MI VISIÓN DEL TOMISMO, HOY.

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 23/9/18 en: http://gzanotti.blogspot.com/2018/09/mi-vision-del-tomismo-hoy.html

 

 (Cap. 5 de mi libro Judeocristianismo, Civilización Occidental y Libertad, Instituto Acton, Buenos Aires, 2018).

  1. Un problemático intento de recuperación

No hemos llegado aún al problema esencialmente político del magisterio del s. XIX, especialmente Gregorio XVI y Pío IX, cerrados, “casi” sin salida –gracias a Dios, siempre hay un casi– a todo diálogo con el mundo moderno, que no pudieron distinguir del Iluminismo. Pero ello coincidió no de casualidadcon el tomismo de fines del s. XIX y principios del s. XX –podríamos decir, sus primeros 50 años–. No nos estamos refiriendo a la encíclica Aeterni patris de León XIII, pero sí a cierto “espíritu” que rodea a este noble y casi logrado intento de recuperación de Santo Tomás de Aquino y con ello su visión de la ley natural.

No nombraremos a nadie para no ser injustos con santos varones que merecerán siempre más gratitud que otra cosa. Sin embargo, ahora, a principios del s. XXI, estamos en condiciones de tener una visión retrospectiva sobre lo ocurrido, con cierta distancia crítica, para tratar de mejorar.

Cuando decimos “cierto espíritu” no nos referimos a la letra, tan bien cuidada, de los tecnicismos de Santo Tomás de Aquino y la impresionante ayuda que ello significó para la correcta educación filosófica y teológica de todos los fieles en el s. XX. Nos referimos en cambio a lo siguiente:

  1. a)El tomismo aparece como un caballero medieval con lanza y escudo “contra” la modernidad en general. Sus manuales no son sólo para explicar a Santo Tomás, sino como un recetario “de los errores de los malos” y la forma de contestarles. Especialmente, hay un desprecio y una incomprensión manifiesta para con Duns Escoto, Descartes y Kant. Cuando decimos incomprensión, decimos que sus circunstancias históricas no están bien analizadas y son vistos sólo desde sus defectos y no desde sus salidas: Husserl, en el caso de Descartes, y Kant no es comprendido como un coherente resultado del diálogo Descartes-Hume y, por ende,como enseñanza de lo que hay que cambiar(la relación sujeto-objeto, la diferencia mal planteada entre esencia y existencia, etc.). Husserl tampoco fue comprendido, excepto por Karol Wojtyla y, especialmente, por Edith Stein, quien tiene una visión de San Agustín, Descartes y Husserl en la misma línea (una herejía para muchos tomistas) y una mejor comprensión de la individualidad citando al mismo Escoto (otra herejía para muchos tomistas). A Descartes se le critica casi desesperadamente su realismo “mediato”, en contraposición con el “inmediato” sin comprender que hablar de la “evidencia del mundo externo” es colocarse en el mismo planteo sujeto-objeto que vició el problema del conocimiento. Se lo critica como si fuera un infradotado que no se dio cuenta de que lo real no puede basarse en lo ideal, ignorando que el “yo pienso” cartesiano es de una res (cogitans) que es real, no ideal, o sea, la inteligencia misma. Finalmente, se lo coloca como el origen de Hegel, cuando definitivamente no es así: Hegel es la coherente conclusión de Parménides-Plotino-Spinoza, y no de una metafísica cristiana como la de Descartes. Pero, volvemos a decir, sin Descartes no puede comprenderse a Husserl, y sin Husserl no hay posible unión de Santo Tomás con el giro fenomenológico y hermenéutico de la filosofía contemporánea.
  2. b)Simultáneamente con esto, la presentación que hacen los manuales tomistas de los autores que NO son tomistas es tan estereotipada, tan “hombre de paja”, que son presentados sencillamente como los que “no entienden”. No son presentados hermenéuticamente, en su circunstancia histórica, como hace Ortega en “En torno a Galileo”: son presentados como autores verdaderamente imbéciles. Ello, sumado a una Iglesia enfrentada al mundo moderno en lo político, y que además prohibía leer a dichos autores en sus fuentes, formó generaciones de católicos que pensaban que debían y podían “enfrentarse” a la filosofía moderna y contemporánea sólo muñidos de lo que los manuales les habían enseñado sobre esos “tontos”. Por supuesto, para cualquier estudioso inteligente ese tomismo quedaba sólo como un recuerdo de formación juvenil, pero lo peor era confundirlo con Santo Tomás.
  3. c)Pero lo más grave fue sacar a Santo Tomás de Aquino de su contexto teológico. Esto fue comprensible luego de la lucha de Pío X contra el “modernismo”. Claro, no era cuestión de convertirlo en un autor fideísta.

Pero tampoco era cuestión de convertirlo en manuales racionalistas que partían de la filosofía de la naturaleza, seguían por antropología filosófica y terminaban en una ontología y “teodicea” como preparatorias para una teología. Ontología y teodicea que estaban basadas fundamentalmente en los comentarios de Santo Tomás a Aristóteles. Con lo cual se daba la impresión de que podía haber una sola filosofía que llegara perfectamente a Dios creador, al alma inmortal, al libre albedrío, a la ley natural, sin ningún tipo de contexto teológico.

Lo que se pretendía, en realidad, era, dada la época, poder tener una especie de “filosofía de combate contra el mundo no creyente” al cual se le pudiera decir “yo no parto de ningún dato de Fe”, para poder “enfrentarlo” (no creo que “dialogar”) sin que el otro pudiera alegar una fe que no compartía. Ok, comprensible, pero en 2017 podemos decir que dicha estrategia salió muy mal.

Primero, porque es imposible, y este es el punto fundamental. Olvida el círculo hermenéutico “creo para entender y entiendo para creer” de San Agustín. Presupone que la sola razón puede llegar a la noción de Dios creador, lo cual implica ignorar que es el horizonte judeocristiano el que elevó a la razón humana a su máxima potencialidad, dialogar con la filosofía griega y así poder elaborar una síntesis donde razón y fe fueran las dos piernas de una misma caminata. Gilson se acercó a ello cuando defendió la filosofía cristiana, aunque en realidad más que una filosofía cristiana hay cristianos filósofos, esto es, en diálogo con toda razón que tenga algo de verdad. Mucho más se acercó Gilson en su ya citado libro “Los filósofos y la Teología”, pero fue el único caso.

Segundo, porque se rebajó a Santo Tomás a un mero comentarista de Aristóteles[1]. Nadie niega el impresionante valor del aristotelismo cristiano medieval, de San Alberto Magno y de Santo Tomás de Aquino, pero nadie puede afirmar que las obras principales de Santo Tomás sean sus comentarios a Aristóteles, por más monumentales e importantes que sean. Fueron la obra de un teólogo que usaba a Aristóteles para sus fines, un Aristóteles que ya había sido traducido del Griego (Santo Tomás no leía Griego) al Latín medieval por la pluma cristiana de Guillermo de Moerbeke. Santo Tomás usó la razón de Aristóteles para una teología cristiana que Aristóteles no concibió en absoluto: creación, providencia, conservación, concurso; que fueron los temas principales de Santo Tomás, a los que casi nunca se llegaban porque eran puestos en el último lugar de los referidos manuales. ¿Por qué los comentarios a Aristóteles y no las dos Sumas y las Cuestiones Disputadas eran las obras más importantes de Santo Tomás? ¿Por qué no se podía estudiar a Santo Tomás directamente de la Suma Teológica, donde en su primera cuestión la división entre filosofía y Teología NO estaba? ¿Y por qué para colmo había que leer a los comentarios a Aristóteles de manuales secundarios? ¿De dónde sacó el tomismo de fines del siglo XIX y principios del XX la divina autoridad para ello? ¿Dónde está el reportaje a Santo Tomás que lo acreditara?

¿Por qué se llama a Santo Tomás “filósofo” cuando en realidad era un Teólogo? ¿Por qué se negaron las fuentes esencialmente agustinistas del pensamiento de Santo Tomás, incluso en su teoría del conocimiento? En sus dos sumas, la estructura (Dios, lo que es creado por Dios, el regreso a Dios) es un esquema esencialmente neo-platónico agustinista. Las nociones de participación y de emanación juegan un papel central en su teología. Por supuesto, Santo Tomás agrega la analogía de Aristóteles para sacar toda sombra de panteísmo, pero ello no diluye una metafísica donde la participación juega un papel central. Cornelio Fabro intentó corregir ello a partir de 1960[2] pero lejos estuvo ello de cambiar ya la interpretación canónica de Santo Tomás como un aristotélico.

Tercero: nadie se lo creyó. Ningún católico tomista realmente cree que su fe no tiene nada que ver con su tomismo y menos aún ningún no creyente “cree” que el católico tomista NO tenga que ver con su fe. No fue honesto y toda la metafísica y ética de Santo Tomás siguió encapsulada como una cosa “de los católicos”. No sólo no era hermenéuticamente posible sino que no dio ningún resultado cultural.

Por supuesto, muchas más cosas se podrían seguir diciendo, pero a fines de este libro la pregunta que ahora se abre es: ¿entonces? ¿Qué había que hacer? ¿Qué hay que hacer?

  1. La vuelta a la unidad entre razón y Fe

Dijo Ratzinger en 1996: “Cuando una razón estrictamente autónoma, que nada quiere saber de la fe, intenta salir del pantano de la incerteza «tirándose de los cabellos» – por expresarlo de algún modo–, difícilmente ese intento tendrá éxito. Porque la razón humana no es en absoluto autónoma. Se encuentra siempre en un contexto histórico. El contexto histórico desfigura su visión (como vemos); por eso necesita también una ayuda histórica que le ayude a traspasar sus barreras históricas. Soy de la opinión de que ha naufragado ese racionalismo neo-escolástico que, con una razón totalmente independiente de la fe, intentaba reconstruir con una pura certeza racional los «praeambula fidei»; no pueden acabar de otro modo las tentativas que pretenden lo mismo. Sí: tenía razón Karl Barth al rechazar la filosofía como fundamentación de la fe independiente de la fe; de ser así, nuestra fe se fundaría, al fin y al cabo, sobre las cambiantes teorías filosóficas. Pero Barth se equivocaba cuando, por este motivo, proponía la fe como una pura paradoja que sólo puede existir contra la razón y como totalmente independiente de ella. No es la menor función de la fe ofrecer la curación a la razón como razón; no la violenta, no le es exterior, sino que la hace volver en sí. El instrumento histórico de la fe puede liberar de nuevo a la razón como tal, para que ella –introducida por éste en el camino– pueda de nuevo ver por sí misma. Debemos esforzarnos hacia un nuevo diálogo de este tipo entre fe y filosofía, porque ambas se necesitan recíprocamente. La razón no se salvará sin la fe, pero la fe sin la razón no será humana.[3]

O sea, Ratzinger advierte que el cristianismo es fe en diálogo con la razón, pero no una sola razón que prepara para la Fe. Así lo hemos visto a lo largo de todo este libro, pero el punto es: ¿cómo llevar ello a las circunstancias actuales? ¿Cómo afirmar nuevamente a un cristianismo filosófico en medio de un mundo que ya post-moderno, ya neopositivista, rechaza todo diálogo con la Fe? ¿Y qué tiene que ver todo ello con la recuperación de la metafísica racional y una idea dialogable de ley natural?

