GRACIAS, CARLOS HOEVEL, POR HABER ESCRITO ESTO SOBRE FRANCISCO LEOCATA

Por Gabriel J. Zanotti. Publicado el 16/1/22 en: http://gzanotti.blogspot.com/2022/01/gracias-carlos-hoevel-por-haber-escrito.html

HA MUERTO FRANCISCO LEOCATA. Para la mayoría, un nombre completamente desconocido. Para otros muchos, especialmente del ambiente eclesial, un más o menos insólito sacerdote salesiano de apariencia completamente inofensiva -de estatura pequeña, ojos miopes, y una voz frágil y entrecortada, casi inaudible- no del todo bien visto por su inclinación a una vida poco dedicada a «lo social» (¿¿un salesiano intelectual??) y sospechosamente entregada a la extraña y solitaria tarea de escribir libros, al parecer muy profundos, pero que -así piensan estos muchos- en un país y una Iglesia local como la nuestra nadie leerá nunca y quizás no tendría sentido leer… En cambio, para quienes tuvimos el privilegio de conocerlo un poco más de cerca y de alimentarnos de su pensamiento y de su prolífica obra escrita, Leocata no solo fue uno de los filósofos e historiadores de la filosofía más profundos y serios de nuestro medio, tan plagado de pseudo- filósofos e historiadores de pacotilla, sino sobre todo un maestro de una inteligencia luminosa, poderosa, deslumbrante, una de esas grandes mentes que cada tanto aparecen en nuestro país en formato humilde y poco lucido, tal vez debido a alguna sabia previsión divina dirigida a concentrarlas en su alta misión, preservándolas de las falsas luces de la vanidad de un medio tantas veces frívolo, conformista u hostil. Siguiendo la inspiración y el ejemplo de algunos de los grandes sacerdotes-filósofos de la historia europea moderna-como Nicolás Malebranche en el siglo XVII, Segismonde Gerdil en el XVIII, Antonio Rosmini en el XIX o Luigi Sturzo en el XX-Francisco Leocata se inserta en la tradición de estos pensadores cristianos que, aun siendo clérigos, encarnaron claramente un «estilo laical» (como los denomina el teólogo von Balthasar) por su enorme apertura a la comprensión profunda de la realidad y de la cultura despojados de anteojeras clericales. De hecho, como sacerdote-pensador y además como misionero y educador (¡vaya si fue un buen salesiano!), Leocata corrió el riesgo de salir a campo traviesa -en un territorio social y eclesial más o menos desértico y salvaje culturalmente hablando para un pensador cristiano como es el de la Argentina de nuestro tiempo- alejándose tanto de la adaptación fácil a las modas intelectuales como de la protección de los grupos y lobbies eclesiales e internándose de modo valiente, solitario y exhaustivo en la discusión filosófica y científica de nuestro país y de nuestro tiempo sin más recursos que una aguda inteligencia y una tremenda pasión por la verdad, que lo llevó a buscar y creo que también a encontrar- salidas genuinas y, sobre todo, acertadas y por eso esperanzadoras a los complejos laberintos de nuestra época.Sin duda la intuición filosófica fundamental de Leocata estuvo marcada por una convicción central: la necesidad de replantear la relación entre la filosofía cristiana y el pensamiento moderno. Siguiendo a sus maestros en el tema, el italiano Augusto del Noce y el esloveno-argentino Emilio Komar, se abocó así a profundizar la revisión, iniciada por estos, de la historia de la filosofía moderna que va de Descartes en adelante, no como un puro camino hacia el ateísmo (como la entendió tantas veces el pensamiento católico anti-moderno aceptando así la concepción iluminista), sino como una «vertiente