Intervencionismo, educación y globalización

Por Gabriel Boragina. Publicado el 4/6/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/06/intervencionismo-educacion-y.html

 

El intervencionismo (del que nos hemos ocupado extensamente en otras partes) tiene múltiples manifestaciones en la vida social. Su misma designación, denota a las claras su oposición con la idea de acuerdos libres y voluntarios entre dos o más personas. Si entre dos o más personas que tratan de convenir sobre cualquier asunto, aparece un tercero que sobre ese mismo tema posee o se arroga por si facultades para imponer su opinión sobre los contratantes, va de suyo que tal sujeto esta interviniendo en la cuestión de un modo tal que, puede definir un curso de acción al que deben sujetarse los intervenidos, que siempre será diferente al que estos habrían elegido si tal interventor no hubiera hecho prevalecer sus decisiones por la de sobre uno de los pactantes o sobre la ambos a la vez. La intervención de un tercero sólo es legitima cuando es deliberadamente acordada por las mismas partes contratantes de manera voluntaria o cuando, por existir discrepancias en la interpretación del acuerdo, se hace necesaria la injerencia de una tercera persona (el ejemplo típico es el del árbitro o juez). En cualquier otro caso la intervención será ilegitima.

«Es un principio general: si el Estado se entromete en una actividad privada cualquiera, es para imponer opiniones y reglas a sus protegidos, y a cambio conferirles ventajas frente a sus competidores. Así es en las cuatro actividades vistas hasta aquí –economía, prensa, educación y atención médica–; y la política no es una excepción. El intervencionismo estatal es un atentado contra la libertad: no debe ser.»[1]

Es típico el caso en que el gobierno otorga permisos, concesiones, privilegios a determinados sectores a costa de otros, cosa que ocurre prácticamente en todas partes, y que encuentra sustento en un vasto andamiaje legal, construido precisamente a ese mismo efecto. Necesariamente, donde hay intervencionismo siempre habrá una parte (o más de una) que pierde a costa de otra u otras que ganan. En otras palabras, es la antítesis de lo que sucede en los mercados libres.

No obstante, es forzoso reconocer que el intervencionismo -en sus más variados aspectos- es reclamado por una mayoría de personas. Algunas voces importantes lo atribuyen (y no sin buenas razones) a un problema de des-educación:

«La tercera cuestión está referida a la educación o más bien des-educación puesto que muchos de los que protestan lo hacen para reclamar más de lo mismo, a saber, mayor intervención estatal en los asuntos privados en lugar de permitir arreglos libres y voluntarios y liberar energía creadora. En este plano resulta que se reclaman mayores prebendas por parte del gobierno, es decir, pedido de una más intensa succión al fruto del trabajo ajeno. En este contexto es que suelen aparecer quejas y críticas furibundas contra un capitalismo inexistente, al tiempo que se exige que se acelere el intervencionismo de los aparatos estatales en las vidas y haciendas privadas.»[2]

La cita es reveladora en cuanto a que describe con ejemplar agudeza la errada opinión que existe entre la gente acerca de cuál es el sistema social en el cual la humanidad se encuentra inserta. No son pocos los que creen –sin mayor fundamento- que el sistema social imperante a nivel mundial es el capitalismo, cuando la realidad es bastante diferente a lo que este popular error permite demostrar. Mises decía del capitalismo que este es un sistema de producción en masa para las masas, que se caracteriza porque los medios de producción están en manos privadas, algo que, hasta inclusive Marx compartía. Pero cualquier análisis somero de la realidad económica de cualquier país, nos permite advertir que la gran suma de los medios de producción sólo nominalmente se encuentra en cabeza de particulares. La gran generalidad de ellos son detentados por los gobiernos, ya sea directa o indirectamente. Un indicador clave es la tasa de tributación. Una alta tasa fiscal denota a las claras que el patrimonio particular se encuentra afectado y -de hecho- asociado a lo que mal se llama “patrimonio estatal” (incorrecta denominación, ya que no hay tal cosa como “patrimonio nacional”, ya que toda renta nacional siempre proviene de recursos previamente extraídos vía impuestos -u otros artilugios legales- por parte del estado-nación).