Para ello, veamos los siguientes puntos.

2.1.    La razón pública “cristiana” de Benedicto XVI

Gracias a Dios, Ratzinger no se olvidó de todo esto como Pontífice. En su nunca pronunciado, pero sí escrito, discurso a la Universidad La Sapienza (cuyos incalificables profesores le prohibieron pronunciarlo), del 2008[4], Benedicto XVI desarrolló una noción totalmente compatible con la línea desarrollada en este libro: la de razón pública cristiana, sobre el encuentro de horizontes entre el Cristiano y el no creyente, y en el no abandono por parte del primero de su propio horizonte. Citando a Rawls, le reconoce la importancia de su noción derazón pública, esto es, una racionalidad que todos los ciudadanos puedan compartir en una sociedad liberal. No lo niega, no lo critica, no lo rechaza. Pero agrega: el cristiano puede entrar con todo derecho, como ciudadano, en esa razón pública, sin por qué abandonar su cristianismo, como sí habría afirmado Rawls aunque con matices[5]. ¿Por qué? Porque el cristianismo implica en sí mismo cierta sensibilidad por ciertos temas que un no cristiano puede compartir.

Así lo dice Benedicto XVI: “…la historia de los santos, la historia del humanismo desarrollado sobre la base de la fe cristiana, demuestra la verdad de esta fe en su núcleo esencial, convirtiéndola así también en una instancia para la razón pública. Ciertamente, mucho de lo que dicen la teología y la fe sólo se puede hacer propio dentro de la fe y, por tanto, no puede presentarse como exigencia para aquellos a quienes esta fe sigue siendo inaccesible. Al mismo tiempo, sin embargo, es verdad que el mensaje de la fe cristiana nunca es solamente una «comprehensive religious doctrine» en el sentido de Rawls, sino una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma. El mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser siempre un estímulo hacia la verdad y, así, una fuerza contra la presión del poder y de los intereses”.

Observemos con qué claridad dice Benedicto XVI lo tantas veces afirmado en este libro: la Fe es una fuerza purificadora de la razón misma. Por ende desde la Fe podemos “tener razones” que pueden ser compartidas –con buena voluntad, con diálogo- con no creyentes, porque el pecado original ha herido pero no destruido la naturaleza humana. Entre esas razones, la noción de persona, de dignidad humana, de derechos personales, juegan un papel central. O sea: el ciudadano cristiano, en el debate público con otros ciudadanos, no tiene por qué ocultar su condición de cristiano para poder hablar. Sí, es una gran tentación hacer eso en los tiempos actuales, pero ya hemos visto que esa estrategia no es sincera, ni posible, ni da resultado. Por más rechazos que haya, el ciudadano cristiano puede decir sencillamente “sí, soy cristiano, pero no por ello NO puedo ofrecerte razones que tú NO puedas compartir”. Y, como hemos visto, esas razones han sido precisamente las que han conformado la cultura occidental. Si los tiempos actuales demandan otros debates, hay dos opciones que no corresponden: una, intentar volver a una unidad civil-religiosa que niegue el derecho a la libertad religiosa, dos, intentar abandonar el horizonte cristiano y esconderse en una supuesta “luz natural de la razón”, SIN dicho horizonte. Lo que corresponde es dialogar con el otro desde el propio horizonte. Esa ha sido la misión del cristiano en toda la historia, aunque recién ahora, después de tantos siglos, hemos abandonado totalmente toda pretensión de clericalismo.

Volveremos a todo esto más adelante. Por ahora sigamos con el tema de la ley natural.

2.2.    Un Santo Tomás re-ubicado en su contexto, en diálogo con el mundo actual

Por ende, podemos perfectamente hablar de Santo Tomás sin falsearlo, colocándolo sin problemas como teólogo, en su contexto histórico. Lo que tenemos que agregar, sencillamente, es el diálogo desde ese horizonte con el horizonte actual. ¿Se puede hacer ello? Perfectamente. ¿Por qué? Porque el núcleo central de la metafísica de Santo Tomás de Aquino contiene aportes perennes que en cuanto tales pueden ponerse en diálogo con la cosmología, ética, política, filosofía del lenguaje, hermenéutica, etc., actuales. Aunque en esos ámbitos Santo Tomás no haya salido del horizonte de su época, sin embargo, sus núcleos centrales más esenciales contienen aportes perennes, “dialogables” con el mundo contemporáneo.

Por ejemplo:

  1. a)Su filosofía de la física tiene trabajadas las nociones de azar y contingencia de un modo tal que la vuelve compatible con el indeterminismo actual.
  2. b)Su filosofía de la Física tiene una noción NO temporal de la causalidad divina que la vuelta en sí misma compatible con las teorías del big bang y la evolución.
  3. c)Su metafísica contiene una noción de analogía tal que la vuelve compatible con la noción hermenéutica actual de comunicación de horizontes.
  4. d)Su noción de persona es la clave para la dignidad humana, los derechos individuales y las bases de mundo de la vida de Husserl.
  5. e)Su noción de acción humana intencional es clave para una epistemología actual de la economía.
  6. f)Su noción de unidad sustancial del ser humano es la clave para los debates actuales de mente cerebro, inteligencia artificial, espiritualidad, etc.
  7. g)Su filosofía de las ciencias contiene las bases del método hipotético deductivo actual y la noción de “pregunta que se queda en la misma pregunta”, que es la base para la noción de conjetura.
  8. h)Su noción de persona es la clave para la filosofía del diálogo actual.
  9. i)Su noción del concepto como diferente a la acción subjetiva de concebir es clave para la fenomenología de Husserl.
  10. j)La fundamentación del mundo de la vida de Husserl en la noción de persona de Santo Tomás es clave para fundamentar los “aires de familia” de la filosofía del lenguaje de Wittgnestein.
  11. k)Su noción de Lógica como “secunda intentio” es clave para la fundamentación ontológica de la Lógica-matemática actual.

Y fueron sólo ejemplos…. Por lo tanto, sin convertir a Santo Tomás en algo que no fue (un solamente filósofo), se lo puede poner perfectamente en diálogo con el mundo actual. La clave como siempre es una sencilla intersección de horizontes:

2.3.    La recuperación de la metafísica y la idea de ley natural

2.3.1.   La famosa esencia y la esencia humana: la fenomenología y la estructura dialógica del ser humano

Ante todo, recordemos cómo habíamos planteado el problema: “…Descartes, luego de su duda metódica sobre la existencia del “mundo externo”, quiere probar su existencia, para los escépticos. Para ello, una vez que demuestra la existencia de Dios, afirma que ese Dios, infinitamente bondadoso, no puede permitir que nos engañemos respecto a la existencia de las ideas “claras y distintas”. Pero estas últimas son las geométricas. Luego en el mundo externo, las esencias de las “cosas en sí mismas” son matemáticas y por ello pueden ser enteramente conocidas por la nueva Física-matemática.

Pero luego Hume tira abajo la demostración cartesiana de la existencia de Dios y, por ende, el mundo externo queda sin demostración.

Kant le reconoce a Hume haberlo despertado del “sueño dogmático” en el cual estaría encerrada la escolástica racionalista Descartes-Leibniz-Wolff, pero no se conforma con el escepticismo teórico (no práctico) de Hume. Admite que existe un mundo externo pero no podemos conocer sus esencias como Descartes lo pretendía. La Física-matemática es el fruto de categorías a priori del entendimiento aplicadas a la intuición de lo sensible. Por ello la “cosa en sí” no se conoce, y desde entonces el mundo de las “esencias” es incognoscible. Todos los anti-kantianos en este punto (Brentano, Hussserl, neotomistas)tendrían que reconocer que el planteo de Kant es una perfecta conclusión a partir del problema cartesiano sujeto-objeto. Es ESE planteo el que hay que cambiar si quisiéramos resolver el problema”.

Si somos coherentes con eso, es la misma noción de esencia la que quedó desdibujada en el debate Descartes-Hume-Kant. El problema de Descartes no fue su planteo agustinista en el tema de las esencias, sino la posterior identificación del “mundo externo en sí mismo” con la Física-matemática recién naciente. A su vez, tenía que pasar mucho tiempo para que se re-elaborara la noción de “mundo”, pero eso ya ha sucedido a partir de Husserl, precisamente un neo-cartesiano.

Por un lado hay que re-planear el tema de las cosas físicas. Como ya hemos dicho en otras oportunidades[6], lo que se conoce es “algo” de la esencia, desde el mundo de vida (humano). Lo que se supera con ello es la dialéctica entre la “cosa en mí” (como si no pudiera conocer más que mis ideas-copia de las cosas) y la “cosa en sí” (como si se pudiera conocer una cosa sin horizontes humanos).

Volviendo a nuestro ejemplo del agua lo que se conoce es “algo” del agua, lo humanamente cognoscible, pero que noniega que lo humanamente cognoscible del agua provenga de aquello que es “en sí”. La esencia humanamente cognoscible del agua es, por ende, aquello que sirve para beber, lavarnos, aquello que sin lo cual hay sequía, con lo cual hay vida, o si hay mucho hay inundaciones, etc., siempre dentro de sus peculiaridades históricas. Pero ello no es una “cosa en mí” que niega la cosa en sí, sino que afirma que el “algo” humanamente cognoscible del agua deriva de lo que el agua en sí misma es, aunque lo que el agua sea sin horizontes humanos sea sólo conocido por Dios (lo que la ciencia diga del agua es otro horizonte humano). Por ello decía Santo Tomás que la esencia de las cosas naturales es la “quidditas rei materialis” (el qué de la cosa material) en estado de unión con el cuerpo, esto es, cuerpo humano, leib, como diría Husserl, o sea, cuerpo viviente ya en la intersubjetividad (mundo).