bifurcada» (de hecho este es el título del libro tal vez más importante de Leocata) que se abre hacia dos caminos: el del ateísmo desde Descartes hasta Hegel, Nietzsche y Marx, pero también el de una modernidad no iluminista y afín al cristianismo como es el que va de Descartes a Malebranche, Pascal, Leibniz, Vico y Rosmini.No conforme con estudiar con un increíble nivel de erudición y agudeza TODOS LOS GRANDES FILÓSOFOS MODERNOS, mayores y menores, reubicando su pensamiento en un nuevo gran cuadro historiográfico de una enorme importancia para orientar a la sociedad y a la Iglesia en el crucial debate de lo moderno, Leocata dedicó también los mejores años de su vida al estudio de TODO EL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO. Dentro de éste buscó el modo de encontrar el puente entre la gran tradición de la filosofía moderna no iluminista mencionada, hallándolo especialmente en autores como Maurice Blondel, Michele F. Sciacca, Augusto Del Noce, Paul Ricoeur, Emmanuel Levinas, Louis Lavelle y en especial, Edmund Husserl, buscando combinar así la mejor tradición fenomenológica con las intuiciones metafísicas y personalistas del tomismo y del neo-agustinismo moderno. Por otra parte, Leocata no se quedó solo en las cumbres de la filosofía, en donde ciertamente observaba la realidad con una altura y una mirada de águila. También estudió con una increíble seriedad, amor y dedicación, el terreno concreto del mundo práctico, científico, social y humano. Con el fin de ofrecer un mapa orientativo y pormenorizado a quien quiera adentrarse en la enorme complejidad de los debates de las ciencias naturales, sociales y humanas, Leocata desplegó su inmensa capacidad intelectual y de trabajo, para explicar y analizar -poniéndose al servicio de quien quiera realmente entender el mundo actual con verdadera profundidad- cinco grandes problemas actuales: el problema del lenguaje, el de la praxis (política, económica y técnica), el de la ciencia, el de la educación y el de la ética. A todos los trató no solo de modo analítico, sino también reflexivo y para todos buscó y elaboró propuestas positivas y orientativas. Finalmente, habiendo nacido en Italia (aunque llegó a nuestro país desde muy chico) Leocata trabajó durante años para ofrecer un gran regalo, fruto de su amor al país que lo acogió y del que él se sintió siempre en deuda como ciudadano comprometido: su historia de la filosofía en la Argentina -trabajo que siguió actualizando hasta el final- en el que aporta una visión plural, no sectaria y reflexiva del problema argentino y que le valió un importante reconocimiento. ¿Qué más puedo decir de este maestro de la historia de las ideas, transmisor fiel y a la vez creativo de la tradición, pensador luminoso, cultor de una sobria imparcialidad quien, sin necesidad de aplausos y reconocimiento social, vivió en la más dura austeridad y caminó -yo diría- por la banquina de la sociedad y de la Iglesia dejando a otros el espacio para pavonearse -con muchísimo menos que mostrar que él- en el centro del escenario y dedicándose por entero a servir a la Verdad en la que veía un modo a la vez personal y social de servir al prójimo y a Cristo? No me queda más nada que agregar -a excepción de un gigantesco ¡GRACIAS Francisco Leocata!- una propuesta a los estudiosos jóvenes a explorar este TESORO escondido de la filosofía argentina y lanzar un pensamiento, dirigido a lo Alto, para que Leocata esté recibiendo, ahora sí, el reconocimiento pleno y verdadero que no aspiró nunca a obtener en esta vida.