Es muy importante acotar en este punto que, buena parte de la responsabilidad por tan fenomenal proceso de des-educación proviene del hecho de que la educación formal está casi íntegramente en manos del propio estado-nación, lo que implica que, desde los claustros (abarcando todos los niveles de enseñanza) los contenidos que se imparten son sustancialmente inspirados en el estatismo, la exacta contrapartida del capitalismo, lo que hace que la masa estudiantil egresada de los diferentes grados de enseñanza adquiera una visión por completo distorsionada y ajena a la realidad estatista en la que vivimos.

Desde otro ángulo, hay quienes ven en la globalización un remedio contra el intervencionismo:

«Otro resultado de la expansión de la división internacional del trabajo — llamada globalización — es que los estados participantes y sus políticas son controlados cada vez más por la competencia internacional. Debido a esta competencia, pierden parte del poder sobre sus ciudadanos, y el intervencionismo estatal debe ceder.»[3]

Sin embargo, este enfoque -a nuestro juicio- peca de cierto exceso de optimismo, ya que parece omitir un dato de relevancia, y que consiste en la titularidad de las haciendas que van a ser empleadas en tal división del trabajo, dado que si tales pertenencias se encuentran –en todo o en parte- en manos del estado-nación la competencia que se desatará no dejará de ser una competencia entre gobiernos, es decir una competencia entre estados intervencionistas, lo que –obviamente- lejos estará de hacer “ceder” ese mismo intervencionismo. Naturalmente, el autor de la cita da por sentado que la globalizaciónsólo podría ser un fenómeno privado, criterio este último que no compartimos, ya que el término es lo suficientemente vago como para alcanzar la acción e intervención de los estados comerciando entre si con dineros privados. Idea bastante diferente a lo que se suele referir cuando se habla de globalización.

[1] Alberto Mansueti. Las leyes malas (y el camino de salida). Guatemala, octubre de 2009. pág. 310

[2] Alberto Benegas Lynch (h) “Zoom a las protestas masivas” en libertadyprogresonline.org

[3] Hubertus Müller-Groeling-La Dimensión Social de la Política Liberal -Publicado por Fundación Friedrich Naumann (FFN)-Oficina Regional América Latina-pág. 18

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.

La mentalidad fascista: un caso práctico

Por Gabriel Boragina. Publicado el 2/4/16 en: http://www.accionhumana.com/2016/04/la-mentalidad-fascista-un-caso-practico.html

 