Pero para el tema de la ley natural en sentido moral, lo más importante es el conocimiento del otro en tanto otro, que también surge del mundo de la vida. Habitar en un mundo de la vida es habitar en la intersubjetividad: es también haber superado la dicotomía sujeto-objeto; el otro no es un objeto del cual pueda dudar, sino el constituyente esencial de mi mundo humano del cual no puedo dudar. Y ello porque lo conocemos “en tanto otro”: “en tanto otro” agrega una dimensión moral, elotro como un tú, como lo que supera lo que es un mero instrumento a nuestro servicio. El eje central de la ley natural surge en nuestra conciencia intelectual y moral precisamente cuando vemos al otro en tanto otro en cualquier acto de virtud. Luego la filosofía podrá sobre ello hacer la teoría correspondiente, pero la vivencia de la ley natural es indubitable en cualquier acto de virtud donde el otro sea respetado en tanto otro. Que “la naturaleza humana no se pueda conocer” es un remanente mal planteado del mal planteado problema entre sujeto y objeto. Claro que se conoce la naturaleza humana, apenas conocemos en el otro un rostro que merece respeto por el sólo hecho de ser otro y por ende no reducible a un mero instrumento “para mí”.

Por lo demás, tenemos aquí un buen ejemplo de lo que decíamos antes, sobre cómo un creyente habla con un no creyente. La ley natural se entiende desde el contexto judeocristiano donde “el otro” es el herido en la parábola del buen samaritano. Y todo no creyente que haya sido o sea el buen samaritano, sabrá por ende qué es la ley natural.

2.3.2.   La “existencia” de Dios

Vayamos ahora al famoso tema de la “existencia” de Dios.Igual que en el caso anterior, recordemos el planteo del problema: “… Como hemos recordado, el argumento ontológico, re-elaborado, es esencial en Descartes (y también en Leibniz) para demostrar la “existencia” de Dios”.

No es este el momento para analizar la validez del argumento ontológico en San Anselmo. Creemos que se lo puede ubicar perfectamente en una línea agustinista, en la vía de la participación. Por lo demás, como está escrito por San Anselmo en el s. XI, está en la línea de una inobjetable teología apologética, dentro del juego de lenguaje de su época.

Como Descartes lo interpreta, se trata de la “idea de Dios en mí”, que como idea es finita, que conduce –vía contingencia– a la idea de que sólo Dios infinito pudo haber puesto en mí la idea de un Dios infinito, o sea, un Dios cuya esencia implique necesariamente la existencia. Luego Dios existe.

Como Kant lo lee, ello implica que a la idea de Dios se le agrega la existencia, cosa que para Kant es imposible porque la existencia de algo sólo puede ser añadida por la experiencia sensible, cosa que en el caso de Dios es imposible.

Y, si se pretende demostrar que Dios existe a partir de la contingencia del mundo, esa demostración tiene implícito el argumento ontológico y por ende hay allí una petición de principio. Así plantadas las cosas, Kant tiene razón.

Lo esencial aquí es cuando decimos “como Kant lo lee”. Kant lo lee con la noción lógica de existencia como ausencia de clase vacía. Seguro lo hizo así por una degeneración de siglos de la distinción esencia y existencia, donde la esencia es como un ente imaginario o como una clase vacía que necesita al menos un caso para pasar a la existencia. Como cuando decimos “existe al menos un x tal que x es perro”. Y, efectivamente, para ello necesitamos una “experiencia de al menos un perro”, incluso aunque sea la experiencia intelectual-sensible del tomismo. O sea, no se puede partir a priori de ninguna existencia en ese sentido, excepto la nuestra, que a su vez es un “a posteriori” de haber puesto en acto segundo nuestra potencia intelectual.

Pero Dios, en la tradición judeocristiana, no tiene que ver con ese tipo de existencia.

En primer lugar, ser, en Santo Tomás, es ser creado. La creación es lo que da sentido al “estar siendo”. Que Juan sea implica que “está siendo sostenido en el ser” o sea creado, por Dios. Cualquiera puede captar que Juan existe en un sentido habitual del término, pero desde el horizonte judeocristiano ello quiere decir que es creado (no que “fue” creado), y ello implica que su ser es finito, que no es el ser de Dios, y ello implica que su esencia como tal no se identifica con su ser. Por ende la diferencia esencia-acto de ser, en Santo Tomás, es un punto de llegada, más que un punto de partida que se pueda utilizar sin suponer el horizonte judeocristiano.

Pero con esto, tenemos otro ejemplo de cómo replantear el tema desde un diálogo del creyente con el no creyente. El creyente no puede pretender partir de una cosa cualquiera existente para demostrar desde allí la existencia de Dios (y nadie crea que Santo Tomás hacía eso en sus vías, porque sus vías eran un debate con San Anselmo[7]). Porque, como hemos visto, cuando el creyente ve a Juan, ya sabe que Juan no es Dios, y lo saben por su horizonte judeocristiano, no por otra cosa.

Tampoco el creyente puede pretender que el no creyente esté interesado en Dios. Primero hay que dialogar sobre el sentido de la vida para, a partir de allí, ir al “tema” Dios.

Pero entonces, el creyente puede decir que sí, que cree en Dios, y que se sabe creado por Dios. Cuando el no creyente pregunte qué significa ello, el creyente puede intersectar horizontes, fusionar horizontes, encontrar una analogía de un propia experiencia de estar creado con la vivencia del no creyente de saberse “no necesariamente existente”, esto es, que podría haber existido o no. Cuando el no creyente toma conciencia de ello, el creyente puede decirle que esa radical contingencia existencial lo puede ayudar a entender su experiencia (la del creyente) de saberse sostenido en el ser (creado). A partir de allí, Santo Tomás cobra sentido. Antes, no.

O sea,

Por lo demás, Dios no es un elemento de una clase no vacía. Las nociones humanas de existencia como elemento de una clase no vacía no tienen sentido en Dios. Si decimos “existe el menos un x tal que x es elefante”, entonces suponemos “la clase de los elefantes”. Pero si decimos “existe el menos un x tal que x es Dios”, ello supone entonces “la clase de los dioses”, lo cual es totalmente incompatible con el monoteísmo no panteísta del creacionismo judeocristiano.

Y cuando Santo Tomás dice “Dios es” No dice “existe”, dice “utrum Deus sit”, lo cual, en el contexto de sus vías, nolleva a una definición de Dios en tanto Dios sino a Dios como causa no-creada de lo creado. Por ende Santo Tomás no parte de la esencia de Dios, sino que Dios queda demostrado como la causa no-finita de lo finito. Pero “no-finito” no es una definición, no es el conocimiento de una esencia, sino que es remitirse a toda la tradición de la teología negativa (especialmente Dionisio) que con razón afirma que de Dios se sabe lo que NO es (NO es creado, finito) pero NO lo que es, aunque luego Santo Tomás, con un juego de lenguaje que supera nuestro modo habitual de hablar, por sujeto, verbo y predicado, se refiera a Dios como “el mismo ser subsistente” dado que precisamente por ser no-creado es aquello “cuyo esencia es ser”, aunque en realidad no podemos intelectualmente concebir qué decimos con ello cuando lo decimos.

Por ende Santo Tomás sí pre-supone al San Anselmo teólogo, apologético, donde Dios no puede no ser, pero no presupone un supuesto argumento ontológico “caído” en la tosca afirmación de que la esencia de Dios implica su existencia, manejando “esencia” como “conocimiento positivo” y “existencia” como ausencia de clase vacía.

2.3.3.   La forma substancial subsistente

Como en los casos anteriores, recordemos el problema: “….Y finalmente lo mismo sucede con respecto a la inmortalidad del alma. Descartes tiene razón en encontrar en la interioridad humana algo no reducible a lo material, pero su modo de plantearlo, dualista –cosa comprensible como reacción contra un aristotelismo no cristiano- produce otro malentendido. La inmortalidad del alma, así planteada, como una sustancia espiritual no dependiente del cuerpo, pre-supone que la misma “categoría” de sustancia –que no correspondería en Kant a un modo de ser real- está unida al atributo de unidad espiritual. O sea que –de vuelta– a la idea de la razón pura llamada “alma espiritual” se le atribuye una existencia que, sin embargo, sólo puede ser predicada luego de una experiencia sensible que, en este caso, es imposible. Nuevamente, así planteadas las cosas, Kant tiene razón.

En efecto, no se puede predicar “a priori” la espiritualidad del “yo” humano pues no toda sustancia es espiritual. Lo que ocurre es que en Descartes sobreviven argumentos emanados de la escolástica según los cuales la inteligencia es inmaterial. Entonces, sobre todo hoy, con el avance de las neurociencias, ello se ve como un dualismo “sin ninguna razón” más que una fe religiosa indiferente ante el avance de las ciencias.

De vuelta, el creyente no negará que cree en una dimensión espiritual del yo más allá de lo material. Pero también le dirá al no creyente que no es “dualista”: el yo no es algo separado del cuerpo, sino que la persona humana es el mismo cuerpo humano, viviente (el leib de Husserl) esencialmente destinado el encuentro intersubjetivo y dialógico con el otro, con el tú.

Pero en el encuentro con el tú hay comunicación y mensajes. Y en el mensaje, en “lo que” el otro dice, se puede encontrar una esencial distinción: el mensaje en sí mismo y el canal físico en el cual el mensaje se graba. O sea, el mundo 3 de Popper en comparación con el mundo 1, que es material. “La” teoría de la relatividad –como dice Popper– NO se identifica con ninguno de los potencialmente infinitos papeles donde hay tinta grabada ni con el silicio de una computadora.Papel y tinta no son “la” teoría de la relatividad: ésta, como tal, es una, tiene un significado en sí que no se reduce a lo material. Santo Tomás ya había hablado de esto cuando dijo que la inteligencia es capaz de captar lo universal.

Ahora bien, para Santo Tomás la inteligencia no es el yo, la sustancia, sino que es una potencialidad de la sustancia humana, del cuerpo humano. Y el cuerpo humano está a su vez ordenado por una forma que le da unidad estructural frente a los millones de elementos atómicos que lo componen y que se renuevan día a día por el proceso metabólico[8].

Quiere decir que de esa forma emergen las potencialidades sensitivas y también la inteligencia humana (en estado de unión con el cuerpo) capaz de captar esos “significados en sí mismos”.

Ahora bien, en Santo Tomás, entre la potencia de conocimiento y su objeto de conocimiento hay una analogía de proporción intrínseca. Ello quiere decir que el modo de ser de la potencia está medido, determinado, por el modo de ser del objeto. Por ende, si el objeto no es reducible a lo material (el mundo 3 no es reducible al mundo 1) entonces la potencialidad en sí misma (la inteligencia) tampoco. Pero la potencia emerge de la forma sustancial que ordena al cuerpo. Y, de vuelta, hay una analogía de proporción entre la potencia y la forma sustancial. Luego, la forma sustancial humana no se reduce a lo material, pero ello no quiere decir que no sea ordenadora de lo material. Por eso concluye Santo Tomás que la forma sustancial humana es subsistente, esto, subsiste más allá de la desaparición del cuerpo, pero no como un espíritu suelto, sino como una sustancia “INcompleta”, porque le falta el cuerpo al cual está ontológicamente destinada. Y por ello no puede ejercer sus funciones intelectuales. Lo que ocurre es que en Santo Tomás todo esto está dicho en el contexto de su teología donde la forma sustancial subsistente entra inmediatamente al juicio particular y por ende a su destino eterno, donde en el juicio final se reencontrará con el cuerpo que esencialmente le pertenece.