Gabriel J. Zanotti es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (UNSTA), Doctor en Filosofía, Universidad Católica Argentina (UCA). Es Profesor en las Universidades Austral y Cema. Director Académico del Instituto Acton Argentina. Profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Publica como @gabrielmises

Un libro que nos señala el camino hacia una sociedad más libre

Por Alberto Benegas Lynch (h). Publicado el 2/11/19 en: https://www.infobae.com/opinion/2019/11/02/un-libro-que-nos-senala-el-camino-hacia-una-sociedad-mas-libre/

 

Muchas y copiosas son las historias escritas, pero hay una de características peculiares por su profundidad, por el amplio período que abarca y, al mismo tiempo, por su extensión relativamente reducida. Se trata una de las obras de Louis Rougier publicada en francés en 1969 y traducida al inglés con el título de The Genius of the West en 1971 con prólogo del premio Nobel Friedrich Hayek, quien detalla los libros y ensayos publicados por el autor y sus esfuerzos por reunir a intelectuales del liberalismo para hacer frente al espíritu socialista que comenzó a prevalecer especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial. Ahora se encuentra disponible una cuidadosa traducción al castellano por Unión Editorial de Madrid titulada El genio de Occidente.

En lo personal, llegué tarde para tener el privilegio de estar nuevamente con él (mucho antes lo había conocido fugazmente cuando mi padre lo recibió en Buenos Aires en el Centro de Estudios sobre la Libertad), pues siendo rector de ESEADE lo invité a pronunciar conferencias pero a vuelta de correo llegó una amable carta manuscrita con una muy prolija caligrafía de su mujer en la que me informaba de la reciente muerte de su marido ocurrida en el mismo mes de mi invitación, en octubre de 1982.

En esta nota periodística intentaré un recorrido por los pasajes más sobresalientes de este libro que consta de 17 capítulos en los que este doctorado en la Sorbonne y profesor en diversas universidades francesas, italianas y estadounidenses resume una muy jugosa visión sobre lo que estima son los tramos más relevantes de la civilización en la que vivimos.

Rougier abre su trabajo con el mito de Prometeo, quien desafió la voluntad de Zeus al robar fuego de los cielos y entregarlo a los mortales. Esto, dice Rougier, pone de manifiesto el espíritu de la rebelión frente a los dioses, “lo cual simboliza los miedos de la gente primitiva en la presencia de las fuerzas naturales que los domina y aterroriza”. El autor subraya que este mito ilustra la necesaria curiosidad y el amor por la aventura del pensamiento. Esto ilustra la insistencia en mejorar las cosas y no considerarlas inamovibles. Apunta que la contribución de los griegos a la civilización occidental es el haberle dado un sentido claro y preciso a la razón, en contraste con oriente que en general se asimilaban a los dictados de los reyes puesto que “la ciencia no se satisface con las evidencias de los sentidos que describen el como de las cosas sino que busca la evidencia intelectual que explica el porqué de las cosas”, le atribuyeron preeminencia al logos como sentido, como razón, como estudio, como investigación de las causas últimas .

De esta postura frente al conocimiento, el autor deriva la idea de la democracia griega que sostiene era “el gobierno de las leyes y no el gobierno de los hombres” en el contexto de la igualdad ante la ley, por lo que en este sistema se reservaba la expresión polis para aludir a la ciudad gobernada por la ley en cuyo ámbito señala la importancia que la civilización griega le atribuía a la moneda con sólido respaldo en plata como era el dracma y sus inclinaciones al comercio libre facilitada por contar con dinero confiable.

En el siguiente capítulo se subraya el orden jurídico de la Roma republicana en cuanto a “la protección contra el poder arbitrario” basado en el concepto de derecho natural en línea con lo expresado por Cicerón en cuanto a que “la verdadera ley consiste en la recta razón en concordancia con la naturaleza que es de aplicación universal, inmutable y eterna”, lo cual fue posteriormente elaborado y ampliado por autores como Hugo Grotius y Algernon Sidney.

El cuarto capítulo se destina a describir y condenar la esclavitud, una de las manchas negras más nefastas de la historia del hombre. Rougier se pregunta porqué los griegos no trasladaron sus contribuciones a una revolución industrial y se responde que esto se debió a la horripilante y entorpecedora institución de la esclavitud por lo que “en muchas ciudades la actividad de los habitantes era considerada incompatible con el ejercicio de las tareas manuales”. Incluso, como es bien sabido, Aristóteles avalaba la esclavitud y concluyó que “el esclavo es una herramienta viviente” (parlantes decían otros).

El autor subraya que esta fue una de las razones centrales de la decadencia romana puesto que “al ser incapaces de sustentarse recurrieron al estado para alimentos, cobijo y diversión de lo cual derivó el panem et circenses […] el número de parásitos que el Imperio debía financiar creció cada vez más, mientras la productividad de la clase media se hizo cada vez más reducida […] y para atender la consecuente crisis el Imperio se volcó a la planificación totalitaria y a las asociaciones compulsivas […] con lo que se transformó en un derroche general y en todos trabajaban para el estado burocrático” lo cual terminó en el derrumbe romano y sus satélites.