Parece curioso que -hoy en día- se manifiesten actitudes fascistas en personas que no sólo no se consideran tales, sino que hasta se indignan sobremanera cuando se les señala que sus argumentaciones son enteramente fascistas, y contestan muy ofuscadas estar en contra del fascismo. Hoy podemos presentar un caso práctico de lo que estamos queriendo significar con estas palabras.
La llegada de Uber a la Argentina y los debates que se han generado en torno a este tema revelan cuán grande es la mentalidad fascista que subyace dentro de una mayoría de los argentinos. Y no es solamente en relación específicamente a Uber y la controversia que ha creado su llegada a la Argentina, sino también se denota en otras áreas.
Uno de los rasgos más característicos de la mentalidad fascista es su aversión a la competencia. Un competidor que pueda ofrecer un servicio de mayor o mejor calidad (o ambas cosas a la vez) y a un costo más bajo, es visto como una «amenaza» por sus pares.
Ahora bien, esta cualidad tiene su explicación (aunque no justificación) en contextos de mercados artificialmente cerrados, ya sea en forma total o parcial, por medio de regulaciones estatales de toda índole, pero con especial relevancia en las fiscales que -por definición- acotan el campo de acción de cualquier actividad que se encuentre sometida a los tributos aplicables en cuestión. Dentro de esta regulación, incluimos la obligatoriedad de contar con patentes, licencias, matriculas, registros, autorizaciones, permisos, etc. de todo orden, provistas forzosamente por parte de una autoridad estatal, sea estanacional, provincial o municipal.
A medida que la regulación de un determinado sector de la economía crece, el campo de trabajo de tal ámbito se va disminuyendo en idéntica proporción. De la misma manera que, si queremos introducir 1 litro de agua en un envase que sólo admite medio litro, tendremos que reducir -en tal caso- el litro de agua a solamente medio litro, desperdiciando la otra mitad, que se perderá para poder contener el agua restante PERMITIDA en el envase que disponemos. En nuestra analogía, el «envase» es el medio donde los intercambios voluntarios y pacíficos entre las personas se llevan a cabo, lo que denominamos con el término genérico de «mercados». Y el «agua» son los negocios que la gente podrá realizar.
Regular, siempre implica oprimir, constreñir, achicar, compeler. Porque cualquier clase de regulación involucrará cada vez un menor tamaño de ese envase. Lo que -en otros términos- se traducirá en mercados cada vez más pequeños, menor actividad, baja del nivel de vida, pobreza y así por el estilo.
En el caso puntual de Uber, la mayor parte de las opiniones se inclinan a favor de los taxistas y en contra de Uber. Entre los que están en contra, se destacan dos grupos bien definidos: los que apoyan la prohibición completa del sistema dentro del mercado argentino, y los que están a favor de permitirlo, pero con las mismas o mayores regulaciones actuales que tienen los taxistas. Son muy pocos los que promueven la única y verdadera solución a este aparentemente problema que encontramos. Y que es la de desregular el mercado de transporte en general, es decir, no sólo el de los taxímetros sino el del resto del transporte público y privado.
Paralelamente, existe mucha ignorancia entre la gente que es usuaria del transporte público, y que cree que cuanto más regulados son los mercados estos se vuelven más «seguros» o «legales». El que el estado-nación otorgue una licencia opatente de corso para tal o cual trabajo, no lo torna per se en mas «seguro» o «confiable». Si así fuera, no existiría ningún caso de mala praxis entre los profesionales matriculados de las distintas disciplinas en que se exige legalmente tal requisito. Y todos sabemos que estos abundan. De la misma manera que, una híperregulación del transporte no ha evitado -ni aun en los casos en que el trasporte ha sido totalmente público, mejor dicho, completamente estatal- los accidentes de tránsito. Por el contrario, cualquier estadística demuestra que, a mayor regulación mayor cantidad de accidentes.
Es que la habilidad o pericia de un profesional, su idoneidad y/o experticia en cualquier campo del saber o del hacer, no va de la mano de la posesión de su respectiva matricula, registro o licencia estatal para la faena que desarrolla o el campo en el cual se desempeña. Tampoco depende de la cantidad de gravámenes en los cuales se encuentre inscripto y que puntualmente le pague al fisco. De ningún modo. Es el respaldo de una pasada o actual clientela satisfecha por haber recibido sus buenos servicios o productos la que lo avala, y ninguna matricula, licencia, patente ni registro otorgado por un gobierno o por un determinado funcionario que nunca fue su cliente y -por ende- no puede evaluar ni calificar ni su capacidad ni suaptitud para la profesión o tarea que va a «habilitar». Únicamente el cliente complacido puede acreditar el talento de un profesional, técnico, operario, trabajador, etc.
Si algún taxista determinado o un conjunto de ellos estima que el sistema de Uber «quitará ganancias» a los taxis y las «transferirá» a los chóferes de Uber, nada le impide -en tal suposición- abandonar el sistema tradicional del servicio taxímetro y pasarse al de Uber. Y si esta solución también se rechaza, entonces estamos ante un flagrante caso de defensa de un monopolio gremial y sindical fascista como lo son -indefectiblemente- todos los monopolios creados mediante legislación fiscal o cualquier otra cuyos fines expresos o implícitos sean mermar o suprimir la competencia en este o aquel ramo de la industria o el comercio. Y, lamentablemente, este tipo de legislación es la que rebosa en la Argentina.
En otras palabras, la mentalidad fascista nos invita a comprimirnos, achicarnos, agrandar los monopolios existentes y defender las leyes expoliatorias en las que todo este armado de restricciones y regulaciones se sustenta y edifica. La consigna pareciera ser suprimir la libre y total competencia a toda costa y ultranza.

 

Gabriel Boragina es Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas de ESEADE.  Fue miembro titular del Departamento de Política Económica de ESEADE. Ex Secretario general de la ASEDE (Asociación de Egresados ESEADE) Autor de numerosos libros y colaborador en diversos medios del país y del extranjero.