Pero todo ofrece, al debate mente-cerebro actual, conclusiones importantes. Santo Tomás nunca negaría las experiencias actuales de la neurociencia donde las potencialidades intelectuales quedan afectadas por un daño neuronal. Porque la inteligencia ejerce su función con con-curso con las potencialidades sensibles, lo cual, en nuestros paradigmas actuales, implica decir: en con-curso con todo el sistema nervioso central y por ende con todo el cuerpo (la “inteligencia sentiente” de Zubiri[9]). Por ende una falla en el sistema nervioso implica que la inteligencia humana no puede “ejercer”, “pasar de la potencia al acto”, pero queda comopotencia en acto primero, o sea, existente, como una capacidad que como tal está allí pero no puede ejercer su función.

Por ende no es cuestión de afirmar un “alma inmortal” que nada tendría que ver con el cuerpo, sino una forma sustancial que organiza al cuerpo –en pleno diálogo con la biología actual– pero que es subsistente a la desaparición del cuerpo. Este es el gran logro de un teólogo cristiano como Santo Tomás que es plenamente compatible con los avances actuales de las neurociencias, por un lado, y con la razonabilidad de las aspiraciones espirituales más profundas del ser humano, por el otro, que se traducen en su mirada, en sus manos, en su rostro, en su arte, en su capacidad de interpretación, en su empatía, en su capacidad de vínculo con “el yo del otro”, en mirar a los ojos y ver al otro y no sólo una pupila, iris y córnea. Por eso las computadoras –por más temor que nos inspire el legendario ojo rojo del “2001”, Hall– no pueden “mirar”. Sólo el ser humano mira. Con odio (Caín) o con amor (Abel), en la lucha permanente entre el bien y el mal (no en la “función y DIS-función”) que queda abierta precisamente por nuestra forma subsistente, hasta el final de la Historia que sólo será con la segunda venida de Cristo.

2.3.4.   Libre albedrío y conciencia crítica

Nuevamente, el libre albedrío ha sido uno de los regalos más preciosos de la revelación judeocristiana a la humanidad. Libre albedrío que convive con la gracia de Dios y la providencia, un misterio que, al tratar de ser explicado por los grandes teólogos[10], no ha hecho más que aclarar la noción misma de libre albedrío, para creyentes y para con no-creyentes.

De vuelta, después del iluminismo, las interpretaciones de diversas cuestiones científicas han puesto la carga de la prueba del lado de los que defienden el libre albedrío. Por un lado, un universo determinista no dejaba lugar para el libre albedrío, excepto que se asumiera una posición dualista donde el yo estaba exento de lo material. Ese fue el gran mérito de Descartes en su momento, y de la ley moral en Kant, que jugaba igual rol. Pero ya hemos visto que esa posición dualista retroalimentaba una posición cientificista donde los avances de las neurociencias mostraban un innegable rol del sistema nervioso central en la inteligencia de la persona. Eso lo hemos respondido en el punto anterior.

O sea: si la forma sustancial subsistente no se reduce a lo material, y por ende la inteligencia tampoco, ésta no puede estar afectada por las causalidades físicas como potencia en acto primero, aunque puede condicionarla a su paso al acto segundo. En ese sentido el libre albedrío se mantendría.

Por lo demás, se puede decir que hoy casi ningún físico sostiene el determinismo newtoniano, dado el indeterminismo de la física cuántica. Sin embargo, la indeterminación onda-partícula es un tema del mundo físico. Si, posiblemente nuestro cerebro sea el lugar donde más fenómenos de la física cuántica tienen lugar, pero no es el indeterminismo cuántico la causa del libre albedrío, precisamente porque, como veremos, el libre albedrío es algo irreductible a lo material.

Yendo al tema, alguien podría objetar que la inteligencia no es libre ante la conclusión que “ve”, si las premisas son verdaderas y la lógica entre ellas es correcta. Volviendo al famoso ejemplo, la conclusión “Sócrates es mortal” no es libre ante sus premisas “Todos los hombres son mortales” y “Sócrates es hombre”. Pero, precisamente, Santo Tomás afirma que el libre albedrío es el libre juicio de la razón, allí donde las premisas no son suficientes para dar una conclusión necesaria.

“En cambio, el hombre obra con juicio, puesto que, por su facultad cognoscitiva, juzga sobre lo que debe evitar o buscar. Como quiera que este juicio no proviene del instinto natural ante un caso concreto, sino de un análisis racional, se concluye que obra por un juicio libre, pudiendo decidirse por distintas cosas. Cuando se trata de algo contingente, la razón puede tomar direcciones contrarias. Esto es comprobable en los silogismos dialécticos y en las argumentaciones retóricas. Ahora bien, las acciones particulares son contingentes, y, por lo tanto, el juicio de la razón sobre ellas puede seguir diversas direcciones, sin estar determinado a una sola. Por lo tanto, es necesario que el hombre tenga libre albedrío, por lo mismo que es racional[11]”.

La clave aquí es “cuando se trata de algo contingente, la razón puede tomar direcciones contrarias”. Por ejemplo, comprar un lápiz o una lapicera. Tengo razones tanto para una cosa como para la otra. Ninguna de esas razones me llevanecesariamente a la conclusión. Entonces la voluntad, que es el apetito el bien mediado por la inteligencia, es libre. Por ello decidir no es efectuar un razonamiento necesario, porque si hubiera necesidad, no habría decisión. Por eso dice nuevamente Santo Tomás: “… si se le propone (a la voluntad) un objeto que no sea bueno bajo todas las consideraciones, la voluntad no se verá arrastrada por necesidad. Y, porque el defecto de cualquier bien tiene razón de no bien, sólo el bien que es perfecto y no le falta nada, es el bien que la voluntad no puede no querer, y éste es la bienaventuranza. Todos los demás bienes particulares, por cuanto les falta algo de bien, pueden ser considerados como no bienes y, desde esta perspectiva, pueden ser rechazados o aceptados por la voluntad, que puede dirigirse a una misma cosa según diversas consideraciones.”[12]

Y, precisamente, en el mundo de la vida (humano) ninguna de nuestras opciones es perfecta, esto es, ninguna de ellas colma absolutamente las aspiraciones de nuestra naturaleza. Por ello los razonamientos que nos llevan a tomar decisiones no son necesarios, y, por ende, la decisión es libre.

Popper tiene un argumento por el absurdo para demostrar el libre albedrío que se relaciona mucho con lo anterior[13]. Si estuviéramos determinados a decir lo que decimos, no seríamos libres de no decirlo. Pero en un debate, en un diálogo, donde alguien puede convencerme de algo y yo cambiar de parecer, o donde yo puedo darme cuenta de algo que antes no veía, no hay necesidad en las afirmaciones (a las que llego mediante el diálogo). De lo contrario, si el otro estuviera determinado a decirme que yo estoy equivocado, ¿para qué intentar convencerlo de lo contrario? Lo más absurdo sería que mi contra-opinante sostuviera que yo estoy equivocado al decir que el hombre no es libre. ¿No sería contradictorio con mi propio determinismo tratar de convencerlo de lo contrario, para que llegue libremente a la conclusión de que el hombre no es libre?

Lo que Popper sostiene no necesariamente remite a un mundo determinístico que afectara a nuestras neuronas. Es compatible con su propia interpretación de la física cuántica[14], donde la indeterminación onda-partícula depende de propensiones, de tendencias –donde hace entrar la noción de potencialidad de Aristóteles– intrínsecas a una determinada situación física, donde la partícula se comporta a veces como partícula y a veces como onda. Pero ello no depende del control del ser humano. Por ello, aunque en nuestro cerebro hubiera indeterminación cuántica, la demostración de Popper se aplica igual.

  1.       Conclusión: la noción de persona en diálogo con el no creyente

Todo esto implica que se puede volver a poner en diálogo con el no creyente a la noción de persona, única, irrepetible, inteligente, libre, corpórea, con una ley natural intrínseca y por ende con una serie de derechos inalienables que deben siempre ser respetados. Las mejores instituciones que defiendan ello serán siempre temas más opinables. Pero los judeocristianos que nieguen esa conclusión, porque sería algo “liberal”, no advierten que están encerrados en una cuestión terminológica que peligrosamente los aparta de una de las conclusiones más importantes de su propio judeocristianismo. Excepto que estén encerrados, en realidad, en ideologías nazi-fascistas o comunistas.

A los no creyentes que nieguen esa conclusión no hay más que preguntarles: ¿por qué? ¿Por qué es una conclusión derivada del judeocristianismo? Pues sí, pero ya hemos visto que ello no obsta a que desde ese mismo horizonte se denrazones que el no creyente no pueda compartir. Y la cerrazón absoluta a considerarlas sólo puede venir, nuevamente, de ideologías nazi-fascistas y/o comunistas que, renovadas de mil maneras, siguen encerrando a muchos en paradigmas totalitarios, cuya fanática adhesión constituye ya un caso severo de alienación patológica.

Por ende, creyentes sanos y no creyentes sanos, abiertos al diálogo, a compartir horizontes, tienen que unirse hoy, más que nunca, en la defensa de Occidente, esto es, en la defensa de las libertades individuales ante los renovados totalitarismos que hoy ya las están destruyendo. Occidente padece hoy su propio Alzheimer. Que Dios nos ayude a recuperar nuestra memoria e identidad.

 

[1] Véase Sciacca, op.cit., cap. XIII.

[2] Pariticipation et Causalitéop. cit.

[3] Conferencia “Sobre la situación actual de la Fe y la teología” (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/incontri/rc_con_cfaith_19960507_guadalajara-ratzinger_sp.html). Los subrayados son nuestros. La cita nº 20 dice: “El haber descuidado esto y el haber querido buscar un fundamento racional de la fe que fuera presuntamente del todo independiente de la fe (una posición que no convence por su pura racionalidad abstracta) es, en mi opinión, el error esencial, en el plano filosófico, del intento efectuado por H. J. Verweyen, Gottes letztes Wort (Düsseldorf 1991), del cual habla Menke, loc. cit., pp. 111-176, aun cuando lo que él dice contenga muchos elementos importantes y válidos. Considero, en cambio, histórica y objetivamente más fundada la posición de J. Pieper, véase la nueva edición de sus libros: Schriften zum Philosophiebegriff, Hamburg Meiner 1995”.