Señala que al cristianismo de la época no solo no se le ocurrió proponer la abolición de la esclavitud sino que aconsejaban obedecer a los dueños (Corintios 1, 7:20-22) pero también es muy cierto que con el cristianismo comenzó un revolución de fondo en la buena dirección al rehabilitar el trabajo manual y, sobre todo, al enseñar que todo ser humano tiene la misma dignidad independientemente de su condición, nacionalidad y etnia como en Gálatas 3:28 (incluso mostrar como un Papa proviene de la condición de esclavo como Calixto). Esto a pesar de los abusos de emperadores cristianos como Constantino con todos sus atropellos y persecuciones a los no cristianos.

En medio de las pestes recurrentes, a fines de la Edad Media comenzaron a aparecer comerciantes debido a las libertades que se otorgaban en los recientemente creados burgos (de allí el burgués) ya sea por hazañas militares u otras condiciones apreciadas circunstancialmente por los señores feudales. En esa época se produjo la invención de los caracteres móviles de Guttenberg lo cual permitió una notable difusión del conocimiento junto al desarrollo de transacciones comerciales y las incipientes faenas bancarias.

En esta línea de progreso se fue desarrollando lo que se conoce como el Renacimiento por la expansión de la libertad lo cual permitió retomar el ímpetu antes del oscurantismo. Rougier subraya las notables contribuciones artísticas, culturales, científicas y comerciales de ese tiempo, todo ello a contracorriente de las intolerancias religiosos, la quema de libros y manuscritos. “Los gigantes del Renacimiento fueron Leonardo da Vinci, Francis Bacon, Galileo y Descartes […] todo debido a la preservación del obsequio principal de la naturaleza: la libertad”, nuevamente en un ámbito donde asomaba la amenaza de la Iglesia contra la ciencia, lo cual ejemplifica el autor con el juicio a Galileo alimentado por el Papa Urbano VIII y sentenciado por el Santo Oficio (“lo obligaron a Galileo Galilei a arrodillarse y abdicar de la física” escribe Ortega). Rougier se refiere detenidamente a los aportes científicos y evolutivos de Copérnico, Kepler, Galileo y Newton y luego a Pascal, Turgot y Condorcet y la consecuente idea de progreso como algo a lo que debía darse rienda suelta en un clima de respeto recíproco.

En el onceavo capítulo, Louis Rougier se detiene a considerar los aportes notables de pensadores como Mercier de la Rivére y Adam Smith que dieron por tierra con las falacias de las doctrinas mercantilistas para mostrar las ventajas y los beneficios del librecambio, especialmente para los más necesitados y la célebre fórmula de laissez-faire de Gourany “que fue el arma para derribar los muros contra el comercio interior y con el exterior que separaban a las personas. Fue una apelación muy justificada a la providencia del orden natural” (dejar hacer a las actividades legítimas en oposición a los dictados caprichosos de los gobernantes).

Muestra cómo aquellos principios rectores en el contexto de marcos institucionales de respeto a la propiedad de cada uno condujo a la extraordinaria Revolución Industrial que permitió elevar salarios e ingresos en términos reales de una población que antes estaba mayormente destinada a las hambrunas y las muertes prematuras. En esos ámbitos, los incentivos para nuevos emprendimientos y nuevos descubrimientos se multiplicaron a pasos agigantados a diferencia del sistema anterior que solo privilegiaba a los nobles y sus cortesanos. Apunta Rougier la vertiginosa revolución no solo en las fábricas sino en la agricultura y en la medicina, en la tecnología en general, lo cual abrió paso a las humanidades y a la exploración más sistemática y difundida de las manifestaciones artísticas.

