poderosos produce.

Con esa falsa noción, se comprende el desvarío de García Bernal, que considera «absurdo» no sólo que haya muchos pobres, sino también que haya muchos ricos, como si fuera lo uno causa de lo otro.

Tanto Hollande como García Bernal consideran que cuando el poder arrebata los bienes de las personas, eso es, por una extraña razón,«justo».

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 6/8/13 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/expansion/cliches-antiliberales-3-de-cada-cual-segun-sus-capacidades-a-cada-cual-segun-sus-necesidades/

En su Crítica al Programa de Gotha de 1875, Karl Marx anunció que con el comunismo “correrán a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva” y “la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!”.

Esta consigna tuvo mucha fortuna, como corresponde a una bella noción que pulsa las cuerdas más atávicas, descansa sobre las formas de solidaridad más primitivas y que más y mejor remiten al sentido común, y permite disfrazar el más potente pero inconfesable combustible del socialismo: la envidia.

¿No es, acaso, de pura lógica, que la comunidad debe nutrirse de lo que produzcan sus miembros más capaces, y a continuación distribuir generosamente la producción en función de las genuinas necesidades de la gente? ¿Quién se atreverá a oponerse a una propuesta tan elemental?

Refutemos primero la supuesta necesidad histórica de la prosperidad asociada con el socialismo. No existe esa necesidad, y lo que la historia ratifica es justo lo contrario: el socialismo trae siempre como resultado la miseria y la pobreza en diversos grados, pero nunca la abundante riqueza colectiva que pronosticó Karl Marx. Esta sistemática regularidad no es, por supuesto, casual, sino que deriva inevitablemente de la severa limitación o descarada aniquilación de la libertad que comporta la implantación del socialismo.

FALACIA EN EL DOBLE SENTIDO

Pero, además, el propio célebre cliché es una falacia, y en un doble sentido. Por un lado, aun suponiendo que el comunismo fuera compatible en un determinado momento con la riqueza colectiva –por ejemplo, porque la revolución estallara en un país relativamente rico, como era Cuba en 1959 con respecto al resto de América Latina– la aplicación de esa misma consigna socava los incentivos para la generación de la riqueza individual, sin la cual la colectiva se agota. Y, por otro lado, no hay ninguna razón lógica ni ética que avale esa vieja bandera socialista, de hecho, tan vieja que sólo encaja con las tribus o las hordas prehistóricas, nunca con las complejas sociedades abiertas más modernas. Esas sociedades sólo han sido posibles gracias a las instituciones liberales, empezando por la propiedad privada, precisamente la institución fundamental a cuyo avasallamiento apunta la consigna que estamos comentando.

La curiosa evolución del socialismo ha consagrado, sin embargo, este cliché. El llamado socialismo democrático, que quebranta la propiedad pero no la destruye por completo, se basa en esa misma idea, plasmada en falacias universales e indiscutidas como la progresividad fiscal. Muchas personas moderadas se estremecerían si supieran que esa idea figura entre las recomendaciones que Marx y Engels incluyeron en El Manifiesto Comunista de 1848, junto con muchas otras que ha terminado imponiendo el aparentemente cariñoso e inofensivo Estado moderno, democrático y redistribuidor, que, mire usted por dónde, quiere tomar de las personas según sus capacidades, y darles según sus necesidades.

El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Roma y riqueza

Por Carlos Rodríguez Braun. Publicado el 3/4/13 en http://www.larazon.es/detalle_opinion/noticias/1708671/opinion+columnistas/roma-y-riqueza#.UVqdXBzOuSo

El mercado crea y extiende la prosperidad. Pero dijo Joel Mokyr: «La Roma del año 100 de nuestra era tenía mejores calles pavimentadas, alcantarillado, suministro de agua y protección contra incendios que las capitales de la Europa civilizada en el año 1800». ¿Cómo explicar esta paradoja? Parece que había más mercado entonces que el que hubo después. Es la tesis de otro historiador económico, Peter Temin, en «The Economy of the Early Roman Empire», Journal of Economic Perspectives, 2006. Si la Roma de entonces, con un millón de habitantes, podía comer no era, como apuntó Bastiat sobre un París con la misma población dieciocho siglos después, gracias al Gobierno, sino a un mercado de alimentos, con instituciones que resolvían, como sucede con los mercados, los problemas de información asimétrica e incompleta. Había una suerte de mercado de trabajo, con salarios, por la pérdida relativa de rigidez en el sistema esclavista. También había un mercado financiero: «Los romanos se prestaban dinero entre sí con gran frecuencia. Algunos de esos préstamos se destinaban a financiar el consumo, otros, la producción… Dado el amplio uso de los mercados en bienes, trabajo y capital financiero en el antiguo Imperio Romano, hay razones para creer que los recursos eran utilizados con relativa eficiencia». También hubo mejoras técnicas y educativas. La esperanza de vida era baja, pero había relativa seguridad jurídica, y el Imperio, recuérdese, no emitía deuda pública. 

El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.