[4] Véase el capítulo sexto.

[5] Rawls, J., The Law of the Peoples, Cambridge, MA, Harvard University Press, 1999, pp. 166-174.

[6] En Hacia una hermenéutica realistaop. cit.

[7] He analizado esta cuestión en Zanotti, G. J., “La llamada existencia de Dios en Santo Tomás: un replanteo del problema”, Civilizar, nº 10 (18), enero-junio de 2010, pp. 55-64.

[8] Al respecto véase Artigas, M., La inteligibilidad de la naturaleza, Pamplona, Eunsa, 1992, y La mente del universo, Pamplona, Eunsa, 1999.

[9] Zubiri, X., Inteligencia sentiente, 5a ed., Madrid, Alianza, 2006.

[10] Véase al respecto el elogio de Popper a San Agustín en Popper, K., El universo abierto, Madrid, Tecnos, 1986, nota nº 30.

[11] Suma Teológica, I, q. 83.

[12] Suma Teológica, I, q. 2 art 10.

[13] Popper, K., op. cit.

[14] Popper, K., Teoría cuántica y el cisma en física, Madrid, Tecnos, 1985.

 

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor titular, de Epistemología de la Comunicación Social en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor de la Escuela de Post-grado de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Profesor co-titular del seminario de epistemología en el doctorado en Administración del CEMA. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Fue profesor Titular de Metodología de las Ciencias Sociales en el Master en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE, y miembro de su departamento de investigación.

La información y el sentido de la vida

Por Sergio Sinay: Publicado el 3/1/18 en: http://sergiosinay.blogspot.com.ar/

 

No vivimos ya en una sociedad de productores y ni siquiera de ciudadanos, sino en una sociedad de consumidores. Se nos incita a consumir, se nos adiestra para ello, se nos crea deseos que se inoculan como necesidades, se instala subliminal y directamente la idea de que si cesa el consumo sobrevendrá el fin del mundo, de que no hay otro modelo posible para que las sociedades funcionen, se nos conduce a una insatisfacción permanente porque solo sobre la base de ella puede funcionar el consumismo, dado que quien está satisfecho con su vida, con sus relaciones, con sus proyectos existenciales, se siente en paz, no desea más, consume lo necesario y lo hace racionalmente.

También en el plano de la información esta matriz está presente. ¿Cuánta información es necesaria? La respuesta de Perogrullo sería: la que necesitamos, no más que eso. Sin embargo, no es tan fácil saber lo que se necesita. Requiere un tiempo de introspección, de reflexión, de separar mentalmente la paja del trigo, lo superfluo de lo esencial. Requiere contacto con la propia interioridad, escucha de las voces internas y aceptación de lo que dicen. Muchas veces ellas pueden oponerse a la urgencia de los deseos y proponer calma, sobriedad y sensatez. En los tiempos que corren no hay propensión a ese ejercicio de auto observación. Se vive en la superficie, a toda prisa, con predominio de lo fugaz y lo descartable. No son las mejores condiciones para reconocer lo que es una necesidad auténtica, nacida de adentro, y para diferenciarla de un deseo urgente y ansioso estimulado desde afuera.

Una sociedad de consumidores es, a su vez, una sociedad de clientes. Lo que se espera de ellos es que compren. Y lo que se busca es venderles (…) Donde dice “productos” se puede, y se debe, leer también “información”. Hoy la información es un producto. Si no hay noticias urge inventarlas. Si las que hay no tienen suficiente morbo se descartan y se remplazan por otras, artificiales. De acuerdo con el periodista y ensayista gallego Ignacio Ramonet, quien dirigió la prestigiosa publicación francesa Le Monde Diplomatique y se ha especializado en el estudio de las relaciones de los medios con la ideología y la política, entre la última década del siglo XX y las dos primeras del XXI, se produjo en el mundo más información que en los 5 mil (cinco mil, sí) años anteriores”. En un ejemplar dominical del The New York Times, según Ramonet, hay más información de la que un ciudadano del siglo XIX podía recibir en toda su vida. Y nadie diría que el siglo XIX no dejó enormes contribuciones para la humanidad en todos los campos: filosofía, política, tecnología, ciencia, arte.

También mucho antes de las computadoras, de internet, de los teléfonos celulares y de las tablets, en épocas durante las cuales sus creadores no estaban atosigados de información como los llamados “innovadores” y los consumidores de hoy, nacieron valiosos legados que enriquecieron la historia y la experiencia humana (cosa ignorada por buena parte de la población actual del planeta). Y no solo perduraron, sino que jamás fueron superadas. Ahí están como prueba la rueda, la imprenta, el avión, la máquina de vapor, los barcos, extraordinarios monumentos (como las pirámides egipcias y mexicanas), catedrales, teatros, el automóvil, la electricidad, el cine, la televisión, la penicilina, los antibióticos, la anestesia, la telegrafía con y sin hilos, el Canal de Panamá, la Torre Eiffel, el mítico Empire State, los rayos X, los cohetes que exploran el espacio y tantas cosas más. Podríamos seguirlas enumerando durante páginas y páginas.

Más información no parece significar, de manera automática, más conocimiento, más inspiración, más visión estratégica, más inteligencia aplicada. Un viejo dicho aconseja no confundir gordura con hinchazón  (…)

Bulimia informativa y desigualdad social

Priscila López, investigadora de la subsecretaría de Comunicaciones de Chile, y Martín Hilbert, que fue asesor de la ONU y es investigador y profesor en la Universidad de California, dieron a conocer en 2012 un trabajo en el que estudiaron la capacidad mundial de almacenamiento de información entre 1986 y 2007. Una de sus conclusiones fue que, mientras los medios de almacenamiento y producción de información se habían desarrollado espectacularmente en ese lapso, al igual que la cantidad de información, la capacidad de transmitirla había crecido de una manera modesta. Desde 1990 la tecnología digital copó el escenario informativo y hacia 2007 la mayor parte (el 94%) de la memoria de la humanidad estaba almacenada digitalmente. Esto equivalía a 61 CD-Roms por cada habitante del planeta. Unas 80 veces más información por persona que la existente en la Biblioteca de Alejandría 300 años antes de Cristo. Si esa información hubiese estado almacenada en papel, se habría necesitado un 17% más que el Producto Bruto Interno de Estados Unidos para comprarla. Había una cantidad de bytes de información por persona equivalente a todas las estrellas de la galaxia. Si cada byte fuera representado por un grano de arena, habría sido necesaria una cantidad de arena 315 veces mayor a la de todas las playas del planeta. Cada ser humano recibía en el lapso estudiado una cantidad de información diaria equivalente a 174 periódicos y emitía un monto igual al de 6 diarios con todos sus suplementos.

Surge una pregunta inmediata y quizás ingenua: ¿en cuánto contribuyó todo eso a mejorar el mundo, a luchar contra el hambre, a elevar la plenitud existencial de la población planetaria, a elevar la calidad de la justicia, a generar equidad, a disminuir las guerras y la violencia, a trabajar por la aceptación, la compasión y la empatía, a disminuir las tasas de egoísmo o a hacer más dignas las condiciones de vida de grandes masas de población? (…)

Si la información no es aplicada deja de ser un medio y pasa a ser un fin. Cuando eso ocurre, importa más la cantidad que la calidad. Y la bulimia informativa aparta a enormes mayorías de personas de la vida real, ya que les quita tiempo, atención, vinculación y horizontes existenciales. (…) Si la cantidad de información circulante sobrepasa la posibilidad de absorción y metabolización por parte de las personas, si estas reciben, retransmiten o emiten datos sin procesarlos, sin reflexionar, sin discriminación, los seres humanos pasan a ser simples herramientas de la maquinaria informativa cuyos intereses principales son económicos en primer lugar y políticos en segundo. Economía y política son instrumentos esenciales en la construcción de una comunidad humana fundada en valores, en cooperación y en visiones trascendentes. Pero dejan de ser instrumentos cuando se convierten en fines en sí mismos inspirados por la ambición de acumular poder y ejercerlo. Chatarra tecnológica y chatarra informativa polucionan hoy al planeta tanto en el plano físico como en el mental y espiritual. La monstruosa cantidad de información, de la cual el informe citado es apenas un testimonio, es imposible de asimilar, ordenar, procesar y orientar hacia fines dignos. Se trata de un tsunami que desbarata cualquier estructura mental y la reduce a escombros, aunque sus consumidores crean que no es así y estén convencidos (como sucede con los adictos respecto de aquello que los somete) de que lo controlan.

El pensamiento crítico, ese gran antídoto

¿Se puede hacer algo frente a esta pandemia de superficialidad dañina? (…) Se trata de reivindicar el valor del pensamiento, de estimular su ejercicio (en progresivo desuso), de auto adiestrarse y adiestrar a otros en la capacidad de reconocer y seleccionar la información valiosa y descartar la inútil, tendenciosa, amañada, especulativa, manipuladora y falsa. Se trata de aprender (o reaprender) a reconocer fuentes fiables de las que no lo son, cosa posible para una persona que piense por su cuenta, que no tercerice sus pensamientos, que venza a la pereza intelectual, que mantenga despierta la atención y que saque conclusiones (dos más dos siempre es cuatro y muchas veces hay fuentes que lo presentan como cinco, valiéndose de falacias). Se trata de atreverse a investigar por cuenta propia, de dedicar tiempo a la reflexión que sigue a la lectura. Se trata de una mayor comunicación con los seres y las situaciones reales que nos rodean y menos conexión que con la virtualidad y la digitalización que nos achatan y secuestran.

A la educación, tanto la esencial que se inicia en los hogares con liderazgo y ejemplos (sobre todos conductuales y morales) como a la formal, que corre por cuenta de escuelas, colegios y universidades, le cabe un papel sustancial en este emprendimiento. Las educadoras Inés Aguerrondo y Agustina Blanco apuntan que “la tecnología en las escuelas es un componente indispensable a considerar, si el sistema busca reducir las brechas de oportunidades”. Pero advierten: “El hecho de acceder a la información y al conocimiento no garantiza su comprensión, su apropiación y su uso. Es necesario dotar a las generaciones jóvenes de herramientas para sumergirse de modo eficaz en el océano de información que hoy está al alcance inmediato de todos, poder diferenciar lo importante de lo irrelevante, lo confiable de lo espurio, así como saber analizar las fuentes de información” (…)

Allí está el antídoto que puede y debe suministrarse desde la misma formación de la identidad y de la ciudadanía, antes de que sea tarde y la avalancha de información tóxica sepulte a chicos y jóvenes y los convierta en adultos zombis (…).