Los derechos divinos de los reyes y demás maniobras para ocultar el deseo irrefrenable de poder fueron desapareciendo lo cual el autor pone en evidencia en las primeras líneas con que abre el capítulo treceavo: “La revolución científica del Renacimiento, la revolución ética de la Reforma, el descubrimiento de las leyes de mercado y la Revolución Industrial del siglo dieciocho se combinó para generar una revolución política que completó la transformación de las sociedades occidentales […] El placer de los reyes fue sustituido por Constituciones, la organización jerárquica basada en los privilegios fue reemplazada por la igualdad ante la ley, las ocupaciones cerradas a las masas fue sustituida por el libre acceso a todos, la soberanía del príncipe fue reemplazada por la soberanía de la gente y la omnipotencia del estado fue eliminada y garantizados los derechos de todas las personas”.

Las ideas totalitarias de Hobbes y Rosseau fueron en gran medida desalojadas y ocupadas por estrictos límites al poder. La Revolución Inglesa de 1688, el comienzo de la Francesa antes de la contrarrevolución del terror (conviene puntualizar, ya que la idea de igualdad ha sido desfigurada, que en la Declaración de Derechos de 1789 la igualdad aludida es ante la ley y no mediante ella, tal como se aclara de entrada en su artículo primero) y la Revolución Norteamericana fueron tres puntales dirigidos en sus inicios hacia el antes mencionado respeto recíproco, en este último caso con la expresa mención del derecho a la resistencia a la opresión en su Declaración de la Independencia.

En este muy telegráfico pantallazo -más bien diría a vuelo de pájaro, al efecto de interesar al lector- respecto a un libro de gran calado, destaco las advertencias de Rougier que denomina “los riesgos del progreso” que tal como subrayó Tocqueville en su momento que “los adelantos morales y materiales que se dan por sentados provocan un quiebre fatal” puesto que debe tenerse en debida cuenta lo tan reiterado por los Padres Fundadores en Estados Unidos: “el precio de la libertad es su eterna vigilancia”.

El autor de la obra que venimos comentando la culmina con reflexiones sobre la necesidad de refutar los peligrosos enredos del marxismo y sobre todo los del mal llamado “Estado Benefactor” (lo cual es una contradicción en los términos ya que la beneficencia no puede llevarse a cabo por la fuerza) que penetra con más eficacia sobre las mentes desprevenidas. En el extremo, los Stalin, Hitler, Mao, Pol Pot, Kim Jong-un y Castro y demás tiranos han estrangulado, triturado y aniquilado las autonomías individuales de millones de seres indefensos.

Las Constituciones modernas en su mayoría seguían los lineamientos iniciados por la Carta Magna de 1215, es decir, el establecimiento de vallas más o menos infranqueables al abuso del poder, hasta que en pleno siglo veinte comenzaron a promulgarse las anticonstituciones, a saber, escritos en los que se le otorgaba un cheque en blanco a los gobiernos para aniquilar los derechos de los gobernados en lugar de protegerlos. Comenzó así la era de los pseudoderechos.

Rougier finaliza este notable trabajo consignando que “la civilización no está circunscripta a ningún lugar geográfico” sino que se debe a valores que surgen de mentes que adhieren a esos principios que requiere que permanentemente se contrarresten los avances socialistas que bajo muy diversos rótulos han penetrado en las entrañas de la sociedad libre donde, entre otros, en la batalla por las ideas, los escritores juegan un rol decisivo. Su conclusión es que “en cualquier lugar en donde se respeten los derechos del hombre, donde exista la completa apertura a la investigación científica y la libertad de pensamiento y de prensa, allí está Occidente” (diría Jorge García Venturini: “es el espíritu de Occidente” y la tradición opuesta la describe Solzhenitsin al sostener que “un gobierno autoritario no quiere escritores, solo quiere amanuenses”).