La sobredosis de información narcotiza, hace perder de vista el foco de la propia existencia, los pilares esenciales sobre los que esta se sostiene. Tomar el timón de esa existencia conlleva establecer cuál es el espacio y el tiempo que la información ocupará en nuestra vida, para qué y cómo la necesitamos y la usaremos, cómo nos aproximaremos a ella, qué consecuencias tendrá esa relación no solo en nosotros sino en nuestro entorno vincular, ciudadano y físico. El modo en que nos vinculemos con la información dirá si decidimos ser sujetos de nuestra vida u objetos manipulables de los intereses de otros. Acaso todo esto pueda resumirse en una frase: dime cómo, de dónde y para qué te informas y te diré cómo vives.

 

Sergio Sinay es periodista y escritor, columnista de los diarios La Nación y Perfil. Se ha enfocado en temas relacionados con los vínculos humanos y con la ética y la moral. Entre sus libros se cuentan “La falta de respeto”, “¿Para qué trabajamos?”, “El apagón moral”, “La sociedad de los hijos huérfanos”, “En busca de la libertad” y “La masculinidad tóxica”. Es docente de cursos de extensión en ESEADE.

Nicolás Maduro, sin antifaz, procura ganar tiempo

Por Emilio Cárdenas. Publicado el 24/8/17 en:  http://www.lanacion.com.ar/2056102-nicolas-maduro-sin-antifaz-procura-ganar-tiempo

 

Como era previsible, la situación política, económica y social venezolana continúa deteriorándose. Aceleradamente. Para muchos venezolanos, vivir es un infierno. Nicolás Maduro, ya sin disimulo alguno, apunta a transformar a Venezuela en una dictadura. Para eso, precisamente, su antidemocrática convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente que previsiblemente concentrará el poder absoluto en manos del ex colectivero.

La hasta no hace mucho procuradora general Luisa Ortega, como era previsible, fue destituida -de inmediato- por la Asamblea Nacional Constituyente que, además, asumió lo sustancial de las facultades legislativas que posee el Parlamento, único órgano de gobierno cuyos miembros han sido elegidos con transparencia por el pueblo y que, precisamente por ello, está dominado por la oposición venezolana, que representa a la enorme mayoría de los ciudadanos del país caribeño. Luisa Ortega, una chavista de los primeros días, está hoy refugiada en Colombia luego de tener que escapar precipitadamente de su país con su marido, el diputado Germán Ferrer, a través de Aruba. Si no lo hubiera hecho, el matrimonio estaría hoy, como muchos dirigentes opositores, alojado en las cárceles de Nicolás Maduro. Ocurre que es probable que tengan pruebas fehacientes de la corrupción derivada de la relación de la administración venezolana y la empresa brasileña Odebrecht. Quizás por esto ella esté ahora en Brasil.

Cabe recordar que la aludida Asamblea Nacional Constituyente venezolana no fue elegida libremente en las urnas por voto popular. Sus 545 miembros fueron digitados por el chavismo y le responden incondicionalmente. Por esto hay pocas dudas de que si la Asamblea Nacional Constituyente cumple con su encargo, las posibilidades de supervivencia de la democracia en Venezuela serán aún menores que las actuales. Como si lo antedicho fuera poco, la Corte Suprema venezolana no es independiente y está también cuidadosamente manejada (a control remoto) por Nicolás Maduro. A punto tal que ya ha dejado velozmente sin efecto la casi totalidad de las normas sancionadas por el Parlamento de su país.

En ese escenario, claramente antidemocrático, la mayoría de los venezolanos está participando en una larga serie de protestas callejeras que, en las últimas semanas, han dejado un saldo penoso de 125 muertos y más de 2000 heridos. Desgracia a la que cabe sumar la existencia de al menos 645 presos políticos, a juzgar por las cifras difundidas por el Foro Penal Venezolano.

Contemplar la realidad venezolana genera una enorme preocupación. Ocurre que lo que está a la vista es un gobierno que -entre otras cosas- no vacila en disparar a matar, para así tratar de sofocar las protestas de su pueblo. A cara descubierta.

Como consecuencia de la demolición de la democracia venezolana el Mercosur,invocando la llamada «Cláusula Democrática», acaba de suspender a Venezuela de su seno, hasta que se «restablezca el pleno orden democrático», transformando de esa manera a la dictadura venezolana en paria regional. Para el Mercosur, es indispensable comenzar, ya mismo, con un proceso de transición política cuyo objetivo sea el regreso de Venezuela a la democracia.

La gravedad de la sanción aplicada no hace sino destacar la enorme seriedad de lo que está sucediendo en Venezuela. Nuestro canciller, Jorge Faurie, con su habitual claridad de lenguaje, expresó: «Venezuela no tiene libertades y el Mercosur le dice basta a esa Venezuela, represora y dictatorial». Tanto Argentina como Brasil, las dos potencias regionales, califican directamente a Nicolás Maduro de dictador, justificando la fuerte sanción dispuesta, por tiempo indeterminado. En paralelo, al menos doce embajadores de distintos países del mundo, incluyendo al argentino, al mejicano y al chileno, concurrieron personalmente al Parlamento venezolano para así apoyarlo simbólicamente.

Nicolás Maduro acusa al presidente Mauricio Macri de hacerlo «víctima» de una persecución, insultándolo de paso, haciendo gala de su peculiar «estilo» patotero.

El actual canciller de la administración de Nicolás Maduro, Jorge Arreaza, ante la dura realidad venezolana ha invitado a una reunión a todos los países que han respaldado al Parlamento venezolano, lo cual, según él, los pone «en connivencia» con los legisladores. Debió decir, en cambio, que los pone del lado del pueblo venezolano, desde que esos parlamentarios fueron libremente elegidos en las urnas.

De más está señalar que el diálogo es efectivamente el camino capaz de evitar la violencia. A lo que cabe agregar -sin embargo- que no hay diálogo conducente cuando no existe buena fe. La conducta del gobierno de Nicolás Maduro, al menos hasta ahora, ha hecho gala de una arrogante y permanente actitud de mala fe. Como consecuencia, lo primero que debe ocurrir en Venezuela es el restablecimiento de un mínimo de confianza recíproca, que permita a las partes encontrar un mecanismo apto para la búsqueda de una fórmula de transición. No será nada sencillo. Pero está claro que, si Nicolás Maduro no cede en sus pretensiones dictatoriales, las conversaciones y esfuerzos serán inevitablemente estériles. Desgraciadamente, las razones para el optimismo son pocas y no están a la vista. El papa Francisco poco parece poder hacer para impulsar o facilitar ese diálogo, desde que no goza de la credibilidad de la oposición.

Mientras el caos impere en Venezuela, el país va camino a ser objeto de sanciones, al menos por parte de los Estados Unidos. Aquellas que puedan de pronto tener que ver con sus exportaciones de petróleo crudo le causarán seguramente un daño significativo. No obstante, dada la relación operativa del particular tipo de crudo venezolano con la actividad refinadora norteamericana, la imposición repentina de esas medidas no es una tarea simple.

Flotando sobre el escenario hay -además- otra nube negra. A la manera de feo presagio. La de un posible «golpe» militar en Venezuela. Pero desde que los mandos militares están prolijamente seducidos, económicamente, por Nicolás Maduro y rodeados de sospechas de participación en las actividades del narcotráfico, nadie puede suponer que si el actual presidente venezolano resulta -de pronto- desplazado del poder, la consecuencia necesaria sea el inmediato regreso a la democracia.

La agonía de la democracia en Venezuela -queda visto- continúa y se está transformando en una cuestión de paz y seguridad particularmente compleja que alimenta la inquietud de la mayoría de los países de nuestra propia región. Y no sin claras razones objetivas.

 

Emilio Cárdenas es Abogado. Realizó sus estudios de postgrado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan y en las Universidades de Princeton y de California.  Es profesor del Master de Economía y Ciencias Políticas y Vice Presidente de ESEADE.

Los domingos de un burócrata

Por Carlos Rodriguez Braun: Publicado el 18/7/16 en: http://www.carlosrodriguezbraun.com/articulos/la-razon/los-domingos-de-un-burocrata/

 

Gracias a Begoña Gómez de la Fuente, querida amiga y compañera de las mañanas de Onda Cero, he podido leer hace poco el clásico de Guy de Maupassant, Les Dimanches d’un bourgeois de Paris, que ha publicado la editorial Periférica con una excelente traducción de Manuel Arranz. Una clave de las divertidas aventuras y desventuras del señor Patissot es que, más que un burgués, es un burócrata, que trabaja en un ministerio, “un hombre lleno de esa sensatez que linda con la estupidez”.

Aparecen diversas ideas liberales, y el sarcasmo con respecto a la política es más diáfano a medida que se acerca el final del libro, cuando se relata la comida campestre en casa del jefe, el señor Perdrix. Allí habla el señor Rade, “célebre en el ministerio por sus ideas descabelladas”, que empieza citando a Rousseau y Shopenhauer contra las mujeres, ante la indignación de Patissot, que le espeta: “Usted no es francés, señor. La galantería francesa esa una de nuestras formas de patriotismo”.

Rade aclara que no es patriota, pero sus palabras indican claramente que no lo es porque asocia patria con política, y política con guerra: “resulta odioso ver a todos los gobiernos, cuyo deber es proteger la vida de sus ciudadanos, buscar obstinadamente los medios de su destrucción…si la guerra es una cosa horrible ¿acaso no es el patriotismo la idea que la sostiene?”. Acusado de falta de principios, los expone: ni monarquía, “monstruosidad”, ni democracia limitada, “injusticia”, ni sufragio universal “estupidez…como los mediocres y los imbéciles forman siempre la inmensa mayoría, es imposible que puedan elegir un gobierno inteligente”. Finalmente, acepta dicho sufragio como objetivo, pero subraya su inaplicabilidad: “representar todos los intereses, tener en cuenta todos los derechos, es un sueño ideal, pero poco práctico”, porque lo único que se puede medir es lo menos importante: el número de personas.

Confiesa Rade: “me declaro anarquista, es decir, partidario del poder más diluido, más imperceptible, más liberal en el pleno sentido de la palabra, y al mismo tiempo revolucionario, esto es, eterno enemigo de ese mismo poder, que sólo puede ser, en cualquier caso, totalmente defectuoso”.

Maupassant se burla a través de sus personajes de la política, la burocracia, el nacionalismo y la guerra, y recoge el mensaje liberal de la precaución ante la política, entre otras cosas por la complejidad de la sociedad: “Perdón, señor, yo soy un liberal. Lo único que quiero decir es lo siguiente: ¿tiene usted un reloj, no es cierto? Pues bien, rompa alguno de sus resortes y lléveselo al ciudadano Cornut para que lo arregle. Le responderá, de mal humor, que él no es relojero. Pero si algo se estropea en esta maquinaria infinitamente complicada que se llama Francia, se considera el más capaz de los hombres para repararlo en el acto”.