En todo caso, como en toda clase, conferencia o trabajo escrito Rougier estampa allí sus valores, tal como reza la Biblia: “No elogies a nadie antes de oírlo razonar, porque allí es donde se prueban los hombres” (Eclesiástico, 27: 7). Hoy debe aplicarse esto mismo a ciertos representantes de la Iglesia católica cuyas recetas condenan a la indigencia a millones de seres humanos. Si se estudiara con atención esta obra de Rougier, podríamos encaminarnos a una sociedad abierta y dejar de lado tanto padecimiento a manos de aparatos estatales desbocados.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba. Difunde sus ideas en Twitter: @ABENEGASLYNCH_h

 

VIKTOR FRANKL: LOGOTERAPIA EN LA VIDA MODERNA

Por Alberto Benegas Lynch (h)

 

Se conoce como la Tercera Escuela Vienesa de Psicoterapia la contribución de Frankl, siendo la primera la de Freud y la segunda la de Adler. En esta nota periodística intentaré resumir los aspectos centrales de la logoterapia y conexos en base a citas de su fundador tomadas de su Psycotherapy and Existencialism (Londres, Simon and Schuster, 1967) donde se recogen los ensayos de mayor peso de Frankl. Procederé en cuatro capítulos comenzando con citas del autor de la referida obra, seguidas de elaboraciones personales.

 

En primer lugar, el significado de la logoterapia. Escribe Frankl que “Logoterapia se ocupa no solamente de ser sino del significado, no solo con el ontos sino con el logos […] En otras palabras, la logoterapia no solo es análisis sino terapia […] es mi convicción que el hombre no debe, en verdad no puede, apuntar a la identidad de un modo directo, más bien encuentra su identidad en la medida en que se compromete en una causa más grande que su persona. Nadie lo ha puesto de un modo más claro que Karl Jaspers cuando dijo: ´Lo que el hombre es equivale a una causa que la ha convertido en propia´ […] El sentido de la vida no debe coincidir con lo que es, el sentido o significado tiene que estar delante de lo que es. El significado marca el camino para el ser”.

 

Frankl subraya la importancia de contar con ideales (lo cita a Ludwig Binswagner quien sostiene que “los ideales son la verdadera causa de supervivencia”).  Remarca que el actualizar las potencialidades en busca del bien es lo que abre paso a la felicidad. El mal naturalmente hace mal.

 

Tal como se ha señalado en diversas oportunidades, todos actuamos en nuestro interés personal el cual podrá ser sublime o ruin. En definitiva constituye una perogrullada sostener que está en interés del sujeto actuante actuar como actúa. También cabe recalcar que siempre apunta a lo que estima lo hará más feliz, ya se trate de un masoquista, un suicida o un acto corriente de los que se llevan a cabo cotidianamente.

En última instancia entonces todos los actos se basan en la conjetura de que lo realizado proporcionará más felicidad, lo cual no significa que en realidad esto ocurra: la persona en cuestión puede o no percibir el error después de llevada a cabo la acción pero la felicidad no es escindible del bien en el sentido de la incorporación de valores que alimenten el alma. Naturalmente el mal objetivamente considerado aleja de la felicidad por más que se lo pueda malinterpretar subjetivamente puesto que las cosas son independientemente de lo que se opine que son, de lo contrario caeríamos en el relativismo epistemológico (que convierte en relativa la propia afirmación del relativismo), lo cual no contradice el hecho  de la interpretación subjetiva (el prefiero o no prefiero, me gusta o no me gusta).

La vida está conformada por una secuencia de problemas de diversa índole, lo cual naturalmente se desprende de la condición imperfecta del ser humano. La ausencia de problemas es la perfección, situación que, como es bien sabido, no está al alcance de los mortales. Además, si los seres humanos fueran perfectos no existirían ya que la perfección -la suma de todo lo bueno- es posible solo en un ser (la totalidad de los atributos no pueden residir en varios).

De más está decir que el asunto no consiste en buscarse problemas sino en mitigarlos en todo lo que sea posible, al efecto de encaminarse hacia las metas que actualicen las potencialidades de cada uno en busca del bien ya que, como queda dicho, las incorporaciones de lo bueno es lo que proporciona felicidad. De todos modos, el estado de plenitud no es posible en el ser humano, se trata de un tránsito y una búsqueda permanente que exige como condición primera el amor al propio ser, cosa que no solo no se contradice con que ese cuidado personal apunte a la satisfacción de otros sino que es su requisito indispensable puesto que el que se odia a si mismo es incapaz de amar a otro debido a que, de ese modo, renuncia al gozo propio de hacer el bien.

El bien otorga paz interior y tranquilidad de conciencia que permiten rozar destellos de felicidad que es la alegría interior sin límites, pero no se trata solo de no robar, no matar, acariciar a los niños y darle de beber a los ancianos. En el contexto de la visión de Frankl, se trata de actuar como seres humanos contestes de la enorme e indelegable responsabilidad de la misión de cada uno encaminada a contribuir aunque más no sea milimétricamente a que el mundo sea un poco mejor respecto al momento del nacimiento, siempre en el afán del propio mejoramiento sin darle descanso a renovados proyectos para el logro de nobles propósitos.

Los estados de felicidad siempre parciales por las razones apuntadas, demandan libertad para optimizarse ya que esa condición es la que hace posible que cada uno siga su camino sin que otros bloqueen ese tránsito ni se interpongan en el recorrido personalísimo que se elija, desde luego, sin interferir en idénticas facultades de otros. Como veremos más abajo, en la perspectiva de Frankl los atropellos del Leviatán necesariamente reducen las posibilidades de felicidad, sea cual fuera la invasión a las autonomías individuales y siempre debe tenerse en cuenta que los actos que no vulneran derechos de terceros no deben ser impedidos ya que la responsabilidad es de cada cual. Nadie deber ser usado como medio para los fines de otros.

Voltaire, en uno de sus reflexiones se pregunta si no será más feliz alguien que no se cuestiona nada ni intenta averiguar tema alguno sobre las cosas ni siquiera sobre su propia naturaleza y concluye que esto último es compatible con el estado de satisfacción del animal no racional y no es propio de un ser humano. Esto no desconoce que todos somos muy ignorantes, que desconocemos infinitamente más de lo que conocemos, pero se trata del esfuerzo por mejorar, por la autoperfección según sean las posibilidades y las circunstancias por las que atraviesa cada uno, se trata de la faena de incorporar algo más de tierra fértil en el mar de ignorancia en el que nos desenvolvemos para así honrar nuestra condición humana.

En resumen,  la imperiosa necesidad de contar con proyectos nobles y de mantener la brújula, no significa tomarse demasiado en serio y perder el sentido del humor, especialmente la saludable capacidad de reírse de uno mismo. En este sentido, conviene tener presente la sentencia de Kim Basinger: “Si lo quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes” y también la sabia reflexión de quien fuera mi entrañable y queridísimo amigo José Ignacio García Hamilton en cuanto a que “lo importante no es lo que a uno le sucede, sino como uno administra lo que le sucede”. De cualquier manera, en línea con la conclusión aristotélica, Pascal afirma con razón que “todo hombre tiene a la felicidad como su objetivo; no hay excepción”, el secreto reside en no equivocar el rumbo y distinguir claramente la huella del pantano.

La segunda parte en este resumen que mencionamos en las conclusiones del doctor Frankl alude, como anticipamos, a la sociedad abierta. Escribe este autor en la obra citada que “Prefiero vivir en un mundo en el que el hombre tiene el derecho de elegir, aun si se trata de elecciones equivocadas, mejor que un mundo en el que no le está permitido al hombre elegir […] Prefiero este mundo al mundo de total, o totalitario conformismo y colectivismo en el que el hombre está rebajado y degradado a un mero funcionario del partido o del estado”.

Efectivamente la sociedad libre constituye condición necesaria para las realizaciones personales sin interferencias de mandones que pretenden administrar vidas y haciendas ajenas, lo cual no solo extermina psicológicamente a las personas sino que destruye toda posibilidad de bienestar material. Como es sabido, Frankl vivió la experiencia en campos de concentración nazis de modo que conoce el extremo del espíritu totalitario, pero apunta que no es necesario llegar a esas acciones criminales para producir daños morales y materiales en la medida en que los aparatos estatales se exceden de sus misiones de resguardar y garantizar los derechos individuales.