 

Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

Soplan vientos de cambio

Por Alejandra Salinas:

 

Les propongo desoír el exceso de optimismo (que sobredimensiona habilidades y exagera la posibilidad de éxito), así como el exceso de pesimismo (que minimiza o paraliza los esfuerzos y aniquila la ilusión del logro). Les propongo dejar de lado por unos minutos las encuestas, porcentajes, alianzas, y proyecciones electorales. En vez, los invito a imaginar que la construcción de un nuevo orden político en la Argentina  ya empezó, y que la tarea nos exige salir con urgencia de la profundísima crisis moral, económica, política y social del país actual. Hay que refundar la Argentina, así como hace casi doscientos años hubo que inventarla.

Soplan vientos de cambio, cabe preguntar entonces ¿hacia dónde vamos? Recordemos que Platón entendía el arte de gobernar una sociedad como el arte de guiar una nave. Pues bien, la nave Argentina no sólo necesita de un buen capitán, requiere de un motor que haga funcionar cada parte del sistema de modo armonioso y coordinado, y de un mapa adecuado que nos facilite la navegación. Capitán, motor y mapa son elementos indispensables de esta metáfora náutica, pero no son los únicos ni los más importantes. Lo que otorga sentido a un viaje es el lugar o destino al que queremos llegar. David Schmidtz expresa esta idea con elegancia: “Un mapa no nos puede indicar una dirección hasta que no elijamos un destino. El destino elegido no está en el mapa, más bien lo volcamos al mapa. Hay varias razones para elegir un destino (…). Una vez que elijamos, si somos lo bastante precisos sobre dónde queremos ir, haremos algo parecido a probar el terreno – constatar si una determinada ruta es apta para ir desde acá hacia allá” (“When Justice Matters”).

La pregunta crucial es, entonces, a qué destino quiere arribar la sociedad argentina, entendiéndolo como aquel ideal político que presente las mejores condiciones para que las personas puedan realizar sus diversos proyectos individuales y comunitarios, que son el motor del progreso y del bienestar general. Es oportuno, primero, aclarar lo que un ideal político no es: continuando con la analogía náutica, el ideal político no es una transacción de prestaciones a cambio de pagos; tampoco es un servicio de mantenimiento de la nave ni la construcción de un relato acerca de quién y cómo la construyó; y definitivamente no es un puerto de aguas estancadas donde los navegantes esperan pasivamente que alguien abra las compuertas. Más bien, el ideal político es un objetivo o destino común a alcanzar siguiendo el recorrido de un doble canal: el de las instituciones republicanas y el de la cultura democrática.

Por el canal republicano –lo sabemos más de lo que lo practicamos- se navega de acuerdo a las coordenadas del juego político moderno: transparencia en la gestión pública, rotación en los cargos (y límites a la duración de los mandatos), rendición de cuentas, separación de poderes, administración imparcial e independiente de justicia, y un sistema de partidos genuinamente competitivo. Refundar la república significa volver al momento constitucional, a un acuerdo general que exprese el compromiso de conducir la vida política entre boyas republicanas. Refundar la república exige también no descuidar más el momento post-constitucional, que hace al cumplimiento y ejecución del acuerdo constitucional. Ello dependerá de que exista una proporción adecuada de elementos éticos (auto-restricción), culturales (voluntad de cumplir con la ley fundamental) y políticos (decisión de sancionar las infracciones a esa ley). Por último, refundar la república es terminar con el populismo, tanto en su costado más prosaico de clientelismo de elites y de masas, como en su aspecto retórico que inunda de sentimentalidad la imaginaria relación entre líder y pueblo.

Por su parte, el canal de la cultura democrática es el que nos aleja de todo pensamiento autoritario, de la forzada homogeneidad nacionalista, de la educación como instrumento de adoctrinamiento político, de la discrecionalidad irrespetuosa, de las imposiciones mayoritarias arbitrarias, de la violencia facciosa como método y como símbolo, y del miedo a la aceptación de nuevas y sanas voces e ideas, vengan de donde vengan.

Recorriendo el doble canal de la institucionalidad republicana y de la cultura democrática podremos, finalmente, acercarnos a nuestro multifacético destino: al ideal de la libertad sin cadenas, la igualdad sin postergaciones, la justicia nuevamente ciega, la dignidad de sabernos una sociedad más libre, más plena, más pacífica y -por qué no- más feliz. Que el faro de la sabiduría ilumine la nave Argentina y a su futuro capitán, y nos guíe hacia un buen puerto.

 

Alejandra M. Salinas es Licenciada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y Doctora en Sociología. Fue Directora del Departamento de Economía y Ciencias Sociales de ESEADE y de la Maestría en Economía y Ciencias Políticas. Es Secretaria de Investigación y Profesora de las Asignaturas: Teoría Social, Sociología I y Taller de Tesis de ESEADE.

 

¿La mayoría de los subsidios van para la clase media? ¿Y así todo no sirve políticamente?

Por Martín Krause. Publicado el 2/7/14 en: http://bazar.ufm.edu/la-mayoria-de-los-subsidios-van-para-la-clase-media-y-asi-todo-no-sirve-politicamente/

 

Siguiendo el teorema del votante medio, Gordon Tullock argumenta que la mayoría de los subsidios tienden a ir a la clase media. En términos simples, esto sería así porque cuando los ricos quieren una medida que los favorezca es más probable que obtengan el apoyo de la clase media que de los más pobres. Y, al revés, cuando son los más pobres los que buscan obtener algo de la política, será más fácil obtener el apoyo de los sectores medios que de los más ricos.

Tullock

Si esto es así, buena parte de los subsidios irían a parar a la clase media, no a los pobres. No hay que descartar la capacidad de lobby de los sectores más ricos, pero tal vez algunas noticias de estos días puedan corroborar esas ideas.

Comenta el economista Dante Sica en La Nación: http://www.lanacion.com.ar/1705325-ni-crisis-de-aca-a-2015-ni-soluciones-magicas-en-2016

“La situación energética hace tiempo que dejó de ser un tema exclusivamente sectorial para convertirse en la principal fuente de desbalances de la economía, con efectos negativos tanto en las cuentas fiscales como en las externas. Basta con mencionar que el gasto en subsidios a la energía representa nada menos que 3,5% del PBI: explica casi 80% del rojo fiscal y supera en más de siete veces lo destinado a la Asignación Universal por Hijo.”

El subsidio a la energía va a ricos y clase media, no tanto a los pobres que, o no tienen, o están colgados de los cables como en las villas y no la pagan.

Hoy, también en La Nación, se comenta que se aumentó el presupuesto en 7.000 millones de pesos, en su gran mayoría destinados al sector energético: http://www.lanacion.com.ar/1706365-aumentan-subsidios-en-7000-millones

Sin embargo, esta política de subsidiar el consumo energético de la clase media puede no ser políticamente rentable, como parecen demostrar las últimas elecciones y las encuestas. Es que por más que la factura de la electricidad diga que hay un subsidio, el consumidor siente lo que efectivamente paga, y no tanto aquello que supuestamente debería pagar si no hubiera subsidio. En ese sentido, todo lo poco que esta información pueda agregar a la propensión favorable del votante se pierde con esta otra noticia vinculada también con la energía: http://www.lanacion.com.ar/1706364-subieron-4-los-combustibles-y-acumulan-un-aumento-cercano-al-30-en-el-ano

Subieron un 4% los combustibles y acumulan un aumento cercano al 30% en el año, dice el título. Y esto lo siente claramente la clase media cada vez que llena el tanque, no los pobres que no tienen auto.

En definitiva, la política de subsidios no parece ser políticamente exitosa, y bien puede ser una trampa de la cual no es posible salir sin un elevado costo: quitar los subsidios sí sería visible y doloroso para la clase media.

En el capítulo sobre los incentivos de los políticos del libro, se analiza que éstos persiguen sus propios intereses, pero que lo hacen a través del prisma de una cierta visión del mundo, de una cierta “ideología” para llamarlo de alguna forma. Y esto los lleva a veces a implementar políticas que incluso van contra sus propios intereses cuando se las mira desde otro lado.

 

Martín Krause es Dr. en Administración, fué Rector y docente de ESEADE y dirigió el Centro de Investigaciones de Instituciones y Mercados (Ciima-Eseade).

Quien emprende aprende

Por Carlos Rodríguez Braun. Publicado el 10/5/13 en http://www.larazon.es/detalle_opinion/noticias/2238800/opinion+columnistas/quien-emprende-aprende#.UY9PrbXOuSo

Quien emprende aprende que el emprendedor, como se llama ahora púdicamente al empresario de toda la vida, no es un siniestro explotador que empobrece al prójimo sino que es el creador de riqueza y empleo por excelencia. Y es un paradigma de la sociedad abierta. Por eso no resulta casual que los mayores enemigos de la libertad siempre sean los mayores enemigos de los empresarios, y de las dos instituciones económicas fundamentales de la sociedad libre: la propiedad privada y los contratos voluntarios.

Quien emprende aprende que la generación de bienestar social, característica de la labor empresarial, no es nada de lo que el empresario tenga que avergonzarse, porque lo ha conseguido arriesgando sus recursos, y jamás imponiendo a los ciudadanos los bienes y servicios que ofrece a la venta. Ésta es la diferencia radical entre el mercado y la política. En el mercado el empresario sólo gana si sus clientes también lo hacen, es decir, sólo gana si sus clientes compran libremente lo que él vende, algo que sólo harán si piensan que lo que compran vale más para ellos que el dinero que entregan a cambio. Así es como el mercado crea riqueza para todas las partes contratantes. En cambio, lo que debería suscitar vergüenza es lo contrario del emprendimiento, a saber, la coacción política y legislativa. Allí sucede que los ciudadanos nunca pueden elegir no comprar y no pagar. Se habla con desprecio de los mercaderes, pero a los mercaderes podemos no pagarles: basta con que no les compremos su género. No es así con los políticos y los burócratas de las administraciones públicas, a quienes debemos pagar a la fuerza, mediante impuestos, y padecer toda suerte de regulaciones y limitaciones al libre uso de nuestras propiedades y a nuestra capacidad de contratar con las demás personas físicas y jurídicas.

Quien emprende aprende que el beneficio empresarial nunca está garantizado. Desde púlpitos, cátedras y tribunas sin fin, ese beneficio es denostado como un ingreso ilegítimo, excesivo o cruel. De hecho, hasta la propia palabra «lucro» tiene un eco casi obsceno, como si fuera una suerte de apropiación indebida, o en todo caso, indigna. Nada está más lejos de la verdad. El beneficio empresarial es un ingreso digno, producto de la relación libre entre los ciudadanos, como acabamos de comentar. Asimismo, deriva de un riesgo que casi nunca es ponderado: el riesgo de perder todo el capital. El que haya tantos trabajadores y tan pocos empresarios se explica por esa asimetría en el riesgo. En efecto, un trabajador puede perder su empleo, un riesgo real, y de hecho multiplicado por las intervenciones de las autoridades, supuestamente diseñadas y aplicadas para proteger los «derechos laborales», pero que en la práctica se traducen en más paro para más personas durante más tiempo. Ahora bien, al perder su empleo, el trabajador prácticamente nunca pierde su capital. Un camarero puede ser despedido, pero no por eso deja de conocer su oficio. Una ingeniera de caminos puede ser despedida, pero no por eso le arrebatan el título de ingeniera ni los conocimientos teóricos y prácticos de su formación y especialidad. Es decir, los trabajadores conservan casi siempre su capital humano, que pueden poner en funcionamiento en otro empleo. En cambio, el empresario, si la empresa quiebra, no sólo pierde su trabajo si está allí ocupado, sino que puede perder absolutamente todo el capital que invirtió en ella. Es interesante que pocos recuerden ese riesgo cuando despotrican contra las ganancias de los capitalistas.

Quien emprende aprende que el empresario no tiene que «devolver» nada a la sociedad. Sólo deben devolver los que han robado, y los empresarios no roban, es decir, no arrebatan los bienes de los demás mediante la coerción. Sin embargo, se extiende la idea de que los empresarios deben tener «responsabilidad social», un concepto vaporoso pero que destila la noción de obediencia al poder, un poder, claro está, al que nadie le pide «responsabilidad social», y mucho menos que «devuelva» los bienes ajenos de los que se apropia.

Quien emprende aprende a desconfiar de los políticos que aseguran que la mejor manera de ayudar al emprendedor es poblar el Estado, las comunidades autónomas y los municipios de burocracias más o menos simpáticas y comités de expertos más o menos independientes dedicados a promover el emprendimiento. En este campo, como en tantos otros, la labor de la política es tan importante como mal ponderada. No se trata de montar nuevos departamentos oficiales, con más funcionarios y más presupuesto. Y no, tampoco se trata de subvencionar, peligrosa actividad que distorsiona incentivos y anima toda suerte de conductas ineficientes, en el mejor de los casos. Se trata de algo más simple, porque no requiere hacer sino dejar hacer, y a la vez más complicado, porque la política contemporánea no concibe hacer el bien sin intervenir activamente.

Quien emprende, en suma, aprende que los políticos pueden hacer, pero casi nunca hacen lo que deben para ayudar a los empresarios. A saber, dejarlos en paz.

El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Consultivo de ESEADE.

 

Los intelectuales y la política:

Por Alberto Benegas Lynch. Publicado el 18/10/12 en http://diariodeamerica.com/front_nota_detalle.php?id_noticia=7533

 La función primordial de los ámbitos académicos es evaluar, discutir y proponer ideas independientemente de su comprensión o incomprensión por parte de la opinión pública. Es un microcosmos del que parten las novedades. En este nivel es irrelevante si las ideas en cuestión son o no son populares, lo importante es su validez o invalidez a juicio de sus propulsores.

A veces se presentan posiciones como si fueran mutuamente excluyentes, pero miradas desde una perspectiva abarcadora no resultan incompatibles. Veamos este asunto por partes. La función primordial de los ámbitos académicos es evaluar, discutir y proponer ideas independientemente de su comprensión o incomprensión por parte de la opinión pública. Es un microcosmos del que parten las novedades. John Stuart Mill ha dicho que todas las nuevas ideas expresadas con la suficiente insistencia indefectiblemente pasan por tres etapas: la ridiculización, la discusión y la adopción. En este nivel es irrelevante si las ideas en cuestión son o no son populares, lo importante es su validez o invalidez a juicio de sus propulsores.

Hay en este plano un efecto multiplicador tal como ocurre con una piedra arrojada en un estanque: se forman círculos concéntricos que abarcan radios cada vez mayores a medida que, en nuestro caso, se van abriendo paso las nuevas ideas. Todo lo que disponemos con naturalidad hoy ha sido la creación solitaria de alguna mente que muchas veces se la juzgó como demente hasta que se la adoptó, luego de lo cual la gente actúa como si siempre hubiera estado presente la innovación, es como si hubiera aparecido por ósmosis. Los prácticos de este mundo no hacen más que aplicar buenas teorías fabricadas trabajosamente por otros, de allí el aforismo de que “nada hay más práctico que una buena teoría”.

En esta instancia del proceso evolutivo, la política opera en un sentido completamente distinto. Su material discursivo es lo que se comprendió y aceptó, no lo que eventualmente va a ocurrir. Su función no es abrir caminos sino transitar los que ya se encuentran a disposición de la gente. No proceden ni pueden proceder con independencia de los que ha digerido la opinión pública.

Son funciones cruzadas: si el intelectual, antes de dictar su clase, averigua que es lo que quieren escuchar sus estudiantes, estará perdido como profesor. Pero si el político no escucha debidamente lo que su audiencia le reclama y procede independientemente se sus demandas, tendrá sus días contados como político.

Ilustremos esto una vez más con un gráfico en el que se destaca el punto de máxima y de mínima que permite la opinión pública en cuanto a recetas de políticas públicas. Supongamos que se trata de más o menos libertad. Los de tendencias liberales que propongan medidas más radicales de lo que el punto de máxima marca como límite de absorción, indefectiblemente perderán apoyo electoral. Si, en cambio, el de raigambre trotskista sugiere medidas más extremas de lo que el punto de mínima permite, también será castigado en las urnas. Es inexorable, el político es en última instancia un cazador de votos, por lo que le resulta imposible navegar por fuera del aludido plafón.

Ahora bien, el asunto radica en saber de que dependen las fluctuaciones de la aparentemente misteriosa opinión pública, para lo que debemos mirar al mundo intelectual que, para bien o para mal, es responsable de los referidos corrimientos. De allí es que resultan tan trascendentales las faenas educativas. De allí procede el sentido de bautizar a cierta etapa de la historia como “la era de Marx” o “la era de Keynes”. No es que los políticos hayan leído las respectivas obras (a veces ni siquiera conocen sus títulos), es que están embretados a recurrir a un discurso que apunte en esa dirección, si es que quieren sobrevivir como políticos.

El académico que no es intransigente con sus ideas es un impostor y, por el contrario, el político que se muestra intransigente con ideas que difieren de las de la opinión pública es un mal político. Por eso es que en este último caso, se requiere conciliación, búsqueda de consensos y acuerdos entre distintas corrientes de opinión. En el caso de los intelectuales, el debate, las concordancias y las refutaciones no toman para nada en cuenta si otros aplauden o se disgustan solo apuntan a lo que estiman es al momento la verdad (subrayo lo de al momento puesto que las corroboraciones son siempre provisorias). Las discusiones en este nivel no son para lograr un consenso sino para indagar en lo que se estima es verdadero o falso.

Debemos nuevamente precisar que en todo esto nunca debe estar presente la ideología, una palabreja horrible que, a diferencia de lo que apunta el diccionario de conjunto de ideas e incluso a diferencia de la concepción marxista de “falsa conciencia de clase”, la acepción más difundida es la de algo cerrado, terminado, inexpugnable, pétreo e inamovible, lo cual es lo más distanciado y contrario que pueda concebirse del significado del conocimiento. En este sentido es que siempre destaco el lema de la Royal Society de Londres: nullius in verba, es decir, no hay palabras finales puesto que estamos inmersos en un contexto evolutivo donde, para los mortales, no hay metas finales que puedan lograrse, estamos siempre en tránsito. De lo que se trata entonces es de valores o principios (y no de ideología) los cuales, mientras se consideren verdaderos, se mantienen incólumes en el plano intelectual y que, en el nivel político, necesariamente deben negociarse.

Por más que el político alardee de valores inmodificables, no es lo que caracteriza a las estructuras políticas. En la carrera electoral deben ceder lo necesario para lograr el objetivo. En última instancia, las plataformas valen de poco si la opinión pública espera otra cosa. No es que el político no tenga sus preferencias personales, es que debe adaptarse a la situación reinante y no anteponer principios. Los integrantes de cada partido tendrán sus ubicaciones en el espectro general pero los movimientos para un lado o para otro serán necesarios si se esperan votos. Como queda dicho, las respectivas correcciones y modificaciones en el pensamiento de los integrantes de la opinión pública viene del costado intelectual-educativo y no del fragor de la batalla política.

Lo más ridículo es observar a una especie de zombies que no saben donde ubicarse y van y vienen de un plano a otro con lo que naturalmente quedan mal con integrantes de ambos bandos. Nada más triste que el intelectual que la juega de político puesto que el rigor profesional se transforma en un derrumbe estrepitoso: son monedas falsas en ambos lados de la contienda. Esto no significa en modo alguno que el intelectual no pueda vincularse de muy diferentes maneras a la política pero es para dar su opinión sin retaceos y no para adelantarse en transacciones que no le competen. Las estrategias, las funciones y los desempeños son sustancialmente diferentes en un plano y en otro, lo cual no debe confundirse con entidades que excepcionalmente se inscriben como partidos políticos con la idea de correr el eje del debate y no meramente ganar elecciones como es el objetivo de la política convencional.

A mi juicio, tiene prelación la instancia académica si se observa la secuencia lógica del proceso. La política es la ejecución de ideas y no es posible ejecutar aquello que no se sabe en que consiste. Por su parte, es muy higiénica la crítica a los gobernantes cuando el Leviatán atropella y a los opositores en las legislaturas cuando no limitan el poder, pero también se debe tener en cuenta que, como queda expresado, los andamiajes discursivos dependen de lo que la gente sea capaz de asimilar y esto, a su vez, es consecuencia de tareas educativas previas. No puede pretenderse un discurso distinto de lo que se está en condiciones de digerir. Para que un orador pueda pronunciar una conferencia en sueco es indispensable que la audiencia entienda sueco, de lo contrario el evento será un rotundo fracaso.

En resumen, mientras avanza el debate sobre externalidades, el dilema del prisionero, los bienes públicos y las asimetrías, la tarea del político no es incompatible sino complementaria a la del intelectual. Los dos cumplen funciones distintas y necesarias. El primero se dirige a lo que es políticamente posible, mientras que el segundo apunta a convertir lo políticamente imposible en posible.

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía, Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y fue profesor y primer Rector de ESEADE.