La tercera parte de lo que estimamos es el eje central de la propuesta de Frankl consiste en su crítica de la mal llamada enfermedad mental. Así escribe en el libro referido que “La búsqueda de significado o sentido a la vida no es patológica, pero más bien un signo inequívoco de la condición humana […] Tradicionalmente el clínico no está preparado en nada que se salga de los términos médicos. Por tanto está forzado a considerar el problema como algo patológico. Más aun, induce a su paciente a interpretar que está enfermo y que debe curarse en lugar de ver que se trata de un desafío que debe encararse”.

En esta misma línea argumental Thomas Szasz explica en The Myth of Mental Illness que la patología enseña que la enfermedad se traduce en lesión de órganos, tejidos o células pero que las ideas y los comportamientos no pueden estar enfermos, lo cual no pretende desconocer problemas químicos, en los neurotrasmisores o en la sinapsis lo cual es muy distinto. Sostiene Szasz que es un abuso inaceptable el considerar enfermos a quienes tienen comportamientos que el resto no aprueba, situación que no descarta la persuasión al efecto de eventualmente modificar conductas o las medicaciones en caso de referirse a problemas físicos pero no mentales. En este contexto es de interés prestar atención al título metafórico de Erich Fromm: La patología de la normalidad.

La cuarta y última sección de nuestro esquema telegráfico se dirige al libre albedrío. En este sentido Viktor Frankl (1905-1997), siempre en el libro de marras, enfatiza que “En realidad hay dos clases de personas que mantienen que su albedrío no es libre: los pacientes esquizofrénicos que sufren de la ilusión que su voluntad es manipulada y que sus pensamientos están controlados por otros y con ellos están los filósofos deterministas”.

Antes he consignado aspectos que hacen a este problema que ahora sintetizo. John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual, lo cual es propio del materialismo, naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad. Por tanto, el argumento determinista está necesariamente autorefutado o es lógicamente suicida. Un argumento racional no puede concluir que no hay tal cosa como argumentación racional”.

 

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye que “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

 

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck en este contexto quien afirma que “se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad”.

 

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir en Neurociencia y filosofía del hombre que “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´, pues soy yo quien saluda con calor mediante un apretón de manos”. En este sentido junto a otros colegas (como Maxwell Bennett y Peter H. Hacker) se lamenta de que la literatura neurocientífica acuda con demasiada frecuencia a expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´, porque atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc., simplemente no tiene sentido […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

 

La tesis de esta cuarta y última parte pone en evidencia que una cosa son los estados de conciencia, la mente o la psique y otra el cerebro que aunque están íntimamente vinculados son diferentes tal como lo ilustra el título del libro en coautoría de Karl Popper y el antes mencionado Eccles: El yo y su cerebro.

 

En resumen, Victor Frankl ha revolucionado la ciencia con sus contribuciones de gran valía. Como queda dicho, la obra que comentamos contiene aspectos medulares de lo que han sido sus escritos que son muy numerosos y apreciados por calificados científicos modernos a pesar de ir a cotracorriente de la opinión por el momento dominante.

 

Alberto Benegas Lynch (h) es Dr. en Economía y Dr. en Ciencias de Dirección. Académico de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, fue profesor y primer rector de ESEADE durante 23 años y luego de su renuncia fue distinguido por las nuevas autoridades Profesor Emérito y Doctor Honoris Causa. Es miembro del Comité Científico de Procesos de Mercado, Revista Europea de Economía Política (Madrid). Es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, miembro del Instituto de Metodología de las Ciencias Sociales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, miembro del Consejo Consultivo del Institute of Economic Affairs de Londres, Académico Asociado de Cato Institute en Washington DC, miembro del Consejo Académico del Ludwig von Mises Institute en Auburn, miembro del Comité de Honor de la Fundación Bases de Rosario. Es Profesor Honorario de la Universidad del Aconcagua en Mendoza y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas en Lima, Presidente del Consejo Académico de la Fundación Libertad y Progreso y miembro del Consejo Asesor de la revista Advances in Austrian Economics de New York. Asimismo, es miembro de los Consejos Consultivos de la Fundación Federalismo y Libertad de Tucumán, del Club de la Libertad en Corrientes y de la Fundación Libre de Córdoba.